La vida es un tablero de ajedrez en donde los cuadros blancos son los días y los cuadros negros son las noches... Nosotros, somos las piezas que vamos de aquí para allá para caer al final en el cuadro de la nada... De Alguna Manera... Una Alternativa…
“El
odio se incrementa con un odio recíproco y, en cambio, puede ser destruido por
el amor (...). Quien quiere vengar las ofensas mediante un odio recíproco vive,
sin duda, miserablemente”, escribió sabiamente Baruj (Benedicto) Spinoza en el
siglo XVII.
El odio integra las pasiones tristes de Spinoza: el miedo, la cólera, el
resentimiento y la envidia. La alegría surge del amor porque “el amor es una
alegría acompañada de la idea de una causa exterior”, y la tristeza surge del
odio porque “el odio es una tristeza acompañada de la idea de una causa
exterior”.
Perturbación de las pasiones: ciegas erupciones del afecto que
impiden la razón
En su Tratado teológico-político,
Baruch Spinoza escribió: “La servidumbre humana reside en la impotencia de
moderar y reprimir las pasiones”.
Para él la opinión que
no necesita ni busca verificarse era la primera fuente de las malas
pasiones, entre las que se inscribe el odio, generalmente basado en la
ignorancia de los seres humanos sobre las creencias de los otros seres humanos.
Escribió también Spinoza: “El alma se esfuerza, cuanto puede, en imaginar las
cosas que aumentan o favorecen la potencia de obrar del cuerpo” (Proposición
XII). Y viceversa (Proposición XIII): “Cuando el alma imagina aquellas cosas
que disminuyen o reprimen la potencia de obrar del cuerpo, se esfuerza cuanto
puede por acordarse de otras cosas que excluyan la existencia de aquellas”.
“Si imaginamos algo que odiamos afectado de tristeza, nos alegraremos. Y si lo
imaginamos afectado de alegría nos entristeceremos (...) nos esforzamos por
afirmar sobre una cosa que odiamos aquello que imaginamos que le afecta con
tristeza (...) vemos que fácilmente sucede que la persona se estima a sí misma
y estima a la cosa amada más de lo justo. Y, al contrario, estima menos de lo
justo la cosa que odia”.
Finalmente, si imaginamos que alguien nos odia sin haberle dado motivos, lo
odiaremos. La Proposición XXXIV afirma: “En tanto están dominados por
afecciones que son pasiones, pueden ser contrarios los unos a los otros”.
La doctrina de las pasiones de Spinoza arranca en su disquisición de la idea
griega sobre que el ser humano era pasivo (esclavo) frente a sus pasiones.
Ellas impedían el correcto funcionamiento de la razón. Esto último es percibido
todos los días cuando personas inteligentes interpretan el mismo hecho de forma
tan contradictoria. Nuestra famosa grieta es un túnel de viento perfecto para
ver esas imperfecciones del pensamiento de manera agigantada.
Sobre las vallas que hizo colocar Horacio
Rodríguez Larreta hace una semana se opina tanto que hubieran
salvado a Cristina de su agresor manteniéndolo a distancia como que fueron la
chispa que encendió provocando la llegada persistente de manifestantes apoyando
a la vicepresidenta.
Pero la terapia de las pasiones que propone Spinoza no apela a extirpar las
pasiones, como sí lo hizo el estoicismo, sino que propone encauzarlas
racionalmente para aprovechar su fuerza. También en el siglo XVII Locke se
preocupaba por los efectos nocivos de las pasiones encontradas y publica
su notable Carta sobre la tolerancia.
Para el diccionario de Oxford, “El odio es un sentimiento intenso de repulsa
hacia alguien o algo que provoca el deseo de rechazar o eliminar aquello que
genera disgusto; es decir, sentimiento de profunda antipatía, disgusto,
aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno”. Para
Cicerón, las pasiones eran una perturbación, como ciegas erupciones de afecto.
Pero para la filósofa Martha Nussbaum, las pasiones “son un elemento cognitivo:
encarnan maneras de interpretar el mundo”.
Es en la modernidad cuando las pasiones ya no son vistas como “la locura de la
racionalidad” (Kant) y el propio Spinoza buscando el tránsito de las pasiones
tristes a las pasiones alegres (el amor). Las pasiones hacen que las personas
difieran entre sí mientras que es la razón la que permite que se pongan de
acuerdo.
Hume sostenía que el impulso nunca surge de la razón y, al revés, Hegel creía
que la razón usa las pasiones para realizar sus fines. La naturaleza humana es
sobre lo que reflexiona la filosofía pero llegamos aquí a la cuestión
irreductible sobre medios y fines. ¿Somos los medios responsables del discurso
del odio que promueve una retroalimentación de la beligerancia pasando de
las palabras a las acciones y de la violencia simbólica a la práctica? ¿Es el
propio kirchnerismo el que engendró ese discurso violento del antikirchnerismo
en forma de reacción a su acción discursivamente beligerante?
¿Fernando Sabag Montieles
el autor material del intento de homicidio y los autores intelectuales son
quienes promovieron el discurso de odio, o desquiciados hay en todas las
sociedades y en todos los contextos como lo demuestran los atentados a jefes de
Estado de la varios países desarrollados y al papa Juan Pablo II, quien estaba
en las antípodas de promover desentendimiento?
Si algo positivo se puede rescatar del atentado a la vicepresidenta, será una
reflexión sobre el odio, su naturaleza y su tratamiento. Sobre las pasiones y
cómo la política tiene que ser la forma de encauzar las pasiones tristes en
pasiones alegres, siguiendo los consejos de Spinoza, convirtiéndolas en una
fuerza positiva para la sociedad.
La Academia Nacional de Periodismoen
su comunicado de ayer, tras sostener que “repudia enérgicamente el atentado
contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y considera que delitos
de esta naturaleza son un atentado directo al orden democrático”, lamentó que
“con su discurso, el Presidente no hizo un aporte a la paz social que necesita
el país en estos momentos, al acusar prematuramente a los medios y a la
Justicia de ser instigadores de este lamentable atentado”.
Pasiones tristes: miedo, resentimiento, envidia y cólera, a ser
contenidas por la política
Desde mi perspectiva, hace mal el Presidente en colocar en el mismo plano a la
Justicia, que viene siendo más ponderada (causas como el dólar futuro o el
pacto con Irán no prosperaron), con ciertos medios audiovisuales de un lado y
otro de la grieta que sí merecen críticas por su altisonancia discursiva sin
tener que esperar que avance la investigación sobre el móvil de Fernando Sabag
Montiel porque la crítica trasciende este hecho, de la misma forma que la
crítica a la altisonancia de los medios audiovisuales oficiales es igualmente
pertinente.
El discurso del odio no es responsabilidad de un solo sector de la sociedad,
radicalizados de ambas coaliciones siembran desde hace tiempo violencia
simbólica. Ojalá la fuerza dramática que tiene el video en el que emerge un
arma ante la frente de la vicepresidenta imprima en nuestras mentes
inhibiciones perennes a los impulsos primitivos que todos los seres humanos
llevamos dentro.
Culpable. Esta
semana la Corte Suprema ratificó su condena al cura Grassi. Foto: Scotellaro
¿Galileo? ¿A qué
viene Galileo? Con las urgencias que hay, con la necesidad de opinar sobre cada
cosa que pasa, con el quilombo diario que tenemos, ¿de qué se trata esto de
Galileo?
¿Galileo? ¿A qué viene Galileo? Con
las urgencias que hay,con la
necesidad de opinar sobre cada cosa que pasa, con el quilombo diario que
tenemos, ¿de qué se trata esto de Galileo? ¿Por qué? –pienso–, ¿de dónde? –me
digo– ¿hace cuánto –me pregunto– que no releo el libro de Guillermo Boido?
(Noticias del planeta Tierra. Galileo Galilei y la revolución científica, A-Z
Editora, 1988). ¿Qué pasó, qué fue lo que me hizo recordar nuevamente la voz y
la presencia imponente de Walter Santa Ana, ya casi ciego, sobre el escenario
de la sala Casacuberta del Teatro General San Martín, haciendo el Galileo de
Bertolt Brecht?
La escena. Roma, 1633. Galileo había
demostrado la teoría heliocéntrica formulada por Copérnico –“la Tierra gira
alrededor del sol”–, que refutaba a la geocéntrica sostenida hasta entonces por
la Iglesia, basada en la Biblia. El Santo Oficio, tribunal de la Inquisición,
influido por los enemigos de Galileo, entre ellos un jesuita de apellido
Grassi, lo acusa de “introducir doctrinas heréticas” y presenta como prueba un
documento fraguado. Bajo amenaza de tortura, Galileo confiesa. Zafa de la
hoguera en la que, en 1600, habían incinerado a Giordano Bruno por motivos
similares. Es condenado a “prisión perpetua” y a abjurar de sus ideas. Galileo
se arrodilla: “(...) con corazón sincero y no fingida fe abjuro, maldigo y
aborrezco los susodichos errores y herejías y en general cualquier otro error,
herejía y secta contraria a la Santa Iglesia. Y juro que en el futuro no diré
nunca más, ni afirmaré, por escrito o de palabra, cosas por las cuales se pueda
tener de mí semejante sospecha, y que si conozco a algún herético o sospechoso
de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio, o al inquisidor u ordinario del
lugar donde me halle”.
¡Ay, cómo dolía –cómo duele todavía–
esa escena! La congoja anudaba las gargantas y los sollozos aislados se
apagaban bajo el peso del silencio, extendido como un poder sobrenatural,
aterrador, sobre toda la sala. Galileo fue confinado a “prisión domiciliaria”.
En esos últimos años, a pesar de su estado de salud y su ceguera, terminó de
escribir las Consideraciones acerca de dos nuevas ciencias. Murió en 1642, a
los 77 años.
Más de tres siglos tardó la Iglesia
en reconocerlo. Recién en 1979, el papa Juan Pablo II tuvo a bien “conceder” a
Galileo el mérito de haber formulado “normas importantes de carácter
epistemológico que resultan indispensables para poner de acuerdo las Sagradas
Escrituras con la ciencia”. La Iglesia sólo pide perdón a Dios, nunca a los
hombres, por los crímenes que cometen sus miembros. Puede ser que la Tierra no
sea el centro del universo, puede ser que algunos curas violen niños, puede ser
que las dictaduras bendecidas por ellos torturen, asesinen, arrojen los cuerpos
de sus víctimas al mar o los hagan “desaparecer”, puede ser que la mujer sirva
para algo más que para el servicio como monja, pero eso no debe hacer dudar
sobre las “sagradas escrituras”, ni la fe en la misericordia de Dios. Divina,
la Iglesia.
Tal vez se debió a una asociación
involuntaria. La Corte Suprema ratificó esta semana la condena al cura Julio
César Grassi, uno de los tantos pederastas que la Iglesia todavía encubre. Pero
no. Al menos, no fue sólo por eso. Cuando vuelvo a Galileo es, siempre, por un
ahogo emocional, porque falta el aire libre, como aquella noche en que vi por
primera vez la representación de la obra de Brecht en el San Martín.
Sé que se había apagado ya la patria
panelista en la tele, también las redes sociales, que el silencio era un
bálsamo en la madrugada. Que se relajaba ya la tensión de otro día intenso,
colapsado por intereses contrapuestos en las calles, en los escritorios, en las
aulas, en las cuevas mafiosas del Santo Oficio, donde se trama la acusación que
nos obligue a arrodillarnos, a confesar, a reconocer que no se puede, que esto
nunca va a cambiar y que hay que denunciar y delatar a todo aquel que se
entusiasme y piense lo contrario. Y fue ahí, sí, que recordé al viejo Galileo,
solo, en su casa, de cara a la noche y a las estrellas, murmurando: “Eppur si
muove” (“Y sin embargo se mueve”).
Crónica exhaustiva de un momento inolvidable. El mensaje del Sumo
Pontífice. Anécdotas, kilos de más y rol histórico.
Al escribir la columna ya es
la medianoche en Tel Aviv. Sin embargo, el día comenzó temprano y en Roma. Eran
las 8 de la mañana en punto –hora local– cuando el papa Francisco ascendió
sonriente por la escalerilla delantera del vuelo 7000 de Alitalia que lo
llevaría a Amman, la capital de Jordania, en el comienzo de su histórico viaje
a Tierra Santa. En la aeronave, los 69 acreditados –entre periodistas, camarógrafos
y fotógrafos– vivíamos con creciente ansiedad el comienzo de una travesía de
alto significado religioso, político y emocional.
Estoy sentado al lado de la
corresponsal de The Wall Street Journal, Deborah Ball, y de su fotógrafo. Al
ver mi credencial de periodista argentino, comienza a hacerme un pormenorizado
interrogatorio sobre los días en que Francisco era el cardenal Jorge Bergoglio.
Para cuando termina, ya estamos en vuelo. No habían pasado veinte minutos
cuando uno de los asistentes de la oficina de prensa del Vaticano, Mateo Bruni,
nos pidió que tomáramos asiento porque el Papa se disponía a saludarnos. Casi
al instante llegó el Santo Padre acompañado de su vocero, el padre Federico
Lombardi.
Francisco lucía relajado y
sonriente. Está rejuvenecido. Se lo ve feliz. Habló poco pero claro: el
propósito de su visita a Medio Oriente es que, a través de su liderazgo
internacional, la Iglesia tenga un rol activo en el complejo proceso de paz que
no termina de alumbrar en esa región. Lo veo bien. Tiene un rostro rozagante.
Eso sí, está con algunos kilos de más.
Tras referirse a ello,
comienza su caminata por el largo pasillo del avión. Saluda a cada integrante
del cuerpo de prensa que lo acompaña y, cuando llega a nosotros, lo que emerge
de su boca en forma espontánea es una bendición para los argentinos, lo que
queda registrado en el micrófono de Radio Continental, única radio de la
Argentina acreditada en el vuelo papal.
Ubicado detrás de mí está
Henrique Cymerman, del Canal 2 de Israel. Cymerman, junto con el rabino Abraham
Skorka, tuvo una participación muy importante en la génesis del viaje. “Fue
después de una entrevista que le había realizado en la residencia de Santa
Marta. Entonces el Papa me pidió que me quedara a almorzar, luego de lo cual
tuvimos una charla que duró casi una hora. En ella él nos preguntó al rabino
Skorka y a mí qué podía hacer para contribuir al proceso de paz en Medio
Oriente. Ahí surgió la idea del viaje, sobre el que nos pidió que nos
pusiéramos a trabajar”. Cymerman nos señala que es el primer periodista israelí
que viaja en un vuelo papal. Cuando el Santo Padre se encuentra con nuestro
colega, la conversación se centra en tareas que sobrevendrán al viaje. El Papa
quiere ver hechos.
Al lado de Cymerman viaja
Imad Freij, periodista católico de origen palestino. Imad es el primer
periodista de Palestina que viaja a bordo de un vuelo papal. Está emocionado y
mucho más cuando, al conocerlo, Francisco lo bendice y también bendice una cruz
que lleva siempre consigo. Nada parece ser casual. La nota que junto con Sergio
Rubin hicimos para TN fue emocionante.
A bordo del avión está
también Andrea Tornielli, uno de los periodistas vaticanistas más calificados.
Andrea, que supo predecir el triunfo del cardenal Bergoglio en la votación de
los cardenales durante el dramático cónclave de marzo de 2013, tiene conceptos
muy elogiosos hacia la labor del Papa y se empeña en destacar los cambios
profundos que ocurren en la así llamada curia romana, el corazón de la
estructura institucional de la Iglesia.
Cuando Francisco termina de
saludar a todo el cuerpo de prensa, estalla un aplauso caluroso que él responde
con una sonrisa.
El Papa viene de una semana
compleja. Se mezclaron allí el affaire de la terraza para el jet set durante la
ceremonia de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, el escándalo del
lujoso piso del ex secretario de Estado, Tarcisio Bertone, y el bochornoso
episodio de la carta de salutación por un nuevo aniversario de la Revolución de
Mayo dirigida a la Presidenta.
Nada de ello lo ha turbado en
relación con su objetivo: el de iniciar un camino de activa participación en el
proceso de paz de Medio Oriente.
Arribamos a Amman en hora. Es
un mediodía de cielo claro y sol radiante. Un viento cálido nos acompaña
durante toda la jornada.
El primer acto es la
ceremonia de recepción en el Palacio Real, algo que parece salido de Las mil y
una noches. El rey de Jordania –en un inglés impecable– le da una cálida
bienvenida. “Su liderazgo moral es de enorme importancia para el proceso de
paz”, le señala el monarca jordano. En su respuesta, Francisco destaca el papel
trascendente de Jordania en asegurar al menos un refugio para todos los
ciudadanos sirios que no tienen otra opción que la de huir de su país a causa
de la feroz guerra civil que viven. Los refugiados son personas sin presente y
sin futuro, que además se han quedado sin pasado.
El Santo Padre repetirá los
mismos conceptos con un énfasis creciente tanto en la misa en el Gran Estadio
de Amman –donde unos cincuenta argentinos vistiendo la camiseta de la selección
de fútbol lo vivan a rabiar– como en el sitio sagrado del bautismo de
Jesucristo. La imagen de los chicos que viven en los campos de refugiados es
conmovedora. En esta zona del río Jordán conocemos al padre Hugo, un cura
mendocino que desde hace 18 años vive en la región y está a cargo de una
escuela a la que asisten niños y jóvenes víctimas del desamparo.
No se observa aquí el baño de
multitudes que hubo en Río de Janeiro. En esta zona del mundo, las comunidades
cristianas y católicas son minoría. En la Palestina gobernada por Hamas, las
cosas no son fáciles para los cristianos. La intolerancia religiosa hizo que
allí la comunidad cristiana –que era de unas tres mil personas– se haya
reducido a la mitad.
Muchos de ellos tratarán de estar mañana (por hoy domingo)
en la misa del Papa en Belén. Viven la presencia en el lugar del Santo con la
esperanza de que eso ayude a cambiarles la vida para mejor.
La paz entre Israel y
Palestina constituye la clave para el proceso de paz en Medio Oriente. El
entonces cardenal Bergoglio trabajó muy fuertemente y con éxito por la
integración religiosa entre judíos y musulmanes. Ojalá que el mismo éxito
acompañe al hoy papa Francisco en su misión de paz. Será un hito mayúsculo que
el mundo agradecerá en el devenir de un papado que ya es histórico.
Guillermo
Karcher sostiene el micrófono papal. Foto: Cedoc
Si no fuera porque parecería
un presuntuoso juego de
enredo lingüístico, el título de esta columna sobre la “carta
robada al Papa” debería haber sido: “Inconmensurabilidad
interparadigmática”. Las abuelas lo llamarían “vivir en dos
mundos diferentes”, pero para los epistemólogos relativistas, la insuficiencia
de la razón a la hora de razonar es resultado de la inconmensurabilidad
interparadigmática.
Es racional que los
pensamientos sean determinados por las evidencias. Y que quien fundamenta sus
creencias en las evidencias sea una persona racional. Pero los relativistas
creen que hay múltiples formas de ser racional y que, cambiando simplemente lo
que se considera evidencia, es posible llegar a creencias justificadas contrapuestas.
Por ejemplo, para Galileo lo que se percibía al mirar por el telescopio era
evidencia de que la Tierra giraba alrededor del Sol. Mientras que el prominente
cardenal Belarmino rechazaba la invitación de Galileo a mirar por el telescopio
porque él tenía una fuente mucho mejor de evidencia, que era la palabra de Dios
expresada en las escrituras sagradas de la Biblia. Ninguno de los dos estaba
siendo ilógico: Galileo y Belarmino operaban con sistemas epistémicos
fundamentalmente diferentes.
Quizás no sea casual que
nuevamente un representante del Vaticano, siempre en contacto con verdades sagradas no expuestas a
pruebas de la realidad –en
este caso el ‘ceremoniero’ pontificio, Guillermo Karcher–, no haya dudado
un instante en calificar la carta del Papa como apócrifa.
Para él, la palabra del santo
padre debe ser palabra santa (como la Biblia para Belarmino), y al preguntarle
a Bergoglio si había escrito alguna carta de salutación a Cristina Kirchner y
éste haberle respondido que no, nunca pudo imaginar que el Papa podía estar
distraído al darle la respuesta, que se podía haber olvidado o que podía no
saber que se había enviado esa carta en su nombre, y arremetió como un cruzado
suponiendo que esa carta era “trucha” y un “collage” hecho
con “muy mala leche”. El tema no son el
lenguaje y las formas de Karcher, quien si hubiera creído que
alguien estaba haciéndose pasar por el Papa podría haberse ofuscado (con “buena
leche”), sino cómo cada uno cree lo que cree.
Que tal cosa sea evidencia de
otra depende del paradigma en el que se esté, porque cualquier conocimiento
debe su estatus a la aprobación que le conceden nuestros valores sociales
contingentes.
Lo mismo nos sucedió a los
medios que, entre los dichos del Vaticano (representado por Karcher) y el
gobierno argentino, no
dudamos en creer que quien había cometido un error era el Gobierno.
Pocas veces como con la –primero apócrifa y luego real– carta del Papa a
Cristina Kirchner quedó en evidencia cómo podemos ser nosotros y no la realidad
los responsables de lo que conocemos y que no hay muchas normas de racionalidad
libres de contexto o supraculturales. Los miembros de un grupo, al compartir
valores sociales y políticos, perdemos conciencia de cómo éstos pueden
influenciar la forma en que ellos conducen nuestro trabajo, qué observaciones
realizamos y cuán bien evaluamos la evidencia con que contamos. No es
inhabitual estar inclinados por los valores a creer cosas para las que hay
evidencia insuficiente.
También tú.
Después vino la hipocresía vaticana,
que no pidió claramente
disculpas por el error de calificar de falsa una carta
verdadera del Papa. ¿Creerán su infalibilidad? No reconocer el error para no
darle más trascendencia puede ser una estrategia de comunicación, pero
éticamente es reprochable en una institución que hace de la moral su razón de
ser. En el diálogo
aclaratorio de Guillermo Karcher con Nelson Castro por radio Continental al día
siguiente, el representante del Vaticano habló con una soberbia y un tono
cortante que hacían
recordar más a un dictador militar que a un ‘ecumenista’.
Salvando obviamente las siderales distancias, vale recordar que a Galileo
recién le pidió disculpas Juan Pablo II, 400 años después.
La Iglesia demuestra con
estos hechos –no podría ser de otra forma– su condición humana tan llena de
fragilidades compartidas con todas las religiones, más allá de su utilidad
social. Para ellas, muchas veces los hechos terminan siendo
descripción-dependientes. Y el esquema que adopten para describir el mundo
dependerá de sus necesidades e intereses. Así, el mundo “es” en relación con la
teoría que tengan acerca de él.
Y luego aparece la hipocresía del propio Gobierno que,
una vez aclarado el episodio y a través de su embajador en la Santa Sede, en su
texto oficial exculpa totalmente de responsabilidad al Vaticano por el papelón
al que lo expuso durante un día y se queja de “los que sembraron dudas de la
autenticidad de la carta”; en lugar de criticar al ‘ceremoniero’ pontificio,
menciona el fastidio del Papa “con algunos medios que quisieron sacar agua de
la tierra árida para generar conflicto sin tener el rigor de informar con la
verdad a la sociedad”.
Pero con
el Papa no se metieron, haciendo lo opuesto de lo que antes
hacían cuando era arzobispo de Buenos Aires.
Es cierto que los medios
tratan de “sacar agua de tierra árida”. Y es un gran mérito cuando lo logran de
verdad. Desgraciadamente, aquellos que hicieron columnas de opinión explicando
por qué la carta del Papa era apócrifa quedaron desnudos revelando cuántas
veces hablamos como si supiéramos de cosas que ignoramos (problema inmanente de
todos los periodistas).
Y en el caso del biógrafo “oficial” de Bergoglio, el
periodista Sergio Rubin, esa desnudez fue
aun más patética porque se lo presuponía un verdadero especialista,
pero desde el Vaticano explicó que “cualquier persona conocedora de la Iglesia
se hubiera percatado –como dijo Karcher– de que una carta del Papa no podía
llevar el membrete de la Nunciatura, sino del Vaticano, salvo que la embajada
papal transmitiera un mensaje del Pontífice. Pero el de marras llevaba la firma
del Papa. Esto, más allá del tuteo a la Presidenta y los errores ortográficos”.
Pobre Rubin. Para él también
la palabra del Vaticano debe ser palabra santa, y cayó en la misma trampa epistémica de
considerar evidencia (irrefutable) lo que decía el ‘ceremoniero’ pontificio.