"Esto es una
presión para que deje de dibujar"…
Caso. "Como hay una obsesión con el Grupo Clarín, y
particularmente con el diario, te diría que no soy el dueño del diario, nunca
aspiré a otra cosa que hacer lo que hago y en el diario nunca me dijeron lo que
tenía que hacer."
Sus dibujos
enfurecieron al kirchnerismo. En 2008, la Presidenta lo llamó “cuasi mafioso” y
ahora lo acusaron de misógino. Dice que esto no le pasó ni en la dictadura,
cuando dibujó a Videla como una viuda. Cree que Cristina no está preparada para
soportar el ejercicio del poder.
La caricatura política ha sido, desde los lejanos tiempos en
que Ramón Columba se burlaba de los legisladores y las sesiones del Congreso de
la Nación, una tradición que permanece vigente, en particular gracias al
talento de Menchi Sábat.
—Columba era taquígrafo del Congreso –recuerda Sábat– y por
eso tenía a todos los políticos a su alrededor. Se familiarizó con ellos y sacó
entonces una espléndida revista que se llamó Páginas de Columba, que tenía
dibujos magníficos. Eran las postrimerías de la década del 20 y entre sus
colaboradores figuraba nada menos que Guillermo Divito…
—¡Divito! El creador
de “la chica Divito”, que con sus curvas enloqueció a más de una generación.
—Yo he conservado algunos ejemplares en los que ya aparece
la firma de Divito, que en la década del 40 avanzó con Rico tipo. Además,
Divito tenía una cualidad muy elogiable: nunca sentía celos por el talento
ajeno, cosa que no abunda en la vida… Y de esa generación no quiero dejar de
mencionar a un hombre, Oski (en realidad se llamaba Oscar Conti), que no se
caracterizaba por elogiar muchas cosas, y sin embargo hablaba maravillas de
Divito. Pero volvamos a Columba: vos sabés que fundó una editorial, sacó la
revista El Tony e inventó una historieta que se llamaba Raco el extra. En
realidad jugaba con las iniciales de Ramón Columba, y en la tapa aparecía la
tira de Mandrake.
—También, durante la
Segunda Guerra Mundial, Lino Palacio con el seudónimo “Flax” publicaba crónicas
de la época.
—Sí –interrumpe Sábat–, pero fijate que Lino Palacio (que
personalmente era un hombre encantador) se tomó la guerra con mucha liviandad.
Para él eran lo mismo Hitler que Churchill, o Il Duce y Roosevelt. No me gusta
hablar mucho de ese tema, pero evidentemente Lino no tomó la guerra como la
tragedia que realmente fue.
—Ahora, Menchi, te
toca a vos. En Plaza de Mayo te llamaron “cuasimafioso” y según José Pablo
Feinmann, te gusta pegarles a las mujeres.
—Bueno, yo estoy muy triste y hasta un poco desordenado
internamente por este asunto. Yo esperé muchos años para tener este trabajo.
Mucha gente, antes de los 37 años, hubiera tirado la toalla, ¿no? Entré al
diario La Opinión en 1971–recuerda– y el diario no podía competir en calidad de
impresión con Clarín, Nación o La Prensa (que todavía se mantenía). La Opinión
se imprimía en los talleres del Tageblatt y, entonces, lo que parecía ser una
emulación del legendario Le Monde de París (que no publicaba fotografías)
prefirió justamente utilizar una tecnología anterior, casi diría pretérita, con
dibujos lineales. Entonces me contrataron a mí, y esto cambió mi vida. Era la
posibilidad de trabajar en algo que, de algún modo, colmaba mis deseos y mi
vocación. Pasé dos años en La Opinión, hasta que a fines de marzo de 1973 y
hasta ahora trabajé en Clarín. Quisiera que sólo hubieran pasado cuarenta
minutos y no cuarenta años. Como decían los ingleses, “la vida empieza a los
40”. Pero lo que me llama la atención en estos momentos es el ataque
indiscriminado. ¿Por qué?
—Es público y notorio
que la diputada Cerruti y el filósofo José Pablo Feinmann te han acusado de las
peores violencias contra las mujeres por haberle pintado un ojo morado a la
Presidenta a raíz de la multitudinaria manifestación del 8 de noviembre.
—Te diré que esto me llama mucho la atención. ¿Por qué?
Fijate que bajo la presidencia de la señora María Estela Martínez de Perón...
—… cuando López Rega,
su ministro, crea la asociación terrorista de la triple A…
—… yo dibujé cosas que, comparadas con ésta, eran
violentísimas. E incluso, años después, con la ingeniera María Julia Alsogaray.
Y nadie dijo nada. Ahora resulta que, por un lado, soy misógino. ¿Qué tendría
que haber dicho entonces el señor Menem? ¿Que soy homofóbico? Cuando hoy leí la
nota acerca del comentario radial de José Pablo Feinmann me encontré con que
deriva mi dibujo a lo que hacen los hombres en México con sus mujeres, “a las
que matan como ganado…”, dice. Cosas que no pasarían por la cabeza de nadie
aquí en Buenos Aires. Incluso habla de Picasso (“Picasso y Dalí eran mucho más
maestros, pero Picasso nunca lo dibujó a Hitler pegándole una piña a una
mina…), y si hubo un artista realmente genial que se dedicó a destrozar a la
mujer fue justamente Pablo Picasso. Sin entrar en un juego de cotejo, basta con
ver la reproducción de su obra. Pero acá, evidentemente, tengo una sensación de
inseguridad personal por lo que pueda pasar después de las elecciones del año
que viene. Una sensación que puede llevar a la gente a este tipo de cosas, de acusaciones,
por miedo a perder su programa en una radio o una banca en la Legislatura.
Realmente no lo entiendo. Lo único que puedo decir es esto: yo me ocupo de mi
trabajo. No aspiro a otra cosa que no sea mi trabajo, que vengo haciendo desde
hace unas cuantas décadas… Yo nunca recibí advertencias de este tipo. Es una
cosa muy triste. No me ocurrió siquiera durante la dictadura militar.
—Y eso que dibujaste
a las famosas “viudas” del Proceso, que eran ni más ni menos que los miembros
de la Junta Militar.
—Bueno, ese dibujo se publicó cuando era presidente el
general Reinaldo Bignone y las viudas enlutadas eran Videla, Viola, Galtieri y
Bignone. Y nadie dijo nada. Pero esto no quiere decir que yo sea bueno. No me
voy a rasgar las vestiduras, pero… no sé. Evidentemente es una presión para que
yo deje de dibujar. Sin duda alguna.
—¿Como ves al
gobierno? ¿Fascista, autoritario?
—A mi me resulta difícil juzgarlo de una manera rotunda.
Creo, sí, que no es un gobierno para todos, más allá del eslogan que ellos
plantean. Es un gobierno para ciertos sectores. No para todo el mundo.
—¿Y cómo ves la
personalidad de Cristina?
—Ella tiene una personalidad muy compleja. La gente que
aspira al poder se supone que debería estar entrenada para eso y para tolerar
las cosas que suceden cuando ellos están en el poder. Daría la sensación que la
Presidenta no está totalmente segura. Esta es la sensación que transmite.
—No es extraño que
los intelectuales no coincidan con sus gobernantes, y por eso tampoco se los
llama “cuasimafiosos”, como cuando le dibujaste unas curitas en la boca a la
Presidenta. ¿Qué quisiste decir para que lo haya interpretado así?
—Lo que yo veía y escuchaba en esos momentos (exactamente
abril de 2008) era que la señora Presidenta hablaba dos o tres veces por día.
Nada más que eso. Pero, evidentemente, acá estamos frente a algo que ha pasado
hace cuatro años y medio. Y ésta es la segunda advertencia. Como aquí hay una
cuestión monotemática y una obsesión con el Grupo Clarín, y particularmente con
el diario, te diría que yo no soy dueño del diario; nunca aspiré a otra cosa
que hacer lo que hago, y en el diario nunca me dijeron tampoco lo que tenía que
hacer. Y siento por eso un genuino agradecimiento. Creo que la gente tiene que
ser respetada como persona y hay que dejarla hacer lo que realmente sabe hacer.
Y esto es un poco lo que a mí me ha pasado: me respetan como persona pero
tampoco me meto en el puesto de otro. Ni peleo ni hago lo que no tengo que
hacer. Pero insisto en que creo que algunos desean que yo no trabaje más.
—Es muy posible. Hay
gente a la que le molesta la oposición inteligente: por ejemplo, si después de
la marcha del 8 de noviembre hubieras dibujado a la Presidenta con el corazón
desgarrado, no habría producido demasiados comentarios porque hubiera resultado
ridículo.
—Aparte, hay otra cosa: durante la década del 30, Hitler y
Goebbels, en particular, se dedicaron a perseguir a artistas a los que llamaron
“degenerados”. Incluso organizaron una exposición en la que estaban, por
ejemplo, Paul Klee, George Grosz… todos grandes artistas alemanes y, aunque no
te lo afirmo, yo creo que va a perdurar más el expresionismo alemán que el
surrealismo. Además, hay algo que dijo Picasso: “El arte no representativo
nunca es subversivo”, que es importante recordar y les cuadra a estos artistas.
Aquí, en Argentina –hilvana Sábat–, durante la década del 30 y del 40 la revista
Rico tipo en particular tuvo un papel destacado. Allí había gente de la
legendaria Patoruzú. Caras y Caretas, a su vez, cumplió una función
extraordinaria en el periodismo del país pero murió (de muerte natural) en
1936. En 1941 o ‘42 apareció Cascabel, pero ya en el ‘44 los gobiernos eran
militares. Entonces, en vez de hacerse caricatura política se creaban
historietas que eran arquetipos populares. Por ejemplo, Fúlmine, que era un
tipo que traía mala suerte, o El otro yo del Dr. Merengue, que expresaba los
pensamientos secretos de un hombre en su madurez. También se destacaba Pochita
Morfoni. En una palabra, no había una representación de lo que realmente
ocurría sino que, repito, se trataba de arquetipos populares. Como decía
Winslow Homer, “lamento haber pintado un cuadro que precise explicación”.
—¿Y cuándo se retomó
la caricatura política?
—Recién en la época de Frondizi con Landrú, a quien Onganía,
con su enorme bigote, le cerró la revista Tía Vicenta porque lo llamaba “la
morsa”. Ese cierre le valió a Colombres el premio Moores Cabot, muy importante.
—A los gobiernos
autoritarios nunca les han gustado las caricaturas. Por eso me llama mucho la
atención que un hombre inteligente como José Pablo Feinmann no pueda visualizar
esa realidad. Rarísimo.
—Sí, es una cosa muy extraña. Yo creo que únicamente el
ensimismamiento (que lleva al fanatismo) puede permitir esas cosas, ¿no es
cierto? Yo no voy a juzgar la sapiencia del señor Feinmann en su presunta
cualidad de filósofo. Me causa gracia… No me gusta que un individuo se
autocalifique… Sinceramente yo les disparo a esas cosas. Siempre me acuerdo, en
cambio, de Julián Centeya (el seudónimo de Amleto Vergiatti), que era un reo
porteño y se había mandado hacer unas tarjetas que decían: “Julián Centeya. Pobre”
–Menchi se ríe francamente–. Así como otros se presentan como abogados o
médicos, para Centeya su tarjeta de presentación era ser “pobre” de profesión.
Ahora bien, cada uno sabe a qué filósofos atender. En 1973, cuando fue
derrocado violentamente Salvador Allende, aparecieron por Clarín unos
periodistas franceses que trabajaban en una publicación incipiente que se
llamaba Libération…
—Un diario muy a la
izquierda…
—Exacto. Sartre estaba allí. Los franceses me pidieron
entonces que les hiciera un dibujo de Pinochet, cosa que hice de inmediato.
También me dijeron que no tenían plata para pagarme, pero les contesté: “Yo, lo
que quiero, es un manuscrito de Jean Paul Sartre”. Y me lo mandaron, cosa que
yo venero. Imaginate un manuscrito de puño y letra de ese hombre. Curiosamente,
con los años, en alguna librería especializada conseguí tres libros originales
de Sartre dedicados, no voy a decir a quién porque sería una denuncia ingrata.
Pero a lo que voy es que Sartre y Albert Camus, por ejemplo, son los individuos
que yo leía con intensidad cuando era un adolescente. Esas cosas repercuten
positivamente con los años porque esa gente nunca dejó de pensar lo que tenía
que pensar. Es decir, muy probablemente el único que descreyó de Sartre fue
Alberto Giacometti, un artista, un escultor extraordinario que ahora se está
exponiendo en la Boca. El era de origen suizo, y en una de las biografías de
Giacometti leemos que tanto Sartre como Simone de Beauvoir le pedían que se
mudara al elegante boulevard Raspail, y Giacometti nunca quiso salir del lugar
polvoriento donde dormía cada noche. Y con este agregado: cuando Giacometti
comenzó a ganar mucho dinero con la venta de sus magníficas obras, les pagaba
departamentos carísimos a las damiselas que frecuentaba en los boliches a los
que concurría todas las noches Es decir… repito: cada uno tiene los filósofos
que quiere y, hoy día, los filósofos que merece. Pero me parece una exageración
cuando Feinmann me llama “ignorante”. Sin duda soy ignorante, porque todos los
días aprendo algo nuevo, pero no me titulo “filósofo”. Esa es la diferencia.
—Además, Feinmann te
llama “ignorante”. Pero ¿ignorante de qué?
—No sé… yo creo que, a pesar de que soy un tipo casi muy
viejo, siempre tengo el deseo de aprender algo. Pero ciertamente no voy a
aprender a partir de las cosas que digan de mí –se ríe–. Voy a aprender, en
cambio, de las cosas que he perdido de aprender “antes”, y esto es mucho. Y
necesito seguir aprendiendo, gracias a lo cual todavía me siento vivo.
—¿Esta actitud de
Feinmann no daría la sensación de que no entiende muy bien lo que significan el
humor y la representación del humor?
—Bueno, el humor, el “buen” humor, está siendo sustituido
por el “mal” humor. Y aquí entonces no caben dudas de que el “mal” humor es
algo que está inyectado para autodefenderse. No lo usa para defender a la
señora Presidenta sino para autodefenderse. Entonces no veo por qué tiene que
atacar al voleo. Y puedo decir con tranquilidad que yo me siento afectado. No
soy de duro aluminio. Ni ando con corazas. Y una cosa de éstas a mí me duele
mucho. Lo mismo que lo que ocurrió en la Legislatura la semana pasada.
—Cuando Gabriela
Cerruti te increpó…
—Yo leí el libro que escribió esta señora. Se llama El jefe,
y allí cuenta (y es un libro que todavía circula y nunca fue censurado) que por
las palizas que le propinaba Carlos Menem a Zulema su mujer, ella abortó dos
veces. Y a mí me pareció muy valiente de parte de Cerruti que comentara ese
hecho. Creo también que es una señora que ha practicado el periodismo. Entonces,
me llama la atención que habiendo sido tan abierta para contar cosas íntimas se
horrorice frente a mi dibujo… Aquí la confusión viene por una cosa que hay que
recalcar: si yo estoy atacando al género femenino estamos ante una materia muy
delicada. No voy a pedir permiso cada vez que dibuje a una mujer. Yo hago cada
semana una cosa que se titula Gente imprescindible. Allí he puesto a una
cantidad de mujeres. A Niní Marshall; la semana pasada a Victoria Ocampo, una
mujer admirable sin duda y gracias a quien este país pudo tener la visita de
Stravinsky, el conde Keyserling, Rabindranath Tagore… He dibujado a muchas
mujeres más y nadie se ofendió por el retrato de Victoria Ocampo comparado con
el de la señora Presidenta. No pasa nada porque, aparte, esto es
insignificante. Pongamos las cosas en su lugar: en la historia del periodismo
argentino y en mi vida personal. Ahora bien, aquí el señor Feinmann también
avanza con respecto al Uruguay. “En el Uruguay no son peronistas”, dice. Pero
¿qué tiene eso de malo? Mi madre nació en La Boca, mi padre era profesor de
literatura y en casa no había dinero pero había muchos libros. Así es que yo he
leído mucho. Cuando mamá quería hablar con sus padres los llamaba cada semana
por teléfono desde Montevideo. Y, por supuesto, hablaba de cosas coloquiales.
De familia. “¿Cómo está la tía?”. Pero siempre aparecía una voz en el medio que
decía que había que terminar la conversación. Era otra época. No existían los
avances tecnológicos con los que contamos hoy, pero aparecía un intruso que
impedía la conversación.
—Pensaría que lo de
la tía era una clave.
—Probablemente. Estamos sospechando tanto que se ha llegado
a este tipo de cosas; en definitiva, el motivo principal es dividir a la
sociedad. Dividirnos. Y generar una presunta lucha de clases absolutamente
“trucha”. Y utilizo este término bien reo. La lucha de clases aquí es “trucha”.
Yo no soy mejor por no dibujar. Al contrario: creo que una de las cosas que he
aprendido es a leer “críticas” de arte sobre cosas que he hecho. Y ahí se
aprende que las cosas que uno hace pueden no gustarle a la gente. Mala suerte.
Yo no puedo cambiar a esta altura, pero me llama la atención que por una cosa
insignificante se haga tanto barullo.
—Demuestra una gran
debilidad frente a la crítica.
—Estoy totalmente de acuerdo. Hay una inseguridad esencial
en este asunto y una cola de paja muy larga. Fijate que antes de la aparición
del famoso El mosquito hubo una revista llamada Antón Perulero, y no
“Pirulero”, que compré en San Telmo. Y allí están todos: Vélez Sarsfield,
Mitre, Sarmiento, Nicolás Avellaneda. Incluso, gracias a esa publicación me
enteré de que Avellaneda era de muy baja estatura y andaba con zancos. Es una
forma de aprender la historia que a mí me ha ayudado mucho. Lo mismo que con Caras
y Caretas. Pero esa gente era respetada. Los dibujos de El Mosquito y de Antón
Perulero eran (como se dice ahora) “dibujos militantes”. Las revistas estaban
contra esa gente, y las redacciones se componían de gente que expresaba lo que
pensaba y nadie sospechaba de ellos.
© Escrito por
Magdalena Ruiz Guiñazú y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires el domingo 30 de Diciembre de 2012.
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