Mostrando las entradas con la etiqueta Armando Parodi. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Armando Parodi. Mostrar todas las entradas

miércoles, 6 de agosto de 2014

Gabriel Rabinovich, y la inmunidad contra el Cáncer... De Alguna Manera...


“Sueño con avanzar en la capacidad del sistema inmune contra el cáncer”

Futuro. “Nuestras herramientas podrán combinarse con otras. El cáncer podría volverse una enfermedad crónica”, dice Rabinovich. Foto: Néstor García

A Fondo. Gabriel Rabinovich. Investigador en inmunopatología. Luego de muchos ensayos y errores, el entrevistado identificó una proteína, la galectina 1, que -asegura- puede ser heroína o villana, según actúe frente a las enfermedades.

Es como el Javier Mascherano de la ciencia argentina. Gabriel Rabinovich corre muy bien tanto en la ciencia básica como en la transferencia de sus descubrimientos, que ya están patentados. Tuvo su crisis porque los experimentos no le salían como esperaba, pero se levantó y descubrió una proteína que es clave para el sistema de defensas del organismo humano (el sistema inmune): lo llevó a potenciales tratamientos para cáncer, la artritis reumatoidea, la esclerosis múltiple y otras enfermedades autoinmunes. 

Y sabe alentar a otros con humildad: juega con un equipo de investigadores y becarios que tienen entre 24 y 45 años, que se reúnen en un café para compartir ideas y luego se lucen en las publicaciones científicas de nivel internacional como Cell y Nature Immunology. Rabinovich, de 45 años, trabaja como investigador en inmunopatología del Instituto de Biología y Medicina Experimental del Conicet y como profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Por su trayectoria, es el ganador del Premio Bunge y Born 2014, el más prestigioso y longevo premio científico nacional (se creó en 1964), que ganaron el Nobel Luis Federico Leloir, Alfredo Lanari, Eduardo De Robertis, Eduardo Artz y Armando Parodi, entre otros.

¿Cómo se enamoró de la inmunología en la universidad?
Yo no sabía si quería hacer ciencia. Empecé a estudiar ciencias químicas porque mis padres tenían una farmacia en Córdoba y yo pensaba que iba a volver a trabajar allí después de graduarme. Me gustaba muchísimo la carrera, pero no había una materia que me volviera loco. Hasta que la inmunología sí me atrapó: se hace preguntas apasionantes que incluso hoy no están respondidas totalmente. Por ejemplo, se sabe que el sistema de defensas de un individuo puede reaccionar frente a algo extraño con lo que nunca antes tuvo contacto, como un virus. Pero ¿cómo es la “educación” de los glóbulos blancos, los linfocitos T, para reaccionar frente a ese virus? ¿Y cuáles son las estrategias que los virus, las bacterias o los tumores usan para escaparse? Cada clase era como un juego de rompecabezas.

¿Ahora hay más respuestas?
Viví una época de maravillas cuando cursaba, pero no se conocía tanto sobre el sistema inmune. Después, explotó el conocimiento. Hoy se sabe que hay muchas subpoblaciones de linfocitos, como si fueran diferentes regimientos de un ejército. Hay linfocitos que reconocen bacterias. Otros que detectan virus, otros alergenos (que causan alergias), otros parásitos. Ya hay muchas subpoblaciones de linfocitos que están especializados en detectar tumores y microbios. Cuando estudiaba, no había trabajos fuertes que demostraran los mecanismos de vigilancia del sistema inmune ni los de escape del tumor como ocurre en la actualidad. La revista estadounidense Science seleccionó a las inmunoterapias contra el cáncer como el avance del año 2013. Son terapias que usan la capacidad natural del sistema inmune para destruir células cancerosas. Ya algunas dieron excelentes resultados en combinación con tratamientos clásicos.

¿Cómo llegó al primer descubrimiento en inmunología?
En 1993, empecé con un proyecto durante mi doctorado en la Universidad Nacional de Córdoba, y la verdad es que no podía encontrar resultados contundentes. Pasaban las semanas y sentía que la tarea experimental quizás no era lo mío. Entré en una crisis muy intensa durante un año. Hasta que formulé un nuevo proyecto, con mis mentores Carlos Landa y Clelia Riera, e intenté observar si unos anticuerpos que eran de conejos podían reaccionar contra alguna estructura en el sistema inmune de roedores. Una noche (porque suelo quedarme a trabajar hasta tarde) estaba frente al microscopio y reconocí una estructura desconocida. Luego, de varios años, nos dimos cuenta de que se trataba de la proteína galectina-1.

Desde entonces, su vida como científico cambió para siempre.
Sí, mucho. Fue totalmente inesperado. Desde entonces hemos ido haciendo otros descubrimientos que se relacionan con el rol de la proteína galectina-1 cuando el cuerpo humano está sano, pero también cuando se enferma.

¿Qué hace la proteína?
Es como una gran silenciadora de nuestras defensas. Cuando hay una inflamación o una infección, se genera una respuesta inmunológica del organismo que tiene que frenarse a tiempo. Porque si no se frena, el sistema inmune pasa a atacar al propio cuerpo. Galectina-1 entra a jugar en ese momento como un mecanismo homeostático. Los niveles de esa proteína hacen un pico y empieza a matar linfocitos T que andan dando vueltas y no sirven para seguir atacando. Esto ocurre en cualquier infección o inflamación. En casos de pacientes con un trastorno de autoinmunidad, como artritis reumatoidea o esclerosis múltiple, lo que se observa es que no hay una resolución porque no se eliminan los linfocitos en forma adecuada. Estamos explorando qué pasa en las personas con enfermedades autoinmunes para que no puedan producir suficientes niveles de galectina o que no puedan producir suficientes receptores para que el sistema inmune se frene cuando corresponde.

¿Y qué pasa en casos de cáncer?
Después de identificar a galectina-1, intentamos buscar qué relación había entre su rol y el desarrollo de los diferentes cánceres. Encontramos que, si sus niveles están aumentados, la proteína impide que el propio sistema inmune ataque a los tumores. También logra que el tumor pueda seguir produciendo vasos sanguíneos para nutrirse y crecer, y que pueda proliferar en otros tejidos y órganos del cuerpo. Esto significa que la proteína contribuye también a las metástasis. Un tumor puede tener hasta 20 veces más de galectina-1 que un tejido normal.

Llama la atención que la misma proteína se encuentre involucrada en enfermedades diferentes.
Es cierto. Galectina-1 es una molécula que se puede comparar con una moneda con dos caras. Puede ser una heroína. Puede ser una villana. Todo depende de las concentraciones en que se encuentre y del estado patológico. En niveles adecuados, es una heroína que consigue frenar a tiempo la respuesta del sistema inmune frente a infecciones o inflamaciones. En niveles aumentados, en cambio, ayuda a los tumores a crecer e invadir nuevos órganos.

¿Esos descubrimientos básicos se podrían trasladar a la medicina de todos los días?
Estamos desarrollando dos estrategias diferentes. En el caso de las enfermedades autoinmunes, nos encontramos en el camino de estimular la producción de la proteína. En el caso de los cánceres, la proteína está aumentada. Por lo cual, el tratamiento debería pasar por bloquearla con anticuerpos u otros antagonistas para dejar que el sistema inmune sea capaz de combatir los tumores. Estamos trabajando en esas aproximaciones, aunque nos falta aún llevarlas a ensayos clínicos con pacientes y comprobar su eficacia y seguridad.

¿Contribuiría a un mejor control de los cánceres?
Hoy hay una hipótesis que se llama de las tres “E” de la inmunoedición. La primera es la “eliminación”. Todos tenemos células que se transforman, pero el sistema inmune es suficiente para detectarlas y matarlas. Por eso, la mayoría de la gente ni se entera si tiene células malignas ya que el mismo sistema inmune se ocupa de eliminarlas. La segunda “E” es la del equilibrio, que dura muchos años: el sistema inmune coexiste con el tumor, pero no puede matar las células malignas. La última “E” es la del escape. Es el momento en que el tumor ya se manifiesta y hace que los niveles de galectina se encuentren elevados y pueda matar los linfocitos que tenían la misión de controlar el cáncer. Hoy la mayoría de los pacientes llega al diagnóstico cuando están en la tercera etapa. Lo ideal sería detectar el cáncer en la etapa anterior.

¿Cómo maneja la ansiedad de que haya hoy un montón de enfermos y los tratamientos aún estén en desarrollo?
Es la parte más sensible de todo lo que hacemos. Comunicamos nuestros descubrimientos porque sentimos que es nuestra obligación y somos optimistas. Pero también queremos transmitir cautela. A veces nos consultan pacientes, pero les aconsejamos que consulten a buenos profesionales médicos. Las herramientas que estamos desarrollando todavía están en etapa pre-clínica. Hay compañías que están interesadas en tener las licencias de las estrategias que ya hemos patentado. Pero todavía no se encuentran disponibles.

¿Estima que las herramientas que desarrolla con su grupo llegarán a estar disponibles pronto?
Pensamos que en el futuro nuestras herramientas podrán combinarse con otros tratamientos, como otras inmunoterapias, terapias que disminuyen los vasos sanguíneos, quimioterapias o con las cirugías. El cáncer podría volverse una enfermedad crónica, como ocurre con la diabetes.

En febrero pasado, el ministro de Ciencia, Lino Barañao, dijo que el trabajo de su equipo “ejemplifica el ideal de hacer ciencia básica inspirada en el uso porque impacta económica y socialmente en toda la comunidad”.
Sí, estoy muy agradecido con sus palabras. Yo siempre fui un defensor de la investigación básica. Los proyectos robustos en investigación básica pueden dar lugar a desarrollos importantes en la clínica. No creo que haya una división entre ciencia básica y ciencia aplicada. Es un mito. Hacer buena ciencia para ayudar a que los pacientes no sufran tanto es un gran desafío. Ahora, siento que mi carrera está más relacionada con la medicina que nunca y que puede tener un impacto social. Sueño con avanzar en la capacidad del sistema inmune contra el cáncer” 

Otro mito es que el científico trabaja solo en el laboratorio.
Trabajamos en equipo. Cada uno de los que pasan por mi laboratorio pone su granito de arena. Quiero que aprendan muchas cosas, pero que cada uno pueda desarrollar su talento. 

Que tengan paciencia porque de cada 10 experimentos que hacemos en el laboratorio, sólo uno sale bien, y que se aprende de las crisis. Quiero que cada uno sea un héroe.

© Escrito por Valeria Román el Domingo 03/08/2014 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 5 de mayo de 2013

Cuatro argentinos entran a la Academia de Ciencias de EE.UU. ... De Alguna Manera...


Reconocimiento a la excelencia…

Jorge Dubcovsky, Eduardo Fradkin, Juan Maldacena y Eduardo De Robertis.

Cuatro investigadores argentinos fueron incorporados como nuevos miembros de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, una de las instituciones más prestigiosas del mundo y que este año conmemora su 150º aniversario. Ellos son: los físicos Juan Martín Maldacena y Eduardo Fradkin, el biólogo Jorge Dubcovsky y el bioquímico Eduardo De Robertis. Estos científicos fueron escogidos por su pares en reconocimiento “a sus distinguidos y continuos logros en investigaciones originales”. Se trata de la primera vez que se eligen cuatro científicos que se formaron en la Argentina y luego emigraron a EE.UU. como miembros activos de la Academia. Con anterioridad, la institución había incorporado a otros seis investigadores del país como asociados extranjeros: Armando Parodi, Francisco de la Cruz, Alberto Frasch, Sandra Díaz, Víctor Ramos y Alberto Kornblihtt

Dubcovsky es biólogo y genetista del Departamento de Ciencias Vegetales de la Universidad de California. Colabora con el INTA.

“Me llamaron por teléfono a las seis de la mañana para informarme del nombramiento. Para mí es un honor formar parte de la Academia”, contó Juan Maldacena por mail a PERFIL desde Princeton, donde trabaja como profesor en el Instituto de Estudios Avanzados. Maldacena es uno de los científicos más reconocidos en el mundo por su contribución al progreso de la física a partir de la teoría de las cuerdas, según la cual las partículas no son pensadas como puntos sino como cuerdas muy pequeñas que oscilan de forma diferente. El científico nació en Buenos Aires en 1968 y tras cursar la secundaria en el Liceo Militar General San Martín inició sus estudios superiores en la UBA. Luego continuó en el Instituto Balseiro de Bariloche, donde obtuvo su licenciatura en Física. El año pasado, recibió el premio Yuri Milner, dotado de US$ 3 millones.

Maldacena es profesor de la Universidad de Princeton. El año pasado ganó el premio Yuri Milner.

Otro de los físicos premiados fue el argentino Eduardo Fradkin, profesor del Departamento de Física de la Universidad de Illinois, en EE.UU. Fradkin se recibió de licenciado en Física en la UBA en 1973 y más tarde hizo su doctorado en la Universidad de Stanford, en California. Sus aportes principales corresponden al campo de la física de la materia condensada. “En este momento mi trabajo se concentra en dos problemas centrales: la teoría de los estados topológicos de la materia y la teoría de los superconductores de alta temperatura”, le resumió a PERFIL. Para el físico teórico, el premio es un gran reconocimiento por parte de la comunidad científica: “El hecho que cuatro científicos argentinos, todos formados en la universidad pública fuéramos elegidos es testimonio de la calidad de la educación que recibimos”.

De Robertis nació en Boston pero se doctoró en química biológica en el Instituto Leloir. Trabaja en la Universidad de California.

Además de Maldacena y Fradkin, la Academia también eligió como miembro al genetista Jorge Dubcovsky, profesor del Departamento de Ciencias Vegetales de la Universidad de California. “El premio es un reconocimiento importante al trabajo de muchos años. Me abre puertas para influir en consultas que el gobierno de EE.UU. hace a los científicos sobre agricultura e inversión en ciencia”, le dijo a PERFIL. El científico realizó una valiosa contribución al mejoramiento genético del trigo, basado en el uso de herramientas tecnológicas de ultima generación. “Mi laboratorio se dedica a identificar los genes que regulan la floración del trigo y la madurez del grano”, contó. Dubcovsky estudió en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, donde obtuvo su título de licenciado en Ciencias Biológicas en 1984. En la década del 90 emigró a EE.UU. Sin embargo, mantiene un estrecho vínculo con la Argentina, ya que colabora con el INTA en el programa de trigo en Marcos Juárez, Córdoba, y tiene a su cargo cuatro estudiantes de doctorado.

Fradkin es físico teórico y se desempeña como profesor de la Universidad de Illinois.

El último investigador premiado es un argentino “por adopción”. Eduardo De Robertis (h) nació en Boston, EE.UU., mientras su padre –el reconocido médico y biólogo argentino del mismo nombre– estudiada en el MIT. Luego, se recibió de médico en Uruguay e hizo su doctorado en química en el Instituto Leloir, de Buenos Aires. De Robertis trabaja en la Universidad de California ejerciendo la docencia en el Departamento de Química Biológica. “Junto a mi equipo logramos aislar una serie de genes que controlan cómo las células se comunican durante el desarrollo del embrión temprano”, explicó. La Academia eligió este año a 84 nuevos investigadores, que suman un total de 2.179 miembros. Entre ellos hay más de 200 Premio Nobel.  El nombramiento es “uno de los honores más grandes que un científico puede recibir”.

© Escrito por Florencia Ballarino el sábado 04/05/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.