Hebe de
Bonafini: del coraje con el que enfrentó a la dictadura al desatino y la
violencia del final…
Hebe de Bonafini. Fotografías: (NA).
A los 93 años, murió la presidenta de Madres de Plaza de Mayo. Fue una mujer
que despertó fervores y rechazos. Le llamaban “La Roca” por su terquedad, su
obstinación, su intransigencia, su franqueza, su lenguaje llano y brutal. Con
ella muere parte de una época y de un estilo político que marcó en cierto modo
la vida del país.
© Escrito por
Alberto Amato el domingo 20/11/2022 y publicado por el Diario Digital
Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
A los 93 años Hebe
Pastor de Bonafini, titular de Madres de Plaza de Mayo, el organismo que le
plantó cara a la última dictadura militar en pleno terrorismo
de Estado, en 1977, y que reveló años más tarde los horrores del “proceso”;
la asociación que le dio entidad internacional y valor de lenguaje cotidiano a
una nueva y trágica figura del violento mundo político argentino, la del
“desaparecido”; el grupo de mujeres que, con un
pañuelo blanco en la cabeza, impidió en 1983 una retirada decorosa y sin
estridencias del poder militar, que había dictado una ley de autoamnistía para
ocultar y alejar de todo proceso judicial a sus miles de asesinatos.
Fue una mujer que despertó fervores y rechazos. Le llamaban “La Roca” por su terquedad,
su obstinación, su intransigencia, sus desplantes, su franqueza, su lenguaje
llano y brutal, sus arranques que la colocaban siempre al borde de la
perturbación. Vivió una tragedia personal inmensa, la
desaparición de sus dos hijos y la de su nuera, a manos de los centuriones
de la dictadura; y convirtió ese dolor privado en un dolor colectivo, le dio a
su drama y al del resto de las madres, una dimensión social como nunca antes
tuvo un drama en la Argentina.
La ronda de los jueves de las Madres de Plaza de Mayo (AGN).
Bonafini hizo incluso algo más: por propia decisión, y sin
muchos más fundamentos que los que le dictaba su tragedia personal, quitó toda
autoridad moral a los gobiernos democráticos del país en los últimos treinta
años hasta que, seducida por el ex
presidente Néstor Kirchner, adhirió a su gobierno con la furia de los
conversos, mientras se ponía al frente del programa
“Sueños compartidos”, un plan de viviendas que manejó al menos mil
doscientos millones de pesos y por el que terminó acusada de corrupción y
envuelta en un escándalo cuya investigación y aristas judiciales está aún en
manos de la justicia federal.
Fue en estos últimos años en los que su figura perdió prestigio internacional y
adhesión popular en el país. Coincidió también con sus exabruptos más
violentos por los que llegó a valorizar la tremenda lucha armada de los años
70, a incitar a los adolescentes a “la rebeldía y al combate”, a celebrar el
atentado contra las Torres Gemelas que dejó más de tres mil muertos, a ensalzar
la guerrilla vasca ETA, la del mexicano Ejército Zapatista y la de las FARC de
Colombia, a organizar un juicio popular a la prensa, a calificar de “turros” a
los jueces de la Corte y a amenazar con tomar el Palacio de Justicia y a
denigrar la elección del cardenal Bergoglio como Papa para luego, en
coincidencia con el giro del Gobierno, enviarle una elogiosa carta personal en
julio de 2013 y visitarlo para rogar su perdón en mayo de 2016.
Jorge y Raúl, los hijos desaparecidos de Hebe de Bonafini.
Impulsó, a su modo, la
instauración de un estado revolucionario que sabía imposible, que
borrara para siempre el sistema y las leyes que le daban cobijo a su prédica, a
la organización que presidía y, con el kirchnerismo, a su propia cuota de poder
personal. Encarnó también otro imposible: proyectó, proclamó y pretendió
representar lo que, pensó, sería hoy la lógica y las ideas de sus hijos
asesinados y las del resto de los “desaparecidos”.
Bonafini nació en Ensenada, en el barrio El Dique, el 4 de
diciembre de 1928. Hija de un español planchador de sombreros y de una
argentina ama de casa, creció en un hogar humilde del que habló siempre con
inocultable orgullo. Casi sin educación formal más allá de la primaria, se ganó
la vida desde muy joven confeccionando
ponchos y otras prendas en unos telares que, solía decir, le hicieron
conformar una especie de cooperativa junto a otras mujeres tejedoras. Muy joven
también, a los 14 años, se puso de novia con Humberto
Bonafini, que tenía 17 y sería su esposo durante treinta y tres años. Se
casaron, después de seis años de noviazgo, el 12 de diciembre de 1949 en la
iglesia San Francisco de La Plata, tuvieron
tres hijos, Jorge, Raúl y Alejandra, y fueron un arquetipo del modelo del
primer peronismo: ascenso social y económico de los sectores más humildes,
posibilidad de ahorro y de compra de la casa propia, hijos en la universidad,
con llegada a un nivel educativo que le había sido negado a sus padres.
Hebe de Bonafini en una marcha contra la
Ley de Obediencia Debida del gobierno de Raúl Alfonsín (Télam).
Ya
convertida en Hebe, la luchadora por los derechos humanos, Bonafini repetía que
hubiese sido para siempre “Quica” Pastor, un ama de casa común, de no mediar la
desaparición de sus hijos y de su nuera. Jorge Bonafini, un estudiante de
física de 26 años, fue secuestrado el 8 de febrero de 1977. Durante semanas, su
madre recorrió comisarías y cuarteles con algo de comida y una muda de ropa,
sin imaginar la verdad, de la que supo luego en contacto con otras madres. El
30 de abril de 1977, ese todavía pequeño grupo de apenas catorce mujeres, con
su fundadora Azucena Villaflor de De Vincenti a la cabeza, hizo su primera ronda en
la Plaza de Mayo. Se juntaban porque querían que las recibiera el dictador
Jorge Videla y como la policía las obligaba a “circular”, regía el estado de
sitio, empezaron a dar vueltas alrededor de la Pirámide. Una semana después,
Bonafini se unió a ellas. Marchaban los viernes hasta que una madre sugirió que
ese era “día de brujas”. Y eligieron los jueves.
Hebe de Bonafini en uno de sus enérgicos discursos.
Fotografía: (NA) Daniel Vides.
El 6 de diciembre de ese año, fue secuestrado su otro hijo
varón, Raúl, estudiante de Ciencias Naturales de 24 años. Dos días después, un
comando de la Armada secuestró a un grupo de madres en la Iglesia de la Santa
Cruz y a dos religiosas francesas, Alice Domon y Leonie Duquet, y dos días
después, en Avellaneda, fue arrebatada Azucena Villaflor: todas fueron asesinadas en la Escuela de Mecánica de
la Armada.
Bonafini
se convirtió entonces en titular de las Madres, que todavía no tenía entidad de asociación. Su
carácter y su decisión la hicieron líder y le imprimieron su impronta a aquel
puñado de mujeres desesperadas que, durante el Mundial 78, revelaron a la
prensa extranjera parte de los horrores de la dictadura. Un mes antes del
torneo, había sido secuestrada María
Elena Bugnone, la mujer de su hijo Jorge. Poco a poco, las madres dejaron
de ser “viejas locas”, como las había definido el poder militar; el nombre de
la agrupación empezó a escribirse con mayúscula; los pañuelos blancos en la
cabeza, que primero fueron pañales en una marcha a Luján en 1978, se convirtieron en un símbolo de la resistencia,
y la asociación, con fuerte apoyo popular, pasó a ser cuestionadora del poder
militar y, de alguna manera, su incómoda y pertinaz conciencia.
El expresidente Néstor Kirchner junto a la titular de Madres
de Plaza de Mayo Hebe de Bonafini. Al santacruceño lo miraba de reojo al
principio de su mandato, pero luego fue una firme aliada (NA).
Ya en democracia y bajo la mano férrea de Bonafini, las
Madres se opusieron a dar testimonio ante la CONADEP, cuestionaron la política
de derechos humanos del gobierno de Raúl
Alfonsín y sus leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, no aceptaron ninguna reparación económica estipulada
por la Ley 24.411, rechazaron la instauración de la figura del “detenido
desaparecido” que fijaba otra ley, la 24.231, reclamaron la aparición con vida
de quienes sabían asesinados y renunciaron a recobrar sus cuerpos y darles
sepultura.
Esa postura afectó también a otros organismos de derechos
humanos y llevó a la división de Madres: en
1986 nació Madres Línea Fundadora que llegó a cuestionar la “falta de
democracia interna y el autoritarismo” de Bonafini en el manejo de la
Asociación, que se prolongó durante más de tres décadas.
Con Cristina Fernández de Kirchner en la sede de Madres de
Plaza de Mayo (NA).
En 2006, la política de derechos humanos de Néstor
Kirchner, su decisión de derogar las leyes del perdón dictadas por Alfonsín, la
reanudación de los juicios a los represores de los años 70, la instalación del
Museo de la Memoria en la ex ESMA y el devenir de antiguos guerrilleros en
funcionarios y legisladores, hizo que Bonafini expresara: “Ya no tenemos un enemigo en la Rosada”.
Ese año, Madres y Abuelas dejaron de celebrar la anual
“Marcha de la Resistencia”, que nucleaba a miles de personas a lo largo de
veinticuatro horas. Las altas torres que Bonafini alzó en 1977 fueron en cierto
modo desmanteladas: “Estamos viejas”, dijo a modo de justificación. Su fervor
resistente se trasladó a una defensa a
ultranza del gobierno de Néstor Kirchner primero y de Cristina Fernández
después, fervor del que quedaron como testimonio frases ya célebres
con el sello inconfundible de su creadora, los millones de pesos del programa
Sueños Compartidos, hasta que el Gobierno decidió quitar a las Madres su manejo
en julio de 2011, y el decreto de junio de 2010 firmado por la Presidente que
“autoriza la creación” de la Universidad
Popular Madres de Plaza de Mayo, un proyecto que ya tenía diez años de
vigencia y del que terminó haciéndose cargo el Estado.
Con el presidente Alberto Fernández pasó de un tibio amor a
enfrentarlo (@alferdez).
En
2012, apoyó en forma abierta el ascenso a teniente general de César
Milani, un militar cuestionado por los organismos de derechos
humanos por su actuación durante la dictadura, cuando era un joven oficial.
Bonafini reporteó a Milani para la revista “Ni un paso atrás”, de las Madres de
Plaza de Mayo y desechó las críticas de sus pares, que la cuestionaron, con una
frase terrible que hacía referencia al cobro de las indemnizaciones por los
desaparecidos: “Ellas vendieron la sangre de sus hijos”. En esa entrevista llegó a sugerir lo impensado en otros
tiempos: que el Ejército actuara en las villas miseria de Capital y de Gran
Buenos Aires.
Sergio Schoklender fue su impensado socio en la Fundación
Madres de Plaza de Mayo y en el escándalo de Sueños compartidos (Foto NA).
La entrevista, un tanto naif, al luego jefe del Ejército,
fue el sello aprobatorio de Bonafini y de su entidad al ascenso de Milani. No
fue, como podría haberse pensado, un intento de reconciliación de las Madres
con parte de las Fuerzas Armadas, sino un deseo personal de Bonafini de seguir
los dictados de la Presidente. Con el punto final al reportaje, el amplio arco
moral que Bonafini exhibió a lo largo de su vida, quedó cerrado. Milani terminó
por pedir el retiro del Ejército en junio de 2015, cercado por las denuncias
por violación a los derechos humanos.
Con Estela de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo,
tuvo fuertes cruces (NA).
Fue también una
feroz opositora al gobierno de Mauricio Macri a quien hizo blanco de
sus críticas más furiosas e insultantes. Fue la asunción de Macri a la
presidencia, en diciembre de 2015, que Bonafini vivió como una derrota
personal, la que la despojó de los últimos vestigios de sensatez y de
prudencia. En discursos y declaraciones cegados por la furia, llegó al insulto
personal, a la afrenta pública, a proponer incluso el
derrocamiento de Macri por cualquier medio. En el final de su vida, aquella luchadora contra los golpes de Estado,
tornó a impulsarlos.
En mayo de 2016 visitó al Papa Francisco, contra quien
había lanzado también una larga ristra de acusaciones e insultos en 2013,
cuando el cardenal Bergoglio fue electo pontífice. El giro de Bonafini hacia la
figura del Papa coincidió con la idéntica voltereta del entonces gobierno de
Cristina Kirchner y se vistió luego con el traje de la devoción personal. Tras
el abrazo en Roma con el Papa, y con la misma laxitud moral con la que cerró el
círculo con Milani, Bonafini admitió: “Con
Francisco nos equivocamos como nos equivocamos con Néstor”, por Kirchner.
Es de suponer que el Papa juzgó conveniente creerle.
Con un muñeco de Mauricio Macri, al que llamó a derrocar
cuando era presidente.
En marzo de 2017, un día antes del 41 aniversario del
golpe de Estado de 1976, Bonafini selló el destino de Madres de Plaza de Mayo
y, en gran medida del prestigio internacional del que gozaba la entidad: “Somos –dijo– una organización política y
nuestro partido es el kirchnerismo”. Si al kirchnerismo se le critica el
uso político de los derechos humanos, no lo es menos el paso a la política
partidaria de aquella agrupación emblemática de esos mismos derechos. En ese
mismo acto criticó a Estela de Carlotto por
firmar un acuerdo con la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, a
quien calificó de “asesina”.
Ese mismo año, en medio de una polémica entre las
autoridades nacionales, provinciales y porteñas encargadas de la seguridad, que
debatían el uso de pistolas Taser, propuso que se probara la efectividad de
esas armas eléctricas, destinadas a paralizar en forma momentánea a los
delincuentes, en la hija del entonces
presidente Macri, de seis años, o en los hijos de la gobernadora de
Buenos Aires.
Su entrevista a César Milani marcó un quiebre: Las Madres de
Plaza de Mayo pasaron de ser una organización de Derechos Humanos para
convertirse en parte del kirchnerismo, lo que ella admitió.
El
regreso del peronismo al poder en 2019 volvió a darle alas que resultaron de
vuelo muy corto: se decepcionó enseguida del
presidente Alberto Fernández, lo vituperó con diferentes tonos y maneras,
afirmó que el presidente tenía nada que ver con el kirchnerismo, le criticó ir
a “canales de mierda” por alguna de las presentaciones televisivas del
Presidente, le exigió: “Hable lo menos posible porque cuando lo hace es una
desilusión”, convocó a una pueblada destinada a evitar una eventual condena de
Cristina Fernández en alguna de sus causas judiciales, expuso sus deseos de
“trompear” al entonces ministro de Economía, Martín Guzmán, insultó a toda la oposición, convocó a una marcha, otra
más, contra los jueces de la Corte, “Tenemos que ser muchos, que se note y que
les duela que les moleste”, llamó a un paro general contra el gobierno
kirchnerista en protesta contra la inflación y mantuvo inquebrantable su
adhesión con la vicepresidente Cristina Fernández.
Con el Papa Francisco en 2016.
Contradictoria, extravagante, polémica, admirada y
detestada casi por igual, absurda a veces, osada siempre, con Hebe Bonafini muere parte de una época y
de un estilo políticos que marcó en cierto modo la vida del país. Si en los
últimos años lo hizo a través del desatino y
de la violencia, que fueron siempre
su sello distintivo, en aquellos duros años de la dictadura Bonafini enfrentó
al terror sin más armas que su ingenuidad
y su coraje.
Tal vez sea esa la imagen que de ella atesore la historia.