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martes, 28 de mayo de 2013

La ineficiencia judicial en la defensa de los DDHH... De Alguna Manera...

El dilema de crear una agenda que incluya las violaciones a los Derechos Humanos de hoy.


Otra muerte de un integrante de la etnia QOM, esta vez en Chaco, se suma a una tendencia que ha dejado de ser episódica para convertirse en un patrón claro y sostenido en nuestro país. La violencia y los homicidios acaecidos en diversas provincias del norte, especialmente en Formosa, no cesan. Sin embargo, pareciera que aun existe una marcada reticencia de algunos organismos de derechos humanos para hablar de este tema de manera abierta, de reclamar y denunciar expresamente al gobierno nacional y sus pares provinciales por una violación patente y sistemática a los derechos fundamentales de los pueblos originarios. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Por qué organismos comprometidos desde hace décadas con la defensa de los derechos humanos no ponen este tema en el centro de su agenda? ¿Qué otros temas deberían integrar una agenda moderna para la defensa de los derechos humanos?

Una primera respuesta es que en nuestro país el movimiento de derechos humanos no ha logrado o no ha querido aggiornar su agenda programática. El núcleo del discurso siguen siendo las atrocidades cometidas durante la última dictadura militar y, directamente vinculado con esto, toda la problemática de la violencia institucional asociada con unas fuerzas de seguridad que continúan siendo enclaves autoritarios que tras treinta años de democracia aún no hemos logrado reformar. No caben dudas que estos temas deben gozar de una entidad superior, pero: ¿deben monopolizar la agenda?

Los organismos de derechos humanos se encuentran en una encrucijada cuando la violencia institucional proviene de las fuerzas de seguridad pero su concepción intelectual es obra exclusiva del poder político. El caso de Formosa es clarísimo. Los ataques y homicidios de integrantes de la comunidad QOM solo son posibles porque quienes gobiernan la provincia lo consienten, alientan y protegen. Por su parte, el gobierno nacional no ha logrado revertir la situación ni tampoco existen constancias de que haya hecho algo concreto para impedir que el gobierno de Formosa continúe violando los derechos humanos de los pueblos originarios. La torpeza o el fracaso no lo redimen de dicha deuda. Sin embargo, pese incluso a las denuncias de Amnistía Internacional y al involucramiento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el panorama no ha cambiado y muchas organizaciones de derechos humanos dan cuenta de la situación de manera errática y parcial.

Parte del problema es el claro alineamiento de un sector importante del movimiento de derechos humanos con el gobierno nacional. El indiscutible y necesario apoyo del gobierno a los juicios por las atrocidades cometidas por último el gobierno de facto, sumada a la polarización por la demorada y controvertida implementación por la Ley de Medios, pareciera neutralizar toda capacidad de contralor y denuncia frente a violaciones a los derechos humanos que provengan del gobierno nacional o de sus aliados provinciales.

No hay que caer en el reduccionismo necio de proponer una agenda actual versus una agenda del pasado. Una agenda inclusiva y moderna debe incluir tanto la búsqueda de justicia por los crímenes del pasado como la lucha por los derechos de todos aquellos que hoy están siendo víctima de atropellos por parte del estado en cualquiera de sus niveles.

¿Qué temas urgentes no aparecen en la agenda actual de derechos humanos? A la gravísima situación de los pueblos originarios en el norte argentino se deberían sumar otros tales como los derechos sexuales y reproductivos. Entre otras deudas en la materia, a más de un año de la sentencia de la Corte Suprema en el caso FAL, el estado nacional y muchas provincias siguen impidiendo que las mujeres accedan a la interrupción de su embarazo cuando este es producto de una violación, lo cual nos ha valido la condena de distintos organismos internacionales de derechos humanos. Otro tema candente es la dramática situación de las cárceles y los altísimos niveles de prisión preventiva. Una democracia supuestamente respetuosa de los derechos humanos convive con altísimos niveles de presos sin condena. Actualmente, casi el 60% de las personas privadas de libertad no tienen una sentencia definitiva, y -además del encierro injustificado- es víctima de incontables violaciones a sus derechos fundamentales. ¿Qué se está haciendo para revertir un status quo cuasi medieval? Poco y nada. La raíz de este problema se encuentra en la ineficiencia judicial, en la selectividad e indiferencia del sistema de justicia. La responsabilidad para revertirlo, en cambio, le cabe a los tres poderes del estado.

La discusión está pendiente y debe darse de manera seria y responsable, sin chicanas ni dobles intenciones. Todos los movimientos sociales son dinámicos y heterogéneos, y ostentan tanto logros como deudas y desafíos. Resulta imperativo encontrar caminos que -sorteando las discusiones políticas de corto plazo- nos permitan encontrar estrategias para abordar de manera integral una nueva agenda para la defensa de los derechos humanos, que fortalezca y convalide el valioso trabajo de las organizaciones y a su vez incluya a sectores cuyas necesidades hoy están siendo injustamente marginadas.

© Escrito por Alvaro Herrero, Director Ejecutivo de la Asociación por los Derechos Civiles (ADC), PdD en Ciencia Política (Oxford), el lunes 27/05/2013 y publicado por plazademayo.com


miércoles, 8 de mayo de 2013

Las cajas de seguridad, ¿en la mira?... De Alguna Manera...


Las cajas de seguridad, ¿en la mira?... 
 

Un globo de ensayo llamado CEDIM. El gobierno lanzo los CEDIM, bonos públicos en dólares, y todo apunta a que están pensados para blanquear capitales a raíz de las denuncias de lavado de dinero que salpican al corazón del poder, esto no puede ser así, pues la investigación penal ya está en marcha y una ley de blanqueo de capitales no haría desaparecer el delito. Hay que recordar que es una ley de blanqueo, no de amnistía. Por tal motivo habrá que buscar otra explicación a la medida.

Para ese análisis hace falta tener en cuenta lo siguiente:

En 2004, en el fallo Bustos que convalidó la pesificación de 2001, la Corte Suprema con esta composición afirmó “reconocer que a los depositantes en dólares se les devuelva sin más demora el mismo importe de la moneda extranjera en que se registraron sus depósitos implicaría la creación de una clase privilegiada, que no sólo se habría beneficiado durante un tiempo más o menos largo con intereses en dólares a una tasa inconcebible en el resto del planeta sino que ahora percibiría cantidades que, traducidas a la moneda argentina, tendrían un poder adquisitivo en el mercado interno considerablemente mayor al de lo originariamente depositado.”

En 2009, el gobierno lanzó un blanqueo de capitales mucho más atractivo que este —ya que solo se trataba de traer el dinero al país, declararlo y luego usarlo como se quisiera— y en una mejor situación económica y ya en aquel entonces no tuvo el éxito esperado, logrando blanquear solamente 4.000 millones de dólares.


Ya sabemos que tenemos un gobierno que literalmente va por todo y que posee graves problemas económicos que afrontar en el corto y mediano plazo, que no puede pedir dinero afuera y que ya depredó todas las cajas a las que echó mano.

En la reforma judicial, introducida mediante el pomposo nombre de “democratización de la justicia”, y en la cual toda la oposición centró sus ojos en la integración del Consejo de la Magistratura, se sancionó la Ley 26.854 mediante la cual las medidas cautelares contra injerencias estatales de carácter patrimonial contra individuos ya no corren más.

Con todos estos datos, no resulta descabellado pensar que los CEDIM están pensados para que sean incorporados al mercado (como la Argentina no puede emitir dólares, ahora emite bonos “símil” dólares) y una vez que el mercado se encuentre habituados a ellos, dar el zarpazo a las cajas de seguridad bajo el argumento de combatir la evasión fiscal, abrir dichas cajas y cambiar su contenido por los CEDIM.

Adoptar tal medida bajo la premisa de que se combate la evasión fiscal de la clase alta, pese a que se le dio la oportunidad de blanquearlo, sería bien receptado por los llamados “sectores populares” de la población y encontraría su sustento jurídico en el mencionado precedente “Bustos” de la Corte Suprema de Justicia.

Además, el perjudicado con dicha medida carece a la fecha de toda protección inmediata contra ese acto de gobierno.

Lo medular de la reforma judicial no es el Consejo de la Magistratura, sino la eliminación de las cautelares.

La ingeniería jurídica ya estaba lista y, con los nuevos bonos, ahora tienen el papelito para llevarse tus dólares y dejar algo a cambio.

© Escrito por Pablo Torres el miércoles 08/05/2013 y publicado por Tribuna de Periodistas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 28 de abril de 2013

“El dólar también se quiere ir”… De Alguna Manera...


“El dólar también se quiere ir”…

 EL FOBICO Y EL PSICOTICO. La huida de Lorenzino y el ataque de Moreno son dos caras de un estado alterado unidas por la bipolaridad. Kicillof, con la boca abierta.

Ese fue el título principal de la tapa de Perfil de ayer: “El dólar también se quiere ir”. Y con él los pesos de quienes todavía pueden ahorrar. Y quizá, más allá de las apariencias, sea el propio Ejecutivo, y no los miembros de la Corte Suprema, el que también se quiera ir.

Pocas veces coincidió tan desafortunadamente para el Gobierno el contraste bipolar entre la imagen fóbica de Lorenzino, huyendo ante el periodismo, y la psicótica de Moreno, enfrentando al mayor empleador de periodistas durante su asamblea de accionistas. Arrastrando con él a un tan incómodo como ido Axel Kicillof (mordía la birome con gesto extraño), viceministro de Economía y autor del único plan cambiario alternativo con que cuenta el Gobierno, justo mientras el dólar paralelo no paraba de subir: 8% en la última semana, 100% desde el cepo cambiario.

Economistas claramente distanciados del kirchnerismo, como Martín Redrado, pronostican que llegaremos a las elecciones de octubre “con muletas” pero sin cambios económicos. Una brecha entre el dólar oficial y el paralelo, que ya alcanzó el 80%, pone en dudas esos vaticinios.

El plan B de Kicillof preveía un desdoblamiento de la cotización del dólar para que la devaluación del tipo de cambio oficial ($ 5,18) continuara con un ritmo que no retroalimentara la inflación, acompañándola; mientras también hubiera otros dólares intermedios hasta alcanzar el dólar libre ($ 9,34) dependiendo tanto de la oferta y la demanda como de cuestiones de estrategia macroeconómica.

El mejor ejemplo sería el caso de la brasileña Vale, a la que si le permitieran invertir sus dólares, que trae del exterior para las obras de infraestructura a $ 9, y luego exportar su potasio a un valor intermedio entre el dólar oficial y el paralelo, podría revisar su decisión de irse del país.

El caso de Vale ilustra el parate inversor que al mismo tiempo genera enfriamiento general de la economía y no ayuda a las soluciones de largo plazo en torno a la inflación. Si se facilitara que la inversión externa ingresase a un dólar financiero, se podría reactivar la economía y bajar el precio del dólar paralelo porque muchos considerarían nuevamente competitivos los precios de inversión en Argentina.

Es cierto que un tipo de cambio desdoblado es una muleta, y lo ideal siempre sería contar con un único valor, pero el grado del problema cambiario que enfrenta ahora nuestra economía reclama por lo menos parches, si es que una política económica totalmente diferente fuera hoy inviable electoralmente para el Gobierno. Y si en el futuro les encontrasen progresivamente solución a los desajustes económicos que produjeron, las diferentes cotizaciones del dólar irían confluyendo en un valor único intermedio entre los 5 pesos del oficial y los 9 actuales del paralelo.

El domingo pasado Perfil publicó los negocios que el kirchnerismo hizo crecer continuando la política de un tipo de cambio muy competitivo de Lavagna, y que luego mató al pasar a un valor del dólar más parecido al del último Cavallo durante la convertibilidad (ver “Las canchas de paddle K” en http://e.perfil.com/negocios-y-el). Reconocer un valor del dólar más alto podría hacer volver a crecer la economía. Aquello a lo que tanto teme el Gobierno quizá sea su solución.

Pero más allá de la discusión sobre si llega o no a las elecciones de octubre, sin desdoblar en serio el mercado cambiario, menos discutibles son las pocas posibilidades de llegar a 2015 sin cambiar nada. Los datos del INDEC son el mejor ejemplo, el paso del tiempo hace que la mentira mejor armada se vaya haciendo indisimulable. Que salarios (u otra forma de ellos) aumenten al 20% anual mientras el INDEC registra aumentos de precios del 10% hace que a lo largo de los años se llegue a que las estadísticas deban sostener que ya no hay pobres en el país o indigentes en la provincia de La Rioja, como acaba de suceder.

Queda la hipótesis mencionada en estas columnas sobre qué partes de la reforma judicial y sus derivaciones en la Ley de Medios, condenadas a ser declaradas anticonstitucionales y previsibles derrotas políticas, más que un ataque mal planificado, sean una defensa de un Gobierno que “también se quiere ir” y apunta a sostener su relato victimizándose: “Luchamos pero las corporaciones burguesas no nos dejaron”.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 28/04/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



martes, 16 de abril de 2013

Poder impune… De Alguna Manera...


Poder impune…
 "LO MANDARON A CORTAR SUPREMAS..." Ricardo Lorenzetti. DIBUJO: PABLO TEMES.

Contra la justicia. El Gobierno va por todo ahora hacia el Poder Judicial. Relativismo moral ilimitado.

La así llamada “democratización de la Justicia” no es más que otro paso en su objetivo hacia el “vamos por todo” que puso en marcha la Presidenta no bien comenzó su segundo mandato. Este proceso –que no es otra cosa que un embate contra los jueces independientes– es emblemático del ADN del kirchnerismo. Estas acciones son siempre la consecuencia de circunstancias en las que el oficialismo se enfrenta a una adversidad que es contraria a sus proyectos de lograr la suma de los poderes públicos. El ejemplo más relevante es el de la Ley de Medios, cuya génesis estuvo en el conflicto entre el Gobierno y el campo por la 125. Este proceso al que asistimos por estos días es el producto de la frustración sufrida por el Gobierno el 7 de diciembre del año pasado, cuando se vio impedido por la Justicia de avanzar en su intención de destruir al Grupo Clarín.

Al igual que hizo con la Ley de Medios, en este caso el kirchnerismo enmascara sus reales intenciones con una hojarasca que, como tal, no es más que letra muerta. En la Ley de Medios, el propósito supuesto que se repetía a modo de eslogan era “más voces y más pluralidad”. Los hechos se encargaron de demostrar que ese eslogan no tenía nada que ver con lo que el Gobierno quería, que era –y es– “más medios oficialistas” para que haya cada vez menos lugar para las voces críticas e independientes.

Con este proyecto de “democratización de la Justicia” pasa lo mismo. Así, el kirchnerismo termina erigiéndose en una réplica del menemismo. Aquí hay que recordar que una de las primeras medidas que tomó Carlos Menem tras haber asumido la Presidencia por primera vez, fue la de aumentar el número de miembros de la Corte Suprema con el objeto de lograr la famosa “mayoría automática”. El proyecto de aumento del número de miembros del Consejo de la Magistratura es asimilable al aumento del número de miembros de la Corte con que Menem aseguró aquella “mayoría automática” que le dio vía libre a todos sus proyectos y que, fundamentalmente, dio cobertura y garantizó la impunidad de todos y cada uno de los hechos de corrupción de su gobierno. 

El fenómeno se repite a la manera de un calco. He ahí los casos del escandaloso enriquecimiento de la familia presidencial y el de la ex Ciccone, que compromete cada vez más seriamente a Amado Boudou. Además, con la modificación del sistema de remoción de los magistrados, para la que será suficiente una mayoría simple y no especial como es hasta ahora, su estabilidad se verá seriamente afectada. La ecuación habrá de ser muy simple: los jueces que osen contradecir la voluntad del Poder Ejecutivo podrán ser removidos de sus cargos de la noche a la mañana. Habrá estabilidad sólo para aquellos que digan amén a todas y cada uno de los abusos del Gobierno. Por si ello fuera poco, el método de elección de los candidatos, que estará ligado a la elección general, cierra cualquier posibilidad a la oposición de actuar en forma mancomunada a los fines de poder equilibrar la situación dominante que le da al oficialismo el uso de todos los recursos del Estado para imponer su voluntad.

El proyecto de “democratización de la Justicia” pone a la ciudadanía, además, en un pie de notable desigualdad y desprotección frente a las arbitrariedades del Estado. Hay un ejemplo que ilustra, el de los jubilados. Si hasta ahora el Gobierno no ha dudado en desobedecer fallos contundentes, confirmados en todas sus instancias, que reconocieron la legitimidad del reclamo por reajuste de haberes hechos por miles de ellos, ¡cuánto peor serán las cosas en el futuro de prosperar con esos y otros reclamos!

La Justicia es un factor de contrapoder. Ser un contrapoder no equivale a ser oposición. Ser un contrapoder significa controlar que en el ejercicio de sus funciones los otros dos poderes del Estado –el Ejecutivo y el Legislativo– lo hagan con observancia absoluta de la Constitución. Es esa tarea de control de constitucionalidad la que ha perturbado profundamente a la Presidenta. Es que la Constitución, que juró observar y hacer observar, representa hoy el principal escollo para la concreción de su anhelado sueño de permanencia eterna en el poder.

En el famoso discurso de junio de 2003, en el que Néstor Kirchner dio el puntapié inicial para la renovación de la Corte Suprema menemista, la crítica fundamental fue a la estructura de “mayoría automática” con que funcionaba el organismo. En aras de una mejor justicia, el entonces presidente abogó por la necesidad de conformar una Corte prestigiada por la calidad de sus integrantes y por su independencia de su gobierno y de los que vinieren. Esa postura gubernamental ya no corre más. Ahora lo que se busca es debilitar a la Corte lo más posible.

En 2006, la entonces senadora Cristina Fernández de Kirchner impulsó e impuso el proyecto de reforma del Consejo de la Magistratura consistente en la reducción del número de sus miembros. La razón para tal modificación era la de hacerlo más independiente de los otros poderes. Eso tampoco va más.

Así es el kirchnerismo: lo que hoy es bueno mañana es malo y viceversa; su relativismo moral no tiene límites. El fin justifica el uso de cualquier medio. Lo único importante es el ejercicio impune del poder.

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro el domingo 14/04/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


lunes, 4 de febrero de 2013

Lo apodan “la Justicia”... De Alguna Manera...


 Lo apodan “la Justicia”...


Democratización, una consigna que pateó el avispero. El poder más elitista del Estado. Los que piensan que eso es un mérito y algunas ideas para mejorarlo. La familia judicial, habría que agrandar la mesa. Cuestiones de competencia. Horarios y vacaciones, jueces trabajando. Se abrió el debate en un poder poco afecto a la visibilidad.

Al Poder Judicial lo apodan “la Justicia”. Es un uso extendido, casi unánime. El cronista libra una cruzada poco exitosa contra esa sinonimia, propone llamarlo por su nombre, no más. La justicia es un anhelo, una plenitud que las instituciones no logran. La actuación del Poder Judicial, si se la mira bien, no la consigue casi nunca. Y casi no hay que reprocharlo. Su finalidad esencial es restaurar equilibrios supuestamente quebrados. Se orienta prioritariamente a dar certezas, fijar las relaciones, que a aspiraciones más profundas y, ay, más difíciles. Por eso la prescripción que cristaliza un derecho o la impunidad por el mero transcurso del tiempo. Por eso la innumerable cantidad de casos que se resuelven por formalidades. Una apelación presentada un rato después de la hora prevista (o en otro juzgado, por error material) es un mejor camino a la derrota absoluta que la falta de derechos.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner llamó a “democratizar” el Poder Judicial (PJ en lo sucesivo, con perdón de la sigla): pateó un avispero. El oficialismo suele obrar así, acomete respecto de poderes cristalizados, intocables o poco tocados. Genera un revuelo descomunal, desata polémicas, batallas culturales. El fallecido ex presidente Néstor Kirchner preguntó “¿qué te pasa Clarín? ¿estás nerviosho?”. Y miren todo lo que sobrevino.

Las revueltas que provoca el kirchnerismo no siempre encuentran implementaciones perfectas, pueden derrapar a desmesuras, casi siempre son respuesta a necesidades políticas tácticas. Como sucedió con la ley de medios, siembran en terrenos ya arados o en polémicas ya construidas. La diferencia, nada menor, es que quien se pone al frente es un gobierno dispuesto a desafiar lo establecido.

La convocatoria es válida, aviva pasiones y motiva alineamientos, desafía a los sectores implicados. El hermetismo del PJ se sacudió en estos días. Organizaciones de magistrados se arrogaron la representación de todos sus pares y se rasgaron las vestiduras. Muchos de sus colegas reaccionaron contra la movida unanimista, instada por varios integrantes de la Corte Suprema que tiraron la piedra y escondieron la mano. Jueces, secretarios y fiscales les respondieron que no se reconocían en sus pretendidos representantes. El 27 y 28 de este mes se reunirán en la Biblioteca nacional, a plena luz del día. Una saludable rebelión contra una cultura del silencio.

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Tropa de elite: Hablamos del único poder del Estado cuyos integrantes son, en principio, vitalicios y no surgen del voto popular. A los jueces se los moteja de “Su Señoría”, un vocablo nobiliario (dos siglos después de la Asamblea del Año XIII) chocante a cualquier criterio republicano. Son, lejos, el poder del Estado más aristocrático. Para colmo, se agrega la autoexención del pago de Impuesto a las Ganancias, surgida de una capciosa interpretación del principio constitucional de intangibilidad de sus salarios.

El elitismo deriva de la propia conformación de la magistratura: sólo la componen abogados. Es una obviedad, dirá usted, por las tareas que desempeñan. Así es, pero el sesgo del elenco judicial no debe pensarse como una virtud o como un rasgo neutral sino como un lastre. Fuerza a tratar de compensar su elitismo y sectarismo, digamos congénitos. Asombra la asimetría de los jueces con los legisladores del Congreso nacional (la Cámara de Diputados en especial) en lo tocante a diversidad ideológica, cultural y social de sus integrantes.

El cronista se adelanta a suspicacias. No está proponiendo un cambio copernicano, “a la boliviana”. Apenas señala un escollo para que un poder público propenda a la diversidad y atenúe su elitismo.

En un trabajo profundo y recomendable (“¿Cómo y sobre qué debe rendir cuentas el sistema judicial?” http://www.sistemas judiciales.org), el jurista Alberto Binder clava una pica en Flandes. “El Poder Judicial tiene una legitimidad frágil que debe ser custodiada por los propios jueces.” La legitimidad de presidentes, gobernadores, intendentes, parlamentarios o concejales se supedita al veredicto popular. En un interesante reportaje con Página/12 la defensora oficial Stella Maris Martínez afirma que la legitimidad del PJ debe surgir de prestar “un servicio público digno a la gente”. La mayoría de magistrados y funcionarios no presta atención a los litigantes. Muchos no los ven jamás o casi nunca. La cultura judicial es “leerse” en las valoraciones de sus pares, de los académicos, de los abogados como mucho.

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Lo importante es la familia: La expresión “familia judicial” es sugestiva. Pinta a un grupo con lealtades firmes más allá de lo funcional y a un poder donde las presencias familiares se reproducen merced a ingresos nepotistas por los tramos más bajos. Stella Maris Martínez y el juez de la Corte Eugenio Raúl Zaffaroni (en otra entrevista concedida a este diario) abogaron por abrir las puertas de los tribunales a más aspirantes. Desde adentro, la tendencia prevaleciente es tapiarlas. Las universidades del conurbano bonaerense, en las que se forman jóvenes que son la primera generación de su familia en acceder a un título de grado, serían un buen “semillero” de oxigenación. Más concursos en rangos bajos, una herramienta posible, aunque la entorpece la significativa cantidad de personal contratado que revista en los tribunales federales o nacionales. Los concursos para secretarios en materia federal o nacional fueron abolidos por la aciaga Corte Suprema menemista, sería interesante revisar su medida. Abrir, ventilar, pluralizar desde abajo, son buenos objetivos.

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Hablo para que no me entiendas: La jerga forense es otro factor elitista. Está plagada de expresiones ajenas al lenguaje común, poco atentas a la perspectiva del receptor. Otra característica antidemocrática y aun antipopular.

Binder da en la tecla de nuevo cuando describe “el modelo usual de sentencias”: “información irrelevante, formas expresivas arcaicas, nula, preocupación por la comunicación, defectos formales y carencia de razonamientos son una constante demasiado extendida”. Frente al problema detecta “poco entrenamiento y preocupación”.

A diferencia de legisladores, gobernadores, ministros o presidentes los jueces no dependen para progresar en su carrera, o para mantenerse, de que el judiciable los entienda y les crea.

La notificación judicial de casi cualquier acto es incomprensible aun para una persona con buena formación intelectual que no sea abogado. Una citación no se entiende, un mandato necesita ser traducido al castellano. A nadie se le ocurre predicar que, cuanto menos, en las comunicaciones a las partes se combinen el vocabulario formal con otro inteligible para el vulgo. Toda una señal.

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Cuestiones de (in)competencia: Lo críptico, lo cifrado es un atributo del poder autoritario. Vale también para las reglas de la competencia de los Tribunales. Materia abstrusa que proporciona un rebusque formidable a quienes aspiran a chicanear los trámites. Los peloteos de juzgado a juzgado muchas veces demoran más que el fondo del pleito. La cultura judicial es muy celosa con esas minucias, agrava las dificultades. El argumento-pretexto es la gran especialización de los magistrados. En rigor, el formalismo prima sobre el afán de prestar decorosamente un servicio público. La competencia es muy restrictiva, detallista, restrictiva.

Pero en chocante contrapartida, existe otra institución aun más incomprensible para cualquier lego. Es el “control difuso” que consiste en que cualquier juez puede declarar la inconstitucionalidad de cualquier ley.

Usted, imagino, supondrá que un juez debe seguir la jurisprudencia constitucional de su Cámara Superior o de la misma Corte si han fijado un criterio. Usted piensa con lógica, vade retro: se equivoca. Aunque haya jurisprudencia en contrario, aun en la cúspide del PJ, cualquier juez puede decretar una inconstitucionalidad.

El mecanismo es ensalzado como prueba de autonomía cuando es anárquico, tiende a debilitar a otro estamento del Estado. Edifica una jerarquía “de facto” que nada tiene que ver con la afamada división de poderes. Y genera incerteza, por no decir inseguridad jurídica...

Una solución que (horror) simplificaría sería crear un método por el cual un tribunal constitucional –la Corte Suprema– fuera el único que pueda declarar inconstitucional una ley del Congreso. E impedir, para lo sucesivo, que esa ley se ejecutara. Sería una solución imperativa para el resto de los tribunales y para los otros poderes. Julio Maier es un destacado jurista, eminencia en Derecho Procesal Penal, docente universitario, ex juez. Afirma que esa solución es viable y no requiere reforma de la Carta Magna. La mayoría de la Academia cree que ese cambio solo podría provenir de una reforma constitucional.

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Cautelar fácil: Caso Clarín mediante, los abusos de medidas cautelares están de moda, también el debate respectivo. La explicación será entonces breve. Un mecanismo de protección se transforma en un sustituto perverso de la sentencia.

Las prisiones preventivas son uno de los abusos más repetidos y más preocupantes de las cautelares. Acá hay que distribuir responsabilidades: “la tribuna”, muchos periodistas, funcionarios y dirigentes políticos claman por detenciones durante el proceso, que deben ser excepcionales (ver asimismo recuadro aparte). El saldo de una prisión preventiva apresurada o injusta suele ser arrasador. Un juez no debe castigar a quien no ha sido condenado y se presume inocente.

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La cultura del trabajo: Un servicio público que, en lo primordial, cierra durante un mes y medio al año es algo chocante... fuera de Tribunales. La pésima costumbre de un mes y medio de “feria” combina privilegio sectorial con perjuicio a los ciudadanos. Acentúa la prolongación de los juicios, que hibernan en verano y en invierno.

Según las normas vigentes, el horario de los jueces y secretarios federales y nacionales se extiende de 7.30 a 13.30. Treinta horas semanales durante diez meses y medio es una carga modesta, para gente que hoy día cobra muy buenos sueldos y jubilaciones muy superiores aun respecto de quienes tengan similares ingresos.

Desde luego, es un milagro encontrar a un juez a la hora de iniciación. Más de una vez, organizaciones de abogados hicieron recorridas tempranas que resultaron desoladoras: ausentismo casi perfecto.

Los magistrados afirman que es ocioso llegar tan temprano, que laboran mucho y mejor fuera de hora, amén de llevar trabajo a sus casas. Hay numerosos casos en que es así, hay otros que no. El control sistémico es cero.

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Sean eternos (solamente) los laureles: La duración de juicios de todas las competencias frisa con la denegación del derecho, con estimables excepciones.

La cantidad de jueces puede ser parte de los motivos. La demora en la cobertura de juzgados vacantes (que pesa básicamente sobre el Ejecutivo) también.

Otro núcleo son los códigos procesales. La abrumadora predominancia de lo escrito y del papeleo vicioso. La proliferación de instancias. La existencia de códigos procesales diferentes en surtidas provincias no es el nudo del problema, aunque también lo acentúa.

Y los desempeños de los magistrados quizá sea la principal. Que dos juzgados del mismo lugar y de similar competencia produzcan resultados muy diferentes en calidad de la atención al público, duración de los expedientes y calidad de las sentencia comprueba que los factores personales pesan mucho.

Los plazos para el dictado de sentencias de primera instancia y de Cámara están fijados por ley. Para la Corte Suprema, no. Hay una lógica jerárquica: no hay tribunal superior que pueda sancionarla. Pero sería un gesto de autoridad y ejemplaridad que la Corte se autorregulara y se los impusiera.

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Y mucho más: Esta nota, que queda corta en temas a abordar, deja entre paréntesis aspectos que sólo podrían corregirse mediante reforma constitucional. No es un punto de vista valorativo sino un recorte tendiente a insinuar aspectos que ya podrían comenzarse a trabajar.

No habla, tampoco, del Consejo de la Magistratura, que es una calamidad y no funciona a satisfacción de nadie.

No se centra en responsabilidades o carencias de otros poderes. No porque no existan sino porque han sido y serán objeto de otros artículos. También hay que señalar otra diferencia. Los integrantes de los poderes políticos son cuestionados y puestos bajo la lupa por sus propios pares. Los dirigentes de distintos partidos señalan sin piedad las carencias o defectos del otro. Ese debate iluminador se da todos los días. Es una consecuencia de la competencia democrática, inaplicada en un poder donde no la hay. La cultura judicial, refractaria a las discusiones abiertas a la sociedad, empeora el problema.

Ya que de cultura hablamos. Es forzoso imaginar cambios en las leyes, en los códigos de procedimientos, en los mecanismos de control, en perforar el secretismo judicial. Pero nada cambiará si los magistrados no hacen introspección, se bajan del pedestal, elaboran un mínimo inventario de los beneficios y exenciones especiales de que gozan. Si no ponen en cuestión su cultura interna, su cerrazón, la escasa representatividad que tienen. No en términos de popularidad sino como expresión de un sector muy acotado de la sociedad.

Democratizar la democracia siempre es imperioso, en todos los ámbitos. A más oscuridad, a más sectarismo, a menos intervención popular es mayor la necesidad. Con amplio debate público, dentro de la ley, con afán de cambio y oxigenación.

© Escrito por Mario Wainfeld (mwainfeld@pagina12.com.ar) el domingo 03/02/2013 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.