Qué va a pasar con el
dólar…
Es curioso que, cuando se habla de “novelas de la
dictadura”, no suela mencionarse La experiencia sensible de Fogwill. Se debe
probablemente a que la figuración literaria de esos años se concentra tanto en
la represión de Estado, los torturados y los desaparecidos, que cuesta pensar
que La experiencia sensible no es menos “novela de la dictadura” que cualquiera
de las otras habitualmente invocadas.
Aunque tal vez pueda deberse a que, con los materiales
reunidos y expuestos por los relatos sobre el terrorismo de Estado, hemos ido
componiendo ese suelo común en el que pisamos en firme y al que llamamos
memoria. Y en cambio lo que Rodolfo Enrique Fogwill abordó con La experiencia sensible parece
haber quedado más bien del lado del olvido. Del olvido en el sentido más cabal:
no el que sobreviene por descuido o por desgano, por puro dejarse estar, sino
el que se cultiva con esmero porque es indispensable (inclusive para los
dispositivos del recuerdo, que precisan esas lagunas).
Fogwill escribió ese texto a finales de los años 70 y lo
retomó a finales de los 90. La historia que cuenta es la del viaje de una
familia argentina a Las Vegas con una escala puntual en Miami, todo esto en
pleno 1978. El paisaje relativamente uniforme de los aeropuertos, los hoteles
internacionales y los casinos, sirve de escenario a dos clases de pasión, tan
extendidas en el tiempo y el espacio como típicas de esos personajes y esos
años: una, la de entregarse al goce insaciable de lo que son capaces de
proporcionar los dólares; la otra, la de aplicarse a la aventura de ganar
dinero con el dinero mismo, la de hacer plata con plata. La experiencia sensible
bien vale como retrato de época: retrato de la dulzura de la plata dulce y del
gusto por la pura especulación, mezcla de free shop y de casino.
Esa parte de la historia argentina reciente está menos
procesada que otras: la vista gorda que se dispusieron a hacer unos cuantos, a
cambio de tener el dólar bien a tiro y bien a mano, mientras pasaba lo que
pasaba entretanto en el país (en el entretanto de la novela de Fogwill, por
ejemplo, la familia de un brigadier presiona por demás para que les alquilen
una casa en Punta del Este). Todo lo que fue registrando Fogwill en los 70,
mientras ocurría, decidió retomarlo en los 90, cuando pudo perfectamente comprobarse
que no era memoria, sino olvido, lo que se había elaborado con eso.
Desde entonces, la rueda no ha cesado: el dólar cuando baja
nos pone bulímicos, el dólar cuando sube nos pone paranoicos. La famosa frase
de Perón: “¿Alguien vio un dólar alguna vez?”, que tan irreal y hasta forzada
pudo sonarnos en tantas ocasiones, adquiere por estos días una inesperada
actualidad, un raro valor de profecía, una prueba más para los que atribuyen al
general poderes de visionario. El dólar es una pasión nacional. Copa nuestros
temas de conversación y tiñe de verde nuestras fantasías más persistentes. Es
la parte sensible de nuestra experiencia sensible.
© Escrito por Martín
Kohan y publicado por el Diario Perfil e la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el
viernes 8 de Junio de 2012.
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