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sábado, 3 de septiembre de 2022

El Odio (I)... @dealgunamaneraok...

 El odio (I) 


Captura de pantalla..

“El odio se incrementa con un odio recíproco y, en cambio, puede ser destruido por el amor (...). Quien quiere vengar las ofensas mediante un odio recíproco vive, sin duda, miserablemente”, escribió sabiamente Baruj (Benedicto) Spinoza en el siglo XVII. 

© Escrito por Jorge Fontevecchia el viernes 02/09/2022 y Publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de las/os Argentinas/os.



El odio integra las pasiones tristes de Spinoza: el miedo, la cólera, el resentimiento y la envidia. La alegría surge del amor porque “el amor es una alegría acompañada de la idea de una causa exterior”, y la tristeza surge del odio porque “el odio es una tristeza acompañada de la idea de una causa exterior”.

Perturbación de las pasiones: ciegas erupciones del afecto que impiden la razón


En su Tratado teológico-político, Baruch Spinoza escribió: “La servidumbre humana reside en la impotencia de moderar y reprimir las pasiones”.  

 

Para él la opinión que no necesita ni busca verificarse  era la primera fuente de las malas pasiones, entre las que se inscribe el odio, generalmente  basado en la ignorancia de los seres humanos sobre las creencias de los otros seres humanos.

Escribió también Spinoza: “El alma se esfuerza, cuanto puede, en imaginar las cosas que aumentan o favorecen la potencia de obrar del cuerpo” (Proposición XII). Y viceversa (Proposición XIII): “Cuando el alma imagina aquellas cosas que disminuyen o reprimen la potencia de obrar del cuerpo, se esfuerza cuanto puede por acordarse de otras cosas que excluyan la existencia de aquellas”.  

“Si imaginamos algo que odiamos afectado de tristeza, nos alegraremos. Y si lo imaginamos afectado de alegría nos entristeceremos (...) nos esforzamos por afirmar sobre una cosa que odiamos aquello que imaginamos que le afecta con tristeza (...) vemos que fácilmente sucede que la persona se estima a sí misma y estima a la cosa amada más de lo justo. Y, al contrario, estima menos de lo justo la cosa que odia”. 

Finalmente, si imaginamos que alguien nos odia sin haberle dado motivos, lo odiaremos. La Proposición XXXIV afirma: “En tanto están dominados por afecciones que son pasiones, pueden ser contrarios los unos a los otros”.

La doctrina de las pasiones de Spinoza arranca en su disquisición de la idea griega sobre que el ser humano era pasivo (esclavo) frente a sus pasiones. Ellas impedían el correcto funcionamiento de la razón. Esto último es percibido todos los días cuando personas inteligentes interpretan el mismo hecho de forma tan contradictoria. Nuestra famosa grieta es un túnel de viento perfecto para ver esas imperfecciones del pensamiento de manera agigantada.

Sobre las vallas que hizo colocar Horacio Rodríguez Larreta hace una semana se opina tanto que hubieran salvado a Cristina de su agresor manteniéndolo a distancia como que fueron la chispa que encendió provocando la llegada persistente de manifestantes apoyando a la vicepresidenta.

Pero la terapia de las pasiones que propone Spinoza no apela a extirpar las pasiones, como sí lo hizo el estoicismo, sino que propone encauzarlas racionalmente para aprovechar su fuerza. También en el siglo XVII Locke se preocupaba por los efectos nocivos de las pasiones encontradas y  publica su notable Carta sobre la tolerancia

Para el diccionario de Oxford, “El odio es un sentimiento intenso de repulsa hacia alguien o algo que provoca el deseo de rechazar o eliminar aquello que genera disgusto; es decir, sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno”. Para Cicerón, las pasiones eran una perturbación, como ciegas erupciones de afecto. Pero para la filósofa Martha Nussbaum, las pasiones “son un elemento cognitivo: encarnan maneras de interpretar el mundo”.

Es en la modernidad cuando las pasiones ya no son vistas como “la locura de la racionalidad” (Kant) y el propio Spinoza buscando el tránsito de las pasiones tristes a las pasiones alegres (el amor). Las pasiones hacen que las personas difieran entre sí mientras que es la razón la que permite que se pongan de acuerdo. 

Hume sostenía que el impulso nunca surge de la razón y, al revés, Hegel creía que la razón usa las pasiones para realizar sus fines. La naturaleza humana es sobre lo que reflexiona la filosofía pero llegamos aquí a la cuestión irreductible sobre medios y fines. ¿Somos los medios responsables del discurso del odio que promueve  una retroalimentación de la beligerancia pasando de las palabras a las acciones y de la violencia simbólica a la práctica? ¿Es el propio kirchnerismo el que engendró ese discurso violento del antikirchnerismo en forma de reacción a su acción discursivamente beligerante? 

¿Fernando Sabag Montiel es el autor material del intento de homicidio y los autores intelectuales son quienes promovieron el discurso de odio, o desquiciados hay en todas las sociedades y en todos los contextos como lo demuestran los atentados a jefes de Estado de la varios países desarrollados y al papa Juan Pablo II, quien estaba en las antípodas de promover desentendimiento?

Si algo positivo se puede rescatar del atentado a la vicepresidenta, será una reflexión sobre el odio, su naturaleza y su tratamiento. Sobre las pasiones y cómo la política tiene que ser la forma de encauzar las pasiones tristes en pasiones alegres, siguiendo los consejos de Spinoza, convirtiéndolas en una fuerza positiva para la sociedad.

La Academia Nacional de Periodismo en su comunicado de ayer, tras sostener que “repudia enérgicamente el atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y considera que delitos de esta naturaleza son un atentado directo al orden democrático”, lamentó que “con su discurso, el Presidente no hizo un aporte a la paz social que necesita el país en estos momentos, al acusar prematuramente a los medios y a la Justicia de ser instigadores de este lamentable atentado”.

Pasiones tristes: miedo, resentimiento, envidia y cólera, a ser contenidas por la política

Desde mi perspectiva, hace mal el Presidente en colocar en el mismo plano a la Justicia, que viene siendo más ponderada (causas como el dólar futuro o el pacto con Irán no prosperaron), con ciertos medios audiovisuales de un lado y otro de la grieta que sí merecen críticas por su altisonancia discursiva sin tener que esperar que avance la investigación sobre el móvil de Fernando Sabag Montiel porque la crítica trasciende este hecho, de la misma forma que la crítica a la altisonancia de los medios audiovisuales oficiales es igualmente pertinente.

El discurso del odio no es responsabilidad de un solo sector de la sociedad, radicalizados de ambas coaliciones siembran desde hace tiempo violencia simbólica. Ojalá la fuerza dramática que tiene el video en el que emerge un arma ante la frente de la vicepresidenta imprima en nuestras mentes inhibiciones perennes a los impulsos primitivos que todos los seres humanos llevamos dentro.





   

lunes, 24 de abril de 2017

Galileo... @dealgunamanera...

Galileo…

Culpable. Esta semana la Corte Suprema ratificó su condena al cura Grassi. Foto: Scotellaro

¿Galileo? ¿A qué viene Galileo? Con las urgencias que hay, con la necesidad de opinar sobre cada cosa que pasa, con el quilombo diario que tenemos, ¿de qué se trata esto de Galileo?

© Escrito por Carlos Ares, periodista, el viernes 23/03/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

¿Galileo? ¿A qué viene Galileo? Con las urgencias que hay, con la necesidad de opinar sobre cada cosa que pasa, con el quilombo diario que tenemos, ¿de qué se trata esto de Galileo? ¿Por qué? –pienso–, ¿de dónde? –me digo– ¿hace cuánto –me pregunto– que no releo el libro de Guillermo Boido? (Noticias del planeta Tierra. Galileo Galilei y la revolución científica, A-Z Editora, 1988). ¿Qué pasó, qué fue lo que me hizo recordar nuevamente la voz y la presencia imponente de Walter Santa Ana, ya casi ciego, sobre el escenario de la sala Casacuberta del Teatro General San Martín, haciendo el Galileo de Bertolt Brecht?

La escena. Roma, 1633. Galileo había demostrado la teoría heliocéntrica formulada por Copérnico –“la Tierra gira alrededor del sol”–, que refutaba a la geocéntrica sostenida hasta entonces por la Iglesia, basada en la Biblia. El Santo Oficio, tribunal de la Inquisición, influido por los enemigos de Galileo, entre ellos un jesuita de apellido Grassi, lo acusa de “introducir doctrinas heréticas” y presenta como prueba un documento fraguado. Bajo amenaza de tortura, Galileo confiesa. Zafa de la hoguera en la que, en 1600, habían incinerado a Giordano Bruno por motivos similares. Es condenado a “prisión perpetua” y a abjurar de sus ideas. Galileo se arrodilla: “(...) con corazón sincero y no fingida fe abjuro, maldigo y aborrezco los susodichos errores y herejías y en general cualquier otro error, herejía y secta contraria a la Santa Iglesia. Y juro que en el futuro no diré nunca más, ni afirmaré, por escrito o de palabra, cosas por las cuales se pueda tener de mí semejante sospecha, y que si conozco a algún herético o sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio, o al inquisidor u ordinario del lugar donde me halle”.

¡Ay, cómo dolía –cómo duele todavía– esa escena! La congoja anudaba las gargantas y los sollozos aislados se apagaban bajo el peso del silencio, extendido como un poder sobrenatural, aterrador, sobre toda la sala. Galileo fue confinado a “prisión domiciliaria”. En esos últimos años, a pesar de su estado de salud y su ceguera, terminó de escribir las Consideraciones acerca de dos nuevas ciencias. Murió en 1642, a los 77 años.

Más de tres siglos tardó la Iglesia en reconocerlo. Recién en 1979, el papa Juan Pablo II tuvo a bien “conceder” a Galileo el mérito de haber formulado “normas importantes de carácter epistemológico que resultan indispensables para poner de acuerdo las Sagradas Escrituras con la ciencia”. La Iglesia sólo pide perdón a Dios, nunca a los hombres, por los crímenes que cometen sus miembros. Puede ser que la Tierra no sea el centro del universo, puede ser que algunos curas violen niños, puede ser que las dictaduras bendecidas por ellos torturen, asesinen, arrojen los cuerpos de sus víctimas al mar o los hagan “desaparecer”, puede ser que la mujer sirva para algo más que para el servicio como monja, pero eso no debe hacer dudar sobre las “sagradas escrituras”, ni la fe en la misericordia de Dios. Divina, la Iglesia.

Tal vez se debió a una asociación involuntaria. La Corte Suprema ratificó esta semana la condena al cura Julio César Grassi, uno de los tantos pederastas que la Iglesia todavía encubre. Pero no. Al menos, no fue sólo por eso. Cuando vuelvo a Galileo es, siempre, por un ahogo emocional, porque falta el aire libre, como aquella noche en que vi por primera vez la representación de la obra de Brecht en el San Martín.

Sé que se había apagado ya la patria panelista en la tele, también las redes sociales, que el silencio era un bálsamo en la madrugada. Que se relajaba ya la tensión de otro día intenso, colapsado por intereses contrapuestos en las calles, en los escritorios, en las aulas, en las cuevas mafiosas del Santo Oficio, donde se trama la acusación que nos obligue a arrodillarnos, a confesar, a reconocer que no se puede, que esto nunca va a cambiar y que hay que denunciar y delatar a todo aquel que se entusiasme y piense lo contrario. Y fue ahí, sí, que recordé al viejo Galileo, solo, en su casa, de cara a la noche y a las estrellas, murmurando: “Eppur si muove” (“Y sin embargo se mueve”).


jueves, 29 de mayo de 2014

Intimidad del viaje papal... De Alguna Manera...


Intimidad del viaje papal...

Francisco orando en el Muro de los Lamentos.

Crónica exhaustiva de un momento inolvidable. El mensaje del Sumo Pontífice. Anécdotas, kilos de más y rol histórico.

Al escribir la columna ya es la medianoche en Tel Aviv. Sin embargo, el día comenzó temprano y en Roma. Eran las 8 de la mañana en punto –hora local– cuando el papa Francisco ascendió sonriente por la escalerilla delantera del vuelo 7000 de Alitalia que lo llevaría a Amman, la capital de Jordania, en el comienzo de su histórico viaje a Tierra Santa. En la aeronave, los 69 acreditados –entre periodistas, camarógrafos y fotógrafos– vivíamos con creciente ansiedad el comienzo de una travesía de alto significado religioso, político y emocional.

Estoy sentado al lado de la corresponsal de The Wall Street Journal, Deborah Ball, y de su fotógrafo. Al ver mi credencial de periodista argentino, comienza a hacerme un pormenorizado interrogatorio sobre los días en que Francisco era el cardenal Jorge Bergoglio. Para cuando termina, ya estamos en vuelo. No habían pasado veinte minutos cuando uno de los asistentes de la oficina de prensa del Vaticano, Mateo Bruni, nos pidió que tomáramos asiento porque el Papa se disponía a saludarnos. Casi al instante llegó el Santo Padre acompañado de su vocero, el padre Federico Lombardi.

Francisco lucía relajado y sonriente. Está rejuvenecido. Se lo ve feliz. Habló poco pero claro: el propósito de su visita a Medio Oriente es que, a través de su liderazgo internacional, la Iglesia tenga un rol activo en el complejo proceso de paz que no termina de alumbrar en esa región. Lo veo bien. Tiene un rostro rozagante. Eso sí, está con algunos kilos de más.

Tras referirse a ello, comienza su caminata por el largo pasillo del avión. Saluda a cada integrante del cuerpo de prensa que lo acompaña y, cuando llega a nosotros, lo que emerge de su boca en forma espontánea es una bendición para los argentinos, lo que queda registrado en el micrófono de Radio Continental, única radio de la Argentina acreditada en el vuelo papal.

Ubicado detrás de mí está Henrique Cymerman, del Canal 2 de Israel. Cymerman, junto con el rabino Abraham Skorka, tuvo una participación muy importante en la génesis del viaje. “Fue después de una entrevista que le había realizado en la residencia de Santa Marta. Entonces el Papa me pidió que me quedara a almorzar, luego de lo cual tuvimos una charla que duró casi una hora. En ella él nos preguntó al rabino Skorka y a mí qué podía hacer para contribuir al proceso de paz en Medio Oriente. Ahí surgió la idea del viaje, sobre el que nos pidió que nos pusiéramos a trabajar”. Cymerman nos señala que es el primer periodista israelí que viaja en un vuelo papal. Cuando el Santo Padre se encuentra con nuestro colega, la conversación se centra en tareas que sobrevendrán al viaje. El Papa quiere ver hechos.

Al lado de Cymerman viaja Imad Freij, periodista católico de origen palestino. Imad es el primer periodista de Palestina que viaja a bordo de un vuelo papal. Está emocionado y mucho más cuando, al conocerlo, Francisco lo bendice y también bendice una cruz que lleva siempre consigo. Nada parece ser casual. La nota que junto con Sergio Rubin hicimos para TN fue emocionante.

A bordo del avión está también Andrea Tornielli, uno de los periodistas vaticanistas más calificados. Andrea, que supo predecir el triunfo del cardenal Bergoglio en la votación de los cardenales durante el dramático cónclave de marzo de 2013, tiene conceptos muy elogiosos hacia la labor del Papa y se empeña en destacar los cambios profundos que ocurren en la así llamada curia romana, el corazón de la estructura institucional de la Iglesia.

Cuando Francisco termina de saludar a todo el cuerpo de prensa, estalla un aplauso caluroso que él responde con una sonrisa.

El Papa viene de una semana compleja. Se mezclaron allí el affaire de la terraza para el jet set durante la ceremonia de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, el escándalo del lujoso piso del ex secretario de Estado, Tarcisio Bertone, y el bochornoso episodio de la carta de salutación por un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo dirigida a la Presidenta.

Nada de ello lo ha turbado en relación con su objetivo: el de iniciar un camino de activa participación en el proceso de paz de Medio Oriente.

Arribamos a Amman en hora. Es un mediodía de cielo claro y sol radiante. Un viento cálido nos acompaña durante toda la jornada.

El primer acto es la ceremonia de recepción en el Palacio Real, algo que parece salido de Las mil y una noches. El rey de Jordania –en un inglés impecable– le da una cálida bienvenida. “Su liderazgo moral es de enorme importancia para el proceso de paz”, le señala el monarca jordano. En su respuesta, Francisco destaca el papel trascendente de Jordania en asegurar al menos un refugio para todos los ciudadanos sirios que no tienen otra opción que la de huir de su país a causa de la feroz guerra civil que viven. Los refugiados son personas sin presente y sin futuro, que además se han quedado sin pasado.

El Santo Padre repetirá los mismos conceptos con un énfasis creciente tanto en la misa en el Gran Estadio de Amman –donde unos cincuenta argentinos vistiendo la camiseta de la selección de fútbol lo vivan a rabiar– como en el sitio sagrado del bautismo de Jesucristo. La imagen de los chicos que viven en los campos de refugiados es conmovedora. En esta zona del río Jordán conocemos al padre Hugo, un cura mendocino que desde hace 18 años vive en la región y está a cargo de una escuela a la que asisten niños y jóvenes víctimas del desamparo.

No se observa aquí el baño de multitudes que hubo en Río de Janeiro. En esta zona del mundo, las comunidades cristianas y católicas son minoría. En la Palestina gobernada por Hamas, las cosas no son fáciles para los cristianos. La intolerancia religiosa hizo que allí la comunidad cristiana –que era de unas tres mil personas– se haya reducido a la mitad. 

Muchos de ellos tratarán de estar mañana (por hoy domingo) en la misa del Papa en Belén. Viven la presencia en el lugar del Santo con la esperanza de que eso ayude a cambiarles la vida para mejor.

La paz entre Israel y Palestina constituye la clave para el proceso de paz en Medio Oriente. El entonces cardenal Bergoglio trabajó muy fuertemente y con éxito por la integración religiosa entre judíos y musulmanes. Ojalá que el mismo éxito acompañe al hoy papa Francisco en su misión de paz. Será un hito mayúsculo que el mundo agradecerá en el devenir de un papado que ya es histórico.

© Escrito por Nelson Castro el Domingo 25/05/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Las fotos:




 




 








 
Los videos:

Visita al Río Jordan.


domingo, 25 de mayo de 2014

Hipocresía vaticana... De Alguna Manera...


Hipocresía vaticana...

Guillermo Karcher sostiene el micrófono papal. Foto: Cedoc

Si no fuera porque parecería un presuntuoso juego de enredo lingüístico, el título de esta columna sobre la “carta robada al Papa” debería haber sido: “Inconmensurabilidad interparadigmática”. Las abuelas lo llamarían “vivir en dos mundos diferentes”, pero para los epistemólogos relativistas, la insuficiencia de la razón a la hora de razonar es resultado de la inconmensurabilidad interparadigmática.

Es racional que los pensamientos sean determinados por las evidencias. Y que quien fundamenta sus creencias en las evidencias sea una persona racional. Pero los relativistas creen que hay múltiples formas de ser racional y que, cambiando simplemente lo que se considera evidencia, es posible llegar a creencias justificadas contrapuestas. Por ejemplo, para Galileo lo que se percibía al mirar por el telescopio era evidencia de que la Tierra giraba alrededor del Sol. Mientras que el prominente cardenal Belarmino rechazaba la invitación de Galileo a mirar por el telescopio porque él tenía una fuente mucho mejor de evidencia, que era la palabra de Dios expresada en las escrituras sagradas de la Biblia. Ninguno de los dos estaba siendo ilógico: Galileo y Belarmino operaban con sistemas epistémicos fundamentalmente diferentes.

Quizás no sea casual que nuevamente un representante del Vaticano, siempre en contacto con verdades sagradas no expuestas a pruebas de la realidaden este caso el ‘ceremoniero’ pontificio, Guillermo Karcher–, no haya dudado un instante en calificar la carta del Papa como apócrifa.

Para él, la palabra del santo padre debe ser palabra santa (como la Biblia para Belarmino), y al preguntarle a Bergoglio si había escrito alguna carta de salutación a Cristina Kirchner y éste haberle respondido que no, nunca pudo imaginar que el Papa podía estar distraído al darle la respuesta, que se podía haber olvidado o que podía no saber que se había enviado esa carta en su nombre, y arremetió como un cruzado suponiendo que esa carta era “trucha” y un “collage” hecho con “muy mala leche”. El tema no son el lenguaje y las formas de Karcher, quien si hubiera creído que alguien estaba haciéndose pasar por el Papa podría haberse ofuscado (con “buena leche”), sino cómo cada uno cree lo que cree.

Que tal cosa sea evidencia de otra depende del paradigma en el que se esté, porque cualquier conocimiento debe su estatus a la aprobación que le conceden nuestros valores sociales contingentes.

Lo mismo nos sucedió a los medios que, entre los dichos del Vaticano (representado por Karcher) y el gobierno argentino, no dudamos en creer que quien había cometido un error era el Gobierno. Pocas veces como con la –primero apócrifa y luego real– carta del Papa a Cristina Kirchner quedó en evidencia cómo podemos ser nosotros y no la realidad los responsables de lo que conocemos y que no hay muchas normas de racionalidad libres de contexto o supraculturales. Los miembros de un grupo, al compartir valores sociales y políticos, perdemos conciencia de cómo éstos pueden influenciar la forma en que ellos conducen nuestro trabajo, qué observaciones realizamos y cuán bien evaluamos la evidencia con que contamos. No es inhabitual estar inclinados por los valores a creer cosas para las que hay evidencia insuficiente.

También tú.

Después vino la hipocresía vaticana, que no pidió claramente disculpas por el error de calificar de falsa una carta verdadera del Papa. ¿Creerán su infalibilidad? No reconocer el error para no darle más trascendencia puede ser una estrategia de comunicación, pero éticamente es reprochable en una institución que hace de la moral su razón de ser. En el diálogo aclaratorio de Guillermo Karcher con Nelson Castro por radio Continental al día siguiente, el representante del Vaticano habló con una soberbia y un tono cortante que hacían recordar más a un dictador militar que a un ‘ecumenista’. Salvando obviamente las siderales distancias, vale recordar que a Galileo recién le pidió disculpas Juan Pablo II, 400 años después.

La Iglesia demuestra con estos hechos –no podría ser de otra forma– su condición humana tan llena de fragilidades compartidas con todas las religiones, más allá de su utilidad social. Para ellas, muchas veces los hechos terminan siendo descripción-dependientes. Y el esquema que adopten para describir el mundo dependerá de sus necesidades e intereses. Así, el mundo “es” en relación con la teoría que tengan acerca de él.

Y luego aparece la hipocresía del propio Gobierno que, una vez aclarado el episodio y a través de su embajador en la Santa Sede, en su texto oficial exculpa totalmente de responsabilidad al Vaticano por el papelón al que lo expuso durante un día y se queja de “los que sembraron dudas de la autenticidad de la carta”; en lugar de criticar al ‘ceremoniero’ pontificio, menciona el fastidio del Papa “con algunos medios que quisieron sacar agua de la tierra árida para generar conflicto sin tener el rigor de informar con la verdad a la sociedad”. 

Pero con el Papa no se metieron, haciendo lo opuesto de lo que antes hacían cuando era arzobispo de Buenos Aires.

Es cierto que los medios tratan de “sacar agua de tierra árida”. Y es un gran mérito cuando lo logran de verdad. Desgraciadamente, aquellos que hicieron columnas de opinión explicando por qué la carta del Papa era apócrifa quedaron desnudos revelando cuántas veces hablamos como si supiéramos de cosas que ignoramos (problema inmanente de todos los periodistas). 

Y en el caso del biógrafo “oficial” de Bergoglio, el periodista Sergio Rubin, esa desnudez fue aun más patética porque se lo presuponía un verdadero especialista, pero desde el Vaticano explicó que “cualquier persona conocedora de la Iglesia se hubiera percatado –como dijo Karcher– de que una carta del Papa no podía llevar el membrete de la Nunciatura, sino del Vaticano, salvo que la embajada papal transmitiera un mensaje del Pontífice. Pero el de marras llevaba la firma del Papa. Esto, más allá del tuteo a la Presidenta y los errores ortográficos”.

Pobre Rubin. Para él también la palabra del Vaticano debe ser palabra santa, y cayó en la misma trampa epistémica de considerar evidencia (irrefutable) lo que decía el ‘ceremoniero’ pontificio.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el Domingo 25/05/2’14 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.