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sábado, 3 de agosto de 2019

Argentina: Un ex militar admitió que tiraron vivas al mar a más de 4 mil personas… @dealgunamanera...

Argentina: Un ex militar admitió que tiraron vivas al mar a más de 4 mil personas…


El ex militar Nelson Ramón González declaró como testigo en el marco de la llamada causa Contraofensiva, que investiga delitos de lesa humanidad cometidos por la última dictadura cívico-militar en los años 1979 y 1980, y aportó información clave sobre los vuelos de la muerte y el mecanismo de secuestros, torturas y desapariciones puesto en marcha por el Ejército.

© Escrito por Xan Pereira Castro el lunes 03/06/2019 y publicado por Spanish Revolution de la Ciudad de Madrid, España.

“El testimonio de González es muy importante, porque pone en la escena judicial algo que no había sido judicializado hasta el momento y, al mismo tiempo, contribuye a entender el nervio central de la represión en toda la Argentina”, consideró Pablo Llonto, abogado querellante en el juicio, en diálogo con Página/12.

El ex militar declaró ante el Tribunal Oral Federal 4 de San Martín. Durante el primer tramo de su relato, confirmó que tuvo como destino Campo de Mayo para el momento de la Contraofensiva, el nombre con el que se llamó al regreso de un grupo de militantes montoneros al país entre 1979 y 1980.

González contó que los fusilamientos de los militantes secuestrados Zucker y Frías sucedieron en la zona del polígono de tiro del predio, y que de ellos participaron algunos jefes del Ejército. Consultado sobre qué habían hecho los militares tras los fusilamientos, González soltó: “Con todo respeto por los familiares, los quemaron ahí con cubiertas. Lo reconoció Taborda, que era el encargado de sección”.

Agregó, de igual forma, que por Campo de Mayo “pasaron unas cuatro mil personas que luego fueron arrojadas vivas al mar”. Según precisó González, los vuelos de la muerte salían de la Compañía de Aviación: “Era sabido en todo Campo de Mayo. Ahí estaban los aviones Fiat y los vuelos salían de ahí. En todos lados se comentaba”, completó.

“González habló porque le pesa en la conciencia haber formado parte de un Ejército en el que él no quería estar. Su testimonio fue muy valiente, muy transparente y muy veraz”, observó Llonto.

González brindó, además, detalles sobre el fusilamiento de Federico Frías, de Marcos Pato Zucker y de otras dos personas que aún no fueron identificadas.



martes, 2 de abril de 2019

El día que planifiqué asesinar a Leopoldo Fortunato Galtieri… @dealgunamanera...

El día que planifiqué asesinar a Leopoldo Fortunato Galtieri…

Leopoldo Fortunato Galtieri. Fotografía: Cedoc

El autor evoca sus meses más tensos de soldado y su particular vínculo con el dictador, empecinado en una guerra demencial. Whisky de veras y veneno de ficción.

© Escrito por Edi Zunino, Director de Contenidos Digitales y Audiovisuales en Editorial Perfil, el martes 02/04/2019 y publicado por el Diario Perfl de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
  
Entré al servicio militar el 6 de enero de 1982. Salí de baja en marzo del ’83. Mis 14 meses de “colimba” incluyeron la excitación, la furia y la depresión por Malvinas, donde la suerte me impidió combatir. Fui lo que se llamaba “soldado continental”.

Va una escena imborrable de mi conscripción en la sede porteña del Estado Mayor Conjunto... Los milicos nos obligaron a salir del edificio vestidos de civil y casi de noche el 30 de marzo del 82, porque había paro con marcha de la Confederación General del Trabajo, represión demencial e inconveniencias obvias para andar ostentando uniforme por la calle.

Otra escena imborrable... Tres días después, el 2 de abril, manifestantes enardecidos de presunto patriotismo me llevaron en andas desde Paseo Colón al 300, sede del EMC, hasta la Plaza de Mayo al grito de:

-¡Soldado, amigo, el pueblo está contigo!

Vi llorar ese día a mucha gente grande, sudorosa o de corbata o qué más da, hipnotizada frente al relato épico del dictador Leopoldo Fortunato Galtieri¿Cuántos de los apaleados, gaseados y detenidos de la escena precedente colmaban esa plaza con ilusión de gesta?
Delante del mismo Galtieri me cuadré días después en el 8º piso del edificio, clavando los tacos al grito pelado de:

-¡Buenos días, mi teniente general!

Con la mano en mi hombro al pasar, contestó:

-Descanse, pibe, que vamos a ganar.

En la Sala de Situación contigua se reunían los jefes máximos de una locura consensuada por la sociedad civil en la que moriría gran parte de la Compañía de Defensa de la VII° Brigada Aérea de Morón, un montón de misioneros gringos o guaraníes que, mientras compartimos mis únicos cuarenta y cinco días de instrucción, no se quejaban por la comida ni por las sábanas ni por nada.

En cada una de dichas cumbres estratégicas del 8º se bajaban trago a trago una botella entera, por lo menos, de Johnny Walker etiqueta roja. Fui testigo y algo más. Mi servicio a la Patria incluía el armado de las bandejas: el whisky, el hielo, la gaseosa en jarra, los sandwichitos de miga, los vasos...   

Leopoldo Fortunato Galtieri. Fotografía: Cedoc

Detalle destacable: el jefe de la Compañía Mixta del Estado Mayor Conjunto era el capitán del ejército Luciano Benjamín Menéndez, hijo. Su padre aún decidía sobre la vida y la muerte de los cordobeses, los santiagueños y los santafesinos. Su tío, Mario Benjamín Menéndez, “gobernaba” Puerto Argentino.

Mi amigo, colega, escritor y ex director de NOTICIAS, Jorge Fernández Díaz, me propuso alguna vez que con aquellos recuerdos debería escribir un cuento. “Algo tenés que hacer con ese dictador y esas botellas de whisky tan cerca”, me dijo. Le hice caso. En mi novela “Locos de amor, odio y fracaso”, le regalé mi vívida experiencia al protagonista, Mito Valdivia, para que hiciera con ella lo que le ordenara la ficción. Valdivia decidió asesinar al general Galtieri… Perdón… Al general Madero, quise decir. O no.

*   *   *   *   *   *   *

Las Fuerzas Armadas suspendieron de facto la prórroga al servicio militar que Mito había había tramitado “por razones de estudio”. Arrancaba 1982. Los jerarcas del régimen tenían decidido eternizarse en el poder invadiendo las Islas del Sur, apropiadas por los británicos en 1833.

Le quedaba ridículo el uniforme de marinero. Lo destinaron a la sede del Comando Superior Unificado, dependencia que coordinaba las operaciones del Ejército, la Armada y la Aeronáutica. En su efímero paso por la guardia del edificio, tuvo de jefe a un joven capitán que era hijo de El Chacal Cordobés, aquel general temible que asoló el territorio donde vivían su familia y la de Clara. Al mes fue reubicado en el octavo piso, donde, tras declararse la guerra, pasó a funcionar el Estado Mayor de las tropas con el Presidente de la Nación a la cabeza.

Por lo bajo, al mandamás anticonstitucional lo apodaban El Mariscal Etílico. El “soldado clase 61 Valdivia Anselmo” comprobaría muy pronto la razón, ya que pusieron a su cargo el armado de las bandejas para las cumbres bisemanales de la comandancia superior con sándwiches de miga, gaseosas y una botella de whisky escocés que volvía siempre vencida, no tanto por las certezas de batir al enemigo sajón. 

Leopoldo Fortunato Galtieri. Fotografía: Cedoc

Apenas completó el primer servicio, a Mito lo asaltó la idea fija de asesinar al presidente: el teniente general Alfonso Madero era el único bebedor de whisky. Clara lo trataba de chiflado por la ocurrencia. Aunque se divertía especulando, los dos desnudos en la cama durante las noches de franco, sobre si la mejor alternativa sería la estricnina, el bórax, la warfarina o el cianuro.

-En cualquier caso, moriría como una rata -se reían.

Pero lo del conscripto Valdivia iba en serio. Se inclinó por inyectar estricnina en el servidor plástico de la botella. El efecto de dolores, arcadas y convulsiones sería fulminante, pero los médicos tardarían en determinar que no se trataba de un síncope cardíaco. Debía planificar las cosas paso a paso, con horarios estrictos y las rutinas habituales del personal de turno en la cabeza; conseguir el producto, la jeringa, la aguja, los guantes quirúrgicos y algo más importante aún: la firme determinación de fugarse y cómo hacerlo. Eligió la escalera de incendios hasta el garage, escurrido entre los autos hasta la puerta de chapa del fondo que daba a las otras cocheras, las del Ministerio de Hacienda, y de ahí a la calle y a la terminal en un taxi y al exilio en ómnibus y al fin a pie por el Puente Internacional entrerriano, lo más tranquilo. Tal vez en poco tiempo podría regresar como un héroe. Dejar a Clara sola y expuesta lo frenaba.

Tomó coraje bajo una premisa convincente. Alguien debía terminar con toda aquella locura de sangre y fuego, marcar un antes y un después en la historia del fracaso nacional. Estuvo más de dos meses masticando cada movimiento. La derrota en las Islas cayó como una bomba. En el país y en el centro de su plan. Decidió ejecutarlo en la primera reunión del Estado Mayor posterior a la capitulación.


Estaba ansioso. Angustiado. Llegó antes del amanecer al edificio militar, con todos los implementos necesarios para su obra en una bolsita dentro del morral.Lo guardó en el gabinete con candado del vestuario donde se cambiaba, entre los baños y la cocina del octavo piso, y aguardó con unos mates, ahí mismo, la hora de armar las bandejas.

Era la segunda vez en su vida que tenía ganas de matar a alguien. La primera había sido aquel domingo del ’76 en que su padre, sacado de celos y alcohol, tomó del cuello a su mamá y estaba a punto de pegarle una trompada: lo retiró apuntándole a la cabeza con la Bersa 22 que el viejo guardaba en la biblioteca, tapada por las “Obras completas” de Lisandro de la Torre. Con eso se torturaba cuando el suboficial de turno trajo las cajas con el catering. Extrajo de una de ellas el paquete de los sándwiches. Un sudor pastoso, helado, le corría por la espalda y la frente. En la caja de las bebidas había tres gaseosas y una botella de chablis frapé, de esas marrones con cuello largo. Ni rastros del whisky. No entendía nada. Corrió alterado a preguntarle al sargento, con la excusa de evitar que lo castigaran a él por el error.

Leopoldo Fortunato Galtieri. Fotografía: Cedoc

-Menos mal que va a ser periodista, milico… ¿No escuchó la radio? El Mariscal Etílico ya no es más presidente. Lo voltearon. Bien hecho. ¡Con la vergüenza que nos hizo pasar el hijo de una gran puta! -casi lo desmaya la noticia. Los ingleses y las internas castrenses habían resultado un veneno más veloz que la estricnina para la carrera del teniente general Madero.

-Hay fracaso nacional para rato -se animó a decir, con depresivo alivio, antes de acomodar en la bandeja el vino blanco para Remigio “El Comodoro Pacto” Avignolo, que estaba entrando a la sala de reuniones con la banda presidencial recién puesta sobre el uniforme de gala de la Fuerza Aérea.

-¡Festeje, milico, usted es civil! ¿O no quiere debutar en las urnas?

Ahora se viene la apertura, nosotros ya fuimos -toreó el suboficial.

-Sí, sí, sargento… No me dé bolilla.



sábado, 14 de junio de 2014

El trágico destino de Néstor y Cristina… De Alguna Manera...


El trágico destino de Néstor y Cristina…


La senadora argentina Norma Morandini se entera por el Diario El País de que sus dos hermanos figuran entre las víctimas de los vuelos de la muerte de la dictadura.

La senadora de la oposición socialista argentina Norma Morandini despertó en Buenos Aires el domingo 9 de diciembre sin la intención de leer prensa española. Era el día de los derechos humanos, el Gobierno había organizado una fiesta por la tarde en la Plaza de Mayo. A esa hora a Morandini le dio por asomarse a la versión digital de El País. Y vio un titular que la atrapó: “Rostros de los vuelos de la muerte”. 

Ahí se explicaba que el tercer juicio sobre los crímenes cometidos en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) había comenzado dos semanas atrás, que se trataba del mayor proceso iniciado contra las atrocidades de la última dictadura (1976-1983), que durará dos años, que hay 68 imputados por delitos de lesa humanidad, que declararán casi 900 testigos y que se investigarán los casos de 789 víctimas.

La mayoría de ellas fueron arrojadas en vida desde aviones del Ejército al Río de la Plata. En el artículo se hablaba de las más conocidas.

Pero no sería hasta el final del penúltimo párrafo cuando Morandini descubriría algo que había permanecido oculto para ella durante 35 años: entre los 789 supuestamente arrojados al río estaban “los dos hermanos de la actual senadora opositora Norma Morandini, ambos militantes peronistas”. Desde que desaparecieron aquel domingo 18 de septiembre de 1977, no había vuelto a saber nada de ellos.

Se llamaban Néstor y Cristina, como los últimos presidentes argentinos. Ella tenía 21 y él 20. 

“Él era exuberante, muy apasionado. Y ella, muy delicada y cariñosa. Estaban siempre juntos. Solo hasta hace muy pocos años conseguí hablar de ellos sin llorar. A mi hermana la desaparecieron con una camisa a cuadros que yo tenía. Y hay una foto mía con esa camisa a cuadros. Y durante mucho tiempo siempre me pareció que en la multitud yo iba a ver esa camisa”, recuerda Morandini.

La política argentina perdió el rostro de los dos militantes peronistas en septiembre de 1977. 

Norma y su madre habían llamado a muchas puertas preguntando por Néstor y Cristina, pero no consiguieron ningún dato fiable. “La gente en ese momento tenía mucho miedo y no te daba ninguna información. Y en casa, ya fuera por pudor o por cobardía, nunca mencionamos los detalles del calvario. Tal vez, por esa ingenuidad de creer que con el silencio protegemos a los que amamos. O quizás, porque la verdadera intimidad es el dolor. Tal vez me negué a verlo todos estos años, tal vez lo tuve delante de mis narices y no lo quise aceptar. No sé si mi madre sabía algo y nunca me lo dijo. Y yo, que conozco ahora esta información, tampoco sé si decírsela a ella, que tiene 85 años”.

"Nunca los piensas muertos, que es muy diferente a esperar que aparezcan vivos"
 
Al leer que sus hermanos están en la lista de las 789 víctimas de los vuelos se le vino a la mente que en Portugal, en 1977, recurrió a una vidente angoleña para preguntar por su hermana. Y ella le dijo: “Veo agua, solo veo agua”. “Es muy duro y muy difícil transmitir lo que significa la palabra desaparecido. Es un fantasma. Pero decir que es un fantasma es decir nada. Es una presencia que no está. Tú no lo has visto morir ni nadie te dio el pésame, no hay liturgia ni una tumba. Nunca los piensas muertos, que es muy diferente a esperar que aparezcan vivos”.

Ella se exilió a España al comienzo de la dictadura y comenzó a trabajar para Cambio 16. 

“Paradójicamente el exilio, que es un despojo, me dio lo que tengo, la jerarquía como periodista”, explica en su página web de senadora. “Yo que había salido de Argentina sin nombre porque las mujeres entonces no podíamos firmar, regresé como corresponsal de Cambio 16”.

Para exorcizar el dolor, Morandini escribió hace diez años un libro que era un ensayo basado en sus recuerdos. Se llamaba De la culpa al perdón. Pero tuvieron que pasar dos lustros hasta que este año una editorial se decidiera a publicarlo. “Antes había miedo. Y ahora, lo que tiene la sociedad argentina es dolor, mucho dolor”.

Fue superando los peores recuerdos y en 2005 inició sus primeros pasos en política. “Llega un momento en que necesitas despojarte de ese pasado. Porque cuando uno está tan involucrado en la monstruosidad corre el riesgo de que esa monstruosidad te chupe. Pero si te alejás demasiado perdés humanidad”. Pero el pasado seguía ahí. “El domingo 9 de diciembre, en una parte de la ciudad había fuegos de artificios celebrando los 29 años de democracia y el día de los derechos humanos. Y en otra parte estaba yo, que tengo toda la vida comprometida en la denuncia, enterándome por el diario que mis hermanos murieron en los vuelos. Nadie de derechos humanos nunca vino a decirme eso. Y el fiscal del caso tampoco me informó”.

“La perversión de la dictadura”, concluye Morandini, “es que sus efectos se perpetúan y el pasado nunca termina de pasar”.

© Escrito por Francisco Peregil el Sábado de Diciembre de 2012 y publicado por el Diario El País de la Ciudad de Madrid, España.



miércoles, 4 de abril de 2012

Eduardo Luis Duhalde... De Alguna Manera...

Muere Eduardo Luis Duhalde, secretario de Derechos Humanos de Argentina...

 Duhalde con la presidenta de Madres de Plaza de Mayo en 2006. Foto: Marcos Brindicci (Cordon Press)

Diseñó la estrategia judicial para volver a encarcelar a la cúpula del régimen militar.

Si hay una política por la que los Kirchner han recibido elogios de propios y extraños es la de búsqueda de justicia por los crímenes cometidos en la última dictadura de Argentina (1976-1983). Y el brazo ejecutor de esa política fue el secretario de Derechos Humanos de los Gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (desde 2007), Eduardo Luis Duhalde. Este porteño de 72 años murió ayer en su ciudad natal después de más de cuatro horas de una operación por un cuadro de aneurisma de aorta abdominal.

Eduardo Luis Duhalde se distinguió de sus antecesores en Derechos Humanos porque su gestión se comprometió de forma activa como querellante en las causas contra los responsables del terrorismo de Estado que asoló el país sudamericano. También se ocupó de dar ayuda e información a las organizaciones de derechos humanos que llevaban dos décadas pidiendo a los gobiernos democráticos que juzgaran a todos y cada uno de los criminales del régimen militar.

Duhalde, abogado graduado en la Universidad de Buenos Aires, se destacó a principios de los setenta por defender a militantes políticos y guerrilleros que se oponían a la dictadura que rigió entre 1966 y 1973, antes del regreso del peronismo al poder. Duhalde compartía bufete con Rodolfo Ortega Peña, quien fue asesinado por la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), fuerza parapolicial de los peronistas de derechas. Duhalde y Ortega Peña habían creado la revista militante Peronista para la Liberación, identificada con el ala izquierda del movimiento variopinto fundado por Juan Domingo Perón, pero también defendían a guerrilleros marxistas.

El fallecido secretario de Derechos Humanos siguió defendiendo a los perseguidos por la Triple A en el Gobierno de Isabel Perón (1974-1976), pero debió exiliarse tras el golpe de Estado del dictador Jorge Videla (1976-1981), que le incautó sus bienes y pidió su captura. Recaló en Madrid, donde su casa fue lugar de encuentro de muchos argentinos de distintas corrientes políticas que habían sufrido la persecución del régimen.

Una vez que regresó la democracia a Argentina (1983), Duhalde volvió a su país. Antes de desempeñarse durante casi nueve años como secretario de Derechos Humanos, había sido magistrado de Cámara de los Tribunales Orales en lo Criminal de Buenos Aires. También fue consultor en derechos humanos de la ONU, profesor de Derecho, Historia y Ciencia Política en diversas universidades e integró misiones de paz en África, El Salvador, Chiapas, Nicaragua, Perú y Colombia. Su libro El Estado terrorista argentino, escrito en 1984, es el más notorio de sus 24 títulos publicados. También dirigió el periódico Sur, que se editó entre 1989 y 1990, cuando el Gobierno del peronista Carlos Menem daba un giro al neoliberalismo e indultaba a los máximos responsables de la última dictadura. En esa función recibió en 1990 el Premio Internacional al Periodismo de la Asociación Pro-Derechos Humanos de España.

A las órdenes de Kirchner, Duhalde diseñó la estrategia judicial para volver a poner tras las rejas a la cúpula del régimen militar y a todos los mandos medios e inferiores del terrorismo de Estado. Fue ejecutor entonces de uno de los pilares de la gestión de los Kirchner, uno de los que les reportó el apoyo de buena parte del progresismo. Duhalde se ganó además el respeto de las diversas organizaciones de derechos humanos, pese a sus diferencias ideológicas. Hace solo una semana, Duhalde había participado de un acto público en solidaridad con el ex juez español Baltasar Garzón. En esa oportunidad, el entonces secretario había destacado la investigación de Garzón sobre los crímenes cometidos por la dictadura de Franco.

© Escrito por y publicado por el Diario El País de Madrid el martes 3 de Abril de 2012.