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domingo, 24 de noviembre de 2013

Soviético... De Alguna Manera...

Soviético...


Cabría preguntarse por qué lo llaman “soviético”. Lo de “ruso” es previsible, es un apodo que suele darse en la Argentina a los judíos askenazis. En el caso de Axel Kicillof, a quien Cristina Kirchner insiste en italianizar llamándolo Kichiloff (sic), además de “ruso” le han colgado lo de “soviético”, una sugestiva pirueta más o menos macartista que juega con el combo ruso judío, ruso de Rusia y, además, ruso soviético.


La nación soviética se extinguió en 1991, aun cuando el Partido Comunista originariamente fundado por Lenin, suprimido por la restauración capitalista en 1991 y refundado en 1993, retiene hoy 92 de las 450 bancas de la Duma y 460 de los 3.787 legisladores de los parlamentos regionales, tras el 23,19% de los votos obtenidos en las elecciones parlamentarias de 2011. En las presidenciales de 2012, el candidato del PC ruso, Guennadi Ziuganov, logró sólo el 17,2%, mientras que Vladimir Putin se alzó con el 63,6%.

¿Responde acaso Kicillof a lo que significaba ese PC de la URSS que monopolizó el poder entre 1917 y 1991? Con lo de “soviético” se pretende formatear la imagen del economista argentino en clave de radicalidad ideológica; ¿sería un “comunista”? Claro que no lo es, aunque no parece tener inquietudes religiosas, puesto que el miércoles juró por la Patria, sin mencionar a dios alguno. A los 42 años, este egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires se reconoce en una corriente que anima los medios universitarios de Estados Unidos y Europa bajo el temiblemente reduccionista apodo de “neokeynesianos”. Dicho sin vueltas, Kicillof expresa la resurrección de la vieja creencia en un Estado que asigna más y mejor los recursos que el hoy denostado mercado. En las universidades occidentales hay académicos convencidos de la superioridad del socialismo, al que se arribaría previo paso por una fornida experiencia de intervención estatal.

Ya desde fines de los años 70 del siglo anterior, revistas marxistas europeas y norteamericanas aludían al “estatalismo”, una versión si se quiere más densa y exigente que el mero y superficial estatismo. Se trata de una compacta convicción en dicha superioridad del Estado para fijar e implementar políticas, haciendo caso omiso a las presiones y/o necesidades de los actores privados. Un caso verdaderamente aleccionador de esta deriva es la hoy indescriptible Venezuela, con un Estado grueso, fofo y, además, intimidatorio. ¿Es Kicillof, entonces, un chavista argentino? Error. Son situaciones y paradigmas diferentes. El chavismo rojo-rojito, además de fenomenalmente incompetente en la gestión cotidiana del Estado, es mucho más castrista que peronista. El peronismo tiene una larga tradición de acomodamientos y zigzagueos respecto de los paradigmas marxistas. Ferozmente anticomunista desde 1945 y hasta por lo menos 1960, practicó a partir de aquel año diversas y ambiguas danzas nupciales con el Partido Comunista y otras fuerzas de izquierda.

Kicillof, que nada tuvo que ver jamás con la vieja izquierda, no debería alarmar ni irritar a quienes pretenden seguir adhiriendo a una mirada convencional del peronismo como fuerza alejada, a la vez, del socialismo marxista y del capitalismo liberal. Lo que tienen en común hoy estas variopintas formas de cuestionamiento del mercado y de la iniciativa privada es, precisamente, su pesada e irredenta fe en el Estado, no la opción por un socialismo que en ninguna parte del mundo se ha demostrado sustentable. Estudiosos como Kicillof no podrían ignorar que los modelos dictatoriales aún sobrevivientes (China, Vietnam, Cuba, Corea del Norte) son irremediablemente extravagantes y obsoletos para la Argentina.

Sin embargo, esos socialismos de mano dura se asumen con naturalidad como todopoderosos capitalismos de Estado. Son regímenes estatalistas puros y duros en los que el mercado es manejado desde grupos gobernantes excluyentes y muy concentrados. La centenaria idea soviética, de cariz colectivista y ambiciones de minucioso igualitarismo social, discurrió como economía de guerra en la Rusia atrasada de 1917, pero dos décadas más tarde lo soviético se transformó en feroz dictadura concentracionaria. Tal vez nada habría sido diferente si Lenin, en lugar de morir en 1924 a los 54 años, hubiese vivido dos o tres décadas más. Stalin fue la versión gruesa y feroz de un modelo de pensamiento esencialmente enamorado de la verdad poseída por minorías iluminadas, las vanguardias esclarecidas del proletariado.

De soviético, nada, pues. Kicillof es un lector de Marx convencido de que la deriva al liberalismo tras el derrumbe mundial del cínicamente llamado “socialismo realmente existente” a fines de los años 80 fue un hiriente traspié ocasional, que ya se ha superado. Ese es el problema cardinal: más y no mejor Estado; mercados, sí, pero relativamente, bajo condición de que admitan una musculosa conducción estatal con su secuela interminable de permisos, autorizaciones, normas a ser dadas desde un gobierno enorme y muy inmiscuido en la cotidianidad. Lo soviético hoy no existe, si es que alguna vez tuvo vida.

El mito y el horizonte imaginario es el Estado, poderoso, enorme, generoso, dispendioso, magnánimo y con recursos inagotables. Esta es la clave; no hay a la vista utopías míticas convincentes, sino un retorno indulgente al viejo útero colectivo nacional, rincón proveedor de esperanzas siempre renovadas. Hasta el próximo derrape.

© Escrito por Pepe Eliaschev el domingo 24/11/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires .

Links: www.pepeeliaschev.comTwitter: @peliaschev


miércoles, 26 de diciembre de 2012

La Iglesia, Videla, la guerrilla y el poder...De Alguna Manera


La Iglesia, Videla, la guerrilla y el poder redentor de la sangre...


Los obispos rechazaron las declaraciones periodísticas que hizo el ex dictador Jorge Rafael Videla para mi libro Disposición Final sobre su “muy buena” relación con la cúpula de la Iglesia Católica durante los cinco años de su gobierno, entre 1976 y 1981. “La Iglesia no nos lastimaba”, “le sobraba comprensión”, “se manejaba con prudencia: decía lo que tenía que decir sin crearnos situaciones insostenibles”, dijo Videla, quien consideró que lideró “una guerra justa en los términos de Santo Tomás” contra las guerrillas. “Creo que Dios nunca me soltó la mano. Me ha tocado transitar un tramo muy sinuoso, muy abrupto, del camino, pero estas sinuosidades me están perfeccionando a los ojos de Dios, con vistas a mi salvación eterna”, sostuvo el ex dictador, que en la prisión reza el Rosario todos los días a las 19 y los domingos, asiste a misa y comulga.

Como periodista, coincido con los obispos en la necesidad de buscar la verdad. Mi impresión es que Videla representa a un sector de la Iglesia Católica, a una vertiente conservadora, integrista, y que sigue convencido de que su misión como católico y militar ha sido restaurar aquel antiguo concepto de la “nación católica”, agredida primero por el liberalismo y luego por los diversos socialismos. De allí, su amistad con monseñor Adolfo Tortolo, que era el titular del Episcopado, arzobispo de Paraná y vicario general castrense. Tortolo, pero no sólo él, fue un decidido impulsor del golpe. A los dos meses, Tortolo fue reemplazado al frente de la Iglesia por el cardenal Raúl Primatesta y eso moderó aquel respaldo activo, aunque el apoyo continuó, en especial hacia Videla y otros generales que eran considerados “palomas” frente a los “halcones”, pero no sólo por la Iglesia sino también por el radicalismo, el sindicalismo y hasta el Partido Comunista.

Creo que, a esta altura del partido, aquel apoyo está en la historia, es decir no se puede ahora negar o disimular. Pero, ¿a qué se debió? Opino quela Iglesia llegó al golpe en medio de una fuerte crisis interna, con su jerarquía de sacerdotes y obispos dividida en por lo menos tres sectores: conservadores, moderados y progresistas. En ese contexto, el discurso de Videla y de los militares como defensores de los valores “occidentales y cristianos” y del patrimonio espiritual condensado en la fórmula “Dios, Patria y Familia” resultaba muy atractivo para la mayoría de los obispos y unificaba a los sectores conservadores con los moderados frente a los progresistas.

A la hora de responder a los pedidos de ayuda de las víctimas de la dictadura pesaron más en el Episcopado los cálculos políticos, como la conveniencia de no aparecer debilitando a un gobierno en plena lucha contra las guerrillas, que la preocupación genuina por los derechos humanos de los detenidos desaparecidos, católicos en su gran mayoría.

Por otro lado, los sacerdotes y obispos progresistas habían ayudado a engrosar las filas de las guerrillas, en especial de Montoneros. La jerarquía católica estuvo en ambos lados del mostrador de la violencia política de los Setenta; el discurso del poder redentor de la sangre de Cristo sirvió para justificar tanto a militares como a guerrilleros. Claro que la violencia de las guerrillas no se puede equiparar al terrorismo de Estado; no hubo dos demonios. Pero la historia no es un menú del que podamos elegir solo los hechos que más nos interesan o satisfacen.

Videla es el producto de una manera de entender y vivir el catolicismo; muchos militares, y también muchos guerrilleros, murieron y mataron creyendo que lo hacían por Cristo. ¿No será hora de que la Iglesia nos diga unas palabras claras, cristalinas, sobre todo esto? A partir de ahí, podría exigir a todos sus hijos gestos concretos para reparar a tantas víctimas.

© Fuente: Revista Vida Nueva. Escrito por Ceferino Reato y publicado por el Diario Perfil el jueves 13 de diciembre de 2012.


domingo, 21 de octubre de 2012

¿Les estalla antes la cabeza o la economía?... De Alguna Manera...


¿Les estalla antes la cabeza o la economía?...

“Los ritos y las ceremonias de las iglesias no hacen más que convertir a Dios en un payaso.” Søren Kierkegaard

 CRISTINA Y MORENO. Dos estilos de alteración.

El jueves, en un reportaje publicado en la revista Nuestra Palabra del Partido Comunista, Guillermo Moreno explicó que “la Presidenta fue muy clara cuando dijo que es inmanejable un país con una inflación por encima del 15, 18 o 20%. La inflación es la que realmente está midiendo el Gobierno”.

¿Qué parte de la población será analfabeta numéricamente como para todavía creerse que la inflación es del 9% o, más allá de cualquier porcentaje, creer que la inflación crece la mitad de lo que le aumentan su sueldo?

No parece resultar muy conveniente para el Gobierno recordar cuando Cristina Kirchner, en la Universidad de Harvard, sostuvo que “si la inflación fuera del 25%, el país estallaría por el aire”. Esa frase es para psiquiátrico: un país estallando por el aire si sucediera lo que ya sucede, advertido por la propia responsable de conducir ese país. Muchas interpretaciones son posibles  (palabra plena, lapsus del inconsciente), pero hay un único efecto: la sospecha de que no sólo podría estallar la economía del país sino, y no menos preocupante, que la cabeza de quienes gobiernan está tan mal como la inflación.

Todavía existen preconceptos culturales arcaicos sobre las mujeres que fácilmente son calificadas de locas. No sólo Cristina Kirchner soportó esa acusación sino también Elisa Carrió, de quien –hasta oficialmente– el que fue jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dijo que a ella “le faltan varios jugadores” y que “no le llega agua al tanque”.

Es cierto que en el caso de los hombres ser “loco” hasta puede convertirse en un atributo valorativo distinto, significando que esa persona tiene un arrojo especial que le permite ir más allá de los límites, como podrían ser “el loco Moreno” o “el loco Néstor Kirchner”. Pero tampoco habría que detenerse en una discriminación opuesta que impida decir que una mujer luce alterada sin caer en violencia de género. Por eso es oportuno aquí juntar a Moreno con Cristina, ya que resulta hasta benigno calificar de locos a quienes  desde el Gobierno sostienen que si la inflación fuera del 25% el país estallaría.

El kirchnerismo apuesta a que en 2013 llegará un segundo viento de cola que acomode y disimule todos los problemas económicos que su modelo viene acumulando. Quizá se confíe demasiado, y en lo económico, al revés, sería cuerdo estar un poco más paranoico.

Pero, más allá de la economía, el Gobierno debe reconocer que una creciente parte de la sociedad tiene la percepción de que a su conductora la afecta algún tipo de excitación discursiva que –sea verdadera o falsa– atribuyen a algún grado de alteración de su ánimo.

Probablemente no sea más que otro mito urbano pero, a un año de las elecciones que el 23 de octubre de 2011 le permitieron a Cristina Kirchner ser reelecta con el 54% de los votos, el número de ciudadanos que dice que nunca la votaría creció en la misma proporción en la que cayeron su imagen positiva (más de veinte puntos) y la aprobación de su gobierno.

Es factible que Cristina Kirchner tenga hoy la misma oralidad exaltada de siempre y aquellos que dejaron de apoyarla por otros motivos decidieron prestar más atención a ese rasgo de su personalidad que siempre la caracterizó, cuya percepción se inhibía en época de luto, porque cualquier pensamiento negativo era reprimido y enviado al inconsciente. Si así fuera, retornaría ahora con más fuerza, como todo lo reprimido, y la población estaría atravesando “el   fin del luto”.

Simplificadamente: una parte de la sociedad votó a Cristina Kirchner en 2007 porque prometió iniciar una etapa de recuperación de la institucionalidad dejando atrás el estado de excepción, más tolerable en los primeros años poscrisis de 2002. En la primera presidencia de Cristina Kirchner no hubo avances republicanos, pero se atribuyó ese estancamiento a que su marido seguía gobernando en las sombras. Con su muerte, además de la solidaridad en el dolor, Cristina Kirchner renovó el crédito por la promesa electoral de 2007 no realizada, ya que recién sin él podría ser ella misma.

El actual fin del luto no sería sólo la caducidad del sentimiento de acompañar en el dolor a quien había enviudado sino, principalmente, el pase de una doble factura por incumplimiento de la promesa electoral tanto de 2007 como de 2011 (obvio, de aquellos que no son naturalmente kirchneristas).

La gente cuya politización es mediana percibe como perturbados a quienes tienen una ideologización extrema, sea de derecha o de izquierda. El predecesor de Obama, George W. Bush, también fue reelegido presidente; sin embargo, en su segundo mandato se hizo mayoritaria la idea de que sus creencias eran tan rígidas que derivaron en un encierro dogmático que distorsionó su percepción de la realidad.

El enamoramiento, como su contraparte, el odio, implica una forma de descalibramiento del radar con el que se registra lo externo. El amor a una religión o a una causa necesariamente requiere que la realidad sea retraducida de forma que no llegue a crear un conflicto insalvable con los sentimientos y las creencias, que al ser existenciales no pueden ser abandonadas por la persona sin perder su autoestima.

El problema del kirchnerismo es que gran parte del relato es la economía (más la explicación de por qué fracasó en el pasado y quiénes fueron los culpables). Otro fracaso demandaría otro relato.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.