Las transformaciones del kirchnerismo...
José Pedraza, Critina Fernández de Kirchner y Hugogo Moyano.
La historia del kirchnerismo se resume en un start up y tres etapas bien
diferenciadas. Acontecimientos puntuales ayudan a identificarlas; las
movilizaciones de septiembre y noviembre y el paro general del martes 20 marcan
el inicio de la tercera etapa.
Néstor Kirchner alcanzó la presidencia de la Argentina en 2003 con un fuerte componente de votos de clase media. Se entiende, teniendo en cuenta que el voto potencial a Kirchner, hasta diciembre de 2002 –antes de ser consagrado candidato oficialista por el presidente Duhalde– no alcanzaba al diez por ciento del electorado y era predominantemente de clase media. El aporte de Duhalde a Kirchner significó duplicar su caudal electoral en la elección de la primera vuelta de abril de 2003; el voto de los de abajo había ido masivamente a Menem y a Rodríguez Sáa. En otras palabras, el PJ –al que Duhalde había desarticulado suprimiendo las primarias– no alcanzó para darle a Kirchner el triunfo en primera vuelta y ni siquiera para asegurarle el voto “popular”.
El proyecto político de Kirchner al lanzarse a la competencia electoral en
2002 era armar una base política paralela a la del PJ. En su primera etapa en
el gobierno, Kirchner no imaginaba que le sería fácil recuperar los votos de
abajo. De hecho, sus primeras medidas en el gobierno no consistieron en
establecer instrumentos como la Asignación Universal –para los más pobres–, que
de hecho fue una iniciativa de la Coalición Cívica, sino en asegurar la
estabilidad laboral y los subsidios a los consumos esenciales –para la clase
media–. A mucha gente, y no sólo al Gobierno, le costaba entender que el PJ
duhaldista, sin el poder del Gobierno, se debilitaba rápidamente, y que los
votos de la pobreza, que la estructura del PJ podía aspirar a controlar, fluían
fácilmente a la fuerza política en el Gobierno. En 2005, el triunfo en Santiago
del Estero del candidato radical Zamora, con el apoyo de Kirchner, y la derrota
en Misiones, contra Kirchner, contribuyeron a esa confusión. Santiago consagró
la noción de la “transversalidad” como estrategia, a Misiones le debemos la
estabilización de la Corte Suprema, ambas iniciativas concebidas sobre la idea
del protagonismo electoral de la clase media en el kirchnerismo.
La elección de 2007 y los primeros años del gobierno de Cristina acabaron
con esas ideas; sólo con ellas, Cristina no ganaba. Desde entonces, el
kirchnerismo necesitó de los votos de abajo como su principal sustento
electoral, eliminó todo vestigio de un PJ independiente del Gobierno nacional,
sometió presupuestariamente a los gobernadores y a todos los intendentes que
pudo; además, logró encolumnar a casi todo el sindicalismo detrás de su
gobierno (viejos “gordos”, nuevos “gordos”, CTA, todos mezclados) y maniobró
como pudo para neutralizar posibles inquietudes en las Fuerzas Armadas. Así
empezó la segunda etapa.
En 2008 la clase media se movilizó detrás del agro, y quedó marcada la
divisoria de aguas: la calle ya no es solamente del “pueblo”, pero los votos
seguían fluyendo mayoritariamente a la Presidenta. De vuelta a su perfil
histórico tradicional, el peronismo volvía a sentirse cómodo en las urnas:
amplio predominio en el voto de abajo, mayoritario en el voto obrero, y
respaldado por una parte no despreciable de la clase media.
Entonces algo sucedió y ese castillo que parecía bien construido comenzó a desmoronarse. La clase media está muy enojada, afectada por casi todas las políticas públicas que están siendo ejecutadas por el Gobierno. El sindicalismo está dividido. Los militares –menos relevantes en estas circunstancias del país– están resentidos. Y los de “abajo”, aunque no protestan con las clases medias en la calle y no participan de los paros gremiales porque no tienen gremios, le van retaceando gradualmente su respaldo al Gobierno. Así las cosas, los números ya no cierran.
Entonces algo sucedió y ese castillo que parecía bien construido comenzó a desmoronarse. La clase media está muy enojada, afectada por casi todas las políticas públicas que están siendo ejecutadas por el Gobierno. El sindicalismo está dividido. Los militares –menos relevantes en estas circunstancias del país– están resentidos. Y los de “abajo”, aunque no protestan con las clases medias en la calle y no participan de los paros gremiales porque no tienen gremios, le van retaceando gradualmente su respaldo al Gobierno. Así las cosas, los números ya no cierran.
Perdida la calle, y anticipando una sangría electoral, el kirchnerismo se refugia en la corte palaciega, en la militancia burocratizada y tecnocrática, en las diversas capas del poder y en un inocuo manejo de la comunicación mediática; pero ha perdido muchos de sus nexos con la sociedad.
Le queda el respaldo de la clase baja, de la Argentina de la pobreza. Si ese
respaldo se va erosionando, por ahora muy tenuemente, es porque los años de
crecimiento económico han hecho lo suyo: crecientes expectativas de mayor
movilidad en los jóvenes nacidos en la pobreza, demandas crecientemente
insatisfechas.
Votos de clase baja, votos obreros, bastantes votos de clase media,
organizaciones empresariales, sindicales y militares respaldando: la matriz
original del peronismo rediviva y en buena salud. Eso fue el kirchnerismo en su
segunda etapa. Duró poco. Hay lecciones de la historia que pueden ser útiles en
el presente. Cuando el peronismo se respalda en esa coalición “corporativista”
la sociedad, a la larga, tiende a votarle en contra. Es un hecho: la opinión
pública, hoy, no ama a los empresarios ni a los militares, y menos aún a los
sindicalistas. Pero cuando un gobierno peronista se sustenta en bases
distintas, y pierde el encanto ante la sociedad, los ingredientes de ese cóctel
corporativista dejan de molestar a buena parte de la clase media; aun más,
separadamente pueden llegar a ser aceptados –como sucede hoy con el
sindicalismo– y eventualmente hasta perdonados; pero difícilmente amados.
La tercera etapa de la parábola kirchnerista es un poder crecientemente
aislado de una sociedad que busca otros canales para hacerse representar.
© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Sociólogo. Profesor de la Universidad
Torcuato Di Tella y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires el sábado 24 de Noviembre de 2012.