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domingo, 14 de enero de 2018

"Honorables garchas"… @dealgunamanera...

Honorables garchas…


En el origen, “oligarca” era un tipo de clase alta considerado un “chupasangre” de trabajadores. Con el tiempo, “garca” se popularizó como una voz del lunfardo que califica sin reparos a todo canalla, traidor, falso, estafador o miserable probado en los hechos. De tal modo que, en opinión de quienes lo conocen, permite advertir a otros sobre la amenaza que representa la cercanía del que vulgarmente se llama “un cagador”, Sin necesidad de explicar ni de entrar en detalles.

© Escrito por Carlos Ares el domingo 14/01/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Con perdón de la mesa, también podríamos describir al “garca” común como “un tipo de mierda”, según otra de las acepciones habituales en ciertos bares. Es decir, alguien que sintetiza en su decir y hacer las más despreciables condiciones para las relaciones humanas, de acuerdo con normas y valores respetados como tales. No escritos, ni inscriptos en ninguna tabla de la ley, pero aceptados como fundantes de los intercambios sentimentales que se dan y se incorporan sin palabras en los barrios de la periferia. “Garca” es un anagrama y, a la vez, el “vesre”, el revés, de “cagar”.

En fin, demasiado palabrerío para decir lo que todos seguramente sabemos, hemos aprendido y sufrido al menos una vez en la vida: por más que te adviertan, lo sospeches o te avives a tiempo, un “garca” es un tipo que, tarde o temprano, te va a cagar. Y, contra toda prevención, lo logra. Al fin, te caga. Cada uno podría hacer ahora su propia lista de nombres. Nadie, nunca, se salvó de, al menos, un cagador.

Fue así que, en el trámite de pensar en tanto “garca”, apareció primero “una garcha”. ¿De qué otro modo calificarían ustedes a las “honorables” cámaras de diputados y senadores que acaban de renovar parte de sus miembros y se trenzaron de movida en una disputa feroz por los despachos, a la vez que defendían privilegios, colocaban asesores y justificaban la protección a los reclamados o condenados por la Justicia? Todo esto mientras se llenan la boca de medialunas, promesas, juramentos y se preguntan: “¿Qué más hay para mí?”.

Las cámaras funcionan como el convento para los bolsos de López. Son refugios seguros, siempre que todas las monjas reciban su parte. Hay una cantidad de “garcas” históricos que alguna vez fueron militantes comprometidos con alguna causa decente, pero que en el tránsito se fueron creyendo sus propias arengas, probaron las mieles del poder y quedaron pringados. Ahora les cuesta despegar los dedos de la caja, de los pasajes gratuitos, de los coches, de la guita pública. Una vez consumido ese ácido que te corroe el alma, nada vuelve a ser igual. El cerebro se convierte en una fábrica de producir excusas y echar culpas a otros sobre lo que debía ser y no fue, sobre lo que debe ser y no es. “La oposición”, “el gobierno”, “el imperialismo”, “los empresarios”, “la defensa de los trabajadores” (esta va sin “s”) y más, según a quien va dirigido el discurso. Justifican todo: la violencia, las chicanas, los arreglos, los negocios, los sobornos, las coimas.

Si los que escuchan en la intimidad de un asado son simpatizantes, ahí el “garca” confiesa: “Si no arreglás, te deja afuera”, “dan ganas de largar todo, pero hay que bancar por el proyecto”. Fue en uno de esos encuentros cercanos donde escuché contar su historia a un diputado nacional que –tomen nota– hace treinta años, ¡treinta años ya!, vive de la política. El relato era de tono “heroico”, como el de un ex combatiente de Malvinas en la primera línea de fuego. Egresado de la Universidad Católica (hombre de “la Iglesia”), siempre ocupó altos cargos –presidente de banco público, secretario de Estado, embajador y diputado, con Cafiero, con Menem, con Duhalde, con De la Rúa, en el Parlamento del Mercosur, con Massa y, ahora, con Macri, del que habla como si se le hubiera revelado el Mesías–.

Y ahí está, a salvo de las denuncias y procesos que le iniciaron, disfrutando “con un inmenso sacrificio”, de almuerzos y recursos. Sin pedir perdón, sin reconocer alguna responsabilidad en el fracaso. Esperando, convencido, que la Historia y la Patria le harán el debido reconocimiento cuando se comprenda todo lo que ha hecho por todos nosotros, el pueblo del llano que él nunca pisó. Los antecedentes de semejante infame les caben a varios, hagan sus propias listas. Nadie, nunca, en ningún Parlamento del mundo, se salvó de, al menos, un cagador. 

Fue entonces que pensé: en el caso de que el “garca” sea un funcionario, deberíamos describirlo como un “garcha”. Esto es un “garca” agravado por ser, además, un ruin e indigno servidor público. Si pertenece al Congreso, con el debido respeto a las cámaras, sería un “honorable garcha”. Esto es: el clásico “tipo de mierda” que, además, nos viola a todos en representación de nuestros derechos.



lunes, 24 de abril de 2017

Galileo... @dealgunamanera...

Galileo…

Culpable. Esta semana la Corte Suprema ratificó su condena al cura Grassi. Foto: Scotellaro

¿Galileo? ¿A qué viene Galileo? Con las urgencias que hay, con la necesidad de opinar sobre cada cosa que pasa, con el quilombo diario que tenemos, ¿de qué se trata esto de Galileo?

© Escrito por Carlos Ares, periodista, el viernes 23/03/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

¿Galileo? ¿A qué viene Galileo? Con las urgencias que hay, con la necesidad de opinar sobre cada cosa que pasa, con el quilombo diario que tenemos, ¿de qué se trata esto de Galileo? ¿Por qué? –pienso–, ¿de dónde? –me digo– ¿hace cuánto –me pregunto– que no releo el libro de Guillermo Boido? (Noticias del planeta Tierra. Galileo Galilei y la revolución científica, A-Z Editora, 1988). ¿Qué pasó, qué fue lo que me hizo recordar nuevamente la voz y la presencia imponente de Walter Santa Ana, ya casi ciego, sobre el escenario de la sala Casacuberta del Teatro General San Martín, haciendo el Galileo de Bertolt Brecht?

La escena. Roma, 1633. Galileo había demostrado la teoría heliocéntrica formulada por Copérnico –“la Tierra gira alrededor del sol”–, que refutaba a la geocéntrica sostenida hasta entonces por la Iglesia, basada en la Biblia. El Santo Oficio, tribunal de la Inquisición, influido por los enemigos de Galileo, entre ellos un jesuita de apellido Grassi, lo acusa de “introducir doctrinas heréticas” y presenta como prueba un documento fraguado. Bajo amenaza de tortura, Galileo confiesa. Zafa de la hoguera en la que, en 1600, habían incinerado a Giordano Bruno por motivos similares. Es condenado a “prisión perpetua” y a abjurar de sus ideas. Galileo se arrodilla: “(...) con corazón sincero y no fingida fe abjuro, maldigo y aborrezco los susodichos errores y herejías y en general cualquier otro error, herejía y secta contraria a la Santa Iglesia. Y juro que en el futuro no diré nunca más, ni afirmaré, por escrito o de palabra, cosas por las cuales se pueda tener de mí semejante sospecha, y que si conozco a algún herético o sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio, o al inquisidor u ordinario del lugar donde me halle”.

¡Ay, cómo dolía –cómo duele todavía– esa escena! La congoja anudaba las gargantas y los sollozos aislados se apagaban bajo el peso del silencio, extendido como un poder sobrenatural, aterrador, sobre toda la sala. Galileo fue confinado a “prisión domiciliaria”. En esos últimos años, a pesar de su estado de salud y su ceguera, terminó de escribir las Consideraciones acerca de dos nuevas ciencias. Murió en 1642, a los 77 años.

Más de tres siglos tardó la Iglesia en reconocerlo. Recién en 1979, el papa Juan Pablo II tuvo a bien “conceder” a Galileo el mérito de haber formulado “normas importantes de carácter epistemológico que resultan indispensables para poner de acuerdo las Sagradas Escrituras con la ciencia”. La Iglesia sólo pide perdón a Dios, nunca a los hombres, por los crímenes que cometen sus miembros. Puede ser que la Tierra no sea el centro del universo, puede ser que algunos curas violen niños, puede ser que las dictaduras bendecidas por ellos torturen, asesinen, arrojen los cuerpos de sus víctimas al mar o los hagan “desaparecer”, puede ser que la mujer sirva para algo más que para el servicio como monja, pero eso no debe hacer dudar sobre las “sagradas escrituras”, ni la fe en la misericordia de Dios. Divina, la Iglesia.

Tal vez se debió a una asociación involuntaria. La Corte Suprema ratificó esta semana la condena al cura Julio César Grassi, uno de los tantos pederastas que la Iglesia todavía encubre. Pero no. Al menos, no fue sólo por eso. Cuando vuelvo a Galileo es, siempre, por un ahogo emocional, porque falta el aire libre, como aquella noche en que vi por primera vez la representación de la obra de Brecht en el San Martín.

Sé que se había apagado ya la patria panelista en la tele, también las redes sociales, que el silencio era un bálsamo en la madrugada. Que se relajaba ya la tensión de otro día intenso, colapsado por intereses contrapuestos en las calles, en los escritorios, en las aulas, en las cuevas mafiosas del Santo Oficio, donde se trama la acusación que nos obligue a arrodillarnos, a confesar, a reconocer que no se puede, que esto nunca va a cambiar y que hay que denunciar y delatar a todo aquel que se entusiasme y piense lo contrario. Y fue ahí, sí, que recordé al viejo Galileo, solo, en su casa, de cara a la noche y a las estrellas, murmurando: “Eppur si muove” (“Y sin embargo se mueve”).


jueves, 8 de diciembre de 2016

Diciembre de ´83... La Mochila… @dealgunamanera...

La Mochila…

Diciembre 83. "Con la democracia se come, se educa y se cura", frase de Alfonsín. Foto: Cedoc Perfil

¿Quién no carga una mochila? ¿Quién no lleva ahí, en la espalda, colgando de los hombros, el denso catálogo que resume su vida? Una serie de imágenes que se imprimen una y otra vez y se revelan lentamente como fotos en el cuarto más oscuro de nuestra conciencia. Ahí nos reconocemos. Acá estoy, éste soy yo. ¿Soy? ¿Ves el pelo, la ropa, el susto, el miedo, la risa, la alegría? Es una asociación desordenada, aleatoria, que evoca ese juego infantil, esa pelea callejera, los silencios de tu viejo, las lágrimas de tu madre, el día qué, la tarde cuándo, el grito, el gol, ella, eso que sentías, la primera vez.

© Escrito por Carlos Ares el domingo 04/12/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

¿Quién no encuentra todavía en su invisible mochila migas de lo que fue, bollos de papel, poemas, penas, juguetes, amigos, objetos que se conservan como talismanes y se frotan como lámparas para saber, para que nos digan quiénes éramos y por qué y cómo pasó lo que pasó. Una moneda, una figurita, una muñeca de trapo, el reloj del abuelo, el libro de cuentos, la pelota, la camiseta firmada, el autógrafo, la piedra, el pañuelo. Acá estoy, éste soy yo, ¿ves?, mirame la cara, acababa de vomitar la hostia. Pecado mortal. Pensaba morirme esa misma noche. Y no me morí.

¿A quién no le pesa todo lo visto y escuchado, más lo dicho y lo hecho? Nos educan para una vida posible. Hay que aprender a compartir. Hay que saber, hacer, entender. De pronto, es tiempo de lucha, de combate por ideales, por convicciones, por personas que representan la esperanza del hombre “nuevo”, de un mundo más justo. Perón, el Che, Fidel, ERP, Montoneros. Justificamos la violencia, el robo, celebramos la muerte

Hace unos días, tirando para atrás todo lo que encontraba, rebusqué en mi mochila. Sabía que lo tenía y ahí estaba. Los pelos que asomaron parecían de un gorila, pero no. Abajo de Perón, de Evita, de la Patria Socialista, se veía claramente su inconfundible barba. Es, era Fidel. Lo tenía de joven, al lado del Che. Mirando el desparramo que hice a mí alrededor de caras, nombres, libros, consignas, me dije que era una buena oportunidad para limpiar la basura acumulada. Empecé por lo que olía peor. Isabel, Firmenich, López Rega, Videla, Galtieri, el almirante Lacoste, Menem y su ristra de frases, “síganme”, “salariazo”, “revolución productiva”, “declaro la corrupción delito de traición a la patria”, “atravesaremos la estratósfera y en dos horas estaremos en Japón”. Mafiosos, asesinos, narcos. Contuve el asco y seguí tirando, desde Yabrán hasta Aníbal Fernández.

Por una cosa o por otra –autoritarismo, amenazas, crímenes imperdonables–, la mayoría fue a parar a las bolsas negras, de consorcio. Separé restos orgánicos, húmedos y grasos como Roberto Dromi, de personajes de plástico como De la Rúa o Scioli, y latas grandes, agarradas a las manos de Báez, López, Jaime, De Vido y más. Llené tres contenedores y, aun así, me quedaba todavía una montaña de residuos inútiles. Ideologías que encubren, mentiras evidentes, relatos insostenibles. Recuerdo que me dije: “Entre las que comprás y las que te venden, qué cantidad de porquerías juntás”

Somos hechos por el tiempo que nos toca. Al cabo de los años, la vida se condensa y supura en historias. Nos caemos, nos levantamos, gritamos, pedimos, reclamamos, exigimos, votamos, creemos. “Nunca más”, “con la democracia se come, se cura y se educa”, “no pude, no quise, no supe”. “El que las hace las paga”, “conmigo un peso un dólar”, “estamos condenados al éxito”, “chicos, por favor, estamos en Harvard, esas cosas son para La Matanza”, “tenemos menos pobres que Alemania”.

En esas estaba, viendo qué más podía tirar, cuando ella, la Maga, pide ayuda para hacer la mochila de los chicos, que mañana arrancan temprano. De la mía, pensé, de la que todavía tanto lleva, nada va a la de ellos. Ni los textos, ni la música, ni las ideas, ni mis broncas, ni mis pasiones, nada. Mucho menos, tantos fracasos. Sólo, si aceptan, algunos buenos deseos y esperanzas de justicia. El alimento necesario para que se sostengan enteros, dignos de sí. Ya tendrán su propio pasado como para andar de salida cargando uno ajeno. Si hacen el viaje “ligeros de equipaje”, tal vez puedan llegar más lejos, hacer algo mejor.




domingo, 11 de septiembre de 2016

¿Cuándo nos fuimos a la mierda?... @dealgunamanera...

¿Cuándo nos fuimos a la mierda?...

Pedraza. Tuvo que morir Mariano Ferreyra para que un sindicalista fuera preso. Foto: Cedoc

Como el personaje de Vargas Llosa de Conversación en La Catedral que se pregunta: “¿Cuándo se jodió el Perú?”, en el bar de Lima donde se sitúa la novela, o como canta Jaime Roos en Los Olímpicos sobre los uruguayos... “Uruguayos / uruguayos/ dónde fuimos a parar/ Antes éramos campeones / Les íbamos a ganar / Hoy somos los sinvergüenzas / Que caen a picotear”, si el lector de esta columna acepta un café en El Hipopótamo o en el Derby, alrededor del Parque Lezama, en algún momento nos quedaremos en silencio, mirando pasar la tarde en la ventana, pensando lo mismo, quizá en términos más vulgares, más nuestros: “¿Cuándo fue que nos fuimos a la mierda?”.

© Escrito por Carlos Ares el sábado 10/09/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

¿Cuándo y por qué comenzó a importarnos todo un carajo y forzamos los límites de la convivencia hasta reventarlos? No los de la ley que se nos impone, sino los propios, los que nos hacen ser una persona. Esos que desmienten al tango, porque no es lo mismo “ser derecho que traidor”, por ejemplo. ¿En qué momento empezamos a culpar siempre a otro, a negar, a encubrirnos con el discurso de que no podíamos ser “el boludo” que se queda afuera cuando todos “entran”? 

Es probable que haya sido a causa de la última dictadura. Ya, antes, llevábamos varios años quebrando los pactos, los acuerdos, la Constitución, pero ahora hasta los golpes de Estado previos parecen dramas menores frente a lo que sucedió después. Fue en los primeros años de esos trágicos 70 cuando se despreció la vida. Matar pasó a ser un acto de justicia. Y la venganza comenzó a servirse en caliente. Secuestrar, torturar, eliminar, aniquilar, erradicar, reprimir fueron los verbos maestros del poder. Hasta el punto de “desaparecer”, “no estar”, como decía Videla, “ni vivos ni muertos”. Y desaparecimos, miles físicamente y millones como sociedad, como proyecto, como promesa, como cultura. Cultura entendida, según T.S. Eliot, “como todo aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida”.

A más de treinta años, esa explicación, la dictadura como causa y consecuencia, es necesaria pero no suficiente para entender todo lo que sucedió después. Hay una responsabilidad que, en parte, les cabe también a los gobiernos democráticos. Alfonsín, según admitió, no supo o no pudo echar las raíces y desarrollar la construcción de ciudadanía, el debate de ideas, los apoyos mutuos, la alternancia en el poder, la igualdad ante la ley.

Agotados por las resistencias tardías de los carapintadas, desesperados por el fracaso económico, nos saqueamos de paciencia, y en ese desencuentro con la fe democrática regresamos al peronismo, donde el discurso populista de Menem prendió en campo fértil. “La patria morena”, “la revolución productiva”, “el salariazo”. El líder que no iba a defraudar arrasó con lo poco que quedaba de esperanza. Dictó los indultos a Firmenich y Videla, entre otros, y en poco tiempo traicionó todas las palabras dadas y las promesas hechas. El mensaje que bajaba desde el poder era: “Mírenme. Vean cómo miento. Cómo hago lo contrario de lo que digo. Síganme. Todo está permitido”. 

El “favor” pedía “retorno”. 

Los barrios se cerraron. Colocamos rejas, cámaras, alambres de púa. El que no mafia no mama. La policía hizo su negocio. El narco tomó posesión de la tierra de nadie, contrató a sus “soldaditos” y comenzó la guerra. Sálvese quien pueda. El que no es un criminal es cómplice o es víctima.

Desde entonces, la muerte parece ser el único motor de nuestra historia. Tuvo que morir, violada, asesinada, María Soledad en Catamarca para terminar con el régimen feudal de los Saadi. Tuvo que morir, apaleado, el soldado Carrasco para terminar con el servicio militar obligatorio. Tuvieron que morir 52 personas en la masacre de Once para que se ocuparán de los trenes. 
Tuvieron que morir fusilados los pibes Kosteki y Santillán, durante la gobernación de Felipe Solá, para que Duhalde adelantara las elecciones.
 Tuvo que morir Mariano Ferreyra para que finalmente un sindicalista, José Pedraza, fuera preso. Costó muertos terminar con Cavallo. Y sin contar los muertos de hambre, de necesidad, de olvido, de pena, de nada, de tantos que ni siquiera movieron la aguja de la vida.


sábado, 23 de abril de 2016

Dios te SAME, Crescenti. Pienso yo, que no creo... @dealgunamanera...

Morir cada vez más joven…


Alta noche. Pienso. Hijos del poder. ¿Qué hubiera sido de Mauricio Macri si una pasión insólita no lo arrastraba a la orilla? Un proyecto offshore más girando alrededor de Franco, su padre. Qué es ahora Martín Báez sino otro bolso de Lázaro. ¿Y Máximo? Un chico, olvidado en el Sur que a sus cuarenta años trata de zafar y se hace cargo de lo que le tocó. Facundo “El pollo” De Vido, consumido a la sombra de Julio, su padre. Julieta Jaime, que le prestó el nombre a su padre Ricardo, y escrituró para siempre la propiedad de una culpa insoportable. Desde las cumbres políticas o económicas, los apellidos empujan y ruedan nombres de pibes al abismo de la vergüenza.

© Escrito por Carlos Ares el viernes 22/04/2016y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Romina, la hija del “Bombón” Mercado y Alicia Kirchner, involucrada en el lavado de Hotesur. Sebastián, el hijo de Daniel Pérez Gadín, el contador de Báez. Luis, hijo del diputado Luque, condenado por el asesinato de María Soledad Morales en Catamarca. Lautaro y Eduardo (Braun Billinghurst), Germán (Braillard Poccard), Horacio (Pozo) Francisco (Méndez), Gonzalo (Marasco), Andrés (Gallino), los “hijos del poder” en Corrientes, acusados por la muerte de Ariel Malvino en una playa de Brasil. Gabriel Alperovich, encubierto de las sospechas del crimen de Paulina Lebbos bajo el ala de su padre José, el ex gobernador de Tucumán.

Todos ellos, ya mayores, recuperados de sus penas o castigos, nunca dejarán de ser hijos de. ¿Quién y cómo se resiste a esa violación del derecho al propio orgullo, a la dignidad? La diputada Victoria Donda todavía visita en la cárcel a su “apropiador”, el ex prefecto Juan Antonio Azic, en prisión perpetua por delitos de lesa humanidad. Hija de desaparecidos, Victoria no sabe cuándo es su cumpleaños. Nació, algún día de agosto de 1977, en la Escuela de Mecánica de la Armada, donde estaban secuestrados sus padres. 

“El poder es impunidad”, definió Yabrán. ¿Impunidad o condena? Duele saber. Más, negar. La tanza del invisible cordón filial rodea el cuello. Aprieta y ahoga en mitad de la noche.  Andan necesitados, seguramente, de lo que faltó: ejemplo, decencia, la palabra honrada, justa. Y, sobre todo, un silencio que escuche y comprenda. A cambio, recibieron todo lo que un padre patrón poder puede dar. Nada. Nada de lo que de verdad importa. El cuento se lo tuvieron que escribir y contar solos.

Miraba. Hace ya unos cuantos años, el Saturno devorando a sus hijos, de Goya, en el Museo del Prado de Madrid. Como se sabe, la pintura –como la de Rubens– alude al mito del tiempo que se devora todo y se traga a sus propias criaturas. Veo, ahora, en esa imagen, la avaricia, la ambición de eternidad que desgarra a dentelladas cuerpos adolescentes y bebe de su sangre y de sus sueños.

Miro. Pienso. Este tiempo no es aquél. En los pasillos del museo los pies se demoraban en susurros. Ahora, los pasos del monstruo retumban, su corazón late a la velocidad de la luz y de la sombra. Es, a la vez, frágil, instantáneo, táctil, líquido, fugaz. Se siente, se sabe que está, que pasa. De pronto, entra en convulsión y se engulle a cinco pibes antes del amanecer, enseguida se limpia la espuma de la sangre con el antebrazo, salta, baila un poco más y se va. Ya no es, ya fue.

El estridente ulular de las ambulancias siempre desesperadas, deshizo la escena del museo y desanudó el tránsito de la madrugada en vela. Desde la ventanilla, al socorro urgente, como si fuera una pantalla de televisión, un médico, entre lágrimas, ruega: “besen a sus hijos al despertar por la mañana. No veamos más camas vacías”.

Dios te SAME, Crescenti. Pienso yo, que no creo.

Veo. Pibes durmiendo en los umbrales. Pibes sin laburo. Empacados. Sin posibilidades de saber, de entender. ¿Qué hay para ellos a cambio de apurar el tiempo que los devora?  Hijos de la ambición, del relato, hijos de lo que hay, de los restos, de la miseria, del vacío. Soldaditos de una guerra perdida.

Sacrificios ofrecidos a un poder insaciable. Demasiado robo, demasiado olvido, demasiada muerte, demasiado joven. Y sólo el SAME, de última. 



sábado, 5 de septiembre de 2015

Shakespeare en un año electoral… @dealgunamanera...

Ser o no ser…


En tiempos electorales, cuando se agita el gallinero, es inevitable que la realidad te haga volver a Shakespeare. Sin tablet, sin Google, sin luz eléctrica, sin Freud, a mano, papel y pluma, don William escribió los mejores versos que nos cantan lo que somos. Difíciles de silbar y de decir para quien no sea Alfredo Alcón, pero armónicos, bellos, iluminados, certeros, románticos, desgarrados, sabios y placenteros de leer y releer.

¡Vaya asociación libre!

Una mañana escuchando declaraciones de Aníbal Fernández, recordé el monólogo de Macbeth, el que dice cuando se entera que la cruel y desalmada Lady se suicidó, cansada de lavar guita en el reino, pero preocupada porque la mancha de sangre de los crímenes contra los pobres no salen y los muertos en Once, en inundaciones, desnutridos, siguen ahí, veinte años después de menemismo y kirchnerismo. Y lo vi a Shakespeare de movilero, preguntándole a Aníbal: “¿Usted es sólo una sombra pasajera/un pobre comediante que se agita/haciendo su papel sobre la escena/y no vuelve a salir...” Y escuché cuando Aníbal, contestaba: “No sé, yo duermo y encubro en un baúl”.

¡A la noche me pasó otra vez! Pasaba canales en la tele para no pensar y de pronto el que estaba sentado ahí, vestido como si fuera el cacique Félix Díaz de la comunidad Qom, era una versión de don William que le contestaba a un tal Brancatelli: “... Para ustedes entonces la vida es esto que hacen al fin, un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido”. Atrás sonaba en la guitarra la cordura de un tal Cordera y me escuché decir: ¡Debatime ésta, Brancatelli!


Esa madrugada cerré el gastadito ejemplar del Hamlet editado por Losada que lleva en la tapa la imagen de Alcón recitando, y me despedí del día con un suspiro: “Ser o no ser, hasta mañana”.

Cuando el alma se me estaba despegando del cuerpo, alcancé a oír al propio don William que susurraba: “Olvidate, man, el relato es falso y el resto es silencio” como para que descanse tranquilo. En cambio, logró sobresaltarme. Me incorporé como si hubiera comprendido algo que estaba ahí, que era evidente, pero se me esfumaba como un fantasma amigo, vestido con una sábana deshilachada: “¿Dormir o soñar?, decía el loco Hamlet desde la boca recortada en la tela, “¿ésa es la cuestión?” ¡No! Grité. ¡Ni dejarse dormir por éstos, ni soñar otra vez con el país de nunca jamás!


Por los ojos recortados en la sábana, la mirada de Hamlet sugería lo que callaba:

“¡Uy, este pibe está más loco que yo!”. Traté de explicarle: es un dilema falso, flaco, vos en el monólogo me decís que uno tiene que decidir entre aceptar que las cosas son así, que no van a cambiar o, –cuando ya no te la bancás y te duele demasiado– tratás de zafar de alguna manera de esta jodida realidad.

Es decir, te rajás del país, apostás al Quini, te volvés loco, esperás enganchar un buen laburo o te conseguís un subsidio, un plan, te das con algo y salís de caño.

Y no, no, viejo príncipe, tiene que haber otra. Vos mismo le dijiste a Horacio, acordate, “hay más cosas entre el cielo y la tierra que las que puede soñar tu filosofía”.

Me pareció que la sábana inclinó el copete para un costado como si me hiciera saber: “Bueno, también escribí algunas boludeces”. Por mi parte, insistí: no puede ser que pasen los años y le coman la vida a millones de personas con promesas que nunca se cumplen y le dejás el protagonismo de la historia siempre a los mismos, a los que viven del Estado y después te la cuentan como si hubieran hecho algo heroico, estamos perdidos.

La sábana se convulsionó, “¡palabras, palabras, todo palabras!”. Sí, le dije, ésa la cantaba Mina, “parole, parole, parole”. La entendí como una señal que la sábana quería darme y me fui durmiendo con la letra: “No cambias más, no cambias más, no cambias más... Te prometo que todo va a ser diferente... No cambias más, yo tengo pruebas... parole, parole, parole... Siempre me atormentarás con promesas...”

© Escrito por Carlos Ares el sábado 05/09/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



domingo, 2 de agosto de 2015

El odio… @dealgunamaenra...

El odio…


Nike es la cultura”, cantaba el Indio Solari en los 90 (“Vas corriendo con tus nikes / Y las balas van detrás / Lo que duele no es la goma sino su velocidad...”). Tiempos de pizza, champán y “zafar”, palabra clave del menemismo. ¿Cuál será la del kirchnerismo? “Justicia”, como reclamo y reparación, fue la más escuchada en alta voz. Frente a tribunales, en los actos de la AMIA, en las marchas por Nisman. Ni olvido, ni perdón, “justicia” dicen los familiares de las víctimas en la tele. “Pido justicia”, “quiero justicia”. “espero justicia”. 

“El odio es la cultura”, sería la canción de estos años (“Vas persiguiendo la justicia/ y los delincuentes van detrás/ lo que mata no es la verdad sino la impunidad”). Se ve en el fútbol. De tanto odiar al visitante se lo hizo “desaparecer” y los barras empezaron a odiarse entre ellos. Se lee en las crónicas policiales. El robo de un auto o un celular acaba en asesinato aun cuando la víctima no se resiste. O cuando linchan a un ladrón, o le dan una paliza brutal a un pibe en la puerta de un boliche. Se escucha en la calle. Dos autos que se rozan, un piquete que corta, y del odio salta una chispa que incendia todo.

En los foros de las redes sociales, en el maltrato personal, en la violencia de género. El odio que se transpira hierve en un río de lava espesa que corre por debajo de nuestra historia. Ciega, quema, desangra, destruye. ¿Desde cuándo? ¿Eramos así? ¿Fuimos siempre así?

Sé de un hombre grande que recuerda cuando, siendo un niño, los que regalaban juguetes de la fundación Evita se lo negaron porque, le dijeron, “tu papá no es peronista”. Y sé también que el dirigente sindical Julio Piumato estuvo casi siete años en la cárcel durante la dictadura, al mismo tiempo que otros delegados gremiales peronistas, como Gerardo Martínez, de la Uocra, eran informantes de los servicios de inteligencia de los militares y denunciaban a sus compañeros. Y sé de un hombre perseguido por el “vigilante político” de su barrio porque no quería llevar luto cuando murió Evita. Y sé que después de 1955, se prohibió hasta nombrar a Perón.

En el fondo de esa memoria hay un cruce de odios ancestrales. Perón, militar golpista, admirador del fascismo, derrocado por un golpe de Estado militar, se transforma en un símbolo civil de las fuerzas democráticas para enfrentar a la dictadura. El odio reencarnó con el matrimonio Kirchner, colaboradores, aprovechadores o cómplices según se mire de la dictadura militar, reconvertidos luego en “heroicos” millonarios liberadores de pobres. La peronista, como toda telenovela, se funda en la necesidad de recrear el odio para dividir y reinar con amor.

Miren el aviso de campaña. El peronista Felipe Solá acusa al peronista Aníbal Fernández de promover a los narcos. La vieja consigna “Liberación o dependencia” actualiza su sentido en el “Drogas sí o no” que propone Solá. Pero en octubre los verás a todos –Boudou, De Vido, los señores feudales de las provincias, Forster, González, Verbitsky, Menem, los que antes privatizaron y luego estatizaron YPF, Aerolíneas, y en el trámite se quedaron con la diferencia–, a todos los que decían odiarse, votando a Scioli y Karina, en fotos que evocan a Perón y Evita, a Néstor y Cristina, en nombre del amor.

El cóctel del odio se toma para olvidar. Lleva dos cucharadas soperas de traición y de promesas incumplidas que se revuelven como fracaso en más de un 25% de amargo obrero desocupado. Otro poco de ilusión perdida que deja en la boca ese criollo sabor a frustración, y una medida del deseo de lo que hasta ahora nunca jamás sucedió.

Cada día, en algún momento, la realidad te saca el increíble Hulk que todos llevamos dentro. Porque mueren pibes desnutridos, o se los condena a la miseria infinita, al paco, a la violencia, al crimen organizado, a morir por un celular, por viajar en tren, por querer vivir. Y encima, cada mañana, personajes miserables como Aníbal Fernández, Kunkel o Diana Conti hablan y echan odio a la inflamable hoguera del dolor.

© Escrito por Carlos Ares, Periodista, el sábado 25/07/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 30 de noviembre de 2013

30 Años de Democracia... De Alguna Manera...


Un libro recopila 30 años de democracia...


Una notable selección de escritos sobre las tres décadas de constitucionalidad ininterrumpida.


Con el objeto de conmemorar un decisivo aniversario, 30 años de democracia ofrece una notable selección de escritos de diversos autores. Editado por Planeta, el libro puede ser leído como una celebración, pero es mucho más: una invitación a repasar, a repensar y, también, a reconstruir. El lector, seguramente, agradecerá la labor de El Observador, la sección de análisis e investigación del Diario Perfil, al diseñar la amplitud de los temas, el pluralismo de las voces y la categoría de las plumas, mucho más allá de las diferencias y las coincidencias.

Como bien dice en el prólogo Robert Cox, ex director del diario Buenos Aires Herald. "Los ensayos de este libro proveen al lector un análisis comprensivo sobre la democracia en la Argentina luego de treinta años de constitucionalidad ininterrumpida. Veinte especialistas han sido minuciosamente escogidos para informar e iluminar a los lectores sobre las áreas de la sociedad que cada uno de ellos estudian. Creo que los lectores estarán muy animados, como yo lo estuve. La tarea de entender a la Argentina es fascinante. No sólo disfruté aprender sobre los treinta años de democracia a través de los diecinueve ensayos de este libro, sino que también he fortificado mi optimismo sobre el futuro".

Escriben:

Robert Cox
Manuel Mora y Araujo
Tomás Abraham
Mónica Beltrán
Carlos Gabetta
Fabián Bosoer
Federico Lorenz
José Miguel Onaindia
Fernando Rocchi
María Cecilia Míguez
Daniel Bilotta
Martín Becerra
Carlos Ares
Juan Carlos Tedesco
José María Poirier
Diana Cohen Agrest
Diego P. Gorgal
Miguel Benasayag
Juan Cruz Ruiz
María Rosa Lojo
Ezequiel Fernández Moores

© Publicado el sábado 30/11/2013 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.