Daniel Viglietti, el vanguardista…
Murió Daniel Viglietti, con él
se murió un vanguardista, un artista descomunal, el tipo que llevó la
sofisticación hecha canción y guitarra a una masividad imposible.
© Escrito por Pablo Marchetti el miércoles 01/11/2017 y publicado por el Periódico La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Miren la tapa de ese disco. Es Trabajo de
hormiga, de Daniel Viglietti, grabado en vivo en el Luna Park en
1984. Ahí estoy. Adelante de todo. Tenía primera fila, al medio. Si hay gente
adelante es porque hubo algunos colados de las filas de atrás que se sentaron
en el piso.
Tenía 16 años y fui con mi hermano César al Luna Park el día en que se ponían en venta las entradas, a las seis de la mañana, a hacer la cola. Ahí saqué las entradas. Después fuimos al concierto con mi mamá, Marisa, con mi papá, Néstor, y con César, que es el de rulos y jardinero, remera celeste con mangas rojas, el que más destaca en la foto.
El primer momento en que Daniel Viglietti interactuó en
mi vida, mi primera anécdota, fue a los tres o cuatro años. Yo tenía la edad
que tiene Trilce -mi hija-ahora, más o menos. Vivíamos en Valentín Alsina,
típica casa del Conurbano, con jardín modesto, limonero, rosas, jazmín del
país. Había una canilla que a mí me encantaba abrir. Me lo contaron después mis
viejos, yo no lo recuerdo, era muy chico.
Mis viejos me retaban, me decían que no la abriera, y yo
iba y la abría. Siempre. Sí, como hace Trilce ahora cuando le gusta algo. O
simplemente cuando quiere llamar la atención hinchando las pelotas. Abría la
canilla hasta que mis viejos se cansaron y la ataron con un alambre. Me dicen
que cuando la fui a abrir, no pude, obviamente. Y que, al ver que lo que me lo
impedía era un alambre, empecé a cantar: “A desalambrar, a desalambrar”.
Obviamente, canté eso porque a mis viejos les encantaba Viglietti. Y se la pasaban
escuchándolo.
Viglietti es para mí como Mafalda o Los Beatles: un gusto que me marcó de
chico y que me iba a acompañar toda la vida. Con una diferencia: Mafalda y Los
Beatles son puertas universales y es obvio que funcionan de esta manera. Tienen
tantos niveles de lectura que cualquier chico del Mundo puede entrar al arte,
sumergirse en una obra que los va a acompañar siempre.
En momentos en que la izquierda no parece estar pasando
su mejor momento, revisar la obra de Viglietti y compararlo con lo que el
imaginario nos dice que es la obra de Viglietti, se parece mucho a un ejercicio
necesario y hasta indispensable.
Viglietti, en cambio, es mi héroe imposible, el tipo que, a priori, no
parece crear para que lo escuchen los niños. Pero siempre hay anomalías. Y esas
anomalías pueden ser constitutivas.
¿Por qué soy como soy? Hay un montón de respuestas
posibles. Pero sin dudas, una de ellas es: soy como soy porque fui un niño que
creció escuchando a Daniel Viglietti. Y también soy como soy porque fui
creciendo descubriendo las múltiples capas que había en ese artista magistral
que es, fue y será siempre Daniel Viglietti.
Viglietti es, ante todo, un gran malentendido. Por un
lado, en el imaginario colectivo se lo confinó al universo de “cantor político”
o “cantor de protesta”. Así titulan la noticia de su muerte la mayoría de los
diarios, que tienen que actuar respeto pero jamás lo entendieron. Claro que ese
confinamiento, ese malentendido, lo llevó a tener un público amplio, masivo,
cuando ese canto urgente era también una necesidad de un público amplio.
A diferencia de otros autores de trazo más grueso y una
simpleza acorde al mensaje político que se quería transmitir, Viglietti siempre
fue un sofisticado. Inclusive cuando se puso más directo o rozó, en los textos,
lo panfletario. Sus letras más directas están acompañadas por piezas de
guitarra deudoras de la escuela clásica: Viglietti fue alumno de, entre otros,
Agustín Carlevaro, maestro uruguayo y referente mundial de la guitarra de
concierto.
Su primer disco tiene un nombro propio de la música
erudita: “Canciones folklórica y seis impresiones para canto y guitarra”. Da la
sensación de que se trata de un músico de raíz clásica o erudita, haciendo
música popular. Como si fueran las composiciones de Ginastera o Villa-Lobos.
¿Coincidencia? No, ni un poco. Al contrario, coherencia absoluta.
Si hay un signo distintivo en la obra de Daniel Viglietti es la vanguardia,
su tozuda e inquebrantable vocación vanguardista. Era un tipo de izquierda, sin
duda. Un tipo que no dejaba duda de su condición política en ninguna de las
cosas que hacía. Pero era, ante todo, un vanguardista. Alguien que, como León
Ferrari o Mauricio Kagel, pretendía que vanguardia y política confluyeran en
una misma dirección.
A diferencia de muchos cantautores “de protesta” que eligieron simpleza
para llegar al pueblo, Viglietti jamás cedió ni un poco de sus convicciones
artísticas. Ni como autor, ni como difusor de otros autores. Porque Viglietti
fue también periodista, escritor, investigador, comunicador. Pero quiero hablar
aquí de su obra artística. Y de su condición de difusor desde lo artístico.
A diferencia de
muchos cantautores “de protesta” que eligieron simpleza para llegar al pueblo,
Viglietti jamás cedió ni un poco de sus convicciones artísticas. Ni como autor,
ni como difusor de otros autores.
En los 70, cuando buscó difundir a autores contemporáneos o un poco más
chicos, menos conocidos que él, hizo el disco “Trópicos”. Allí cantó temas de
Silvio Rodríguez (un perfecto desconocido en ese momento), Noel Nicola o Chico
Buarque, otro desconocido, al menos en Argentina y Uruguay. Cuando volvió del
exilio, puso como telonero de sus conciertos a Leo Maslíah (que es fan de la
obra de Viglietti e hizo una gran versión en piano del tema “Gurisito”), Jorge
Lazaroff o Luis Trochón.
Recuerdo un concierto en Obras donde apareció Trochón solo en el escenario,
barba larguísima, disfrazado, recitando un texto delirante no apto para
fundamentalistas de “a desalambrar”. Sus discos posteriores al exilio, si bien
no marcan una ruptura con el pasado, sí dan cuenta de otras búsquedas, más
personales, menos terminantes, más llenas de preguntas que de certezas.
“Esdrújulo”, su disco post caída del Muro de Berlín y la
Unión Soviética es una obra maestra. Las dudas lo volvían gigante, la falta de
respuestas lo hacían más y más grande artista.
El gran musicólogo brasileño residente en el Uruguay,
Guilherme de Alencar Pinto tiene una buena respuesta para el malentendido de
Viglietti. Guilherme dice que Viglietti quedó atado, en el imaginario, a una
obra de un momento, que fue la que tuvo más repercusión en el público. Pero que
su obra política directa fue breve y que encasillar toda una vida en aquel
momento es como circunscribir toda la obra de Jean-Luc Godard a la marca que
dejaron las películas más políticas directas de fines de los 60 y comienzos de
los 70.
Godard podría ser un buen punto de partida para mirar comparativamente la
obra de Viglietti. Pero si de buscar referencias y semejanzas se trata, me
quedo con dos poetas a los que admiraba profundamente: Vladimir Maiakovski y
César Vallejo. Ambos fueron comunistas, ambos tuvieron una obra signada por una
ideología colectiva y hablaron de manera urgente sobre su tiempo. Pensemos en
el poema “Lenin”, de Maiakovski; o en “España, aparta de mí ese Cáliz”, de
Vallejo.
Hay una mirada política, sí. Pero lo que importa en
Vallejo y en Maiakovski es la forma poética. O, en todo caso, cómo la forma se
vuelve contenido y viceversa. En momentos en que la izquierda no parece estar
pasando su mejor momento, revisar la obra de Viglietti y compararlo con lo que
el imaginario nos dice que es la obra de Viglietti, se parece mucho a un
ejercicio necesario y hasta indispensable.
Son los viejos dogmas, las certezas incuestionables, todo
lo que creíamos correcto lo que está en juego. ¿Cómo hacer para barajar y dar de
nuevo sin perder la identidad de izquierda, sin dejar de estar parados en este
lado del mundo? La reinvención, el rigor y la dedicación que existen en la obra
de Viglietti pueden ser una clave para pensarnos.
Por último, una anécdota: ya les conté que cuando yo
tenía la edad de Trilce ya cantaba “A desalambrar”. Ya más grande, cuando
decidí que quería que mi hija menor se llamara Trilce supe que, además de
llamarse como el libro clave de César Vallejo (y de la poesía castellana del
siglo XX), se iba a llamar como la hija de Daniel Viglietti. Sí, Viglietti
tiene una hija que se llama Trilce.
Si hay un signo
distintivo en la obra de Daniel Viglietti es la vanguardia, su tozuda e
inquebrantable vocación vanguardista. Era un tipo de izquierda, sin duda. Pero
era, ante todo, un vanguardista.
Le comenté a Viki del nombre, le hablé del libro de Vallejo (ella no lo
conocía) y le hice escuchar “La canción de Trilce”, la bellísima canción que
Viglietti le escribió a su hija. A Viki le emocionó tanto que dijo que sí y
asumió su versión de los hechos: Trilce sería para ella “la que vence la
tristeza”. O sea, su versión de Trilce es más viglettiana que vallejiana.
Y hay más: si Trilce era varón, pensábamos ponerle Vladimir. Aquí también había distintas versiones de los acontecimientos: ella decía que era por Lenin; yo decía que era por Maiakovski.
Ayer se murió lo último que quedaba en la Tierra de la huella de Vallejo y
Maiakovski. Se murió un vanguardista, un artista descomunal, el tipo que llevó
la sofisticación hecha canción y guitarra a una masividad imposible.
Se murió un creador cuya obra me acompañó toda mi vida.
Me queda el consuelo de la grandeza de esa obra, de tener aún mucho por
descubrir en su legado. Eso sí: no me pidan que no esté triste, muy triste.