Recuperar
la gesta de los pañuelos…
Universidad
de las Madres. La decisión de estatizar esa casa de estudios y subordinarla a
la defensa de un gobierno compromete el legado democrático de la agrupación.
El pañuelo las trasciende. Un símbolo
nacido del miedo y la necesidad. Identificarse en la Plaza de Mayo cuando apenas
un puñadito de madres que buscaban a sus hijos desaparecidos se instaló en el
corazón del poder para increparlo y desnudar su crueldad.
¿Hay algo más perturbador que una madre que perdió a su
hijo? Los griegos, que lo sabían, las escondían. Desde que las madres se
instalaron en la Plaza de Mayo, allí, como en un gran teatro abierto, ellas
escenificaron y recrearon los mitos ancestrales, la Gran Madre, origen de la
religión, las Antígonas que desautorizan al tirano para honrar la muerte y a la
par exigen justicia. Una insurgencia femenina que dio de lleno en el corazón
del régimen militar y, al poner luz pública sobre lo que deliberadamente se
intentó ocultar, impulsó el Juicio a las Juntas, el signo más auspicioso de la
democracia naciente. Otras madres en duelo se agregaron al repertorio de la
violencia del Estado. Siempre seremos deudores de todas esas mujeres que se
lanzaron a la plaza de los reclamos para desnudar la mentira y exigir justicia.
No la que se elabora en los despachos como estrategia de impunidad si no ese
grito por la verdad y la justicia que se escuchó en todos los rincones de
nuestro país, en general, mujeres que perdieron a sus hijos y no les
preguntaron a las otras si era peronista, radical, comunista o socialista.
Unidas por el dolor hicieron de la solidaridad el más fuerte vínculo del amor.
El otro como un igual.
¿Hay algo más perturbador que una
madre que perdió a su hijo? Los griegos, que lo sabían, las escondían
He pasado buena parte de mi vida adulta como testigo de
las vidas individuales que se proyectan sobre lo que las unifica, el despojo de
sus hijos. Historias que por respeto y compasión no siempre es posible
individualizar con nombre y apellido, pero a las que igualmente cubre el
pañuelo blanco. Si hay alguien con autoridad sobre ese símbolo que las
trasciende, son aquellas que cumplieron con lo que se propusieron desde el
inicio. El compromiso de no partidizar los pañuelos. Menos aún apropiarlo, como
sucedió en Córdoba cuando Hebe de Bonafini les prohibió a las madres de los
presos desaparecidos que lo usaran, porque en mi provincia la principal
organización humanitaria se llamó Familiares de Presos y desaparecidos. No aceptaron la prohibición. Siguieron
usando el pañuelo blanco.
Sin embargo, si perturba la madre que perdió al hijo,
igualmente turba aquella que impreca, insulta. Un virus de intolerancia que ya
existía pero encontró campo propicio cuando algunas madres dejaron la plaza
para recibir los favores del palacio. No porque no debieran tener un lugar
destacado en el palco de los homenajes de la Casa Rosada, la casa de todos los
argentinos cuyo inquilino tiene siempre fecha de vencimiento, sino porque el
pañuelo se contaminó con el poder, se tiñó de color partidario, con desprecio
de la democracia republicana.
Siempre creí que a las madres, como a las víctimas en
general, no se les debe exigir coherencia democrática. No porque el sufrimiento
exima de responsabilidades, sino porque el dolor puede empañar la mirada
luminosa y verdadera de una auténtica construcción democrática. En cambio, que la mayoría oficialista
en el Parlamento haya legitimado como universidad pública un
instituto manchado por la corrupción como la Fundación de las Madres de la
Plaza de Mayo, proyecta sobre la sociedad el mismo desprecio y concepción
autoritaria que descree de la democracia.
La recién estatizada fundación de las Madres de la Plaza
de Mayo cargó en la cuenta de todos los argentinos, como una pesadilla
compartida, el desfalco cometido en esa organización. Pero lo que es más grave
es que -lejos de convertirse en una universidad para todos, democrática en su
pluralidad y guiada por los principios éticos de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos como base filosófica de su programa universitario- se
convertirá en una escuela de adoctrinamiento para formar "militantes de la
causa popular", un programa incompatible con la evolución democrática,
cuyo motor de desarrollo universitario no es otro que la libertad de pensar y
la pluralidad de decir.
Ya antes, durante el debate sobre la ley de medios, Hebe
de Bonafini lideró una marcha a los tribunales, en donde manifestó su desprecio
a la Justicia. Pero no era la primera vez que la dirigente que hizo de su
nombre un sinónimo de una gesta colectiva, escupió a los jueces como expresión
de su concepción revolucionaria. Pocos recuerdan la marcha que con máscaras en
los rostros, manifestó al frente de los Tribunales para denostar el Juicio a las
Juntas porque "era la justicia burguesa". Contrapuesta, claro, a lo
que no se decía, la "justicia revolucionaria" porque en aquel momento
nadie hubiera osado criticar los fundamentos de la democracia.
La historia está llena de ejemplos revolucionarios que
terminaron en pesadillas totalitarias. El comunismo que prometía una humanidad
igualitaria quedó reducido a los privilegios de la casta en el poder,
preocupada más por la venganza que por promover una cultura de valores nuevos.
Por eso perturba que el mismo Estado que hoy ahoga
económicamente y somete políticamente haya otorgado patente de universidad a un
instituto que niega su autonomía ya que la subordina a la defensa de un
gobierno.
Las universidades libres del control político,
cogobernadas, son una herencia del movimiento reformista de Córdoba.
"Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más.
Los dolores que quedan son las libertades que faltan", escribió Deodoro
Roca en ese magnífico manifiesto liminar que, como testamento libertario, nos
dejó la reforma de 1918.
A poco de conmemorar los cien años del movimiento
reformista nacido en Córdoba, que se desplegó como influencia cultural y
política por todo el continente, contrasta la subordinación de muchas
universidades al kichnerismo, que se sirve de ellas para tercerizar planes de
gobierno como fue el de viviendas "Sueños compartidos", sin rendición
de cuentas y con cláusulas secretas, incompatibles con la transparencia que, al
menos como definición, sustenta la democracia.
Es lo que sucedió con el proyecto museográfico de la ESMA
o la creación del Ibope K, un medidor de audiencias del Estado. Pero la
contracara de la intolerancia la expresaron también los encapuchados que
ingresaron al rectorado de la Universidad de Córdoba para protestar por un
convenio de la universidad con la empresa Monsanto y que, entre destrozos y
gritos, le enrostraron al rector su condición de paciente oncológico.
Vergüenzas y dolores proporcionales a las libertades que
nos faltan, tal la bella ecuación del manifiesto reformista que 100 años atrás
ya aconsejaba que a los jóvenes no se los debe ni comprar ni adular y que no
hay mejor maestro que aquel que crea belleza, bien y verdad. Aquellos jóvenes
universitarios cordobeses que no buscaban "empleos" se levantaron
contra una "autoridad tiránica y obcecada" que veía en "cada
petición un agravio y en cada pensamiento, una semilla de rebelión".
Como de tradiciones se trata, tal vez no estaría de más
preguntarnos cuál debería ser el legado de las Madres. ¿El ejemplo de las que
desde el inicio pidieron Justicia sin venganza porque sabían que la patria no
puede ser invocada si en su nombre se sacrifica la verdad? ¿O el ejemplo que
sustentan los que se escudan detrás de los pañuelos blancos para proclamar la
revolución por decreto y que, como estafadores de la legitimidad democrática,
utilizan la democracia para acabar con ella?
© Escrito por Norma Morandini el
Martes 28/10/2014 y publicado por el Diario La Nación de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.