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miércoles, 1 de enero de 2020

Pobreza: dura respuesta de la UCA a las críticas de Todesca… @dealgunamanera...

Polémica por el índice de pobreza…

Pobreza. Fotografía: Daniel Vides / NA.

Pobreza: dura respuesta de la UCA a las críticas de Todesca. El Observatorio hizo un fuerte descargo tras los cuestionamientos del ex titular del INDEC: "Lamentamos la tergiversación de nuestros informes técnicos".

© Publicado el Domingo 29/12/21019 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.



El Observatorio de Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) redobló la apuesta y lanzó una dura respuesta al ex titular del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), Jorge Todesca, tras sus críticas luego que dicho ente anticipara la posibilidad de que exista una importante brecha entre su medición y la que difundirá en marzo el organismo nacional.

Agustín Salvia, titular del Observatorio de Deuda Social, advirtió este sábado que la pobreza del Indec rondará al 34,1% en su próximo informe, considerando datos estadísticos del tercer trimestre de este año. En respuesta, Todesca consideró "insólito que la UCA ahora pretenda anticipar los datos sobre pobreza e indigencia que el INDEC dará a conocer en marzo próximo".


La polémica por las cifras de pobreza en el país sigue generando ruido y un nuevo capítulo luego de que desde la cuenta de Twitter del Observatorio de Deuda Social de la UCA saliera a responderle a Todesca: "Lamentamos la tergiversación de nuestros informes técnicos". "En respuesta a la controversia por la nota metodológica del @ODSAUCA sobre el informe de ingresos del @INDECArgentina: No es posible omitir que la pobreza habría aumentado en 10/12 puntos porcentuales entre 2017 y 2019, sea con datos ODSA o del propio INDEC", inició su descargo el ente.

En esa línea, siguió: "Tampoco es correcto omitir que la pobreza estructural no es nueva y que durante estos últimos dos años aumentó la indigencia, el desempleo, la precariedad laboral y la inseguridad alimentaria". "La nota metodológica del @ODSAUCA no reemplaza los datos oficiales del INDEC.

Es de esperar que el informe de marzo del @INDECArgentina correspondiente al segundo semestre del 2019 confirme estas tendencias. Lamentamos la tergiversación de nuestros informes técnicos", concluyó el ente desde su cuenta de Twitter.

La UCA había difundido que el nivel de pobreza estaba por encima del 40% y provocó un alto impacto en los últimos días de la campaña antes de las elecciones de octubre. Eso derivó en un áspero debate en redes entre quienes acusaron al ente de la UCA de "forzar la medición para perjudicar al gobierno de Mauricio Macri".


En declaraciones a Radio 10, Salvia remarcó que "extrañamente para el INDEC", la pobreza alcanza el 34% "con un contexto de devaluación y caída del salario real". "En el segundo trimestre 36,6% de pobreza dio el INDEC. ¿Tercer trimestre le da por abajo del primer trimestre y el segundo? Es muy raro en el contexto que se vivió", concluyó.

Todesca, que estuvo al frente del Indec durante la gestión de Macri, dejó el cargo para ser reemplazado por el ex diputado nacional Marco Lavagna luego de un acuerdo entre el presidente Alberto Fernández y el líder de Consenso Federal, Roberto Lavagna.

E.D. / M.C. / D.S. 





viernes, 22 de noviembre de 2019

El eterno retorno... del peronismo… @dealgunamanera...

El eterno retorno... del peronismo… 


El peronismo logró vencer a la coalición Juntos por el Cambio y frustrar la reelección de Mauricio Macri. El fracaso económico del gobierno y la reunificación del peronismo explican el retorno de este último al poder más rápido de lo que hasta hace poco se esperaba.

© Escrito por María Esperanza Casullo el domingo 27/10/2019 y publicado por Nueva Sociedad de la Ciudad de Buenos Aires, República Argentina.

El domingo 27 de octubre, Argentina se dio nuevo gobierno. Lo hizo mediante un acto eleccionario en el cual el país asistió a varias novedades: por primera vez en su historia nacional, fue derrotado un presidente en funciones que buscaba su reelección; por primera vez desde la recuperación de la democracia en 1983, un presidente no peronista logró llegar a las elecciones luego de cuatro años de mandato con posibilidades de ser reelegido; por primera vez un ex-presidente (en este caso, ex-presidenta) va a asumir como vicepresidente de la nación; por primera vez, asumirá un presidente que no ha pasado por ninguna función ejecutiva o electiva previa. También será la primera vez que el peronismo llegue al poder derrotando a un presidente en ejercicio (en 1989, Raúl Alfonsín no era candidato; en 2003, Néstor Kirchner no compitió contra Fernando de la Rúa, quien había renunciado dos años antes). Con la asunción del nuevo gobierno, el próximo 10 de diciembre, Argentina llegará a 36 años de estabilidad democrática, no solo con elecciones libres sino con alternancia en el poder.
Pero comencemos por el principio: ¿cómo puede explicarse que Mauricio Macri haya logrado lo que solo otros dos presidentes latinoamericanos pudieron antes, vale decir, ser derrotado en su intento reeleccionista?
En enero de 2016 publiqué un artículo en Nueva Sociedad titulado «El gobierno de Mauricio Macri: entre lo nuevo y lo viejo», en el que intentaba sistematizar las dimensiones con las cuales evaluar la gestión del entonces nuevo gobierno. Argumentaba que Cambiemos (la coalición integrada por Propuesta Republicana, la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica) había llegado al gobierno con algunas promesas sustantivas que habían concitado apoyo en la población, entre ellas, la reducción de la inflación, una mayor liberalización económica (sobre todo, la posibilidad de comprar dólares y de acceder a bienes de consumo limitados por el «estatismo» kirchnerista) y, en especial, la perspectiva de derrotar políticamente, y de manera definitiva, al kirchnerismo (una popular consigna antikirchnerista era «No vuelven más»). De estas tres cuestiones dependería su éxito o fracaso.
Es evidente que el resultado adverso en las urnas del domingo 27 de octubre solo puede explicarse como resultado de haber incumplido totalmente las dos primeras promesas. No obstante, la resiliencia política de Cambiemos hacia el futuro se explica a partir del éxito (parcial) en el cumplimiento de la tercera.
Resulta tal vez redundante, pero necesario, recentrar el análisis de la derrota de Juntos por el Cambio (el nuevo nombre de Cambiemos) en su gestión de gobierno, ya que aquí se cifra la causa principal. El gobierno de Macri no solo no disminuyó la inflación (aunque en la campaña había dicho que eso era «muy fácil»), sino que la aumentó (el gobierno kirchnerista se retiró con una inflación de alrededor de 25% anual; la última medición del Instituto Nacional de Estadística y Censos antes de las elecciones alcanzó un 6% mensual). No llovieron las inversiones privadas, como había prometido el gobierno market-friendly, y la gestión económica macrista disminuyó las posibilidades de consumo de la mayoría de la población.
En un país en el que el acceso al consumo es una demanda prácticamente universal, no solamente los bienes de primera necesidad y suntuarios resultaron más caros en términos reales sino que su oferta se empobreció: menos variedad de marcas y de productos en los supermercados y nula apertura a las marcas aspiracionales globalizadas que sus votantes buscaban. No solo no se instaló en Argentina un Apple Store, ni vinieron H&M o Forever 21, sino que de repente se volvió difícil para grupos sociales enteros comprar queso o lácteos. A punto que tal que Cristina Fernández de Kirchner ironizó: «Estos son malos capitalistas, conmigo sí había capitalismo (...) que no me jodan más con lo del capitalismo».
Si bien en algunos sectores aumentó la oferta de servicios (por ejemplo, en el mercado de transporte aéreo, con el ingreso de las llamadas low cost), cabe señalar que el gobierno de Macri fue mucho más «proempresas» que «promercado», para utilizar la útil clasificación de James Bowen. La concentración empresarial en los sectores de servicios públicos, bancario, de telefonía celular y de medios de comunicación fue una constante. El deterioro de las condiciones de vida de las mayorías (que incluyó la caída de cuatro millones de personas bajo la línea de pobreza y el crecimiento de la pobreza hasta alcanzar al 35% de la población) no condujo al «círculo virtuoso» en el cual un menor salario real dinamizaría la demanda de empleo, que se suponía frenada por el alto costo laboral argentino.
En síntesis: Argentina cerrará este ciclo de gobierno con una caída del PIB proyectada para este año de 3,1%. Finalmente, y casi como una cruel ironía, Macri terminó su mandato reinstalando controles de cambios: la posibilidad de ahorrar en la moneda estadounidense fue la demanda que había unificado a sus votantes desde que el gobierno de Fernández de Kirchner implementó el llamado «cepo» en 2012. El cepo actual es aún más restrictivo que el de entonces: solo se pueden comprar 200 dólares mensuales por persona.
No puede resultar sorprendente, por lo tanto, que el núcleo del voto del peronismo hayan sido las zonas geográficas de Argentina más impactadas por el deterioro productivo y socioeconómico de estos cuatro años. La victoria de Alberto Fernández, cuya candidatura permitió reunificar al peronismo, se construyó con los votos de las zonas industriales y populosas del Conurbano bonaerense (profundamente afectadas por la caída del empleo) y las provincias del sur y el norte del país. La Patagonia, en particular, resultó adversa para el macrismo, que una y otra vez la consideró una región de privilegios indebidos, por ejemplo, por recibir subsidios a las tarifas de gas y electricidad. Tampoco resulta sorprendente que el núcleo del voto de Juntos por el Cambio se haya distribuido en espejo: las zonas agrícola-ganaderas del centro pampeano del país fueron, son y seguramente serán el corazón del proyecto político del macrismo en la oposición.
Pero el macrismo no sólo no pudo entregar buenos resultados macroeconómicos: resultó llamativo durante estos cuatro años su desapego (que bordeó en la displicencia) hacia la gestión del Estado. El gobierno de Cambiemos no tuvo prácticamente políticas insignia novedosas ni dejará tampoco leyes reformadoras de gran relevancia. En salud, educación, tecnología y política social, su gestión fue o bien la clausura de políticas enteras, o bien una continuidad desganada del statu quo anterior, cualquiera fuese este. No hubo reformas de fuste o creación de nuevas capacidades estatales en prácticamente ningún área. La inversión en infraestructura de transporte, vivienda y saneamiento ambiental fue módica. Por momentos pareció como si el gobierno de Macri hubiese estado auténticamente convencido de que el único y fundamental deber de su gobierno era retirar al Estado lo más posible, con la convicción de que desaparecido este obstáculo, las fuerzas del mercado desarrollarían autónomamente el país. Se abrió el debate del aborto pero no se aprobó y, en la campaña, el oficialismo hizo un giro «provida».
Queda aún la tercera promesa de Macri: derrotar definitivamente y para siempre al kirchnerismo (primero) y al peronismo (luego de 2017), con la paradoja de que Macri buscó un candidato a vicepresidente peronista (antikirchnerista), Miguel Ángel Pichetto, y que varias provincias «amarillas», como Córdoba o Santa Fe, donde ganó Macri, tienen también gobernadores peronistas. En esta meta podemos encontrar (paradójicamente, ya que fue derrotado por el revitalizado adversario peronista) los mayores éxitos del macrismo.
Juntos por el Cambio alcanzó 40% de los votos en unas elecciones disputadas en medio de una grave crisis económica porque la coalición respondió con mucha claridad a la pregunta de a quién representaba: a los y las votantes cuya primera prioridad ideológica es enfrentarse, de plano y definitivamente, con el peronismo, con votantes peronistas a los que imaginan radicalmente distintos de ellos mismos, y con la dimensión plebeya, contestataria y popular que el peronismo (tanto en sus versiones neoliberal durante la década de 1990 como nacional-popular durante el kirchnerismo) no tiene empacho en traer a la arena política.
El giro hacia el antiperonismo puro y duro se reforzó en el último mes antes de las elecciones, durante el cual Macri llevó adelante una larga gira por todo el país bautizada «Sí se puede». En ella inauguró una fase de «liderazgo carismático» (que incluyó, por ejemplo, besar el pie descalzo de una seguidora sobre el escenario) que pocos anticipaban, pero que fue eficiente en movilizar a su base más fiel. Si bien la coalición Juntos por el Cambio fue derrotada, conservó una buena porción de votos, ganó en las provincias agroganaderas del país (Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos), en San Luis y la Ciudad de Buenos Aires, y se aseguró un bloque muy nutrido en el Congreso. No es poca cosa. El precio, sin embargo, fue la consolidación de un discurso con ribetes clasistas –e incluso racistas–, cuyo desenvolvimiento en la esfera pública habrá de ser monitoreado.
Lo que viene es una incógnita, ya que hay pocos elementos del pasado con los cuales establecer comparaciones o analogías, y el peronismo siempre se reinventa a sí mismo. Como en los últimos años, la economía será el principal desafío del nuevo gobierno: la deuda externa, asumida en su totalidad por el gobierno de Macri, deberá ser renegociada. Alberto Fernández deberá negociar con los actores económicos y sociales del país a fin de que todos acepten perder algo: los acreedores deberán resignar ganancias, los sectores agroexportadores tal vez deberán pagar más impuestos y las bases sociales del peronismo deberán tal vez aceptar que la mejoría en su calidad de vida y sus ingresos no será todo lo rápida que ellos se imaginan hoy.
Además, ambos bloques deberán maniobrar en una situación en la cual las diferencias ideológicas entre los votantes –en las elecciones más polarizadas desde 1983– parecen haberse solidificado de manera abierta, al aire libre, en el reino de lo dicho y no de lo insinuado. Lo esperable no es la desaparición de los antagonismos políticos (no es esa la «cultura» argentina) pero sí, al menos, su canalización en los espacios del Congreso y la negociación sectorial institucionalizada. También es una incógnita cómo funcionará la encarnación actual del peronismo, de la cual el kirchnerismo es una parte fundamental pero no la conductora, y Fernández de Kirchner fungirá, de manera inédita, como vicepresidenta (tal vez valga la pena recordar que el peronismo en el poder hasta ahora se ha verticalizado siempre bajo la figura de la autoridad presidencial). 
Por el momento, vale la pena señalar que, en una región que está en este momento sumida en serias turbulencias políticas, Argentina vivió una elección presidencial en la que dos visiones de país distintas –una de centroizquierda y otra de centroderecha– se enfrentaron pacíficamente.

Esta elección libre no es poca cosa: al ejercerla, la sociedad argentina decidió que un gobierno que teóricamente venía a hegemonizar la política nacional por cien años durará sólo cuatro.


martes, 5 de marzo de 2019

Anestesia o muerte, el dilema de la política económica de Cambiemos... @dealgunamanera...

Anestesia o muerte: el dilema de la política económica de Cambiemos…


Ante la suba de la inflación, el Banco Central endureció su meta monetaria y calmó el dólar, a costa de prolongar la recesión.

© Escrito poAlejandro Rebossio el lunes 04/03/2019 y publicado por la Revista Noticias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

A la directora ejecutiva de la consultora Eco Go, Marina Dal Poggetto, le sucedió como Walter, aquel personaje de la publicidad de Telefónica que llegaba de los 80 al año 2000 y no entendía los cambios. Dal Poggetto, una de las economistas más pesimistas sobre la actividad y la inflación para 2019, se fue de vacaciones el 28 de diciembre pasado con un riesgo país por encima de los 800 puntos básicos, que reflejaba un escenario turbulento, y volvió a mediados de enero, cuando bajaba de los 700. Incluso a principios de febrero llegó a 630, mientras el dólar entonces estabilizado permitía que la tasa de interés de referencia bajara del 73% en octubre al 43%.

“Ya está bajando la inflación y lentamente va a mejorar la economía”, proclamó el presidente Mauricio Macri el 13 de febrero. “Hoy es el momento para volver a poner el foco en el desafío del crecimiento”, amaneció al día siguiente el jefe de Estado anunciando beneficios en grageas para ciertas exportaciones del interior. Pero a la tarde pasaron cosas: el INDEC anunció que la inflación de enero fue más alta que la prevista, del 2,9%, y que la interanual se acercaba al 50%. 

Algunos economistas comenzaron a predecir un febrero y un marzo peores en términos de precios y un 2019 con un índice más cerca del 35% que del 30%. A partir de entonces, el dólar comenzó a resucitar, el riesgo país traspasó otra vez los 700 puntos y el presidente del Central, Guido Sandleris, endureció la meta de la base monetaria, con lo que el mercado le exigió una tasa del 49%. Dal Poggetto observó que la realidad volvía a acomodarse.


“En enero, la Reserva Federal (Banco Central de EE.UU.) anunció que subiría más lentamente la tasa y vinieron fondos para los mercados emergentes, incluida la Argentina”, explica la economista.

“Se alineaban los planetas. El viento de cola internacional mataba la incertidumbre electoral. Ahora no cambió el viento de afuera, pero volvió a aparecer la economía real y empezaron a subir el dólar y la tasa”, completa la directora ejecutiva de Eco Go.

Dilema. Y es así como la política económica de Cambiemos vuelve a enfrentarse al dilema de sedación o muerte súbita. Esta última es la devaluación descontrolada del peso, que encendería más la inflación y hundiría aún más la actividad económica. Sería como lo que sufrió la Argentina en abril y septiembre de 2018. Macri quiere evitar ese escenario a toda costa en el año en que buscará la reelección, sin la economía como emblema, pero al menos sin caos. Por eso prefiere la sedación, los cuidados paliativos.

Es decir, el endurecimiento de la meta monetaria, que eleva la tasa de interés, calmar el dólar y la inflación, aun a costa de prolongar la recesion. Mientras, se suceden noticias de despidos, convocatorias de acreedores y cierres (ver recuadro).

En la autoridad monetaria no ven aquel dilema: “Nuestra meta es ser estrictos en la base monetaria para atacar la inflación de base, y reaccionamos tras el inesperado dato de enero. No intervenimos con el dólar mientras esté en la zona de no intervención (entre $ 38 y 49). Y el endurecimiento de la meta tiene un impacto hasta ahí en la actividad, en un país con poco crédito. Afecta más a las colocaciones financieras”.


“Sin el acuerdo de septiembre con el FMI hoy el derrape de la actividad sería más grande y habría más inflacion”, reconoce Dal Poggetto. “Ese acuerdo te alejó del precipicio, que contagiaba a bancos y la deuda. Pero tenés una recesión muy pronunciada y en poco tiempo, lo que se ve en mercado de trabajo, y tenés una inflación alta.

La pregunta es si la economía pegará la vuelta, pero es difícil con las elecciones por delante. No tenés ‘drivers’ (impulsores) de crecimiento: la política fiscal y la monetaria son contractivas, sólo tira para adelante la cosecha y la intención del Gobierno de que los salarios le ganen un poco a la inflación, pero esto lleva a que empresas despidan gente”, advierte la economista, que igualmente valora algunos logros, como la reducción de la deuda pública en manos privadas (reemplazada por la del FMI), la mejora del balance del Central por la licuación de sus pasivos ante la devaluación y la reducción de los desequilibrios fiscal y de divisas.

A Rodrigo Álvarez, CEO de la consultora Analytica, no le sorprendió la alta inflación de enero: “La baja no iba a ser automática, sumado a los aumentos de tarifas de este año”. “La recesión es muy fuerte, lo que te genera una caída muy grande en la demanda de dinero. La gente sólo quería pesos en enero y a principios de febrero por especulación, porque mejoró el humor hacia los mercados emergentes, pero en la Argentina este componente es muy volátil y, cuando cambió la percepción por un elemento que preocupa, cambió la demanda y el Central sobrerreacionó con lógica para evitar otro cimbronazo como los de 2018, no lo puede permitir.

La contracara es la falta de financiamiento por el costo de fondeo altísimo, lo que trae muchas complicaciones para las empresas. Acá se va a discutir el empleo. No veo que vaya a mejorar el salario, al contrario, y eso te contrae más el consumo.

El Gobierno no tiene activos económicos para poner sobre la mesa, más que la estabilidad cambiaria, que puede atender la aspiración de la clase media de ganar más en dólares.

Terminás haciendo lo que el FMI te deja”, analiza Álvarez. Sólo ve brotes verdes en el agro y la construcción privada de quienes tenían dólares y vieron abaratados los costos, mientras prevé que en el segundo semestre los jubilados le ganarán a la inflación. Claro que lo harán después de haber perdido en 2018, de que a unos les quiten el reintegro del IVA y a otros les impongan el impuesto a las ganancias.






sábado, 29 de septiembre de 2018

Biblia negra… @dealgunamanera...

Biblia negra…


Macri pidió a los argentinos que se enamoren de la presidenta del FMI y el Indec dice que con este gobierno de millonarios incompetentes hay menos pobres que antes. Es como decir que negro es blanco, pero es la Biblia para muchos, una especie de Biblia negra, la contracara de esta realidad donde los pobres se han multiplicado por la aplicación de las políticas del FMI, del cual hay que enamorarse. El macrismo sigue construyendo sentido común hegemónico con la ayuda de un Indec trucho, de las corporaciones mediáticas, sectores del poder judicial y la credulidad o la mezquindad del ser humano. Y genera estas criaturas simbólicas grotescas.

© Escrito por Luis Bruschtein el sábado 239/09/2018 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

En medio de la hiperdevaluación y la remarcación serial, la causa por las fotocopias de cuadernos o el encantamiento del presidente con Christine Lagarde o la infamia del Indec macrista, tienden a pasar desapercibidos. Un público de mediano y alto poder adquisitivo quiere que la sociedad crea que el gobierno que votaron haya bajado la pobreza. Y ya están enamorados de Lagarde. Pero la mayoría de la sociedad tiene que preocuparse por las facturas de los servicios y el salario que, en la mayoría de los casos, ya está por debajo de la verdadera línea de pobreza. Sin embargo, cuando pasa la primera ola de impacto de la crisis, comienzan a reverberar estos engendros que han sido concebidos con una fuerte carga ideológica y difundidos por las corporaciones de medios oficialistas como se esparce el virus de la peste bubónica.

Las encuestadoras coinciden en que más del 70 por ciento del país critica el acuerdo con el Fondo. En ese país del 70 por ciento, el Presidente habla de enamorarse de Lagarde. Y en el marco de una dura negociación, Lagarde se da el lujo de hacer desplazar a Luis Caputo del Banco Central. Caputo no era su enemigo y, en cambio, era amigo personal de Mauricio Macri. Su cabeza fue entregada a Lagarde, como actuación del amor de Macri en un gesto simbólico de subordinación a un poder superior.

El FMI no quiere que el nuevo préstamo que otorga a la Argentina sea usado por el Central para frenar al dólar y subsidiar la fuga de capitales. Pero esa decisión se podría haber tomado con un Caputo que no se hubiera resistido. El desplazamiento del titular del Banco Central justo cuando el presidente Mauricio Macri negociaba el nuevo acuerdo con el FMI, no pudo ser una decisión personal de Caputo como dice el comunicado, y aparece claramente como un sacrificio en el altar del organismo financiero internacional. Fue la declaración del nuevo Virreynato del Río de la Plata.

Si el 70 por ciento rechaza el acuerdo con el FMI, se podría pensar que estas actuaciones de Macri acelerarían su suicidio político. Pero en realidad, forman parte de una estrategia donde este esfuerzo por enraizar un sentido común a favor del endeudamiento fenomenal y la consecuente pérdida de decisión soberana ante un poder extraño, se apoya en una contraparte. Puede decir y naturalizar estas barbaridades, porque al mismo tiempo se respalda en la actividad permanente que genera la causa de las fotocopias que seguirá produciendo titulares y comentarios periodísticos durante todo el próximo año electoral.

La estrategia de fondo busca instalar un sentido común que naturaliza la deuda externa y la pobreza y trata de destruir el sentido común que se le opone. Esa es la razón del caso de las fotocopias de los cuadernos del chófer y el romance descarado con el Fondo al mismo tiempo. No van por separado. Las dos cosas van juntas. Seguramente hubo hechos de corrupción como en todos los gobiernos durante el kirchnerismo. Pero al sistema no le interesa combatir la corrupción. Le interesa instalar que el populismo es corrupto, dígase peronismo o kirchnerismo. Le interesa naturalizar que la soberanía política no es importante y que los que piensan que sí, son corruptos. La discusión no es la corrupción sino la soberanía.

El tema de la dependencia, de unidos o dominados, se complementa con el de la pobreza. Porque son temas que van de la mano, la subordinación a otros intereses genera pobreza. Y en general, las estrategias de defensa de la soberanía implican distribución de la riqueza. La derecha se preocupó desde los primeros días del gobierno de Néstor Kirchner por insistir en que el discurso distributivo era una mentira, un “relato” del kirchnerismo.

Durante el gobierno neoliberal menemista ya habían incursionado en el tema buscando naturalizar la idea de que “siempre habrá pobres”. Durante el kirchnerismo, esa cortina de humo de la derecha fue más a fondo con diferentes estrategias: se midió la pobreza con canastas diferentes, se exageraron cifras y se mostraron situaciones de pobreza fuera de contexto. Por supuesto que existían esas situaciones, pero el sentido de las medidas de gobierno —creación de millones de puestos de trabajo, paritarias y programas sociales, índice de aumento y moratorias de las jubilaciones y otras— generaban como tendencia el descenso de la pobreza y de la indigencia.

Las cifras insultantes que dio a conocer el Indec dicen que en el primer semestre, la pobreza subió algo más que un punto, pero que igual se ubica muy por debajo de cómo estaba en el 2015. Esas cifras buscan generar la ilusión de que con políticas que producen una colosal transferencia de riqueza hacia los sectores más concentrados de la economía, la pobreza puede bajar. Para el Indec macrista de Jorge Todesca, los servicios suben  grotescamente y puede bajar la pobreza. Suben astronómicamente los precios de los alimentos y la pobreza baja. Hay cientos de miles de despedidos y bajan la pobreza y la indigencia. El salario promedio ha perdido casi el 13 por ciento de poder adquisitivo en estos años, pero baja la pobreza.

El informe del Indec es tan sesgado que plantea que en el segundo semestre del 2016 el macrismo había logrado bajar la pobreza del 32,2  al 25,7 por ciento.  Son cifras que se suman a la frase de Macri de que el kirchnerismo dejó a “la tercera parte de los argentinos por debajo de la línea de pobreza”. Es el discurso macrista y de alguna parte de la izquierda que no puede diferenciar las políticas distributivas de las políticas neoliberales. 

Porque no es la pobreza lo que está en discusión para el discurso del neoliberalismo, sino la necesidad de demostrar que el populismo la genera y el libre mercado la disminuye. Necesita demostrar que la Asignación Universal por Hijo y el índice de movilidad jubilatorio son parte de políticas de pobreza. Y que por el contrario, las políticas que favorecen a los ricos bajan la pobreza.

Ni la pobreza, ni la corrupción le interesan al neoliberalismo o al macrismo. Estas cifras, junto con la causa de las fotocopias de los cuadernos y el endiosamiento del FMI están explicadas en una cita que tiene unos cuantos años: “La hegemonía del neoliberalismo no se funda sólo en la coerción, sino en la creación de un sentido común frente a las formas de comportamiento. El neoliberalismo es, por encima de todo, un gobierno sobre la organización de los afectos y los deseos. Interviene sobre la cotidianeidad de las personas, sobre el modo en que se alimentan, se divierten, educan a sus hijos, llevan su vida sexual, desarrollan sus intereses espirituales. No hay gobierno sin la  creación de un habitus”.

Parece un texto de Durán Barba bajando línea al periodismo oficialista. No lo es, pero seguramente el publicista de la derecha sacó de allí mucho contenido. La cita es del curso “Nacimiento de la biopolítica”, de 1979, de Foucault.

El debate central, el que la derecha esconde y rehúye, no es una discusión técnica sobre la medición de la pobreza ni sobre las formas legales para perseguir a la corrupción. Es claro que eso no es lo que está en discusión. La polémica se da entre dos proyectos políticos o por lo menos entre dos campos, uno amplio y diverso que representa al campo popular y nacional con sus diferentes corrientes y modelos de país más o menos compatibles, frente al modelo de país que encarna Cambiemos como expresión política del capital concentrado y las transnacionales.

La economía que peor funcionó en América Latina fue la de la Argentina macrista. La economía que mejor funcionó fue en la Bolivia de Evo Morales. En su discurso en el Consejo de Seguridad, y a pocos metros de Donald Trump, el presidente boliviano desnudó la política de doble rasero: “Estados Unidos invade países, lanza misiles o financia cambio de regímenes y lo hace acompañado de una campaña de propaganda que reitera que es a nombre de la justicia, la libertad, la democracia, los derechos humanos, o por razones humanitarias”. “Quiero decirles —agregó— a Estados Unidos no le interesa la democracia. Si no, no habría financiado golpes de Estado y apoyado dictaduras, no amenazaría con intervenir militarmente a gobiernos democráticamente electos, como lo hace con Venezuela. No le interesan los derechos humanos ni la Justicia. Si así fuera firmaría los convenios internacionales de protección a los derechos humanos (...) no promovería el uso de la tortura, no abandonaría el Consejo de Derechos Humanos y no separaría a niños migrantes de sus familias ni los pondría en jaulas”.

Como demostró Morales, a Estados Unidos no le interesan demasiado la democracia ni los derechos humanos con que llenan sus discursos. Lo mismo sucede en la Argentina con Cambiemos: no le interesan la pobreza ni la corrupción con que llenan de titulares los medios del oficialismo. Y cuando hablan de esos dos temas, lo que están imponiendo de manera velada y embustera es un modelo de país para pocos.



martes, 15 de mayo de 2018

El Fondo, la estanflación y la “adicción” a las Lebac… @dealgunamanera...

El Fondo, la estanflación y la “adicción” a las Lebac…


¿El FMI es de verdad distinto al de hace 20 años? Mientras Dujovne negocia en Washington, la incertidumbre se extiende.

© Escrito por Marcelo Zlotogwiazda el viernes 11/05/2018 y publicado por  el Portal Nuestras Voces de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Habrá que esperar a conocer el resultado de la negociación que Nicolás Dujovne está llevando adelante en Washington para terminar de verificar que no es cierto que el Fondo Monetario Internacional sea “muy distinto al de hace veinte años”, tal como afirmó el ministro al anunciar el pedido de asistencia financiera. Hay abundante evidencia para sostener que la institución que conduce Christine Lagarde mantiene su esencia histórica, y que lo más probable es que cualquier préstamo que conceda a la Argentina va a estar sujeto a las clásicas condiciones de ajuste que caracterizaron a cada uno de los acuerdos anteriores.

Basta repasar el párrafo sobre la Argentina en el Panorama Económico Regional que el Fondo publicó en octubre del año pasado, que bajo el título “Prioridades de Política: reducir la inflación y el déficit fiscal”, recomendaba acelerar la reducción del desequilibrio fiscal, mantener una política monetaria restrictiva de altas tasas de interés, racionalizar el gasto público incluyendo salarios, flexibilizar el mercado laboral, rebajar impuestos y abrir más la economía.

Con más detalle, el informe que elaboró en diciembre pasado la misión del Fondo que auditó las cuentas de la Argentina insistió en la misma línea. Entre otras cosas, dejó por escrito que “bajar el gasto público es esencial, especialmente salarios, jubilaciones y transferencias sociales” y que “para impulsar la productividad y el crecimiento a largo plazo se requiere acelerar la apertura importadora”.

Más de lo mismo de siempre
Es cierto que discursivamente la institución se ha renovado. Lagarde suele referirse críticamente a la excesiva desigualdad, reivindica instrumentos del tipo la Asignación Universal por Hijo, habla a favor de que los impuestos sean más progresivos, de la conveniencia de aumentar fuertemente la presión impositiva sobre los más ricos. Incluso sobre esto último los técnicos del organismo han publicado un extenso manual sobre cómo implementar un impuesto a los individuos de elevada riqueza.

Pero a la hora de los bifes, las recomendaciones no se apartan de la tradicional línea ortodoxa, y toda lleva a pensar que si algún acuerdo prospera tendrá las condicionalidades acostumbradas.

Las causas de la crisis
Otra falsedad del discurso oficial de estos días es que la causa del temporal cambiario fue la suba de la tasa de interés en Estados Unidos. En todo caso, eso pudo haber sido el disparador.

Pero una cosa es ser un disparador y otra muy distinta es ser causa. Como señalan economistas de todo el arco ideológico, la causa de esta crisis es el creciente desequilibrio de su sector externo, que entre el déficit de cuenta corriente (balanza comercial, turismo, intereses de deuda, remisión de utilidades, fletes y seguros) y la dolarización y fuga de excedentes, suma

50.000 millones de dólares.

Es esa fragilidad la que explica por qué una leve modificación en el contexto internacional desató aquí un temporal pero en casi todo el resto del mundo apenas un viento molesto. Es esa debilidad estructural que empeoró durante este gobierno la que explica que el riesgo país haya subido aquí el triple que en el promedio de los países emergentes y que la devaluación del peso respecto a noviembre pasado haya triplicado la de las monedas de Rusia o Brasil.

La realidad les cayó como un balde de agua helada a los funcionarios a cargo de la economía que estaban empecinados en minimizar el problema del sector externo con el argumento de que la libre movilidad de capitales y el tipo de cambio flotante se encargarían de nivelar los desequilibrios.

Ingenuidades ideológicas y desconocimiento de la historia
Mientras Dujovne y su equipo negocian en Washington y la incertidumbre y el susto se extienden entre la gente, las gerencias de las grandes compañías formadoras de precios están por estas horas definiendo las nuevas listas luego de la devaluación. La situación es muy heterogénea entre empresas y productos, pero no cabe ninguna duda de que habrá fuertes remarcaciones y que la inflación de mayo no será muy diferente al número de abril que el Indec difundirá el próximo martes.

Como adelanto, el Instituto Estadístico de los Trabajadores calculó que la inflación para los asalariados registrados fue del 2,9 por ciento en abril, y elevó su pronóstico para todo el año al 24,5 por ciento. Lo mismo hicieron Ecolatina y Macroview: la primera al 24 por ciento y la consultora de Carlos Melconian y Rodolfo Santángelo al 25.

La meta oficial del 15 por ciento quedará enterrada a varios metros de profundidad, y las cláusulas de revisión de las paritarias se activarán como bomberos ante el sonido de la alarma.

También se están recortando los pronósticos de crecimiento, que ya se habían rebajado por la sequía. Las nuevas correcciones son la respuesta lógica a que el salto inflacionario va a deteriorar el salario real y el consumo, y al fuerte recorte en la obra pública que ya anunció Dujovne. A eso habrá que agregar el efecto de la suba de la tasa de interés, de la mayor incertidumbre y del creciente malestar, sobre las decisiones de compra, demanda de crédito y de inversión.

Al respecto, el índice de expectativas que elabora Thomson Reuters junto con Ipsos Argentina arrojó una fuerte caída de 62,4 en abril a 54,8 en mayo, y se ubica casi 13 puntos por debajo del pico de octubre pasado. Esa misma encuesta revela que el índice de clima de inversión percibido retrocedió de 42,9 a 37,6 de abril a mayo, y se ubica casi 12 puntos por debajo del máximo registrado en noviembre.

Para Ecolatina el PBI crecerá este año menos del 2 por ciento. Parecido al informe de Macroview de esta semana que incluye como un escenario probable una suba inferior al 2 por ciento.

A una economía con una inflación del orden del 25 por ciento anual y un crecimiento inferior al 2 por ciento bien le cabe el calificativo de estanflación.

El vicio de las Lebacs
Y se viene el martes próximo el vencimiento de Lebac por más de 600.000 millones de pesos, equivalentes a más de 50.000 millones de dólares. Como un adicto a una droga, el programa económico se envició de Lebac, el título que el Banco Central ofrece para reabsorber los pesos que el mismo Banco Central emite para comprarle a Dujovne los dólares que pide prestado el ministro Luis Caputo.

Desde que gobierna Cambiemos el stock de Lebac se cuadruplicó hasta alcanzar 1.224.300 millones de pesos. Es la contrapartida de las reservas que acumuló Federico Sturzenegger por el endeudamiento en dólares tomado para cubrir el déficit fiscal y el agujero externo.
Como un adicto al consumo de droga, el gobierno depende de que se renueve el grueso de las Lebac que vencen el martes, porque de lo contrario se corre el serio riesgo de que quienes no renueven destinen los pesos a la compra de dólares.

Para intentar evitarlo el Banco Central subió la tasa de interés hasta niveles exorbitantes como estímulo para mantener la adicción.

La abstinencia sería muy difícil de soportar.