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domingo, 6 de septiembre de 2015

Devaluación: Publicación "Gorila", ¿Gorila?... @dealgunamanera

China, Brasil y el camino del dólar a $20 en Argentina... 

Todos sabemos que el dólar se apreció en los últimos 12 meses en todo el mundo. Pero, ¿cuánto se fortaleció contra cada país?

Veamos el siguiente gráfico: 



En función de estos datos podemos decir dos cosas:

1. El peso argentino (al tipo de cambio oficial) es la cuarta moneda que menos terreno perdió en el mundo frente al dólar, luego del yuán, la libra y el franco suizo. No sólo eso, la inflación en China es del 1,6%, en el Reino Unido es del 0% y en Suiza es del -1,3%. Si tenemos en cuenta que en Argentina la inflación del último año se aproxima al 30%, observamos que en términos reales, Argentina se encareció contra prácticamente todos los países del mundo. A esto nos referimos los economistas cuando hablamos de “Tipo de Cambio Atrasado”.

2. China es el país cuya moneda menos se desvalorizó contra el dólar en el último año. Si miramos la evolución del yuan en los últimos 5 años, nos encontraremos con que es la moneda que más se ha fortalecido en el mundo. Esta valorización de la moneda comienza a ser un problema grave para China. Ahora bien, observemos la evolución del yuán y de sus pares asiáticos contra el dólar en los últimos 5 años:

  
¿Qué podemos concluir de esto? Que el gigante asiático se está volviendo caro frente a los Estados Unidos. Además, los salarios en China vienen creciendo rápidamente, por lo que su problema de competitividad se agrava aún más:


Hace una década se necesitaban 8,25 yuanes para comprar un dólar; hoy sólo se necesitan 6,40. En dicho período, el salario promedio se multiplicó por 4. En consecuencia, si China pretende seguir siendo la fábrica del mundo, va a necesitar ser aún más competitiva. ¿Qué consecuencias trae una devaluación de China y qué implica esto para Argentina y Brasil?

China es el principal socio comercial de Brasil y recibe el 20% de sus exportaciones. A su vez, es el segundo socio comercial de Argentina representando el 7% de nuestras exportaciones. Teniendo en cuenta que Brasil es el mayor socio comercial de Argentina, si la devaluación del yuan es mala para Brasil, también lo es para Argentina.

¿Qué bienes exporta Brasil a China? Del total, el 40% es soja y otro 40% es mineral de hierro.

¿Qué exporta Argentina a China? Alrededor del 60% está relacionado al complejo sojero.

Entonces veamos, ¿Qué sucedió recientemente con la soja cuando se efectivizó la devaluación china?


El precio de la soja Chicago cayó de US$ 10,10 a US$ 9,25 por bushel (de US$ 460 a US$ 425 por tonelada métrica). Esta importante caída del 7% es una muy mala noticia tanto para Brasil como para Argentina.

Conclusiones:

Luego de la impresionante revalorización del yuán en los últimos 10 años, China aún tiene mucho espacio para devaluar. ¿Por qué debe hacerlo? Porque está perdiendo competitividad a gran velocidad y ello afecta su nivel de crecimiento, que aunque hoy se encuentra en 6,5%, ha mostrado una desaceleración sin pausa durante la última década.

No es sólo el descontrol en la emisión de pesos lo que pone presión sobre el dólar en Argentina. Esta vez, las presiones que vienen desde afuera también empujan hacia una devaluación absolutamente inevitable.

Si quisiéramos retroceder en el tiempo y ver la foto de Argentina y Brasil de hace 12 meses, tenemos que analizar que:

1. El peso se depreció un 10% frente al dólar, mientras que el real lo hizo en un 35%.

2. La inflación en Brasil fue del 9% en los últimos 12 meses, mientras que en la Argentina fue del 30%.

Necesitaríamos un dólar oficial en $20 sólamente para encontrarnos en exactamente el mismo lugar que hace un año con Brasil. Y hacia allí vamos. El dólar en Argentina sigue barato y tiene mucho espacio para subir.

© Escrito por Miguel Angel Boggiano el miércoles 19/082015 y publicado por la Revista Fortuna de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

lunes, 1 de abril de 2013

Reportaje a Martín Lousteau... De Alguna Manera...


"Nuestros problemas son mucho más profundos que el dólar"…

2008. Una de las imágenes que se convirtieron en la postal del enfrentamiento entre el entonces ministro y el secretario de Comercio. Foto: DyN

El economista y ex ministro carga contra el secretario de Comercio y explica por qué no se puede tratar la inflación con la Supercard. Galería de imágenes. Sinceramente no puedo dejar de recordar el rostro del entonces ministro de Economía Martín Lousteau cuando el secretario Guillermo Moreno (ante la mirada horrorizada del canciller Taiana y de Felipe Solá) ejecutaba ante la garganta del economista los gestos que suelen acompañar un degüello.

Hoy, Lousteau, se sonríe:

—¡Sí, fue en 2008! Todavía me acuerdo.

—¡Como para olvidarlo! Y hoy, cuando para detener un dólar a 8,75 vienen bien los feriados.

—Mire, yo creo que el dólar es como la epidermis de los problemas que tiene Argentina; creo que son mucho más profundos. El de la inflación va más allá, pero la acumulación de problemas de ese origen está generando una economía que siempre es cíclica (los ciclos pueden ser más largos o más cortos dependiendo de sus condiciones); así es que, cuando viene la fase del ciclo en la que las cosas son más difíciles, pasa algo que nos cambia el humor. La gente deja de pensar en cómo puede progresar y estar cada día mejor y comienza a pensar defensivamente. ¿Cómo hace para proteger lo que tiene ahora? Puede ser un trabajo, un sueldo con un determinado poder adquisitivo, haber podido comprar un aire acondicionado o llevar a la familia de vacaciones y comer afuera de vez en cuando. Antes éstas eran cosas mucho más comunes. Me refiero a los años 50 o 60, cuando un trabajador podía tener otro estándar de vida sin estar preocupado. Lo que ocurre ahora es que, de vez en cuando, con esta economía tan cíclica a todos nos toca preocuparnos. Y esto es malo desde varias perspectivas. En 2004 escribimos con Javier González Fraga Sin atajos, un libro en el que comentamos todas las consecuencias que tiene esta economía hipervolátil. Por ejemplo, en los últimos 36 años Argentina tuvo 14 recesiones. Esto quiere decir que una persona de 55 años que estuvo trabajando durante los últimos 35 (me refiero a alguien que empezó a los 20) vivió más o menos el 40% de su vida en recesión.

—Desde un punto de vista personal, quizás una de las cosas que más nos asustan es comprobar que lo que simbolizaba el gran ahorro y la sensatez, como la casa propia, hoy exhibe un mercado inmobiliario parado, inmóvil.

—Sí, hoy está absolutamente parado porque el cepo y el dólar paralelo generan percepciones distintas de cuánto vale el dólar para el que quiere comprar y para el que quiere vender. El que quiere vender tiene un inmueble que visualiza en dólares, y el que quiere comprar lo que tiene es su trabajo, que vale en pesos, y tiene que ahorrar esos dólares. Entonces, cuando la brecha es del 70% entre una cosa y la otra se paraliza el mercado porque los que quieren comprar desean hacerlo con un dólar más barato, ¡y los que quieren vender no quieren vender con ese dólar más barato! Pero también hay otro problema adicional en el mercado inmobiliario, y es que no existen ya préstamos hipotecarios. Y esto ocurre por una razón muy sencilla que tiene que ver con la volatilidad de la inflación. Si un banco –a mí me tocó dirigir el Banco Provincia de 2005 a 2007– quiere prestarle a una persona a un plazo de treinta años… bueno, hoy prestar a largo plazo es un negocio raro cuando hay volatilidad, y cuando hay inflación ocurre lo siguiente: tengo 25% de inflación, ¡y para ganar dinero con lo que presto debo cobrar el 30%! Más que la inflación. Y cuando comienzo a hacer la cuenta de cuántos intereses pago y tengo 20% o 30% de tasa (casi el doble del préstamo original), ese monto se multiplica y hace que hoy la cuota de ingreso sea altísima. Dentro de diez años, a medida que pase el tiempo, si tengo una cuota fija que hoy me pesa mucho, luego no significará nada. Hoy, en cambio, es un porcentaje de mi salario que no me permite acceder a un préstamo para la vivienda.

—Y eso también es grave por cómo incide en el área de la construcción.

—Los créditos son como la sangre o la savia del capitalismo. Si esa savia tiene algún problema, obviamente el cuerpo funcionará mal. La economía argentina trabaja sin crédito. Cuando vemos lo que se produce por año en un país, observamos cuánto es el crédito al sector privado y cuánto está empujando, y llegamos a la conclusión de que es apenas el 10 u 11%, cuando en países similares al nuestro puede ser del 30 o 40% y hasta 60%. Entonces, si no tenemos el mecanismo que permita al que ahorra ponerlo en un lugar en el que otro (que desea invertir) lo tenga disponible, obviamente se crece menos y las oportunidades que están dando vueltas por ahí no se pueden plasmar.

—¿Y cómo analiza el tema de hoy, esta tarjeta Supercard de Moreno?

—Mire… cada vez que analizo el quehacer de Moreno me parece estar frente a una suerte de mal médico o curandero, ¡que aplica siempre el remedio equivocado para la dolencia que está tratando! Si al paciente le duele la panza le receta un analgésico para la cabeza, ¡y si le duele la cabeza le da algo para la inflamación del tobillo! Entonces, la verdad es que durante un tiempo no molesta pero a medida que se va atiborrando un cuerpo con distintos medicamentos que no son apropiados también se generarán consecuencias adversas. Efectos colaterales. Entonces, vamos al mercado de tarjetas de crédito: si usted cree que están cobrando una comisión desmedida, lo que usted tiene que hacer es convertirse en el órgano de defensa de la competencia, mirar los costos, observar si hay beneficios extraordinarios, forzarlos a bajar las comisiones o imponerles una multa muy alta. También se pueden hacer las dos cosas, puesto que hay mecanismos disponibles para ello. Ahora bien, si lo que usted quiere es tratar la inflación creando una tarjeta de crédito nueva, ¡la verdad es que ésta no es la manera de resolverlo! Puede ser que los supermercados puedan competir si se ponen en conjunto porque tienen caja, tienen un producto que venden en escala masiva. Entonces puede ser que tengan su propia tarjeta. Hasta ahora no tuvieron esa iniciativa, y la verdad es que no se puede tratar la inflación con una tarjeta de crédito. En primer lugar, porque la comisión que tiene una tarjeta de crédito no es causante de inflación. La inflación es el aumento de precios. Entonces, si la comisión de la tarjeta de crédito fue siempre del 3% no se sumó a la inflación. Si pasó de 3% a 4, 5, 6 o 7%, sí. Pero si no, no está sumando al aumento de precios. No está sumando a la inflación. Entonces, esto es tratar un problema de no inflación (en el cual el Gobierno hace todo lo posible para tener más inflación) con un instrumento que es una tarjeta de crédito nueva emitida por supermercados y que es para otro fin.

—A esto viene a sumarse también la veda de la publicidad en los diarios.

—Antes, la publicidad de los supermercados en los diarios lo que hacía era alertar a la gente y hacerle conocer las ofertas de precios que diferían de lo que los supermercados tienen como lista oficial de precios. A veces, de la lista interna que ellos tienen salían cosas en oferta y esto generaba una suerte de competencia. De hecho, a mí me encantaría ver que otros sectores de la Economía se pelearan por darme créditos así. Que me llamaran, “¡venga aquí que es más barato!”. Pero a medida que lo que hacemos es oscurecer esa información, se vuelve mucho más difícil saber dónde comprar bien, poder cotejar precios y buscar oportunidades, que es parte de lo que tiene como mecanismo de control interno una economía competitiva.

—Bueno, ahora iríamos a un congelamiento de precios por alrededor de sesenta días más.

—Mire, haber acordado precios por dos meses es un indicador obvio de cuál es la magnitud del problema inflacionario, porque si tenemos que acordar precios por dos meses quiere decir que es un reconocimiento implícito de la gravedad del problema. Y también de la reducción de nuestras expectativas. Al principio de 2007, en sus discursos Cristina Kirchner quería emular a Alemania y llegar a un gran acuerdo social en el que se pusieran de acuerdo gobierno, sindicatos, empresarios… Ahora esos acuerdos son por dos meses, y de precios con cadenas minoristas. ¡Eso es una deflación de expectativas fenomenal! Ahora bien, una vez que uno hace un acuerdo, el problema es: ¿cómo se sale? Con lo cual es natural que se extienda por unos meses más, en particular teniendo en cuenta que hay elecciones. ¿Cuál es entonces el problema del acuerdo? El problema no es que no se cumpla en lo inmediato si no tiene mecanismos de control, y la sociedad hoy tiene cada vez más mecanismos para controlar estas cosas. Uno puede ponerles un tope a los precios. Lo que pasa es que es como poner un tope a una olla que está acumulando presión desde abajo. Entonces, lo primero que pasa es que, al principio, los precios se contienen y yo mantengo la olla, pero luego, en la cadena de cualquier producto (por ejemplo, esta taza que tengo en la mano), si yo le digo que no puede venderla a más de este precio y sus costos van aumentando, ¡llega un momento en el que esta taza ya no es rentable! ¿Qué comienza a ocurrir entonces? No hay desabastecimiento inmediato, pero a medida que pasa el tiempo los que eligen producir también eligen aquellas cosas cuyo control de precios es más laxo, y a aquellas cuya acumulación de presiones en los costos hace que dejen de ser rentables las dejan de lado, de manera tal que ciertas cosas que antes estaban en el supermercado han dejado de estar allí. Pero esto lleva un tiempo, y cuando se acomoda, lo que empezamos a tener es desabastecimiento de algunos productos, suba de precios en aquellos más difíciles de controlar, y finalmente el acuerdo de precios deja de funcionar.

—¿Y qué pasa con la fuga de ahorros, Lousteau?

—Ese es un proceso mucho más profundo. Hay varias maneras de otorgarle confianza a un país. Se emite un sufragio, se va a elecciones, etcétera. Uno puede elegir, por ejemplo, ahorrar. En la Argentina, aquellos que tienen la oportunidad de ahorrar eligen automáticamente ahorrar en otra moneda o ahorrar en otros países. Este es un indicador muy profundo de algunas de las patologías que padecemos. Está muy relacionado con la volatilidad, porque hemos aceptado (producto de nuestra visión más cortoplacista) ciertas cosas, ciertos cambios que habría que ver de dónde vienen y por qué aceptarlos.

—Por ejemplo, ¿qué cambios?

—Por ejemplo, ¿desde cuándo la vida en Argentina no vale nada? ¿Desde cuándo se puede hacer rica una persona de la noche a la mañana? ¿Desde cuándo una persona se puede volver pobre también de la noche a la mañana y que esto parezca normal? ¿Cómo es lógico y aceptable que los funcionarios sean corruptos? ¡Que los políticos sean corruptos! ¿Desde cuándo esto es normal en un país que todavía debe desarrollarse y tiene muchas oportunidades y donde vemos que es mejor dedicarse a lo financiero, a lo especulativo y no a lo productivo? ¿De dónde vienen estas cosas?

—Es una especie de timba…

—Sí, es una timba, pero además hay muchos valores que se fueron degradando desde que el trabajo no es un orgullo, desde que el esfuerzo y el mérito no son parte de los valores aceptados y consagrados como forma de poder progresar en una sociedad… Esto es raro… raro porque podemos discutir del dólar y de la inflación pero, si no entendemos por qué, recurrentemente terminaremos sólo discutiendo cosas como el dólar y la inflación, que el mundo ya no discute. ¡Argentina discute los mismos problemas que hace tres décadas! Y esto no tiene que ver con la política económica sino con “la política”.

—Usted está señalando que nos hemos quedado en otra década…

—¡Peor! Nos hemos degradado. Creo que hay procesos que tienen lugar globalmente pero que en Argentina, como nos hemos fagocitado las instituciones, ciertos procesos se notan mucho más. Creo que la degradación política (incluso dentro del período democrático que comienza en 1983) es llamativa, ¡y no hago más que comparar a los funcionarios públicos de Alfonsín con los funcionarios públicos actuales! Comparemos los partidos que hay detrás y el funcionamiento del sistema político donde antes los partidos políticos tenían una cosmovisión, una plataforma, y las ponían a disposición de la sociedad, que a su vez, si estaba de acuerdo, los votaba. Además, el presidente de cada partido tenía que estar sujeto a ciertas normas del propio partido. Hoy lo que tenemos es como una política de vidriera, donde no hay partidos. Sólo un partido: el del Estado que tiene recursos para la gente. Que es capaz de cooptar. Que tiene mecanismos para transmitir mensajes a la sociedad y anclaje territorial. Es el único. Luego, lo otro es una suma de pequeños gerentes territoriales en busca de candidatos que aparezcan “bien” en los medios.

—No deja de llamar la atención, es cierto, que con tragedias como la de Once (con los cuantiosos subsidios que recibe el ferrocarril) todavía no se haya puesto tras las rejas a los responsables de 51 personas fallecidas, o que el martes la propia Presidenta ponderara el gerenciamiento de Aerolíneas Argentinas, que pierde (según los números publicados y no desmentidos) dos millones de dólares diarios…

—Frente a esto, la pregunta que yo me hago –subraya Lousteau– es no sólo por qué el Gobierno toma medidas que generan estos problemas que los argentinos vivimos muchas veces, sino por qué la política y la sociedad permiten que un gobierno que maneja así las cosas haga que la oposición no reaccione y no pueda presentar un sueño alternativo… Entonces, esto es mucho más profundo que la inflación o que el dólar. ¿Qué estamos discutiendo? ¿Cuál es el nivel de inflación? ¿Si conviene o no tener inflación? ¿Por qué discutimos un dólar paralelo o cómo debe ser el juicio por la tragedia de Once? O también, ¿por qué no tenemos trenes de media y alta velocidad que interconecten el país? ¿Por qué no discutimos si la Presidenta puede viajar en su avión porque si no se lo embargan? ¿Por qué, otra vez, discutir moratorias? Esta es una falencia política en la que el sistema (no sólo el Gobierno) no pudo aprovechar una circunstancia muy grande que tiene que ver (poniéndola en términos numéricos) con el presupuesto nacional, que hoy es dos veces mayor por habitante que en 2003. O sea que hoy el Estado tiene dos veces y medio más recursos por cada persona que habita la Argentina para proveerla de otra cosa. Y a mí me gustaría preguntar, si ésas son las circunstancias, ¿otra vez tenemos déficit?

—¿Cuál sería la razón?

—Esto viene por un proceso de crecimiento muy arduo. A la Presidenta le gusta decir que estos años han sido los del crecimiento más importante de nuestra historia. Y no es así: estamos en tercer lugar. Hay dos períodos previos: a comienzos del siglo XX, con un precio muy alto para los bienes que exportábamos, y en 1918, cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, hubo un rebote por el mismo motivo. Hoy tenemos un contexto internacional más un rebote luego de la peor crisis de Argentina. Entonces, éste es un problema más del cortoplacismo. Tuvimos una crisis. Luego recuperamos lo que habíamos perdido, lo que implica un crecimiento muy rápido y fácil al principio, y los que están a cargo creen que hallaron la receta. Luego se dan contra la pared. Crecer no es tan fácil. Si fuera así, ¡todos los países del mundo serían ricos! Nuestros gobernantes se enamoran de la receta que proporciona un crecimiento, que es consecuencia de un montón de circunstancias. ¡Luego chocan y volvemos a tener una crisis! Argentina dejó de crecer en 1998, cuando comenzó a tener una depresión económica que terminó con la crisis de 2001. A partir de ahí crecimos muy rápido. Ahora bien, si en lugar de haber caído en una crisis hubiéramos crecido al 3% desde 1998 hasta aquí, el ingreso por habitante sería 8% más alto que ahora. Entonces uno se enamora del rebote y no ve que, en realidad, parte del rebote es haber tenido una crisis anterior, y que lo que uno personalmente desea como sociedad es poder vivir y planificar la propia vida y la de los seres queridos sin pensar en crisis. Y creo que la inmediatez del sistema político (buscando candidatos en una vidriera) impide que pensemos en estas cosas. Después nos preguntamos: ¿por qué no se arma la oposición si son vanidades? ¡Cómo no va a ser vanidad si, en realidad, los partidos buscan a alguien que “mida bien”! Eso es ir a buscar una vanidad.

—Estos son temas apasionantes, pero también hay urgencias: ¿qué ocurrirá con la disposición de la Corte de Estados Unidos con respecto a los fondos buitre?

—Argentina va a tener que hacer una oferta y presentarla ahora. Esto se puede ver como un problema o como una oportunidad. Si Argentina hace una oferta y la Corte norteamericana la acepta, también es una señal para los holdouts que, litigando, tendrán una situación mucho más difícil. Si Argentina logra esto, debería poder normalizar otras cuestiones como, por ejemplo, terminar de cerrar el tema entre YPF y Repsol. Creo que aquí hay una oportunidad para volver a cerrarlo dejando, al menos, ¡heridas cicatrizadas! Esta es la habilidad que tienen, en general, los estadistas. Como dice el doctor Larriqueta, los estadistas “escuchan lo que la gente no dice”. Lo que dice la gente aparece en las encuestas, pero lo que la sociedad no está reclamando es lo que un buen estadista debe saber escuchar. No soy un estadista, pero creo que la sociedad argentina está pidiendo tranquilidad, justicia, educación y salud. Si cada uno agrega su propio mérito y trabajo, debe tener la certeza de que sus hijos van a estar mejor que él. Y los hijos de sus hijos también.

—Usted fue ministro de Economía en 2007 y 2008. ¿Por qué renunció?

—Porque, cuando fueron a buscarme, yo tenía un diagnóstico claro que ellos también conocían y, a medida que pasó el tiempo, también me resultó cada vez más claro que el diagnóstico de las cosas con las que había que lidiar iba a ser imposible de cumplir porque el Gobierno no quería reconocerlas. Eran los mismos problemas que tenemos ahora, pero agravados: la inflación y los subsidios. Y para eliminar la inflación hay que corregir el tema de los subsidios. Le dejé a Cristina por escrito lo que me parecía que había que hacer (un plan de corrección de subsidios y de política antiinflacionaria), y cuando me di cuenta de que no importaba cuánto yo me quedara como ministro enfrentando pesadas luchas internas e incluso bancando otras cosas, me pareció que la agenda que como ministro había llevado iba a ser imposible de cumplir. Entonces decidí irme.

© Escrito por Magdalena Ruiz Guiñazú el domingo 31/03/2013 y publicado por el Diario Peril de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 







sábado, 9 de febrero de 2013

La economía del miedo… De Alguna Manera...


La economía del miedo…


El discurso económico convencional captura la atención en las sociedades modernas emitiendo mensajes que advierten acerca de que algo malo puede suceder. Los divulgadores de esos avisos siempre presentan un peligro potencial de consecuencias desastrosas para la economía y por lo tanto para el bienestar de la población. El motivo de esa eventual desgracia varía según el momento. No importa si predicen desastres donde no los hay y luego no se verifican, puesto que no son interpelados por la catástrofe que no fue. No pierden tiempo en revisar fallidos y reemplazan un miedo por otro. Intervienen en un escenario global donde se despliega la precariedad de la existencia, en general asistida por las religiones o la filosofía, abonando la economía del miedo. Alimentan la angustia de gran parte de la población por el riesgo a perder el trabajo, los ahorros o advierten que la perspectiva de la economía personal puede ser amenazada por el desborde inflacionario o una brusca alteración de la paridad cambiaria.

El objetivo de diseminar temores es disciplinar a una sociedad para que acepte situaciones que serían rechazadas si fueran ofrecidas en un marco normal. El miedo es el vehículo para condicionar el comportamiento colectivo. En una era de incertidumbre global, la meta es imponer de ese modo políticas impopulares. En los noventa se convocaba el recuerdo traumático de la hiperinflación para aplicar reformas devastadoras de derechos sociolaborales y de liquidación de activos públicos. Después se alertaba sobre el riesgo de salir de la convertibilidad para justificar fuertes ajustes fiscales con recortes del gasto público y de salarios y jubilaciones.

Las dudas sobre lo que está sucediendo y el temor sobre lo que vendrá provocan intranquilidad. Gran parte de la sociedad se encuentra así en condiciones vulnerables para absorber teorías conspirativas, escenarios apocalípticos y análisis de caos inminentes. El crecimiento espectacular de Internet con el flujo de información al instante y la comunicación vía mail y redes sociales ha derivado en un canal impresionante de rápida difusión de todo tipo de análisis y especulaciones. Los mercaderes de la ansiedad ocupan el centro de la escena y se requiere de una firme voluntad política para desenmascarar sus intenciones y neutralizarlos.

La persistente mención del riesgo a la debacle va consolidando la sociedad del miedo, donde existen antecedentes traumáticos que abonan el terreno del temor. En este delicado cuadro, el manejo de las expectativas juega un rol fundamental para construir consensos sobre cómo se desarrolla la economía, y para evitar que el círculo vicioso de las exageraciones pueda concluir en profecías autocumplidas. El español Joaquín Estefanía escribió el libro La economía del miedo, donde remarca que “el miedo ha sido siempre fiel aliado del poder. Nos han inoculado el miedo a la inseguridad económica, al paro, al otro, al que viene a disputar los pocos empleos que se crean...”. Cuando Estefanía habla del poder se refiere al económico. Rescata una viñeta del dibujante “El Roto” que resume ese concepto: “Tuvimos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados”, dice un hombre de traje y corbata desde un balcón.

El recorrido desde la recuperación de la democracia en 1983 reúne varios capítulos de la economía del miedo. Para su construcción ha intervenido una variable financiera principal subordinando el resto. La administración alfonsinista padeció la evolución del dólar. El vaivén del billete verde era presentado como el termómetro más firme sobre la marcha de la economía. Cotización que acompañaba diariamente la información del estado del tiempo. El alza de la paridad cambiaria fue limitando así la gestión de la política económica, acorralada por la carga de los pagos de la deuda, hasta generar las condiciones para el golpe de mercado que hundió el gobierno, obligando el adelantamiento de la fecha de las elecciones y de la posterior entrega del poder.

Durante el menemismo, pese a la alianza del gobierno con los grupos económicos locales y trasnacionales y la banca acreedora, las contradicciones al interior del poder económico tenían como registro principal de esas tensiones el movimiento de los activos bursátiles. El tipo de cambio estaba congelado y la deuda se cancelaba con la venta de empresas públicas y emisión de nuevos bonos. La evolución de las acciones líderes era entonces el indicador para abonar el miedo económico. En esos años, las pujas por la permanencia del ministro de Economía, las agudas internas políticas en el gobierno o los intereses de grupos económicos y de la banca acreedora tenían como caja de resonancia el sube y baja de las acciones y bonos.

La memoria está más fresca con el índice de riesgo país que mantuvo en jaque la presidencia de Fernando de la Rúa enredada en la falsa ilusión de complacer al poder financiero como política de supervivencia. Ese indicador golpeaba día a día difundiendo con títulos catástrofes cada una de sus variaciones, afectando las expectativas de los agentes económicos. En esos años el riesgo país actuaba como termómetro de la economía dominada por la lógica financiera. Ese índice es la diferencia entre la tasa de interés del bono del Tesoro de Estados Unidos a diez años con la de uno similar argentino. Esa brecha era sinónimo de una mayor o menor confianza de los acreedores para prestar dinero comprando nuevos bonos en la refinanciación de vencimientos de deuda. El riesgo país actuaba como un factor de disciplinamiento del poder político para que aplique medidas de austeridad que, en búsqueda del respaldo de los mercados, aseguraran el pago de la deuda.

Cada una de esas experiencias con sus respectivas variables (dólar-Alfonsín; Bolsa-Menem; riesgo país-De la Rúa) tuvo al Fondo Monetario Internacional como el protagonista principal para (des)ordenar la economía con las condicionalidades de ajuste adheridas a los planes de auxilio financiero, facilitados por el despliegue de esos indicadores de la city alimentando la economía del miedo.

Este círculo vicioso se pudo romper con la cesación de pagos y la renegociación de la deuda con quita, disminución de la tasa de interés y extensión de los plazos de pago, como también con la cancelación total de la deuda con el FMI. Además, con la acumulación de abultadas reservas en las arcas del Banco Central para pulsear con éxito cada una de las corridas contra el peso. El riesgo país sigue ubicado en niveles muy elevados sin influencia relevante en el funcionamiento diario de la economía doméstica, revelando así que sólo es un índice de utilización política del mundo financiero, puesto que los indicadores de deuda argentinos son muy sólidos en relación con el PBI, reservas internacionales, sector externo y horizonte de vencimiento. La deuda dejó de ser un problema principal y el mercado de cambio oficial es manejado sin dificultad por el Banco Central.

La economía del miedo se quedó de ese modo sin indicadores de las finanzas globales para atemorizar sobre lo inevitable de una crisis. Ni el dólar, ni la Bolsa, ni el riesgo país. En el ciclo político del kirchnerismo irrumpieron entonces nuevos fantasmas con pronósticos sobre la inminencia de un default, recesión, desborde inflacionario o fuerte devaluación. Si bien tuvieron su impacto negativo en la formación de expectativas no han podido afectar en gran medida la evolución de la economía. El elemento diferenciador con los mencionados períodos anteriores fue que la gestión de la política económica no quedó subordinada a los dictados de indicadores financieros, sino que comenzó a disputar en pie de igualdad el control del escenario económico.

A partir del régimen de administración y control de acceso a la moneda extranjera, alquimistas de la economía del miedo encontraron la variable necesaria para recuperar aliento y fortalecer posiciones con predicciones de próximos descalabros: la cotización del dólar comercializado por fuera del circuito formal.

La trampa de la economía del miedo ahora es de color “blue”.

© Escrito por Alfredo Zaiat el sábado 09/02/2013 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


lunes, 4 de febrero de 2013

Cultura Dólar… O "Sorete Verde"... De Alguna Manera....


Cultura Dólar…


Hace dos semanas, los pronósticos de dólar blue futuro se dividían entre los kirchneristas que apostaban a que después de las vacaciones bajaría a 6 pesos y quienes vaticinaban que hasta podía llegar a los 10 pesos. Sólo quince días después, y cuando recién pasó la mitad del verano, quienes previeron un dólar sin techo parecen estar más acertados: ya alcanzó los 8 pesos y en determinadas operaciones se lo termina pagando hasta 8,25 pesos. Y no resulta fruto de un deseo destituyente pronosticar que el dólar termine el año a 10 pesos porque con sólo agregar el 25% de inflación anual, los 8 pesos de enero se transforman en 10.

Desde el Gobierno hay perplejidad y cada vez son menos quienes defienden la idea de que la cantidad de operaciones en dólar blue hace a ese mercado marginal y no afecta la economía real, que sigue su curso por el dólar oficial de 5 pesos. El propio columnista de Página/12 Mario Wainfeld, que ha venido defendiendo las políticas kirchneristas desde su inicio, salió a criticar el método de autorización de compra de moneda extranjera para viajes que implementa la AFIP. Es que, desde que se instrumentó el cepo cambiario, el dólar blue aumentó más de 70%, haciendo la brecha cambiaria cada vez más amplia, aunque se haya aumentado el ritmo de devaluación del peso frente al dólar oficial. Y todo parece indicar que ya no resulta inimaginable una brecha cambiaria del ciento por ciento donde el dólar blue cueste el doble que el dólar oficial, como sucede en Venezuela.

Quizás el problema sea intrínseco al modelo populista; el sábado pasado se dedicó esta contratapa al efecto que la confianza producía en la economía, y precisamente el que ejerce sobre el precio del dólar (ver: http://e.perfil.com/dolark).

El Gobierno, en este caso siguiendo la tradición clásica del peronismo, tiene una dificultad para entender que la clase media piensa en dólares y la relación que esto tiene con el ahorro. El mejor ejemplo es que el kirchnerismo quiere cambiar la cultura inmobiliaria dolarizada, pesificándola, y logra solamente parar la construcción y el mercado inmobiliario. Es que los argentinos piensan en propiedades como una forma de mantener sus ahorros. Comprar propiedades es como comprar dólares, una forma de asegurar que sus ahorros no serán comidos por la inflación.

Enrique Pinti, al decir que “el dólar es el sorete verde que todos tenemos en el cerebro porque hace treinta años nos enseñaron que el dólar es lo único seguro, y ahora esta loca quiere que pesifique”, desnuda con la frontalidad inimputable que permite el humor la cuestión de fondo. Los ahorros son un seguro y, desde antes de existir los billetes, todas las culturas buscaron atesorar sus excedentes de la forma más segura posible.

Es cierto que en Brasil, a pesar de haber tenido también alta inflación como la Argentina durante los treinta años de economía convulsionada a los que se refería Pinti, la sociedad no piensa en dólares como sí se hace en nuestro país, y se maneja en la moneda local, el real, como le gustaría al kirchnerismo que hicieran los argentinos. Es que en la comparación con Brasil se devela el secreto de por qué al peronismo clásico y ahora al kirchnerismo les cuesta seducir a la clase media y sólo lo logran en momentos de mucha bonanza económica o excepcionalmente. 

La clase media es media porque tiene capacidad de ahorro, sus ingresos le permiten un excedente del que la clase baja no dispone porque gasta todo lo que recibe en su vida cotidiana. Ser clase media se podría sintetizar en poder ahorrar. En Brasil no hubo clase media hasta recién avanzada la era Lula, los pobres no podían ahorrar ni en reales, en esa época cruceiros, ni mucho menos pensar en dólares. Aquella pregunta de Perón en la Plaza de Mayo en los años 50 ironizando sobre “¿quién del pueblo ha visto un dólar en su vida?” en Brasil siguió valiendo hasta la actualidad. Y los ricos de Brasil, como los de la Argentina, siempre tuvieron formas de ahorro más sofisticadas que la clase media.

Dólar, propiedades y ahorro son sinónimos de clase media, el gran problema del peronismo. Hay un abismo cultural más que económico, que la economía simplemente desnuda cada vez que hay escasez.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 02/02/2013 y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.