La vida es un tablero de ajedrez en donde los cuadros blancos son los días y los cuadros negros son las noches... Nosotros, somos las piezas que vamos de aquí para allá para caer al final en el cuadro de la nada... De Alguna Manera... Una Alternativa…
¿Marketing de mierda?... No, profesionales de mierda...
Veamos... Los que tenemos la oportunidad de trabajar en áreas comerciales de empresas, muchas veces nos hemos visto involucrados, tanto en forma directa como indirecta en "comunicar" sobre un producto o servicio. Para este caso me surgió una pregunta sobre la ética de la comunicación y concluí que como única respuesta, este comercial es una mierda.
El Marketing, en este caso utilizando su variable -Publicidad-, a través de algún responsable de producto (Propietario de la empresa Pentágono, Gerente de Marketing, Agencia de Publicidad, etc.) a cometido un delito, que es el de discriminación.
Esto confirma lo siguiente a mi modo de ver: El Marketing no es una mierda... Mierda son aquellos que lo aplican en forma incorrecta.
Para quienes lean este mensaje y en el futuro ejerzan la profesión comercial, no caigan en este tipo de estereotipos discriminatorios, hablará mal de ustedes como profesionales, convirtiéndose instantámente en profesionales de mierda.
Puertas Pentágono... La publicidad de una puerta blindada que divide a víctimas y victimarios según sus rasgos.
Así se llaman unas puertas blindadas cuya publicidad me perturba cada vez que la pasan. Muestra a un negro corriendo. No es una persona corriendo ni un hombre corriendo. Es un negro corriendo. Tampoco es un negro como Barack Obama o como Pelé o como Rubén Rada. Específicamente, es un negro de mierda. El personaje que corre moviendo con él la panza inequívocamente hinchada de cerveza es un hombre quizás argentino, quizá paraguayo o peruano, sin rasgos europeos. Su fisonomía es la de cualquier hombre común y corriente que toma el tren a las seis de la mañana en Moreno para ir a trabajar a la obra en Capital. O la de un colectivero, o un taxista. O la de un kiosquero, o un mecánico. Pero tiene la barba crecida y la cara sudada mientras corre. Corre hacia lo que en una segunda instancia se ve que es una puerta. Choca con toda la fuerza de su cuerpo grueso contra la puerta. Rebota contra Lo Blindado y cae.
Del otro lado de la puerta, sin siquiera escuchar el ruido que provoca un cuerpo grueso cuando rebota contra una puerta, está la familia que debe ser protegida de los negros de mierda. Es una familia que no necesita descripción. Es una familia. Las familias en la publicidad televisiva nunca son familias de negros de mierda. La idea de familia catódica vira al castaño claro por lo menos. Y decididamente, incluye rasgos europeos.
Yo creo que se trata de un caso de lisa y llana discriminación. Es la puesta en escena de un intento de robo en el que se reparten según los roles los orígenes étnicos. Esa publicidad, vista desde los millones de hogares en los que los espectadores tienen los rasgos del ladrón, es un insulto. Lleva el cliché y el prejuicio inscripto en el casting.
Esa publicidad refleja y retroalimenta la lectura que hacen de la inseguridad algunos de los sectores que hoy piden seguridad. La explicación del malestar siempre vive en la villa de al lado. O en Fuerte Apache. El testimonio a TN de Edgar, el chico que dijo sobre el asesinato de esta semana “no sé si estaban drogados, a mí careta también me da para cargarme a un gendarme por las veces que me cagaron a palos”, fue coronado con su propia detención. En el video que secuestraron y que él estaba mostrando a la prensa, se veía a un grupito de púberes jugar con armas.
Sí, hay armas en Fuerte Apache y en las villas. Pero no hay solamente armas. Todo aquel que vive allí y saca la cabeza y vive con terror pero no puede vivir en otro lado, no es premiado sino estigmatizado. ¿Cuántos de nosotros persistiríamos en la dirección correcta invirtiendo todo nuestro esfuerzo, si en lugar de ser aceptados socialmente fuéramos diariamente estigmatizados no por lo que hacemos sino por nuestros rasgos y nuestros domicilios? Sigo preguntándomelo. ¿Cuántos?
La revista Noticias pretendió instalar que nuestros artistas populares fueron comprados por la Secretaria de Medios K. Para hacerlo se valieron de facturas provistas por un blogger que añora a Bernado Neustad (prócer del periodismo argentino...) y fueron difundidas por Internet en sitios "serviciales" como Seprim y Urgente 24. Si las cosas llegara hasta ahí, podría haber sido un brulote cinico más de una línea editorial banalizada. Pero averiguamos y descubrimos algo más grave: la información de esa tapa estaba descontextualizada.
En la Argentina, los poderosos nos hicieron pagar todas sus crisis: la del ’30, el Rodrigazo, la Deuda Externa, la “híper” alfonsinista, el “corralito”, y en todas y cada una de ellas el retorno a cierta armonía se produjo después del traspaso formidable de divisas desde los sectores menos favorecidos a los más encumbrados en la pirámide social.
¿Cómo se logra esa revolución a la inversa?
¿Cuál es el secreto para convencer a la mayoría de que sus derechos son relativos y lo único absoluto es la renta sagrada de unos poquísimos? Mediante el miedo.
En sus reflexiones sobre los “Tiempos líquidos”, el filósofo Zigmunt Bauman habla del miedo como un naturalizador de conductas de supervivencia, que nos convierte en máquinas adaptables a cualquier alternativa a la muerte física o social. Es por miedo que los obreros aceptan bajas salariales con tal de no quedar desocupados, es decir, socialmente inertes.
Es por miedo que los intelectuales se burocratizan y monologan, en un país donde la controversia política y cultural fue un delito que se pagaba con la desaparición.
El miedo es, en definitiva, el mayor disciplinador que se conozca. Es como un azote interno. Como una patada eléctrica en lo profundo del ser, que convierte a la persona en esclavo de circunstancias que deciden otros. Delata en la ESMA aquel atormentado que quiere sobrevivir, aunque vaya a hacerlo por el resto de su vida rodeado de fantasmas de traición. Se calla el artista que sabe que su nombre en una lista negra le costará, si no su pellejo, el pan de sus hijos.
En fin, la sociedad en pleno responderá sumisa si la disyuntiva es cualquier cosa o la catástrofe.
El miedo, que nos predispone para lo peor, genera, a su vez, estrés, enfermedad que tiene, según los especialistas, tres fases: 1) una reacción de alarma en respuesta a un factor de tensión que activa el sistema nervioso autónomo; 2) una de resistencia mientras el cuerpo se aclimata y ajusta al factor de estrés, y 3) una de fatiga, si la tensión persiste por mucho tiempo, agregándose factores residuales que pueden llevar, incluso, a la muerte.
Los mismos especialistas alertan, en general, sobre las consecuencias en el sistema inmunológico de esta dolencia: el estrés baja las defensas, convierte nuestro cuerpo en campo liberado para que actúen sobre él y a sus anchas todos los virus y bacterias que imaginemos.
¿Qué sucede con nosotros si estamos expuestos de modo continuo a sensaciones de peligro que deberían ser excepcionales? Nos estresamos.
¿Qué sucede con la sociedad si está bombardeada permanentemente con noticias catastróficas como “a usted lo van a echar del trabajo”, “le robarán sus ahorros jubilatorios”, “un pibe chorro lo espera en cada esquina para matarlo” o “usted no puede confiar en nada ni en nadie”?
Se estresa. Baja las defensas. Acepta lo que no hubiera aceptado. Se adapta a las circunstancias. Cambia, en definitiva. Por miedo.
Los que trabajamos y no le debemos nada a nadie venimos reconstruyendo, desde el sablazo del 2001 para acá, y con saludable esfuerzo, un imaginario popular que ponga las cosas en su lugar. Hay ideas consensuadas en lo peor de aquella crisis que nos permitieron salir del pozo. Son los valores de la reconstrucción encarnados en símbolos que no son de ningún gobierno, tampoco del kirchnerista (es más, muchos de sus funcionarios hoy conspiran abiertamente contra ellos), pero que pertenecen al conjunto social.
A saber, y por citar sólo tres: la lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, pilares de la dignidad y la justicia; los dirigentes sociales que se opusieron a las políticas desindustrialistas de los ’90, los mismos que recuperaron fábricas y contuvieron, como pudieron, en organizaciones imperfectas pero eficaces, a los que se iban cayendo del sistema por desidia empresarial; y también los artistas populares, como Mercedes Sosa, León Gieco y Teresa Parodi, que vienen hace décadas cantando los que nos pasó y nos pasa, apoyando todas las peleas que fuimos dando por una sociedad más justa y solidaria. Ellos son los creadores de la música con la que arropamos a nuestros hijos, los que nos acompañaron en nuestros noviazgos y en los divorcios. Para cada momento hubo una melodía creada por ellos con esa generosidad y sensibilidad que les reconocemos.
Todos ellos son parte de nuestro imaginario sociocultural de posguerra, ese del que nos abrazamos para no caer cuando los capitales fugaban y nadie daba dos centavos por este país.
En su última edición, la revista Noticias pretendió instalar desde su tapa que nuestros artistas populares fueron comprados por la Secretaría de Medios del Gobierno K. Para hacerlo, se valieron de facturas provistas por un blogger que añora a Bernardo Neustadt y que fueron amplia y fervorosamente difundidas por Internet desde sitios “serviciales” como Seprin y Urgente 24.
Si las cosas llegaran hasta ahí, podría haber sido, solamente, un brulote cínico más de una línea editorial banalizada. Pero cuando comenzamos a averiguar descubrimos algo más grave que eso: la información que debía sostener esa tapa estaba descontextualizada, no se publicaban los descargos de los aludidos y hasta las opiniones que secundaban el artículo central, como la de Peteco Carabajal, eran inexactas. Todo eso puede leerse con detalle en una nota minuciosa de Diego Rojas que comienza en la página 52 de este número de Veintitrés.
El objetivo declarado de la revista fundada por Jorge Fontevecchia era alertar sobre la cooptación oficial, haciendo abuso de fondos públicos, de artistas que los ayudaran a revertir su imagen negativa.
Sin embargo, el mensaje subyacente era otro: el Gobierno mete mano en las AFJP, necesita dinero para hacer caja, la caja le sirve para comprar lealtades y los artistas se dejan sobornar porque sólo los mueve la ambición del dinero.
Hace dos meses, la misma revista lanzó una acusación parecida que involucraba a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a quienes calificó de “escudos éticos” del kirchnerismo.
Pese a que nada hay de reprochable en la opinión, más de cien destacadas figuras del campo cultural se sintieron indignadas por el fallido enfoque de Noticias, que enloda trayectorias sin otro motivo que dar una noticia moralmente catastrófica: no se puede creer en nada ni en nadie, ni en los artistas, ni en las Madres y Abuelas.
Leonardo Favio, Peteco Carabajal, José Pablo Feinmann, Carlos Ulanovsky, Eliseo Subiela, Felipe Pigna, Susana Rinaldi, León Rozitchner, Leticia Brédice, Edgardo Esteban, Noé Jitrik, Adrián Paenza, Juan Sasturain, Horacio Fontova, Vicente Battista, Lito Vitale, Horacio González, Liliana Herrero, Guillermo Saccomanno, Graciela Borges, Rep, Daniel Santoro, Rodolfo Braceli, Ana María Shua, Luis Farinello, Adriana Lestido, Juan Palomino, Gloria Carrá, Ignacio Copani, Horacio Verbitsky, Tristán Bauer y Torcuato Di Tella son algunas del total de cien personalidades del campo cultural que suscribieron la Carta Abierta en solidaridad con los artistas agraviados.
No es casual que toda esta gente se exprese. Las “listas negras” son aborrecibles y remiten a lo peor de la trágica historia nacional. La creación necesita libertad y no editores morales que le señalen el rumbo bajo la deleznable amenaza de ser acusados de “vendidos” o “sobornables”. Esa idea es irritante para una mayoría social que cree que no todo tiene precio, como postula el editorialista de Noticias en el número de la polémica.
Decía Rodolfo Walsh, hace ya mucho tiempo: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”.
Las Madres y Abuelas son nuestras. Los artistas populares también lo son.
Ellos nos recuerdan que estamos acá, en esta democracia balbuceante todavía, porque antes otros pelearon para que esto suceda. Así podemos sentirnos continuidad y transmitir a nuestros hijos los valores que garanticen más temprano que tarde una sociedad mejor, digna de ser vivida.
Los dueños del poder y del dinero se empeñan en presentarnos como única alternativa una realidad vacía de convicciones, donde ganen los que tienen la fuerza y no la razón, y donde las ideas ya no sean las que mueven al mundo, como sucedió siempre, sino que apenas lo entretengan del tedio por sobrevivir sin otro anhelo que la propia supervivencia.
En ese escenario todo tiene precio. Todos somos mercancía. Y, entonces, nada vale la pena.
En el firmamento mediático, Veintitrés es diminuta. Irreverente, pero pequeña. La mayor fortaleza de este colectivo de trabajo es que cree en lo que dice. En “Reflexiones sobre nuestro tiempo”, el filósofo Alan Badiou escribió: “Tenemos que ir contra la corriente, incluso, y principalmente, cuando hay un consenso aparente, sólido, generado por ideas retrógradas: aquí vale la disciplina de la convicción, aunque se esté en ruptura total con el consenso en toda su capacidad”.
Eso mismo tratamos de hacer edición tras edición. Somos tributarios de un montón de gente que nos lee porque ya lo sabe. Decimos lo inconveniente porque alguien tiene que decirlo. La antropología futura necesitará de nuestra forma de ver las cosas para completar el panorama de lo que sucedió desde una mirada amplia y plural, es decir, verdadera. Y desde esa mínima autoridad que a veces da la coherencia en el discurso es que venimos a decir: no nos gusta.
No nos gusta que el obsceno ataque a nuestros artistas populares provenga de un sector empresario que durante la dictadura creció gracias a la pauta publicitaria oficial de Videla, Viola y Massera, mientras una generación completa era diezmada por el terrorismo de Estado; que durante los ’90 defendió a Cavallo y Dromi, y su política de privatizaciones que enajenó el patrimonio público y generó un bolsón de pobres y desocupados funcional a la baja de salarios que necesitaba la reconversión productiva y financiera del establishment; y que en el 2001 salió a pedirle al Estado que pesificara sus deudas en dólares, a costa del sacrificio de millones. No de plata, de personas.
No nos gusta que se esté preparando un nuevo saqueo para rescatar de la crisis a los mismos de siempre. Tenemos una certeza: no son los chicos de La Cava, o los 600 mil pibes que hoy no estudian ni trabajan en el conurbano bonaerense los que van a ser resguardados cuando la situación empeore. Hasta el Gobierno vacila hoy en sacar una ley de doble indemnización para atajar los despidos con los que amenazan los sectores más beneficiados de la economía.
Una vez más, el establishment va a buscar quebrar la experiencia social que vertebró, con sus idas y vueltas, una agenda política donde nadie se expresa, al menos en público, contra la inclusión social, la ocupación plena y el respeto irrestricto a los derechos humanos, valores que trascienden largamente al kirchnerismo, y que son logros de todos.
Y aquí volvemos al comienzo. ¿Cómo nos convencen de que bajemos los brazos? ¿Cómo hacen para desalentarnos? ¿Cómo logran que dejemos de creer en nuestras oportunidades como sociedad?
Nos crean inseguridad. Nos meten miedo. Porque saben que con eso nos pueden convencer de aceptar el precio de esta nueva etapa “Hood Robin” que se avizora. Y no sólo eso: vacían de cualidades todo aquello que forma nuestro capital simbólico, castigando a sus representantes.
Entonces convierten lo virtuoso en sospechoso. Lo digno en pasible de ser sobornado. Lo bondadoso en perverso. Y la organización que pueda resistir sus propósitos, en una maquinaria corrupta, malvada y perversa.
Yago Di Nella, director fundador de la Cátedra “Marie Langer” de Salud Mental y Derechos Humanos de la Universidad Nacional de La Plata, es el autor de un magnífico libro titulado Psicología de la dictadura (El experimento argentino psico-militar, ensayo de psicología política). Para él, el ataque a figuras emblemáticas de la cultura popular responde a dos cosas: “Desde el punto de vista de la psicología de masas hay que pensar qué provoca que la sociedad pierda a sus referentes culturales.
En nuestras sociedades, tal como están conformadas, la referencia cultural es la que ganó más credibilidad en la comunidad. Frente al desprestigio de la política, de los liderazgos empresarios y hasta de los deportistas, los líderes que se expresan desde el ámbito de la cultura son quienes más enraizados están en nuestra sociedad. Atacarlos implica romper con los paradigmas de época que tienen que ver con el respeto a las libertades individuales e incluso con las autonomías colectivas. (...) No es casual que se los ataque: estos referentes construyen (...) posiciones ideológicas y prácticas sociales”.
Que son, podría agregarse, la contención a los planes disolventes de los que nosotros llamamos, desde esta redacción pequeña pero militante, los dueños del poder y del dinero. Está en nosotros reaccionar a tiempo para desbaratar sus maquinaciones. Hacer y hacer saber que estas luchas son continuidad de las luchas anteriores, y que nuestros referentes no son otra cosa que el espejo donde vamos a hallarnos cada vez que extraviemos el camino a la equidad social.
Ellos, nuestros artistas, son el testimonio de lo que fue, de lo que es y de lo que será.
Ojalá el día de mañana no nos encuentre escribiendo un poema lúcido y amargo cuyo encabezamiento sea: “Fueron por las Madres y Abuelas y no nos importó. Fueron por los artistas populares y tampoco nos importó. Ahora están tocando nuestra puerta...”.
Estamos de cierre. Me dicen que tengo que terminar de escribir, aunque estaría toda la noche. Uno de los tipos que yo más quiero de esta revista, nuestro corrector, Claudio Díaz, me acerca un papel. Dice así: “Parafraseando a Arturo Jauretche, buscan que seamos un pueblo triste y descreído para fácilmente dominarnos, porque un pueblo pleno de alegrías jamás será sometido”.
Me emociona Claudio. Y me hace reflexionar sobre mis tristezas y alegrías.
Y entonces confieso que mis alegrías más grandes me la dieron mis hijos, mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo y León, y Mercedes, y Teresa, y Lito, y Adriana, y todos los artistas populares hoy denostados por una nota ruin.
Este editorial va a impresión. Ya dijimos todo lo que queríamos decir.
En el momento en que escribo estas líneas se acaban de aprobar nuevas medidas de ayuda a la banca y las bolsas han empezado a subir, pero este suplemento tarda un par de semanas en imprimirse y no sé si, para cuando ustedes lean el artículo, la situación seguirá apuntalada o yo estaré viviendo debajo de un puente, entre bidones llameantes, esqueletos ferruginosos de chatarra industrial, cartones mohosos y nidos arrugados de cochambrosas mantas, como en el más perfecto decorado de una película antiutópica de ciencia ficción. Exagero, desde luego, pero tampoco tanto: no me digan que ustedes no se han sentido en algún momento un poco así, en el borde del precipicio, en el resbaladizo filo de un tobogán de gran eslalon. Los crujidos del sistema financiero al derrumbarse resultan tan atronadores como el hundimiento de un imperio, y la sensación de catástrofe inminente se multiplica hasta el infinito para las personas que, como yo, no entendemos ni un pimiento de las famosas leyes del mercado. Que me parece que somos la mayoría.
Desde luego hay pocas cosas tan esotéricas y oscuras como la macroeconomía. De repente las bolsas se desploman, los bancos tiemblan, los dirigentes del mundo palidecen, y por más que me caliento las meninges no consigo comprender cómo es posible que nuestro sistema fuera tan volátil. Cómo es posible que estuviéramos viviendo dentro de un espejismo sin saberlo. Tampoco tranquiliza demasiado intuir que ni siquiera los llamados expertos parecen tener las ideas claras. La economía debe de ser la ciencia más inexacta del mundo, a juzgar por lo mucho que la pifian los especialistas con sus predicciones. Me parece que fue The Economist quien pidió a los profesores de Ciencias Económicas, a los ministros de Economía europeos, a los periodistas económicos y a los barrenderos de diversos países que hicieran un pronóstico de cómo sería la situación cinco o diez años más tarde. En 1984, pasado el plazo, publicaron y contrastaron con la realidad las predicciones: y, como era de esperar, quienes más acertaron fueron los barrenderos. Ya no recuerdo quiénes se equivocaron más, si los ministros o los periodistas, pero en cualquier caso todos los expertos se columpiaron lamentablemente.
Esta historia siempre me pareció regocijante y deliciosa, pero ahora, bajo las oscuras sombras de la crisis, resulta más bien estremecedora. "Si alguien no queda confundido por la física cuántica es porque no la entiende", dijo el gran científico y premio Nobel Niels Bohr, y me parece que la frase podría aplicarse perfectamente a la macroeconomía. Aquí estamos todos, sumidos en el desconcierto y sin saber qué hacer. Nuestro miedo tiene un regusto apocalíptico: ¿aguantará la cosa con las ayudas estatales? ¿O se derrumbarán de verdad el sistema y nuestras vidas? Es algo que puede suceder, que ya ha sucedido en pequeña escala en alguna ocasión: por ejemplo, en la Alemania de entreguerras la inflación era tan brutal que los sellos de las cartas con las que los bancos te comunicaban el cierre de tus cuentas costaban más que los ahorros de toda tu vida, y los sueldos se pagaban todas las jornadas a mediodía para que la gente pudiera comprar la comida, porque por las noches el dinero ya no tenía ningún valor. ¿Podemos caer en un agujero así? A veces me parece que somos como ignorantes e indefensos plebeyos medievales a la espera de la llegada de la peste.
Y lo peor de este tipo de crisis es que una tiene la sensación de que, si se produjera de verdad una catástrofe, los únicos que se salvarían serían los tiburones. Esos tipos que, como la supuesta jefa de la trama de corrupción de Baleares y su esposa, la soprano, se dedican a enterrar en su jardín bolsas de basura con cientos de miles de euros. ¿Se imaginan la escena? ¿La cantante de ópera y la política dándole a la pala de madrugada? Pues esa gente, ese tipo de gente indescriptible, y, aún mucho peor, aquellos que ni siquiera necesitan manejar la pala porque tienen el capital en las islas Caimán y alrededores, serían los supervivientes, los triunfadores, los que saldrían reforzados del desastre. En todas las épocas de crisis han medrado los seres carroñeros. Estraperlistas y desaprensivos se hacen de oro en los tiempos revueltos y terminan convertidos en respetables próceres. Esto es lo que más me desconsuela, lo que más me irrita.
¡¡¡Felíz Cumpleaños Huracán!!! - 100 años no son pocos...
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Posiblemente ninguna institución deportiva, de las que militan en primera división, sea de tan modesto origen como la de Huracán. La documentación más antigua es el primer Libro de Actas que se encuentra en la sede de la Institución. El acta número uno está fechada el 12 de noviembre de 1908 y dice textualmente: “Fúndase en Buenos Aires con fecha 25 de mayo de 1903 el Club Atlético Huracán y reorganizado el día 1 de noviembre de 1908, con el fin de fomentar el juego atlético, especialmente el football”. José Laguna , Presidente del Club, y Alberto Rodríguez, Secretario, son los firmantes de este documento que también destaca: “los distintivos que usará el Club serán los siguientes: en el football camiseta blanca con el distintivo del Globo de Huracán".
La anécdota señala que lo iban a llamar Verde Esperanza y No Pierde, pero cuando fueron a encargar un sello con ese nombre a una librería (en la esquina de Sáenz y Esquiu) el librero los convenció de cambiar el nombre por el de Huracán, inspirado en una marca de artículos que comercializaba. Cuando retiraron el sello, vieron que faltaba la H inicial, y como el librero no aceptó los reclamos lo usaron así, con la frase “Club El Uracán”.
Luego de una reorganización, y ya comprado un sello sin errores, fundan oficialmente el Club Atlético Huracán el 1 de noviembre de 1908.
Desde su fundación tuvo una gran participación en el fútbol argentino, todavía en su época amateur: ascendió a primera división el 25 de diciembre de 1913 y obtuvo los campeonatos de 1921, 1922, 1925 y 1928.
Los hay de todos los tamaños y modelos... Conozca al curioso y único museo de penes del mundo...
Más de 200 especies se exhiben en Islandia. El coleccionista cuenta todos los detalles a Perfil.com. Sorprendente galería de imágenes.
“Alguien tenía que hacerlo”, contesta cada vez que alguien le pregunta por qué comenzó a coleccionar penes de todos los tipos y tamaños. Lo mismo le responde a Perfil.com, cuando se lo consulta. El personaje es Sigurdur Hjartarson, dueño del único Museo de Penes del mundo, ubicado en Islandia, que ya cuenta con más de 200 penes de casi todas las especies mamíferas, terrestres y marítimas, de la fauna islandesa.
Hjartarson fundó el museo en 1974 cuando recibió la donación del primer espécimen: el pene de un toro. Entonces pensó que alguien tenía que coleccionarlos, juntarlos, exhibirlos, y enseñar acerca de la Falología “de forma organizada y científica”. El pene más grande del museo mide nada más y nada menos que 1,70 metros y pesa ¡70 kilos! El dueño de semejante atributo no podía ser más que un cachalote, una especie de ballena. En el otro extremo, el pene más pequeño de su colección mide tan sólo 2 milímetros y pertenece a un hámster.
“La Falología es muy interesante porque nadie la ha estudiado seriamente hasta ahora. Su campo de estudio es amplio y abarca todo lo concerniente al falo, como el falicismo, el erotismo, etcétera”, explica Hjartarson a Perfil.com. Y cuenta que un 60% de los interesados en este insólito estudio son nada más y nada menos que mujeres, mientras que el 70% de los que se acercan a aprender esta ciencia son extranjeros.
La mayoría de las especies que hay en el museo son donaciones, según cuenta Hjartarson. “Sólo he pagado por el pene de un elefante de Sudáfrica”, relata, y cuenta que el último espécimen que obtuvo pertenecía a una enorme morsa que murió en la playa hace unas semanas.
El museo no cuenta con penes humanos porque, según cuenta Hjartarson, “no me siento capaz de recopilarlos”. Aunque destaca que sí posee en exposición el prepucio de un islandés de 40 años y un par de testículos de un hombre de 50. Ambos islandeses donaron sus partes y actualmente cuenta con cuatro cartas de donación de penes humanos, que recibirá el día en que estos hombres mueran. Se trata de un islandés, un inglés, un alemán y un norteamericano, según reveló Hjartarson a Perfil.com.
Si uno imaginara el álbum de los recuerdos de Juan Domingo Perón, podría suponer que estas serían sus fotos, dentro de las más importantes. Su vida estuvo signada por Eva Duarte, y en ella posarían sus recuerdos imaginarios... También con "su" balcón de la Casa de Gobierno en nuestra Plaza de Mayo y por último en su retorno al país en 1972...
A la hora de fotografiarse, "El General" tenía predilección por Pinélides Aristóbulo Fusco. Perfil.com le muestra 30 instantáneas de su colección.