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domingo, 3 de febrero de 2013

Dólar y religión… De Alguna Manera...


Dólar y religión…

KICILLOF, KUNKEL Y ZANNINI. Padres de la epistemología K.

Cuando MDZ Radio de Mendoza lo sorprendió preguntando por los 17 parientes a los que les consiguió trabajo en el Estado, en lugar de articular alguna explicación, Carlos Kunkel respondió que enviaba saludos a Jorge Fontevecchia por preocuparse por sus familiares, pero no por los negocios que él hizo con la dictadura. Y cortó. Confunde a PERFIL con Clarín y La Nación y su ceguera ideológica no le permite siquiera preocuparse por registrar que Editorial Perfil fue, de las que sobrevivieron, la empresa de medios más perseguida por la dictadura, a pesar de todas las veces que repetimos nuestra historia de clausura, secuestro, puesta a disposición del PEN y exilio. Cuatro evidencias inequívocas y un buen ejemplo de lo que le pasa al kirchnerismo con la economía, porque como bien explica Paul Boghossian en su libro El miedo al conocimiento, “lo que nos lleva a creer ciertas cosas nunca es realmente la evidencia, sino una serie de motivos no epistémicos como el egoísmo o la ideología a la que estamos sometidos”.

Por ejemplo: todas las escuelas de economía enseñan que una inflación superior al 20% durante varios años termina produciendo daños serios, y que no se puede emitir el 40% por año sin que se generen consecuencias inflacionarias y desvalorización de la moneda. Pero para Axel Kicillof, simpatizante del posmarximo, o Carlos Zannini, neomaoísta, todo es relativo y desconfían del conocimiento canónico porque estará siempre influido por el poder que intenta validarlo.

Para ellos, si Estados Unidos puede emitir sin que el dólar se desvalorice (mucho), ¿por qué nos van a recomendar a nosotros disciplina monetaria? Los que siguen la ortodoxia económica intentan colonizarnos por una academia que sirve a los intereses de los dominadores para mantenernos dominados.

Los kirchneristas no son ni mínimamente originales en su intento emancipatorio de la ciencia. El constructivismo radical, groseramente definido como “todo es social”, cree que nuestras formas de conocer son artificiosas y convencionales, que somos nosotros y no la realidad responsables de lo que conocemos porque la verdad y la falsedad no son el resultado de un escrutinio racional. Esa es la doctrina de la igual validez epistémica, un movimiento fuerte que surgió como respuesta al colonialismo que justificó la destrucción de los pueblos originarios en la superioridad de la ciencia occidental. Ninguna superioridad científica justifica el aniquilamiento de los pueblos originarios, pero quedar prisioneros de un sentimiento de revancha mal expresado en una rebeldía cognitiva, en este caso de la ciencia económica, nos hará más dependientes y menos emancipados. Alemania no tiene ese complejo de colonia frente a la economía anglosajona que dos veces la conquistó y no emite moneda sin parar para solucionar el problema de la zona del euro. Si fuera tan fácil...

Pero lo que se considera evidencia irrefutable puede no serlo para quienes están apasionados por una ideología o una religión. El ejemplo clásico es el del cardenal Belarmino, que cuando Galileo Galilei lo invitó a mirar por su telescopio para que comprobara con sus propios ojos el movimiento de las estrellas y los planetas, se negó a hacerlo porque él tenía una fuente de evidencia irrefutable sobre el origen del universo: la lectura de la Biblia.

Los pueblos originarios también tenían su propia evidencia sobre el origen de la vida y, en lugar de haber llegado a América desde Asia cruzando por el estrecho de Bering, su creacionismo asumía que habían llegado desde alguna otra dimensión física, del espacio o del centro de la Tierra.

La crítica que la ciencia clásica le realiza al constructivismo radical y específicamente a quienes sostienen que “no hay un conocimiento superior, sino únicamente conocimientos diferentes cada uno apropiado a su entorno particular”, es que sus seguidores priorizan lo políticamente correcto, el multiculturalismo y lo que sería deseable que fuera antes que lo que objetivamente la ciencia demuestra que es. La corrección política por sobre un genuino conocimiento.

Ese narcisismo nacional, de “somos los mejores” como reacción, es adolescente. Y es un verdadero obstáculo epistémico que nos impide solucionar nuestros problemas de una vez. Otra vez el espiralamiento entre inflación y aumento del dólar. Como si no hubieran pasado dos décadas podemos ir al futuro volviendo al pasado. Hace unos meses en uno de sus Panoramas Internacionales, Dante Caputo, quien recién regresaba a la Argentina después de vivir varios años en Estados Unidos trabajando para la OEA, recordó una frase de Ernesto Sabato sobre que la Argentina era como un trompo, se movía vertiginosamente pero no avanzaba, siempre estaba en el mismo punto; parece que pasan muchas cosas y cambiamos a un ritmo vertiginoso, aunque estamos eternamente en el mismo sitio, confundimos movimiento con avance.

La búsqueda de una ciencia revolucionaria en lugar de ordinaria que apele a mecanismos de justificación diferentes (relato) no puede hacernos caer en el error de no poder distinguir entre creencias tercamente basadas en prejuicios de inferencias relevantes como la relación entre emisión, inflación y desvalorización de la moneda.

Creer que todo conocimiento es socialdependiente, condicionado por valores particulares, que refleja las necesidades y los intereses contingentes de la sociedad en cuestión, lo que influencia las observaciones que realizan y cómo evalúan la evidencia que encuentra, no puede hacernos insensibles a razones o llevarnos a creer que todo es emocionalidad. Construimos mundos al construir versiones, las palabras se adecúan a nuestros propósitos, pero una parte de los hechos no dependen de nuestras descripciones sobre ellos, como lo demuestra el aumento del dólar paralelo a partir del cepo cambiario. Todo se puede hacer, lo que no se puede es evitar las consecuencias.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 02/02/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.




viernes, 1 de febrero de 2013

La refundación de Obama en su segundo mandato... De Alguna Manera...

La refundación de Obama...


El mensaje que envió el presidente de los Estados Unidos al relanzar su gobierno. La referencia a la “igualdad” en una sociedad individualista. El sensible debate sobre el uso de las armas. No escuchó las encuestas, sino a su sociedad.

En su discurso de asunción, el presidente Barack Obama fijó las grandes metas de su administración en los Estados Unidos. No prometió ni enumeró medidas. Tampoco incursionó en el azaroso territorio de la teoría. Usó un estilo en el que pudo transmitir los principios políticos en los que basará su acción como gobernante sin adoptar una forma declamatoria, sino, más bien, práctica.

Al ingresar en los grandes principios que guiarían su segundo gobierno, Obama se internó en las zonas profundas y complejas de la cultura (por lo tanto, de la historia y de la política) de su nación.

En el corazón de su mensaje colocó la cuestión de la igualdad, la que introdujo con una cita del preámbulo de la Declaración de la Independencia de 1776: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Planteó así la idea, central para los pensadores del siglo XVIII, de que los individuos son portadores de derechos inalienables y que el sistema político, en este caso la república democrática, tiene como objetivo hacerlos universales y efectivos. Sostuvo que “ninguna unión fundada en los principios de libertad e igualdad puede sobrevivir con una mitad de individuos esclavos y la otra de individuos libres”.

En torno a esta cuestión, se abre un debate sobre el objetivo del sistema democrático, renovado una y otra vez en los dos siglos que transcurrieron desde la independencia de los Estados Unidos. Para unos, una democracia que no garantice en la práctica esos derechos de manera universal se contradice con su propia existencia. Para otros, votar alcanza y luego que cada uno encuentre el modo de ejercer sus derechos.

Para Obama, la organización política de la sociedad debe hacer efectivos los derechos ya que de otra manera nadie podría hacerlo. Por tanto, la democracia no debe ser reducida a la expresión de la voluntad popular para elegir un gobernante. Esta es una condición necesaria, pero que nada dice de la utilidad del sistema.

La democracia es la manera de organizar la acción de los individuos para que sus derechos sean efectivamente vividos, realizados. De esa manera, afirma: “Preservar nuestras libertades individuales, en última instancia, requiere la acción colectiva”.

La realización colectiva de los derechos individuales solía despertar en los Estados Unidos fuertes reacciones negativas. El credo generalizado era más bien lo contrario. Son los individuos, que mediante sus acciones libres y sin la interferencia del Estado, los que preservan sus libertades y hacen efectivos sus derechos.

La igualdad era una condición de inicio, no de fin. Dios creó a los hombres iguales, después ellos – los hombres– verán. El planteo de Obama es distinto: un objetivo de la sociedad es asegurar los mismos derechos igualitariamente para todos, y esa tarea sólo se logra colectivamente. En este caso, la condición de inicio se convierte en el fin del sistema político norteamericano.

La unión en los Estados Unidos no está dada por la historia de la nación, sino por un credo común. Los estadounidenses están más unidos por la ideología que por la historia, como describió Seymour Lipset. Lo notable es que la historia de la segunda mitad del siglo XX parece a menudo contradecir las bases de ese credo que fundó al “americanismo”.

Curiosamente, Obama, lejos de ser un renegado de la tradición fundadora de los Estados Unidos, retoma –en los términos del mundo que le toca vivir– la necesidad de relanzar el credo que generó la unión. Si este razonamiento es correcto, es probable que el regreso a las fuentes sea también el retorno a las fuerzas que construyeron el imperio estadounidense.

Me permito, lector,  hacer dos referencias históricas para ilustrar este  razonamiento.

Hace más de un siglo la idea de igualdad parecía condenable. William Summer, sociólogo que murió a comienzos del siglo XX y que tuvo una enorme influencia en la formación de las elites políticas y sociales en los Estados Unidos, escribía: “El dogma de que los hombres son iguales no es sólo una superstición. Es la más flagrante falsedad y la doctrina más inmoral en la que los hombres hayan creído jamás”.

En una sociedad que se molestaba por la palabra “igualdad” hasta hace muy poco, la evidencia de la realidad desplazó la fuerza de los prejuicios.

En 2011, el Pew Research Center realizó un estudio sobre la percepción de la desigualdad. En un país donde el tema era tabú, resultó que el 66% de los encuestados en todo el territorio creía que existen conflictos “fuertes” y “muy fuertes” entre pobres y ricos; un 62% entre inmigrantes y estadounidenses nativos, y el 65% afirmaba que también hay conflictos “fuertes” o “muy fuertes” entre blancos y negros.

Por lo tanto, parece lógico pensar que la idea de desigualdad está implícita en el reconocimiento de esos conflictos y que aceptar su existencia implica un cambio en la manera de percibir la realidad por parte de los estadounidenses. Si se observa una serie más larga de datos, se concluye que el reconocimiento del conflicto creció notablemente en los últimos años, cuando en realidad no hay razón para suponer que ese conflicto en sí haya aumentado.

Obama, al centrar su política en la idea de un gobierno que ejecute políticas para igualar el ejercicio de los derechos individuales, más que la vanguardia de su sociedad, parece ser su eco. Los Estados Unidos están cambiando, y parece ser que su presidente está interpretando ese cambio.

Otra cuestión, muy polémica en su país, a la que aludió Obama, es la portación de armas. Lo hizo con cuidado (no olvide, lector, que la tenencia de armas es un derecho constitucional), haciendo mención a la obligación de garantizar la seguridad de los niños, en referencia a la masacre reciente en una escuela de Connecticut.

En el estrecho límite que exigía el respeto de la Constitución, el presidente estadounidense afirmó: “No podemos confundir absolutismo con principios”. Esto no era otra cosa que un llamado a la racionalidad en la aplicación de una norma que conduce al país a la reiteración de esos dramas.

La máxima autoridad de la Asociación Nacional del Rifle reaccionó vivamente: “El absolutismo no es un vicio, sino una virtud”, afirmó, calificando de manera inesperada a la que es conocida como una forma de ejercicio del poder sin límites ni control.

El presidente Obama no siguió las encuestas de coyuntura para redactar su texto. Sí escuchó a su sociedad. Lo primero habría sido una forma vulgar de oportunismo, lo segundo  es un ejercicio de la representación popular.

© Escrito por Dante Caputo y publicado el sábado 26/01/2013 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



lunes, 24 de diciembre de 2012

Lo que viene... "China 3.0"... De Alguna Manera...

"China 3.0"...

 China 3.0

Cómo será el mapa internacional cuando Beijing asuma su liderazgo. La disputa con Estados Unidos. Un imperio y dos imperios. El ascenso de Brasil y la India. ¿El mundo se olvidó de la Argentina o la Argentina se olvidó del mundo?

“Estados Unidos ha sido la única superpotencia desde el fin de la Guerra Fría, pero su dominación global se ha debilitado desde la crisis financiera de 2008. La configuración internacional actual está en transición desde la unipolaridad con Estados Unidos como el único actor líder hacia la bipolaridad con China, emergiendo en los próximos diez años, como una contraparte menos poderosa de Estados Unidos”. China 3.0, publicado el mes pasado por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

El mundo verá en las próximas décadas la confrontación entre Estados Unidos y China por la hegemonía mundial. Desde un punto de vista lógico, hay tres salidas para esa lucha: la victoria china, el empate o el triunfo de Estados Unidos. Esta última opción parece muy improbable, a menos que suceda un derrumbe chino, cuyos motivos, hoy, no se insinúan.

De manera que, puestos a observar los asuntos del mundo, deberíamos prestar atención para ver si nacen en China fuerzas incontenibles que llevarán al país a dominar las relaciones mundiales, a la vez que miramos con cuidado los signos de renovación o decadencia que puedan darse en Estados Unidos. Un imperio o dos imperios.

Existe una opción distinta para la que deberíamos estar preparados. Pueden nacer novedades en la organización mundial que lleven a que el tipo de orden mundial que conocimos en la historia no se repita en el futuro.

Hasta ahora, tuvimos tres tipos de naciones: las imperiales, que imponían su dominio; las altamente evolucionadas; y el resto, que agrupaba a la mayoría, con diversos grados de progreso. Las denominaciones cambiaron, pero siempre tuvimos un mundo en que éstos eran los tres grupos básicos.

En nuestro tiempo, han aparecido naciones que no podrían pretender hegemonías mundiales, pero que mantienen un ritmo de desarrollo importante y que probablemente lleguen a ser líderes regionales. Serán actores de peso en el tablero mundial, no dependerán de imperios, su influencia y su liderazgo serán fuertes en sus regiones, pero no impondrán el dominio sobre otros países. India y Brasil serían dos casos típicos.

Si se produjera una configuración mundial de este tipo (potencias mundiales, líderes regionales y resto del mundo), las derivaciones para las políticas exteriores de los Estados deberían ser, en ciertos casos, importantes. Recuerdo muy bien la dificultad de imaginar nuestra política exterior e interior en la época de la Guerra Fría.

Por ejemplo, para despejar la sospecha de que estoy hablando de categorías abstractas, nuestra estabilidad democrática (¡nada menos!) podría haber estado en peligro si Cuba no hubiese cesado el apoyo al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, la fuerza insurgente chilena. Fue necesaria una visita a Cuba en 1986 y una extensa conversación con Fidel Castro para que cesara el envío de armas al Frente Manuel Rodríguez.

En el ejemplo de Chile se ve la importancia que los asuntos exteriores tienen para los interiores. Sin embargo, este dato contrasta con la ignorancia que existe en nuestro país por los temas del mundo y los inmensos efectos que tienen en nuestra existencia, colectiva e individual. Lo que pasa en el planeta casi entra en la categoría de relleno informativo.

La pasividad en el caso que cité habría sido la antesala de la catástrofe. Del mismo modo, no imaginar ahora cómo actuar en estos escenarios, de los que aquí sólo hacemos un boceto, traerá consecuencias peligrosas. ¿Nuestra política exterior tiene algo que ver con los escenarios que se describen en este panorama? ¿Acaso hemos realmente pensado toda la potencialidad del vínculo de Brasil, incorporando el ascenso de ese país? Nadie plantea esos posibles caminos ni nadie exige que existan políticas sobre estas cuestiones.

En estos meses hemos visto algunos hechos, en China y Estados Unidos, que pueden mejorar nuestro dibujo del futuro. En Estados Unidos se insinúan cambios que forman parte de una lenta evolución, sin ruido y sin transformaciones súbitas. Hay indicios de que puede terminar el largo período de dos grandes mitos estadounidenses. El primero, en su sociedad, el american way of life, donde parecía que todos podían acceder al sueño del consumo masivo, autos modernos e inmensas casas (sostenido en realidad por un gran endeudamiento de hogares y empresas). El segundo, el “destino manifiesto”, donde ese país era el pueblo elegido que decidía lo que era bueno o malo en el resto del mundo.

Hoy pareciera que se inicia  la reconsideración de esas fantasías. George W. Bush ayudó a precipitar la realidad. Su nefasta administración exacerbó las fragilidades intrínsecas de Estados Unidos. La gran crisis de 2008 despertó la conciencia de que el país no era omnipotente y eterno. A partir de allí, la realidad de un mundo más complejo y real comenzó a mojar sus costas.

A su vez, China ha iniciado una gran reflexión acerca de su futuro político. Ya no se trata de su transformación económica y comercial ni de su carrera por el cambio tecnológico y militar. Ahora bajan las cartas del juego esencial, la construcción política de la sociedad.

Hace unas pocas semanas se publicó China 3.0, una compilación  de autores chinos sobre esta cuestión. Es la primera vez que se habla de la ambición política china y su manera de concebir de la organización de la sociedad.

Entre los autores, el director de Asuntos Globales, Pan Wei, sintetiza la etapa que se cierra y la que se abre en China. “Para 2049 finalizará el renacimiento de la civilización china y comenzará la era de la modernización, que tiene otro sentido que el occidental. Para nosotros, esto implica un país fuerte como cualquiera de Occidente y una población rica como cualquiera de Occidente […]. Tendremos una democracia con características chinas, más libertad de expresión con menos individualismo. El multipartidismo divide y no se ajusta a una sociedad cohesionada como la china”.

Estados Unidos comienza a repensarse; China, a imaginar la sociedad de su futuro. Brasil anuncia sus planes de defensa para 2030 y asume, con prudencia, el papel de potencia regional. Vamos hacia un mundo nuevo, que, en estas arenas exteriores, parece inquietar a pocos. Me parece que no es tan grave que el mundo haya olvidado a la Argentina como que la Argentina haya olvidado al mundo.

© Escrito por Dante Caputo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 23 de Diciembre de 2012.



domingo, 4 de noviembre de 2012

Sobre prólogos y Sabato… De Alguna Manera...


Sobre prólogos y Sabato…
 

En estos días hubo algunas discusiones sobre Sabato y el prólogo de Nunca más. Me parece, sin ser muy sagaz, que detrás hay otra polémica. En realidad no es una polémica, sino más bien una impugnación: los derechos humanos en serio vinieron después, en 2003, con los verdaderos juicios, las condenas sin indultos, sin puntos finales ni obediencias debidas.

En ese espíritu, el episodio de la firma de Ernesto Sabato en el prólogo no es un tema de bibliófilos sino, más bien, un intento de apropiación histórica.

La ley de facto de “autoamnistía” de la dictadura (Ley de Pacificación Nacional) acababa de ser divulgada. Yo estaba con Alfonsín, quien –como solía hacer en los momentos en que tomaba decisiones con consecuencias serias– giraba en torno a la pequeña mesa de nuestra oficina. “Vamos a oponernos; escriba algo y tratemos de sacarlo antes del cierre de los diarios”.

Así sucedió. Luego de la consulta a unos pocos amigos salió el comunicado, que sostenía la nulidad de la pretendida ley y advertía que, en caso de acceder a la presidencia, se promoverían juicios contra los responsables de las violaciones de los derechos humanos.

En cambio, el candidato Luder apoyó la posición de los dictadores y la mantuvo durante toda la campaña.

Supongo que quienes impugnan el prólogo de Sabato votaron a Luder. Alguna vez explicarán por qué, luego de escapar a la responsabilidad en tiempos de peligro, se convierten en héroes de batallas sin guerras. Aquel 1983 era el momento en que se dividían las aguas en Argentina. Si el tema hubiese quedado oculto, tapado, habría sido imposible volver atrás. Claro, era peligroso hacerlo, y no hay dudas de que veinte años después las cosas estaban algo más tranquilas.

Esta historia es conocida por casi todos, y curiosamente olvidada por muchos. De todos modos, más allá de las grandes imposturas, hay otras más pequeñas que es útil desmontar, sobre todo cuando se ha sido testigo de los episodios que se discuten.

Jorge Federico Sabato, hijo de Ernesto, fue mi gran amigo, hermano, durante muchos años. Un accidente de auto en 1995 terminó con su vida. Compartimos la actividad intelectual y política de la Argentina. Me deleité con su música y su excepcional conocimiento de la historia.

Jorge había escrito una enciclopedia para ayudar a su padre, un renegado de la física, atrapado por la exploración de sí mismo y la transformación de sus búsquedas en palabras escritas. Jorge siempre parecía estar escribiendo esa enciclopedia,
que solía complicar con la creación teórica.

Recuerdo cuando Jorge me comentó que Alfonsín le había pedido a Ernesto Sabato que presidiera la Conadep y, luego, que escribiera el prólogo del informe que presentaría la comisión.

Tengo un recuerdo preciso de ese prólogo porque Jorge hablaba mucho con su padre cuando se trataba de textos que incursionaban en el mundo político. El me comentó varias veces cómo Ernesto encaraba la redacción del prólogo, y así conocí su texto.

No sé cuál fue la decisión con la firma; Ernesto pudo perfectamente decidir no incluirla a último momento, iba y venía cuando tenía que decidir. Lo más probable es que le haya dicho a Ruíz Guiñazú que lo firmaría y luego, Dios sabe por qué, cambió de idea.

Pero ése no es el problema ni el tema principal. La cuestión no es la firma impresa, sino el autor. Si alguien quiere insinuar que no fue Sabato, es ignorancia o mentira.

Sé que ese texto lo escribió Ernesto, simplemente porque lo vi.

© Escrito por Dante Caputo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 3 de Septiembre de 2012.


sábado, 20 de octubre de 2012

Campaña en EEUU... De Alguna Manera...


Duelo en el imperio…

Mitt Romney - Barack Obama

Cuál fue el efecto del cruce entre Barack Obama y Mitt Romney. Por qué son necesarios los debates en democracia. La economía y la política explicadas a los votantes.

Los especialistas en elecciones sostenían que los debates presidenciales apenas influían en los votantes. Ahora hacen silencio.

Hace diez días, las encuestas en Estados Unidos daban al presidente Barack Obama una ventaja de ocho puntos. Ahora, luego del primer debate de la campaña, el candidato republicano Mitt Romney ha pasado al frente con cuatro puntos de ventaja. En suma, el encuentro le costó al presidente 12 puntos.

Los comentarios inmediatamente posteriores insistieron en que ambos candidatos habían sido excesivamente técnicos, internándose en análisis económicos incomprensibles para la mayoría. Este fue un segundo error. La audiencia siguió la discusión y entendió.

Es decir, los “especialistas” decían que los debates no cambian casi nada y que los temas técnicos aburren. Lo que hemos visto es más bien lo contrario. Los debates entre candidatos son parte de un ejercicio importante para la formación de opinión de los votantes. La sociedad puede escuchar y juzgar algo más que frivolidades.

La tercera enseñanza que deja el debate es que el centro del interés está en la economía. La famosa frase de Bill Clinton (“es la economía, estúpido”) pareció convertirse en un nuevo mandamiento.

A pesar de que diversos temas como salud y educación estuvieron presentes, todos pasaron por el tamiz económico: cuánto costaban las reformas y qué consecuencias generaban sobre el empleo, el crecimiento y el déficit fiscal. A su vez, en el corazón de los temas económicos, el sancta sanctórum del debate, se reiteraba la cuestión impositiva: ¿quiénes pagaban el costo de las reformas? ¿Los ricos, las clases medias o los que tienen menos?

Es razonable que el tema domine. Los impuestos son el dinero que cada uno aporta al fondo común. Normalmente, el dinero proviene del esfuerzo y del trabajo, entonces, nada más natural que no trabajar para otros.

Es bueno recordar, lector, que el artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 dice que cada ciudadano tiene derecho a saber y a consentir cuánto paga y en qué se usa el dinero. Aunque sea poco sabido, la cuestión impositiva está en el centro de los derechos humanos.

No tengo bibliografía, pero por la experiencia de haber vivido en varios países y seguido de cerca su política, tengo la impresión que a medida que se sube en el nivel de cultura política y desarrollo económico el tema impositivo se vuelve cada vez más presente en las sociedades. En Haití, hablar de impuestos es por muchas razones impensable. En Europa occidental, en Estados Unidos y en Japón, entre otros, no hablar ni debatir sobre este tema es también impensable.

Cuánto aportan los individuos al esfuerzo común, cuánto obtienen del esfuerzo común, las desigualdades deben o no ser disminuidas con el uso del dinero de todos o, mucho más específico, si se puede usar la plata de todos para el beneficio propio del gobernante y para la propaganda de su partido.

En nuestro país, no hay debates presidenciales y la cuestión impositiva es ignorada, los candidatos no la mencionan. Lo esencial es invisible al pueblo. Además, ha tenido éxito la idea que los asuntos de la economía son complejos y, por tanto, lejos de la posibilidad de comprensión de las mayorías. De allí que las decisiones económicas pertenezcan a un mundo en que la mayoría no incide, no decide ni se entera. Logramos así invertir la frase de Clinton: “estúpido, la economía no es para vos”.

El 3 de octubre pasado, Obama y Romney discutieron de sus ideas sobre la sociedad estadounidense y del dinero necesario para hacerlas realidad. Como los medios subrayaron, el presidente apareció sin fuerza, confuso en sus argumentos y, sobre todo, sin la fuerza para golpear y mostrar las contradicciones del otro. Parecía, como muchos lo dijeron, un hombre agobiado, actuando más bien con los reflejos del boxeador golpeado.

Romney, al contrario, estuvo en el centro de la polémica, claro e incisivo. El único problema es que mintió abiertamente. Se desdijo de lo que había sido su discurso de todos estos meses, durante las primarias y después de que fuera electo candidato. Romney se reinventó y Obama no lo dijo.

De pronto, el candidato cercano de los conservadores fundamentalistas republicanos del Tea Party apareció favorable a la acción estatal para mejorar la situación social. Hasta hace poco, afirmaba que la desigualdad no era un problema del Estado.

¿Qué habrá sucedido en la cabeza de Obama? ¿Qué presagio habrá dominado su espíritu? Me parece que la respuesta no puede ser conocida y que probablemente poco tenga que ver con la política. Pero los efectos son claros.

Sin embargo, las diferencias eran notorias y documentadas. No se requería un esfuerzo particular para exhibir las contradicciones de Romney.

Obama ha propuesto en la campaña invertir centenas de miles de millones de dólares, provenientes de mayores impuestos a los ricos, para reducir aún más el desempleo (hoy, el más bajo desde que asumió). En materia de regulaciones, Obama desea disminuirlas para la pequeña y mediana empresa. Romney desregula a todas, en especial para los sectores de altos ingresos. No desea usar impuestos para generar empleo; quiere reducirlos a las grandes empresas.

Sobre el déficit, Obama propone reducir en 10 años gastos por 5 millones de millones de dólares y aumentar impuestos para los que ganan más de 200 mil dólares por año. Romney excluye toda posibilidad de aumentar impuestos, reduce inmediatamente el empleo público en 10% y el gasto social.

Sin embargo, en el debate, el republicano negó todo esto. Obama desaprovechó las decenas de citas que mostraban el cambio de opinión.

De este modo, y sorprendentemente si consideramos la catastrófica herencia del gobierno del republicano George W. Bush (guerra con enormes costos en vida y recursos basada en mentiras y la mayor crisis económica en 80 años), Estados Unidos se acerca a la inesperada posibilidad de ser gobernado por la derecha fundamentalista.

© Escrito por Dante Caputo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad de Buenos Aires el domingo 14 de Octubre de 2012.