lunes, 4 de mayo de 2020

El patrullero oceánico A.R.A. Bouchard (P-51) capturó un pesquero chino... @dealgunamanera...

El patrullero oceánico A.R.A. Bouchard (P-51) capturó un pesquero chino operando ilegalmente en la Zona Económica Exclusiva Argentina...


El buque infractor intentó evadir al buque de la Armada Argentina, que luego de una persecución logró que detuviera su marcha.


La Armada Argentina dependiente del Ministerio de Defensa informa que en horas de la madrugada de hoy, el patrullero oceánico A.R.A. Bouchard (P-51) detectó y capturó un buque potero chino que pescaba ilegalmente dentro de la Zona Económica Exclusiva Argentina (ZEE).


El procedimiento se inició cuando la tripulación del patrullero oceánico A.R.A. Bouchard (P-51) detectó en tareas de pesca ilegal al buque potero “HONG PU 16” con el Sistema de Identificación Automática (AIS) apagado, las luces de pesca encendidas y potas extendidas en plena faena de pesca.


Ante los reiterados intentos de comunicación con el buque pesquero por radio y señales luminosas, éste inició la navegación en dirección hacia aguas internacionales incrementando su velocidad y aplicando permanentes cambios de rumbo buscando refugio entre la flotilla de buques pesqueros extranjeros que se encontraba estacionada próxima a la milla 201.


De inmediato se puso en ejecución el procedimiento de persecución de buque infractor de acuerdo a la normativa legal vigente, instándolo mediante comunicaciones a que detenga su marcha y permita la visita de la dotación de Visita, Registro y Captura (VRC) junto con el inspector embarcado de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura de la Nación.


El buque pesquero, luego de aproximadamente tres horas, detuvo su marcha permitiendo el embarque de la Dotación de Visita para constatar la infracción.


Al finalizar las diligencias correspondientes, el guardacostas “Fique” se destacó hacia el puerto de Bahía Blanca acompañando al pesquero, mientras la unidad de la Armada permaneció con las tareas de control del mar.







domingo, 3 de mayo de 2020

Operativo impunidad. Loteos en el Gobierno… @dealgunamanera...


Operativo impunidad. Loteos en el Gobierno…

“Conmigo esto no pasaba...” Mauricio Macri. Dibujo: Pablo Temes

En el juego de la oca que se vive en el seno del poder, la vicepresidenta sigue avanzando.

© Escrito por Nelson Castro el Sábado 02/05/2020 t publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

No es cierto que Alberto Fernández no haya estado involucrado en el escandaloso asunto de la liberación de los presos que indignó a la inmensa mayoría de la sociedad.

Este episodio, que tuvo su origen en la inexplicable prisión domiciliaria otorgada a Amado Boudou, continuó con la desembozada gestión del secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla Corti, en pos de la obtención del mismo beneficio para Ricardo Jaime y Martín Báez.

Tras una versión errónea –que señalaba que el Presidente se había enojado con esta actitud de Pietragalla– se hizo público un apoyo abierto del jefe de Estado hacia su secretario.

En el medio apareció el titular de la Comisión por la Memoria de la provincia de Buenos Aires, Cipriano García, diciendo que “hay que lograr la liberación de la mayor cantidad de presos posible”. Ya no quedaron pues dudas. Era un intento indiscutible de utilizar la pandemia para avanzar en un plan con un objetivo claro: la impunidad. Todo esto, agregado a la irresponsable decisión de otorgarles a los detenidos teléfonos celulares para que se comunicaran sin restricciones con quienes quisieran, tuvo como resultado el motín del penal de Villa Devoto.

En el documento que se firmó en la tarde del viernes 24 de abril se incluía la palabra “conmutación” de penas.    

El cacerolazo del jueves fue una cachetada para el Gobierno. El tardío mensaje de AF intentando despegarse del operativo impunidad que quisieron montar sectores de su gobierno no alcanzó a frenar la indignación de mucha gente que incluso lo votó.

El episodio, además, generó internas fuertes dentro del gabinete. No son un secreto las diferentes posturas que en este caso –como en otros– vienen manifestando la ministra de Justicia, Marcela Losardo, y el secretario de esa cartera, Juan Martín Mena.

Mena es un cuadro del kirchnerismo. Losardo, una abogada destacada que históricamente trabajó al lado de AF, quedó descolocada y disgustada con la maniobra de Pietragalla Corti invocando la figura del amicus curiae para pedir la virtual liberación de Jaime y de Báez.  “Fue una disputa caliente, pero estuvo manejada”, afirman desde el entorno de la ministra.  

Los derechos humanos de los presos deben ser respetados absoluta y puntillosamente. Eso no significa su liberación ni consagrar su impunidad. El presidente de la Asociación de Fiscales, Carlos Rívolo, fue muy claro al fijar su posición sobre el tema y la de la asociación: “Hay que respetar las normas de aislamiento e higiene. Para eso hay que utilizar dependencias de la Escuela de Policía, cuarteles de la Gendarmería y de las fuerzas de seguridad, para darles albergue durante el tiempo que dure la cuarentena”, dijo con total claridad.

Otra de las falacias fue decir que las excarcelaciones serían solo para los detenidos por delitos leves y no para narcotraficantes, asesinos, femicidas y violadores. Los hechos demuestran que esto no se ha cumplido. Hay más de un violador con domiciliaria a metros de donde viven sus víctimas, sin ningún tipo de control.  

Este conflicto también interpela al Poder Judicial. Casos como el del juez que le otorgó la domiciliaria a un individuo con graves trastornos psiquiátricos que vive en situación de calle y no tiene domicilio, o el del juez Víctor Violini –un militante kirchnerista devenido juez–, que abrió las puertas de las cárceles bonaerenses a unos 2.300 presos, o el de los jueces de Neuquén Liliana Deiub, Federico Sommer y Richard Trincheri, integrantes del Tribunal de Impugnación, que liberaron a una persona acusada de abusar de su propio nieto, son escandalosos.

Otras de las falacias por parte del poder político y de los sectores K ha sido la de querer asimilar la situación a lo ocurrido en España y en Italia, donde las domiciliarias fueron muy pocas y limitadas a personas con delitos leves. Nada que ver con lo que sucedió aquí.

Loteos del poder. Esta semana hubo dos. El más resonante fue en la Anses, con la cesación de Alejandro Vanoli y la designación en su reemplazo de Fernanda Raverta. Vanoli había quedado muy golpeado por su irresponsabilidad al mandar a cientos de miles de jubilados y pensionados a hacer largas colas en medio del frío para cobrar sus magros haberes. No fue el único tema. La mala implementación del Ingreso Familiar de Emergencia, más otros desmanejos, lo dejaron colgando de un piolín.

Las voces dentro del poder que no quieren a Vanoli –que no son pocas– subrayaron que para el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, fue un verdadero placer pedirle la renuncia. Igual, ya le dieron otro puesto. Parece que el Presidente volvió a olvidar su promesa de volver para ser mejores.

El ascenso de Raverta representa la apropiación de ese organismo por parte de La Cámpora. "La Anses ya es nuestra", expresan sin tapujos conspicuos referentes de la organización K. No es un dato menor. La Anses es caja  para proyectos políticos electorales y para hacer negocios. Y el kirchnerismo las domina todas. Las otras dos son el PAMI e YPF.  

Hablando de la empresa petrolera, ahí también hubo novedades de peso y de pesos: la designación del nuevo CEO. Se trata de Sergio Affronti. Sus antecedentes profesionales son muy buenos, pero el dato más significativo es su vinculación con Miguel Galuccio, es decir, con Cristina Kirchner.  

En el juego de la oca que se vive dentro del poder, la vicepresidenta sigue avanzando. Mal que le pese al Presidente, esa es la verdad. La situación no deja de ser paradojal porque, en el colectivo social, la valoración de AF sigue siendo muy positiva. Su figura se ha venido consolidando a partir de la cuarentena. Habrá que ver cómo lo afecta el bochornoso tema de la liberación de los presos.

La cuarentena fue un acierto sanitario y político que, más allá de la comunicación llena de contradicciones del anuncio de la fase 4, ha permitido al Presidente consolidarse en el poder. La relación fluida con los intendentes del conurbano bonaerense lo ha ayudado y le ha permitido dejar a un lado tanto a Axel Kicillof como a La Cámpora.

Todo esto no hace más que acentuar la evidencia de un gobierno bicéfalo en el que el kirchnerismo busca avanzar en su objetivo doble de lograr impunidad y manejar las cajas del Estado para consolidar su poder. Alberto Fernández debería presentar mucha atención a esto. Lo ayudaría recordar la frase de Montesquieu: “Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”.






sábado, 2 de mayo de 2020

"No hay que achatar la curva de la pandemia, sino aplastarla"… @dealgunamanera…

"No hay que achatar la curva de la pandemia, sino aplastarla", asegura un investigador del Conicet…

Roberto Etchenique. 

El químico e investigador de Conicet Roberto Etchenique elaboró un modelo de testeo que permitiría detectar personas con Covid-19 en curso con el mínimo posible de pruebas de PCR para minimizar los riesgos de contagio.

© Escrito por Natalia Concina el Miércoles 2904/2020 y publicado por la Agencia Telam de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

El químico e investigador de Conicet Roberto Etchenique afirmó hoy que "no hay que no conformarse con que la curva epidemiológica no crezca mucho, sino que hay que llevarla al mínimo posible" y para eso elaboró un modelo de testeo que permitiría detectar personas con Covid-19 en curso con el mínimo posible de pruebas de PCR.

Investigador del Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía (INQUIMAE) y de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, Etchenique dijo a Télam que "todas las medidas que se están tomando fueron efectivas para achatar la curva", pero ante el costo económico y social del aislamiento desarrolló junto a otros científicos un modelo que busca hacer más "eficiente" esa medida.

Télam: ¿Cuál es la diferencia entre "achatar" la curva y "aplastarla"?
Roberto Etchenique: La diferencia es mínima, pero es un montón en cantidad de vidas. En términos epidemiológicos consiste en llevar el R a menos de uno. El R es la tasa de replicación, a cuántas personas le transmite el virus alguien infectado. Si R es mayor que uno cada vez hay más infectados, si es menor que uno cada vez hay menos.

En muchos países de Europa ya se logró que el R fuera menor que uno. Y esto se traduce en que comienza a bajar el número de personas con la infección activa. Estas personas son las que pueden pasar el virus a otros.


T: ¿De qué depende el R?
R.E: Sin intervención de ningún tipo, lo que se llama el R0, esa tasa depende de la característica del virus por un lado y de la sociedad por el otro. Por ejemplo, el R0 de Europa era 3, pero hay que tener en cuenta que la gente allá se maneja mucho más fría que acá en la relación personal diaria con desconocidos, sacando algunos países.

En Argentina esto es completamente diferente, saludamos con un beso a cualquier persona y ni que hablar de que compartimos el mate. Entonces, cuando recién llegó el virus, nuestro R0 fue de 5. Luego vinieron las medidas del Gobierno y una toma de conciencia por parte de la gente y entonces el R bajó abruptamente. En este momento nuestro R está por encima de 1 pero muy poco. Los casos suben pero muy lentamente.


T: ¿Esto implica que tenemos una subida lineal y no exponencial de la curva?
R.E: No. Lo de lo lineal es un mito. Cuando la cantidad de casos crece, siempre es exponencial. Cuando lo exponencial es lento se parece a una línea, pero no es lo mismo. Muchas veces se usa lo exponencial como sinónimo de rápido y eso es incorrecto. Exponencial significa que en lugar de que haya una suba constante por día, sube en proporción. Por ejemplo, sube un 1% por día, entonces hoy tenés 100, mañana 101, pasado un poco más de 102, etc. Lo que hoy tenemos es una subida exponencial pero muy suave.

T: ¿Qué se necesitaría para aplastar la curva, es decir, para volver el R a menos que uno?
R.E: Un poquito más, pero socialmente ese poquito más es imposible porque cuesta muchísimo.

Para lograrlo de la forma más eficientemente posible habría que pensar lo siguiente. Cada no infectado que sale a la calle no genera ningún problema, el tema es que se puede infectar. La cuarentena es para aislar a los infectados asintomáticos. Y es necesario que todos estemos en cuarentena porque nadie sabe quién está infectado.

La propuesta que nosotros estamos haciendo es tratar de identificar a los infectados con la menor cantidad de reactivos posibles para poder hacer aislamientos sólo de esas personas.

T: ¿Y cómo se lograría esto sin hacer 40 millones de testeos por PCR (que busca el virus activo)?
R.E: La idea es la siguiente: supongamos que en el Área Metropolitana de Buenos Aires tenemos unos 15 mil infectados que es un número razonable. Teniendo en cuenta que hay unos 15 millones de habitantes, eso sería salir a buscar 1 cada 1.000, lo que al azar es imposible. Pero sí se pueden rastrear entre los que estuvieron en contacto con los confirmados positivos. Por cada positivo buscás familiares, vecinos, el almacenero, es decir, a todos los que estuvo en contacto.

T: Pero no hay reactivos ni capacidad operativa para hacer PCR a toda esa red...
R.E: No, claro. No se puede hacer una prueba por persona. Nuestro método consiste en hacer las pruebas PCR pero en lotes. Es decir, usar material de muestra de una cantidad de personas y hacer una sola prueba, si da negativo quiere decir que ninguna lo tenía; si al menos una persona tiene el virus todo el lote saldrá positivo y ahí habrá que analizar de nuevo muestra por muestra.

No estamos descubriendo la pólvora, es un método que se utilizó y se utiliza para varias cosas, de hecho en Argentina se usó en el VIH al comienzo. Lo que nosotros hicimos fue ajustarlo de modo tal que, por ejemplo, entre 4.000 personas con 120 test podrían detectar si hay cuatro infectados.


T: ¿Y esto es posible en la situación actual epidemiológica de Argentina?
R.E: Como estamos hoy, sí. No en caso de que la enfermedad se dispare, porque en una situación como estuvo China o Europa todo el mundo tuvo exposición al virus.

El método también puede tener usos muy concretos, por ejemplo, en los centros de salud. Se podría una vez por semana hacer un estudio en lote de todo el personal, y si uno detecta que hay positivo comienza a ir caso por caso. Lo mismo puede hacerse en las provincias con pocos casos o en conglomerados.

Nosotros ya presentamos la propuesta pero este tipo de métodos requieren validaciones particulares según la población que se vaya aplicando. Ojalá sirva como aporte.









viernes, 1 de mayo de 2020

Los que se creen dueños de la verdad absoluta... @dealgunamanera...

Los que se creen dueños de la verdad absoluta...

Percepción. Los prepotentes consideran que quien no está de acuerdo con ellos no tiene la razón ni merece respeto.

Una persona prepotente siente que siempre tiene la razón y no es capaz de aceptar otras opiniones. 

© Escrito por Li Misol el martes 10/03/2021 y publicado por Listin Diario de la Ciudad de Santo Domingo, República de los Dominicanos. 

Quienes no aceptan un no como respuesta, quienes entienden que dominan la verdad de modo exclusivo, quienes se alteran ante aquellos que le llevan la contraria, quienes no saben manejar la frustración y defienden sus criterios a través de la agresividad y buscan siempre que su punto de vista subyugue el de los demás se definen en una palabra: prepotentes.

La psicóloga Olga María Renville advierte que este tipo de persona pretende ser dueña de la verdad absoluta, anteponiendo su criterio al de cualquier otro. “Incluso siente que nadie más tiene la razón”, dice Renville. Estos individuos tienen problemas para vivir en sociedad, donde deben lidiar con personas de opiniones y creencias distintas.

Consecuencia social de la prepotencia.

Una persona prepotente se gana mala voluntad de otros. A decir de Renville, esto ocurre porque al entender su opinión como única, buena y válida, el prepotente “descalifica a los demás, por considerar que sus opiniones no son válidas y se expone a que lo rechacen en muchos ambientes, se cargan el rechazo de muchos y en ocasiones terminan aislándose, porque sienten que es el mundo el que está equivocado, no ellos”, comenta.

Incapaces de entender la importancia de que en su entorno hay otras opiniones y que cada persona tiene el derecho y la libertad de expresar lo que siente y piensa recibiendo de los demás el debido respeto, los prepotentes consideran que quien no está de acuerdo con ellos no tiene la razón ni merece respeto. Su percepción radical les lleva a entender que el mundo está en su contra y a defenderse.

Prepotencia causa el rechazo social.

La prepotencia es una cualidad muy ligada al poder. No en vano el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define esta palabra como “más poderoso que otros, o muy poderoso” en una primera acepción, y como el “que abusa de su poder o hace alarde de él” en una segunda. Desde siempre las personas en posiciones de poder se han valido de este para menospreciar la opinión de los demás.


“El poder hace que a veces, en la personalidad de alguien, se desarrolle la prepotencia.

Cuando el individuo siente que ejerce control sobre un grupo determinado de personas, o sobre el mundo que les rodea, puede ser el poder económico, social o el que le confiere un puesto o cargo, pues el individuo siente que es dueño de quienes le rodean y puede dominarlos”, señala la psicóloga Olga María Renville.

¿Cómo se inicia?

Todos los seres humanos nacemos como hojas en blanco, y el entorno a través de personas clave se encargará de escribir quiénes seremos en el futuro. En esa tónica, ¿qué hace que un ser humano se torne prepotente? Renville afirma que desde la infancia se comienzan a modelar las características.


Explica que cuando a un niño desde pequeño se le complace en todo, cuando su padre o madre obedece a todas sus pataletas a partir de los dos años, y para no verlo tirado en el piso o llorando le da el dulce o juguete que quiere, “se está delineando una personalidad de prepotencia porque el niño siente que con un berrinche ejerce el poder de cambiar la opinión y puede manipular a los padres”.

Este comportamiento se asume en la adolescencia y en la vida adulta y los individuos con esta cualidad negativa se vuelven incapaces de tolerar las frustraciones.

Siente que cuando hay un ‘no’ de por medio, los demás están equivocados y en su contra. Por eso, según Renville, es importane desde la infancia enseñar al niño que existen el ‘sí’ y el ‘no’ para cada cosa, y que hay consecuencias.

Así entenderá que ser prepotente o intentar manipular no le llevará a ningún lugar.

Lo que sienten.

Las personas prepotentes se ganan el rechazo de todos con facilidad, pero, ¿ha pensado usted cómo se siente esa persona que a simple vista luce tan inflexible? Según Renville estas personas siempre están inconformes con lo que les pasa, nunca se sienten del todo satisfechos y nunca lo estarán porque al creer que son dueños de la verdad no admiten opiniones ni consejos de otros por no considerarlos válidos. “Entonces evidentemente siempre van a ser infelices”, dice.

La gente prepotente es con frecuencia rechazada. No recibe invitación a actividades porque los demás entienden que con esa persona ‘no se puede hablar’, ‘de todo se molesta’, ‘se incomoda si le llevan la contraria’. Ante el rechazo estos individuos se sienten peor “porque debajo de la prepotencia hay un sentimiento de inferioridad, donde hay una necesidad imperiosa por descalificar al otro para sentirse importante”, comenta Renville. 


Equivocado. El prepotente considera que siempre tiene la razón y que todo el que está en desacuerdo con él, está en su contra.

Los trastornos que están relacionados.

Según Olga María Renville, las personas prepotentes pueden desarrollar depresión, ansiedad y tensión por la carga que les provoca el no poder luchar contra ese mundo que sienten está en su contra. Suelen tener problemas para dormir e incluso les es muy fácil llegar a la violencia, a la agresividad.


“Lo importante es entender que no se es dueño de la verdad absoluta, que hay otras personas que pueden aportar a nuestra vida para nutrirla, y cuando sentimos que nadie puede aportarnos, que no podemos equivocarnos, es tiempo de revisarnos y pensar en buscar ayuda para cambiar de actitud, de lo contrario viviremos en infelicidad, aislamiento y rechazo social y familiar”, concluye la experta.

Manejo correcto en psicoterapia.

Cuando estamos tranquilos con nosotros mismos no hay necesidad de comprobar nada, entendemos que existen diversas personas con opiniones distintas y con diferencias que debemos aceptar, sin tratar de imponer nuestro criterio. La psicóloga Olga María Renville recomienda que cuando alguien sienta un gran vacío dentro, que nadie lo comprende y que todo el mundo tiene problemas, debería preguntarse si el problema son realmente los demás o él mismo.


También cuando varias personas a su alrededor (familiares, pareja, amigos, compañeros de trabajo o estudios) coinciden en una misma opinión sobre una persona, es momento de que ésta se autoevalúe a ver si los demás tienen razón.

Terapia

Cuando un prepotente llega a consulta de un psicólogo lo hace porque ya está cansado, desgastado o incluso deprimido porque nadie lo acepta y porque todo el mundo está equivocado a su alrededor.


Renville explica que para tratar a estas personas “se apela a la terapia cognoscitiva, donde el individuo debe empezar a buscar dentro de sí y a evaluar en sí mismo una respuesta a esa problemática”.

Se evalúa cómo la persona comenzó a recibir información y programación emocional para ser prepotente, en qué etapa de la vida ocurrió esto o que evento lo desencadenó.



                                                                                                                                               

Buen salvaje... @dealgunamanera...

Buen salvaje... 


La certeza de la incertidumbre, la decisión como necesidad. El autoritarismo como amenaza, como temor latente inscripto en el poder y la política. ¿Autoritario es el que manda? ¿Autoritarios somos todos?

© Escrito por Julián Melo (*) el jueves 30/04/2020 y publicado por La Vanguardia Digital de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Terra monótona. Días iguales. El tiempo que pasa sin pasar y no pide permiso. La mirada clavada en un horizonte que nadie sabe dónde está. La radio, la tele, el celular, todas estalactitas frágiles que rodean, todas lianas que permiten ir a ver qué está pasando sin ponerse el barbijo y caminar a distancia. Todos escapes que son, más tarde o más temprano, encierros. Son enojos y a veces mimos, son destratos y a veces cariños. Son todo lo que se puede en tiempos donde nada se sabe y entonces se sobre actúa claridad. Es un tiempo donde está muy fácil enojarse con muchos o con alguien, donde ya casi no faltan excusas válidas para tal cosa, pues el confinamiento achata no sólo curvas, achata quizás un poco la capacidad de cada uno para reaccionar. No es que éramos una sociedad bella y un virus nos envileció; es simplemente que éramos lo que somos pero sin tanta premura como para demostrarlo.

Entre la maleza de esa Terra monótona y el fragor de las lianas que nos llevan y nos traen desde múltiples estados de ánimo hay variables sencillamente inmanejables, hay un reflujo constante de afirmaciones y contra afirmaciones que, a veces, dejan mal parado hasta al más avispado. Algo en todo ello es profundamente increíble: ¿por qué cuando el agobio cotidiano del trabajo, la presión diaria por cumplir con obligaciones que ya se demostraron inútiles, por qué cuando más tiempo tenemos para pensar es que reaccionamos igual o peor que siempre? No hay excusa de apuros y obligaciones, la única obligación es quedarse en casa. Los lugares comunes son comprensibles cuando estamos corriendo de un lado para el otro todo el día: ¿por qué no tomar un rato del tiempo que hoy sobra para mirar antes de vociferar? ¿Por qué no aprovechar la monotonía del tiempo pandémico para revisar esos espacios sobre los que siempre nos posamos con comodidad y autosuficiencia?

La información, el circo de datos y opiniones están a una velocidad inaudita. Una velocidad que atrapa y expulsa a la vez, una velocidad que obliga a mirar y, en algún momento, a creer. Lo único que acolcha el desmadre mental que produce la lluvia de meteoritos informativos es construir una creencia. Sensación de muerte, de fragilidad constante, de cuidarse, de desinfectar hasta los atados de cigarrillos que empiezan a escasear. Una especie de tempestad de persecución y de necesidad de sentir que no nos va a pasar nada. Algún acolchado, algún freno hay que encontrar. Para mí, ese freno tiene casi siempre la forma de una creencia, de una certeza que no requiere demasiada explicación en orden a parar la expoliación que produce la marea endemoniada de sensaciones cruzadas. Hay que buscar un ancla y no mucho más.

No es que éramos una sociedad bella y un virus nos envileció; es simplemente que éramos lo que somos pero sin tanta premura como para demostrarlo.

Entonces fluye el juego de sensibilidades en medio de mundiales de vedettes argentinas y de canciones del Indio Solari, encuestas de millones de cosas, recomendaciones de series y películas para ver, canciones y discos para escuchar, miles y miles de fotos de gatos y de comidas caseras preparadas con fruición. Video-llamadas, clases online, Zoom para todos. Y en el costado del juego casi todo se sigue moviendo, hay política, hay decisiones, hay otros más buscando la forma de aguantar el desmadre. Ese lugar de la decisión, ese lugar tan preciado para muchos, tan lejano para otros, ese lugar de la decisión que es normalmente el objetivo más atacado desde tiempos inmemoriales; ese lugar tan hablado y redefinido por siglos, parece ser el lugar más común de nuestras reacciones, parece ser el lugar que no podemos revisar aun teniendo todo el día a disposición.

Nuestras anclas significantes allende la política, allende la decisión, son las de siempre pero para una situación que no es la de siempre, para una situación que, para muchos, hace que siempre sea ya algo que dejó de ser.

En el revuelo por momentos inclasificable de albedríos confinados aparecen, paradójicamente, patrones de argumentación. La denuncia, a veces algo vaga, a veces algo enérgica, de la violación de los derechos individuales, la potencial amenaza a la propiedad privada. Para los más intelectualmente holgazanes siempre está el ancla de Venezuela, Cuba, comunismo, zurditos y otras defecciones que ya todos conocemos. Lo cual configura, a mi gusto, algo que, a más de pintoresco, es un patamar inevitable de todo el debate público al menos y no sólo en Argentina: la relación entre derechos y excepción.

Me parece un elemento profundamente básico en la discusión que hoy profesamos aun hasta cuando recomendamos música. Y, a mi entender, es un elemento básico pues tiene una historia de conquista detrás, que no merece el destrato de la contestación chicanera y supuestamente contundente. Cada uno busca sus anclas personales en tiempos de confinamiento, el tema es que hacen falta anclas colectivas: el ancla colectiva central en Argentina, y en otros lados también, es la defensa de los derechos civiles básicos.

Es obvio que ya hasta esa mínima afirmación es polémica pero no porque lo que afirma es demasiado creativo o porque se me ocurrió algo totalmente nuevo: es polémico pues porque aun sobre lo que nos anuda como un “algo” social todos tenemos opiniones diferentes. El tema es que, justamente, esa diversidad es el bien más preciado dentro de aquello que podría ser el ancla común. Y aun así, seguimos siempre buscando un alguien extraño, exterior, a quién vanagloriar o denostar: las dos actitudes son lógicamente iguales.

Hay un temor, al menos, que es proclamado desde múltiples foros: el temor al autoritarismo. Se blanden banderas de libertad, algunas desteñidas por cierto, contra las posibles consecuencias autoritarias de un contexto pandémico. Se reclama con vehemencia la plena vigencia y el normal funcionamiento del Congreso de la Nación, y de todas las instancias de control. Se ensambla, con diverso poderío teórico argumental por supuesto, la posibilidad de una deriva política autoritaria en la maleza del COVID 19. Con resuelta sagacidad se contesta, desde las antípodas, ¿y cuánto sesionó el Congreso en 2019? ¿Y cuántos decretos de Macri se revisaron sin pandemia? Y la deuda, y el cierre de pymes, y el desempleo y el hambre.

Ad infinitum el juego chicanero asume su lugar en el debate público, entretiene y deja ir. El problema, para mí, es que eso deja justamente demasiado lugar para ir a la exageración, la sobre actuación y, fundamentalmente, la ausencia de preguntas. Nadie se pregunta por lo que lo que pregunta pero, mucho peor, nadie se pregunta por lo que afirma pues sólo necesitamos anclas, acolchados. Es increíble que lo que tranquilice sea la afirmación y no la interrogación.


La pregunta sería o, mejor dicho, una posible pregunta sería: ¿estamos hoy ante el riesgo de un desvío autoritario del poder político? A lo cual, obviamente, cabría contra interrogar: ¿alguna vez no estamos frente a esa posibilidad? Asumamos que no necesitamos entrar en esa polémica pero atendamos al temor. Temor infundido por un líder que toma la palabra propia como “la de todos”, como alguien que habla por “nosotros”. Pensemos autoritarismo quizás como una forma de Estado que monopoliza la posibilidad del uso de la violencia física para satisfacer los deseos del Único, del dueño de la palabra de todos, del Líder.

Concibamos autoritarismo como una forma de avasallamiento de toda forma de control de las decisiones de política pública, como la eliminación de toda mediación en la construcción de esas decisiones. Avancemos todavía más, y definamos al autoritarismo como la presentación de Uno que demuele Múltiples, de Uno que sabe todo, de Uno que se presenta como salvaguardia de lo que somos como comunidad. Uno que clausura cualquier vía posible de discusión porque-ya-sabe lo que hay que hacer, que no consulta y agrede si lo consultan, Uno que se presenta por encima de cualquier interés particular porque se cree en sí mismo el interés general.

El temor al Uno es muchas veces genuino y compartido. La pregunta es: ¿estamos hoy en Argentina, en medio del horror mundial, ante ese riesgo?

Fluyen las estalactitas revoleadas por el aire. Asombra el griterío de los confinados. “Sí, Alberto se cree que me va a decir lo que puedo o no hacer”, “El Congreso está cerrado”, “Gobiernan por DNU”, “atrás de todo esto está la Cámpora y está Cristina”, “Albertítere” y demases. “Noooo, Alberto es crack, es docente”, “Alberto es el hombre, imagináte esto con Macri”, “estos caraduras lloran autoritarismo y nos pedían DNI sin flagrancia”. En el medio de ese quilombo de cruces cancelatorios alguien tiene que definir y decidir, alguien tiene que mandar.

En la Quilombificación, como supo teorizar un amigo maravilloso, alguien tiene que agarrar el timón. El punto, para no dar más vueltas: lo que confunden las sobreactuaciones es Mando con Autoritarismo. Y, tras de eso, confunden el Lugar dónde preguntar.

Cada uno busca sus anclas personales en tiempos de confinamiento, el tema es que hacen falta anclas colectivas: el ancla colectiva central en Argentina, y en otros lados también, es la defensa de los derechos civiles básicos.

Hay alguien que manda. Sí. Hay mando porque hay lazo. Hay juegos de obediencia porque hay política, hay hegemonía ensayada desde todos lados; hay política porque hay lazo, un entrecejo que funde a Distintos en algo más o menos igual. Hay política porque no importa quién manda ni quién obedece pues ambos son polos de un lazo que se construye entre múltiples. Hay política porque la pregunta central no tiene que ver con el titular del Poder sino con el proceso sociocultural (y político) que se pone en juego frente a algo que “nadie ve”. La palabra es lazo y lo que nunca se ve, ni se toca ni se ocupa es el Poder.

Hay un estigma representacional que ninguno de los que avalan o de los que despotrican puede evitar: la imagen no existe. Siempre existe el riesgo autoritario, siempre existe el riesgo de la sobreactuación. Pero alguien manda, y el mando no es ni puede ser un reflejo puro. No hay espejos en la política, hay solamente riesgos, hay lazos. Que haya mando no supone sí o sí que haya autoritarismo. Ese oscuro pasado denunciado, ese horizonte siempre negro y detestable de años de plomo, debe ser quizás reservado para momentos en los que efectivamente la Voz de Uno solo nos amenace como Ser Comunitario. Y digo ser comunitario aun a riesgo de otras críticas sobreactuadas: ser comunitario nunca es homogéneo y total, es simplemente mayoritario, siempre está en discusión. Rousseau no es uno solo, ninguno de nosotros lo es.


A todo esto, entonces, ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se presenta públicamente para explicar las bases de sus decisiones se teme autoritarismo? ¿Por qué se reduce eso a un simple cálculo electoral cuando siquiera se sabe cuántos de nosotros vamos a morir, o sea, cuántos vamos a votar? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación, que hace política y para eso se le paga, dice que descentraliza decisiones en gobiernos locales olemos autoritarismo? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se ubica en comunicación cuasi total con todo tipo de organizaciones, industriales, “del campo”, más grandes, más pequeñas, y todo eso lo consumimos en los medios todos los días auguramos autoritarismo? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se presenta diciendo que consultó una decisión con cincuenta actores distintos nos corre el frío ardor del autoritarismo por la espalda? No interesa vanagloriar la chicana tonta de que este Presidente no manda a tomar lavandina o inocularse Lysoform, mucho menos que dice que somos una raza fuerte y que el virus no nos va a hacer nada. 


Interesa, para mí, ¿por qué no aceptamos que colectivamente hay un límite que un tipo, en este caso un Presidente, sabe aceptar? De última, ¿por qué nos enojamos con un tipo que flexibiliza una cuarentena y le reclamamos “Mando” cuando ese “Mando” sí o sí nos va a parecer autoritario? Alabamos a una señora que viola el aislamiento y toma sol pero después reclamamos medidas estrictas. Y pedimos que la policía no se zarpe. Y no queremos milicos en la calle. No queremos uniformes verdes a la vista. Reclamamos mando pero cuando alguien Manda denunciamos autoridad. Reclamamos orden y cuando alguien ordena presentamos recursos de amparo. ¿De qué nos amparamos? Éticamente, es muy discutible que todo aquello que no nos gusta deba ser sí o sí tildado de autoritario. Hay miles de otras descalificaciones posibles. Ese juego retórico, por más que parezca inútil, es básico para cualquier modus convidendi.

Mezclar decisión y mando con autoritarismo de buenas a primeras es un problema más viejo que el agua. Siempre reclamamos que no nos griten, que no nos digan lo que tenemos que hacer, que no nos digan qué ropa usar según el clima. Somos erizos ante la presentación de cualquier posible sojuzgamiento. Pero reclamamos autoridad ante la angustia y le tememos a esa autoridad. Mucho más aún, cuando esa autoridad se presenta de alguna manera amistosa, se presenta decidiendo pero compartiendo esa decisión, encendemos las alarmas de la violencia. 


Corremos despavoridos a cubrirnos en el refugio de la historia para denunciar con vehemencia vanguardista los peligros del Uno Malo que decide. Eso anuda a enormes conglomerados ideológicos, los hermana. Nadie escapa al lugar común. Nadie jamás escapa a denunciar con superioridad moral cualquier forma de poder político cuando, al mismo tiempo, le reclama a ese Poder que haga “lo que yo digo”. 

Nadie jamás escapa del autoritarismo.


Nadie escapa al lugar común. Nadie jamás escapa a denunciar con superioridad moral cualquier forma de poder político cuando, al mismo tiempo, le reclama a ese Poder que haga “lo que yo digo”. Nadie jamás escapa del autoritarismo.

El problema, al final, es que siempre reclamamos que nadie nos diga violentamente qué hacer y cuando alguien hace una propuesta no violenta, y afirma que depende no de él sino de nosotros, la respuesta es lapidariamente negativa. Siempre pedimos que el Mandatario no hable por nosotros pero cuando el Mandatario dice que la responsabilidad es nuestra lo vilipendiamos. Nunca quisimos que un líder nos robe la voz pero cuando dice que su propia voz es construida por nosotros, nos enojamos. Mucho más, cuando dice que la “voz definitiva” es la “nuestra”, arrecian los vilipendios. En esa contradicción se aloja una monstruosidad bien obvia: queremos ser nosotros, siempre y cuando ese nosotros seamos cada uno. Y, si el líder no se roba ninguna voz, los argumentos tradicionalmente preparados por nuestra sana centro-izquierda y nuestra derecha de buenos modales (que son, ahí sí, lo mismo) se quedan perplejas: sólo les queda la chance de encontrar un error, cualquier error, y decir que tenían razón.


De allí, para finalizar, hay una posibilidad más que latente respecto a que mi letra sea una defensa oculta, o quizás no tanto, de la actuación del Presidente argentino. Lo cual quizás podrá albergar elogios de una parte, rechazo de otra, quizás indiferencia de la gran mayoría. Yo tengo mi opinión como cualquier otro ciudadano. Miro como cualquiera. “Yo miro vivir”. Y no necesito, como cualquiera de nosotros, permiso para defender o atacar a nadie. Miro que hay un drama fundamental que nos acosa, o quizás solo me acosa a mí y estoy exagerando: no aceptamos que algo nos puede salir bien entre muchos (si sale mal, los responsables son obvios). 


No aceptamos que quizás hay un camino común en la divergencia absoluta. No queremos liderazgo acaparador y jetón pero pedimos medidas estrictas. No aceptamos medidas estrictas y denunciamos autoritarismo. El drama, en el fondo, es que no aceptamos un nosotros, la pregunta nunca es por nosotros; el drama es que no aceptamos lo que siempre pedimos: ser parte de la decisión, ser parte de la apuesta, tener voz. No aceptamos un mesías pero pedimos salvación.

(*) Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Investigador Adjunto del CONICET (IDAES-UNSAM) y Docente en la UNSAM