Linda forma de apagar faroles…
Gira
presidencial. Tras el cachetazo del Senado al aumento de tarifas y el veto
posterior, Macri estuvo en varias provincias. Esta imagen es de su visita a
Cachi, Salta. Fotografía: Presidencia de la Nación.
Macri está convencido de que la razón cae siempre de su lado y que los
opositores no comprenden las necesidades de la Argentina.
© Escrito por Beatriz
Sarlo el domingo 03/06/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
El debate por las tarifas terminó en
las primeras horas del pasado miércoles. Los diarios no trajeron una buena
síntesis de lo que se dijo esa noche. Y, para el viernes a la mañana, después
del veto presidencial, los discursos de los senadores ya eran noticia vieja.
Sin embargo, quien los escuchó podría objetar al periodismo este descuido
provocado por su vocación por “lo último”, que puede saltearse “lo penúltimo”.
Unos pocos ejemplos.
La intervención del senador Omar Perotti (justicialista de Santa
Fe) fue reflexiva y equilibrada. Su voto era contrario a los deseos del
Gobierno, pero antes de emitirlo, le recordó al Presidente que el muy
favorecido sector financiero es mucho más grande y poderoso que el energético;
que las tasas de interés están devastando a las Pymes, que no pueden cambiar
sus cheques con descuentos del 60%; que, con los precios de la energía, muchas
de esas empresas no podrán seguir produciendo (ya que, además, compiten, con
importaciones responsables de un dumping, respecto del cual el gobierno de
Macri no se preocupa en lo más mínimo). Perotti
recordó también que, en 2016, había propuesto un Acuerdo del Bicentenario,
por el que no se interesó nadie en el Poder Ejecutivo.
Una hora después habló el senador de
Unión por Córdoba, Carlos Caserio. Acusó
al Gobierno por no habilitar una discusión prolongada para encontrar una
alternativa a los aumentos; le recordó la velocidad con que el ministro Dujovne
respondió a una queja del sector agrario y la debilidad o la inexistencia de
puentes con otros sectores que, hoy, sufren más que los cultivadores de soja.
Le enseñó a Macri que los senadores no son títeres del gobernador de su
provincia: “Yo no le tengo que preguntar a Schiaretti; y el día que tenga que
pedirle permiso al gobernador, me voy de la política”.
Finalmente, a la una de la mañana, Pino Solanas comenzó un discurso
apasionado, colérico y lleno de datos. “Sin proyecto energético, no hay
proyecto de industria, ni proyecto de país”, dijo Solanas. Cito estas tres
intervenciones porque su muy diferente estilo indica que el Senado tuvo una
noche de reflexión sobre los acuerdos posibles; de independencia frente a los
poderes ejecutivos nacional y provinciales; de memoria histórica y conocimiento
de las amenazas presentes. Supongo que los discursos flotan por ahí en Youtube.
Fundamentalismo.
Macri no negocia los proyectos que
envía al Congreso. La secuencia es la siguiente: los envía primero; cuenta los
votos que le faltan; lo manda a Frigerio a ver si puede enmendar un rechazo
previsible; presiona a los gobernadores, ignorando que éstos no manejan por
control remoto a los senadores. Si estas sutilezas no obtienen resultados,
recurre al veto. Ya lo hizo como jefe de Gobierno de la Ciudad. Está convencido
de que la razón cae siempre de su lado y
que los opositores no comprenden las necesidades de la Argentina. Alguien
convencido de que tiene razón siempre es, entre otras cosas desagradables, un
fundamentalista.
El perfil de Marcos Peña responde
bien a esta antipática cualidad. Frigerio, que proviene de una familia
política, no despierta el temor que suscitan los fundamentalistas, que se creen
impulsados por una fuerza superior a ellos mismos: Dios, el Pueblo, el Líder,
la Tierra, el Mercado o lo que fuera. El populismo puro y duro es
fundamentalista. La democracia no debería serlo.
Macri no conoce bien las
complejidades reales del sistema federal y tiende a pensarlo como piensa las
relaciones dentro de su gabinete. Por lo tanto, apalabra gobernadores creyendo
que ellos dirigen del mismo modo a quienes son senadores. En realidad, Macri es
un dirigente centralizador. Preferiría no vetar la Ley de tarifas, pero actúa
para que todo lo conduzca a vetarla.
Esta semana les dijo a los
peronistas que no hicieran caso de las “locuras de Cristina”. Un insulto poco
esperable de alguien educado en el Cardenal Newman, que no tomó en cuenta
varias cosas:
1. Que los kirchneristas habían sido una presencia numerosa
en el acto del viernes 25 de mayo.
2. Que no se caracteriza a un adversario político como
chiflado.
3. Que ese adversario es más hábil en su respuesta y,
ahora, además de Mmlpqtp, Macri cargará con “machirulo”.
4. Que se trata de una mujer que fue presidente de la
república (no importa el juicio que se tenga sobre su gestión).
Tantos errores juntos parecen el acto de un torpe.
Me inclino a pensar, sin embargo,
que esa torpeza es la consecuencia de la insensibilidad que caracteriza al
sectarismo. Macri no tiene entrenamiento democrático y, pese al estilo afable,
le sobra “seguridad de clase”.
Está convencido de que solo él (y
sus fieles) conocen los caminos que debe seguir la Argentina para reparar los
errores del gobierno anterior y, sobre todo, demostrar que se puede gobernar
mejor. Para lo segundo, todavía le faltan pruebas. Se encierra en sus creencias
y blinda su círculo. Por eso todo lo empuja hacia el fundamentalismo, porque
sus soluciones, consideradas como si fueran las únicas, le parecerán siempre
las mejores. También Cristina Kirchner se pensaba depositaria de un mapa de
ruta inmejorable.
Macri presenta como decisiones inminentes temas importantes que exigen ser
examinados: ahora le ha dicho al Ejército que ampliará sus áreas de
incumbencia, atribuyéndole funciones que no figuran en las leyes sobre las
cuales la Argentina llegó a un acuerdo después de la dictadura. No se preocupó
por informar antes ni siquiera a sus seguidores de la UCR. Estas son las cosas
que suceden cuando se desprecia lo que no se entiende.
Los actos.
El viernes 25 de mayo, el acto sobre
la avenida 9 de Julio fue una evocación desvaída de un gran acto político. No
subestimo el entusiasmo de los miles que saltaban y gritaban. Pero estaba
ausente un contenido político fuerte y con capacidad organizativa. “La Patria
está en peligro” no es una consigna sino una descripción de evocador tono
poético. Sobre la ancha explanada, predominaba, junto a los jóvenes, una
porción muy significativa de gente mayor de cuartenta y cincuenta años, señoras
y señores conducidos por hijos y nietos, mujeres kirchneristas que me
increpaban como si, por haber sido oposición en los años de Néstor y Cristina,
yo hubiera perdido el derecho de ser oposición a Macri.
Asistí a casi todos los actos
importantes de las últimas décadas. Para evitar el chiste fácil: esto no solo
delata mi edad, sino la convicción de que hay puestas en escena que no se
entienden bien en los planos de TV. Los grandes momentos de la política fueron
escenas reveladoras: Alfonsín hablando desde el Obelisco con la mirada puesta
en el Congreso; Menem llegando, todo de blanco, en un helicóptero que lo
depositó, como si fuera Madonna, en la cancha de River; la asunción de Néstor
Kirchner en 2003 y la ESMA en el 2004; muchos 24 de marzo donde todavía
marchaban unidas las organizaciones; el primer acto contra la Resolución 125,
de noche, en Plaza de Mayo, donde llegó D’Elía a hacer lo suyo. El último
miércoles, la marcha de las organizaciones sociales que reclamaron un plan alimentario.
Nuestra cultura política está trenzada con esas imágenes.
A cincuenta años del Mayo francés y
49 del Cordobazo, sería insensato despreciar la originalidad de esas
movilizaciones. Quienes hoy evocan las manifestaciones parisinas de Mayo 68, no
pueden pasar por alto los actos locales. Nada nos garantiza un desenlace. Y ésa
es precisamente la inestabilidad de la política contemporánea.
Inestabilidad, atomización,
individualismo, son rasgos fluidos que se coagulan en las coyunturas
electorales, si un candidato logra representar justamente esa ausencia de
precisiones en la que navegan sus votantes. En 2015, Macri capitalizó la antipatía que produjo el último gobierno
de Cristina Kirchner y la tendencia aspiracional de los sectores medios.
Por eso, no necesitó actos masivos de campaña.
Sin embargo, dictaminar que los
grandes actos ya no forman parte de los recursos de la política, parece un
exceso. Sin duda, la ocupación física del espacio público ha perdido la
trascendencia de hace medio siglo. Pero si esto fuera todo, no se explica la
razón por la cual políticos amigos de Macri, como Donald Trump, disputan sobre la cantidad de público en su
acto de asunción como presidente. Si todo tuviera tan poca importancia, las
cosas serían fáciles para quienes carecen de fuerzas movilizadas y practican la
miniatura del cara a cara: “Salgamos a timbrear un rato, dale”.
Incorporar el acto masivo a nuestro
análisis político no es un signo de arcaísmo. Bien explicado, incluso Macri podría entenderlo, porque a él, como a
millones, le gusta ver fútbol en la cancha. El aura de la política, del
deporte y de la música todavía depende de esos frágiles vínculos físicos.
(Fuente: www.perfil.com). El periodismo profesional es costoso y por eso debemos
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