Aplazados en democracia…
Corría
el siglo I de nuestra era cuando Esquilo, uno de los padres del gran teatro
trágico griego (autor de Prometeo encadenado, La Orestíada, Los siete contra
Tebas) decía en Las suplicantes, otra de sus obras, que la libertad de palabra
es esencial para la democracia.
© Escrito
el domingo 16/04/2017 por Sergio Sinay, escritor y periodista, y publicado por
el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Veinte
siglos más tarde, en esta semana, la dirigente gremial docente Marta Maffei
afirmó que, en el país, no hay democracia sino una mascarada. Lo dijo pública y
libremente, en televisión, y su opinión fue replicada en medios de alcance
nacional.
¿Qué
sería una democracia para quienes, como esta y otros gremialistas y militantes,
dicen pública y libremente que el gobierno actual es una prolongación de la
dictadura? ¿Además, los eufóricos recién llegados a la militancia “combativa” y
a la “resistencia” conocen qué es una dictadura por experiencia propia y no por
relatos dogmáticos? ¿Tienen que esconderse, exiliarse, viven en la clandestinidad
(más allá de taparse las caras con capuchas muy parecidas a las que usaban los
desaparecedores de la dictadura), tienen que hablar en susurros y en penumbras,
ven desaparecer vecinos, amigos y conocidos cada día?
Y los
otros, los que ya no se cuecen en un hervor y hablan de una presente dictadura,
¿perdieron la memoria que tanto invocan, los está traicionando esa memoria y
los acerca al delirio, son moral e intelectualmente honestos cuando tergiversan
sus discursos para acomodar pasado y presente a un dogma que a fuerza de
repetir acaso ni ellos mismos pueden diferenciar de la realidad?
El uso de términos como genocidio, dictadura u holocausto requiere una enorme responsabilidad y conciencia. Dispararlos ligeramente, de forma reactiva, despreciando la posibilidad de pensar, comparar, reflexionar, conlleva el riesgo de banalizarlos vaciándolos de contenido y significado. Además de revelar un preocupante nivel de ignorancia. En especial cuando se trata de dirigentes docentes, y tomando en cuenta la particular función educativa y formativa que deberían honrar, no estaría de más que compartieran con sus alumnos (cuando ir a las aulas sea lo normal) una lectura de Política para Amador, ese extraordinario trabajo que el filósofo español Fernando Savater ofreció como herramienta para la educación política de adolescentes (aunque es un buen recordatorio para adultos).
El uso de términos como genocidio, dictadura u holocausto requiere una enorme responsabilidad y conciencia. Dispararlos ligeramente, de forma reactiva, despreciando la posibilidad de pensar, comparar, reflexionar, conlleva el riesgo de banalizarlos vaciándolos de contenido y significado. Además de revelar un preocupante nivel de ignorancia. En especial cuando se trata de dirigentes docentes, y tomando en cuenta la particular función educativa y formativa que deberían honrar, no estaría de más que compartieran con sus alumnos (cuando ir a las aulas sea lo normal) una lectura de Política para Amador, ese extraordinario trabajo que el filósofo español Fernando Savater ofreció como herramienta para la educación política de adolescentes (aunque es un buen recordatorio para adultos).
“La
democracia nació entre conflictos, dice allí Savater, y sirvió para aumentarlos
más que para reservarlos”. Lo dice en defensa de ella. La razón es simple. A
mayor libertad, más aflora la diversidad, más minorías se despliegan. Y la
función de la democracia es establecer las condiciones para articular esa
diversidad, para proteger la existencia y la expresión de las minorías.
Minoría significa lo opuesto de totalidad. Una sociedad está compuesta de minorías, puesto que ningún grupo de ningún tipo (político, cultural, étnico, religioso) abarca al cien por ciento de los integrantes de esa sociedad. De ahí que la vida democrática será siempre conflictiva y requerirá honestidad política e intelectual, portación de valores morales, capacidad de escucha y aceptación para entender que la vía posible de articulación de esos conflictos pasa por entender que es necesario resignar de lo propio en beneficio de la común.
Minoría significa lo opuesto de totalidad. Una sociedad está compuesta de minorías, puesto que ningún grupo de ningún tipo (político, cultural, étnico, religioso) abarca al cien por ciento de los integrantes de esa sociedad. De ahí que la vida democrática será siempre conflictiva y requerirá honestidad política e intelectual, portación de valores morales, capacidad de escucha y aceptación para entender que la vía posible de articulación de esos conflictos pasa por entender que es necesario resignar de lo propio en beneficio de la común.
Nada más opuesto al pensamiento autoritario y a su práctica. Ese pensamiento y esa práctica sí llevan a mascaradas democráticas. Ponen el número y la prepotencia por encima del respeto a la diversidad. La mayoría circunstancial manda y hace lo que quiere porque está en el vértice de la pirámide del poder, como explicaba Hannah Arendt, y dice recibir el mandato que la autoriza. Ese mandato es abstracto y arbitrario.
Se
llama “pueblo”, “bases”, “militancia” y se ejerce con prepotencia hasta el
límite de la ley. Pero incluso para el autoritarismo la ley es un límite. Si no
fuera así, el sueño de eternidad de los autoritarios se haría realidad. Con la
dictadura desaparece la ley y sólo cuenta la voluntad del tirano. Quienes
llaman dictadura a la conflictiva democracia sólo expresan su dificultad para
vivir en ella.
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