domingo, 21 de octubre de 2012

Lecciones para la Argentina... De Alguna Manera...

Encuentro con Lula, el estadista más grande de los últimos 50 años...
 
Presidente Luis Inácio Lula da Silva,

Crónica detallada y emocionada sobre el ex presidente de Brasil. Anécdotas de una historia particular. Y todas las definiciones en las que deberíamos inspirarnos.

Lula me miró emocionado, se golpeó el corazón con el puño cerrado y me llamó con una seña. Tardé un segundo en estar a su lado y me dio un abrazo de esos que sólo se les dan a los afectos más profundos. Después comprobé que lo hace con todo el mundo. Es cariñoso, incluso con quienes no conoce.

Los fotógrafos gatillaron mil veces, para mi felicidad. Jamás olvidaré esa imagen. Lula con el video Compañero presidente en la mano y a mi lado. Nunca imaginé semejante gratificación de quien considero el estadista más grande de la región de los últimos cincuenta años. Al principio no me atreví a acercarme a su mesa y el antiguo VHS se lo dio, gentilmente, el doctor Guillermo Lipera, miembro del comité organizador del coloquio de IDEA. Es un documental biográfico de Lula que comencé a hacer el día más importante de su trayectoria política, el 27 de octubre de 2002, cuando cumplió 57 años y se consagró presidente electo de Brasil después de haber perdido tres elecciones consecutivas.

¿Cómo llegué a ese lugar? Un periodista extranjero en la intimidad de la celebración de Lula fue posible gracias a Víctor De Gennaro, que en ese momento era el mejor amigo de Lula en Argentina. El me dio una tarjeta personal y me dijo que se la entregara a Carlos Grana, jefe de los metalúrgicos de San Bernardo do Campo en San Pablo. Ansioso, a las 7 de la mañana ya estaba en la puerta del gremio con el camarógrafo y el Zorro Milicich como productor, que se había puesto la camiseta de Rosario Central. Grana llegó solito y en un Gol sin vidrios polarizados. No había un solo custodio ni matón a su lado. Pensé en Armando Cavalieri y me dio vergüenza ajena. Grana me invitó a que lo acompañara.

¿Adónde vamos?, pregunté. “A la casa de Lula”, fue la respuesta que me aceleró el corazón. Y fue cierto. Entramos al Condominio Residencial Hill House, de Villa Teresinha, muy similar a los de clase media de Caballito, que hasta seguridad privada tenía. Ingresamos con otros viejos compañeros del sindicato en el que Lula se hizo dirigente, y 57 chicos con 57 tortas blancas con una estrella roja en el centro con sus respectivas velitas. Todos le cantaron el “parabienes”, con la música de nuestro “que los cumplas feliz”. Me acerqué, y sin pensarlo le dije:

 Alfredo Leuco y el Presidente Lula. Mar Del Plata, 2012. El columnista de PERFIL le entrega a Lula el viejo VHS con el documental sobre su vida, que hizo hace una década.

—Lula, le quiero desear un feliz cumpleaños y un feliz gobierno.
Me dijo “muito obrigado”, me estrechó la mano y siguió de largo como si nada. Tuve que apelar a mi arma secreta:

—Ah, Lula, el viernes estuve con Víctor De Gennaro y le manda un gran abrazo.
Logré detener su marcha sin mentir. Y le sacudí la primera pregunta:

—¿En quién pensó cuando apagó las velitas y se emocionó tanto?
—En mi madre. Ella era lavandera. Me acordé del día de su muerte. Yo estaba preso por la dictadura militar y ella se murió sin saberlo. Mi carcelero se conmovió y me sacó media hora a escondidas de sus superiores para que yo estuviese en el velorio. Pero no me permitieron estar en su entierro ni hablar con mis familiares.

—No pudo contener el llanto...
—Y, ¿qué le parece? Ella era analfabeta, igual que mi padre. Me mandaban a comprar el diario sólo para ver las fotos y los dibujos. Me hubiese gustado tanto tenerla esta noche a mi lado...

—Es comprensible, recuerdo....

En ese momento, un morochazo de dos metros tipo NBA me dijo claramente: no más preguntas, y me apartó con firmeza.

Pero yo ya había filmado con mi camarita familiar toda esa celebración. ¿Qué más podía pedir un periodista?

Así salió Lula de su casa rumbo al colegio Joao Firmino, donde votó frente a más de 300 lentes y flashes que habían llegado hasta de los países más recónditos de la Tierra para registrar la epopeya del lustrabotas que llegó a conducir el quinto país más importante del mundo por territorio y población, y que en poco tiempo estará en el mismo puesto pero en términos de poder económico.

Los chicos del barrio de Lula también le cantaron la canción-himno de campaña que pedía “un Brasil decente para un pueblo pobre pero noble y trabajador”.

En un momento hizo llorar hasta a los fotógrafos japoneses, que parecían muy distantes y profesionales. Lula cortó la torta que en su interior decía su nombre, escrito en chocolate. El primer bocado se lo dio en la boca a uno de los chiquitos cantores, que no podía caminar sin apoyarse en muletas. Fue un momento estremecedor. Lula se puso en cuclillas para estar a su altura y con la cucharita le hizo “avioncito” como cualquier padre le haría a su hijo. Sólo que Lula no era su padre. Y que se había acordado de doña Lindu, como él le decía a Eurídice, su madre lavandera y analfabeta.

Sin miedo. Las buenas noticias dicen que Lula viene derrotando a un maldito cáncer de garganta, como derrotó todo lo que se le puso adelante. Por eso me acordé de aquel día glorioso del año 2002, cuando la consigna de esa campaña que llevó a Lula a la presidencia decía así: “La esperanza vence al miedo”. Hoy, el pueblo brasileño que ama a Lula, frente al ataque del cáncer, dice lo mismo: “La esperanza vence al miedo”.

Después, pude cruzar un par de palabras más. Fue cuando se enteró de que yo era cordobés. Se confesó admirador de Agustín Tosco y la Córdoba clasista y combativa de finales de los 60 y principios de los 70. El Gringo Tosco fue un dirigente sindical, marxista independiente, lúcido, honrado y valiente como Lula que me habló de las experiencias de Sitrac-Sitram y de las similitudes del cinturón industrial paulista, cuna de las terminales automotrices, con lo que ocurre en mi provincia. Al final se despidió con una confesión: en un momento estuvo a punto de viajar a Córdoba para probar suerte en IKA-Renault. Tal vez hubiese cambiado la historia de Brasil y el Cordobazo habría tenido un grito en portugués. Fue la pueblada que derrocó a un gobernador fascista y que hirió de muerte al dictador patricio, el general Juan Carlos Onganía.

El miércoles fue la estrella de IDEA. Lula exhibió en plenitud su ideología y se acordó de aquel día de gloria, del que se va a cumplir exactamente una década dentro de seis días.

La pregunta inmediata en los pasillos fue: “¿Y cuál es la ideología de Lula?”. José Manuel de la Sota y Hugo Moyano se apresuraron en llevar agua para su molino y dijeron que era claramente un peronista del último Perón. Y algo de razón tienen. Es profundamente humanista, y cada día más cristiano. Se casó por iglesia con su actual mujer y la amistad del sacerdote Frei Betto debe sumarse a que la batalla contra el cáncer suele insuflar más fe y religiosidad a los hombres. Es muy interesante intentar observar que tiene el “lulismo” adentro. Es un debate conceptual que está creciendo para orientar definitivamente el rumbo de los gobiernos populares de América latina. ¿Es lo mismo Lula que Chávez? ¿Se puede caracterizar a Cristina de la misma manera que a Lula? El populismo beligerante de Chávez, más el manual de la confrontación permanente como forma de construcción política de Ernesto Laclau, son caminos divergentes en la teoría que proclamó Lula en su paso por Argentina.

Hizo la transformación social más grande de la historia de Brasil: llevó cuarenta millones de pobres a la clase media. Eso es movilidad social ascendente y no macanas. Y la diferencia con Argentina y Venezuela es que lo hizo sin fracturar la sociedad y sin inyectar odio en sus venas. Todo lo contrario: Brasil está hoy más cohesionado y no partido al medio como los países de Chávez y Cristina. Hoy Dilma continúa con la alianza y no la lucha de clases, con inflación controlada, sin malversar las estadísticas públicas, discutiendo a fondo con el periodismo pero sin intentar silenciarlo ni controlarlo, con un diálogo permanente con la sociedad en general y la oposición en particular, y apoyando la idea de que más de dos períodos de gobierno son monarquía. Lula lo dijo con todas las letras cuando elogió la alternancia “no sólo de hombres, sino también de sectores sociales” en el gobierno. “Es una conquista de la humanidad”, dijo. Y se puso a sí mismo como ejemplo. Le prohibió a su partido que moviera un dedo para reformar la Constitución y buscar la eternización en el poder. Pudo haberlo hecho porque tenía una aceptación del 87% cuando finalizó su gobierno. Pero no quiso, se autolimitó. Y aunque apoyó francamente a Chávez, dijo con toda claridad que debería empezar a construir su sucesión.

Fracaso. Ernesto Laclau, que ayer se reunió con Martín Sabbatella, propone cosas muy distintas, más infantilmente radicalizadas y cercanas al fracaso. Apoya la reelección permanente, la batalla contra los medios de comunicación convertidos en satanes y voceros de las corporaciones económicas, y el choque y el castigo como manera de elegir enemigos y diseñar su propia identidad. Plantea que “el constitucionalismo radical sostiene el poder conservador y el ultrainstitucionalismo es el típico discurso de la derecha”, a la que son funcionales tanto Binner como Pino Solanas y Libres del Sur. Corta tan finito, tan sectario, identifica tantos enemigos de Cristina que la obliga a quedarse cada vez más sola. A esa misma hora, el Pepe Mujica, otro que hay que ver actuar pero saber escuchar también, se alineó con Lula respecto de las dificultades que tienen los líderes populistas agresivos para encontrar sucesión: “Los mejores luchadores son los que dejan gente que los suplante”, sentenció ante el aplauso de jóvenes del radicalismo en La Plata. La ausencia de herencia política es el más grave problema tanto de Chávez como de Cristina.

Lula le dio un reportaje al diario La Nación y fue el principal orador del coloquio que nuclea a los 900 empresarios más importantes de la Argentina. Los Kirchner jamás cometieron semejante herejía. Lula llegó a decir que los periodistas que critican excesivamente pierden credibilidad. Y que los que elogian en forma desmedida, también. Por eso manifestó que él confía en la gente para valorar la verdad o la mentira y que quiere medios más libres y con menos injerencia del gobierno. “Yo fui tremendamente castigado por los medios y me fui con un altísimo nivel de aprobación”, fue su conclusión, similar a la que dijo Perón en su momento: “Subí con todos los medios en contra y me derrocaron con todos los medios a favor”. Todo lo contrario de esta Argentina manchada con viejas teorías paternalistas que creen que los diarios lavan el cerebro de la gente.

Disparador. José “Pepe” Nun, ex secretario de Cultura de Néstor Kirchner, el más aplaudido del coloquio en Mar del Plata, aportó otros elementos disparadores de ese debate dentro de lo que en los 70 se llamaba “campo popular”.

Nun, que está distanciado del cristinismo por varias razones pero sobre todo porque algunos funcionarios que él expulsó por ladrones hoy siguen enquistados en otros puestos de poder, también criticó con altura el populismo. Sostuvo que el individualismo extremo que no tiene límites para su codicia y que evade impuestos genera una masa de marginados y excluidos, que son carne de cañón para el populismo. Que el líder populista habla por esos sectores que no tienen voz y apunta a destruir las instituciones porque no quiere que nadie lo controle. Muchos llegan a creerse dioses. ¿Y quién se atreve a hacerle una auditoría a Dios?, preguntó Nun, con ironía. Palos compartidos para la avaricia empresaria y para el autoritarismo chavista.

Lula, al revés de Cristina, predica la conveniencia de aumentar las alianzas sociales y evitar caer en el aislamiento.

Contó lo difícil que fue explicarle a su partido la sociedad con José Alencar, quien fue su compañero de fórmula. Un empresario al que muchos de sus camaradas definían como un burgués. Romper los dogmas del martillo y la hoz, alejarse del estalinismo jurásico, abrirse a los nuevos tiempos sin bajar las banderas igualitarias del socialismo le permitieron concretar sus sueños desde el poder y sacarlos de las charlas de café.

Néstor y Cristina también comprendieron la necesidad de sumar sectores medios ubicados más a la derecha, y por eso Daniel Scioli, Julio Cobos y Amado Boudou fueron vicepresidentes. Hoy la sensación es que la Presidenta se encerró sobre sí misma y que le alegra perder el apoyo de muchos caceroleros que también la votaron.

La humildad de Lula es garantía de diálogo. Dedicó el 50% de su tiempo a reuniones con sus adversarios con el siguiente lema: “Un presidente no sabe de todo y por eso debe escuchar a toda la sociedad.”

En un desayuno con la cúpula del FAP, Lula le contó a De Gennaro que Carlos Grana, nuestro común amigo sindicalista metalúrgico, hoy es intendente de San Bernardo do Campo. Y se manifestó feliz porque el hijo del jardinero del cementerio más pobre de San Pablo está estudiando diplomacia. Es que Lula fue el primer presidente de la historia de Brasil sin título universitario. Y él se encargó de intentar ser el último. Fue el que más universidades construyó. Durmió en una casilla con sus siete hermanos y un padre golpeador. Vendió naranjas y sardinas por las calles. De lustrabotas a estadista. Sin rencores ni odios. Un constructor del futuro sin injusticias y con más libertad. Ojalá se transforme en un espejo para los argentinos.

Es generoso, sabe que vino al mundo a hacer el bien a los que la pasan mal. Hoy es un Che Guevara desarmado, un Salvador Allende que pudo concretar su obra, un Tosco que no se murió en la dictadura. Es asombrosa su capacidad de acción, pero también su impresionante facilidad para transformar conceptos complejos en consignas populares. “Democracia es que mi pueblo coma cinco veces al día y no que coman una vez cada cinco días”. Eso dijo. O que su proyecto político es que ningún brasileño tenga que agachar la cabeza ante ningún poderoso.

Más de una vez definió muy claramente su ideología: “Somos un partido socialista de extrema democracia”. Profundo y sencillo: justicia social mil, autoritarismo cero.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.

¿Les estalla antes la cabeza o la economía?... De Alguna Manera...


¿Les estalla antes la cabeza o la economía?...

“Los ritos y las ceremonias de las iglesias no hacen más que convertir a Dios en un payaso.” Søren Kierkegaard

 CRISTINA Y MORENO. Dos estilos de alteración.

El jueves, en un reportaje publicado en la revista Nuestra Palabra del Partido Comunista, Guillermo Moreno explicó que “la Presidenta fue muy clara cuando dijo que es inmanejable un país con una inflación por encima del 15, 18 o 20%. La inflación es la que realmente está midiendo el Gobierno”.

¿Qué parte de la población será analfabeta numéricamente como para todavía creerse que la inflación es del 9% o, más allá de cualquier porcentaje, creer que la inflación crece la mitad de lo que le aumentan su sueldo?

No parece resultar muy conveniente para el Gobierno recordar cuando Cristina Kirchner, en la Universidad de Harvard, sostuvo que “si la inflación fuera del 25%, el país estallaría por el aire”. Esa frase es para psiquiátrico: un país estallando por el aire si sucediera lo que ya sucede, advertido por la propia responsable de conducir ese país. Muchas interpretaciones son posibles  (palabra plena, lapsus del inconsciente), pero hay un único efecto: la sospecha de que no sólo podría estallar la economía del país sino, y no menos preocupante, que la cabeza de quienes gobiernan está tan mal como la inflación.

Todavía existen preconceptos culturales arcaicos sobre las mujeres que fácilmente son calificadas de locas. No sólo Cristina Kirchner soportó esa acusación sino también Elisa Carrió, de quien –hasta oficialmente– el que fue jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dijo que a ella “le faltan varios jugadores” y que “no le llega agua al tanque”.

Es cierto que en el caso de los hombres ser “loco” hasta puede convertirse en un atributo valorativo distinto, significando que esa persona tiene un arrojo especial que le permite ir más allá de los límites, como podrían ser “el loco Moreno” o “el loco Néstor Kirchner”. Pero tampoco habría que detenerse en una discriminación opuesta que impida decir que una mujer luce alterada sin caer en violencia de género. Por eso es oportuno aquí juntar a Moreno con Cristina, ya que resulta hasta benigno calificar de locos a quienes  desde el Gobierno sostienen que si la inflación fuera del 25% el país estallaría.

El kirchnerismo apuesta a que en 2013 llegará un segundo viento de cola que acomode y disimule todos los problemas económicos que su modelo viene acumulando. Quizá se confíe demasiado, y en lo económico, al revés, sería cuerdo estar un poco más paranoico.

Pero, más allá de la economía, el Gobierno debe reconocer que una creciente parte de la sociedad tiene la percepción de que a su conductora la afecta algún tipo de excitación discursiva que –sea verdadera o falsa– atribuyen a algún grado de alteración de su ánimo.

Probablemente no sea más que otro mito urbano pero, a un año de las elecciones que el 23 de octubre de 2011 le permitieron a Cristina Kirchner ser reelecta con el 54% de los votos, el número de ciudadanos que dice que nunca la votaría creció en la misma proporción en la que cayeron su imagen positiva (más de veinte puntos) y la aprobación de su gobierno.

Es factible que Cristina Kirchner tenga hoy la misma oralidad exaltada de siempre y aquellos que dejaron de apoyarla por otros motivos decidieron prestar más atención a ese rasgo de su personalidad que siempre la caracterizó, cuya percepción se inhibía en época de luto, porque cualquier pensamiento negativo era reprimido y enviado al inconsciente. Si así fuera, retornaría ahora con más fuerza, como todo lo reprimido, y la población estaría atravesando “el   fin del luto”.

Simplificadamente: una parte de la sociedad votó a Cristina Kirchner en 2007 porque prometió iniciar una etapa de recuperación de la institucionalidad dejando atrás el estado de excepción, más tolerable en los primeros años poscrisis de 2002. En la primera presidencia de Cristina Kirchner no hubo avances republicanos, pero se atribuyó ese estancamiento a que su marido seguía gobernando en las sombras. Con su muerte, además de la solidaridad en el dolor, Cristina Kirchner renovó el crédito por la promesa electoral de 2007 no realizada, ya que recién sin él podría ser ella misma.

El actual fin del luto no sería sólo la caducidad del sentimiento de acompañar en el dolor a quien había enviudado sino, principalmente, el pase de una doble factura por incumplimiento de la promesa electoral tanto de 2007 como de 2011 (obvio, de aquellos que no son naturalmente kirchneristas).

La gente cuya politización es mediana percibe como perturbados a quienes tienen una ideologización extrema, sea de derecha o de izquierda. El predecesor de Obama, George W. Bush, también fue reelegido presidente; sin embargo, en su segundo mandato se hizo mayoritaria la idea de que sus creencias eran tan rígidas que derivaron en un encierro dogmático que distorsionó su percepción de la realidad.

El enamoramiento, como su contraparte, el odio, implica una forma de descalibramiento del radar con el que se registra lo externo. El amor a una religión o a una causa necesariamente requiere que la realidad sea retraducida de forma que no llegue a crear un conflicto insalvable con los sentimientos y las creencias, que al ser existenciales no pueden ser abandonadas por la persona sin perder su autoestima.

El problema del kirchnerismo es que gran parte del relato es la economía (más la explicación de por qué fracasó en el pasado y quiénes fueron los culpables). Otro fracaso demandaría otro relato.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.

sábado, 20 de octubre de 2012

Campaña en EEUU... De Alguna Manera...


Duelo en el imperio…

Mitt Romney - Barack Obama

Cuál fue el efecto del cruce entre Barack Obama y Mitt Romney. Por qué son necesarios los debates en democracia. La economía y la política explicadas a los votantes.

Los especialistas en elecciones sostenían que los debates presidenciales apenas influían en los votantes. Ahora hacen silencio.

Hace diez días, las encuestas en Estados Unidos daban al presidente Barack Obama una ventaja de ocho puntos. Ahora, luego del primer debate de la campaña, el candidato republicano Mitt Romney ha pasado al frente con cuatro puntos de ventaja. En suma, el encuentro le costó al presidente 12 puntos.

Los comentarios inmediatamente posteriores insistieron en que ambos candidatos habían sido excesivamente técnicos, internándose en análisis económicos incomprensibles para la mayoría. Este fue un segundo error. La audiencia siguió la discusión y entendió.

Es decir, los “especialistas” decían que los debates no cambian casi nada y que los temas técnicos aburren. Lo que hemos visto es más bien lo contrario. Los debates entre candidatos son parte de un ejercicio importante para la formación de opinión de los votantes. La sociedad puede escuchar y juzgar algo más que frivolidades.

La tercera enseñanza que deja el debate es que el centro del interés está en la economía. La famosa frase de Bill Clinton (“es la economía, estúpido”) pareció convertirse en un nuevo mandamiento.

A pesar de que diversos temas como salud y educación estuvieron presentes, todos pasaron por el tamiz económico: cuánto costaban las reformas y qué consecuencias generaban sobre el empleo, el crecimiento y el déficit fiscal. A su vez, en el corazón de los temas económicos, el sancta sanctórum del debate, se reiteraba la cuestión impositiva: ¿quiénes pagaban el costo de las reformas? ¿Los ricos, las clases medias o los que tienen menos?

Es razonable que el tema domine. Los impuestos son el dinero que cada uno aporta al fondo común. Normalmente, el dinero proviene del esfuerzo y del trabajo, entonces, nada más natural que no trabajar para otros.

Es bueno recordar, lector, que el artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 dice que cada ciudadano tiene derecho a saber y a consentir cuánto paga y en qué se usa el dinero. Aunque sea poco sabido, la cuestión impositiva está en el centro de los derechos humanos.

No tengo bibliografía, pero por la experiencia de haber vivido en varios países y seguido de cerca su política, tengo la impresión que a medida que se sube en el nivel de cultura política y desarrollo económico el tema impositivo se vuelve cada vez más presente en las sociedades. En Haití, hablar de impuestos es por muchas razones impensable. En Europa occidental, en Estados Unidos y en Japón, entre otros, no hablar ni debatir sobre este tema es también impensable.

Cuánto aportan los individuos al esfuerzo común, cuánto obtienen del esfuerzo común, las desigualdades deben o no ser disminuidas con el uso del dinero de todos o, mucho más específico, si se puede usar la plata de todos para el beneficio propio del gobernante y para la propaganda de su partido.

En nuestro país, no hay debates presidenciales y la cuestión impositiva es ignorada, los candidatos no la mencionan. Lo esencial es invisible al pueblo. Además, ha tenido éxito la idea que los asuntos de la economía son complejos y, por tanto, lejos de la posibilidad de comprensión de las mayorías. De allí que las decisiones económicas pertenezcan a un mundo en que la mayoría no incide, no decide ni se entera. Logramos así invertir la frase de Clinton: “estúpido, la economía no es para vos”.

El 3 de octubre pasado, Obama y Romney discutieron de sus ideas sobre la sociedad estadounidense y del dinero necesario para hacerlas realidad. Como los medios subrayaron, el presidente apareció sin fuerza, confuso en sus argumentos y, sobre todo, sin la fuerza para golpear y mostrar las contradicciones del otro. Parecía, como muchos lo dijeron, un hombre agobiado, actuando más bien con los reflejos del boxeador golpeado.

Romney, al contrario, estuvo en el centro de la polémica, claro e incisivo. El único problema es que mintió abiertamente. Se desdijo de lo que había sido su discurso de todos estos meses, durante las primarias y después de que fuera electo candidato. Romney se reinventó y Obama no lo dijo.

De pronto, el candidato cercano de los conservadores fundamentalistas republicanos del Tea Party apareció favorable a la acción estatal para mejorar la situación social. Hasta hace poco, afirmaba que la desigualdad no era un problema del Estado.

¿Qué habrá sucedido en la cabeza de Obama? ¿Qué presagio habrá dominado su espíritu? Me parece que la respuesta no puede ser conocida y que probablemente poco tenga que ver con la política. Pero los efectos son claros.

Sin embargo, las diferencias eran notorias y documentadas. No se requería un esfuerzo particular para exhibir las contradicciones de Romney.

Obama ha propuesto en la campaña invertir centenas de miles de millones de dólares, provenientes de mayores impuestos a los ricos, para reducir aún más el desempleo (hoy, el más bajo desde que asumió). En materia de regulaciones, Obama desea disminuirlas para la pequeña y mediana empresa. Romney desregula a todas, en especial para los sectores de altos ingresos. No desea usar impuestos para generar empleo; quiere reducirlos a las grandes empresas.

Sobre el déficit, Obama propone reducir en 10 años gastos por 5 millones de millones de dólares y aumentar impuestos para los que ganan más de 200 mil dólares por año. Romney excluye toda posibilidad de aumentar impuestos, reduce inmediatamente el empleo público en 10% y el gasto social.

Sin embargo, en el debate, el republicano negó todo esto. Obama desaprovechó las decenas de citas que mostraban el cambio de opinión.

De este modo, y sorprendentemente si consideramos la catastrófica herencia del gobierno del republicano George W. Bush (guerra con enormes costos en vida y recursos basada en mentiras y la mayor crisis económica en 80 años), Estados Unidos se acerca a la inesperada posibilidad de ser gobernado por la derecha fundamentalista.

© Escrito por Dante Caputo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad de Buenos Aires el domingo 14 de Octubre de 2012.




La “Corpo” de jueces y periodistas… De Alguna Manera...


La “Corpo” de jueces y periodistas…


La exposición de Laclau en Tecnópolis la semana pasada fue –simbólicamente– sexo explícito. El constitucionalismo, el republicanismo y las instituciones son armas que utilizan los conservadores para defender el statu quo y mantener sus privilegios. La revolución y hasta la reforma precisan nuevas alternativas de representación porque las existentes son retrógradas y contrarias al cambio. En sus palabras: “Las instituciones no son nunca neutrales, las instituciones son una cristalización de fuerzas entre las mismas y todo proceso de cambio radical de la sociedad necesariamente va a chocar en varios puntos con el odio institucional. Las nuevas fuerzas sociales tienen que ir creando formas institucionales propias que van a cambiar el sistema institucional vigente”.

Dicho más brutalmente: la Justicia es un antro de conservadores y radicales que se perpetúan corporativamente nombrándose unos a otros conjuntamente con sus familiares y resultan un freno al cambio, igual y más grave que la Corpo periodística. Al igual que a los medios, a los miembros de la “familia judicial” no se los elige por voto popular y su mandato no tiene límite. Representan la misma amenaza porque medios y Justicia son el poder permanente

Tiene su lógica: las instituciones, al ser una cristalización, son el resultado de la presión de fuerzas no sólo entre ellas sino y fundamentalmente, de las distintas fuerzas a lo largo del tiempo, como capas geológicas, que se fueron formando en diferentes épocas de la sociedad y necesariamente representan el voto del pasado en el presente, de la misma forma que nuestra sociedad actual compromete el futuro de las próximas generaciones.

Marx, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, escribió: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse, precisamente, a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria, es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.”

O sea, los hombres somos libres de hacer con lo que primero otros hicieron por, para y con nosotros.

Para el kirchnerismo la Justicia siempre fue antiperonista, porque el peronismo entendió mejor que ningún otro partido del mundo que sólo se puede gobernar bajo estado de excepción, y que los radicales fracasan porque creen que se puede gobernar respetando las instituciones.

Más aún, desde esta perspectiva no sólo la Justicia es conservadora, un Parlamento que no es controlado por el Poder Ejecutivo, también lo es. Laclau dijo en Tecnópolis que “tenemos el peligro de plantear el campo de la lucha política como la lucha parlamentaria en el seno de las instituciones existentes. Los Parlamentos han sido siempre las instituciones a través de las cuales el poder conservador se reconstituía, mientras que muchas veces un Poder Ejecutivo que apela directamente a las masas –frente a un mecanismo institucional que tiende a impedir procesos de la voluntad popular– es mucho más democrático y representativo. La representación no tiene por qué ser representación parlamentaria.”

O sea, cualquier institución que pueda ser independiente del Poder Ejecutivo será una amenaza para el cambio. Y es la división de poderes lo que se rechaza. Por eso la Justicia y el periodismo, considerado este último tanto auxiliar de la Justicia como cuarto poder, padecen similar embestida del Gobierno.

Y si avanzamos un paso más, el consenso y la sola idea de acuerdo también es conservadora porque ninguna medida revolucionaria se puede tomar por consenso: gobernar es imponer la fuerza de la mayoría a la minoría.

Laclau habló en Tecnópolis del Estado integral de Gramsci pero no del Estado total de Carl Schmitt, de orientación ideológica opuesta, quien también lo creía una superación del Estado liberal y prefería la dictadura como sistema de gobierno antes que las democracias parlamentaristas pluralistas.

Violencia moral. Hay una contradicción entre la declaración del presidente de la Corte Suprema durante la V Conferencia Nacional de Jueces en Mendoza sobre que “los jueces no cederemos a ninguna presión” y la renuncia del juez Raúl Tettamanti la semana anterior, que él mismo atribuyó a “violencia moral”. ¿Puede un juez excusarse por violencia moral? ¿No se supone que la profesión de juez requiere casualmente poder superar no sólo el riesgo de violencia moral sino hasta la física, resistiendo a las amenazas de asesinos múltiples y narcotraficantes sobre los que dictará sentencia a lo largo de su carrera? ¿No sería lógico que además denunciara legalmente a quien comete el delito de amenazarlo y que un fiscal de oficio abriera una causa por amenazas a un juez o la Corte Suprema misma ordenara una investigación?

Violencia moral se define como “apremio físico o psicológico, hecho sobre el sujeto con tal de que preste el consentimiento para la celebración de un acto contrario a su voluntad”. Otro emparentamiento con los jueces: los periodistas vivimos bajo violencia moral permanente y también algunos ceden a presiones.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.



Mariano Ferreyra, a dos años... De Alguna Manera...


Ferreyra, a dos años...

 Mariano Ferreyra.

En el segundo aniversario de la muerte de Mariano Ferreyra, algunas reflexiones sobre una vida de militancia que fue interrumpida por la burocracia sindical.

Fue mediante un mensajito de texto. Decía: “Una patota de la Unión Ferroviaria mató a un compañero del partido. Hay heridos de bala”. Así me enteré, mientras llegaba a la revista Veintitrés –donde trabajaba–, del asesinato de Mariano Ferreyra. Me lo había enviado un amigo que había conocido durante mi tiempo de militancia el en Partido Obrero unos años atrás. Recuerdo cierta estupefacción: ¿Una patota, del sindicato, balas, muertos, heridos? Una rara confusión mientras caminaba por el pasillo. Ingresé a la redacción. Los títulos en la pantalla del televisor plasma que presidía una de sus paredes confirmaban la noticia: “Matan a militante del PO en Barracas”. De esta manera comenzaba –era una tarde de sol tibio aquel 20 de octubre de hace dos años– una jornada agobiante, tempestuosa.

La Argentina se sumió en un estado de conmoción social generalizada. Ferreyra, un militante de veintitrés años que participaba de una protesta laboral, había sido asesinado, caído su cuerpo sobre el asfalto de un barrio del sur porteño debido a las balas de plomo disparadas por la burocracia sindical. Cinco días habían pasado desde que los dirigentes gremiales liderados por Hugo Moyano sellaran su sociedad con la presidenta Cristina Fernández en un acto en el estadio de River Plate. Allí había estado la Unión Ferroviaria –luego se sabría que Cristian Favale, uno de los matadores, también había estado–. “Lo mataron porque defendían un negocio”, se dijo en la improvisada conferencia de prensa que diversas organizaciones de lucha realizaron en la intersección de Callao y Corrientes esa misma tarde. 

Tercerización, precarización, negocios, patota fueron vocablos que se conjugaban con Pedraza, Ugofe, ferrocarril para empezar a cristalizar los significados de esa muerte. Los hechos señalaban que el objetivo gremial de acallar a los manifestantes tercerizados se había cobrado una vida y dejado gravemente herida a Elsa Rodríguez, también militante del PO, que había recibido un balazo en la cabeza y se encontraba en coma. Había dos heridos de bala más. Esos eran los hechos.

A medida que pasaba la tarde, una pregunta se me aparecía, recurrente: “¿Cómo irá a tratar la prensa kirchnerista este crimen político? ¿Cómo lo hará la revista en la que trabajo?”. Había silencio. Esas primeras horas que siguieron al crimen estaban dominadas por el silencio. En las redes sociales los militantes kirchneristas, asiduos participantes, estaban callados. Esperaban un pronunciamiento oficial, algo. Recuerdo un tuit, pasadas varias horas, de uno de ellos que pedía: “Es necesario que alguien del gobierno diga algo sobre lo que pasó, esto nos hace mal a nosotros”. Había silencio. El miércoles era el día de cierre de la edición de Veintitrés. Se decidía la tapa. A pesar de la magnitud del hecho político, se mantuvo la decisión de que una entrevista a la abuela de Plaza de Mayo Chicha Mariani ocupara ese lugar. 

El crimen de Barracas obtuvo un friso en tapa que prometía explicar las razones de una “interna gremial” que se había cobrado una víctima. La operación se repetiría: basta recordar a 678 realizando proponiendo la culpabilidad de Duhalde, quien se habría reunido con Pedraza nueve días antes del homicidio. Todo era falso. Al día siguiente, como miembro de la comisión interna de Veintitrés, me reuní junto a otro delegado con Sergio Szpolski, quien nos planteó que su grupo mediático haría todo lo posible por que se alcance justicia (en ese mismo instante CN23 apostaba por la pista falsa del duhaldismo) pero que no le daría espacio ni permitiría que aparezca la voz de dirigentes del Partido Obrero, planteo que su grupo cumplió en toda la línea. La misma orden había sido bajada en Radio Nacional, donde no se permitía referirse a Ferreyra como militante, sino como “manifestante”. 

El día de su asesinato me habían encargado que realice una columna contando quién había sido Mariano Ferreyra. De ese modo tuve un primer acercamiento a su persona mediante el relato de sus compañeros, a través de su página de Facebook –que me pasó Pablo Rabey, el mismo amigo que me había enviado el mensajito de texto anunciando su muerte–. Recuerdo que al final de la columna escribía una referencia a su temprana militancia socialista que había sido cercenada por la burocracia sindical. Esas líneas desaparecieron del texto que se publicó.

A dos años del crimen la investigación sobre los acontecimientos no deja lugar a dudas: hoy, en el banquillo de los acusados de Comodoro Py, donde funciona el tribunal, se juzga a los culpables del asesinato de Ferreyra. Los miembros de la patota, los matadores, su jefe, la policía que liberó la zona y –en un hecho histórico– los autores intelectuales del ataque armado y escarmentador contra los tercerizados. 

Es cierto que faltan los empresarios y funcionarios como el ex subsecretario de Transporte Antonio Guillermo Luna, pero no está dicha la última palabra sobre esta cuestión. Cada día de sesión, los testimonios aportan datos que terminan de armar el rompecabezas que forma la imagen de la culpabilidad de los imputados. Los acusados –todos– permanecen en silencio. Un silencio que los hunde. Se juzga a los criminales, a los asesinos, pero también se juzga una forma de hacer sindicalismo. Pedraza no es una excepción en el arco sindical: es la norma. Dirigentes gremiales devenidos en empresarios que usan patotas para reprimir a los trabajadores de sus propios sindicatos abundan. 

Basta pensar en Gerardo Martínez quien, a pesar de haber sido servicio de inteligencia bajo la dictadura, se sienta a la derecha de la presidenta Cristina Fernández en cada reunión, o Andrés Rodríguez, criador de caballos de raza y sindicalista, para dar solo dos ejemplos de la CGT Balcarce, oficialista. Basta pensar en Hugo Moyano, quien vive en una mansión en Parque Leloir y rige empresas en las que extrae beneficios a los afiliados a su sindicato, Amadeo Genta, un derechista que está desde hace décadas en el gremio municipal, o el vergonzoso ruralista Gerónimo Venegas, por mencionar algunos de los ex socios del gobierno kirchnerista. Si la noción de que se juzga a toda la burocracia sindical en la figura de Pedraza se cristaliza en la clase trabajadora y el resto de la sociedad –y se concluye, entonces, con que hay que barrer con esa casta parasitaria–, se podrá pensar que el tiempo transcurrido desde el crimen no ha pasado en vano, que la justicia podría materializarse dentro y fuera del tribunal.

Una extraña emotividad me persigue desde que asesinaron, hace dos años, a Mariano Ferreyra. Quizás comenzó en ese momento, en el cementerio de Avellaneda, cuando vi a decenas de sus compañeros llorando, abrazándose, consolándose por haber perdido a uno de los suyos, porque se los habían quitado. Una rara sensibilidad que surge cuando una circunstancia se conjuga con su imagen en una pared de alguna calle porteña. O al ver los videos que su recuerdo inspiró; o al constatar la memoria, amor y convicción de su familia; o al percibir los sentidos que produce entre sus camaradas. 

Ferreyra podría haber sido cualquier otro chico que viva en este país –pero no se podría omitir que era un cuadro revolucionario, que esa era su tarea–. La última imagen de su militancia –y de su vida– lo muestra ahí, codo a codo con sus compañeros, atravesando todo el ancho de una calle en Barracas, formando un cordón de seguridad para permitir la retirada a salvo de las mujeres y los más chicos y los ancianos. Esperando allí la llegada de la patota, firme, diciéndole a un compañero que le había manifestado un poco de temor: “Tranquilo, no pasa nada”. Con su metro setenta y pico y menos de sesenta kilos de peso, flaquito como había sido siempre, dispuesto a no retroceder para evitar el ataque de la patota. Decidido.

Luego cayó.

Mariano Ferreyra fue asesinado por una burocracia sindical.

También es cierto que el olvido no se posará sobre la memoria de su vida.

© Escrito por Diego Rojas y publicado por plazademayo.com el sábado 20 de Octubre de 2012.

 
* El sábado 20 de octubre, a dos años del crimen de Barracas, se realizará una movilización a las 15 horas que partirá desde Congreso y se dirigirá hacia Plaza de Mayo reclamando “Justicia por Mariano Ferreyra. Perpetua para Pedraza. Fuera sus patotas y los empresarios del ferrocarril”.