Otra final sin
Videla, Massera ni Agosti…
Jugaron dos equipos,
en River, integrados por militantes de derechos humanos, mundialistas como
Houseman, Villa y Luque y miembros de los seleccionados juveniles. Al final
hubo un festival con Liliana Herrero, Spinetta, Viglietti y Fontova, entre
otros.
© Escrito por Gustavo Veiga el lunes 30/06/2008 y publicado por el Diario
Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La imagen sintetizó el espíritu de la
evocación. Leopoldo Luque y Julio Ricardo Villa tomaron la larga bandera con
las fotografías de los desaparecidos, la levantaron y posaron un par de minutos
para los reporteros gráficos. Sobre la pista que bordea al raleado césped del
Monumental, los dos campeones mundiales del 78 consumaban así lo que había
costado tanto tiempo concretar. Que un gesto recíproco, un gesto de aquellos
jugadores y de los organismos de derechos humanos que hasta ayer se miraban con
recelo, los reuniera treinta años después, en el mismo escenario donde la
Selección nacional había ganado su primer título mundial. Un título que se
festejó mientras la dictadura militar perfeccionaba el terrorismo de Estado sobre
25 millones de argentinos con su secuencia de secuestros, torturas y
desapariciones.
En la cancha de River, esta vez, no
hubo genocidas ni multitudes galvanizadas por la alegría de aquellos goles que
Kempes y Bertoni convirtieron en la final contra Holanda. En la cancha de
River, esta vez, la memoria jugó su propio partido, que empezó con una marcha
entre la ESMA y el Monumental, siguió con fútbol y concluyó con un espectáculo
ofrecido por músicos de raíces diferentes.
El Instituto Espacio para la Memoria
organizó lo que durante treinta años y dos aniversarios redondos (en 1988 y
1998), jamás había sido posible. Juntar en una convocatoria pública, en un acto
sensible y con las mejores intenciones, a los jugadores que abrazaron la gloria
deportiva en el ’78 y a quienes durante los años posteriores militaron bajo una
consigna que se hizo huella: “Aparición con vida y castigo a los culpables”.
Allí estaban Luque, Villa y René Houseman, los únicos campeones presentes,
entremezclados con Nora Cortiñas, de Madres Línea Fundadora, Alba Lanzilotto,
de Abuelas, y el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Los primeros se
habían colocado la camiseta celeste y blanca de la Selección y hasta los
pantalones cortos (Luque fue el único que jugó 5 minutos) y las mujeres de los
pañuelos blancos habían llegado caminando desde la ESMA hasta detener su marcha
en la pista del Monumental.
A las 15 ingresó en el estadio el grupo
más nutrido, que portaba la extensa bandera con los rostros de los
desaparecidos encabezado por Pérez Esquivel. Quique Pesoa modulaba su voz grave
y Daniel Viglietti abría la parte artística del acto desde el escenario montado
a espaldas de la tribuna Centenario, la única que no se habilitó de un inmenso
Monumental. El intendente de Morón, Martín Sabbatella; el secretario general de
la CTA, Hugo Yasky, y el secretario de Deporte de la Nación, Claudio Morresi,
habían detenido su marcha frente a la platea San Martín, donde un instante
después recibirían sus medallas los campeones mundiales.
La gente se había acercado hasta Núñez
con la típica pereza dominguera posterior al almuerzo. Algunos, los más
militantes, arengaban con sus cantitos en la esquina de Figueroa Alcorta y
Avenida Udaondo. Agrupaciones como La Cámpora, Proyecto Sur, el Movimiento Nacional
Ferroviario y la FTV hacían flamear sus banderas y repartían prensa propia a
los padres que llegaban con sus pequeños hijos de la mano. Adentro de la
cancha, como si fueran trapos futboleros ante la inminencia de una final,
balconeaban los de la CTA (El hambre es un crimen), de Hermanos de
Desaparecidos por la Verdad y la Justicia, del Frente Nacional Campesino y uno
que pedía Basta de Terrorismo de Estado en Colombia. Pero el que más se
destacaba decía 30.000 detenidos desaparecidos ¡Presentes! y estaba detrás del
escenario desde donde Pesoa continuaba leyendo textos alusivos y algunas
adhesiones, como las de Diego Maradona, Daniel Passarella, César Luis Menotti,
Carlos Bilardo, Carlos Bianchi, Amadeo Carrizo, Víctor Hugo Morales y el
empresario Carlos Avila. También se difundieron comunicados que acompañaron la
iniciativa, como uno del Colectivo de Exiliados de la Operación Cóndor.
El árbitro Guillermo Rietti esperaba
que los periodistas desocuparan el campo de juego para comenzar el partido.
Pero Luque y Villa se detenían ante cuanto grabador o micrófono se les
interponía en el camino y decían su verdad. “Si mi presencia acá sirve para
despegarme definitivamente de lo que pasó, bienvenido. Pero yo nunca me
consideré partícipe del horror, aunque es probable que la dictadura nos haya
utilizado”, dijo el ex futbolista de Racing y el Tottenham inglés.
Luque se paró de volante retrasado para
distribuir juego y se retiró apenas comenzó el partido. Villa y Houseman
salieron con los equipos pero no se pusieron los cortos. Se cantó el himno con
la versión de Charly García de fondo, hubo fotografías para los protagonistas
(militantes, jugadores Sub-20 y Sub-23 y el director de cine Tristán Bauer),
hasta que el referí dijo basta. Desde ese momento, la atención se centró en el
escenario, mientras una parte del público que ocupaba las plateas bajas empezó
a saltar hacia la cancha para ver desde más cerca a Luis Alberto Spinetta.
Cuando el Flaco apareció en el
escenario con su Fender (anteojos oscuros, campera blanca, la misma melena de
siempre, aunque más canosa), el fútbol, por primera vez en la tarde, quedó
desplazado. Regaló cuatro o cinco temas y entre ellos, un par de Almendra, su
mítica banda: “Laura va” y “Plegaria para un niño dormido”. Después le dejó
paso a Lito Vitale y su trío, que terminó tocando un par de temas con un músico
que no estaba anunciado, pero levantó al público con un par de éxitos de su
repertorio: Juan Carlos Baglietto. Siguieron Liliana Herrero, Horacio Fontova,
Sara Mamani, La Bomba de Tiempo y Arbolito.
La tarde caía sobre el Monumental, los
organizadores de Espacio para la Memoria seguían comunicándose entre ellos para
no dejar detalle librado al azar y en el Monumental, esa caja de resonancia
donde miles de voces atronaron aquellas tardes de junio del ‘78 festejando un
título mundial, todavía se escuchaban los ecos de palabras que se repetían una
y otra vez. Memoria, desaparecidos, derechos humanos, compromiso, militancia,
compañeros, todas ellas unidas por el hilo conductor de una jornada que intentó
zanjar las diferencias de dos visiones aparentemente irreconciliables sobre un
mismo hecho. El hecho maldito del país futbolero que algunos prefirieron no
evocar o del que tomaron prudente distancia.
Las presencias de Luque, Villa y
Houseman, apenas tres campeones de aquel plantel de veintidós, de cualquier
modo operaron como un símbolo para cumplir con el objetivo de La Otra Final.
Hacer memoria en un país de memorias flacas. Un buen antídoto para recuperar la
otra historia, ésa en la que aún resta mucho por escarbar.
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