Patriotas...
“Si
querés ir rápido, andá solo. Si querés llegar lejos, andá acompañado.”
(Proverbio
africano)
Moreno-Cavallo, dos hombres muy apasionados.
La
controversia alrededor de las barreras aduaneras a la importación de libros y
su posterior derogación sirvió como ejemplo amplificado de lo que en otras
áreas menos simbólicas sucede con el modelo económico del Gobierno y su más
emblemático ejecutor, Guillermo Moreno.
Escuchar
al vicepresidente de la
Federación Argentina de la Industria Gráfica
(Faiga), Juan Carlos Sacco, defender la medida del Gobierno –argumentando que
los controles sobre la cantidad de plomo presente en la tinta no son una chicana
porque podría ser muy perjudicial para la salud, debido a que hay personas que,
para facilitar el procedimiento de adhesión del dedo al papel, al pasar la hoja
se llevan su índice a la boca para humedecerlo y así podrían contraer cáncer si
la tinta no fuera libre de plomo– ya cruza todos los límites del grotesco. Muy
en sintonía con el histrionismo de Moreno.
Los
huevos de Moreno. Tiene razón Horacio González sobre que no se trató de un acto
de censura sino comercial, pero aun reconociendo –también– que lo del plomo en
la tinta entraría en vigor más adelante, fue tan burda esa justificación junto
a otras que, independientemente del real perjuicio que produjo, sirvió para
desnudar impúdicamente el estilo “avivado”, mañero y no pocas veces
directamente mentiroso con el que se construyen ciertos relatos oficiales.
Freud
explicó que la importancia de los descubrimientos sobre la histeria no estaba
en su cura sino en que la sobreactuación de la histérica permitía ver
ampliamente cómo funciona el resto del aparato psíquico. Lo hizo con esta
comparación: “Tampoco los huevos de equinodermo son interesantes para la
embriología porque lo sea en particular el erizo de mar, sino porque su
protoplasma es transparente y lo que en él se ve permite inferir lo que acaso suceda
en huevos de protoplasma opaco”.
Los
“libros cancerígenos” de Moreno y la saliva en el dedo del vicepresidente de la Faiga serían como los huevos
de equinodermo, que por su transparencia nos permiten entender cómo funcionan
todos los demás huevos; o sea, toda misión que a Moreno le toque ejecutar.
Al ser
su accionar tan descarnado, al presumir de las malas formas por considerarlas
más eficaces, y al estar dispuesto a cualquier defecto pero nunca al de la
hipocresía, Moreno es un ejemplo vivo y una pintura completa de una cultura
política.
No se
podría negar que el proteccionismo es una herramienta de política económica de
cualquier país y que lo practican, en alguna proporción, aun aquellos que
culturalmente están más abiertos al libre comercio. Son las formas excesivas y
fundamentalistas con las que se aplican esas herramientas económicas las que
generan conflictos como –ahora– el de la queja en la Organización Mundial
del Comercio, donde nunca antes tantos países se unieron para protestar contra
otro, como acaban de hacerlo con la Argentina (ver página 18).
En
sentido opuesto –de apertura total de la economía y del comercio–, Cavallo fue
en los 90 tan fogoso como Moreno. Y a pesar de las diferencias académicas,
también comparten el ser la figura económica emblemática de una época. Los resultados
finales de la convertibilidad y los pronósticos sobre el futuro del modelo económico kirchnerista parecen
indicar que nuestro problema es más psicológico que ideológico. Que el problema
de gestión que sufre la
Argentina es el propio exceso, aun si fuera en la dirección
correcta.
Para
muchos empresarios medianos y pequeños, Moreno es un patriota. El citado
vicepresidente de la Faiga
(Juan Carlos Sacco también es vicepresidente tercero de la Unión Industrial)
dijo textualmente: “Uno podrá estar de acuerdo o no con sus modos, sus cosas;
ahora, nosotros, como industria gráfica, hoy lo consideramos un patriota”.
Quizás
todos hayan preferido olvidarlo pero también de Cavallo, a mediados de los 90,
hubo quienes dijeron que se trataba de un patriota.
Los
libros obligaron a Moreno a recular públicamente, por primera vez y rápido, a
causa del valor representacional que tiene la cultura. En otras proporciones,
algo parecido le sucedió a Cavallo cuando mandó a los científicos a lavar los
platos. Ambos cometieron el error de quedarse sólo con una ecuación económica
sin percibir el enorme capital simbólico que le asigna la sociedad a la cultura
y la ciencia. Y en esos equívocos quedaron desnudos frente a la opinión
pública.
Otro
punto de coincidencia entre ambos es la defensa de un dólar muy barato. En eso
los une la doctrina peronista, orientada al consumo más que a la acumulación, y
a la felicidad presente más que a la futura.
¿Por
qué si no, recurrentemente, ya sea con Moreno o con Cavallo (y aunque les cueste
reconocerlo, también con Martínez de Hoz), se vuelve a que resulte más barato
comprar casi todo en Estados Unidos que en Argentina?
Un
dólar alto genera aumento de empleo porque se produce más nacionalmente al
encarecerse las importaciones y aumentar las exportaciones. Pero un dólar bajo
beneficia a los consumidores que pueden comprar productos importados a más bajo
costo (ésa era la defensa de los exportadores chinos a Estados Unidos: que
aumentaban la capacidad de compra de los hogares norteamericanos).
Pero la
misión de Moreno es más ambiciosa que la de Cavallo, porque el kirchnerismo
aspira a obtener ambas ventajas juntas: una tasa de empleo alto, sustituyendo
importaciones, y al mismo tiempo precios bajos de aquello que se importe. La
inflación muestra qué difícil es tenerlo todo.
El
dilema de los libros es el mejor ejemplo. Hoy en Argentina, los libros, en
euros, cuestan al público más caro que en Europa (mientras que cuando Kirchner
asumió, eran mucho más baratos por el dólar alto). Basta abrir una página de
Internet de cualquier librería española, comparar el precio con una de aquí y
encontrar muchas oportunidades.
Al
problema del retraso cambiario y a los continuos aumentos de costos internos en
dólares de todo en Argentina, se agrega el hecho de que imprimir libros en la Argentina es más caro
también por culpa del Estado que cobra el 21% de IVA a la impresión y a todos
los costos gráficos de un libro, mientras que la venta de un libro terminado no
tributa IVA. Corolario: el editor que imprime aquí no puede trasladar el IVA de
sus costos de producción y el libro importado entra sin IVA. Sonría: el IVA al
papel y la impresión de todo tipo de publicaciones, incluyendo diarios y
revistas, lo puso Cavallo.
© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado
por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires el Jueves viernes 30 de Marzo de 2012.