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martes, 20 de junio de 2023

Esteban Schmidt. La muerte de un héroe del 83... @dealgunamaneraok...

La muerte de un héroe del 83...

En el año que se cumple el 40 aniversario de la restauración democrática muere uno de sus más destacados artífices.

© Escrito por Esteban Schmidt el viernes 10/03/2023 y publicado en su Newsletter en Substack, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.  
 


Esteban Schmidt

Ayer fui al entierro de Enrique Vázquez, quien murió el martes a los setenta años por las secuelas de una ACV que sufrió el sábado en su casa de Ingeniero Maschwitz. Hasta el viernes pasado sostenía un programa de radio de una hora, pequeño, artesanal, desde su living, y con una audiencia naturalmente ínfima dado el alcance del medio. Fue internado primero en el hospital de Garín, próximo a su hogar, luego en el sanatorio Nuestra Señora del Pilar, que está en la cartilla de la obra social de los trabajadores de prensa, a ver si mejoraba su suerte.

Su ataúd llegó desde la cochería en un Volkswagen Vento blanco adaptado para estos traslados. En el vidrio de uno de los lados se leía, sí, Enrique Vázquez, esas letras intercambiables, de acrílico en el mejor de los casos, con nombres propios, que son tan irresistibles a la vista como el cajón. Gente grande, arriba de los cincuenta la inmensa mayoría, en su despedida, que se reunió a la entrada de la primera de las capillas donde la iglesia certifica, en el cementerio de la Chacarita, la partida de un cristiano. 

El hijo de Enrique, Rodrigo, un joven robusto y calvo, de camisa blanca, pantalón negro del que sobresalía en su bolsillo trasero un paquete de tabaco para armar, y cuando ya éramos muchos, anunció que el cura le había pedido que liberara la vereda inmediata a la capilla porque impedía el normal funcionamiento, lo cual era cierto, e implicó para muchos de los convocados la confirmación de que la capilla era el punto de encuentro señalizado por la cochería y nada más. 

“Yo a mi viejo no lo voy a meter acá adentro” dijo Rodrigo, y nos trasladamos a una plazoleta que se encuentra frente a esa capilla y que de mis anteriores visitas al cementerio, una hace muy poco a despedir a mi vecino Oscar, uruguayo, hincha de Peñarol, y remisero, no habría podido recordar. Pero ahí está esa plazoleta, para despedidas laicas y contreras, lo cual me parece práctico recordar de aquí en más, y que sirvió para detenerse otro buen rato, y charlar con sus hijos, compañeros de trabajo, viejos amigos y conocidos.

El hijo de Enrique llevaba un parlante subwoofer en su mano, como un valijín, de aquí para allá, lo cual alimentó la expectativa de que intervendría el ambiente en algún momento, con alguna canción o quién sabe. A Enrique, que no le faltaron palabras, quien fue un orador elocuente, como lo describieron sus hijos en su propio Facebook, fue despedido como si fuéramos todos muditos, como si nada importante pudiera ser dicho, o como si hablar y decir cosas con peso fuera algo completamente al pedo en la Argentina. Sí había pena verdadera, nadie estaba ahí para impresionar a alguien, sino para despedir una vida. Quien no estaba acongojado, estaba donde interpretaba que correspondía estar, más allá de comodidades personales.

Así como los diarios brindaron la noticia para cumplir, o por las dudas, y se abastecieron de Twitter o de un mismo cable de Telam que se abasteció de Twitter, exhibiendo profunda ignorancia y ausencia de criterio, sorprendieron también la falta de señales institucionales, como Radio Nacional, de la que fue subdirector, de la Universidad de Buenos Aires, de cuya carrera de Comunicación fue director, o de la Unión Cívica Radical, partido al cual Vázquez unió su biografía. (Acotación de la Redacción: Estuvo presente Gustavo López)

Lo que brinda protección también te achica la cancha, lo sabe cualquier héroe, pero atención: eso no es lo mismo que elegir no ser libre de ninguna manera o no tener ideas propias jamás.

Pensé, entonces, que el estilo Gatica, de Vázquez, “monito las pelotas” se había cobrado vidas en su carrera y que muchos podían no encontrar el incentivo necesario para despedirlo más allá de que pudieran reconocer, si sacaran los ojos del celular o del espejo, que Enrique fue uno de los héroes del ‘83, como muchos de los que faltaron. 

Como dijo Facundo Suarez Lastra, a mi lado, bajo un sol tremendo, cuando los enterradores soltaron las sogas, “en estos momentos uno tiene que concentrarse en lo más importante de una vida”.

Aun en la plazoleta, con el Vento estacionado, los asistentes, unos cincuenta, hicieron su pasada personal, como quien no quiere la cosa, por al lado del auto, para otorgar un pensamiento último al amigo muerto. En nombre de la cochería, había un jovencito de traje que trataba de manejar los tiempos de cada estación. Rodrigo interpretó, por el merodeo insistente del chico, que era la hora de partir y caminamos unos 300 metros a una zona de tumbas abiertas, y bastante frescas, cavadas esa mañana por un bobcat detenido y sin maquinista que, a pocos metros, con su aspecto de dinosaurio metálico, revelaba el carácter industrial del cementerio y rompía la ilusión de una ceremonia sin tiempo.

Para Rodrigo, encontrar la que sería la tumba de su padre no fue fácil. Dijo que había hecho todo el recorrido previamente, pero al llegar ya había demasiados rectángulos abiertos. Los números tallados en el suelo estaban cubiertos de polvo así que le pasamos los zapatos para despejarlos, pero los enterradores no tenían dudas de dónde debían cumplir su siguiente misión, de hecho llevaban un tiempo esperando. Debieron esperar aún más, Rodrigo les dijo: “me van a matar pero me olvidé algo” y empezó a correr esos 300 metros de regreso sorteando tumbas hacia la zona de las capillas donde había estacionado su auto y donde había quedado aquello que no quería dejar pasar en la ceremonia. 

Así fue, minutos después, llegó muy agitado, pero en cierto modo feliz de poder cumplir con su padre y acomodó un cigarro Cohíba en la tapa del cajón, lo cual naturalmente fue visto como un acto que justificaba cualquier demora; luego sí, los municipales soltaron amarras, y el ataúd, que nunca cae recto, aportó una desprolijidad más al acto de volver a la tierra después de una vida jugando a los indios y los vaqueros.

Vázquez escribía la columna de política en la Revista Humor desde el año 81, y eso quedará de él, como Francisco de Laprida declaró la independencia con su voz; e hizo un programa de radio llamado El árbol y el Bosque que fue todo lo que se podía esperar de la radiodifusión democrática acompañado de periodistas de gran nivel entonces, e ideas propias como Hugo Paredero, Diego Bonadeo, y Sandra Russo. Suena ridículo que haya terminado sus días dirigiéndose solo a un centenar de oyentes o pidiendo que le den click a unas notas en Infobae para que del medio le soliciten nuevas colaboraciones. 

Era muy activo en su perfil en Facebook donde mantenía viva sus micro militancias en contra del maltrato animal, en contra de la sociedad de la UCR con el PRO y en contra de los diarios nacionales cuyos papelones editoriales, problemas gramaticales, errores ortográficos y de congruencia, describía con gracia y sin ninguna piedad. Como cualquier persona de bien, Enrique estaba perfectamente hinchado las pelotas de la justificación de cualquier cosa en nombre de una causa superior, por lo tanto, si es que alguna vez lo fue, ya no era un hombre de Estado, no era el hombre de las explicaciones sino el de las quejas.

Diego Barovero, un buen amigo de Enrique y mío, historiador que historia en vivo, antes de que las cosas amarilleen, y que rescata siempre lo mejor de una vida, liberando los hechos y las personas de las pasiones para ver a qué sirvieron, y que acompañó ayer sus restos, dijo de él: “su compromiso con la libertad, la verdad y la justicia siempre serán un norte”.

Con Enrique Vázquez fuimos colegas de una profesión extraña donde se parasita a los hombres públicos y sus acciones pero en la que si se tiene suerte, y huevos, puede uno darse el lujo de transparentar la vida pública presente y ayudar a abrirle paso a una vida pública futura mucho mejor. Así fue como se lució en sus columnas contra la dictadura militar sin dejar de alentar la expectativa con la candidatura de Raúl Alfonsín. Tuvo la oportunidad de lucirse y hacer historia. Y lo hizo. No mariconeó, ni se paró en el medio a ver qué decían por un lado el general Trimarco y por otro el doctor Tróccoli y trazar una bisectriz.

En oportunidad de un artículo que escribí para la revista Seúl en 2021 sobre la salida de Marcelo Longobardi de Radio Mitre, Enrique me dijo:

A medida que pasan los años, no encuentro mejor momento de la cultura, de la política, que aquel que se abrió con Serú Girán y la Revista Humor en el 78, Tiempo de Revancha en el 80 y Teatro Abierto en el 81. La guerra de Malvinas vino a echarle un balde de lava a una sociedad civil que quería salir de la mugre de la violencia armada y del terrorismo estatal. Y la Argentina, aunque no había conocido la libertad plena aún, ya era una fiesta de libertad en los teatros, en las casas. Algo muy bueno estaba por empezar, y Enrique Vázquez, entre muchos otros (y de pie para mencionar a Andrés Cascioli y Tomás Sanz, también) con gran osadía y manejo escénico pudo infundir coraje a la clase media que leía Humor, revista que quincena a quincena reducía a los milicos del proceso a la cagada moral y cultural que fueron.

Ah, antes de que el cajón quede cubierto de tierra, Rodrigo conectó el parlante a su celular y todos escuchamos Owner of a lonely heart, de Yes, una canción lanzada en 1983, y que se ve, se siente, lo definió un montón.

Que brille, entonces, para Enrique Vázquez la luz que no tiene fin.

 



   

sábado, 24 de agosto de 2013

El voto de las mujeres… De Alguna Manera...


El voto de las mujeres…


El miércoles pasado se cumplieron diez años desde que en la Argentina se declararon nulas las leyes de impunidad y comenzaron los juicios a los responsables del terrorismo de Estado. Diez años de esa bisagra que llegó con Néstor Kirchner, precedida por dos décadas en las que los sectores ligados a los organismos de derechos humanos encarnaron a la perfección aquella frase de Fitzgerald que habla sobre la inteligencia: “Retener en la mente dos ideas opuestas y al mismo tiempo seguir conservando la capacidad de funcionar. Uno debería, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y sin embargo estar decidido a que sean de otro modo”.



Fitzgerald, emergente y cazador cazado de una sociedad que en los ’30 estimulaba locamente la meta del éxito individual, la escribió en la confesión de su derrota, el Crack Up. Pero esa misma idea puede aplicarse a las luchas que a lo largo de la historia de todos los pueblos han persistido cuando todo alrededor era muro y adversidad. Luchas que, cuando se coronan, obligan a pensar en los que lucharon por lo mismo en el pasado y no llegaron a ver el resultado de su esfuerzo. Hay convicciones, ideales y deseos muy profundos, individuales, pero inscriptos en lo colectivo, que inclinaron siempre, desde hace siglos, a muchos hombres y mujeres a persistir en sus peleas, con viento a favor y en contra, pagando costos que implicaron a veces hasta sus propias vidas, pasándose la posta entre generaciones por cuestiones que precisamente por su permanencia en el tiempo y en la organización pudieron llamarse “banderas”. Las que se llevan en el corazón. Las que, aunque por períodos cortos o largos –no los cuatro años que dura un mandato presidencial sino las décadas o los siglos que tardan en madurar algunas batallas culturales–, no dejaron de ser levantadas por quienes expresaban así ese tipo de inteligencia que formula Fitzgerald, la que consiste en insistir.

Una de esas luchas que llevó décadas fue el voto de las mujeres. Precisamente el mismo día, el miércoles pasado, se cumplieron 67 años desde que el Senado de la Nación aprobó el proyecto del voto femenino, sancionado un año después. Recién desde entonces, 1947, esta democracia tuvo un piso mínimo, que volvió a subir la Constitución del ’49, con la equiparación jurídica entre mujeres y varones.

La lucha por los derechos de las mujeres había empezado mucho antes, naturalmente, pero la pelea concreta de la participación política llegó al mismo tiempo que las respectivas sociedades de todo el mundo, girando de paradigma, y abrieron sus democracias al voto popular. Ni calificado ni optativo, como hasta entonces habían concedido las elites. La idea era por cada persona, un voto. El problema en 1912, cuando se sancionó la ley Sáenz Peña, era que las mujeres éramos un poco menos que personas. Eramos pensadas y educadas como criaturas susceptibles y emocionales que políticamente no estábamos aptas para tomar decisiones. En el debate previo a la ley Sáenz Peña participaron grupos feministas y socialistas que gritaron lo que ahora parece obvio, pero en ese momento era inadmisible por el statu quo. No es que no se le ocurría a nadie que el voto no podía ser considerado verdaderamente universal si no se ampliaba ese derecho a las mujeres. No es que no hubiera lucha. Pero la época estaba cerrada sobre sí misma en este rincón del planeta. No así en Nueva Zelanda, Australia, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia y Alemania, cuyas organizaciones feministas ya participaban más activamente en política. En todos esos países, el voto femenino llegó en 1918.

En la Argentina hubo que esperar casi tres décadas más, pero esperar es una manera de decir. Desde los albores del siglo XX hubo organización y activismo, políticamente liderado por el socialismo, del que salieron casi todas las figuras emblemáticas de los derechos de las mujeres de la época. Su cara más contundente con relación al género es la de Alicia Moreau de Justo, pero hubo muchas otras y no sólo femeninas. Un nombre para recordar es el del gobernador sanjuanino Aldo Cantoni, más asociado siempre a su presidencia de Huracán primero y de la AFA después. En 1927, siendo Aldo Cantoni gobernador, una reforma constitucional convirtió a San Juan en la primera provincia argentina en ampliar el derecho del voto a las mujeres. Este es un tipo de dato de los que en general se escamotean: hubo enormes avances conceptuales y sociales que encarnaron mucho antes en las provincias que en la Capital.

Los aires de equidad sanjuaninos en su momento provocaron recelo en el resto del país, pero también fascinación. Una joven riojana que había estudiado Derecho en Buenos Aires, Emar Acosta, se sintió llamada a un tipo de trabajo político que era impensable en otro lado. En el ’27 tenía 34 años y hacía poco que se había recibido. Decidió afincarse allí, donde se integró a la Asociación de Cultura Cívica de la Mujer Sanjuanina. Al poco tiempo fue nombrada jueza. En las elecciones de 1934, como representante de la Capital, fue candidata a legisladora provincial y resultó electa. Emar Acosta se convertía en la primera legisladora mujer en toda América latina. Hoy, el auditorio del Anexo del Senado de la Nación lleva su nombre.
Mientras tanto, a nivel nacional, socialistas y feministas continuaron sus luchas, que prosperaron y se plasmaron en el primer peronismo y encontraron en Evita a su gran impulsora. Para Moreau de Justo aquello se redujo a “una maniobra política” no vinculada con la convicción sino con la demagogia. Aquellos primeros desencuentros entre el peronismo y el socialismo no fueron nunca del todo saldados. Como telón de fondo yace, como hoy, el reproche del “robo de banderas”, aunque la perspectiva histórica indica que la transformación de la realidad, a través de la política, es en sí misma una bandera que no se puede enchufar y desenchufar como un electrodoméstico: recién después de 1947, las mujeres argentinas fuimos personas políticamente completas, y el voto femenino siguió en vigencia incluso cuando los que le reprochaban autoritarismo al peronismo prohibieron pronunciar en público los nombres de Evita y de Perón.

Los conservadores de los años ’40 insistían en que el voto femenino obligatorio atentaba contra el orden jerárquico familiar y afirmaban que el Estado debía intervenir sólo para “amparar el derecho del hombre a mantener su autoridad”. Por su parte, en uno de los discursos en defensa del voto femenino obligatorio, Evita decía: “Ha llegado la hora de la mujer que comparte una causa pública, y ha muerto la hora de la mujer como valor inerte y numérico dentro de la sociedad. Ha llegado la hora de la mujer que piensa, juzga, rechaza o acepta, y ha muerto la hora de la mujer que asiste, atada e impotente, a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país, que es, en definitiva, el destino de su hogar”.

Pasó medio siglo y todavía increíblemente surgen extrañas añoranzas de retroceso, como las que expresó hace poco Chiche Duhalde, surgidas quizá más de una subjetividad atenazada que de una elaboración intelectual. La construcción monumental del patriarcado, cimentada durante veinte siglos, sigue calando en lo inconsciente, en aquello de lo que no se tiene conciencia. El patriarcado, que nos dejaba no sólo sin voto sino sin voz y sin autonomía personal, sigue latente en lo profundo de muchas mujeres que experimentan su libertad como un exceso. La historiadora Dora Barrancos, refiriéndose a este fenómeno, dijo esta semana que “no hay peor circunstancia que travestirse con la ropa del amo”. Esta frase puede leerse en todos los sentidos que atraviesa.

© Escrito por Sandra Russo el sábado 24/08/2013 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 



viernes, 23 de agosto de 2013

Todos Golpistas… De Alguna Manera...


Todos Golpistas…


Existe una subespecie del padrón electoral que sostiene no ser kirchnerista, pero que cree que hay muchas cosas que se hicieron bien y que por eso los vota. Algo así como el que te dice que no tiene problemas con el alcohol, sólo le gusta abrazarse a los postes de luz cada vez que sale de joda. O el que te tira que, más allá de conocer a todos los trabucos del bosque de Palermo, no es gay.

Sujetos simpáticos, putean a Amado Boudou por hacerle daño a la imagen de la década ganada, y a Julio De Vido porque hay que putearlo. De Guillermo Moreno sólo les molesta que mienta con la inflación, aunque está claro que los medios monopólicos exageran con la misma y que, en caso de existir, es culpa de los comerciantes. Cuando se les pregunta por el patrimonio de la Presidente, se relajan y afirman que la justicia ya se expidió y no pudieron probar nada. Obviamente, se trata de la misma justicia a la cual habría que democratizar.

Dicen no mirar 678 ni prestar atención a los somníferos escritos por Carta Abierta, dado que los consideran argumentos progres que no suman nada. Precisamente por ello, no se hacen cargo de la demencia senil de Orlando Barone, como tampoco cuentan las denuncias de Sandra Russo o Cynthia García cada vez que dan rienda suelta a las sospechas de complot de sectores financieros que buscan controlar la economía.


Bajo el manto sagrado que brinda hacerse bien el boludo, el “simpatizante afín pero no kirchnerista”, junto con su primo hermano, el kirchnerista crítico, sostienen que todos estos factores le hacen daño al proyecto, pero que no hay que prestarles demasiada atención, dado que hacerlo es prenderse en el juego que busca desgastar la figura de Cristina. Este delirio de ser y no ser choca de frente con un punto básico: quién eligió a Amado Boudou, quién banca a Julio De Vido, quién paga los salarios de 678, quién defiende a Moreno. Y es que se trata de la misma persona que se jacta una y otra vez de ser la única que da las órdenes y de que nada de lo que pasa en su gobierno se hace sin su aprobación.

Para evitar que algún trasnochado perdiera el rumbo en medio de la facilidad que brinda no hacerse cargo nunca de nada, la Presi puso blanco sobre negro en su discurso del miércoles pasado en Tecnópolis, el cual debería ser enmarcado como máximo exponente del evangelio de la Iglesia del Cristinismo de los Últimos Días, dado que fue una apología pornográfica de todos los latiguillos con los que sus santos devotos han intentado convertirnos.

A menos de diez segundos de empezar su exposición, la Presi afirmó que sin los diez años de gobierno kirchnerista, no habría futuro en la Argentina. El cliché de que “el país no termina en la General Paz” se vio un poquito limitado después de las PASO, así que se trasladó a “el país no termina en el Islote Blanco al sur de Tierra del Fuego” y ahora hay que festejar que se ganó en la Antártida, donde habitan un puñado de estatales que dependen de la buena voluntad de Balcarce 50.

Al poner las cosas en orden, cada vez que D’Elía trata de yanki a Sergio Massa son solo “afirmaciones aisladas que no representan al conjunto”, pero Cristina tiró que en Wall Street están contentos con el resultado. En este sentido, cada vez que un sátiro de las veinticuatro cuotas sin interés nos dice que no importa que Abal Medina hable del pasado habiendo sido parte de la Alianza, dado que “es sólo su opinión”, hay que mostrarle que la Presi dijo que todos los demás son el pasado, menos su gobierno. Por supuesto, al momento de recibir la justificación de que el desprecio al que no los vota por parte de la prensa oficialista, hay que tirarles que la Presi sostiene que los votantes no cuentan, ya que ella quiere reunirse con los que no están en las listas.

Entre pucheritos, hombritos y montoncitos con los dedos, Cris hizo gala de sus profundos conocimientos en materia económica al sostener que “en economía cuando vos le das a uno es porque le dejaste de dar a otro, no hay ninguna otra posibilidad”. Obviamente, la generación de riqueza no entra en su cabecita lacrada y ni hace falta calentarse para preguntarle cómo cree que existen países que mantienen su calidad de vida a pesar de la constante expansión demográfica. También tuvo tiempo para enseñarnos que la costumbre de comprar dólares llegó con Martínez de Hoz en los setenta, algo que no me atrevería a cuestionar, dado que pocas personas deben saber tanto como Cristina sobre la gestión del rey de la 1050.

Luego de insultar a todo el arco opositor -y a sus votantes- dijo que quería debatir sin agravios, mientras algunos se preguntaban a quién le hablaba cuando decía que las deudas “las generaron ellos en anteriores gobiernos”, si el que ganó la provincia fue Jefe de Gabinete de su gobierno, asesorado económicamente por el ministro de Economía de Néstor Kirchner y el presidente del Banco Central que puso el difunto expresidente.

El estado de felicidad del kirchnerismo se tradujo en optimismo, las palabras tranquilizadoras de la Presi también sumaron su aporte y, en los últimos días, pudimos ser testigos de la buena onda que reina en el gobierno y de la seguridad que sienten por el futuro que les depara. Luego de que el programa Periodismo Para Todos pusiera al aire un informe en el que mostraron que Cristina paró en el paraíso fiscal Seychelles en su viaje a Vietnam, el Secretario General Oscar Parrilli emitió un informe en el que cuidó las formas protocolares del caso -Sicario Mediático de Magnetto Jorge Lanata, número de matrícula en trámite- y en salvaguarda del orden institucional, por lo que tildó de garcas a los miembros del Poder Judicial y afirmó que las denuncias son sólo con fines de promover la violencia, dado que la estadía en la paradisíaca isla se debió a una “escala técnica”. Y tiene razón: todos los que vamos a Vietnam paramos en el Atalaya de Seychelles para comprar medialunas, otros prefieren el Minotauro de las Maldivas.

Menos de veinticuatro horas después, Parrilli volvió al ruedo para poner paños fríos y afirmó que Clarín le hace la campaña a Sergio Massa, que el que está loquito y nervioso es Lanata y que todas estas denuncias son para que la gente crea que Cristina gusta del lujo y preside un gobierno corrupto. Todas cosas que nadie pone en duda, dado que la eterna empleada estatal multimillonaria compra la ropa en los outlets de avenida Córdoba y que en la totalidad del arco kirchnerista no existe nadie que no se haya quedado jamás con algún que otro centavo.

Sincronizada, la diputada Juliana Di Tullio dijo que los que ganaron las elecciones democráticas en realidad lo hicieron para dar un golpe institucional a la democracia. Se ve que las técnicas cambiaron y lo que antes se lograba con tanques y militares, ahora se hace con votos y señoras metiendo un sobre en una urna.

Para finalizar el fin de semana a todo trapo, la Presi también se hizo eco del informe de Periodismo Para Todos y tiró la bronca en Facebook, al denunciar la impunidad de los que denuncian la impunidad. También afirmó que todo lo que se dice en contra del gobierno es para atacar la memoria del que ya no puede defenderse, o sea de Néstor.

Respecto de esto último, habría que aclarar algo: morir no salva. El hecho de contar con un impedimento permanente para ejercer la auto defensa no implica que no se pueda investigar ni contar lo que haga falta contar. Es una verdad un poco idiota como para tener que aclararla, pero la condición permanente de estar mirando al cielo por el resto de la eternidad, no es causal que justifique la inmediata suspensión de una investigación.


Además, resulta extraño que no se pueda hablar mal de quien no puede defenderse, pero sí se pueda decir que si Belgrano viviera, abrazaría al Modelo de Crecimiento de Villas de Emergencia con base en impresión de billetes, y todo sin que nadie se ofenda por la ausencia de opinión de don Manuel. Del mismo modo, se puede crear un Instituto Revisionista Histórico para que indague en la vida de personas que, por cuestiones biológicas, se encuentran impedidas de poder expresar su parecer sobre lo que dicen de ellos. También es posible decir que Julio Roca era un genocida, que Domingo Sarmiento fue un entreguista, o que los de la generación del 80 tenían tatuados al Tío Sam en las nalgas, que a nadie le preocupa ese temita de que no puedan defenderse.

En mi humilde modo de entender las cosas, que no se pueda siquiera sospechar cómo es que una mina que viajaba en bondi desde Tolosa hasta la facultad haya llegado a convertirse en multimillonaria sin haber ganado diez veces consecutivas el Quini 6, por el sólo hecho de que su marido ya no se pasea entre nosotros, no es más que un mecanismo pedorro en busca de la compasión.

No importa si la pesaban, no importa si se llevaron hasta los sobrecitos de azúcar, no importa si la juntaron con palas mecánicas. Lo único que importa es que Néstor se murió y no puede defenderse, como si no pudieran defenderlo los que supuestamente saben “la verdad”, como si Cristina fuera Kay Adams y nunca hubiera sospechado cómo es que vivían como millonarios con el sueldo de un gobernador, como si hubiera pasado los últimos cuarenta años de su vida en estado catatónico sin preguntarse cómo es que el jardinero llegó a tener una empresa o qué fue lo que pasó con el chofer municipal que terminó al mando de medios de comunicación.

Independientemente del detalle de que Néstor se vio imposibilitado de viajar a Seychelles en enero de 2013 por razones de público conocimiento -se ve que a Cristina le llegan tarde las denuncias y se queja de las bóvedas con delay- lo cierto es que cambiaron la forma de encarar la campaña. La denuncia del último domingo podría haber sido ignorada como ignoraron todas y cada una de las anteriores -convengamos que tampoco fue lo más grave que se haya dicho del oficialismo- pero acusaron recibo de un modo sobreactuado.


Decidieron colocarse en víctimas de un orden superior a todo -como sostiene el docente Luis D´Elía al afirmar que Magnetto gobierna el país desde el 24 de marzo de 1976- que busca impedir que el kirchnerismo se prolongue en el tiempo, que intenta que la gloriosa juventud monotributista no pueda lograr la liberación, que pretende que el país vuelva a épocas oscuras, como cuando gobernaban los jefes de Abal Medina, Diana Conti, Deborah Giorgi y Nilda Garré, o como cuando Cristina, Néstor, Aníbal Fernández y Julio Alak eran tan oficialistas que sólo les faltaba hablar turco, o como cuando César Milani jugaba al poliladron versión 220.

Como forma de recuperar votos, esto de tratar de idiotas a todos los que no los votaron, no creo que garpe mucho, aunque sí sirve de botón de muestra para que vayamos viendo qué nos espera en los últimos dos años de esta concatenación de cagadas empíricas, delirios fundacionales y choreo orgánico que hemos denominado kirchnerismo.

Martes. No todo puede justificarse.

PD: No jodan con que la cuenta de twitter de la Casa Rosada fue hackedada. La próxima, traten que la community manager no se confunda de cuentas en un ataque de nervios.

© Escrito por Relato del Presente y publicado el martes 20/08/2013 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 

domingo, 21 de octubre de 2012

¿Dos Bandos?... De Alguna Manera...

Motivos insólitos para el 8N...

 8 de Noviembre de 2012. 8N

Durante mi visita a Buenos Aires hablé más de kirchnerismo que en la suma de los últimos diez años. Era inevitable. Pero cuando en una sobremesa familiar se empezó a hablar de “los dos bandos”, supe que mi participación era imposible. Quedarme callado no era una opción; no suele serlo porque no me aguanto, pero en este caso era más difícil, porque me hacían preguntas. Objetar las supuestas bondades del kirchnerismo y/o defender posturas del bando opositor que considero inexistente era tentador, pero fútil porque –justamente– no hay dos bandos. Me limité a decir esto último y me fui, con la esperanza de dotar mi ausencia de algún sentido didáctico. No sé de qué habrán sido equidistantes después; es muy difícil ser equidistante cuando hay un lado solo.

El tenembaumismo, incluso en sus encarnaciones de entrecasa, insiste en ser salomónico para salvarse. Pero sólo se puede ser salomónico si hay dos extremos en pugna. Si hay uno solo, las únicas posibilidades son: tener una opinión clara sobre el fenómeno o prescindir de ella. Esto es un lujo que el progresismo no puede permitirse, no al menos sin retroceder, reconocer sus errores, pedir disculpas, tres cosas que no están acostumbrados a hacer.

Sabemos que no hay dos bandos. Así como no soy del bando del vecino si vamos juntos a la municipalidad cuando se cae un árbol, tampoco me contagio si el 8 de noviembre salgo a la calle con gente que cree en la existencia de los duendes. Lo que hay es un problema, tenemos un problema que queremos resolver. Si se te queda el auto en el barro y Cecilia Pando quiere ayudar, no veo cuál es el inconveniente en dejarla que empuje y darle las gracias. Siempre y cuando no tengamos que firmarle un petitorio antiabortista a cambio; por suerte no es el caso.

El grueso de la oposición alienta –a los ponchazos, porque son muy brutos y ni siquiera eso hacen bien– la idea de que la única manera de resolver este problema, el que tenemos ahora, es mediante la construcción de una alternativa política viable. Vengo a decirles que eso es mentira.

No sé a ustedes, pero a mí me importan muy poco el agonismo, El Eternauta, la pasión según Sandra Russo, el peronismo, el antiperonismo, la patria y la liberación. Puedo vivir sin ellos. Es más: reclamo mi derecho a vivir sin que ellos se me impongan como dogma, eso es justamente parte del problema que hay que resolver.

No nos debemos la construcción de un sistema ideológico alternativo; eso es algo que uno hace si tiene ganas, y si no tiene ganas no lo hace, no es obligatorio. Si bien es cierto que sería bueno contar con partidos políticos más o menos votables que pudieran después gobernar como en cualquier país normal, no dependemos de ellos para reclamar derechos. Es entendible que ellos pretendan que los esperemos hasta el improbable día en el que decidan representarnos, pero para algunas cosas ya no podemos seguir esperando.

Es cierto: no son las más urgentes. Esas cosas –paradoja– nos acompañan desde hace mucho, en la forma de bultos durmiendo en la vereda, nenas de seis años vendiendo flores por la calle, mil caras de la pobreza por las cuales somos incapaces de manifestar en un contexto que las naturalizó todas bajo el impermeable paraguas populista. Es dificilísimo. ¿Qué hacés? ¿Llevás un pobre a la plaza? ¿Y por qué nos escucharía un gobierno que miente sistemáticamente sobre los índices de pobreza?

No todos los manifestantes tendrán la misma educación o sensibilidad social. Cada uno irá por lo que pueda, por lo que crea más pertinente, en un experimento que puede salir mal pero debería salir bien si entendiéramos –la oposición incluida– que todos los reclamos confluyen en el mismo: se le pide a un gobierno que no haga lo que no corresponde. Que no mate, ni mienta, ni oprima, ni robe, ni amenace ni pretenda imponer a los ciudadanos ideas, símbolos y prácticas que, en democracia, sólo pueden ser optativos. No es tan difícil de enunciar, y es bien fácil de entender.

© Escrito por Guillermo Raffo, escritor y cineasta y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.