domingo, 19 de febrero de 2012

Horacio, Proyecto X, Gendarmería...De ayer a hoy... De Alguna Manera...

De ayer a hoy...

  Imagen: AFP

El gobierno no tuvo tiempo de celebrar el reportaje en que el ex dictador Videla valoró su política contra las violaciones a los derechos humanos de ayer, cuando debió ocuparse de los derechos humanos de hoy a raíz de una grave denuncia. La auditoría sobre el Proyecto X (iniciado en 2005 durante la gestión de Aníbal Fernández) permitirá a Nilda Garré profundizar la política contra la criminalización de la protesta social.

El extraordinario reportaje al ex dictador Jorge Videla realizado por un periodista español respalda la posición de los organismos defensores de los Derechos Humanos y su puesta en práctica por los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Videla aceptó hablar con el periodista y sociólogo español Ricardo Angoso, porque está vinculado con los microorganismos que definen como presos políticos a los detenidos por crímenes de lesa humanidad. Más allá de la subjetividad de Angoso, debe agradecérsele que permita a los más jóvenes conocer de primera mano el pensamiento y la acción del ex jefe supremo, a quien no conocieron. El reportaje tiene un enorme valor histórico porque define con exactitud la abigarrada trama de complicidades que hizo posible la catástrofe. Por ejemplo, Videla dice que:

- Las Fuerzas Armadas ofrecieron cuatro cursos de acción y el gobierno justicialista eligió el más drástico y rápido. El presidente interino Italo Luder les dio “licencia para matar”.

- Con tan amplios poderes “casi no hubiera sido necesario dar el golpe de Estado”, que se debió a “otras razones”. Así alude al “peor crimen de la dictadura, la miseria planificada de millones”, como escribió Walsh.

- El líder de la oposición, Ricardo Balbín, le preguntó si estaban “dispuestos a dar el golpe”. Videla lo interpreta como otra licencia. “Los radicales apoyaban el golpe, estaban con nosotros”.

“Los empresarios también colaboraron”, por medio del ministro de Economía Martínez de la Hoz.

- “Mi relación con la Iglesia Católica fue excelente, muy cordial, sincera y abierta”, porque “fue prudente”, no le creó problemas ni siguió la “tendencia izquierdista y tercermundista” de “otras iglesias del continente”. Condenaba “algunos excesos”, pero “sin romper relaciones”. Con el presidente de la Conferencia Episcopal, Cardenal Raúl Primatesta, hasta “llegamos a ser amigos”. Sobre el conflicto interno, que Videla llama guerra, “también tuvimos grandes coincidencias”.

- Además “teníamos a los capellanes castrenses asistiéndonos y nunca se rompió esta relación de colaboración y amistad”.

- Por primera vez, Videla admitió el método del secuestro de personas y su posterior asesinato. El vocablo desaparecido, que usaron por comodidad, para no dar explicaciones, fue “encubridor de otras realidades”. Dijo que los asesinados así habían sido 7.000, el mismo número que reconoció Díaz Bessone. Añadió que “sabemos quiénes murieron y en qué circunstancias”.

- Consideró “correcto” el enfoque de los tres niveles de responsabilidad de Alfonsín, quien “se ciñó al derecho”, actuó “con decoro” y en “forma prudente”. Además dictó las leyes de punto final y obediencia debida. “Aunque cometió errores, la Justicia funcionaba”.

- Menem enmendó esos errores y “cumplió a través de los indultos”.

- El peor momento para los militares ocurre “con la llegada de los Kirchner al gobierno. Ha habido una asimetría total en el tratamiento a las dos partes enfrentadas en el conflicto”.

- Hoy “la República está desaparecida”, porque no hay justicia sino venganza.

El Proyecto X.

Mirá de qué se trata el proyecto. Fuente: http://tn.com.ar

El gobierno no tuvo tiempo de celebrar esta inesperada reivindicación, cuando el canal de noticias del Grupo Clarín concedió su espacio central a una grave denuncia, que llevaba tres meses en la Justicia y de la que sólo este diario había dado cuenta. En noviembre del año pasado, el delegado Javier Hermosilla sostuvo que Gendarmería realizaba tareas ilegales de Inteligencia durante cortes y movilizaciones, lo cual dio lugar a un expediente en el juzgado de Norberto Oyarbide. Según sus respectivos buscadores electrónicos, ni Clarín ni La Nación habrían considerado digna de su atención la denuncia cuando se presentó. En cambio, en enero, La Nación publicó una entrevista apologética al jefe de personal de Kraft Foods, Sergio Prendoné Pita. Cuando aún no había terminado el programa, la ministra de Seguridad Nilda Garré envió a tres funcionarios a revisar los materiales acumulados en la sede de Gendarmería y dejó bajo precinto los lugares donde se guardaban. 

En su página electrónica, Garré descalificó a los políticos que acusaron de “vulnerar derechos y perseguir manifestantes y luchadores sociales” al gobierno que, como reconoce Videla, terminó con la impunidad para los crímenes del terrorismo de Estado y sostuvo “la no criminalización de la protesta social y los límites a la acción policial en esas situaciones”. Agregó que no decidiría sin reflexión pero que sería inflexible si se confirmara el espionaje. Para ello ordenó una auditoría sobre el contenido del software denominado Proyecto X, cuyas conclusiones se conocerán luego de Carnaval.

En su respuesta a Oyarbide, el Director Nacional, Héctor Schenone, reveló que poseía tres bases de datos:

- SAG (Sistema de Antecedentes de Gendarmería), que permite la consulta on line de “antecedentes de personas, armas y vehículos” sobre los cuales la justicia haya dictado medidas cautelares, y sus movimientos en las fronteras.

- SGO (Sistema de Gestión Operativa), en el que se registran todos los procedimientos policiales y judiciales realizados por la Gendarmería.

- Proyecto X, definido como “herramienta de análisis y orientativa en causas judiciales, así como en apoyo informativo a Unidades Operativas de Investigaciones Judiciales e Inteligencia criminal”. Incluye las propias actuaciones sobre lavado de activos de origen delictivo, para responder a jueces y fiscales que piden identificar lugares, vehículos y personas.

A su manera.

 Ministra Nilda Garré y Héctor Schenone, Jefe de Gendarmería Nacional.

Schenone agrega que esas tareas pueden realizarse ante la presunta comisión de un delito de acción pública de acuerdo con el artículo 183 del Código Procesal, pero lo interpreta a su manera. Dice que el personal podrá realizar la tarea en forma discreta o encubierta (vistiendo de civil), con el fin de “impedir que los hechos cometidos sean llevados a consecuencias ulteriores, individualizar a los culpables y reunir las pruebas para dar base a la acusación”. Pero sólo la parte encomillada corresponde al código, que se refiere a delitos, no a manifestaciones sociales, en las que de ninguna manera contempla la actuación policial encubierta o de civil. Por el contrario, está prohibida por las normas establecidas por el Ministerio de Seguridad. Schenone también menciona entre su marco jurídico la ley 25.326 de protección de datos personales (de 2000), que veda recoger datos “por medios desleales, fraudulentos” (artículo 4); almacenar “datos sensibles” (artículo 7), definidos como aquellos que revelen “opiniones políticas, convicciones religiosas, filosóficas o morales, afiliación sindical” (artículo 2). 

El tratamiento de los datos personales (aunque no sean sensibles) sólo se permite con el “consentimiento libre, expreso e informado”. Para recabarlos, debe informarse con qué finalidad serán tratados y quienes pueden ser sus destinatarios (artículo 6). En 2005, la Dirección Nacional de Protección de Datos Personales calificó como infracción leve recoger datos sin información ni consentimiento; como infracción grave utilizar ardid o engaño y como infracción muy grave tratar esos datos “con menosprecio de los principios y garantías” constitucionales, “cuando con ello se impida o atente contra el ejercicio de los derechos fundamentales”.

El Protocolo sobre el funcionamiento del “Proyect X” (sic) sostiene que se usa “para registrar las relaciones asociadas con personas y organizaciones delictivas” y los ejemplos suministrados se refieren a vehículos “utilizados para transportar estupefacientes”, lo cual sugiere cuál es su origen, sobre todo cuando se conoce el currículum de Schenone, uno de los hombres de la DEA en la Argentina. En la definición de “Eventos”, el Protocolo menciona: “atentado explosivo, movimiento de personas, de armas, de drogas, de químicos, de explosivos”. El software es similar al Excalibur y al VAIC Telemétrico de la Policía Bonaerense. 

En la ficha que identifica a cada persona, un campo está reservado a su personalidad y hábitos, si es reservada, tímida, introvertida, extrovertida, si bebe, fuma o es mujeriego. Al instruir sobre la carga de datos de organizaciones, el Protocolo ejemplifica con nombres significativos, como “Los Maras” o “El King SRL”, y entre sus actividades posibles enumera narcotráfico, contrabando, trata de personas, lavado de dinero, adulteración de documento, piratas del asfalto.
Teoría y práctica

Otra cosa es la aplicación práctica. Schenone menciona la ley de Inteligencia Nacional, pero no parece advertir que sólo permite a las fuerzas de seguridad realizar tareas dirigidas a esclarecer ilícitos y es taxativa al prohibirles la búsqueda de información, la producción de inteligencia o el almacenamiento de datos sobre personas por su opinión política o por “su adhesión o pertenencia a organizaciones partidarias, sociales, sindicales, comunitarias, cooperativas, asistenciales, culturales o laborales”, como es el caso. En todas las actas, labradas de 2007 en adelante, ante manifestaciones de obreros de Kraft Foods, Electroingeniería o la línea de colectivos 60, los jueces de San Isidro, San Martín y Campana (Sandra Arroyo Guzmán, Juan Manuel Yalj y Adrián González Charvay), solicitan identificar a los dirigentes o representantes en la manifestación, fotografiarlos, filmarlos y enviar el material al juzgado. 

En una clara demostración sobre la existencia de un banco de datos sobre militantes sociales y políticos, cada vez que es nombrado el delegado Hermosilla, distintos oficiales de la Gendarmería lo identifican con involuntario humor como “alienado (sic) al Partido Obrero (PO)”. En la televisión, Hermosilla aclaró que su alienación no era con el Partido Obrero sino con el PTS. En todos los casos, los jueces se refieren a una “presunta infracción al artículo 194 del Código Penal”, es decir aquel que reprime con prisión de tres meses a dos años a quien, “sin crear una situación de peligro común, impidiere, estorbare o entorpeciere el normal funcionamiento de los transportes” e instruyen a los gendarmes para notificarles que están cometiendo un delito. En un corte, los manifestantes respondieron:

–No estamos cometiendo un delito sino reclamando un derecho.

Los partes que los jefes de cada operativo remiten a Sus Señorías, podrán servir para la defensa de aquellos a quienes los celosos jueces intentan procesar: consignan que los manifestantes reclaman “la reincorporación de los trabajadores despedidos y la mejora de las condiciones sanitarias” y explican que son “trabajadores despedidos, familiares y amigos”. 

Los colectiveros de la línea 60 pedían acatamiento a un dictamen del Ministerio de Trabajo sobre “la correcta liquidación de sus salarios”. Sólo en un caso, el 10 de setiembre de 2009, la forma sorpresiva en que comenzó el corte y el sembrado de cubiertas sobre la autopista produjo un choque. Pero los propios gendarmes consignan que “sólo se produjeron daños materiales”. El parte incluye fotos del auto estropeado y de los dirigentes Néstor Pitrola y Vilma Ripol hablando con un megáfono. Otro informe del Centro de Reunión de Información de Campo de Mayo, donde tiene asiento la Unidad Especial de Investigaciones y Procedimientos Judiciales de la Gendarmería, comienza detallando que la multinacional estadounidense “despidió a 160 trabajadores, incluidos tres miembros de la comisión directiva del gremio nacional”. 

El autor indica el 30 de setiembre de 2009, que el origen de la información son los medios de comunicación locales. Señala con precisión que los trabajadores reclamaban “medidas de salubridad por la Gripe H1N1, asueto para desinfectar la planta, licencias para personas enfermas”. Agrega que la comisión interna, los despedidos y sus familiares, contaron con el apoyo de militantes de organizaciones sociales, políticas, gremiales, estudiantiles, de derechos humanos, que realizaron paros, acampes en la planta y corte de la Panamericana “para denunciar la situación por la que atravesaba la planta”. 

Esos informes son expresivos de la cuestión de fondo. No dejan dudas de que las movilizaciones se realizan en pos de reivindicaciones laborales legítimas. Pero al mismo tiempo el corte de la ruta esta tipificado como un delito en el Código Penal. La resolución depende del valor que privilegien, en cada momento, el gobierno y el juez. Se trata, en definitiva, de una cuestión política.

Cobertura y encubrimiento.

Protocolo del Proyecto X.

Uno de los informes menciona a Hermosilla y al delegado Ramón Bogado como “responsables de las acciones directas”, dice que también produjeron “intimidación del resto de los empleados” (que no describe), “rotura de instalaciones, resistencia a la autoridad”. Para derivar al terreno de la penalización un conflicto que reconoce como laboral sostiene que, con los cortes, “los referentes que apoyan al sector de despedidos” habrían “puesto en riesgo la integridad física tanto de los manifestantes como de terceros”. También identifica a los centros de estudiantes que cortaron la avenida Córdoba frente a la Facultad de Ciencias Económicas porteña y prevé en qué lugares podrían realizarse nuevos cortes. 

En el terreno, casi sin excepciones, los responsables de Gendarmería negocian la apertura de un carril para permitir el tránsito, o la extensión temporal de la obstrucción, y todo termina sin golpes ni detenidos. Pero detrás vienen los jueces. Una de las actas de procedimiento, manuscrita en Pablo Nogués en agosto del año pasado, indica que 50 manifestantes cortaron la ruta 8, “en reclamo de mejores condiciones laborales y salariales” y la reincorporación de 30 despedidos, de la fábrica Autobat. El delegado, a quien Gendarmería menciona como “ciudadano Mendoza, José” informó que levantarían la medida “una vez que realicen denuncia pública de la situación ante medios televisivos”, lo cual delimita con precisión la pacífica lógica del método. Pero en noviembre, la jueza Arroyo Salgado usó esa Acta para abrir una causa contra Mendoza y en forma explícita requirió a Gendamería “la realización de tareas de Inteligencia por el término de cinco días”, tendientes a identificar a otros participantes en el corte, cuyos nombres y apodos presuntos menciona. 

Lo que los dirigentes gremiales y políticos denuncian es el uso posterior de los datos recogidos en esos procedimientos para procesar a sus participantes, es decir, criminalizar un reclamo legítimo. A partir de esa lista de nombres, Gendarmería los cruzó con el padrón electoral y distintas bases de datos de acceso público, para conocer sus domicilios y lugares de trabajo. Luego envió personal a realizar entrevistas “en forma encubierta” o realizó constataciones telefónicas “bajo técnicas de entrevistas encubiertas y una cobertura de información”. La defensa de Schenone de que sólo actuaron por indicación judicial es menos sólida de lo que parece. Por más que la firme un juez, la orden de hacer Inteligencia sobre trabajadores en huelga o movilización es ilegal.

Protocolos.

 Senador Anibal Fernández.

Mientras el ex ministro Aníbal Fernández negaba la existencia del Protocolo X (que se puso en funcionamiento durante su gestión, en 2005) Garré revisó con el secretario ejecutivo del Consejo de Seguridad Interior, Miguel Angel Bermejo, el cumplimiento del protocolo de actuación de fuerzas de seguridad y policiales en manifestaciones públicas. El ministerio estableció “Criterios Mínimos de Actuación”, a los cuales adhirieron ya 19 de las 24 jurisdicciones del país (faltan la Ciudad Autónoma, Córdoba, Santa Fe, Neuquén y Corrientes). Del primer encuentro del Consejo, en marzo de 2011, en el que se marcó “el respeto y la protección de los derechos” de los manifestantes, participó la entonces presidente de la Comisión de Seguridad Interior de la Cámara de Diputados, Griselda Baldata, de la Coalición Cívica-ARI, integrante del Acuerdo de Seguridad Democrática. 

El Protocolo procura resolver los conflictos sin daños “para la integridad física de las personas” ya estén involucradas o no en la manifestación. Con ese objeto, prohíbe la portación de armas de fuego al personal que pudiera entrar en contacto directo con los manifestantes. Las postas de goma sólo son admitidas con fines defensivos, en caso de peligro para la integridad física de cualquiera de las partes presentes. Todo el personal de seguridad debe lucir una identificación clara que se advierta a simple vista y respetar en cada etapa del operativo la Ley de Inteligencia Nacional. El Ministerio está impulsando estos lineamientos en todo el país, con cursos de capacitación para los cuerpos provinciales. Antes de que concluya la auditoría, parece evidente la contradicción entre esta línea central de trabajo y los procedimientos con anuencia judicial que ha estado realizando la Gendarmería. 

Es tan desatinado pretender que el espionaje se produjo por orden de Garré o de la presidente CFK, como disimular su gravedad. Los pasos fundamentales dados desde 2003 para controlar el uso de la fuerza y la actuación policial en manifestaciones públicas deberían complementarse con una política explícita de no criminalización por vía judicial de los activistas sociales y la misma voluntad política que el gobierno ha mostrado para fijar pautas a las provincias petroleras y mineras, puede aplicarse para impedir que las fuerzas provinciales continúen respondiendo con violencia a reclamos por la tierra, la vivienda, los derechos de comunidades nativas o las protestas ambientales. La auditoría del Proyecto X puede ser un nuevo punto de partida.

© Escrito por Horacio Verbitsky y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 19 de Diciembre de 2012.

Fondo del Bicentenario... 350 proyectos productivos recibieron créditos... De Alguna Manera...

Unos 350 proyectos productivos recibieron créditos de Industria por un 6.300 millones de pesos...


Fondo del Bicentenario. Cerca de 350 proyectos productivos recibieron créditos impulsados por el Gobierno nacional a través del Fondo del Bicentenario, por un monto superior a 6.300 millones de pesos, informó el Ministerio de Industria.

Del total de emprendimientos beneficiados, el 63 por ciento son pequeñas y medianas empresas.

Los préstamos -con tasa fija, en pesos, del 9,9%, a pagar en 5 años y con 1 de gracia- traccionan inversiones por más de 10.000 millones de pesos que impulsan a las distintas economías regionales y permitirán crear más de 22.000 puestos de trabajo en todo el país.

La semana pasada, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, junto a la ministra de Industria, Débora Giorgi, entregó 47 certificados por 580 millones de pesos para proyectos productivos que generarán inversiones en las industrias de lácteos, electrónica, carne porcina, textil, plástico y calzado y, también, en los sectores de logística, comercio, transporte, entre otros.

Estos créditos -más el capital que disponga cada empresa- generarán inversiones por un total de $896 millones, lo que permitirá la creación de 2.150 puestos de trabajo y una sustitución de importaciones por $ 275 millones.

“El Gobierno lleva adelante un modelo económico de crecimiento con desarrollo, con medidas activas para ampliar la inversión, la producción y el mercado laboral, con agregación de valor e innovación en todos los eslabones de las cadenas productivas”, sostuvo Giorgi a través de un comunicado de prensa.

Para que las empresas accedan a los créditos, los proyectos deben contar con una garantía real y cumplir con un perfil productivo: generar nuevos puestos de trabajo, sustituir importaciones en sectores claves, impulsar el aumento de exportaciones y/o tener un proyecto que le otorgue competitividad a su cadena de valor.

Desde que se puso en marcha, el Programa de Financiamiento Productivo del Bicentenario ya tiene aprobados 347 proyectos de los distintos sectores productivos y de todas las regiones del país.

Estos créditos impulsan inversiones, por parte de las empresas, de al menos un 20% más sobre financiamiento otorgado y exigen que las firmas presenten garantías reales, como prendas, fianzas o hipotecas.

Los proyectos presentados son analizados por una Unidad Evaluadora integrada por los Ministerios de Industria, Economía y Agricultura, Ganadería y Pesca.

Los cinco sectores más dinámicos en la demanda de financiamiento productivo son el automotriz, para el que se otorgaron préstamos por 1.015 millones de pesos; laboratorios, con 489 millones de pesos; avícola, con 388 millones de pesos; logística, con 325 millones de pesos; y comercio, con 324 millones.

Le siguen los sectores de electrodomésticos y electrónica para el hogar, con 318 millones de pesos; autopartes, con 307 millones de pesos; carne porcina, con 261 millones de pesos; alimentos y bebidas, con 236 millones de pesos, y biocombustibles, con 228 millones de pesos en préstamos con Créditos del Bicentenario.

También recibieron financiamiento los sectores de neumáticos ($ 206 millones), textil ($ 184 millones), hotelería, ($ 179 millones), plástico ($ 168 millones), lácteos ($ 166 millones), transporte terrestre de aceites ($ 115 millones), vitivinícola ($ 102 millones), calzado ($ 87 millones) e industrias varias ($ 1.117 millones).

© Publicado por la Agencia Telam de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 19 de Febrero de 2012.

Zona Malvinas... Partes I, II y III... De Alguna Manera...

Parte I. 
Zona Malvinas... Los vuelos secretos para buscar armamento en Israel y Libia...

 Fin del pacto. Los siete protagonistas de la “Operación Aerolíneas”: Gezio Bresciani, Ramón Arce, Leopoldo Arias, Juan Carlos Ardalla, Jorge Prelooker, Mario Bernard y Luis Cuniberti.

En plena guerra, un grupo de pilotos civiles de Aerolíneas voló a Medio Oriente para regresar con los aviones repletos de armas. Por primera vez, estos héroes anónimos cuentan en detalle la odisea.

 Video Fin del pacto

En “sigilosa” significa que el equipo de radio debía estar apagado, y también las luces: el avión no podía ser una estela en el cielo, sino un fantasma . Durante el vuelo, además, cuando resultara inevitable entrar en la frecuencia de los radares de control, era conveniente mentir posiciones. Los satélites de la OTAN y los aceitados servicios de inteligencia de casi todo Occidente barrían el Océano Atlántico y para los británicos todo el océano era zona de guerra. Esto quería decir que cualquier elemento sospechoso podía ser interceptado o derribado . Como no eran hombres de la Fuerza Aérea preparados para entrar en combate, la posibilidad de morir en medio de la misión los inquietaba y, por supuesto, representaba una novedad.

Es lógico: iban por las nubes cargados de armas.

Cuando fueron convocados para llevar adelante esta tarea, Gezio Bresciani, Luis Cuniberti, Leopoldo Arias, Ramón Arce, Mario Bernard, Juan Carlos Ardalla y Jorge Prelooker eran los pilotos civiles de la flota Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas . Hombres dichosos en tiempos dorados de la aviación comercial, nacidos con la línea de bandera y apasionados por su trabajo, que consistía en cruzar el mundo trasladando pasajeros y cargas. Pero llegó el 2 de abril de 1982, los militares recuperaron las Islas Malvinas, la Plaza de Mayo se colmó de fervores patrióticos y desde los altos mandos del Edificio Cóndor bajó una orden para que los aviones comerciales –y sus pilotos– se pusieran al servicio del Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas. Hoy, la increíble historia de la “Operación Aerolíneas” , que se mantuvo en secreto durante 30 años, es contada aquí por primera vez y de la mano de sus protagonistas. Es el resultado de una investigación de más de dos meses de trabajo, cotejando datos, buceando en archivos y desgrabando entrevistas.

Los fueron llamando de a uno. Les dijeron que los necesitaban y ellos aceptaron aún sin saber a dónde tenían que ir y qué tenían que hacer. Ahora comienzan a recordarlo: desanudan lentamente un pacto de silencio sellado en 1982 . “Cuando alguien te dice que tu país está en guerra y que podés ayudar de alguna forma no te detenés a pensarlo demasiado. Eso sentimos nosotros: que teníamos que ayudar”, dice Bresciani, 71 años, la mirada franca, el cielo todavía en los ojos. Después los anoticiaron, pero sólo a medias: había que realizar una serie de viajes hacia naciones remotas en busca de armas para el país.

Fueron dos vuelos a Tel Aviv, cuatro a Trípoli y uno a Sudáfrica , que debió ser abortado en pleno trayecto porque al parecer los militares argentinos no cerraron el negocio con el traficante de armas (Diego Palleros, según fuentes consultadas para esta investigación). Los viajes se realizaron entre el 7 de abril y el 9 de junio de 1982 . Todas las operaciones fueron hechas con aviones Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas, tripulados por civiles y acondicionados para volver a tope: desmantelado de asientos , en cada partida, el fuselaje de la nave parecía la garganta seca de un robot.

Confidencial, esa era la palabra. Implicaba que ni esposas ni hijos ni amigos podían saber que se habían convertido en el núcleo de una misión secreta para armar a la Argentina en una guerra que se vislumbraba despareja. Los llamaban a sus casas, les ordenaban que estuvieran a tal hora en Ezeiza y sólo en los minutos previos a la partida comenzaban a soltarles la información con cuentagotas. A veces en el despacho de algún jefe militar. Otras directamente en el avión. En el tercer viaje, por ejemplo, al piloto Luis Cuniberti, que hoy tiene 76 años, lo hicieron despegar y una vez en el aire protagonizó el siguiente diálogo con el oficial de inteligencia que llevaba como enlace: –Bueno, dígame hacia dónde voy.

– A Trípoli.

Las rutas eran Buenos Aires–Recife–Las Palmas (Islas Canarias)–Trípoli o Tel Aviv. Los aviones partían con número indicativo falso , como casi toda la documentación legal presentada. Antes de salir, los pilotos recibían un sobre con viáticos por 40 mil dólares para imprevistos y luego se enfrentaban a una situación inédita. Eran convocados a la oficina de Fuerza Aérea en Ezeiza, donde dos oficiales los esperaban para encomendarles una tarea extra. Jorge Prelooker, comandante del segundo vuelo a Israel, lo cuenta ahora, con cierta gracia, a los 75 años. Recuerda aquella noche, 10 de abril de 1982. Primero le comunicaron el destino, Tel Aviv, y luego ocurrió lo siguiente: “Entro, saludo, me presento y de inmediato uno de ellos, oficial de la Marina, me hace entrega de unos prismáticos enormes. Yo me quedo medio sorprendido, los agarro y pregunto para qué eran. Entonces me dice: ‘Mire, ustedes van a volar por el Océano Atlántico y queremos que se fijen en la medida de lo posible si ven algún tipo de barco de guerra’. Le pregunto cuáles, cómo, y acto seguido este hombre despliega una lámina con las siluetas de los tipos de buques dibujados como en la batalla naval. Nos pareció insólito porque es imposible que uno pueda reconocer el tipo de barco desde tan alto, pero durante la vuelta nos vimos obligados a volar más bajo y vimos buques dejando una estela inmensa en el mar, en rumbo Sur . Naturalmente, al llegar lo reportamos”.

En el aire era momento de callar. “Despegábamos, a los pocos minutos apagábamos todos los equipos y a volar en silencio. Éramos un misil atravesando la oscuridad de los cielos ”, explica Mario Bernard, entrador, a los 82 años. “Quince minutos antes de aterrizar abríamos contacto con la terminal que nos tocara y pedíamos autorización”, agrega. “En Brasil –sigue– se volvía a cargar combustible y nos lanzábamos a cruzar el océano otra vez en silencio. Por supuesto íbamos escuchando las comunicaciones en inglés británico, que ocupaban casi todo el espacio radial en aquella época. El cruce del Atlántico implicaba que pasáramos cerca de la Isla Ascensión, desde donde se aprovisionaba la flota inglesa y desde donde despegaban los Vulcan que después bombardeaban Puerto Argentino”.

La pregunta surge sola: a pesar de los recaudos tomados, los aviones de Aerolíneas eran fácilmente identificables –como los de cualquier compañía área– y los mismos pilotos consideran que en el mundo de la aviación se sabía la operación que estaban efectuando.

¿Por qué entonces no los derribaron? Prelooker arriesga: “Si nos volteaban nos íbamos al fondo del mar y nunca se hubiera podido confirmar que llevábamos armas. Además, hubieran atacados aviones de línea con civiles a bordo, y hubiera desencadenado un escándalo internacional”, especula.

La gran película, sin embargo, los esperaba en los países de destino. Un banquete en Israel por tratarse de la primera vez que un avión de Aerolíneas llegaba a ese país; largas horas en palacios militares o en bases subterráneas en medio del desierto ; cenas de recepción con oficiales del régimen libio; hangares secretos colmados de aviones soviéticos; un teólogo tucumano, especialista en el Corán, que se presentaba como “El doctor Alberto” y era el hombre que gestionaba el armamento con los árabes por su conocimiento del idioma; sobresaltos en mitad de la noche; regalos enviados por Galtieri para Kadafi, que debían ser entregados en mano; y estadías que se prolongaban, mientras el Boeing iba siendo cargado con material de grueso calibre por oficiales del Ejército anfitrión.

“Al llegar a Libia nos daban unos libros de color verde. Después supe que era el libro verde de Kadafi. Estaba en árabe y en inglés. Y nosotros estábamos ahí, en unas habitaciones, mirando televisión y esperando novedades. De vez en cuando aparecía el doctor Alberto, un tipo lenguaraz, que nos decía que la cosa iba bien y se marchaba”, recuerda Leopoldo Arias.

No conocen en detalle lo que trajeron, pero entienden que fue mucho: misiles soviéticos, sobre todo, y minas antitanque y antipersonales , probablemente las mismas que siguen sembradas en los alrededores de Puerto Argentino. “Los misiles soviéticos eran clave –dice Cuniberti– porque son de largo alcance y los aviones ingleses, como sabían que Argentina los tenía, evitaban volar más bajo”.

“Fierros –dice Ramón Arce, hombre diminuto y de voz delgada–, trajimos fierros de todo tipo. Pero nuestro trabajo consistía en pilotear los aviones, trasladar el material, los militares no nos decían nada y nosotros entendíamos que no había que preguntar a menos que estuviera en riesgo la seguridad del vuelo”.

Arce era el jefe del grupo. Estaba a cargo de toda la línea Boeing y, como tal, era quien debía convocar a los pilotos cada vez que surgía un vuelo especial. También organizaba los otros vuelos, no secretos, que consistieron en transportar tropas de conscriptos a Río Gallegos y a Comodoro Rivadavia durante todo el tiempo que duró el conflicto con los ingleses.

Pero Arce fue, sobre todo, quien condujo el primer vuelo de la serie. El 7 de abril de 1982 despegó a rumbo a Tel Aviv en un viaje que no implicó mayores problemas porque todavía, a pesar del vértigo diplomático que comenzaba a dispararse, no había comenzado la guerra directa. Cuando arribaron al aeropuerto internacional Ben Gurion, una comitiva mixta de argentinos e israelíes los recibió con honores. “Al fin llegan –les dijo la representante de Aerolíneas en Israel, una rubia despampanante de Almagro que se hacía llamar Matsie–, los estábamos esperando”. Era la primera vez en la historia de Aerolíneas que un avión de su flota llegaba a Israel. Nadie supo jamás, hasta ahora, que ese avión regresó al país saturado de armas.

El comandante Juan Carlos Ardalla aparece en una de las fotos que ilustran esta serie de notas, acomodando una caja de municiones en el interior del Boeing 707, mientras la nave permanece estacionada en un hangar de Trípoli. Explicará que se hacía para distribuir el peso de una manera correcta y evitar que el avión, en pleno vuelo, se fuera de cola. Ahora tiene 71 años. Es un hombre flaco, espigado y saludable. El tiempo lo convirtió en un estudioso de la guerra. El resto del grupo lo señala como el especialista. “De acuerdo a distintos estudios que aparecieron después de la guerra, estimo que el 30% de las armas que trajimos llegó a las islas. Pero no sabemos qué sucedió con el resto . Nosotros aterrizábamos en Palomar y de inmediato eran despachados a Río Gallegos con la carga”, explica.

La colaboración de Israel con las fuerzas armadas argentinas tenía motivaciones económicas y políticas (Ver Los motivos...). 

Pero la presión combinada de Estados Unidos y Gran Bretaña hizo que la entrega de armamentos israelíes al régimen militar argentino perdiera regularidad. A pesar de los intentos de Tel Aviv por mantener a través de terceros el comercio de armamentos, los militares argentinos consideraron que Israel estaba más cerca de Washington y Londres que de Buenos Aires, y se convencieron de la necesidad de buscar proveedores alternativos en Trípoli, que se abastecía vía Moscú .

Según diferentes informes de la época, el 14 de mayo de 1982 la Junta militar resolvió aceptar la colaboración del régimen de Kadafi y envió una misión ultra secreta a Libia para cerrar el acuerdo. Diez días después, el presidente Galtieri y el brigadier Mustafá Muhammad Al Jarrubí, comandante de las Fuerzas Armadas libias, suscribían un acta que calificaba como “bárbara” la “odiosa agresión imperialista británica” y anunciaba el envío de las siguientes armas a Argentina:

15 misiles aire-aire 530 de calorías.

5 misiles aire-aire 530 radares.

20 misiles aire-aire 550.

20 motores de misiles aire-aire 550.

20 misiles Istrella lanzador Kasef.

60 misiles Istrella proyectiles Maksuf 10 morteros de 60 milímetros con accesorios.

10 morteros de 81 milímetros con accesorios.

492 proyectiles de mortero de 60 milímetros.

498 proyectiles de 81 milímetros superexplosivo.

198 proyectiles iluminantes de morteros de 81 milímetros.

1000 bombas iluminantes de 26,5 milímetros.

50 ametralladores calibre 50 milímetros.

49.500 proyectiles calibre 50 milímetros.

4000 minas antitanque.

5000 minas antipersonales.

El 27 de mayo de 1982, Luis Cuniberti despegó desde Ezeiza y se enteró en el aire que debía llegar Trípoli. Iba en busca, sin saberlo, del primero de los cargamentos libios.

Los aviones regresaban con 40 toneladas promedio de material encima, es decir, pasados de peso, obligados a volar más bajo y con riesgo serio de venirse a pique . Volar a menor altura, además, hacía que el consumo de combustible fuera mayor, razón por la cual tuvieron que realizar escalas excepcionales.

Prelooker, Cuniberti y Arias recuerdan paradas en los aeropuertos de Las Palmas, Recife y Río de Janeiro cargados de bombas hasta la trompa y cómo custodiaban la puerta para evitar que nadie ajeno entrara a la nave: eran paradas de alto riesgo, por fortuna anecdóticas, junto a aviones repletos de pasajeros. “Durante el tiempo que duró esta misión –dice el comandante–, nos vimos obligados a no respetar prácticamente ninguna de las convenciones formales ni los códigos de seguridad de la aviación aerocomercial”.

Lo que sí respetaron fue su propio silencio, la orden de no decir ni revelar nada a nadie. Naturalizaron los sucesos vividos y siguieron adelante con su trabajo en los años posteriores a la guerra hasta que se jubilaron en los tempranos ‘90. En todo este tiempo, ley de vida, muchos de los tripulantes que los acompañaron fueron muriendo. Otros que también participaron en la “Operación Aerolíneas”, cuyos nombres se preservan, se alejaron con el secreto a cuestas. El Estado Nacional, en tanto, los reconoció como “veteranos de guerra” y les otorgó diferentes condecoraciones por la misión patriótica cumplida. Pero los hechos siguieron sin ser revelados. Era un hueco en este episodio trágico de la guerra de Malvinas: un espacio vacío que comienza a llenarse ahora.

© Escrito por Gonzalo Sánchez y publicado en el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en domingo 19 de Febrero de 2012.


La compra de armas durante la guerra por las Malvinas...

Sobre la compra de armas durante la guerra de Malvinas se ha escrito y conjeturado mucho más de lo que, en verdad, se sabe . Fue un conflicto de otro tiempo. Una colonia británica perdida en el Atlántico Sur, desconocida por los habitantes del Reino Unido. Los isleños dependían entonces -1982- de la relación con Argentina : vuelos, hospitales, colegios secundarios, gas y maestros de español. Eran ciudadanos de segunda hasta que, luego de la derrota argentina, Margaret Thatcher les concedió la ciudadanía británica . Comenzó otra historia.

Aquellos eran los tiempos de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Los militares que ocupaban el poder en Argentina eran rabiosamente anticomunistas y pronorteamericanos . Trabajaban con la CIA en Centroamérica apoyando a la contra somocista, y asesoraban sobre secuestros, torturas y contrainsurgencia . Esa alianza, pensaban, evitaría que Washington se inclinara por Gran Bretaña cuando desembarcaran en Malvinas. Esa hipótesis fue desastrosa.

Ocurrió todo lo contrario : Reagan apoyó a Thatcher y, se sabe, aún antes que la mediación de Alexander Haig colapsara, el Pentágono ya suministraba armamento para la flota que navegaba hacia las islas Malvinas.

Ocurrió, entonces, que los militares anticomunistas argentinos se volcaron hacia cualquier fuente de aprovisionamiento de armas , bloqueados por la solidaridad con Londres de la mayoría de los países proveedores de ese material.

Ese brusco cambio obligó a buscar proveedores. Perú aportó aviones Mirages (después Argentina “pagó” esa ayuda vendiéndole armas a Ecuador) y hubo compras en el mercado negro .

Esas negociaciones, es obvio, tuvieron que evitar al servicio de inteligencia británico y a otros servicios similares de países de la OTAN , además de la vigilancia siempre cercana de los americanos. Alguna operación fue bloqueada y hasta hubo agentes dobles metidos en el asunto.

En esa búsqueda desesperada, se recurrió a fuentes de aprovisionamiento que, poco antes, f ormaban parte de la “conjura antiargentina” . Entre ellos, Libia, gobernada por Muammar Kadafi, por entonces un líder tercermundista y promotor de actos terroristas en los países que consideraba enemigos de su causa.

Por primera vez, quienes participaron de los vuelos secretos para traer armamento a la Argentina rompen el silencio y cuentan detalles de aquella operación que se mantuvo oculta por treinta años Se trata de un documento excepcional de Gonzalo Sánchez , uno de los editores de la redacción de Clarín , que dialogó con los pilotos de los aviones de carga y obtuvo testimonios reveladores.

Es un trabajo periodístico de calidad que alumbra esos días de tragedia.

© Escrito por Ricardo Kirschbaum Editor General de Clarín y publicado en el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en domingo 19 de Febrero de 2012.


El reclutamiento y el primer viaje con destino a Tel Aviv...

Fue una rubia descollante lo primero que vio el piloto Ramón Arce al bajar del Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv el 7 de abril de 1982. Era oficial radarista de la Fuerza Aérea, judía y de Almagro. Tenía treintaypico, le decían Matsie: 

–Al fin llegan –los recibió–, los estábamos esperando.

El comandante agradeció y quedó a disposición del operativo, junto al resto de la tripulación. Esperó precisiones, mientras lo invitaban con una copa de vino. Era la primera vez que un avión de la línea de bandera aterrizaba en Israel, y hubo banquetes, a pesar de que el objetivo del viaje no era trasladar pasajeros, sino regresar al país con la nave colmada de bombas.

La operación secreta aún no se había formalizado, pero el vuelo AR 1418 inauguraba la saga de viajes confidenciales a Medio Oriente. Pocos días atrás se lo habían comunicado al propio Arce, en aquella época jefe de la línea Boeing. “Las órdenes llegaban al presidente de la compañía, el doctor Juan Carlos Pellegrini, y él hablaba con nosotros. Después había otro hombre, muy educado, el Brigadier Enrique Valenzuela, jefe de la Brigada Aérea del Palomar, que nos puntualizaba la misión. Se nos pidió que iniciáramos contacto con aquellos empleados que estuvieran dispuestos a ayudar.

La aceptación fue total. 

El equipo de mantenimiento acondicionó los aviones, quitando los asientos del fuselaje. En tiempo récord, las naves estaban listas para salir”, recuerda Arce, 76 años, la voz breve. Se ayuda con una agenda Meridiano del año 1982, bien conservada, donde guarda registro de todo.

A Tel Aviv, le dijeron. “Éramos cuatro pilotos –cuenta Arce–, dos mecánicos de a bordo, un comisario y tres suboficiales del Ejército. Los militares no hablaban con nosotros, pero estaba claro que eran los enlaces con Israel. No te digo que al llegar había una fiesta, pero casi. Estaba esta chica, Matsie, junto a un comité de personas. Luego nos trasladaron a un hotel, mientras que los militares se iban a ocupar de que se cargara el avión. Dormimos pocas horas y a las nueve de la mañana, ya estábamos en la base, listos para volver”.
Ahora, de día, podían ver aquello que la noche había ocultado. El avión de Aerolíneas había quedado estacionado en unos hangares bajo tierra, repletos de aviones, donde terminaban de cargarlo y acondicionarlo para partir. “Cuando subimos –dice Arce– el fuselaje estaba lleno de fierros, pero también había camperas y turbinas de aviones Dagger (la versión israelí del Mirage). Había que esperar a que se abriera una compuerta y la nave salía a una pista vacía. A pesar del exceso de peso, la vuelta fue normal. En Palomar se descargaron los fierros y se despacharon al Sur. La misión ya no se detuvo”.

Efectivamente, la operación adquirió su carácter formal cuando el piloto regresó a Buenos Aires. La agenda de Arce es clave. Pisó suelo argentino el 9 de abril y un día después, en el mismo momento en que salía el segundo vuelo a Israel, fue citado a una reunión con el presidente de Aerolíneas. “Pellegrini me dijo: ‘Muchachos el país los necesita, así que adelante’. Eso venía acompañado, por ejemplo, de que no habría seguros de vuelo ni nada”.
Arce salió de la reunión movilizado. “Yo recuerdo la algarabía de la calle –dice–, la gente en la Plaza, los ánimos patrióticos y mi sensación de amargura porque comenzaba a entender que se venía una guerra”. El frío anunciaba el comienzo de los días crudos. Aquella noche de vísperas de Pascua, al llegar a su casa, el comandante tomó su agenda y anotó: “Sábado de gloria. Sin cobertura de seguro. Deseo de suerte en la tarea”.

© Escrito por Gonzalo Sánchez y publicado en el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en domingo 19 de Febrero de 2012.
  
 
Los motivos ocultos del auxilio de Medio Oriente...

¿Por qué ayudaron Libia e Israel, dos países de signo político diferente? ¿Por qué los militares aceptaron la colaboración de Kadafi, el mismo hombre que años atrás había brindado entrenamiento militar a la cúpula de Montoneros?

En Historia General de la Relaciones Exteriores Argentinas, el sociólogo Carlos Escudé y el ex vicecanciller Andrés Cisneros sostienen que un elemento clave de las relaciones entre la Argentina e Israel fue históricamente la venta de armas: “Israel proporcionó a la Argentina los Dagger y los cohetes Gabriel que fueron utilizados en la guerra de las Malvinas”, aseguran. Y el comandante Jorge Prelooker lo confirma: “De regreso del segundo vuelo a Tel Aviv recuerdo que trajimos tres turbinas de aviones Dagger, además de cohetes y cinco toneladas de camperas de pluma”.

Pero es concreto que por presión de Estados Unidos y Gran Bretaña, Israel cerró ese canal de comercio. El 10 de mayo de 1982, The New York Times publica la versión, citando fuentes de la OTAN, de que el gobierno argentino, asfixiado por el bloqueo occidental, estaba buscando armas en los países de Medio Oriente, territorios fértiles del tráfico ilegal.

Cuatro días después, la Junta Militar decidió aceptar un ofrecimiento de Muammar Kadafi, abastecido de armas vía Moscú. Los dos regímenes suscribieron un acuerdo a partir del cual se iniciaba el envío de material en aviones de Aerolíneas. El acta calificaba como “bárbara” la “odiosa agresión imperialista británica”.

© Publicado en el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en domingo 19 de Febrero de 2012.



Parte II. 
Malvinas: Aterrizajes clandestinos en Israel para traer armas y bombas…

 Tripulación. El piloto Prelooker (segundo desde la izquierda) y sus compañeros, en 1982, en uno de los vuelos habituales de Aerolíneas Argentinas.

La primera etapa de la Operación Aerolíneas, un secreto guardado durante 30 años.

Las misiones se originaban a través del jefe de la Primera Brigada Aérea de Palomar. Luego, sobre el filo de la partida, se informaba el destino al comandante designado, previa entrega de un sobre con 40 mil dólares para utilizar en caso de imprevistos. Las rutas eran Buenos Aires-Recife- Las Palmas-Tel Aviv o Trípoli. La consigna era volar con luces apagadas y en silencio de radio. Sólo media hora antes de cada aterrizaje, los pilotos abrían la frecuencia para pedir las autorizaciones correspondientes: iban a buscar armamento para la guerra.

Así, durante casi dos meses, entre abril y junio de 1982, una cuadrilla de empleados civiles de Aerolíneas Argentinas llevó adelante un operativo secreto para traer armas al país desde Israel y Libia . Siete pilotos que participaron de la misión lo cuentan ahora, a 30 años, por primera vez, en esta investigación de Clarín que empezó a publicarse en la edición de ayer, con el relato del primer vuelo a Tel Aviv.

Es 9 de abril de 1982. Jorge Prelooker recibe un llamado telefónico en su casa de Villa Devoto. Le piden que se presente en Ezeiza por la noche. Tiene un vuelo “especial” . No le dicen a dónde. Supone un viaje a Río Gallegos. En la radio, buenas noticias: se vive un rebrote patriótico por la recuperación de las islas. Los analistas sostienen que la posibilidad no puede ser mejor para un gobierno de facto desgastado, acusado de violaciones a los derechos humanos, con una economía quebrada y un escenario creciente de reclamos sindicales en todo el país. La aventura de la reconquista territorial renueva el proyecto militar de entregar el poder a un gobierno democrático recién en 1990.

A las once de la noche, Prelooker se encuentra con el resto de la tripulación en Ezeiza. Son cuatro comandantes, dos navegantes y un comisario de a bordo. En la oficina de operaciones, se enteran que su vuelo está despachado a Tel Aviv. “Aerolíneas no tenía en esta época servicio regular a Israel –cuenta Prelooker–, quizás por eso el avión operó con indicativo falso: fue el vuelo AR1440/1”, dice el comandante, sereno, como un docente.

Prelooker y los otros tres pilotos son convocados a la oficina del jefe de base, donde los reciben un oficial de la Marina y otro de la Fuerza Aérea. “Nos entregan unos prismáticos –recuerda– y nos dicen: ‘Miren, ustedes van a volar por el Atlántico y queremos que se fijen si ven alguno de estos tipos de buques de guerra’ . A continuación despliega una lámina con las siluetas de los tipos de barcos dibujados. Nos pareció insólito porque es imposible que uno pueda reconocer un barco desde tan alto, pero durante la vuelta volamos más bajo, vimos barcos y al llegar lo reportamos”.

Prelooker recibe la ruta y comprueba que no volarán en línea recta. La orden es evitar África. “Nos explicaron que, dado el destino, ningún país africano autorizará que volemos por su espacio aéreo”, dice.

El Boeing 707 parte de Ezeiza a las 0.40 del 10 de abril, cargado con tres turbinas Dagger que deben ser reparadas en destino. Ese mismo día llegará a Buenos Aires el Secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, para intentar convencer al general Leopoldo Galtieri de que retire a las tropas que habían desembarcado en las islas Malvinas, a cambio de iniciar una mesa de diálogo.

Ajenos a esto, Prelooker y los suyos protagonizan un vuelo sin sobresaltos. Aterrizan en Canarias, cargan combustible, siguen rumbo a Israel. “De Canarias –recuerda Prelooker– volamos al sur de España y encaramos por el Mediterráneo hasta Cerdeña. Sobrevolamos el taco de la bota de Italia, Creta y entramos en la zona de control del radar de Chipre, que en ese momento era un protectorado británico . Nos preguntaron de qué línea éramos… Aerolíneas Argentinas, qué íbamos a decir”.

El comandante sigue: “Llegamos a Israel y nos hicieron carretear por una calle oscura . Nos pidieron que cortemos motores y apaguemos las luces. Noche cerrada. Quedamos detenidos sin ver nada. Al cabo de unos minutos, sentimos que se engancha un tractor a la nariz del avión y nos comienza a remolcar en la oscuridad, unos veinte kilómetros. Se detiene, nos piden por interfono aplicar freno, abrir puertas y descender. Bajamos a una pista iluminada sólo por las luces del tractor. Nos suben en un micro y hacemos un viaje de 40 minutos hasta un motelito en el medio del campo”.

Se repartieron en habitaciones, se asearon, volvieron a reunirse para intentar comer algo. Habían probado bocado por última vez en Canarias, diez horas antes. Estaban famélicos. Terminaron comiendo los pocos restos de sandwichitos de miga que uno de los ingenieros de vuelo, previsor, se tomó el trabajo de bajar. “Con eso tiramos –cuenta Prelooker– y nos fuimos a dormir”.

Cinco horas después, a las 9 a.m., les avisaron que el avión estaría listo para partir en dos horas. Una mañana diáfana. Al despertar, confirmaron que el hotel estaba rodeado de terrenos cultivados y casas modestas. “Nos llevaron otra vez al aeropuerto –retoma Prelooker–, a través de un camino con eucaliptus enormes a cada lado. El avión estaba en medio de una plataforma de 200 metros de largo por 100 de ancho. Aparentemente era el principal centro de mantenimiento de la Fuerza Aérea israelí. Era imposible verlo de afuera. La representante de Aerolíneas nos informó que el avión estaba cargado con unas turbinas y que el resto eran cajas con minas antitanque y antipersonales.

” En ese momento, uno de los integrantes del vuelo sacó una cámara de fotos y se le fueron encima tres militares. “ Esto es una base secreta ”, le explicaron. Los argentinos recibieron el avión con combustible para llegar a Canarias. Pero cuando estaban por salir, volvieron a detenerlos: había aparecido carga de último momento. “Eran camperas –explica Prelooker–, pero no eran pocas. Se cargó todo el espacio que quedaba del avión con esas camperas, que pesaban unas cinco toneladas. Naturalmente, volaríamos excedidos de peso.” Despegaron. Llegaron a Canarias. “Allí –continúa– recibo un mensaje en el que me piden que trate de evitar la escala de Brasil. Ahora levantar vuelo fue muy complicado. Tardamos mucho en hacer girar al avión. Quedamos volando bajo y consumiendo mucho más combustible.” A pesar de todo, el vuelo fue normal. En el tramo entre Canarias y Cabo Verde, divisaron tres barcos importantes. Estaban pintados de gris y dejaban “unas estelas infernales” en el mar.

Avanzaban al Sur . En los días previos a la guerra, los niveles de operatividad de las Fuerzas Armadas, sobre todo en lo referido a servicios de inteligencia, eran verdaderamente básicos. El episodio de los binoculares es una muestra de ello. Pero más allá de eso, este hecho protagonizado por Prelooker durante la tarde del 11 de abril de 1982 podría tratarse de la primera certeza que el Gobierno argentino recibía sobre el avance de la flota inglesa hacia las islas . El libro Malvinas, la trama secreta , sin embargo, documenta como primera certificación la realizada por un Boeing 707 destinado a Cabo Frío, Brasil, que al ser interceptado por un avión Harrier debió desistir de su objetivo.

A pesar del esfuerzo, Prelooker no consiguió llegar a Buenos Aires. “Por el consumo que estaba haciendo el avión, tuvimos que hacer escala en Río de Janeiro. Pedimos autorización, declaramos que éramos carguero y nos dieron una posición separada de las líneas de pasajeros. Cargamos combustible. Nadie preguntó nada. Y nos fuimos.” El 12 de abril a las 23.20, el segundo vuelo de la misión aterrizó en la base aérea del Palomar, casi 71 horas después de haber partido. “Por supuesto –concluye Prelooker– no se cumplió con ninguno de los tiempos para descanso y trabajo que establecen nuestros manuales de seguridad. Pero sabíamos que estábamos siendo parte de un hecho excepcional. Es todo cuanto recuerdo.” El 2 de mayo, la guerra ya era una realidad. Y la Argentina lamentaba el hundimiento del crucero General Belgrano. Ese día, el comandante Gezio Bresciani fue convocado para volar, en otro vuelo secreto, a Ciudad del Cabo. Le dijeron, además, que antes de despegar le darían un password que nunca llegó.

“Estuve en Ezeiza a las cinco de la mañana del 3 de mayo –recuerda Bresciani– y sólo había un mensaje: que por favor llamara a tal teléfono, que me iba a dar la clave antes de partir. Discaba y no atendía nadie. Finalmente, me ordenaron que me fuera al avión, que el password me lo darían durante el vuelo. Empezamos mal: las comunicaciones aéreas en esa época no eran fáciles. De todos modos, no quedaba claro para qué era esa clave” Bresciani continúa: “Las indicaciones eran que yo despegaba a las 6 a.m., no me comunicaba con nadie, ni siquiera con la torre, y me iba a Sudáfrica”. El 707 comenzó a carretear a la hora señalada, con una tripulación compuesta por el comandante, otros dos pilotos, un navegador, un comisario y un técnico de vuelo. Era un viaje ida y vuelta, sin descanso. Pero comenzaron los inconvenientes.

Bresciani recuerda: “Pongo en marcha el avión, carreteamos y cuando estamos avanzando hacia la pista, la torre de control dice: ‘Lima, Golf, Papa (la matrícula era LGP), ¿a dónde va?’. Les pregunto si ellos no tienen alguna instrucción especial para dejarme salir y me dicen: ‘No, negativo, vuelva a la plataforma’”.

El comandante pegó la vuelta. Estaba desconcertado. Debió esperar una hora hasta que la situación se destrabó. Consiguió permiso para partir pero monitoreado por la torre. Volvió a carretear, despegó sin problemas y cuando por radio le comunicaron que dejaba de ser controlado, apagó el equipo de comunicación. El vuelo seguiría en silencio hasta destino.

Bresciani conocía la ruta. Desde mucho antes de la guerra, la línea 707 de Aerolíneas Argentinas ya volaba a Sudáfrica. Estabilizó el avión, pasaron la línea de la Isla de Ascención, no divisaron nada desde el aire (también llevaban prismáticos) y finalmente cambió de mando para echarse a descansar. Era un día claro y luminoso. Se complicó de golpe.

“Estaba durmiendo y me despiertan zamarreándome. Llamaban por frecuencia desde Buenos Aires con la orden de que pegáramos la vuelta. Del otro lado, en la frecuencia, había un despachante de aduana, de apellido Cartele, un hombre que fumaba en pipa. Me acuerdo de mí, sentado, en calzoncillos, en la cabina preguntándole a Cartele si estaba seguro que había que volver. Me dice sí, positivo, que volviéramos. Era una situación límite porque si pasábamos el punto de no retorno, ya no podíamos pegar la vuelta, teníamos que seguir a la próxima escala alternativa.” Pegaron la vuelta a tiempo.

Cinco horas después de haber partido, luego de adentrarse en el Atlántico unas 1200 millas náuticas, el avión de Bresciani aterrizó en Ezeiza. “Ese fue el vuelo misterioso. Nunca nadie nos dijo nada. Era un día después del hundimiento del Belgrano, o sea que había pleno tráfico militar en el espacio aéreo. Había confusión en las órdenes . Nada parecía bien organizado”, dice Bresciani, a quien se le había encomendado estacionar el avión en un hangar militar de Ciudad del Cabo, esperar que lo cargaran de armas y regresar de inmediato. “Era llamativo, íbamos a un lugar con gran tradición inglesa, supuestamente a buscar armas. Y yo me preguntaba, ¿nos van a mandar armas los mismos ingleses?” Es cierto que la comunidad internacional mantenía en ese momento una suerte de conflicto con Sudáfrica por la cuestión del Apartheid. Sin embargo, según informes de época, la dictadura pasaba por alto el tema y mantenía cierta relación con ese país. Según la información que los pilotos habían recibido, un cargamento de varias toneladas de armas (por lo menos 200) había sido desviado desde España hacia Ciudad del Cabo, en una maniobra de tráfico ilegal. El nombre que circulaba como enlace de toda esa operación con el gobierno argentino era el de un coronel llamado Diego Palleros. El mismo que años después, en tiempos de Carlos Menem, plena democracia, iba a ser enlace en la triangulación ilegal de armas a Croacia y Ecuador. A la Operación Aerolíneas, todavía le quedaban muchas millas por volar.

© Escrito por Gonzalo Sánchez y publicado por le Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el lunes 20 de Febrero de 2012.


 Parte III.
Malvinas: cuatro exóticos viajes a Libia, esquivando radares de la OTAN...

 Postales inéditas. El comandante Jorge Prelooker posa junto a otros tripulantes de Aerolíneas en 1982.

La última etapa de la Operación Aerolíneas fue la más arriesgada. Los pilotos ocultaban información, pero eran controlados por otros países en pleno vuelo. Kadafi entregó armamento a pedido de Galtieri.

Los vuelos a Libia fueron la etapa crucial de la serie de viajes a Medio Oriente en aviones comerciales de Aerolíneas Argentinas, para conseguir armamento durante el conflicto por las Islas Malvinas. La guerra avanzaba con toda crudeza, y por presión de los Estados Unidos y Gran Bretaña a la dictadura se le volvía imposible conseguir material bélico en el mercado occidental. Las gestiones para adquirir los valiosos misiles Exocet en Francia habían fracasado. Era momento de mirar hacia el lado Este del mundo.

El régimen de Muammar Kadafi y la Junta Militar cerraron un acuerdo armamentístico el 14 de mayo de 1982, y de inmediato un grupo de agentes argentinos se instaló en Trípoli para recibir los aviones de Aerolíneas y comenzar con los despachos de misiles y minas terrestres, entre otros elementos. A la cabeza, como enlance, se hallaba un teólogo tucumano especialista en el Corán llamado Eduardo Sarme. Se presentaba como el “Doctor Alberto” y era el nexo con los libios por la sencilla razón de que hablaba árabe a la perfección. Algunos años después, en democracia, el canciller radical Dante Caputo lo señalaría, llanamente, como un traficante de armas.

El primer vuelo a Libia partió de Ezeiza a las 22.50 del 27 de mayo. Luis Cuniberti, el comandante a cargo, recuerda que no supo a dónde viajaba hasta que el Boeing 707 estuvo en el aire. “Antes de salir –cuenta–, un hombre se presenta como agente de inteligencia de la Fuerza Aérea. ‘Vuelo con ustedes’, me dice. Le pregunto a dónde. ‘Usted despegue’, me dice. Despego, estabilizo el avión y le pido directivas. Como quien dice vamos a Quilmes, suelta: ‘A Trípoli’.”
Hicieron escala en Recife. Cargaron combustible. Siguieron viaje. Empezaron los problemas.

“Íbamos callados, cuando nos empezó a llamar el control de Canarias. Insistían, pero la orden era no hablar. Despierto al agente y le cuento lo que pasa. Me dice que avance sin contestar. Pero insistían. Tomamos contacto y nos dicen que Marruecos no da autorización para atravesar su espacio aéreo. Que nos van a interceptar. El de inteligencia pide que sigamos. Pasamos Canarias y, antes de entrar a Marruecos, veo estelar dos cazas marroquíes. Chau, se complicó todo. Ahora el de inteligencia tenía más ganas de volver que nosotros. Me dice que volvamos a Recife. Una locura. Ya habíamos pasado el punto de no retorno. Le digo: ‘A partir de este momento, yo asumo la operación total del vuelo’. Aterricé en Canarias. Dos tripulantes pidieron no seguir participando de la operación. Seis horas y media después, consigo las autorizaciones para volar a Trípoli.”

El vuelo AR 1410 aterrizó en la capital libia a las 20.15 del 28 de mayo. El avión fue remolcado hasta un hangar inmenso donde había cargueros soviéticos de todo tipo y luego a los tripulantes los trasladaron hasta una base militar subterránea. En ese lugar, Cuniberti “vio” Malvinas. “Era una sala de operaciones que recibía, a través de antenas parabólicas información de todo lo que pasaba, especialmente desde Rusia”, relata el comandante.
En un comedor los esperaba la elite militar local. Cuniberti siempre tuvo vocación católica. Durante sus años de piloto, en su maleta de vuelo nunca faltó un brevario con oraciones. Hoy es diácono. “En el comedor –sigue– me sientan a la derecha del comandante en jefe. El militar pide permiso, a través del doctor Alberto, que era el intérprete, para bendecir la mesa por el rito musulmán. Cuando termina le digo si me permite bendecirla según el rito católico. Casi me cagan a patadas por hacer algo que estaba fuera de protocolo. Terminó la cena y nos fuimos a dormir.”

El 29 de mayo estaba todo listo para partir. El avión había sido cargado con misiles soviéticos Sam 6 y 7 y no quedaba espacio libre. Antes de subir, los libios hicieron formar a la tripulación y les tomaron fotos. Cuniberti voló a Canarias y luego se lanzó a cruzar el Atlántico con siete toneladas de exceso. Previa escala en Recife, arribó a la Brigada Aérea de Palomar a las 12.55 del 29 de mayo, donde fue recibido con bombos y platillos.

Ahora el mecanismo parecía aceitado. Ese mismo día, los comandantes Leopoldo Arias, de 48 años, y Juan Carlos Ardalla, de 42, partieron a Trípoli. La particularidad de este vuelo es que la estadía en Libia sería más larga. Había un problema: les decían que Kadafi estaba en el desierto y que para que las armas salieran sólo él podía dar el OK. “El doctor Alberto era el nexo en Trípoli y estaba muy conectado con un obispo de Tucumán, con el cual Galtieri tenía mucha afinidad”, agrega Arias.

Arias recuerda otra vez un banquete. Una mesa grande, militares a cada lado, el sopor del aire. La bendición de los alimentos, la falta de información. “Nos daban unos libros de color verde, que después supimos que era el Libro Verde de Kadafi, en árabe y en inglés. Y estábamos ahí, en nuestras habitaciones, mirando televisión. De a ratos venía Sarme y nos decía que la cosa iba bien.” Pasaban las horas, se iban a dormir, se levantaban, no sucedía nada. “Un día viene Sarme, casi llorando de emoción, me agarra y me dice: ‘Comandante, comandante, lo conseguimos, tenemos las armas, salimos esta noche.’ No pregunté nada y comencé a prepararme.”

Una de las fotos que ilustran esta seria de notas muestra al comandante Juan Carlos Ardalla acomodando cajas de explosivos en el fuselaje del avión, antes de dejar Trípoli. “Cuando comenzó la carga –recuerda Ardalla– nosotros ayudamos a distribuirla para que la nave quede balanceada. Estos tipos traían los cajones y nadie pesaba nada. Así que un poco metimos mano para que el avión no se cayera de cola”. Arias recuerda un chiste: “Nunca trajimos tantas minas en un avión”. Después, más serio, agrega:

“Volamos por fuera de la aerovía. O sea, declarábamos una posición, pero estábamos en otra para no ser detectados, y así pudimos llegar a Brasil”. El vuelo AR 1440 aterrizó cargado de misiles esa misma mañana en la base aérea de El Palomar. No había tiempo que perder. Allí esperaba Jorge Prelooker para tomar la posta y llevar el mismo avión hasta el Sur del país.

El quinto y el sexto vuelo se cruzaron en el aire. Ahora volaba hacia Trípoli el comandante Gezio Bresciani y el operativo funcionaba, a pesar de que la rendición argentina estaba cerca. Esta vez, Bresciani no partió con el avión vacío: tuvo que llevar regalos especiales de Galtieri para Kadafi (ver Las manzanas...). Al llegar, se encontró con una sorprendente recepción. “En una de esas aparecen dos autos, con gente de civil en saco y corbata. Venía, además de un coronel libio, el embajador argentino en Libia, Sarme y dos tipos más. Nos dicen que podemos bajar del avión con nuestro equipaje. Bajamos las escaleras, viene el coronel y nos pide que nos quitemos todo lo que fuera aspecto de aviador. Hacía calor”.

Antes de subir a los autos, Sarme los saludó:

–Yo soy Alberto –les dijo– vayan tranquilos, después hablamos.

La tripulación salió de la base en dos autos por una ruta que atravesaba una zona semidesértica. Las casas eran todas iguales: cubos de dos niveles, alguna ventana. Llegaron a la periferia de una ciudad y fueron conducidos hasta una fortaleza de paredes altas. “Era un aguantadero militar, con una residencia importante dentro. Fuimos llevados por un pasillo, donde había dormitorios a cada lado. Nos dijeron a tal hora se come, a tal hora se desayuna, a tal hora se reza. Bajamos a comer. Había un living grande, donde nos encontramos con el doctor Alberto. Venían mozos, te servían. Buen servicio, buena vajilla. Nada de alcohol. Un jugo de frutos intomable. Antes de comenzar, Sarme bendijo la mesa en árabe y luego dijo: ‘Por favor comandante, bendígala usted’. Me negué cortésmente a hacerlo y todo siguió adelante con normalidad. Pero no se hablaba de la carga. Al lado de donde estábamos había una mezquita y esta gente se juntaba rezar dos o tres veces por día a todo volumen. La primera vez que lo escuchamos estábamos durmiendo y salimos de las habitaciones exaltados. No estábamos relajados. No nos decían nada sobre la misión.”
Sarme les dijo que la operación se estaba demorando porque no llegaban las armas. Dos días completos en ese lugar. La primera noche les dieron el libro verde de Kadafi. Había también un televisor pequeño en cada habitación, pero la programación no ofrecía variantes: sólo pasaban desfiles militares. Un traductor, en los ratos libres, les enseñaba algo de árabe y a ellos les resultaba entretenido aprender a escribir su nombre.

Esa misma noche, el embajador argentino en Libia los invitó a cenar en su casa. Los mandaron a buscar en dos autos y conocieron Trípoli. La impresión de Bresciani era que lo fastuoso en aquel lugar estaba relacionado con las construcciones militares o religiosas y que todo lo demás tenía un aspecto precario. Presenciaron un desfile militar, al parecer, algo habitual en las calles de aquella ciudad. Llegaron a destino. “La casa del embajador era una casa de clase media como si te dijera de Villa Martelli. Nos recibió junto a su esposa y a un militar argentino. La mujer había preparado arroz con arvejas y había vino porque los diplomáticos iban dos veces por semana a Roma y les permitían tenerlo en su casa. Nos explicó una serie de cosas sobre la identidad cultural y nada más. Volvimos al cuartel a dormir, sin saber todavía nada sobre la carga”.

Al día siguiente, el doctor Alberto les comunicó que el avión partiría por la tarde. “Cuando llegamos al aeropuerto, estaba en la mitad de su capacidad porque no habían llegado todas las armas que se esperaban. La operación no había salido del todo bien. Pero tenía como novedad dos pasajeros argentinos, un coronel de apellido Caridi y un mayor de la Fuerza Aérea, el que había llevado Cuniberti en el primer viaje”, cuenta.

El vuelo AR 1416 despegó desde Trípoli a las 19.35 del 6 de junio de 1982. El avión sobrevoló el Mediterráneo y cortó a través de Casablanca. “Seguí volando, pero tuve que mentir posiciones porque la ruta estaba cargada de tráfico y porque sabíamos que en el Atlántico la cosa estaba pesada. Luces apagadas, silencio de radio. En la frecuencia escuchábamos mucha conversación en inglés británico. Llegamos a Recife y ahí quisieron subir al avión unos militares. Pero no dejamos entrar a nadie. Llegamos a Palomar a las 11.05 y enseguida supimos que en las islas la mano venía mal”. Otro cruce aéreo: el mismo 6 de junio, el vuelo AR 1440 con destino final Trípoli partió de Ezeiza a Recife. “Fue un vuelo perfecto, llegamos a Libia sin problemas”, recuerda Mario Bernard, el comandante.

En el aeropuerto local los esperaba Sarme. “Nos recibió –sigue– junto a hombres de Kadafi. Nos dijo que las armas que Bresciani no había recibido ya habían llegado y nos pidió que un técnico de vuelo y el comisario se quedaran para controlar la carga. Nos metieron en unas limusinas negras con vidrios polarizados. El traductor iba sentado adelante. Y recuerdo que pasamos frente al Palacio de Kadafi y se detuvieron para mostrárnoslo. El traductor en buen inglés me dijo que Kadafi estaba orando en el desierto. Recuerdo que era descomunal, todo amurallado. A lo largo de toda esa muralla había tanques semienterrados en fosas de las que sólo sobresalían la torreta y el cañón.”

Llegaron a la residencia donde estarían alojados y fueron recibidos por el embajador argentino en Libia. “Ese día nos acompañó todo el tiempo. Primero nos llevaron a almorzar. Una mesa fantástica, donde se comió un cordero y hubo discursos. En el medio de la mesa, habían diseñado con flores celestes y blancas una bandera argentina. Sarme decía que Dios y Alá nos habían enviado a pelear contra el demonio y hablaba de Inglaterra como si fuera Satanás y también me acuerdo que había copitas de distintos colores y yo pensaba que era vino, pero no: eran como jugos de frutas, bebidas como esas que venden ahora. Pasamos una tarde tranquila, conversando con el embajador, que nos hablaba de lo difícil que era estar ahí, por las diferencias culturales y esas cosas”.

El embajador fue claro. Lo miró fijo a Bernard y al resto y les advirtió que no podían salir ni siquiera al jardín. “Nosotros estábamos alojados en una casa militar, con jardines muy lindos y un palacio llamativo en el centro. Pasamos la noche y al otro día nos vinieron a buscar y nos encontramos con una sorpresa: el comisario de nuestro avión estaba detenido porque lo habían agarrado sacando fotos. No le pegaron, pero le destrozaron la cámara y la película. Y lo llevaron a un alojamiento normal, con un centinela en la puerta. El avión estaba cargado. Pero el espacio que había entre la carga y el techo te permitía llegar hasta el fondo solo arrastrándote. Partimos con la indicación de volar bajo, tirándonos hacia Marruecos, para evitar los radares de la OTAN”.

Los inconvenientes, en el aire. Habla Bernard: “Viene el comisario de a bordo y me dice: ‘No quiero alarmarlos, pero siento explosiones en la cola del avión’. Bueno, se armó una discusión, quién va, quién no. Yo era el comandante así que me saqué el cinturón y fui, acompañado por el comisario. Fuimos arrastrándonos. Y se escuchaban explosiones bastante fuertes. Cuando llegué, confirmé lo que pasaba. Las cajas de madera que contenían las minas, al tomar altura el avión, por la presión, empezaron a reventar. Me calmé. Pero no tanto. La nave estaba llena de espoletas”

Recife fue un trámite. Palomar, última escala, fin de la operación. Sin pompas ni aplausos. El horizonte no era bueno. “Fue el último vuelo porque ya la cosa estaba mal para nosotros en las islas –recuerda Bernard–. El material llegó al Sur, pero la mayor parte no viajó a las islas porque ya estaba todo bombardeado.” Lo que empezaba, entonces, era el fin de la guerra, la derrota. Y para los siete pilotos de Aerolíneas Argentinas se iniciaba un período de silencio, de 30 años de silencio, con una historia que los enorgullece y que hoy, por fin, decidieron compartir.

© Escrito por Gonzalo Sánchez y publicado por le Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el lunes 21 de Febrero de 2012.

Nilda, Gendarmería Nacional y el Proyecto X... De Aguna Manera...

Garré descabezó a más de la mitad de la conducción de la Gendarmería...

  Mando. Garré había dicho ayer que investigaría qué pasó. En solo un día dio un golpe inesperado.

Fueron pasados a retiro 19 comandantes de la fuerza. Es la purga más grande de la última década. Está en duda el futuro del jefe de los gendarmes, Héctor Schenone.

Tras el escándalo por las tareas de inteligencia interna que realizó Gendarmería, la ministra Nilda Garré aceleró la purga de la cúpula de esa fuerza al pasar a retiro a nueve comandantes generales y diez comandantes mayores. En el Ministerio de Seguridad aseguraron que el recambio de más de la mitad del personal superior responde al “ciclo normal de ascensos y pases a retiro” y descartaron que los cambios hayan tenido que ver con el escándalo que se desató por el denominado Proyecto X.

También hubo cambios y pases a retiro en la Policía Federal y en la Prefectura Naval. Pero en ninguna de las otras dos fuerzas se produjeron modificaciones tan radicales en las estructuras de mando como en los Centinelas.

Al cierre de esta edición, se especulaba con que el jefe de Gendarmería, comandante general Héctor Bernabé Schenone sería reemplazado por el segundo de la fuerza, el comandante general Juan Sainz. Entre los comandantes generales desplazados se encuentran el director general de Personal, Jorge Nieto; el director general de Operaciones, Jorge Cabral; el director genera de Apoyo, Daniel Pérez.

Otro de los comandantes generales obligados a pasar a retiro sería Marcelo Martinengo, director de Inteligencia Criminal y jefe del área donde se desarrollaba el Proyecto X, una gigantesca base de datos con información personal de dirigentes sociales, sindicales y políticos que terminaba nutriendo el engranaje de espionaje interno. El propio Schenone admitió la existencia del sistema de inteligencia cuando envió al juez Norberto Oyarbide una jugosa explicación de por qué sus hombres espiaban a delegados de la empresa Kraft Food y Pepsico Snacks, entre otros dirigentes sociales.

También fueron pasados a retiro los oficiales que conducían el Servicio de Administración Financiera de la institución, encabezado por el comandante mayor Oscar Raúl Guidone. La salida de nueve comandantes generales representa la purga de más de la mitad del máximo escalafón de la fuerza.

Ayer, en el Ministerio de Seguridad se mantuvieron cautelosos y herméticos a la hora de hablar de los recambios. “La ministra Garré será quien va a dar mayor información cuando asuman los nuevos mandos, de todas maneras es algo común y ya estaba programado, no se hagan películas”, deslizó un funcionario de esa cartera.

En Prefectura sólo fueron pasados a retiro dos prefectos generales y cuatro prefectos mayores. Menos que lo previsto. Hasta ahora, en la cúpula de la vapuleada Policía Federal no habrá cambios, sólo se resolvió el pase a retiro de tres comisarios mayores. Pero sí se barrió a 24 comisarios inspectores, una suma considerable. “En simultáneo ascendieron 12 comisarios inspectores, incluyendo a la primera mujer que llegó a esa jerarquía, y 34 comisarios a comisarios Inspectores, consolidando un proceso de renovación generacional en la fuerza”, informaron en el Ministerio de Seguridad.

Anoche algunos miembros de la plana mayor de Gendarmería no sabían nada. “Son 19, es una barbaridad. La verdad es que no sé nada”, se excusó un oficial de alto rango.

“El proceso de selección que se inició en septiembre de 2011 implicó que por primera vez autoridades políticas del Ministerio participarán como observadores de los procesos de las juntas de calificaciones que realizaron cada una de las fuerzas. Esto permitió evaluar los procesos y los criterios aplicados por cada una de las instituciones”, informaron desde la cartera de Seguridad a través de un sorpresivo comunicado de prensa lleno de incógnitas que nadie quiso despejar.

© Escrito por Fernando Oz y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Como funciona el Proyecto X...

 Escudo de Gendarmería Nacional.

Cada tarde, los espías de Gendarmería Nacional llegaban a la Unidad de Investigaciones y Procedimientos Judiciales, con asiento en los cuarteles que tiene la fuerza en Campo de Mayo, para elaborar los informes de inteligencia. Luego, los documentos eran enviados para su análisis y archivo en la poderosa Dirección de Inteligencia Criminal que se encuentra en el complejo del edificio Centinela.

Una vez “tamizada”, la información era volcada en una gigantesca base de datos denominada Proyecto X. Pero allí no solamente ingresaban los trabajos de inteligencia que se realizan en Centro de Reunión de Información Campo de Mayo, sino que se almacena toda la “data” que llega de todo el país.

“Cada una de las regiones –la fuerza tiene cinco– tiene su Centro de Reunión de Información. Todo eso después se envía a Buenos Aires”, reconoció a PERFIL una fuente de Gendarmería que sabe de qué se trata. El Centinela aseguró que “siempre” fueron normales las actividades de inteligencia: “Sobre todo, en casos de narcotráfico, contrabando. También se recolecta información del exterior”.

Gendarmería cuenta con tres sistemas de datos. El Sistema de Antecedentes de Gendarmería (SAG) es el más común y el que se suele utilizar en los pasos fronterizos, hasta se lo comparte con los funcionarios de Migraciones. El otro es el Sistema de Gestión Operativa (SGO), está relacionado a todas las causas judiciales que investiga Gendarmería, es un listado completo de los procedimientos realizados en todo el país. La tercera base de datos es considerada como “confidencial” y de difícil acceso, su nombre es Proyecto X.

© Escrito por Fernando Oz y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Documentos publicados en la página -Plazademayo.com-


 
 
 

© http://www.plazademayo.com/2012/02/proyecto-x-vigilen-a-la-clase-obrera/