sábado, 14 de junio de 2008

Catástrofes al final de la película… Por Noé Jitrik

Cuando una de las diligentes distribuidoras de películas anunció, hace algunos años, que se estaba por estrenar Titanic, un monumental bodrio, de final por otra parte previsto –el barco se hunde–, la publicidad giraba, con acento dramático, en los millones de dólares que había costado la producción. No yo, un tanto indiferente a esos hechos artísticos, pero muchos hablaban del asunto con gran pasión, casi con compasión.

La publicidad funcionó: millones de personas fueron a verla no tanto, me imagino, para identificarse con los bailarines del naufragio y la carita entre ingenua y pícara de Leonardo Di Caprio, sino para ayudar a la productora a recuperar el costo de la gigantesca inversión. Simpatía conmovedora, solidaridad espontánea con la apremiante preocupación por los gigantescos gastos en los que la empresa había incurrido, incluidos los honorarios de muchos millones que habían debido pagarle, con toda justificación –por fin el arte recibe las recompensas que merece– al susodicho carilindo. Iban al cine, hacían cola como los voluntarios que en la Edad Media se anotaban para rescatar Jerusalén de las manos impías de los infieles.

Considerando esa ocasión, como tantas otras, se ve que hay gente capaz de emprender cruzadas para salvar a los ricos de sus penurias; lástima que no tengan una organización, algo así como Soproricacamypos, sigla de "Sociedad de protección al rico, sus casas, sus campos y otras posesiones", pero sí los mueve una libido generosa cuyo implícito programa les provee los medios para diferenciar rápidamente: al rico ayudarlo, al pobre que vaya a trabajar aunque –y ahí está lo raro– en gran medida esos cruzados son también pobres, claro que fascinados con la riqueza ajena y casi siempre víctimas de esos mismos ricos: entienden bien que el carilindo perciba varios millones de dólares para poner la cara, el cuerpo y el nombre, pero les parece un abuso que un escritor pretenda ganar quinientos pesos por un artículo, no digamos un peón.

Parece una paradoja pero no lo es; significa, tan sólo, que las clases existen pero que lo que ya no existe, al menos para esas brigadas, es la lucha de clases, ese feroz concepto que tanto sufrimiento causó, en especial a los ricos aunque los pobres no hayan tampoco salido bien parados en materia de frustración.

Hace unos cuantos años, en una conversación que debía tener como tema nuestros complicados amores pero que se desvió dejándola para más tarde, mi novia de entonces me señaló que los ricos sufren mucho más cuando pierden sus bienes que los pobres cuando pierden algo de lo poco que tuvieron. Al principio no entendí pero ahora sí y, a lo lejos, le mando un saludo y una reivindicación. Es un tema muy importante, y que ha tenido diversas expresiones. Una de ellas, famosa, fue una célebre telenovela, de esa misma época, me parece, titulada: Los ricos también lloran y que el comprensivo doctor Carlos Menem glosó con fortuna: "la tristeza de los niños ricos", dijo con los ojos turbios de emoción. La frase nos hizo pensar: yo, por mi parte, no pude menos que imaginar a esos desdichados niños sollozando en el regazo de sus solícitas amas de leche, abandonados a sus mercenarios cuidados por progenitores ocupados en sostener los valores (económicos) de esos hogares visitados por la tristeza.

Todo esto viene a cuento a propósito de la favorable opinión que ha tenido el movimiento de gran parte de los hombres de campo en gente que no tiene nada que ver con él y que del campo sólo sabe que debe ser verde y apto para contener vacas, legítimos habitantes de las estancias; no digamos la espontánea manifestación que tuvo lugar en Rosario sino gente con la que uno se cruza en la calle, o hasta parientes y amigos: en masa o solitariamente apoyan a esos rudos campesinos y tenaces exportadores que, afectados por medidas inesperadas que lesionan sus cálculos, o por inspectores que ven que sus libros no registran todo lo que ganan y pierden, están luchando para no perder lo que consideran su más indiscutible derecho, por algo son la patria misma puesto que son los dueños del territorio de la patria.

Hay que ser prudentes y guardar las proporciones: no es lo mismo lanzarse a ver Titanic con la noble intención de ayudar a una productora lejana y desconocida a salvar la ropa que asistir al acto ruralista de Rosario para apoyar al campo en su esforzada tarea de resistir a la aplicación de un impuesto. No es lo mismo, desde luego, pero la tendencia, la pasión por el poder del dinero de los otros es muy similar y se puede observar en muchas otras situaciones: mi madre, que era una humilde costurera antes de abandonar la Rusia de sus desdichas, hablaba con unción de las princesas y lo bien que estaban ataviadas. El cuadro es tal vez, exagerando un poco, lo que el escasamente inteligible Hegel llamó la dialéctica del amo y del esclavo. El amo puede ser implacable, el esclavo adora lo que el amo tiene y se identifica, no con la persona de la cual puede pensar que es un haragán, aprovechado, despótico o cretino, sino con los bienes que posee –en este caso la tierra, las vacas, la soja, el girasol, el trigo, las cuatro por cuatro, las avionetas–, vicariamente goza con lo que le falta y que el otro, el amo, tiene en exceso. Pero raras veces, saliendo del ensueño de identificación, se le ocurre que en lo que el amo tiene en exceso está lo que a él le falta. En todo caso, si siente la falta, en estos días tal vez sólo el aumento de los precios, se lo puede achacar a un tercero en discordia, el Gobierno.

Y eso es una buena y fácil salida intelectual: "Piove, Governo ladro; non piove, Governo ladro".


Noé Jitrik, uno de los más reconocidos críticos literarios argentinos, nació en 1928 cerca de La Pampa. Desde 1939 vivió la mayor parte de su vida en Buenos Aires, el resto en Europa y en México, donde pasó años de exilios entre 1974 y 1987.

Es autor de numerosos ensayos sobre literatura e historia, crítica literaria, teoría y narraciones, cuentos y novelas. Fue profesor e investigador en universidades de Buenos Aires, México y Francia, y es actualmente investigador y director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Entre otros galardones, recibió el de Chevallier des Arts et Des Lettres otorgado por el gobierno de Francia, y el Premio Xavier Villaurrutia, México, 1981. Dirige actualmente una monumental obra: la Historia Crítica de la Literatura Argentina, que aparece en doce tomos y es publicada por Editorial Sudamericana.

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Nota del editor
:

Muchas Gracias Paulina Spinoso, mi profesora de Antropología Filosófica, Sicología y Sociología en la Fundación de Altos Estudios en Ciencias Comerciales (F.A.E.C.C.) Muchos aspectos de mi formación humanística se los debo a ella, quien dentro y fuera del aula demostró su calidad humana y docente.


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