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martes, 1 de enero de 2013

Reportaje a Hermenegildo "Menchi" Sabat... De Alguna Manera...


"Esto es una presión para que deje de dibujar"…

Caso. "Como hay una obsesión con el Grupo Clarín, y particularmente con el diario, te diría que no soy el dueño del diario, nunca aspiré a otra cosa que hacer lo que hago y en el diario nunca me dijeron lo que tenía que hacer."

Sus dibujos enfurecieron al kirchnerismo. En 2008, la Presidenta lo llamó “cuasi mafioso” y ahora lo acusaron de misógino. Dice que esto no le pasó ni en la dictadura, cuando dibujó a Videla como una viuda. Cree que Cristina no está preparada para soportar el ejercicio del poder.

La caricatura política ha sido, desde los lejanos tiempos en que Ramón Columba se burlaba de los legisladores y las sesiones del Congreso de la Nación, una tradición que permanece vigente, en particular gracias al talento de Menchi Sábat.

—Columba era taquígrafo del Congreso –recuerda Sábat– y por eso tenía a todos los políticos a su alrededor. Se familiarizó con ellos y sacó entonces una espléndida revista que se llamó Páginas de Columba, que tenía dibujos magníficos. Eran las postrimerías de la década del 20 y entre sus colaboradores figuraba nada menos que Guillermo Divito…

—¡Divito! El creador de “la chica Divito”, que con sus curvas enloqueció a más de una generación.
—Yo he conservado algunos ejemplares en los que ya aparece la firma de Divito, que en la década del 40 avanzó con Rico tipo. Además, Divito tenía una cualidad muy elogiable: nunca sentía celos por el talento ajeno, cosa que no abunda en la vida… Y de esa generación no quiero dejar de mencionar a un hombre, Oski (en realidad se llamaba Oscar Conti), que no se caracterizaba por elogiar muchas cosas, y sin embargo hablaba maravillas de Divito. Pero volvamos a Columba: vos sabés que fundó una editorial, sacó la revista El Tony e inventó una historieta que se llamaba Raco el extra. En realidad jugaba con las iniciales de Ramón Columba, y en la tapa aparecía la tira de Mandrake.

—También, durante la Segunda Guerra Mundial, Lino Palacio con el seudónimo “Flax” publicaba crónicas de la época.
—Sí –interrumpe Sábat–, pero fijate que Lino Palacio (que personalmente era un hombre encantador) se tomó la guerra con mucha liviandad. Para él eran lo mismo Hitler que Churchill, o Il Duce y Roosevelt. No me gusta hablar mucho de ese tema, pero evidentemente Lino no tomó la guerra como la tragedia que realmente fue.

—Ahora, Menchi, te toca a vos. En Plaza de Mayo te llamaron “cuasimafioso” y según José Pablo Feinmann, te gusta pegarles a las mujeres.
—Bueno, yo estoy muy triste y hasta un poco desordenado internamente por este asunto. Yo esperé muchos años para tener este trabajo. Mucha gente, antes de los 37 años, hubiera tirado la toalla, ¿no? Entré al diario La Opinión en 1971–recuerda– y el diario no podía competir en calidad de impresión con Clarín, Nación o La Prensa (que todavía se mantenía). La Opinión se imprimía en los talleres del Tageblatt y, entonces, lo que parecía ser una emulación del legendario Le Monde de París (que no publicaba fotografías) prefirió justamente utilizar una tecnología anterior, casi diría pretérita, con dibujos lineales. Entonces me contrataron a mí, y esto cambió mi vida. Era la posibilidad de trabajar en algo que, de algún modo, colmaba mis deseos y mi vocación. Pasé dos años en La Opinión, hasta que a fines de marzo de 1973 y hasta ahora trabajé en Clarín. Quisiera que sólo hubieran pasado cuarenta minutos y no cuarenta años. Como decían los ingleses, “la vida empieza a los 40”. Pero lo que me llama la atención en estos momentos es el ataque indiscriminado. ¿Por qué?

—Es público y notorio que la diputada Cerruti y el filósofo José Pablo Feinmann te han acusado de las peores violencias contra las mujeres por haberle pintado un ojo morado a la Presidenta a raíz de la multitudinaria manifestación del 8 de noviembre.
—Te diré que esto me llama mucho la atención. ¿Por qué? Fijate que bajo la presidencia de la señora María Estela Martínez de Perón...

—… cuando López Rega, su ministro, crea la asociación terrorista de la triple A…
—… yo dibujé cosas que, comparadas con ésta, eran violentísimas. E incluso, años después, con la ingeniera María Julia Alsogaray. Y nadie dijo nada. Ahora resulta que, por un lado, soy misógino. ¿Qué tendría que haber dicho entonces el señor Menem? ¿Que soy homofóbico? Cuando hoy leí la nota acerca del comentario radial de José Pablo Feinmann me encontré con que deriva mi dibujo a lo que hacen los hombres en México con sus mujeres, “a las que matan como ganado…”, dice. Cosas que no pasarían por la cabeza de nadie aquí en Buenos Aires. Incluso habla de Picasso (“Picasso y Dalí eran mucho más maestros, pero Picasso nunca lo dibujó a Hitler pegándole una piña a una mina…), y si hubo un artista realmente genial que se dedicó a destrozar a la mujer fue justamente Pablo Picasso. Sin entrar en un juego de cotejo, basta con ver la reproducción de su obra. Pero acá, evidentemente, tengo una sensación de inseguridad personal por lo que pueda pasar después de las elecciones del año que viene. Una sensación que puede llevar a la gente a este tipo de cosas, de acusaciones, por miedo a perder su programa en una radio o una banca en la Legislatura. Realmente no lo entiendo. Lo único que puedo decir es esto: yo me ocupo de mi trabajo. No aspiro a otra cosa que no sea mi trabajo, que vengo haciendo desde hace unas cuantas décadas… Yo nunca recibí advertencias de este tipo. Es una cosa muy triste. No me ocurrió siquiera durante la dictadura militar.

—Y eso que dibujaste a las famosas “viudas” del Proceso, que eran ni más ni menos que los miembros de la Junta Militar.
—Bueno, ese dibujo se publicó cuando era presidente el general Reinaldo Bignone y las viudas enlutadas eran Videla, Viola, Galtieri y Bignone. Y nadie dijo nada. Pero esto no quiere decir que yo sea bueno. No me voy a rasgar las vestiduras, pero… no sé. Evidentemente es una presión para que yo deje de dibujar. Sin duda alguna.

—¿Como ves al gobierno? ¿Fascista, autoritario?
—A mi me resulta difícil juzgarlo de una manera rotunda. Creo, sí, que no es un gobierno para todos, más allá del eslogan que ellos plantean. Es un gobierno para ciertos sectores. No para todo el mundo.

—¿Y cómo ves la personalidad de Cristina?
—Ella tiene una personalidad muy compleja. La gente que aspira al poder se supone que debería estar entrenada para eso y para tolerar las cosas que suceden cuando ellos están en el poder. Daría la sensación que la Presidenta no está totalmente segura. Esta es la sensación que transmite.

—No es extraño que los intelectuales no coincidan con sus gobernantes, y por eso tampoco se los llama “cuasimafiosos”, como cuando le dibujaste unas curitas en la boca a la Presidenta. ¿Qué quisiste decir para que lo haya interpretado así?
—Lo que yo veía y escuchaba en esos momentos (exactamente abril de 2008) era que la señora Presidenta hablaba dos o tres veces por día. Nada más que eso. Pero, evidentemente, acá estamos frente a algo que ha pasado hace cuatro años y medio. Y ésta es la segunda advertencia. Como aquí hay una cuestión monotemática y una obsesión con el Grupo Clarín, y particularmente con el diario, te diría que yo no soy dueño del diario; nunca aspiré a otra cosa que hacer lo que hago, y en el diario nunca me dijeron tampoco lo que tenía que hacer. Y siento por eso un genuino agradecimiento. Creo que la gente tiene que ser respetada como persona y hay que dejarla hacer lo que realmente sabe hacer. Y esto es un poco lo que a mí me ha pasado: me respetan como persona pero tampoco me meto en el puesto de otro. Ni peleo ni hago lo que no tengo que hacer. Pero insisto en que creo que algunos desean que yo no trabaje más.

—Es muy posible. Hay gente a la que le molesta la oposición inteligente: por ejemplo, si después de la marcha del 8 de noviembre hubieras dibujado a la Presidenta con el corazón desgarrado, no habría producido demasiados comentarios porque hubiera resultado ridículo.
—Aparte, hay otra cosa: durante la década del 30, Hitler y Goebbels, en particular, se dedicaron a perseguir a artistas a los que llamaron “degenerados”. Incluso organizaron una exposición en la que estaban, por ejemplo, Paul Klee, George Grosz… todos grandes artistas alemanes y, aunque no te lo afirmo, yo creo que va a perdurar más el expresionismo alemán que el surrealismo. Además, hay algo que dijo Picasso: “El arte no representativo nunca es subversivo”, que es importante recordar y les cuadra a estos artistas. Aquí, en Argentina –hilvana Sábat–, durante la década del 30 y del 40 la revista Rico tipo en particular tuvo un papel destacado. Allí había gente de la legendaria Patoruzú. Caras y Caretas, a su vez, cumplió una función extraordinaria en el periodismo del país pero murió (de muerte natural) en 1936. En 1941 o ‘42 apareció Cascabel, pero ya en el ‘44 los gobiernos eran militares. Entonces, en vez de hacerse caricatura política se creaban historietas que eran arquetipos populares. Por ejemplo, Fúlmine, que era un tipo que traía mala suerte, o El otro yo del Dr. Merengue, que expresaba los pensamientos secretos de un hombre en su madurez. También se destacaba Pochita Morfoni. En una palabra, no había una representación de lo que realmente ocurría sino que, repito, se trataba de arquetipos populares. Como decía Winslow Homer, “lamento haber pintado un cuadro que precise explicación”.

—¿Y cuándo se retomó la caricatura política?
—Recién en la época de Frondizi con Landrú, a quien Onganía, con su enorme bigote, le cerró la revista Tía Vicenta porque lo llamaba “la morsa”. Ese cierre le valió a Colombres el premio Moores Cabot, muy importante.

—A los gobiernos autoritarios nunca les han gustado las caricaturas. Por eso me llama mucho la atención que un hombre inteligente como José Pablo Feinmann no pueda visualizar esa realidad. Rarísimo.
—Sí, es una cosa muy extraña. Yo creo que únicamente el ensimismamiento (que lleva al fanatismo) puede permitir esas cosas, ¿no es cierto? Yo no voy a juzgar la sapiencia del señor Feinmann en su presunta cualidad de filósofo. Me causa gracia… No me gusta que un individuo se autocalifique… Sinceramente yo les disparo a esas cosas. Siempre me acuerdo, en cambio, de Julián Centeya (el seudónimo de Amleto Vergiatti), que era un reo porteño y se había mandado hacer unas tarjetas que decían: “Julián Centeya. Pobre” –Menchi se ríe francamente–. Así como otros se presentan como abogados o médicos, para Centeya su tarjeta de presentación era ser “pobre” de profesión. Ahora bien, cada uno sabe a qué filósofos atender. En 1973, cuando fue derrocado violentamente Salvador Allende, aparecieron por Clarín unos periodistas franceses que trabajaban en una publicación incipiente que se llamaba Libération…

—Un diario muy a la izquierda…
—Exacto. Sartre estaba allí. Los franceses me pidieron entonces que les hiciera un dibujo de Pinochet, cosa que hice de inmediato. También me dijeron que no tenían plata para pagarme, pero les contesté: “Yo, lo que quiero, es un manuscrito de Jean Paul Sartre”. Y me lo mandaron, cosa que yo venero. Imaginate un manuscrito de puño y letra de ese hombre. Curiosamente, con los años, en alguna librería especializada conseguí tres libros originales de Sartre dedicados, no voy a decir a quién porque sería una denuncia ingrata. Pero a lo que voy es que Sartre y Albert Camus, por ejemplo, son los individuos que yo leía con intensidad cuando era un adolescente. Esas cosas repercuten positivamente con los años porque esa gente nunca dejó de pensar lo que tenía que pensar. Es decir, muy probablemente el único que descreyó de Sartre fue Alberto Giacometti, un artista, un escultor extraordinario que ahora se está exponiendo en la Boca. El era de origen suizo, y en una de las biografías de Giacometti leemos que tanto Sartre como Simone de Beauvoir le pedían que se mudara al elegante boulevard Raspail, y Giacometti nunca quiso salir del lugar polvoriento donde dormía cada noche. Y con este agregado: cuando Giacometti comenzó a ganar mucho dinero con la venta de sus magníficas obras, les pagaba departamentos carísimos a las damiselas que frecuentaba en los boliches a los que concurría todas las noches Es decir… repito: cada uno tiene los filósofos que quiere y, hoy día, los filósofos que merece. Pero me parece una exageración cuando Feinmann me llama “ignorante”. Sin duda soy ignorante, porque todos los días aprendo algo nuevo, pero no me titulo “filósofo”. Esa es la diferencia.

—Además, Feinmann te llama “ignorante”. Pero ¿ignorante de qué?
—No sé… yo creo que, a pesar de que soy un tipo casi muy viejo, siempre tengo el deseo de aprender algo. Pero ciertamente no voy a aprender a partir de las cosas que digan de mí –se ríe–. Voy a aprender, en cambio, de las cosas que he perdido de aprender “antes”, y esto es mucho. Y necesito seguir aprendiendo, gracias a lo cual todavía me siento vivo.

—¿Esta actitud de Feinmann no daría la sensación de que no entiende muy bien lo que significan el humor y la representación del humor?
—Bueno, el humor, el “buen” humor, está siendo sustituido por el “mal” humor. Y aquí entonces no caben dudas de que el “mal” humor es algo que está inyectado para autodefenderse. No lo usa para defender a la señora Presidenta sino para autodefenderse. Entonces no veo por qué tiene que atacar al voleo. Y puedo decir con tranquilidad que yo me siento afectado. No soy de duro aluminio. Ni ando con corazas. Y una cosa de éstas a mí me duele mucho. Lo mismo que lo que ocurrió en la Legislatura la semana pasada.

—Cuando Gabriela Cerruti te increpó…
—Yo leí el libro que escribió esta señora. Se llama El jefe, y allí cuenta (y es un libro que todavía circula y nunca fue censurado) que por las palizas que le propinaba Carlos Menem a Zulema su mujer, ella abortó dos veces. Y a mí me pareció muy valiente de parte de Cerruti que comentara ese hecho. Creo también que es una señora que ha practicado el periodismo. Entonces, me llama la atención que habiendo sido tan abierta para contar cosas íntimas se horrorice frente a mi dibujo… Aquí la confusión viene por una cosa que hay que recalcar: si yo estoy atacando al género femenino estamos ante una materia muy delicada. No voy a pedir permiso cada vez que dibuje a una mujer. Yo hago cada semana una cosa que se titula Gente imprescindible. Allí he puesto a una cantidad de mujeres. A Niní Marshall; la semana pasada a Victoria Ocampo, una mujer admirable sin duda y gracias a quien este país pudo tener la visita de Stravinsky, el conde Keyserling, Rabindranath Tagore… He dibujado a muchas mujeres más y nadie se ofendió por el retrato de Victoria Ocampo comparado con el de la señora Presidenta. No pasa nada porque, aparte, esto es insignificante. Pongamos las cosas en su lugar: en la historia del periodismo argentino y en mi vida personal. Ahora bien, aquí el señor Feinmann también avanza con respecto al Uruguay. “En el Uruguay no son peronistas”, dice. Pero ¿qué tiene eso de malo? Mi madre nació en La Boca, mi padre era profesor de literatura y en casa no había dinero pero había muchos libros. Así es que yo he leído mucho. Cuando mamá quería hablar con sus padres los llamaba cada semana por teléfono desde Montevideo. Y, por supuesto, hablaba de cosas coloquiales. De familia. “¿Cómo está la tía?”. Pero siempre aparecía una voz en el medio que decía que había que terminar la conversación. Era otra época. No existían los avances tecnológicos con los que contamos hoy, pero aparecía un intruso que impedía la conversación.

—Pensaría que lo de la tía era una clave.
—Probablemente. Estamos sospechando tanto que se ha llegado a este tipo de cosas; en definitiva, el motivo principal es dividir a la sociedad. Dividirnos. Y generar una presunta lucha de clases absolutamente “trucha”. Y utilizo este término bien reo. La lucha de clases aquí es “trucha”. Yo no soy mejor por no dibujar. Al contrario: creo que una de las cosas que he aprendido es a leer “críticas” de arte sobre cosas que he hecho. Y ahí se aprende que las cosas que uno hace pueden no gustarle a la gente. Mala suerte. Yo no puedo cambiar a esta altura, pero me llama la atención que por una cosa insignificante se haga tanto barullo.

—Demuestra una gran debilidad frente a la crítica.
—Estoy totalmente de acuerdo. Hay una inseguridad esencial en este asunto y una cola de paja muy larga. Fijate que antes de la aparición del famoso El mosquito hubo una revista llamada Antón Perulero, y no “Pirulero”, que compré en San Telmo. Y allí están todos: Vélez Sarsfield, Mitre, Sarmiento, Nicolás Avellaneda. Incluso, gracias a esa publicación me enteré de que Avellaneda era de muy baja estatura y andaba con zancos. Es una forma de aprender la historia que a mí me ha ayudado mucho. Lo mismo que con Caras y Caretas. Pero esa gente era respetada. Los dibujos de El Mosquito y de Antón Perulero eran (como se dice ahora) “dibujos militantes”. Las revistas estaban contra esa gente, y las redacciones se componían de gente que expresaba lo que pensaba y nadie sospechaba de ellos.

© Escrito por Magdalena Ruiz Guiñazú y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Diciembre de 2012.



lunes, 22 de octubre de 2012

Envenenados... Ernesto Laclau... De Alguna Manera...


Envenenados…
Todo sucedió en una misma edición, caso curioso de acontecimiento duplicado en una sola jornada. Lo hizo PERFIL o, mejor dicho, le pasó a PERFIL, y se trata de un procedimiento que vale la pena subrayar, destacar y visibilizar. En esencia, demuestra el océano de acrimonioso veneno que ha sido inyectado en las venas cerradas de la Argentina. En la edición del domingo pasado, 14 de octubre, PERFIL dedicó el título de su portada, lugar elegido por los editores para los temas y firmas que juzgan más importantes, a una gran foto del profesor británico Ernesto Laclau (1935), bajo la cual la frase en caracteres más pesados era “Operativo clamor en la Corte”. Arriba de la foto de Laclau, que ha vivido más de la mitad de su vida en el Reino Unido, la volanta rezaba: “Así piensa el padre filosófico del cristinismo”. Una frase de Laclau era reproducida como epígrafe de su foto: “El constitucionalismo busca mantener el poder conservador”.

El texto propiamente dicho ocupó una página y media de este diario. Eran 2.454 palabras (15.279 caracteres con espacios), más del doble de lo que ocupa esta columna semanal. Pero Laclau aparecía firmando algo que él no había enviado a PERFIL. Como explicaba correctamente el diario en nota al pie, se trataba de la transcripción de la conferencia del teórico en el ciclo “Debates y combates”, ofrecida el viernes 12 en Tecnópolis y financiada por la Secretaría de Cultura de la Nación. Al pie, la productora del trabajo, Silvina Márquez, puntualizaba prolijamente: “Laclau se niega a dar entrevistas a PERFIL”.

Ese mismo día, el excelente suplemento Cultura de este diario, editado por Guillermo Piro, dedicó dos de sus 16 páginas (6.190 caracteres con espacios, en 1.054 palabras) a reseñar una antología crítica de la poesía de los años 90 titulada “La tendencia materialista” y publicada por la editorial Paradiso. El artículo, firmado por Gonzalo León, fue titulado “La visión marxista de la creación poética”. El texto comentaba con lujo de detalles los trabajos poéticos de Alejandro Rubio, Fernanda Laguna, Sergio Raimondi, Martín Gambarotta, Fabián Casas, Washington Cucurto y Juan Desiderio. Pero hubo un problema, que León tuvo que destacar al pie de su trabajo. Los compiladores (Violeta Kesselman, Ana Mazzoni y Damián Selci) le dijeron al redactor que “por el momento no queremos hablar para PERFIL, ni para La Nación ni para Clarín”.

No es la primera vez, ni será la última. He visto con admiración no exenta de desconcierto los magnos esfuerzos hechos por este diario, y sobre todo por su fundador Jorge Fontevecchia, para acercar a estas páginas el pensamiento y las ideas de intelectuales y comentaristas adictos al Gobierno, a quienes se les ha deparado aquí larguísimas páginas para que se expresen. En este diario han hablado cuanto y de lo que quisieron, figuras como Ricardo Forster. Horacio González y José Pablo Feinmann, para mencionar a los oficialistas más mediáticos e incontinentes del micrófono. No una, sino en muchas oportunidades, han sido consultados y sus palabras han sido reproducidas aquí. Este es, además, el diario que ha premiado a Horacio Verbitsky, quien al recibir el galardón hace dos años lo primero que hizo fue anunciar desde el podio que él discrepa totalmente con lo que calificó como “la ideología (sic)” de PERFIL.

No pueden consigo mismos, son irremediables. Atosigados de vociferante odio interior, abominan incluso de quienes los convocan para que se expresen. Calculo que PERFIL publicó las palabras de Laclau atendiendo a que es la figura intelectual más lustrosa del cristinismo. Se lo suele considerar como el pensador más culto y riguroso del oficialismo. No pienso lo mismo que PERFIL; antes bien, Laclau me parece superficial, antiguo, pedante y –sobre todo– profundamente democrático. Pero lo importante es que este medio tuvo que apelar a grabar las enormidades de este anglo-argentino, porque él no se dignó a conceder un reportaje a quienes considera enemigos. De antigua prosapia trotskista, este Laclau es una caricatura pintoresca de Lev Davidovich Bronstein, un sofisticado intelectual judío que amaba la polémica y procuraba el debate. Laclau se enrola más bien de la raigambre ideológica del asesino de Trotsky, Stalin. Los compiladores (¿camporistas?) de esos poetas marxistas se perfilan como el equivalente argentino de los temibles guardias rojos de China, que hace cuatro décadas quemaban obras y producciones artísticas al compás de la “gran revolución cultural” desatada por la tiranía de Mao.

¿Incurables? Sí, eso son hoy, al menos en lo actitudinal, irremediablemente embriagados de un mesianismo grueso y persistente, que se turbopropulsa a sí mismo. Para estos nuevos mandarines, o se es tropa o se es enemigo, no hay opciones. ¿Cómo van a darle un reportaje a PERFIL? ¿Cómo van a dignarse a hablar con un medio cuyos periodistas y columnistas somos una pútrida carne de cañón al servicio mercenario de intereses “destituyentes”? Proceden y razonan desde un antiliberalismo rancio y hosco: no hay debate de ideas, hay guerra. El rival es enemigo porque no le reconocen entidad civil. Recuerdo la torpe chanza de Ricardo Forster, cuando en un programa de televisión que nos juntó una noche, meses después de que Néstor Kirchner le ordenara a Alberto Fernández que me echara de Radio Nacional, se me acercó y me dijo, risueño: “Vos deberías tener un programa en Radio Nacional”. Cuando le aclaré que era ridículo su sarcasmo, que ya me habían expulsado, pero que lo importante es que en el disco rígido de la tropa mediática oficial lo central es manejarse sin pensamientos diferentes, me preguntó: “¿Por qué decís eso? La otra noche en 6,7,8 me cruzaron con Sandra Mihanovich, que no es kirchnerista...”.

Desde un pensamiento liberal, ofrecer todas las perspectivas es natural, además de recomendable. El conflicto deriva de los lenguajes diferentes, cuando son meras arquitecturas retóricas que encubren un totalitarismo visceral. Desde ese lugar sombrío y belicoso surge una paranoia sistémica: un reportaje es una trampa, un periodista no adicto es un operador enemigo, un medio no colonizado es un campo minado. El veneno es implacable, no hay neutralidad, sólo hay conflagración. Melancólica resignación a la hora de hacerse una pregunta fatal: ¿cuál será la frontera entre la ingenua rectitud y la candorosa funcionalidad a los proyectos antidemocráticos? ¿No estaremos ante un auténtico choque de civilizaciones?

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.

martes, 9 de octubre de 2012

Hay que ayudarla… De Alguna Manera...


Hay que ayudarla…

 ¿JUAN DOMINGO FERNÁNDEZ? Dibujo: Pablo Temes.

¿Cristina lo permitirá? Los problemas del neofrepasismo light. El círculo que daña a la Presidenta. Y las trampas K a la ley.

Astuto, el senador Ernesto Sanz afirmó que el gobierno de Cristina está destruyendo el mito de que el peronismo sabe gobernar. Y puso mega ejemplos en los que la mala praxis nos hizo retroceder años y colapsar, como en el esquema energético y de transporte, con la delirante cifra de 76.205 millones en subsidios. Sugiero un debate todavía más provocador y pregunto: ¿Es el peronismo el que está gobernando? Si los problemas más graves fueron generados por Nilda Garré, Héctor Timerman, Juan Manuel Abal Medina, Axel Kicillof, y si el comandante de la madre de todas las batallas es Martín Sabbatella, el entorno de Cristina se parece más a un neofrepasismo testimonial y livianito que al poderoso y flexible justicialismo, capaz de anticipar conflictos y encauzarlos posteriormente con su pragmatismo genético.

Si los principales voceros de Cristina contra los imaginarios golpistas son Edgardo Depetri, Hebe de Bonafini, Luis D’Elía y Juan Cabandié, y si sus soportes culturales son Fito Páez y José Pablo Feinmann, se confirma que hay una preferencia presidencial por los que expresan el 10% de los votos.

Tal vez Cristina haya pretendido mejorar al peronismo. Convertirlo en un partido menos corrupto y corporativo y más republicano era una buena acción. Pero lo que está logrando es reemplazar el justicialismo por una fuerza propia temerosa de cuestionarla, infinitamente más débil, inexperta e ingenua, que todo lo explica como un complot de Magnetto. La política, la administración de las diversidades y el disciplinamiento de las corporaciones son algo mucho más complejo y sofisticado que el blanco y negro como única bandera. El verso conspirativo se vació de contenido, se agotó. Sólo produce risa cuando llega al paroxismo de Julio Alak, que atribuyó la rebelión “caradespintada” a Clarín. Ni hablar de los papelones con nombre y apellido: Leandro Despouy y el juez Raúl Tettamanti.

¿Se han erosionado aquellos históricos 12 millones de votos de la reelección? Es difícil asegurarlo. Sólo las urnas tienen la verdad, y para eso hay que esperar hasta 2013. Pero la fortaleza de un gobierno también se mide por lo que es capaz de construir y destruir. La fragilidad actual no ha logrado siquiera poner en caja a Daniel Peralta, que los desafía tal como está desafiándolos medio mundo. Ocurrió lo que tenía que ocurrirle a un gobierno que atacó con inédita ferocidad a sus adversarios. Apenas tuvo un tropiezo, todos los maltratados le saltaron a la yugular. Ya utilizaron la más vigorosa batería de operaciones contra el gobernador de Santa Cruz y ahí está, vivito y coleando, chicaneando al mismísimo Máximo Kirchner, que es la segunda persona más poderosa del país. El Gobierno sigue castigando como siempre, pero ahora sus golpes casi no duelen.

Pocos han dañado tanto a la Presidenta como los que le hicieron el regalito del Decreto-Mamarracho 1.307. Son los que parieron un motín tan inédito como peligroso. No porque la intención de los prefectos y los gendarmes sea derrocar a Cristina. Jamás se manifestaron como golpistas, pero su sola presencia insubordinada fue un alerta inquietante que destruyó la cadena de mando, la columna vertebral de toda fuerza jerárquica. Ellos reclaman mejor trato y más salario. Pero es riesgoso para el sistema democrático porque algunos grupúsculos fascistas se montaron sobre esa protesta y reaparecieron dinosaurios del terrorismo de Estado como Cosme Beccar Varela, Alejandro Biondini, o el apellido Seineldín como pancarta.

Se necesita ahora una operación quirúrgica muy prudente para recomponer lo que el Gobierno dinamitó con impericia y soberbia. Es correcta la idea de que los jefes sean los encargados de satisfacer algunas demandas de sus subordinados. Todo lentamente y con mucho cuidado, para no contagiar la protesta a otra fuerza y sin sanciones brutales que multipliquen la cantidad de uniformados indignados.

Es incorrecta la intención de patear la pelota hacia delante para deshilachar los planteos de las fuerzas de seguridad. En lo físico y anímico son muchachos que no se desgastan fácilmente. Están acostumbrados a la intemperie territorial y afectiva. Pero es una bomba de tiempo que gente que no sabe negociar y no tiene tradición de debate y asamblea se sienta acorralada. Puede salir un tiro para cualquier lado, y nunca para el lado bueno. Esta es una alerta roja que supieron ver Julián Domínguez y los diputados opositores que dejaron por escrito lo básico: dentro de la democracia, todo; fuera de ella, nada.

La sucesión de torpezas oficialistas nace de la imposibilidad de reconocer el mínimo error o escuchar alguna crítica. El senador Luis Juez dijo, escatológico pero eficaz, que “los cristinistas parecen bioquímicos: siempre están analizando las cagadas ajenas y nunca las propias”. Conoce el tema: es hijo de un suboficial del Ejército que murió sin la sentencia de la Justicia que certificara la ilegalidad de los pagos en negro. Otra vez: ¿cómo combatir la ilegalidad del trabajo informal desde un Estado que es el que más negro utiliza?

Esa presunta picardía de gambetear o directamente violar las normas es uno de los grandes fracasos del Gobierno. Todo por izquierda y no “de izquierda”. Siempre la trampita. Dividir todo lo que se mueve, “puentear” a gobernadores, poner doble comando en todos los organismos, desconocer los fallos de la Corte. ¿De qué le sirvió al Gobierno pagar con el eufemismo encubridor de los aumentos no remunerativos? El resultado fueron juicios por todos lados y una distorsión en las nóminas salariales que potenció la bronca entre integrantes de la misma fuerza, donde uno cobraba el doble que el otro con iguales tarea y cargo. El fin de ahorrarse unos pesos y castigar a los retirados porque “son todos golpistas” fue un remedio peor que la enfermedad. Lo mismo ocurrió en varios planos. ¿O la piolada del que se las sabe todas y malversa las estadísticas del Indec dio algún beneficio a Cristina?

¿Y la ficción de decir que la Ley de Medios es para democratizar la palabra cuando en realidad es para monopolizarla? La farsa se evaporó en el aire el día del cacerolazo que el amigopolio ignoró, y eso produjo que TN trepara hasta los diez puntos de rating. En lugar de diversificar las voces, hasta ahora achicaron todos los espacios de la libertad de expresión. Ir por todo es arriesgarse a quedarse sin nada. No se puede pedir respeto por la autopista de la ley si el Gobierno es el primero que va por la colectora y todo el tiempo busca atajos que rompen las reglas. Hay que ayudar a Cristina y rogar que se deje ayudar.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 6 de Octubre de 2012.

martes, 31 de julio de 2012

Cristina, el INADI y el Estado “mongo”… De Alguna Manera...

Cristina, el INADI y el Estado “mongo”…


Una desafortunada mención de la presidente que pasó inadvertida. Fue tal la trascendencia y discusión que provocó el anuncio de presentación oficial del nuevo billete con la efigie de Eva Perón, que una polémica frase en el discurso de la Presidenta —luego de cuatro días— parece haber pasado casi desapercibida.

“Llama mucho la atención la premura, la rapidez cuando se trata de condenar al Estado, como si el Estado fuera ‘mongo’. Cuando el Estado no es ‘mongo’, argentinos; el Estado somos todos nosotros”, dijo Cristina Fernández al referirse a la —según ella— celeridad que tienen los juicios contra el Estado y la lentitud de la Justicia cuando se trata de importantes empresas.

Lo cierto, es que, pese a algunos comentarios en las redes sociales rechazando el uso de la palabra “mongo” por parte de la mandataria, no ha habido hasta ahora ninguna otra clase de repudio.

Poner atención en el mi minuto 22:00

En 1886, John Langdon Haydon Down fue el primero en describir la ahora conocida alteración genética que lleva el nombre del médico británico. Fue el propio Down, quien designó “mongólicos” o “mogólicos” a las personas afectadas por este trastorno cromosómico, dado las similitudes faciales con los grupos nómades de Mongolia.

Recién en 1961, un grupo de científicos propuso el cambio de esa denominación por el actual “Síndrome de Down”, ya que reconocieron que los términos “mongol”, “mongolismo” o “mongoloide” resultaban ofensivos. En 1965 la Organización Mundial de la Salud confirmó el cambio del término, luego de una petición formal del delegado de Mongolia.

En la actualidad, el vocablo y su reducción, “mongo”, no solo resulta anticuado y en desuso, sino también despectivo. El martes pasado, la Presidenta usó este criticado y arcaico sinónimo de “síndrome de Down”. “Como si el Estado fuera ‘mongo’”: como si el Estado fuera tonto, ingenuo, deficiente.

Según, el Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión, constituido por la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) y el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), el uso injurioso o peyorativo de designaciones como “mongólico”, es discriminatorio.

Dicho organismo plantea que el insulto, chiste, burla o desvalorización pueden ser formas de discriminación cuando su “golpe de efecto” o “gracia” descansa en la identificación de las características de un grupo o colectivo social.

Antecedentes y denuncias

El 20 de mayo de 2010, el Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión se mostró “preocupado” por los dichos del chocolatero Ricardo Fort en el programa de TV Intrusos, al preguntarse si el boxeador Fabio “La Mole” Moli era “mogólico o un nene Down”. “El uso injurioso o peyorativo de designaciones como ‘mogólico’ o ‘nene con síndrome de Down’, dichas por Ricardo Fort en el programa Intrusos, es discriminatorio”, dijo el organismo en esa oportunidad.

El 31 de marzo de 2011, el INADI acusó por discriminación a Esteban "Bichi" Fuertes, jugador de Colón de Santa Fe, por haber llamado “mogólicos” a varios jugadores de Racing. La denuncia había sido presentada por un organismo particular.

El 24 de abril de este año, el filósofo José Pablo Feinmann fue denunciado ante el INADI por hacer referencia al "peronismo mogólico", en una columna que escribió para Página/12. La denuncia fue radicada ante ese Instituto por José Luis Rasente, padre de un menor con capacidades diferentes.

De acuerdo a la Asociación Síndrome de Down Argentina (ASDRA) —quien hace tiempo viene realizando campañas para concientizar a la población sobre el uso de esa palabra— el que hace mención al término “mongólico” como un insulto, está discriminando.

En comunicación telefónica con Tribuna de Periodistas, el INADI, intervenido por orden de Cristina, no pudo confirmar ni desmentir haber recibido denuncia alguna en relación a las palabras de la Presidenta; tampoco que se haya intervenido de oficio. Según el encargado del sector Prensa y Redes Sociales, la persona encargada de responder sobre las denuncias no se encontraba en el lugar, ni se encontraría en el corto plazo.


©Escrito por Eliana Toro y publicado por Tribuna de Periodistas el lunes 30 de Julio de 2012.