Nadie escucha...
"AUTISMO PATRIOTICO". Presidenta Cristina
Fernández. Dibujo: Pablo Temes.
Ni la Presidenta ni
Mauricio Macri toman nota del reclamo social. ¿Hasta cuándo?
Definitivamente no
escuchó. Aunque, en verdad, lo correcto es decir que no quiso, ni quiere, ni
querrá escuchar el ruido de las cacerolas ni de las voces que no concuerden con
el tramado de su relato. Así es como mejor puede definirse la actitud de la Presidenta
no sólo frente a la impactante manifestación del 8N que, por su dimensión y
extensión a lo largo y a lo ancho del país, hizo recordar a aquellas otras de
los albores de la renacida democracia argentina en 1983.
Pero no sólo eso –el no
escuchar– fue lo que hizo la doctora Cristina Fernández de Kirchner, sino algo
más: primero, ningunear a las decenas de miles de ciudadanos y ciudadanas que
expresaron sus desacuerdos con el Gobierno (“Ayer pasó algo importante: el
Congreso del Partido Comunista Chino”); segundo, decirles que se busquen a
quienes lo representen (“el verdadero problema de la sociedad es la falta de
una dirigencia política que los represente con un modelo alternativo con el
cual podamos debatir y decidir”). Y he aquí un grosero error de concepto por
parte de la Presidenta, porque es a ella a quien le corresponde atender los
reclamos de la ciudadanía.
La Presidenta no gobierna
sólo para quienes la votaron sino también para aquellos que no lo hicieron. Una
de las características de la manifestación del 8N fue la presencia de reclamos
muy concretos: no a la inflación, no a la inseguridad, no a la corrupción, no
al incumplimiento de fallos judiciales favorables a jubilados que requieren
cobrar lo que les corresponde, basta de presiones a la Justicia, no a la
re-reelección, no al autoritarismo.
No son ésas consignas
ideológicas. A diferencia de lo sucedido en aquellas trágicas y tristes
jornadas de fines de 2001, la gente no fue a pedir que se vayan todos sino a
reclamarle al Gobierno que se aboque a buscar la solución de los problemas que
hoy afectan la vida de muchos ciudadanos, demanda que también se extiende sobre
una oposición que hoy no representa una alternativa de poder viable y que es
corresponsable del desequilibrio político de graves consecuencias
institucionales que hoy vive el país.
Hay un enamoramiento del
relato y del personaje. Ese es uno de los problemas más graves que deja al
descubierto la reacción de la Presidenta ante la masiva manifestación popular
del 8N. A la doctora Fernández de Kirchner le cuesta creer que haya gente que
esté insatisfecha con la marcha de su gobierno. “Tienen una visión
distorsionada del país”, dijo. Para el relato oficial esa parte de la
ciudadanía está equivocada o es malintencionada.
En esa división agonal
del escenario político que el kirchnerismo azuza todo el tiempo, no hay lugar
para puntos intermedios. Todo es blanco o negro; todo se reduce a una puja
entre buenos y malos, en la que el oficialismo es el bueno y los que están
contra él son los malos.
Lo que el Gobierno no
puede, no sabe o no quiere solucionar, directamente no existe, persistiendo así
en su política de negar la inflación, de afirmar que la inseguridad es una
sensación, que hay que cortarla con el cepo cambiario, que no hay problemas con
el abastecimiento de energía eléctrica, que todo es un invento de Clarín y que
después del 7D ya no habrá más problemas. A esta altura, al Gobierno sólo le
falta echarle la culpa de los cambios climáticos a Héctor Magnetto. Si la
Presidenta insiste con estas posturas, lo más seguro es que los cacerolazos se
vuelvan una habitualidad en la realidad política de la Argentina durante los
tres años y un mes que le faltan para cumplir su mandato.
Muchos funcionarios
importantes viven con mucha preocupación este presente del gobierno del que
forman parte. Una manifestación como la del jueves pasado era impensable hace
un año. Reconocen, además, que siguen sin entender por qué la doctora Fernández
de Kirchner se ha empecinado en abrir conflictos donde antes no los había. El
caso paradigmático es el de Hugo Moyano. El otro, el de Daniel Scioli. A
propósito del gobernador de la provincia de Buenos Aires, su estrepitoso
silencio acerca del 8N no pasó inadvertido para nadie del entorno presidencial.
El aumento de la conflictividad social es otro de los ítems que amenaza con
poblar el paisaje político en los meses venideros. Habrá que prestarle atención
a la marcha conjunta organizada para el 20 de noviembre por Moyano junto con la
fracción de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) que encabeza Pablo
Micheli. Así también habrá que seguir con detalle lo que suceda en el universo
de la desvaída CGT Balcarce, encabezada por Antonio Caló, cuyo liderazgo está
bajo fuego como consecuencia de la negativa del Gobierno a atender algunos de
sus reclamos que, al fin y al cabo, son los mismos que viene haciendo Hugo
Moyano.
“Si no nos dan algo,
muchos de nuestros trabajadores van a terminar marchando con Moyano”, señala un
dirigente sindical que se alejó del líder de los camioneros y que ya se
desilusionó con el Gobierno al que creyó cercano, de quien dice “ellos creen
que hacen todo perfecto y nosotros tenemos que acompañarlos”.
Las cacerolas del 8N
también tuvieron como destinataria a la oposición. En ese espacio, algunos lo
entendieron; otros, no. La incapacidad que han exhibido y siguen mostrando los
opositores para lograr consensos ha sido clave para la construcción del formidable
nivel de poder que el Gobierno logró acumular en las elecciones de octubre de
2011.
A ellos les corresponde
enfrentar el desafío de conformar coaliciones que sumen y no que resten.
En ese universo de
desacuerdos, el que más desentonó por estas horas fue Mauricio Macri,
queriéndose subir con algún protagonismo a una convocatoria que lo excedía, y
participando luego de una foto con los integrantes de Kiss en el estadio de
River en la aciaga y desesperante noche del miércoles 7, en la que el gigantesco
corte de energía eléctrica hizo de la sufrida vida de los argentinos que
habitan y transitan por la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense un
suplicio.
El efecto demoledor de
esa foto ha sido más nocivo que las decenas de palabras críticas que sobre el
jefe de Gobierno se vierten desde el oficialismo. “Fueron sólo diez minutos”,
dijo increíblemente a modo de justificativo Macri, cuando todo hacía suponer
que no le alcanzarían los segundos para ver cómo mejor ayudar a paliar los
padecimientos por el que a esas horas atravesaban miles de personas angustiadas
ante tanta vulnerabilidad y desamparo.
“Me hayan votado o no, yo
los he escuchado. Y he aprendido de ustedes. Y ustedes me han hecho un
presidente mejor”, dijo Barack Obama tras haber sido reelecto y prometer que
contactaría a su rival, Mit Romney, para tratar de establecer una agenda común.
¡Qué lejos de nuestra realidad queda eso!
Producción periodística:
Guido Baistrocchi.
© Escrito por Nelson Castro y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 10 de Noviembre
de 2012.