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sábado, 7 de abril de 2018

El ex Presidente Luiz Inácio Lula da Silva preso en Brasil... @dealgunamanera...

Lula da Silva se entrega ante la justicia brasileña para entrar en prisión

El expresidente de Brasil, Lula Da Silva, se entrega ante la justicia del país (Ricardo Stuckert/ Lula Institute / EFE)

El expresidente de Brasil se ha entregado voluntariamente ante las autoridades para cumplir una condena de 12 años.

El expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, se ha entregado este sábado a la Policía Federal de Congonhas (Sao Paulo) para cumplir la condena de 12 años y un mes de prisión que el juez federal Sergio Moro ordenó el pasado jueves.


© Publicado el Domingo 08/04/2018 (hora española) por el Diario La Vanguardia de la Ciudad de Barcelona, España.

Tras abandonar a pie el Sindicato metalúrgico de Sao Bernado do Campo, donde se forjó su carrera política y donde ha permanecido atrincherado desde que se emitiese su auto de prisión inmediata, el líder brasileño se ha dirigido, sorteando a la multitud, hacia un vehículo de la Policía Federal que le esperaba en las inmediaciones para llevarlo a la sede de la Policía Federal de Curitiba.


El exmandatario, que gobernó de 2003 a 2010, ha sido procesado por la Fiscalía del país por corrupción pasiva y lavado de dinero en el caso Petrobas. Sin embargo, a pesar de la sentencia, Lula se declaró “inocente” y se encerró en el Sindicato metalúrgico de Sao Bernado do Campo, donde ha permanecido hasta hoy, cuando ha abandonado el lugar para participar en una ceremonia en memoria de su esposa.

Después de la misa conmemorativa, Lula ha dirigido unas palabras a sus seguidores, que se han concentrado a las puertas del sindicato. Durante su discurso, el exmandatario ha anunciado que, tras días de huida,“atendería el mandato del juez” y se entregaría a la policía en las próximas horas a pesar de su “inocencia”. Miles de manifestantes le han respondido a gritos de “Lula, guerrero del pueblo brasilero”.

El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva (i) abandona la sede del Sindicato de los Metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo (Brasil) en medio de un tumulto para entregarse a las autoridades hoy, sábado 7 de abril de 2018. (Sebastiao Moreira / EFE)

No obstante, después del anuncio de entrega del expresidente, decenas de seguidores se han atrincherado a las puertas del sindicato y han dificultado que Lula da Silva se entregue. Finalmente, Luiz Inácio Lula da Silva, se ha dirigido hacia la sede de la Policía Federal de Curitiba, donde desde primera hora del día militantes y detractores de Lula se habían concentrado, y donde se han vivido momentos de gran tensión.



sábado, 2 de septiembre de 2017

Vuelta al mundo en motorhome: el viaje soñado..@dealgunamanera...

Vuelta al mundo en motorhome: el viaje soñado...


Después de 15 años de preparativos, la familia Di Leo salió a recorrer el mundo a bordo de Libertad con un plan y sin fecha de regreso. Galería de imágenes.

© Escrito por Noelia Graguela en Agosto 2017, en el Nº 539 de la Revista Weekend de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Tal vez todo empezó esa fría noche de 1999 en la Autopista 25 de Mayo, cuando Silvio Di Leo sintió a la muerte respirarle en la nuca y la vida le dio otra oportunidad. Primero fue el impacto del adoquín en las ruedas delanteras y la imagen de aquel hombre apuntándole con un arma en la cabeza. Luego, el freno en seco del auto y tres jóvenes que bajaron a socorrerlo. Finalmente, el ladrón esfumándose en la oscuridad y el aire helado que le volvía a los pulmones. ¿Y si no me salvaba? ¿Y si moría esa noche con mis sueños sin cumplir? A pesar de tener 38 años, cuatro hijos pequeños y una vida armada, Silvio no podía sacarse de la cabeza aquel deseo que lo había invadido desde la adolescencia, así que se armó de coraje y una tarde de domingo, entre mate y mate le preguntó sin rodeos a su esposa Carla: “¿Dejarías todo para ir a dar una vuelta al mundo con los chicos?”. “Sí, sería un sueño hacerlo”, dijo ella. Él tenía un buen trabajo en el sector informático y hacía sólo un año que la familia se había mudado a una casa quinta con parque, pileta y cancha de fútbol en el barrio El Trébol (cerca de Ezeiza, Buenos Aires) que tanto esfuerzo les había costado edificar. Sin embargo, los Di Leo decidieron salir de la zona de confort y empezar a planificar el viaje de sus vidas.

El Plan

“Hicimos una reunión familiar con los 4 abuelos y fue una mala experiencia porque se enojaron, nos dijeron que estábamos locos”, recuerda Silvio. “Cuando uno está decidido a hacer algo, tiene que hacerlo sin buscar la aprobación de nadie.” Así empezaron diagramando rutas con el Google Maps, hablaron con viajeros que pasaban por el camino, hicieron amigos virtuales a través del Messenger, iban comprando guías de distintos lugares y se fueron nutriendo de historias que los ayudaron a perder el miedo.

“Fueron 15 años de preparación, de trabajar y de luchar contra la opinión negativa de la gente”, dice Carla. Y agrega: “Después de inagotables años de esfuerzo, el 23 de agosto de 2012 partimos a bordo de Libertad, nuestra casa rodante”. Silvio (51), Carla (44), Ornella (15), Lara (17), Fabricio (19) y Patricio (21) comenzaban la aventura.



Encontrar el vehículo ideal fue todo un tema. Tenía que ser algo seguro para la ruta, seguro contra los robos, confortable como para vivir allí por muchos años, y ecológico, ya que los Di Leo son fervientes defensores del cuidado del medio ambiente y promueven el ahorro de energía. “Vimos cientos, pero ninguno era el adecuado. También buscamos ómnibus para convertirlos en motorhome y pasó lo mismo”, cuenta Carla.

Un nuevo hogar

Libertad apareció recién en el año 2006. “Reunía todo lo que necesitábamos pero no teníamos el dinero suficiente, así que debimos esperar. A los pocos días, el dueño se arrepintió de la venta y levantó la publicación. Lo único que lo convenció (¡¡¡3 años después!!!) fue nuestro sueño y nuestra historia”, recuerda Carla. “Lo compramos en el 2009 con la idea de salir ya, pero al final lo terminamos desarmando todo”, cuenta Silvio. El resultado fue una verdadera casa rodante de 12 metros de largo divididos en tres sectores y con capacidad para 6 plazas: dos adelante en el living-cocina (que es oficina y comedor) con un sillón que se hace cama y tiene dos colchones de 190 por 80 cm. Dos camas cuchetas en el medio, y atrás la cama matrimonial. Antes están los dos baños (uno con ducha y otro con inodoro y lavatorio) y el placard. Además, el vehículo cuenta con 8 cinturones de seguridad, un cómodo sistema de escritorios de trabajo, heladera, lavadora, aire acondicionado y varios muebles a medida que aprovechan cada recoveco para guardar un montón de cosas.

El recorrido

El plan original de los Di Leo era hacer un viaje de 10 años para recorrer más de 300.000 km a lo largo de los 5 continentes y pasando por más de 110 países. Llevan 5 años en la ruta y, si bien van respetando bastante el itinerario, ya no se preocupan por el tiempo. “Nuestro viaje es muy lento y la verdad es que nunca pensamos en la vuelta porque no es algo que queramos hacer en el corto plazo. Seguiremos viajando mientras nos guste. Y por ahora nos gusta mucho”, asegura Silvio. Partieron de Buenos Aires hacia Uruguay, donde “dimos una vuelta corta” y volvieron al país para recorrerlo de norte a sur durante un año. Cruzaron a Chile, después fueron a Ecuador, Perú y Colombia. En Medellín trataron de entrar a Venezuela pero las fronteras se encuentran cerradas, así que volvieron a Ecuador y ahora están en Lima, Perú. La idea es bajar por Cuzco, entrar en Bolivia, ir a Paraguay, luego a Brasil e intentar una vez más pasar a Venezuela. “Ahí vemos cómo seguimos. Una opción es subir la motorhome en un barco hasta México, la otra es ir a Europa, pero tratamos de respetar el recorrido lo mejor posible”, dice Silvio. Probablemente entre Brasil y Venezuela vuelvan a la Argentina para lanzar el libro en el que están trabajando. “Va a ser en papel, pero también interactivo, a través del celular, donde la gente va a poder escuchar y ver las experiencias que vivimos en el viaje”, explica Silvio.

Aventureros y no tanto

Si bien los Di Leo se han lanzado a la aventura, no son ningunos improvisados. Cuentan con todas las herramientas necesarias como para reparar el vehículo y conocen toda la mecánica a la perfección. Armaron un sistema de purificación de agua por ósmosis inversa a través de una bomba, que les permite usar agua de río. También colocaron sistemas de bajo consumo, iluminación LED e islas solares, y van consiguiendo Internet con unas antenas que amplían el espectro. Cuentan con una cámara HD que atornillaron artesanalmente al frente del vehículo para ir filmando el viaje. Piensan producir cerca de 2.000 horas de vídeo, grabar más de 1.500 horas de audio y sacar cerca de 100.000 fotografías. Parte del material lo van compartiendo en su página web y en Facebook (Los rodando ando, Página Web de los rolando ando...) y el resto lo van produciendo para armar documentales.

Por más que vayan conociendo gente en el camino y los inviten a pasar la noche en una casa, ellos siempre duermen en el motorhome por seguridad. Para financiarse durante el viaje van vendiendo artesanías, merchandising y hacen trabajos de Internet a distancia para comprar combustible y los víveres. Han canjeado atenciones médicas y trabajos de taller mecánico por publicidad en la web. “Salí de viaje con 51 años, tengo 56 y en estos 5 años hice más amigos que en toda mi vida”, dice Silvio y jura que jamás sintió miedo. “Lo único que te limita a veces es el tema de las visas que tenés que negociar, comprar o extender; pero después no hay limitaciones. Y con respecto a la educación de los chicos, te puedo asegurar que viajando se aprende más de la gente y de las cosas que en la universidad”. “Nos pasaron cosas difíciles, pero todo se resuelve. Permanecer en la zona de confort es estar rodeado de gente que conocés, ir de tu casa al trabajo en una autopista congestionada en hora pico, volver por la misma autopista en la que te pueden robar como me paso a mí y tener los problemas habituales. Cosa que está lejos de ser lo ideal. Lo comprobamos a bordo de Libertad: nuestro Scania 1980 modelo BR 116 convertido en hogar rodante.”

Nota completa en revista Weekend 539, agosto 2017.



 




miércoles, 19 de octubre de 2016

Estúpida y sensual xenophobia… @dealgunamanera...

Estúpida y sensual xenophobia…

Argentinos nacidos en Europa descansan de a quinientos por metro cuadrado en un palacio de arquitectura neorrenacentista previo a salir a trabajar la tierra de San Telmo.

Samuel nació en Caracas hace 28 años. Llegó a la Argentina por primera vez de vacaciones y se enamoró de Buenos Aires. Años después, harto de la situación de su país y viendo que estaba al borde de la pobreza teniendo un trabajo que en cualquier otro país le permitiría llevar una vida holgada, vendió lo último que le quedaba –su “carro”– que, por esas cosas de las diferentes cotizaciones del dólar, le alcanzó para pagarse dos pasajes. Llegó a Buenos Aires con su esposa de manera legal, por el aeropuerto de Ezeiza y con los papeles en la mano.

Tanto él como su esposa tienen dos títulos universitarios cada uno. Ella trabaja de mesera en un bar de Palermo por unos pocos pesos más la propina. Él atiende un kiosco de siete de la tarde a siete de la mañana del día siguiente. La semana pasada fui testigo del primer comentario despectivo que recibió cuando un señor muy bien vestido le recriminó que le quitara el trabajo a los argentinos. Como si algún argentino con dos títulos universitarios aceptara atender un kiosco doce horas por noche seis días a la semana. Como si hubieran echado a un ingeniero para darle el puesto.


La primera vez que me llamó la atención la inmigración fue a mediados de los años noventa, cuando a Buenos Aires empezaron a llegar oleadas de bolivianos. El motivo principal por el que les presté atención obedece al más sencillo principio del asombro: no cumplían con el parámetro de porteño medio. De rasgos aborígenes, vestidos con ropas de colores insoportablemente estridentes y las mujeres con sombreros. No hubieran pasado desapercibidos ni con niebla.

Hoy, en tiempos en los que muchos se preocupan humanitariamente por el conflicto sirio o porque nadie llora por los muertos del huracán de Haití –que con la guita que recibe después de cada desastre ya debería tener la infraestructura de Dubai– nos hacemos bien los boludos con la inmigración silenciosa del hambre venezolano. Rostros europeizados en su mayoría, salvo que se pongan a hablar, ni nos enteramos de que no son de acá. Pero si alguno se pone a charlar con ellos –y no para pedirles que se vuelvan a su país– puede encontrarse con una realidad tristísima: el éxodo de gente que vende lo poco que le queda para poder irse del país al que aman. No es un detalle menor, ya que esos que pueden irse son los afortunados.


Natalín usa un ambo verde en la guardia de una clínica privada céntrica. Sí, es médica. Charlando con ella uno puede sacarse todos los prejuicios de encima –si hay algo que nunca sobra en ningún país son médicos– y anoticiarse que no vino al país para estudiar, sólamente, sino que vino a cumplir con los años de residencia que necesita para poder ejercer la medicina en su país, Colombia. Le pagan en blanco, tributa ganancias, paga el 21% de IVA en cada compra, usa el transporte público, alquila. En Colombia tendría que pagar para ejercer la medicina hasta sumar los años necesarios en un sistema perverso. Aquí trabaja.


Lo de la xenofobia argentina debería ser un tema para tratar en terapia. A veces solapada por la culpa, otras oculta tras la corrección política, otras tantas a flor de piel cuando necesitamos culpar a alguien por lo que otro nos sacó, el desprecio selectivo a quien no es de acá, es un asunto que se cuela alguna vez en todas las familias. En todas. Entre mis ocho bisabuelos sumo tres nacionalidades distintas y ninguna es inca o querandí. Ni siquiera tengo una gota de sangre española como para reclamar derechos naturales y coloniales. Y a excepción del puñado de 100 apellidos patricios y los pocos aborígenes no mestizados que quedan en el territorio, el resto de los argentinos llegó o nació de los que llegaron tiempo después. Mucho tiempo después.

Uno de mis abuelos nació en un conventillo. Está claro que el poder adquisitivo de su padre no podría costear los tributos al Estado que pudieran justificar el uso del pupitre en un establecimiento educativo. Pero tuvo educación primaria, secundaria y terciaria. Su hermana se recibió de abogada en la UBA. Mi otro abuelo no pudo terminar sus estudios, pero la realidad de un país en el que nadie le preguntaba la nacionalidad antes de darle un empleo lo hizo salir adelante y brindarle educación a sus hijos. Nota al margen: ninguno de mis abuelos se salvó del “tano de mierda”.

Ya sé, me van a venir con que la sociedad era distinta porque un europeo encajaba de lo más lindo en este paraíso de mansiones de la calle Alvear. Por eso terminaron todos viviendo en casas levantadas como pudieron en terrenos en Loma del Orto y laburando de albañiles, zapateros, verduleros y otros oficios propios de la nobleza europea y fueron tratados como aristócratas con títulos nobiliarios como Moishe tacaño, Gaita ignorante y Tano bruto.


Un cacho de cultura tributaria. La educación pública en Argentina se financia con presupuesto estatal, en su mayor parte con recursos de libre disponibilidad. Esto quiere decir que se lo banca con impuestos en general, que no hay un producto o tributo específico que diga “mantenimiento educativo”. En una época lo hubo: en 1999 el Estado creó el “impuesto docente” mediante el cual los que tenían auto pagaban un tributo destinado, básicamente, a borrar la carpa blanca de la plaza de los Dos Congresos.

Al no existir un tributo directo, cualquier boludo que compra un alfajor, un champú, un dentífrico o una botella de gaseosa, está dejando poco más de un quinto de su precio en Impuesto al Valor Agregado. Y no es poca cosa: nuestro 21% es el sexto IVA más caro del mundo, sólo superado por los países nórdicos y Uruguay, donde tienen 22 puntos de IVA, pero son tantos los productos exentos que en la canasta mensual tiene menor impacto que el argentino.

La presión impositiva en nuestro país es insoportable. Lo sabemos y lo padecemos. Muchos ponen el grito en el cielo y ratifican su postura al saber que el impuesto inmobiliario también forma parte de la recaudación y eso es algo que se puede utilizar para financiar la educación pública. Relax, estimado lector: el inmigrante no es de residir en una alcantarilla, y, por lo general, el que viene a estudiar es de alquilar. Como todos saben, aunque la ley diga lo contrario, los que alquilan se hacen cargo de pagar los impuestos inmobiliarios y municipales.

A ello hay que sumarle que para poder mantenerse en la Argentina requieren de alguna de estas dos opciones: o reciben remesas de sus padres, que no es otra cosa que dinero contante y sonante que ingresa al país para circular en el comercio y terminar en buena parte recaudado por el Estado en impuestos, o trabajan. Y si laburan y no pagan el impuesto a las ganancias es porque cobran miseria. Para redondear, los que están en blanco pagan aportes patronales para una jubilación que, si se vuelven a sus países una vez finalizados sus estudios, no cobrarán never in the puta life.

Del otro lado de la misma moneda nos encontramos con el debate que algunos quieren dar también amparados en la falta de sentido común: el caso de los que provienen de familias pudientes y van a la universidad pública. Son los que el viernes a la noche estacionan el cero kilómetro en las inmediaciones de la facultad y faltan alguna que otra vez porque se fueron a pasar el fin de semana a Long Beach. Suponer que no se merecen la educación pública es, nuevamente, no entender que, si son los que más tienen, son los que más gastan y, por ende, los que más aportan al tesoro. ¿Por qué impedirles que utilicen una universidad que también financian?

Lo que sí es cierto es que muchos de los que ingresan a la universidad pública provienen de una educación primaria y secundaria privada. Estadísticamente, los que provienen de la educación pública son los menos y esto habla de distintas necesidades: el desastre del nivel educativo y la necesidad de salir a laburar full time picaban en punta hasta hace unos años. Hoy comparten el trono con las ganas de no hacer un choto.


Sí, es cierto que muchos avivados se aprovechan de las bondades de Argentina, pero no por nuestra legislación generosa que proviene de nuestra Constitución Nacional, sino por la falta de controles en la aplicación de la normativa. El ejemplo de los tours de salud que provienen de países limítrofes para atenderse en hospitales públicos con turnos que les sacan desde agencias de turismo, o los simpaticones que llegan al país, se toman un terrenito, y luego exigen que se los den o, en el mejor de los casos, se los vendan, que lo quieren pagar, como si estuviéramos en un universo paralelo en el que una propiedad se puede pagar en 550 mil cuotas de veinte pesos. Ni que hablar de los que cruzan el Pilcomayo, cobran el plan, votan y se vuelven a Paraguay. Solo un tuerto emocional puede cruzarse con un laburante o un estudiante extranjero y recriminarle la toma de terrenos o las chantadas clientelistas norteñas.

Ahora que está de moda revolearnos estadísticas por la cabeza, también hay que agregar que el 5,7% de todos los presos que tienen el sistema penitenciario argentino es extranjero. Como suena bajito, digámoslo al revés: el 94,3% de los presos de Argentina son argentinos. 94 personas y dos brazos de cada cien. Nueve personas y un torso de cada diez. O sea: en el único rubro en el que existen estadísticas reales para afirmar si nos sacan lugares de privilegio, es en el penitenciario. Y no, ahí les ganamos por paliza y nadie nos quita una celda para dársela a un foráneo.

Puedo entender otro tipo de soluciones que se podrían aplicar para paliar nuestra necesidad de culpar a otros por nuestros problemas, como arancelar la universidad para quien viene de afuera, o enviar el resumen de gastos hospitalarios a las respectivas embajadas de cada ciudadano del mundo, pero nuestra Constitución Nacional lo impide. Lo que sí es remarcable es que, todos aquellos que dicen que no se puede comparar esta inmigración que viene a utilizar nuestras universidades con las de nuestros abuelos, tienen razón: a nuestros abuelos el Estado les dio alojamiento, abrigo y comida, les buscó trabajo y les facilitó los trámites con ese temita del idioma. Ah, además les permitió usar la salud y la educación pública.

Nunca terminaré de entender esa cosa de recordar las raíces europeas de nuestros abuelos –que, si tan aceptados eran en sus países de origen, no tendrían que haberlo abandonado contándose las costillas del hambre–, mencionar nuestro pasaporte italiano/europeo en alguna que otra charla, y ratificarnos ultra nacionalistas para delirar a Brasil en un partido de fútbol o cada vez que aparece un tipo que habla con acento de telenovela y cuyo único pecado cometido es el de haber llegado después que nosotros.

Y todos nos hacemos los boludos con los destrozos de nuestros manifestantes vernáculos, de los robos, estafas y homicidios de nuestros compatrióticos compatriotas. Y mejor ni hablar de los problemas que generaron, generan y generarán nuestros políticos bien argentinos, en nombre de la Patria, ésa que nos ponemos al hombro cada cuatro años, siempre y cuando a la selección le vaya bien, o cuando vemos a una persona que habla el castellano con un acento extraño, sea venezolano, colombiano o correntino. Parte de nuestra idiosincrasia: si no se le entiende nada, lo vemos con otros ojos, aunque sea un mafioso ucraniano. Sólo por dar un ejemplo, desde 2013 ingresaron 25 mil ciudadanos italianos a la Argentina para probar suerte.

A diferencia de nuestros abuelos, vienen instruidos, con título y experiencia. Si no fueran físicamente idénticos al porteño promedio, serían el terror del nacionalista.

Supongo que está inexplicablemente en nuestra cultura. Vienen a quitarnos los trabajos que rechazamos, las camas de los hospitales que no usamos y los pupitres de las universidades de las que egresan sólo el 14% de quienes se inscribieron. Nadie saca cuentas de cuánto le cuesta al Estado cada estudiante crónico, ni mucho menos se hacen eco de la última encuesta universitaria de la UBA en la que el 84% de los alumnos se manifestaron a favor de un examen de ingreso.

Pero en definitiva, son detalles. Después de todo, con nuestra plata hacemos lo que queremos, qué carajos.

Martedì. “Patriotismo es tu convencimiento de que este país es superior a otros sólo porque tú naciste en él”. 

© Escrito por Lucca el martes 18/10/2016 y Publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo el contenido publicado es de exclusiva propiedad de la persona que firma, así como las responsabilidades derivadas.



domingo, 1 de mayo de 2016

Macro no Macri... @dealgunamanera...


Macro no Macri...

Sindicatos de Argentina y Brasil, más allá de sus diferencias, marchan contra los temores que les generan el fin del populismo y la falta de un proyecto entusiasmador. Foto: Cuarterolo

Argentina y Brasil, con la misma matriz de resistencia al cambio.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 30/04/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El problema argentino es macro y no Macri. La falta de un relato de Cambiemos que indique un “hacia dónde” se cambia no es un déficit sólo del pospopulismo argentino. Lo mismo sucede en Brasil, ya con Dilma afuera, y por eso compartimos la grieta que divide a cada sociedad. El numeroso acto de ayer de gremios contra el veto de Macri a una ley que prohíba despidos por seis meses y las marchas del Partido de los Trabajadores, que esta semana volvieron a cortar rutas en Brasil en contra de un ajuste fiscal cuando asuma el gobierno del vicepresidente Temer, tienen la misma matriz de resistencia al cambio.

En Argentina va a ser muy difícil bajar la inflación futura con paritarias que aumenten por la inflación pasada. Y en Brasil, como el déficit fiscal se financió con deuda en lugar de emisión, lo difícil será bajar la deuda. Pero en ambos países el problema de fondo es el mismo: bajar el déficit.

En los 80 fue el fin de las dictaduras; en los 90, de la inflación; la década pasada, de la pobreza. ¿Y ahora?

La persistencia de la grieta indica que aún no se inició una nueva era. Sin una idea compartida por la mayoría de la sociedad que la unifique  –manteniendo sus diferencias– en un proyecto común, no habrá cambio de ciclo.

En los años 80, esa idea aglutinante fue la democracia, el fin de las dictaduras que azotaron a la mayoría de Sudamérica. En los años 90, la cohesión social se forjó pensando que el fin de la hiperinflación y las privatizaciones nos llevarían al progreso.

Y a comienzos del siglo XXI, la nueva fuente de consenso fue que la redistribución del aumento de los precios de las materias primas elevaría a los pobres a la clase media. En cada etapa, casi toda la sociedad compartió una esperanza creyendo que mejoraría la vida de todos.

El agotamiento de cada ciclo (con la democracia no se comía, el Primer Mundo quedaba más lejos y el ascenso de las clases bajas se esfumó al bajar el precio de las materias primas) crea las condiciones necesarias para que germine una nueva esperanza compartida. Pero no es condición suficiente; hace falta algo macro, que trasciende a un país, incluso a una región, y que al darse simultáneamente en varios países revela que son eventos más universales. En los 80 fue el cambio de doctrina de Estados Unidos sobre los derechos humanos en Latinoamérica, también como herramienta de combate moral contra la ex Unión Soviética. En los 90 fue la caída del Muro de Berlín y el fin del comunismo. Y en la década pasada fueron las consecuencias de la llegada del capitalismo a China como potenciador del consumo mundial.

Hoy hay algunos cambios globales: el surgimiento de las redes sociales y la mayor cantidad de triunfos en elecciones de outsiders de la política, que van desde Macri hasta Marina Silva en Brasil, la líder ecologista que hoy sería electa presidenta si se adelantaran las elecciones a pesar de su casi nula capacidad de gobierno. El riesgo de que ningún partido tradicional pudiera ganarle hoy a un outsider de la política es el mayor freno a la autorización del Congreso de Brasil para que las elecciones municipales de octubre próximo sirvan también para elegir nuevo presidente.

Argentina y Brasil precisan otro relato que venga a llenar el vacío que genera el pospopulismo.

Que cada vez más outsiders de la política ganen elecciones, desde un cómico hasta Trump en Estados Unidos, es un voto de protesta contra los políticos y una muestra de insatisfacción ante la falta de rumbo de los partidos. Pero los outsiders de la política son otro síntoma de la falta y no de la solución del problema.

Bicentenario. Macri proyecta terminar la tarea de reordenar la economía para cuando se celebren los 200 años de la Independencia, el próximo 9 de julio. Probablemente en el tercer trimestre comiencen también a aparecer los primeros signos de reactivación. Incluso en el devastado Brasil se habla de que se estaría llegando al fin del pozo, y los más optimistas esperan que después de las Olimpíadas se haya superado lo peor. Pero Argentina y Brasil demandan algo más que venga a llenar el vacío metafísico que genera el pospopulismo.

El puente al futuro que quiere construir Macri precisará más materiales que el cemento y el acero del plan de obra pública con el que comenzará a reactivar la economía.