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domingo, 24 de agosto de 2014

¿Economía o política?... De Alguna Manera...


¿Economía o política?

Axel Marca ACME Kicillof. Dibujo: Pablo Temes

Las decisiones oficiales buscan calmar los mercados, pero no generan tranquilidad. La coyuntura atravesada por lo electoral.

Mientras el paso de los días empuja el proceso electoral hacia el camino de su inevitable culminación y lo instala poco a poco en la agenda de la gente, los acontecimientos abren más incertidumbres en el plano de la economía. La lógica venía diciendo que el Gobierno tendería a despejar esas incertidumbres generando previsibilidad y confianza, para poder operar con mayor capacidad de iniciativa y control de la situación en el plano electoral. No es lo que está sucediendo, no al menos desde la comprensión del saber convencional en temas de política y economía.

Ocurre que entre el reducido número de personas que ocupan posiciones dirigentes en la política o en los negocios y en las franjas de personas informadas –“los que leen los diarios”– se habla bastante de economía, pero en verdad se vive de la política, mientras la inmensa mayoría de la gente –que no pretende estar muy informada y no invierte para estarlo– habla bastante de política pero realmente vive de la economía. Esas son las dos culturas políticas que conviven entre sí y generan los procesos políticos: la cultura “mundana”, la de la cotidianeidad, y la cultura “académica”, la de los que hacen política y toman decisiones. El tema de la deuda externa lo ilustra: la prensa gráfica le dedica cantidades de páginas diarias; la mayoría de la gente no habla mucho de eso ni se interesa demasiado, pero las consecuencias las sufrirán todos.

Es así: este default que no es default –o todo lo contrario– genera un cimbronazo en la economía del país. El cimbronazo se atenúa un poco porque todavía se sostiene una cierta sensación de que es posible que el Gobierno alcance algún tipo de arreglo. Y además porque las señales de la economía no son inequívocamente catastróficas. Hay en el mundo quienes observan a la Argentina desde una mirada más atenta a las tendencias de fondo que a lo anecdótico: la coyuntura argentina no es brillante, pero precisamente puede ser un buen momento para comprar activos argentinos; en un mundo con fuerte oferta de cereales y de hidrocarburos, los precios pueden bajar circunstancialmente, pero por abundante que sea la oferta, la demanda crece imparable, y la Argentina está del lado afortunado de esa ecuación. 

Además, el agro no baja las manos, se ve vigor en esa industria. El sector de los hidrocarburos se muestra también dinámico. Por eso, y a pesar de todo lo que hacemos los argentinos para que nadie confíe en nuestro país –ni nosotros mismos–, siempre parece haber algunas razones para confiar en la Argentina.

El Gobierno trata de manejar la economía haciendo política. La Presidenta y el ministro de Economía, habituados a un permanente vaivén entre sorprender con medidas y anuncios que inquietan a los mercados y medidas que tienden a satisfacerlos, no generan tranquilidad. Pero parecen creer que la incertidumbre y el clima épico con el que tratan de revestirla son un suficiente sustituto de la tranquilidad. El saber convencional va en la línea de aquel famoso dictum “it’s the economy, stupid”; el saber de muchos oficialistas va en la línea de “esto es política, estúpido”.

Ese es el meollo de un debate nunca zanjado. El Gobierno, desde los tiempos de Néstor Kirchner hasta hoy, desde Guillermo Moreno hasta Kicillof, confía en controlar la economía mediante regulaciones e intervenciones –otros gobiernos anteriores también iban en esa dirección–; el saber convencional cree en la confianza y, en última instancia, en “el mercado”, como lo expresó esta semana el senador Pichetto cuando reivindicó su “mirada de un capitalismo de mercado más abierto”, explicitando una divisoria que cala dentro y fuera del oficialismo. El debate no zanjado llega hasta las explicaciones de los éxitos y los fracasos del Gobierno. Cuando le va bien, la interpretación gubernamental recae en sus capacidades políticas y discursivas; sin embargo, las evidencias estadísticas son contundentes: le va bien cuando la economía anda bien. Y al revés. Hay equívocos parecidos en los espacios opositores; algunos dirigentes no terminan de entender por qué hay gente que vota, o que deja de votar, a los candidatos del Gobierno.

Lo cierto es que la estrategia electoral del oficialismo tampoco es clara. La percepción generalizada en la sociedad es que Daniel Scioli es quien tiene más chances de representar la oferta electoral oficialista el año que viene, y el que se muestra más competitivo; pero no hay ninguna percepción generalizada acerca de si esto es lo que el Gobierno busca, lo que eventualmente acepta por carecer de mejores alternativas, o algo que tratará de evitar. No está claro si la estrategia electoral del oficialismo es jugar con varias cartas o bien dejar que el juego se desarrolle con final abierto, o directamente apostar al triunfo de alguna opción opositora imaginando entonces cuatro años del próximo mandato plagados de conflictividad política y pensando más en 2019 que en 2015.

Más allá de lo que se piense en sectores del Gobierno, para el saber convencional algo es seguro: si la economía no se reactiva, el resultado electoral no puede ser muy bueno para el Gobierno. Los índices de inflación de Moreno no produjeron votos; la inflación real que la gente palpaba todos los días se los tragó. Parece una ley de hierro. Si los precios siguen subiendo, si las oportunidades laborales van mermando, si el nivel de actividad declina, los votos no fluirán fácilmente.

Por eso, la situación electoral actual desafía los esquemas ideológicos y los supuestos simplistas. El candidato oficialista más fuerte, Daniel Scioli, es el más fuerte porque gran parte del electorado lo ve como el menos oficialista de los oficialistas. Del mismo modo, los candidatos opositores más fuertes –Sergio Massa y Mauricio Macri– lo son porque el electorado los ve como los menos opositores. Curiosa situación en la que la oferta política se dispersa entre opciones extremas cuando los votantes demandan convergencia y equilibrio.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo el Sábado 23/08/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


domingo, 9 de febrero de 2014

Política, dinero y poder… De Alguna Manera...


Política, dinero y poder…

SIN TITULO. Hebe de Bonafini. Foto: Pablo Temes.

El Gobierno tiene preocupaciones que no son las mismas que las de la gente. Parecidos y diferencias con Alfonsín y Menem.

La mayor parte de las cosas pasa dentro de la cabeza de la gente, no necesariamente en el mundo real”. La frase es de Roman Gubern (El eros electrónico) pero la idea es tan antigua como el pensamiento social. Debería ser un axioma básico de la práctica política. No sólo en estos tiempos del marketing político y de la comunicación exacerbada; ya lo era hace dos siglos en las democracias sin marketing, y en tiempos de Shakespeare y de Maquiavelo, y en los de Cicerón, y sin duda antes. Pueden existir también otros principios para orientar la práctica política: principios éticos, ideas, objetivos de política pública. Pero las imágenes son decisivas y no deben ser ni ignoradas ni subestimadas.

Acerca del gobierno nacional, se discute casi a diario en términos éticos, en términos de sus ideas políticas, en términos de sus a menudo poco claros objetivos de política pública. Pero sus errores comunicacionales llevan a un territorio que a veces parece surrealista, que bien califica como “tragicómico”. Hace algunos años, uno podía escribir que algunos problemas que se presentaban en la escena del país se debían a “errores no forzados” del Gobierno, esencialmente en el plano comunicacional; parecía una idea interesante, no obvia, que algo explicaba. Hoy es tan obvio y tan cotidiano, que decirlo parece casi una tontera; pero sigue siendo así.

Uno de los episodios recientes de esta tragicomedia es el caso Tinelli/Fútbol para Todos. La expresión “tragicomedia” se hizo célebre por La Celestina, la historia de Calisto y Melibea, cuyo autor la llamó de esa manera “partiendo por dos la disputa” entre quienes la veían tragedia y quienes comedia. Esto puede aplicarse a Hebe de Bonafini cuando, irrumpiendo en un tema que no se entiende en qué le concierne, dictamina que “se trata de política, no de hacer dinero”. Si es política, está mal hecha. Si no es dinero, nadie lo cree, empezando por la señora Bonafini. En realidad es poder, y ésta es la peor manera de construir poder: es el mejor camino para acumular una cuota exigua de poder que será, como se lo está viendo, efímera. Es tragicómico –en parte porque Tinelli, con astucia, le aporta un toque de comedia–. Otro es el caso Boudou. El vicepresidente hace lo que puede, como puede; pero debería estar implorando a gritos: “Líbrame, Señor, de mis amigos”.

La capacidad del Gobierno para comunicar mal lo que la gente ya de por sí cree que está mal es asombrosa. Algunas cosas funcionan; ¿por qué no se las comunica? Un ejemplo: una de las pesadillas de los argentinos, desde tiempos remotos, ha sido siempre sacar un documento de identidad; este gobierno lo ha resuelto, contundentemente. Ese problema está resuelto, y es un logro. ¿Alguien habla de eso?

Los hechos negativos se suceden día a día. Algunos son inevitables; otros, producto de malas decisiones. La comunicación del Gobierno suma negativamente tanto a los que son inevitables como a los derivados de errores. Todo gobierno en el mundo se mueve tras objetivos de poder; este gobierno también. Pero buscar acumular poder y al mismo tiempo erosionar la confianza de la sociedad en quien lo hace es alimentar el propio fracaso político. La Cámpora, Unidos, Hebe de Bonafini, podrían operar en la sombra, porque son simplemente piantavotos; el cambio de gabinete producido hace tres meses podría haber sido resaltado y potenciado, porque la sociedad lo vio bien. Hay dos planos en los que el Gobierno parece no ver qué pasa por la cabeza de la gente: el de la “estima” pública, la confianza, la buena imagen –ese capital difuso que miden las encuestas– y el de los votos –ese instrumento inapelable que está en manos de la gente por cuya mente pasa la mayor parte de las cosas–.

La suerte de los gobiernos depende en parte de lo que hacen –y cómo lo hacen– y en gran parte de las expectativas de la gente. Las expectativas instalan a un gobierno y le conceden un capital de confianza para iniciar su camino, y las mismas expectativas lo desgastan y terminan decretando su final inapelable.

Lo que hacen los gobiernos –y cómo lo hacen– también está sometido al filtro implacable de las expectativas. Una buena política económica no es políticamente rentable porque resulte aprobada en un tribunal académico sino porque concita apoyo en la sociedad; y si eso no sucede, resulta políticamente costosa.

Alfonsín asumió el gobierno bajo un shock de confianza que la sociedad le concedió porque se proponía restaurar una democracia plena limitando el poder corporativo de los sindicatos y los militares, y se desintegró porque la sociedad había instalado el tema de la inflación como su prioridad y el gobierno no encontró respuestas. Menem capitalizó la expectativa social de acabar con la inflación, y lo logró; lo desgastó, finalmente, el problema del desempleo, que la sociedad instaló como su mayor preocupación. Kirchner asumió bajo una enorme expectativa de combatir el desempleo, y lo logró; pero con los años la sociedad instaló el tema de la inseguridad, y el Gobierno no le dio respuesta. (El primer gran desafío al gobierno de Kirchner lo protagonizó Blumberg, no los sindicatos ni las protestas “sociales”). El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner sigue exigido por ese mismo tema, para el que no tiene respuesta, y además se le suma ahora la reaparición de la inflación como la expectativa creciente en la opinión pública.

Su falta de respuesta a este tema es aún más dramática de lo que fue en los años 80. Alfonsín se enojaba porque el tema no le parecía relevante, pero no negaba que la inflación estaba carcomiendo a la sociedad.

Este gobierno, además de negarla durante casi una década, la está agravando. Los ignotos muchachos de Unidos echan leña al fuego; imaginan un escenario de confrontaciones estratégicas que responde a una lógica de “toma del poder” en una sociedad que vive preocupada porque aumenta el precio del pan, de la carne y de los electrodomésticos, y sólo aspira a tranquilidad y diálogo. Hebe de Bonafini dice que hay que hacer política y no ganar dinero; exactamente lo opuesto a lo que espera la mayoría de la gente en la Argentina de hoy: menos política, un poco más de poder adquisitivo en el bolsillo.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo el Sábado 08/02/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 30 de noviembre de 2013

30 Años de Democracia... De Alguna Manera...


Un libro recopila 30 años de democracia...


Una notable selección de escritos sobre las tres décadas de constitucionalidad ininterrumpida.


Con el objeto de conmemorar un decisivo aniversario, 30 años de democracia ofrece una notable selección de escritos de diversos autores. Editado por Planeta, el libro puede ser leído como una celebración, pero es mucho más: una invitación a repasar, a repensar y, también, a reconstruir. El lector, seguramente, agradecerá la labor de El Observador, la sección de análisis e investigación del Diario Perfil, al diseñar la amplitud de los temas, el pluralismo de las voces y la categoría de las plumas, mucho más allá de las diferencias y las coincidencias.

Como bien dice en el prólogo Robert Cox, ex director del diario Buenos Aires Herald. "Los ensayos de este libro proveen al lector un análisis comprensivo sobre la democracia en la Argentina luego de treinta años de constitucionalidad ininterrumpida. Veinte especialistas han sido minuciosamente escogidos para informar e iluminar a los lectores sobre las áreas de la sociedad que cada uno de ellos estudian. Creo que los lectores estarán muy animados, como yo lo estuve. La tarea de entender a la Argentina es fascinante. No sólo disfruté aprender sobre los treinta años de democracia a través de los diecinueve ensayos de este libro, sino que también he fortificado mi optimismo sobre el futuro".

Escriben:

Robert Cox
Manuel Mora y Araujo
Tomás Abraham
Mónica Beltrán
Carlos Gabetta
Fabián Bosoer
Federico Lorenz
José Miguel Onaindia
Fernando Rocchi
María Cecilia Míguez
Daniel Bilotta
Martín Becerra
Carlos Ares
Juan Carlos Tedesco
José María Poirier
Diana Cohen Agrest
Diego P. Gorgal
Miguel Benasayag
Juan Cruz Ruiz
María Rosa Lojo
Ezequiel Fernández Moores

© Publicado el sábado 30/11/2013 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

sábado, 2 de noviembre de 2013

¿Y las elecciones?... De Alguna Manera...

¿Y las elecciones?

ANTICIPO: la contratapa de PERFIL del 5 de octubre.

Horacio Verbitsky, en su último panorama político antes de las elecciones publicado en Página/12 el domingo pasado, escribió: “... la mayoría de los análisis sólo ven estos comicios de medio término como anticipo de las elecciones presidenciales que tendrán lugar en octubre de 2015. Más aún, consideran que sus resultados definirán las alternativas para entonces. Con escasas excepciones (Jorge Fontevecchia, Manuel Mora y Araujo, por ejemplo) dan por sentado que el kirchnerismo concluirá su ciclo en forma inexorable con el segundo mandato de la presidente CFK, que no puede aspirar a renovarlo aunque sus índices de aprobación popular se mantienen en los mismos niveles con que fue reelecta en 2011.”

Seguramente no por casualidad Manuel Mora y Araujo también escribe en Perfil. Pero no porque todos los columnistas de este diario piensen igual –de hecho lo más duros analistas anti K escriben en Perfil desde las épocas en que nadie se animaba a criticar a este Gobierno– sino por la pluralidad con que se elabora este diario.

Lamentablemente algunos lectores se sienten incómodos y la carta de Juan Manuel De Cillis –que se publicará completa en el Correo en la edición de mañana– es un buen ejemplo. Nuestro (espero que no ex) lector sostiene: “No me puedo imaginar cómo usted, que fue agredido física, mediática y comercialmente, puede hincar la rodilla ante quien lo persiguió. Sólo se explica entendiendo que una de las habilidades más grandes del kirchnerismo fue hacer eficiente el uso del Síndrome de Estocolmo.”

El viernes 25 de octubre el obudsman de Perfil me envía un mail pidiendo que responda al lector. Le expliqué que ese fin de semana tenía que escribir tres contratapas para nuestras habituales ediciones de sábado y domingo más la de la edición especial por las elecciones, y que le avisara a Juan Manuel De Cillis que pospondríamos por una semana la publicación de su carta para poder responderle.

No imaginaba por entonces que a menos de dos días de las elecciones se daría a conocer un fallo ampliamente favorable al Gobierno en la Ley de Medios, que cambiaría el clima de derrota poselectoral. Tampoco hay que sobrevalorar eso, porque el verdadero problema del kirchnerismo no son las críticas que provienen de los medios del Grupo Clarín sino la pérdida constante de reservas de dólares, que no cesa y se hizo más pronunciada tras las elecciones.

Ni tampoco se podía imaginar el día previo a los comicios que tan pronto y de manera tan frontal Macri iba comenzar a confrontar con Massa desluciendo el triunfo de ambos. Pero los dos hechos sirven para ejemplificar cuánto tiempo son dos años en política. También sería un error creer que ahora es Clarín quien está vencido y no comprender que seguirá siendo el más importante jugador de los medios de Argentina por mucho tiempo. Esa tendencia a dar por muertos a quienes gozan de buena salud es resultado de la ansiedad que anticipa los acontecimientos, adecuando los tiempos a los deseos y no a la ponderación de datos objetivos:
 
1) Que la Presidenta con su enfermedad aumentó significativamente su imagen positiva.
 
2) Que aun con la derrota electoral, el kirchnerismo seguiría con la posibilidad de controlar las dos cámaras del Congreso.
 
3) Que a pesar de todos los desastres en el manejo económico, aún les quedan herramientas para evitar una debacle.

No es mi deseo, señor De Cillis, que el kirchnerismo resurja de sus cenizas (aprovecho a pedirle que por favor continúe siendo nuestro lector). Por el contrario, pretendo hacer una descripción de la realidad lo menos contaminada de mis propios deseos.
 
Aún con el fin de que se cumplan verdaderamente esos deseos, es necesario tener un correcto diagnóstico para poder construir estrategias verdaderamente superadoras. Estoy muy lejos de ser kirchnerista, fíjese que hasta el propio consultor de Macri, Jaime Durán Barba, en la edición especial de Perfil post electoral escribió: “Cristina conserva una fuerza importante, Scioli es un buen candidato y juntos pueden dar una sorpresa representando a muchos argentinos que quieren que siga el “modelo”.

Tampoco hay que creerse que Jorge Capitanich será el seguro nuevo presidente y continuador del kirchnerismo en 2015. Quizás la sobreactuación de Abal Medina ninguneando a Scioli y trayendo forzadamente a la escena de la noche del domingo al triunfante gobernador de Chaco no sea una demostración sólo de fuerza, sino de posible debilidad frente a un Scioli a quien le estaban marcando la cancha para forzarlo a negociar un capitulación más honrosa del kirchnerismo, diciéndole algo así como “ojo que no sos la única carta que tenemos”.

El viernes de la semana próxima se cumplen los 30 días de reposo mínimo prescripto a la Presidenta. 

Es una incógnita cómo regresará: golpeada emocionalmente por la constatación de los límites de su cuerpo y la finitud de todo lo humano, o fortalecida por un descanso de un mes que le permitirá renovados bríos y que como regalo de recibimiento tenga la Ley de Medios.

En la columna del día después de la elección (antes del fallo de la Corte), escribí: “Ayer, entonces, no comenzó el fin del kirchnerismo como quieren ver quienes no sólo discrepan con el Gobierno sino que también los irrita. Lo que ayer se oficializó fue el fin de la hegemonía no sólo del kirchnerismo sino del PJ, y no porque se vuelva a generar el bipartidismo radical-peronista y su alternancia, sino por la creación de un sistema de balances y equilibrios en algo que podría definirse como tetrapartidismo, con cuatro sectores que pueden aspirar a entre el 15 y el 30% del total de los votos, lo que hará imprescindibles los ballotages y una gobernabilidad basada en alianzas o concesiones recíprocas. (...) 

No están las cartas echadas. La política argentina recupera un equilibrio después de la crisis de 2001, un equilibrio diferente,”
 
A pesar del fallo judicial a favor del Gobierno, sigo pensando lo mismo.

© Esrito por Jorge Fontevecchia el viernes 01/11/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 



sábado, 18 de mayo de 2013

Elecciones e indecisos… De Alguna Manera...

Clima enrarecido, pronóstico reservado...

Corrida del dólar, protestas masivas, denuncias de corrupción, reforma de la Justicia sin debate y con ajustadísima mayoría parlamentaria… ¿cómo sigue la película de la política argentina? Al oficialismo se lo ve a la defensiva, a la oposición, bajo el estímulo de un clima convocante, pero siempre desorientada. Y las tendencias electorales continúan inciertas. 
Detrás de esos temas no menores, y bajo las humaredas que ellos levantan, hay una ciudadanía expectante cuya agenda no es la misma que la de los políticos y los ciudadanos políticamente alineados. Aquí, como en casi todas partes, los votantes indefinidos terminan decidiendo el resultado electoral. La diferencia es que en otras partes las campañas electorales ponen el foco en esos votantes volátiles, mientras en la Argentina la comunicación política –tanto la del oficialismo como la de los opositores– parece encandilada con los votantes ya alineados y no se ocupa de los indefinidos. Obviamente, hay una masa no menor de ciudadanos que saben que votarán las listas oficialistas, y otra masa no menor de ciudadanos que saben que las listas del oficialismo no las votarán. ¿Quién habla para los que están indefinidos? 
Hay dos indicios muy significativos acerca de estos últimos, y algunos datos ciertos. Lo cierto es que en octubre de 2011 aproximadamente la mitad de ellos votó para presidente a Cristina de Kirchner; la otra mitad, a falta de un candidato con fuerza polarizadora, dispersó su voto. Con esos votos, la Presidenta pudo superar el cincuenta por ciento; ellos fueron decisivos para su triunfo; y no son votos regalados, hay que conquistarlos cada vez. Los indicios: primero, son votantes poco ideológicos, poco generalistas; demandan respuestas específicas a problemas específicos, valoran en alto grado la gobernabilidad. Frente a esas demandas, la Presidenta hasta ahora corrió con ventaja. 
El segundo indicio lo ofrecen las preferencias de esos votantes por los dirigentes políticos. Son esos votantes “swing”, sin preferencias definidas de antemano, quienes hoy entronizan a Daniel Scioli y a Sergio Massa en la tabla de posiciones de la imagen positiva en las encuestas. No están buscando más oficialismo ni más oposición, sino precisamente lo que esos dirigentes encarnan con sus aparentes ambigüedades. Recuerdan al memorable “no positivo” de Julio Cobos en 2008, que a esa gente le cayó muy bien. 
Esos votantes que terminan inclinando la balanza electoral tienden a no reaccionar ante promesas, diagnósticos o pronósticos. Más bien reaccionan ante los hechos y ante las respuestas de los gobernantes a los hechos. Cuando el desempleo era muy alto y la pobreza muy extendida, plantear ayuda familiar, impulsar jubilaciones y subsidiar servicios públicos fue una respuesta muy bien valorada; eran soluciones, no promesas. Ahora los problemas más acuciantes son la pérdida de poder adquisitivo de los ingresos –esto es, la inflación–, la mala calidad de los servicios públicos –sumada a la falta de respuesta de los gobiernos a las incidencias trágicas que se derivan de ellos–, la declinante calidad de la educación –donde convergen la falta de horas de clase por paros y ausencias docentes con la incapacidad del sistema para cumplir la función de enseñar–. Pero ahora, de todo eso no se habla desde la política. 
Los mensajes del Gobierno a veces rondan lo insólito por el desajuste con las expectativas de sus propios votantes. Pero lo que más resalta es la enorme concentración de la atención del oficialismo en asuntos como la Ley de Medios, la reforma judicial o la re-reelección, que en el mejor de los casos a mucha gente no le interesan y, cuando le interesan, tienden a decir que no. El argumento de que así mal no les ha ido no se sostiene: no fue así como al actual oficialismo le fue bien, no fue hablando de lo que a la gente no le interesa o no le gusta, sino de lo que a la gente le resolvía problemas.
Los mensajes de la oposición también se mueven entre la irrelevancia y lo insólito. De lo que más hablan los dirigentes opositores es de lo poco que se entienden –o lo mal que se llevan– con otros dirigentes opositores. Ni siquiera pueden mantener en bajo perfil sus negociaciones tentativas. Luego, hablan de generalidades que al electorado no definido no le dicen nada. Y cuando, inesperadamente, tocan un tema de preocupación general, no se les ocurre nada más extraordinario que pedir una devaluación. Desde hace treinta años, si en algo la sociedad argentina se mantuvo igual a sí misma fue en su persistente adhesión a la estabilidad de precios y a la estabilidad del tipo de cambio. Recuerdan a Duhalde propiciando en su campaña de 1999 la devaluación… así le fue. 
No se sabe cómo sigue la película, pero sería deseable que sus guionistas consideren seriamente rodarla con varios finales distintos. 
© Escrito por Manuel Mora Y Araujo, sociólogo, el sábado 11/05/201 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.