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domingo, 21 de junio de 2020

Corrupción pública y privada. Nunca Más... @dealgunamanera...

Corrupción pública y privada… Nunca Más

Sin destino. El Presidente recibió a los conductores de Vicentin para intentar arreglar algo que parece de muy difícil arreglo. Fotografía: Presidencia

No es necesario pensar que el capitalismo es siempre un irredimible sistema corrupto, porque tal evaluación pasaría por alto su funcionamiento en naciones como Alemania, donde en 2012 el presidente Christian Wulff tuvo que renunciar bajo la acusación de tráfico de influencias. En algunos países, las transgresiones se pagan y los castigos se cumplen.

© Escrito el domingo 21/06/2020 por Beatriz Sarlo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.


Un pesimista o un escéptico podría sonreír al leer lo que arriba queda escrito. Y dirá: acá existe Vicentin, y su historia de favores recibidos durante diferentes gobiernos prueba que el empresariado y el Estado establecieron alianzas financieras más allá de todas las normas. De acuerdo. La historia de Vicentin fue publicada, entre otros medios, por un matutino al que difícilmente puede acusársele de izquierdismo.

Del lado de los políticos, las cosas no son más santas que del costado empresarial. La ex presidenta y hoy vicepresidenta Cristina Kirchner fue y seguirá siendo objeto de sospechas fundadas que pueden avalar un juicio y posible condena, si su amigo Alberto no interviene con alguna maniobra de esas que conocen los abogados penalistas.

¿Por qué usar a Cristina Kirchner como caso ejemplar, si hay tantos otros? Porque es una política de primera línea, que aspira a seguir ejerciendo su imperio sobre el Presidente a través de la troupe de secretarios, ministros y representantes que consideran más conveniente seguirla a ella que a Alberto Fernández. Porque sería un milagro y el comienzo de algo nuevo.

Juicio y castigo. Somos como somos y, sin una respuesta ejemplar, persistiremos. En 1986, el Juicio a las Juntas Militares y las condenas impartidas por el tribunal sobre los actos de sus integrantes, la cárcel que siguió a esas condenas, el repudio y el desprecio que merecieron los culpables trazaron una línea. El título del famoso informe sobre muertos y desaparecidos fue una orden: Nunca Más.

Del Juicio a las Juntas parece imposible volver hacia atrás. No hay retroceso salvo que se quiera negar la barbarie que el juicio demostró con testigos y pruebas. Los que no sabían o no se quisieron enterar durante la dictadura ya no tuvieron la escapatoria de declarar, con mirada ingenua como disfraz del cinismo, que no se sabía nada. Todo el juicio fue un revelador que actuó sobre una película que parecía velada para siempre. Mostró las caras, los lugares, los instrumentos de tortura, las fosas donde se tiraban restos humanos.

Como sí se hizo con el terrorismo de Estado, parece imposible un juicio que castigue a políticos y empresarios

En Argentina todavía no tenemos un Nunca Más de la corrupción. Y hoy parece una ilusión que algo así podría producirse. No existe un político que comprometa su nombre, su honor, su palabra, su futuro, y convenza a su propio partido de que, caiga quien caiga en ese juicio, se lo llevará adelante. No existe un Raúl Alfonsín, que le ganó las elecciones al justicialismo porque tenía fuerza moral, convicción y coraje.


Por el camino que vamos, será difícil que lleguemos a tener un político de esa cepa. La democracia que ganamos en 1983 nos acostumbró a sus virtudes y a sus defectos. Entre sus virtudes figura la justicia. Pero el trapicheo es uno de los defectos de nuestra democracia actual, que llega incluso a anular sus virtudes.

Nombres como el de Padoan, zar de Vicentin, en los cuadernos de las coimas que recopiló un chofer obsesivo, se encuentran en noticias que, si la Argentina no fuera un país acostumbrado a la corrupción, serían excepcionales. Pero no lo son. Con el mismo semblante austero que conocemos por las fotos de prensa, Javier González Fraga firmó créditos en serie para Vicentin, en una secuencia diaria que despierta todas las sospechas.

El Banco Nación fue dispendioso con esa empresa, sin pensar quiénes iban a terminar pagando la cuenta. La pagarán los argentinos, que no participaron ni en las sumas millonarias que se han fugado a paraísos fiscales, ni en el bienestar del que seguramente disfrutan los dueños y testaferros de Vicentin.

Sin un juicio a la corrupción, como hubo un juicio al terrorismo de Estado, este camino de barro seguirá siendo una pista asfaltada para los que formen parte de un grupo que, en nombre de los sueldos que pagan o del comercio exterior que dinamizan, obtienen los beneficios que son esquivos, si no imposibles, para el dueño de una empresa pequeña o mediana. Se podrá decir que el capitalismo es así en todas partes.

Pero no lo es. Los bancos públicos no reparten créditos sin las garantías debidas. Los gerentes que hicieran ese reparto saben que no solo eventualmente perderán su puesto sino que podrán terminar en la Justicia. Los políticos no están comprometidos en esas maniobras. El actual funcionario del Banco Nación, Claudio Lozano, afirmó que Vicentin recibió un trato privilegiado, y superó todos los límites de endeudamiento. Si Vicentin es un caso testigo, ¿habrá llegado el momento de cambiar las cosas?

Investigar la trama del delito. Estado y empresarios firmaron una alianza que les resulta provechosa a los que pueden ser aceptados en ella como participantes de los beneficios, si antes han colaborado en la estafa.

Imagino la indignación de un empresario que necesita créditos y, para conseguirlos, sube una cuesta empinada si no tiene los contactos, los amigos, la capacidad de suspender juicios morales, el temple para dialogar con delincuentes. Seis meses antes de entrar en cesación de pagos, según informa la agencia Télam, el Banco Nación le prestó a Vicentin 6 millones de dólares. Cualquier suspicaz se preguntará la razón que llevó a González Fraga a autorizarlo.

La responsabilidad es tanto de los que manejaron Vicentin, como de los directivos del Banco Nación

La trama debe ser investigada. ¿Qué tenía, prometía o repartía Vicentin para lograr esos préstamos diarios? Afirmar que se realizaban para que siguiera pagando 4 mil salarios despierta todas las sospechas sobre el modo en que el argumento salarial es usado en beneficio de los empleadores. Hay depositadas decenas de miles de salarios no en el bolsillo de los trabajadores, sino en los paraísos fiscales. Estados Unidos ya comenzó una investigación. Un juez de Nueva York, en respuesta a la solicitud de los acreedores bancarios de Vicentin, examinará el destino de las transferencias de fondos realizadas por la empresa en los últimos tres años. Son varios cientos de millones de dólares que descansan en paraísos fiscales. Que dios ilumine al juez, porque es difícil que esas cosas podamos llegar a saberlas por el accionar de los magistrados argentinos.

La ausencia de responsabilidad moral es el límite que han traspasado estos manejos corruptos del capitalismo. Un caso como el de Vicentin obliga a juzgar duramente la ética pública de los sujetos intervinientes y de quienes sabían y callaron. Como dice el sentido común: la fiesta de Vicentin la pagamos todos.  

Hasta que no se destruya la trama corrupta del capitalismo local, como se destruyó la de las Juntas Militares, no habrá Nunca Más de la corrupción. Alguien tiene que ir preso.

El fiscal Pollicita ha pedido hace meses que se investigue a González Fraga. Los ingenuos suponían que su seriedad y sus modales distinguidos no podían sino trasmitir virtudes patricias. Se equivocaron.





viernes, 18 de octubre de 2019

Los espías de la libertad… @dealgunamanera...

Los espías de la libertad…

Permanece la natural tensión que debe existir entre el periodismo y el poder. Ilustración: Horacio Cardo.

"Subversivos”, la palabra escrita en grandes letras, podía leerse desde lejos en la portada de la revista Cabildo, un pasquín de la ultraderecha que había apoyado a la dictadura militar. Con la mentalidad burocrática de los ficheros policiales, los nombres de una centena de periodistas llenaban las páginas de esa revista. En la lista figuraban casi todos los periodistas conocidos, o cuyos artículos habían sido analizados bajo la lupa de los espías del Estado a la caza de subversivos.

© Escrito por Norma Morandini, periodista, ex senadora nacional, el miércoles 16/10/2019 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

He contado más de una vez la anécdota porque nada revela mejor esa concepción autoritaria que equipara la prensa con un delito; dejó centenas de periodistas desaparecidos y al imponer el terror congeló la libertad individual, la más eficaz de las censuras. Importa volver a narrar ese episodio sucedido en el final de la dictadura, ahora, que bajo el sistema de la legalidad democrática se vuelve a penalizar la actividad de los periodistas. Una malversación, si no intencionada, al menos ignorante de esas funciones en democracia, la de los periodistas que cuando son valientes e independientes “espían”, en beneficio de la ciudadanía, lo que los poderes buscan ocultar; en cambio, los agentes de inteligencia cometen delito cuando se meten y hurgan en la vida privada de las personas.

Han pasado más de 30 años, la democratización fue liberando ese chaleco de fuerza del terror con leyes que protegen la actividad periodística y garantizan el derecho de la sociedad a ser informada. Sin embargo, hoy preocupa que persista la idea de delito nada menos que en la letra de un juez y la bendición de los que por indagar en las lacras del pasado ejercen una superioridad de comisarios morales.

Esa “pasión por la censura”, la expresión de otro Premio Nobel, de literatura, el sudafricano John Maxwell Coetzee que por haber vivido en una sociedad totalitaria, la de la supremacía blanca, escribió un ensayo “Contra la censura” para comprender qué se expresa detrás de esa manía de “silenciar y censurar”. Si en el fin de la dictadura, ironizar en una asamblea de periodistas, como hice, para que los que no figuraban en la lista de la revista pidieran ser incluidos, era toda una definición política ya que para las tiranías la que es subversiva es la prensa.

Hoy debiéramos pedirle a la Comisión de la Memoria de La Plata que preside el Premio Nobel de la Paz, Pérez Esquivel, reconstruya históricamente la censura de la dictadura, las persecuciones, las mordazas y la responsabilidad que tuvieron los agentes de inteligencia, los “temidos servicios” que se hacían pasar por periodistas para mentir sobre las acciones de la “guerra sucia”, enfrentamientos que en realidad eran fusilamientos, la propaganda “somos derechos y humanos” para contrarrestar las denuncias, los “desaparecidos están en el extranjero” y las mentiras de una humillante guerra perdida, la de las Malvinas, esa sí “acción psicológica”, una expresión bélica, incompatible con la legalidad democrática y el respeto a la capacidad de discernimiento de las personas.

Al final, el único propósito de la reconstrucción del pasado y de una auténtica Comisión de la Memoria es el “Nunca Más” para evitar que regrese la dictadura de la unanimidad y la mentira que contaminó la prensa con esos espías disfrazados de periodistas., o lobbista confundidos igualmente con empresarios de prensa.

No deja de ser paradójico, y a riesgo de ser mal comprendida por el sarcasmo, que en democracia los buenos periodistas son los que mejor “espían” en lo que se quiere ocultar, la corrupción de los funcionarios del Estado. En cambio, en democracia, los espías del Estado cometen delito cuando violan el derecho a la privacidad de los ciudadanos, sean sus cartas, sus teléfonos o sus alcobas.

Detrás de esa malversación, sólo puede haber una intención: desvirtuar las investigaciones de la prensa en la Causa de los Cuadernos y volver a imponer el miedo, la más eficaz de las censuras. Pero, también, revela nuestro fracaso democrático ya que culturalmente sobreviven las odiosas expresiones “operación de prensa” o “la carne podrida”, como se llama a la información mentirosa e intencionada.

No hay nada más difícil que argumentar sobre lo obvio. La prensa está protegida constitucionalmente para cumplir mejor su mediación entre la información del estado y la ciudadanía, una protección que se extiende también a las ideas que molestan porque son la condición del pluralismo democrático. Sin la protección de la fuente es muy difícil actuar de manera independiente y ganarse la credibilidad de la ciudadanía.

En Argentina, los periodistas debimos estrenar la libertad con los miedos, los fantasmas del pasado y el autoritarismo adherido como una ameba. Al igual que otras instituciones de la democracia, el periodismo camina con esa marca de origen, entre una prensa cortesana, de los despachos, a una prensa independiente, como expresión de la sociedad. Permanece la natural tensión que debe existir entre el periodismo y el poder. Y los argentinos ya hemos hecho un largo camino.

Muchas denuncias periodísticas desbarataron redes de corrupción y complicidad de los funcionarios del Estado, indicios sobre los que la Justicia no siempre investigó ni condenó; muchas han sido, también, las tentaciones del poder para domesticar a la prensa, ya sea con la distribución de la pauta oficial, “los sobres” para los propagandistas de los gobiernos o la distorsión del “periodismo militante”.

A la par, en la defensa de la libertad de expresión, los periodistas debemos ser humildes y debatir honestamente sobre cómo se ejerce el periodismo hoy, distorsionado por la espectacularidad, la dictadura del rating y el lenguaje del odio, a los que debemos contraponer la única limitación posible, la responsabilidad y la razonabilidad. Pero cuando las concepciones autoritarias atentan contra ese pilar de la democracia, los periodistas no podemos ser ni omisos, ni neutros porque lo que está en riesgo es precisamente el sistema que nos da fundamento: la democracia.


jueves, 24 de marzo de 2016

24 de Marzo de 1976. La Mancha Trágica... @dealgunamanera...

La mancha trágica…


El 24 de marzo de 1976 es la mancha trágica de nuestra historia contemporánea. Amordazó la libertad, llenó de sufrimiento a miles de hogares argentinos, nos humilló como país y nos encerró en nosotros mismos. Un día largo que por momentos pareciera no termina de pasar por los residuos autoritarios que sobreviven en nuestras relaciones personales y políticas: la desconfianza y la intolerancia.

© Escrito por Norma Morandini, Directora del Observatorio de Derechos Humanos del Honorable Senado de la Nación, el jueves 24/03/2016 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Con todo, ya nos separan cuarenta años de aquella fecha fatídica, lo que significa que nuevas generaciones se han incorporado a la vida democrática. Jóvenes nacidos y educados en libertad, un privilegio sobre las generaciones pasadas cuyas vidas, en algún momento de su desarrollo, transcurrieron bajo regímenes militares. Esto es, sin libertad para elegir y decidir.

La transición entre el autoritarismo y la consolidación democrática no fue sencilla. Lo más difícil fue dotar de vida a los Derechos Humanos, una expresión que entre nosotros todavía connota con la muerte. ¿Cómo anunciar los derechos que sustentan jurídicamente a la democracia cuando todavía se buscan nietos desaparecidos y se exhuman los cadáveres en un país sin tumbas ni exequias? Ni siquiera nos confrontamos con los dilemas éticos que nos increpan como sociedad. No para hacer un mea culpa colectivo sino para reconocernos parte de la misma tragedia colectiva.

Vale la sentencia de Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, quien dijo: “Si comprender es imposible, conocer es necesario”. En las primeras décadas de la democratización, la mejor energía estuvo puesta al servicio del conocer y condenar al Terrorismo de Estado, simbolizada en el Juicio a las Juntas. El presente nos confronta con lo que nos falta, una auténtica cultura de Derechos Humanos, que no es otra que el respeto a la igualdad y la universalidad.

En términos personales, vivo el 24 de marzo con recogimiento y reflexión. Para que el sacrificio de todos aquellos que murieron, debieron exiliarse dentro y fuera del país y se humillaron por el terror no haya sido en vano debemos velar y cuidar de la democracia, el sistema que hace de la deliberación y los derechos su razón de ser. Aquel que nos permite encarnar definitivamente el “Nunca Más” a la violencia política, a la negación del otro como a un igual al que debemos respetar.

El 24 de marzo debe recordarse, conmemorarse, pero jamás celebrarse. El rojo del calendario no podrá reemplazar nunca el duelo de nuestros corazones, mientras recordemos a los que no están. Una forma de honrarlos es que finalmente reconciliemos lo que fue violado: la convivencia democrática.


viernes, 27 de febrero de 2015

Murió Julio César Strassera, Q.E.P.D. ... De Alguna Manera...


Murió Julio César Strassera, el fiscal emblema del juicio a las Juntas Militares...


Julio César Strassera falleció a los 81 años. Foto: DyN


Estaba en coma desde el pasado 16 de febrero, cuando fue internado en una clínica porteña. Tenía 81 años. 

El exfiscal del juicio a las juntas militares de la última dictadura militar, Julio César Strassera, falleció hoy a los 81 años en la ciudad de Buenos Aires. El autor de la famosa frase: "Señores jueces, nunca más”, estaba internado hacía dos semanas.

Strassera había ingresado el pasado 16 de febrero a la Clínica San Camilo, del barrio de Caballito, con trastornos intestinales y un cuadro de hiperglucemia que lo llevó a un coma. Los días previos a enfermar, el fiscal había tenido una gran presencia en los medios de comunicación por comunicar su adhesión a la marcha del 18F impulsada por fiscales federales, en memoria del fallecido  Alberto Nisman, a la que finalmente no pudo asistir. 

Fue el fiscal acusador que condujo el denominado "Juicio a las Juntas" militares que gobernaron la Argentina entre 1976 y 1983, en el cual tuvo un histórico protagonismo. Gracias a las pruebas que acumuló y a los casos que seleccionó para imputarles, el 9 de diciembre de 1985, la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal condenó a Jorge Rafael Videla y Eduardo Massera a reclusión perpetua, a Roberto Viola a 17 años de prisión, a Armando Lambruschini a 8 años de prisión y a Orlando Ramón Agosti a 4 años de prisión.

”Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ¡Nunca Más!”, fue parte de su discurso de acusación, cuya frase final pasó a la historia.


Luego del juicio, Strassera fue representante argentino ante los organismos de derechos humanos con sede en Ginebra. Debido a los indultos de los militares dispuestos por el ex presidente Carlos Menem, se retiró de la función pública y empezó a ejercer su actividad como abogado. Asimimso, participó activamente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).

En el año 2006 volvió a la esfera mediática al encargarse de la defensa de Aníbal Ibarra en el juicio político por la tragedia de Cromañón, que lo llevó a su destitución como Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Strassera fue crítico con el kirchnerismo. A finales de 2008, denostó al Gobierno nacional al acusarlo de no querer acelerar las causas por delitos de lesa humanidad.

En el año 2013, calificó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de “megalómana que no tiene vergüenza", y la comparó con el dictador Juan Carlos Onganía por el proyecto de ley enviado al Congreso para limitar las medidas cautelares.

© Publicado el viernes 27/02/2015 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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