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martes, 24 de marzo de 2020

Joaquín Abellán y la vigencia de Max Weber… @dealgunamanera...

Joaquín Abellán y la vigencia de Max Weber…

Joaquín Abellán García

Joaquín Abellán ha dedicado una vida de reflexión intelectual a la teoría política y, muy especialmente, a la obra de Max Weber. Sobre la vigencia del pensamiento del pensador alemán y otras cuestiones subyacentes hemos conversado con él.

© Escrito por Fernando Manuel Suárez el jueves 27/02/2020 y publicado por el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Joaquín Abellán García es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y especialista en teoría política, su obra, que consta de decenas de libros y artículos, ha recorrido diversos problemas y autores. Sin embargo, su nombre está asociado, más que a ninguna otra figura, a la del célebre sociólogo Max Weber, uno de los más relevantes teóricos sociales del siglo XX. Abellán ha editado, traducido y prologado en múltiples ocasiones al autor alemán, incluidos los seis volúmenes publicados por editorial Alianza, convirtiéndolo en uno de los difusores más destacados del pensamiento weberiano en Iberoamérica. Asimismo ha dedicado un exhaustivo y minucioso análisis a su pensamiento político en Poder y política en Max Weber (Biblioteca Nueva, 2004).

El interés y conocimiento de Joaquín Abellán por Weber debe leerse dentro de un marco más amplio, es decir el pensamiento y la historia alemana en general. A ella se abocó en una lectura de largo aliento en Nación y nacionalismo en Alemania. La «cuestión alemana» (1815-1990) (Tecnos, 1997). Por otro lado, su labor de traducción y edición al español también incluyó a autores tan diversos, y al mismo tiempo ineludibles, como Martín Lutero, Wilhem von Humboldt, Georg Friedrich Wilhelm Hegel, Immanuel Kant o los socialistas Eduard Bernstein y Ferdinand Lassalle.

En los últimos años, como corolario parcial de una prolongada carrera, se ha dedicado a publicar una serie de volúmenes con un cariz más divulgativo en una colección titulada «Conceptos políticos fundamentales». Esos últimos trabajos ratifican el interés de Joaquín Abellán por hacer accesible las nociones claves de la teoría política y difundir a sus más significativos autores. Esa vocación, así como su invaluable predisposición, hizo que accediera a conversar con La Vanguardia sobre sus investigaciones y, en especial, sobre la vigencia de la obra de Max Weber, un autor sin dudas fundamental.

Weber es un autor fundamental porque revisó en profundidad las “ciencias de la cultura” existentes hace un siglo no sólo desde el punto de vista metodológico, sino dando un nuevo concepto de las tareas y límites de la nueva ciencia social.

Ha trabajado gran parte de tu vida académica en la traducción y difusión de la obra de Max Weber. Si tuviera que sintetizar en pocas frases, ¿Por qué se trata de un autor fundamental? ¿Cuáles son las advertencias que le haría a un lector ignoto?
Weber es un autor fundamental porque revisó en profundidad las “ciencias de la cultura” existentes hace un siglo no sólo desde el punto de vista metodológico, sino dando un nuevo concepto de las tareas y límites de la nueva ciencia social. Fundamental ha sido su análisis de la modernidad occidental, señalando cómo su proceso de racionalización (secularización) ha desembocado finalmente en pluralidad de esferas de la vida (política, ciencia, religión, arte,), regidas por lógicas internas diferentes y opuestas entre sí, y en continua tensión entre ellas. La introducción de la perspectiva sociológica en la reflexión sobre el Estado y el poder ha conducido a ver la política desde otra dimensión, destacándose desde esta perspectiva fenómenos tan importantes –ligados al proceso de democratización– como el de la democracia plebiscitaria, es decir, el de la transformación de la democracia en una democracia de partidos, con una relación de nuevo tipo entre los líderes políticos y los aparatos partidarios.

Para un lector nuevo, y también para alguien que ya conozca algo de la obra de Weber, haría una modesta advertencia general: que, yendo más allá de las palabra traducidas a nuestro idioma, se esfuerce por llegar a su contenido propio; que busque explicaciones de los contenidos, que huya de la libre asociación de ideas a las palabras que se suelen manejar con Weber; que sea consciente que el vocabulario no es de fácil comprensión y que sea consciente que muchos términos de los que utiliza Weber tenían sentidos controvertidos en su época. Un ejemplo: si Weber utiliza algún vez el término “Herrenvolk” y se ofrece la traducción literal como “pueblo de señores” sin ninguna explicación más, el lector puede entender hasta lo contrario de lo que significa realmente en Weber: pueblo soberano, pueblo dueño de sí mismo, personas sui iuris (en el sentido que había tenido en el derecho romano).

 Max Weber

Gran parte de la obra de Weber, incluida la conocida Economía y sociedad, permaneció inédita y hay muchas discusiones con respecto al modo en que estos trabajos fueron publicados. ¿Considera que esos problemas han distorsionado su recepción? ¿Qué reservas deberíamos tener para abordarlas? ¿Cuál debería ser la agenda futura de traducciones y ediciones en español en función de ello?
Sin duda se han dado esas distorsiones, pero la edición de las obras completas en alemán ya ha establecido los textos, las fechas de su composición, y el lugar que ocupan dentro de toda la obra. Economía y Sociedad tal como la conocíamos en la edición en español de los años 40 ya no existe en las Obras completas. Seis volúmenes integran ahora la vieja Economía y Sociedad.

Más relevantes son ahora, y para nuestro mundo hispánico, los procesos de distorsión derivados de la traducción y de la carencia de una explicación precisa de los conceptos fundamentales (por ejemplo: “neutralidad axiológica”, “racionalidad de acuerdo a valores”, “dominación” o “plebiscitario”) con lo que sugieren en un primer momento, no nos acercan al contenido, sino que más bien nos alejan.

Economía y Sociedad tal como la conocíamos en la edición en español de los años 40 ya no existe en las Obras completas. Seis volúmenes integran ahora la vieja Economía y Sociedad. 


Has dedicado varios trabajos, como por ejemplo el libro Poder y política en Weber, a analizar los escritos políticos de Weber. A pesar de ser una de las facetas menos sistemáticas de su obra, su perspectiva política ha tenido un enorme predicamento incluso allende las fronteras del mundo académico. ¿Por qué considera que esto ocurrió así? ¿A qué se debe la vigencia de, por ejemplo, una conferencia como La política como profesión? 
Una primera cuestión sería ¿Debemos hablar  de la política como vocación o de la política como profesión? Pero no entremos ahora en detalle en esta cuestión, que nos conduciría a clarificar lo que significa el término profesión (Beruf) en alemán, el cual contiene dos elementos –la actividad laboral y la “llamada” interior a realizar esa tarea como una “misión”–, mientras que en español no la usamos con ese doble contenido, y tenemos para ese contenido doble dos términos que distinguimos e incluso contraponemos: profesión y vocación. Pero yendo ahora a la continuación de la vigencia de la La política como profesión, yo diría que es debida a que Weber aborda ahí problemas centrales del concepto y de la práctica de la política, poniendo en conexión distintos fenómenos históricos. 

La conferencia resulta actual porque aborda un problema fundamental de la política en la  democracia de partidos, como es el de la relación entre los líderes y los aparatos partidarios, o la relación entre la política y la ética. Es actual porque plantea la naturaleza de la acción política, y, desde ahí, aborda la relación entre la política y la ética, criticando con rotundidad la “ética de convicciones” como inadecuada a la política y explicando por qué la “ética de la responsabilidad” es la única que resulta compatible con el concepto de “política como poder” que se realiza en un mundo que no es racional desde el punto de vista moral.

Los “usos de Weber” entre los académicos han producido muchas discusiones, desde la cuestionada traducción de Parsons hasta el debate más reciente entre Schluchter y Käesler, entre una lectura más rígida y una más abierta. ¿Cuál es su posición al respecto? ¿Considera que se ha hecho un “mal uso” de Weber en algunos casos?
Sí, en efecto. Se ha usado a Weber de manera distorsionada cuando se le ha querido entender con términos y categorías de perspectivas sociológicas funcionalistas o cuando se le ha visto como portador de una fe positivista en el papel de la ciencia, y despreocupado de la cuestión de los valores. Esas valoraciones no han contemplado su dimensión antropológica, su preocupación básica por el tipo humano que estaban requiriendo los cambios producidos en el mundo moderno, algunos de cuales eran a su vez resultado de las nuevas actitudes y modos de vida –en el caso del creyente religioso (protestante), o del empresario o del profesor académico ante los cambios en la ciencia  y en la universidad, o del político en una democracia de partidos–.

Entre los muchos conceptos weberianos que han calado en el sentido común y entre los analistas, se destaca uno: líder carismático. Dados los recaudos epistemológicos que Weber manifiesta en la construcción de tipos ideales, ¿te parece que su utilización, incluso en literatura académica, viola algunos de los preceptos de su autor? ¿Qué recaudos deberíamos tener para utilizar las definiciones weberianas?
Como es sabido, los tipos ideales no son conceptos esenciales, sino son los instrumentos analíticos construidos por los científicos sociales para describir, tipificar, comparar fenómenos sociales o históricos. Y en su Sociología del poder, Weber analiza, juntos a los otros tipos, el tipo de poder legítimo carismático y una variante, el de legitimidad carismática antiautoritaria (con el que se corresponde el liderazgo de los partidos políticos modernizados, centralizados).

Y dentro de este último tipo analiza la relación entre un líder de partido elegido y su aparato (compensaciones a su aparato por los éxitos electorales y reparto de cargos, disciplina por parte del aparato respecto al líder, el  “sacrificio de la inteligencia” de sus seguidores que se produce con esta disciplina, etc.). Con esto quiero decir que su exposición de los tipos de poder legítimo cuenta con estas construcciones mentales para el trabajo científico-social. Y, en torno al liderazgo carismático, se ha generado una atención especial que ha conducido abiertamente a errores de interpretación.

Se ha hablado mucho de la preferencia de Weber por un líder  plebiscitario tras la primera guerra mundial para la nueva Alemania Y se ha llegado a asociar a su propuesta de un Presidente plebiscitario para la nueva República a planteamientos no democráticos. Sin embargo, creo que las alarmas y dudas que algunos han lanzado sobre el Weber de los últimos años de su vida no parecen justificadas si atendemos a lo que el propio Weber escribe en sus artículos de 1918-1919.

Dice allí que, durante la monarquía, él había escrito a favor de la parlamentarización del sistema de gobierno del Deutsches Reich (es decir, fortalecimiento del papel Parlamento y de los partidos políticos), y que después, ya sin el Emperador, estaba a favor de la República, abogando en concreto por un sistema presidencialista, en el que el Presidente fuera elegido directamente por los ciudadanos (plebiscitariamente). Para este Presidente prevé, por tanto, que tenga una “legitimidad” directa procedente de los ciudadanos, en vez de que fuera elegido por el Parlamento, como había ocurrido en las primeras sesiones de la Asamblea Nacional Constituyente de Weimar.

Y en el artículo dedicado a esta figura de la Presidencia de la República expone sus funciones fundamentales, sus límites (que tenga siempre presente “la soga y la horca”) y la necesidad de un Presidente con poder para que se pudiera realizar mejor la “socialización” de la economía, es decir, la reestructuración y estabilización de la situación económica después de la derrota de la Guerra. Junto al Presidente estaría el Parlamento igualmente elegido por los ciudadanos y una “Cámara de los Estados federados”.

En torno al liderazgo carismático se ha generado una atención especial que ha conducido abiertamente a errores de interpretación.

La trayectoria política de Weber fue uno de los puntos más controvertidos para los estudiosos posteriores, entre los que lo identifican como un antecesor del nazismo hasta los que lo ven como un liberal progresista. ¿Si tuviera qué caracterizarlos políticamente, cuál sería su parecer? ¿Hay más de un Weber en términos políticos o los analistas han caído en llanas distorsiones?
Como antecesor del nazismo no lo veo en absoluto, no hay ningún fundamento para mantenerlo. Si por liberal progresista se entiende al defensor de una democracia de partidos, en la que los ciudadanos pueden elegir a sus gobernantes y pueden exigirles cuenta y cambiarlos, puede ser una definición apropiada. En los meses de la Revolución alemana, tras el final de la Primera Guerra Mundial, Weber sí fue un decidido crítico de los revolucionarios, a los que veía como “políticos de convicciones”, inadecuados por tanto para la política porque no toman en cuenta la realidad ni las consecuencias de las acciones políticas, En su intento de entrar en la política, en las elecciones generales para la Asamblea Constituyente, estuvo con el partido DDP (Partido Demócrata Alemán), que fue un partido de centro, creado después del final de la Guerra, y colaboró con el Gobierno de Berlín en las semanas anteriores a las elecciones generales en la redacción de los primeros borradores de Constitución. Antes de ingresar en el Partido Demócrata, había tenido dos intervenciones en el Partido Progresista, en las que habla de “nosotros los radicales” (noviembre de 1918) cuando están discutiendo sobre la nueva situación de Alemania. Creo que “liberalismo democrático” podría ser otra etiqueta para Max Weber.


Yendo a otro tema, también ha traducido y editado a autores como Eduard Bernstein y Ferdinand Lassalle, figuras centrales del pensamiento socialdemócrata y reformista. Frente a la situación actual que vive el socialismo democrático: ¿Cuáles fueron sus principales aportes? ¿Pueden ser útiles hoy en día para renovar las bases de un progresismo en crisis?  
El socialismo de estos autores, especialmente el de Bernstein que desarrolló una obra más amplia dentro del partido socialista, mientras que Lassalle murió muy joven, aunque había sido el fundador del primer partido socialista alemán (el ADAV), es un socialismo que se entiende a sí mismo como continuación y profundización del liberalismo y que entiende que, desde el Estado, se puede hacer mucho para avanzar hacia la sociedad socialista.

Lo que ahora ha ocurrido con el Estado de bienestar es que su triunfo, en donde se han recogido las herencias del liberalismo y del socialismo, ha generado al mismo sus dificultades para su propio mantenimiento y se encuentra ante nuevos retos antes no previstos, como es el sostenimiento del medio ambiente y la aceptación de los movimientos migratorios hacia países democráticos y con bienestar económico. No parece, sin embargo, que se puedan hacer frente a estos nuevos retos sin mantener el Estado social de derecho.

En el último tiempo se han hecho muchos paralelismos entre el actual reflujo de las derechas y el período de entreguerras, en particular en Alemania. ¿Te parece productiva esta comparación entre la actualidad y la experiencia de la república de Weimar o el anacronismo es un riesgo innecesario? ¿La relectura de autores como Weber, Heller o Schmitt gana otro sentido en base a esas posibles similitudes?
La experiencia de Weimar en Alemania sigue siendo un laboratorio para el análisis.  Y por eso  se podrían también añadir a esos autores Kelsen y Smend. Ahora los populismos de derecha e izquierda pueden estar apuntando a nuevas formas de totalitarismo, que fue lo que se produjo en esos años de entreguerras –en torno a la raza, la clase o la nación–. Estamos avisados, por tanto, aunque parece que los populismos tienen especial interés en ocultar los riesgos de totalitarismo y destrucción de la democracia.

Quién es Joaquín Abellán García

Joaquín Abellán García es Licenciado en Filosofía y Letras, Derecho, y Ciencia Política, así como Doctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid. También se desempeña como catedrático de Ciencia Política en la misma casa de estudios. Dedicado básicamente a la historia de los conceptos políticos, ha realizado numerosas ediciones de textos clásicos de teoría política, en especial a Max Weber.

Sobre este último ha publicado Poder y Política en Max Weber (2004) y ha editado Conceptos sociológicos fundamentales (2006), La Ética protestante y el «espíritu» capitalista (2006), La política como profesión (2007), Sociología del poder (2009), Escritos políticos (2008), La ciencia como profesión (2009), La «objetividad» del conocimiento en la ciencia social y en la política social (2009), y El sentido de «no hacer juicios de valor» en la Sociología y la Economía (2011).




viernes, 31 de enero de 2020

El mundo según Alberto… @dealgunamanera...

El mundo según Alberto…


La política exterior llevada adelante por Alberto Fernández es el resultado de un delicado equilibrio en un mundo convulsionado. Prudencia y pragmatismo parecen ser las líneas rectoras frente a este complejo escenario.

© Escrito por Christian Gebauer, Profesor de Filosofía y Analista Internacional, el miércoles 15/01/2020 y publicado por el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.

Considerando el tema de las virtudes humanas, Aristóteles destacaba que residían en el punto medio entre dos extremos. Uno de los ejemplos que da es que la prudencia se opone tanto a la temeridad como a la cobardía. Ahora bien, el término medio es, justamente, aunque con alguna excepción, lo que define la política exterior que está llevando adelante el gobierno de Alberto Fernández.

En términos generales, hasta el momento la postura ante los conflictos globales busca equilibrar los gestos y las declaraciones. La muerte de Soleimani y el aumento de la tensión en Medio Oriente motivaron una mención a “violencia reciente”, aludiendo veladamente a la acción norteamericana, pero también un refuerzo de la protección de los activos de ese país en Argentina. Análogamente, la ministra de Seguridad se refirió relativizando a Hezbollah, mientras que el canciller lo hizo del modo contrario. ¿Fallo de comunicación interna o deseo de quedar bien con todas las partes? El cambio de actitud del propio Fernández acerca de la muerte de Nisman refleja la misma política, adscribiendo alternativamente a ambas teorías, suicidio y asesinato.

A su vez, la situación de Venezuela está directamente determinada por las superpotencias, y aquí también se verifica esta tendencia. En efecto, nuestro país se abstuvo durante la última votación de la Organización de Estados Americanos. Se trataba de reconocer a Guaidó, que obtuvo 20 votos, o a Maduro, que logró 5. Ocho países se abstuvieron, destacando Méjico y Argentina.

El término medio es, justamente, aunque con alguna excepción, lo que define la política exterior que está llevando adelante el gobierno de Alberto Fernández.

Esto representa un giro respecto a la política previa, de marcado alineamiento con Washington. Así es que la embajadora de Guaidó aceptada por Macri vio perder su status diplomático cuando Felipe Solá se hizo cargo de las relaciones exteriores. De hecho, para la asunción de Fernández ya había sido invitado un ministro de Maduro sancionado por USA. Pero ello no obsta que, para compensar, Argentina continúe en el Grupo de Lima y haya criticado la actuación del chavismo durante la última elección de autoridades parlamentarias. También se intercedió para la liberación de seis norteamericanos presos por Maduro. No sé si Aristóteles lo habrá advertido, pero el camino del medio es sinuoso.

En cierta medida, Fernández parece también seguir a otro griego, Tucídides. En el primer texto de geopolítica existente, este general ateniense se preguntaba acerca de la justicia y la fuerza, y concluía que la primera solo puede tener lugar en las relaciones internacionales cuando ambas partes se encuentran relativamente equiparadas en cuanto a la segunda. No hay posibilidad de justicia si hay un gran desbalance de fuerzas. La creación de instituciones como la ONU no ha atenuado mucho la verdad de esta afirmación, si bien la guerra puede ser hoy más económica que militar.


Es así que, en lo que hace a la política regional que no es decisiva para las potencias, Fernández ya se permite posturas más claras. Por ejemplo, cuando fue a visitar a Lula da Silva a la cárcel. El candidato peronista y Bolsonaro venían manteniendo un álgido intercambio de ataques verbales, pero este gesto fue una incursión concreta en territorio brasileño a favor de Lula. Un tiempo más tarde, horas después de que éste fuera liberado Bolsonaro autorizó una compra de trigo por fuera del arancel común del Mercosur, perjudicando a Argentina. Y a los pocos días el ministro de Economía, Guedes, se dijo favorable a un eventual tratado de libre comercio entre Brasil y la Unión Europea, lo que significaría la terminación del Mercosur.


La situación causó perplejidad, ya que es inédita, y cierta preocupación en algunos sectores. El presidente brasileño ha trazado una línea roja, significativa si el Mercosur es realmente importante para Argentina. Brasil no es hoy una potencia mundial, pero sigue siendo bastante más grande que nuestro país y su importancia para nosotros es mucho mayor que la nuestra para ellos.

Donde sí se permite Fernández tomar una postura fuerte es en relación a un país pequeño, Bolivia. Si bien las potencias tienen sus preferencias en la interna boliviana, no representa para ellas una apuesta importante. Evo Morales, por ejemplo, expulsó a la DEA y criticó muy fuertemente a Estados Unidos durante mucho tiempo, pero nunca fue sancionado por ello. Por otro lado, Rusia describe la salida de Morales como un golpe, pero no hizo nada para evitarlo. El cambio de gobierno se debe más a factores internos que externos. Es cierto que la OEA jugó un papel en ello, pero no fue decisivo. Morales había dicho que aceptaría el resultado de su peritaje, y lo hizo tras su publicación al convocar a nuevas elecciones. El principal candidato opositor, Mesa, estaba conforme con la medida, pero otros opositores tomaron las calles para presionar a Morales y capitalizar su eventual renuncia. Los mismos opositores que posteriormente pasaron a candidatearse por su cuenta.

Es así que el presidente argentino puede tomarse la libertad de cobijar al desterrado Evo y desconocer a Añez. La Casa Blanca puede mostrarse en desacuerdo, pero lo cierto es que lo de Añez es provisorio y por ahora el tiempo juega a favor de Fernández.

Argentina no tiene necesidad de alinearse en torno a los conflictos globales, solo debe atender a sus intereses. Sin embargo, también allí debe haber un equilibrio.

La constitución de un bloque político con Méjico era esperada. Por lo pronto, y como lo demuestra la votación mencionada, no tenemos simplemente una izquierda y una derecha latinoamericanas, también hay un espacio de identificación con el centro.


Descontando el episodio con Lula, el actual presidente argentino parece inspirarse en los clásicos. Una mejoría en comparación con la situación previa, si la relación con Brasil no se descarrila. Por más que el endeudamiento con el FMI requiere cierta colaboración con Washington, China es un socio comercial más importante. Argentina no tiene necesidad de alinearse en torno a los conflictos globales, solo debe atender a sus intereses. Sin embargo, también allí debe haber un equilibrio. La reciente limitación de licencias automáticas de importación podría desencadenar demandas ante la Organización Mundial de Comercio, como sucediera durante el último período de CFK. Un mundo complejo requiere una respuesta compleja, no adhesión instintiva ni egocentrismo desbocado.


Es posible que el eje con el Méjico de López Obrador, que este año presidirá la CELAC, pueda ampliarse a una suerte de internacional socialdemócrata. Esto podría suceder por intermedio de España, con cuyo líder actual, Pedro Sánchez, Fernández mantiene buenas relaciones. España está también, por ejemplo, en cierta medida enfrentada con el gobierno de Añez. El futuro dirá.



domingo, 21 de julio de 2019

PASO a paso: el escenario político de cara a las elecciones de agosto… @dealgunamanera...

PASO a paso: el escenario político de cara a las elecciones de agosto…


Alberto Fernández y Miguel Pichetto son los protagonistas principales de una nueva etapa de polarización en la política argentina. En el medio, Roberto Lavagna intenta mantener en carrera a la tercera vía.

© Escrito el  jueves 11/07/2019 por Tomás Allan y publicado en el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Vivimos tiempos agitados para la política argentina. Más de un mes antes del cierre de listas del 22 de junio, Cristina Fernández anunció su decisión de correrse del centro de la escena para dejar a Alberto Fernández como candidato presidencial y acompañarlo desde la vicepresidencia. Rápidamente, más de una decena de gobernadores peronistas se alinearon con la novedosa fórmula, expresándole públicamente su apoyo. Luego, tres semanas más tarde, Mauricio Macri sorprendió a todos al ofrecerle la candidatura a vicepresidente a Miguel Pichetto, (ahora ex) jefe del bloque justicialista en el Senado de la Nación.

Numerosos análisis se han hecho hasta el momento sobre estas decisiones, intentando interpretar los gestos de los dos principales líderes políticos del país y tratando de decodificar cómo quedaba planteado el tablero político de cara a las primarias de agosto, las elecciones generales de octubre y un eventual ballotage en noviembre. Cristina Fernández tomó la iniciativa aquel 18 de mayo y produjo una serie de reacciones no solo en los sujetos destinatarios directos de su mensaje (¿el resto del peronismo?), sino también en otros actores políticos a quienes no fue dirigido (o sí, como contradestinatarios) pero que obviamente tienen interés en sus movimientos. De este modo, se produjeron varias decisiones en cadena que terminaron por reconfigurar el tablero político.

Para responder a la pregunta mayor (cómo quedó efectivamente configurado el escenario) podemos recorrer cuatro interrogantes que la preceden: a quiénes le hablaron Cristina Fernández y Mauricio Macri al desginar a Alberto Fernández como candidato a presidente y a Miguel Pichetto como candidato a vice; qué mensaje querían enviar; qué efectos produjeron en sus destinatarios y qué efectos produjeron en otros actores políticos.

DEL ALBERTAZO AL ROSQUERO SUPERPODEROSO


Mucho se ha dicho ya sobre la decisión de postular a Alberto Fernández como candidato a presidente, con una conclusión que destacó con claridad en la mayoría de los análisis: la búsqueda de moderación. La decisión de optar por una figura que se fue del gobierno kirchnerista en su momento de radicalización (post pelea con el campo), que criticó con dureza la forma de la ex mandataria de conducir los asuntos públicos en sus últimos años de gobierno y que parece tener (o poder tener) buen diálogo con sectores de poder en aparente tensión con el kirchnerismo (Clarín, “el campo”, el empresariado, el FMI), fue leído como una indudable muestra de moderación que permitiría ampliar el espacio de cara al cierre de listas y ofrecería la posibilidad de llevar a cabo algunos acuerdos en caso de llegar al gobierno, en una etapa que será complicada desde el punto de vista económico, gane quien gane. La decisión de colocar al ex Jefe de Gabinete también podría, hipóteticamente, mantener el piso de votos de la ex mandataria y perforar su techo, clave para un eventual ballotage.

Si los destinatarios principales del mensaje cristinista fueron los gobernadores y el resto del peronismo, este parece haber tenido relativo éxito si atendemos a los rápidos alineamientos que se produjeron luego del anuncio, incluido el de Sergio Massa, aunque con algunas idas y vueltas previas.

Pasaron algunas pocas semanas hasta la siguiente movida política de trascendencia. La decisión de incluir a Miguel Ángel Pichetto en la fórmula presidencial oficialista sorprendió a propios y extraños: llegaba un peronista de pura cepa a ocupar nada menos que el puesto de candidato vicepresidente de la fuerza política que hegemoniza el espacio no-peronista del sistema político.

Nuevamente, los análisis comenzaron y varios merodearon la tesis del fin de la grieta o, al menos, de su conmoción: si la decisión de ubicar a Alberto Fernández como candidato a presidente del espacio kirchnerista era el principio del fin de la grieta, la decisión de que Miguel Pichetto secundara a Mauricio Macri en la fórmula presidencial era el acto que lo consumaba.

Como sea, algo cambió. Las veredas se ensancharon; los desplazamientos de ciertos actores que hasta ahora habitaban el centro de forma dispersa ampliaron los sectores enfrentados.

Aunque otras lecturas sugieren que esta está más viva que nunca: ambas decisiones consolidan la grieta pero la moderan (giro al centro) o bien la ratifican ampliando sus respectivos espacios pero sin moderarse (los dirigentes que escapaban a su lógica van hacia los polos pero no los polos hacia ellos, como una especie de imán).

Cualquiera de estas presupone vocación de amplitud y un reconocimiento tácito de que para poder ganar las elecciones y, sobre todo, para gobernar luego de ello en una situación económica delicada, se necesitará salir del empate de minorías intensas y posiciones defensivas para lograr acuerdos amplios que garanticen la tan mentada gobernabilidad.

Como sea, algo cambió. Las veredas se ensancharon; los desplazamientos de ciertos actores que hasta ahora habitaban el centro de forma dispersa ampliaron los sectores enfrentados. Massa y varios gobernadores para un lado; Lousteau (que desde 2015 pareció estar con un pie adentro y otro afuera de Cambiemos) y Pichetto para el otro. Si tomamos la teoría del giro al centro de las dos fuerzas principales de la política argentina ello redundaría en un esquema de fuerzas centrípetas: ambas compiten por el centro. La grieta ya no centrifuga sino que aprieta, y los polos están más cerca que antes, dice Andrés Malamud. 

Sin embargo, ni bien Pichetto salió a la cancha a hacer declaraciones públicas, muchos comenzaron a poner en duda esta tesis: ¿de qué giro al centro hablamos si el flamante candidato comienza a tratar a sus adversarios de comunistas, vocifera contra la flexibilidad en la llegada de inmigrantes y propone rediscutir el rol de las Fuerzas Armadas para que puedan intervenir en tareas de seguridad interior?

Dice Ignacio Ramírez: “Lo de Pichetto fue un giro al centro en términos políticos, pero fue una bolsonarización en términos ideológicos”. El Pichettazo difuminó (¿diluyó?) la línea divisoria entre el espacio peronista y el no-peronista e implicó la cooptación de uno de los principales actores del peronismo no-kirchnerista, nucleado en torno a Alternativa Federal, hasta ese momento renuente a plegarse a cualquier polo de la grieta. Pero, en efecto, su discurso en temas de seguridad e inmigración y sus referencias elogiosas a figuras como Matteo Salvini o Jair Bolsonaro dan pie a la tesis de la radicalización cambiemista, que fue ganando terreno con el cierre de listas y los acercamientos a figuras como Amalia Granata y Alberto Asseff, probablemente algo obligados por la candidatura de José Luis Espert y Ricardo Gómez Centurión.

Hasta estas elecciones, el Gobierno no tenía amenazas concretas por derecha. Sus candidaturas lo obligaron a moverse para neutralizar o al menos atenuar esa fuga de votos.


Entonces, ¿a quién le habló Macri con la designación de Pichetto? En los primeros análisis primó la idea del mercado como “sujeto” destinatario, que aparentemente habría reaccionado positivamente a la postulación del senador por Río Negro. Esta alegría subrepticia obedecería a que su figura encarnaría una suerte de garantía de gobernabilidad para el segundo mandato macrista, por su aptitudes negociadoras y su estrecha relación con varios sectores del peronismo (especialmente los gobernadores), lo cual permitiría conseguir los votos suficientes para aprobar algunas reformas que el gobierno considera necesarias.

Sin embargo, esta teoría adolece de algunos puntos débiles: Pichetto garantizó la gobernabilidad durante el primer mandato macrista desde su posición de jefe de bloque del justicialismo, ¿pero puede garantizarla desde las filas del oficialismo? Por otro lado, no termina de entenderse el porqué de la alegría de los mercados por lo que pudiera pasar en un eventual segundo mandato macrista si la candidatura de Pichetto no aporta votos propios para cumplir una condición anterior, a la cual ese segundo mandato se encuentra obviamente sujeto: ganar las elecciones.

En fin: tesis verosímiles pero con cierta dosis de sobreestimación de las aptitudes negociadoras de Pichetto y de sobreinterpretación de los cálculos del Mercado, ese “sujeto” que solo puede hablar lo que los analistas políticos le hagan decir.

La ecuación del Gobierno es que Pichetto tranquiliza a los mercados, lo cual significa dólar calmo y, por tanto, se evita la fuga de votos potenciales que se produce ante cada subida de la moneda norteamericana.

Como fuere, desde esta perspectiva la ecuación del Gobierno es que Pichetto tranquiliza a los mercados, lo cual significa dólar calmo y, por tanto, se evita la fuga de votos potenciales que se produce ante cada subida de la moneda norteamericana. Carlos Pagni dice que la imagen de Macri está indexada al dólar: cuando este sube, aquella cae; cuando este baja, aquella sube. La paz cambiaria de acá a las elecciones podría favorecer a la victoria oficialista.

Visto así, su figura no sumaría votos propios pero evitaría indirectamente su fuga. La conclusión es verosímil, lo que se pone en duda es la veracidad de las premisas.

Finalmente, se ha dicho que su incorporación podría cobijar al votante peronista de derecha, algo también verosímil, aunque cuesta imaginar que estos votantes fuesen renuentes a optar por Cambiemos antes del anuncio de la fórmula, mientras que la fórmula Lavagna-Urtubey ofrece un resguardo para el electorado peronista descontento con el Gobierno y el kirchnerismo.

En el medio, Lavagna y Urtubey unieron fuerzas. Por lo general, la teoría de la ampliación de veredas que angostan y presionan la avenida del medio supone que la tercera vía saldría inevitablemente perjudicada. Sin embargo, pueden introducirse algunos matices.

Hasta acá, esa ampliación del polo oficialista y del polo opositor-kirchnerista se dio a nivel dirigentes. Sin embargo el desplazamiento de ciertos actores del centro hacia los polos no necesariamente conlleva un movimiento sustantivo de los votantes en el mismo sentido. Si bien el estrechamiento del centro podría perjudicar a Roberto Lavagna, la reducción de la oferta en una zona que pasó a ocupar en solitario podría beneficiarlo si el electorado se mantiene escéptico a los movimientos de Sergio Massa y Miguel Pichetto.

Hay que ver si, en efecto, ese movimiento de nombres va acompañado de una moderación en los discursos, y observar el comportamiento del electorado indeciso y su resistencia a moverse al compás de esos movimientos. De este modo, su aventura probablemente dependa (al menos en parte) de la (in)elasticidad de la demanda antigrieta con respecto a las variaciones que se produjeron en la oferta.

¿QUÉ HAY DE NUEVO, VIEJO?


El cierre de listas y los desplazamientos que se dieron en la previa exigen un análisis sobre cómo se ha (re)configurado el escenario político. En este sentido, puede ser interesante detenerse en la lectura que los propios actores hacen sobre el tema, dado que la batalla electoral pasa en buena parte por los términos en que ella se enuncia “desde adentro”. La pregunta que subyace es: ¿qué es lo que hay en juego en estas elecciones? 

Si para el Gobierno estos comicios plantean una disputa entre demócratas liberales republicanos versus populistas autoritarios, para la principal fuerza opositora se enfrenta el campo popular versus el neoliberalismo rampante. Mientras que para el lavagnismo estamos ante el enfrentamiento del fracaso del pasado y el fracaso del presente, solo superables con una alternativa que escape a la grieta.

Unos harán eje en la cuestión moral e institucional mientras que otros harán hincapié en la agenda socioeconómica, que parece ser el flanco débil del oficialismo. Veremos qué interpretación logra imponerse en esta disputa (¿superestructural?) sobre lo que se juega en estas elecciones.

Por otro lado, “desde afuera” han surgido algunas interpretaciones diferentes más allá de la reproducción de esas mismas lecturas. Si en Argentina siempre ha sido algo impreciso el esquema izquierda-derecha para interpretar la realidad política, las apariciones de Alberto Fernández primero y de Miguel Pichetto después habilitarían un análisis de ese tipo. La candidatura vicepresidencial de este último difumina el clivaje peronismo-no peronismo y da mayor nitidez a este esquema clásico en el que tendríamos dos grandes coaliciones -una en la centroderecha y otra en la centroizquierda-, que entre ambas se llevarían más del 70% de los votos; un centro “flaco” apoyado en la figura de Roberto Lavagna, que aspira a superar los 10 puntos en las generales, y alternativas minoritarias desbordando este esquema por izquierda (FITU) y por derecha (Espert y Gómez Centurión), que se calcula no superarán el 5% cada una.

Por su parte, si bien el Gobierno siempre eligió el confrontamiento directo con el kirchnerismo (y particularmente con la figura de Cristina Kirchner), el discurso de los “70 años de decadencia” (que implícita o explícitamente hace referencia al peronismo) y su intención de distinguirse claramente de “la vieja política” le han permitido presentarse como la fuerza no-peronista por excelencia, nucleando al antiperonismo más duro. Con la designación de un peronista de pura cepa y rosquero de la primera hora en la fórmula presidencial, esa línea divisoria pierde nitidez.

El Gobierno pudo jugar a distinguirse tan claramente del peronismo como un todo en tanto y en cuanto este estuviera, en los hechos, dividido (en tanto no fuera un “todo” real y actual sino ficticio e histórico). Cuando el peronismo amagó a unirse, previa designación de Alberto Fernández como candidato presidencial, Cambiemos decidió flexibilizar uno de sus componentes identitarios y volver a focalizar a su adversario en un círculo más pequeño, que representa solo una versión particular de aquel: el kirchnerismo.

El cambio ya no es respecto de “70 años de atajos y avivadas” sino respecto del proceso de 12 años kirchneristas. Se corre la frontera política. Digamos que para el Gobierno lo que está en juego en estas elecciones es la integridad de las instituciones republicanas, y eso no distingue entre peronistas y no-peronistas sino entre kirchneristas y no-kirchneristas. Esto implica reducir el espacio opositor y permitirse ampliar el propio.

Si bien el estrechamiento del centro podría perjudicar a Roberto Lavagna, la reducción de la oferta en una zona que pasó a ocupar en solitario podría beneficiarlo si el electorado se mantiene escéptico a los movimientos de Sergio Massa y Miguel Pichetto.

Lo cierto es que, a pesar de las advertencias de que podría producir la fuga del núcleo de votantes antiperonistas, esto no parece representar una amenaza concreta si tenemos en cuenta que ninguna de las fuerzas realmente competitivas quedó exenta de peronismo, por lo cual parece difícil que emigren a otros pagos.

Por último, la formación de un espacio progresista no-kirchnerista parece que tendrá que esperar. El progresismo depositaba en la figura de Lavagna la esperanza de la construcción de una alternativa progresista de escala nacional, pero una serie de eventos desafortunados hicieron caer esas expectativas. La decisión de incluir a Juan Manuel Urtubey como candidato a vicepresidente, la derrota electoral del socialismo en Santa Fe (que perdió la gobernación a manos de un peronismo unificado hacia la derecha, liderado por Omar Perotti) y la conformación de listas en las que primó la estructura del sindicalista Luis Barrionuevo por sobre las estructuras partidarias del GEN y del Partido Socialista terminaron por opacar esa tonalidad progresista que se esperaba darle a esta construcción a nivel nacional. De todas maneras, puede significar una buena oportunidad para ganar algunas bancas legislativas.

En suma, ambos gestos giraron en torno al cargo de vicepresidente; ambos han tenido efectos en lo inmediato y podrán tener otros de mediano y largo plazo que habrá que esperar para verificar; ambos mostraron apertura en sus respectivos espacios. No obstante, no está tan claro que esa potencia simbólica de las movidas que incluyeron a Miguel Pichetto y Alberto Fernández hayan tenido un correlato material en el armado de listas, en donde los sectores que podían ampliar los respectivos espacios no han tenido el lugar que se esperaba.

Aquel 18 de marzo Cristina tomó la iniciativa, Macri respondió y el resto de los actores se incorporaron al juego. El tablero político comenzó a reconfigurarse y el cierre de listas nos dio algunas certezas, pero la incertidumbre primará de cara a las PASO, en una competencia que se avizora reñida. Las fichas se van acomodando pero falta un largo trecho aún por recorrer.