El extraño caso del ministro Quirós…
Fuente: Instagram.
Único con barbijo. Su corrección
extrema lo hace políticamente incorrecto. En el programa de Mirtha, mostró su
estilo antigrieta: se negó a confirmar hechos que desconocía, rechazó teorías
conspirativas, no adjetivó, aportó datos y evitó profundizar la polarización.
© Escrito el sábado 03/09/2012 por
Gustavo Calvo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, República de los Argentinos.
Fernán Quirós es políticamente incorrecto.
Incorrecto en el contexto de un país en donde los políticos son capaces de
decir cualquier cosa para dañar al adversario. E incorrecto porque en plena
campaña no es común que los dirigentes logren mantenerse al margen de la vorágine
mediática que les exige frases contundentes en lugar de racionalidad e
información.
Mesa incómoda. Un ejemplo de lo atípico que es
el ministro de Salud de la Ciudad de Buenos Aires ocurrió el sábado anterior,
en el programa de Mirtha Legrand. Quirós era el único funcionario presente. El
resto de los comensales (Baby Etchecopar, Jonatan Viale, Pampita y la
conductora) compartió durante toda la cena sus cuestionamientos al Gobierno y
elogios al propio Quirós.
Otros opositores
se hubieran regodeado con cada crítica al oficialismo para aprovecharla en
beneficio propio o de su espacio. Este hombre, no. De hecho habló poco, se
limitó a aclarar dudas sobre la pandemia y a aportar datos concretos. Se negó a
dar por cierto, hechos que desconocía y evitó sumarse a teorías conspirativas
sobre el origen del virus o a “los millones de muertos” que habría ocasionado
el desmanejo del Gobierno.
Es esa
corrección extrema la que lo vuelve políticamente incorrecto.
Cuando dijo en
el programa que sobre la experiencia de la pandemia se requiere “construir el
futuro, no olvidar y aprender de lo que ocurrió”, le reprocharon que no se
podía hacer “borrón y cuenta nueva”. Cuando se afirmó que hubo negociados entre
el Gobierno y Hugo Sigman, dueño del laboratorio Mabxience donde se elabora el
principio activo de la vacuna AstraZeneca, aclaró que “la producción de
Mabxience es muy buena, la limitación está en el fraccionado y envasado final
en México”. Prefirió no contestar cuando Mirtha le preguntó “cuántas vacunas se
robaron”. Cuando lo interrogaron sobre el Olivosgate, evitó compartir los
calificativos del resto y se limitó a responder sobre “el valor de la palabra
en el momento de gestionar una pandemia”. Frente a las duras acusaciones de la
mesa a Ginés González García, solo dijo: “Es un gran constructor de equipos” y
elogió su tarea en Isalud, la universidad fundada por el ex ministro. Y cuando
respondió “realmente no tengo información” sobre irregularidades en la compra de
vacunas, la conductora le preguntó si ocultaba algo.
Lo que hizo en
ese programa es lo que hace ante cada entrevista. Y no se trata de que Quirós
no sea crítico con el Gobierno. Se trata de que su estilo no resulta amigable
para la grieta: no insulta, no grita, no se deja llevar por la opinión
predominante en un debate, reconoce no saber cuándo no sabe, evita
adjetivaciones, privilegia la información y acepta convivir con la
incertidumbre que significa la pandemia.
No cree que se trate
de malos políticos y de vacuidad mediática, sino de algo que anida en la
sociedad.
Chico-delivery. Hace meses que estaba tentado a
escribir sobre Quirós. Me inhibía el hecho de ser simplemente elogioso con un
funcionario. Solo lo conocía por lo que veía y por un par de Zoom mediante los
que les explicaba a las redacciones acerca del Covid.
Pero creo que
entender quién es y qué piensa el hombre al que esta pandemia hizo célebre
daría pistas para salir de esta polarización tóxica que nos impide convivir y
crecer.
Fernán González
Bernaldo de Quirós es el anteúltimo de diez hermanos. Su padre llegó de Galicia
(como su abuelo almacenero) y, obligado a trabajar desde joven, se recibió de
médico a los 30 años. La madre de Quirós era enfermera, hija de asturianos. De
ahí viene, de una familia de clase media de Olivos a la que nunca le faltó ni
le sobró demasiado.
La primaria la
cursó en el Normal 8 de La Lucila y la secundaria en el tradicional San Juan el
Precursor, de San Isidro, pero no pagó sus estudios por ser el sexto hermano
que iba a ese colegio (“Nos hicieron descuento mayorista”).
Clase 62,
terminó el Servicio Militar en diciembre de 1981: por cuatro meses no combatió
en Malvinas. En 1983, mientras estudiaba en la Universidad de Buenos Aires,
comenzó a trabajar en Night Service, la primera empresa de delivery del país y
él fue un chico-delivery hasta que le robaron la moto. Para seguir estudiando,
en tercer año de Medicina empezó a escribir libros para estudiantes. Egresó en
1987 con Medalla de Honor.
Además de
décadas como docente y como médico del Hospital Italiano, en su CV se destaca
una maestría en Dirección de Gobierno y Sistemas de Salud de la Universidad de
Cataluña. En el Hospital Italiano creó una unidad gratuita que ofrecía
políticas de gestión sanitaria a gobiernos. Allí tuvo un primer contacto con la
gestión macrista. En 2015, se le encargó la puesta en valor y construcción de
160 Centros de Atención Primaria de la Salud. En 2019 lo designaron ministro.
Tiene una esposa
epidemióloga y tres hijos de 25 (trabaja en marketing digital), 17 y 13.
Antigrieta. Su pensamiento es la
encarnación de la antigrieta. El reconocimiento de décadas de decadencia
producto de una incapacidad social para construir una mirada de Nación. No cree
que solo se trate de malos políticos que son llevados de las narices por la
vacuidad mediática, sino de una sociedad segmentada a la que esos políticos
reflejan bien.
Viniendo de la
ciencia, comprende que los sistemas de convivencia mutuamente excluyentes
impiden aprender del otro. Por eso está convencido de que es imprescindible
pasar de esa sociedad segmentada a una sociedad heterogénea en la que se
respete y se valore la diversidad.
Más que en los
políticos, su preocupación está en esta sociedad a la que considera simplista,
categórica, etiquetista y dual. Considera que la grieta es ideal para una
sociedad adolescente, que es el estadio en el que se tiende a simplificar la
vida y se buscan lugares seguros de pertenencia. Los debates frívolos de esta
campaña no harían más que reflejar esa suerte de “profundidad tuitera” de la
que los políticos son su emergente.
Sabe que los
sistemas de convivencia excluyentes impiden aprender del otro y crecer. Grieta
y sociedad adolescente.
Parece optimista, pero no está seguro de si ya existe una
mayoría social que esté dispuesta a pasar de la “heterocrítica a la
autocrítica”. O sea, pasar del sentimiento autoindulgente de suponerse
incomprendida a asumir los errores propios y los aciertos ajenos.
Hace un balance
negativo del manejo del Gobierno de la pandemia: del bajo testeo y la extensa
cuarentena inicial a la falta de una compra diversificada de vacunas desde el
primer momento. Aunque cree que manejó bien el tema respiradores, los acuerdos
políticos y el acompañamiento a las provincias.
Rara avis. Saber que detrás del sobrio
experto que desde hace un año y medio explica con precisión los avatares del
Covid existe un pensamiento filosófico más profundo, ayuda a entender su manejo
mediático de la grieta. Aun ante las audiencias más polarizadas.
Desde ese lugar
señala que el futuro es, por sobre todo, impredecible, y que por eso no sabe
cómo seguirá su carrera en la función pública. Pero está claro que no descarta
nada.
Hoy es un rara avis dentro de la
política argentina. Sin embargo, su alta imagen positiva quizá esté
representando el mensaje de racionalidad que una parte cada vez más importante
de la sociedad tiene necesidad de escuchar.
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