jueves, 24 de septiembre de 2015

Copa Sudamericana 2015. Sport Club do Recife 1 vs. Huracán 1... @dealgunamanera...

Huracán empató en la ida frente a Sport Recife...


Huracán empató esta noche por uno a uno frente a Sport Recife por el partido de ida de los Octavos de final de la Copa Sudamericana 2015 en condición de visitante.

En la primera etapa, los de Parque Patricios controlaron las acciones sin lucirse y marcando los tiempos del partido. Así, implementaron su forma de jugar y no dejaron crecer a un rival que demostró tener armas pero que también exhibió muchas falencias que de no ser corregidas, le darán al Globo la chance de ganar la serie en casa.

Con la ausencia de Daniel Montenegro, Eduardo Dominguez tuvo que improvisar y mutar de lo que venía siendo el 4-2-3-1 a un 4-4-1 con mucha marca, presión y exigencia en el medio campo. De igual manera, la responsabilidad de la creación de juego quedó a cargo en solitario de Patricio Toranzo quién intentó conectar a Ramón Ábila con pases filtrados pero estuvo inconexo. Así, el Globo circuló la pelota por todo el campo de juego aunque no supo ser profundo con Cristián Espinoza.

En el segundo acto, llegó la adrenalina y la emoción. Cuando mejor jugaban los Quemeros, Marlone hizo una jugada individual dejando a cuatro hombres rivales en el camino, tocó a la derecha para Maikon Leite y tras un centro al corazón del área chica, André Felipe conectó la pelota en el aire para establecer la ventaja.

Los dirigidos por Eduardo Dominguez reaccionaron y apuraron la marcha. Cuando se cumplían setenta y cinco minutos de juego, dentro del área un agarrón a Ramón Ábila obligó a Adrián Vélez a sancionar penal y le permitió a Mauro Bogado igualar el encuentro desde los doce pasos.

Huracán consiguió un resultado más que próspero para la vuelta ya que no dio ventajas y convirtió de visitante por lo que una igualdad sin goles en Buenos Aires le daría la clasificación más allá de que como hoy, irá por la victoria.

Sport Club do Recife: 1

 12 Fernández, 2 Ferrugem, 16 Matheus Ferraz, 4 Durval, 6 René, 21 Rithely, 25 Neto, 7 Elber, 8 Marlone, 11 Maikon Leite y 28 André Felipe. DT: Falcao

Huracán: 1 

1 Marcos Díaz, 13 José San Román, 2 Federico Mancinelli, 21 Martín Nervo, 3 Carlos Arano, 5 Federico Vismara, 26 Mauro Bogado, 16 Iván Moreno y Fabianesi, 18 Patricio Toranzo, 7 Cristian Espinoza y 9 Ramón Ábila. DT: Eduardo Domínguez

Goles: ST. Marlone (SPCR), Bogado (H) de penal.

Cambios en Huracán: Distéfano por Moreno y Fabianesi, Gallegos por Toranzo y Torassa por Espinoza

Cambios en Sport Recife: Elber por Regis, Wendel por Souza y Hernane por Leite.

Estadio: Ilha do Retiro (Recife)

Árbitro: Adrián Vélez (Colombia) 

© Escrito por Rodrigo da Silva el miércoles 24/09/2015 y publicado por el Departamento de Prensa del Club Atlético Huracán de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Foto de Emiliano Villa.






miércoles, 23 de septiembre de 2015

Los tres enigmas del abad… @dealgunamanera...

Los tres enigmas del abad…


Esto era una vez un viejo monasterio, situado en el centro de un enorme y frondoso bosque, en el que vivían muchos frailes. Cada fraile tenía una misión diferente. Así había un fraile portero, otro médico, otro cocinero, otro bibliotecario, otro pastor, otro jardinero, otro hortelano, otro maestro, otro boticario. Es decir, había un fraile para cada cosa y todos llevaban una vida monástica entregada al estudio y a la oración.

Como en todos los monasterios, el fraile que más mandaba era el abad.

Se cuenta que había llegado a oídos del Señor Obispo de aquella región que el abad del monasterio era un poco tonto y no estaba a la altura de su cargo.

Para comprobar las habladurías de la gente le hizo llamar y le dio un año de plazo para que resolviera los tres enigmas siguientes:

1º) Si yo quisiera dar la vuelta al mundo, ¿cuánto tardaría?

2º) Si yo quisiera venderme, ¿cuánto valdría?

3º) ¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?

El abad regresó al monasterio y se sentó en su despacho a pensar y pensar, y pensó tanto que por las orejas le salía humo. Se pasaba todo el día pensando, pero no se le ocurría nada; pensar sólo le daba un fuerte dolor de cabeza. Hasta entró en la biblioteca del monasterio por primera vez en su vida para buscar y rebuscar en los libros las soluciones y las respuestas que necesitaba.

Pasaba el tiempo sin que el abad resolviera los enigmas que le había planteado el Señor Obispo. Cuando ya quedaban pocos días para que se cumpliera el año de plazo salió a pasear por el bosque y se sentó desesperado debajo de un árbol.

Un joven y humilde fraile pastor que estaba cuidando las ovejas del monasterio le oyó lamentarse y le preguntó qué le ocurría. El abad le contó la entrevista con el Señor Obispo y los tres enigmas que le había planteado para probar sus conocimientos. El frailecillo le dijo que no se preocupara más porque él sabría cómo contestar al Señor Obispo. Así que, el mismo día que se terminaba el año de plazo, se presentó el joven fraile ante el Señor Obispo disfrazado con el hábito del abad y la cabeza cubierta con la capucha para que el Obispo no pudiera reconocerlo.

Después de recibirlo, el Señor Obispo quiso saber las respuestas a sus enigmas y volvió a plantear al falso abad la primera pregunta:

Si yo quisiera dar la vuelta al mundo… ¿cuánto tardaría?
Si Su Ilustrísima caminara tan deprisa como el sol -contestó rápidamente el frailecillo- sólo tardaría veinticuatro horas.

El Obispo después de pensarlo un rato quedó satisfecho con la respuesta, así que pasó a la segunda pregunta:

Si yo quisiera venderme… ¿cuánto valdría?

El frailecillo respondió sin dudarlo:
Quince monedas de plata.

Cuando el Obispo oyó esta respuesta preguntó:

¿Por qué quince monedas?

Porque a Jesucristo lo vendieron por treinta monedas de plata y es lógico pensar que Su Ilustrísima valga sólo la mitad.

Le iban convenciendo al Señor Obispo las respuestas de aquel abad y empezaba a pensar que no era tan tonto como le habían dicho.

Entonces realizó la tercera y última pregunta:

¿Qué cosa estoy yo pensando que no es verdad?

Su Ilustrísima piensa que yo soy el abad del monasterio cuando en realidad sólo soy el fraile que cuida de las ovejas.

Entonces el Obispo, dándose cuenta de la inteligencia de aquel joven fraile, decidió que el frailecillo ocupara el cargo de abad y que el abad se encargara de las ovejas.

….

Este cuento puede transmitir varias lecciones. Hoy me dice: “Te conviertes en el papel que interpretas”.

© Publicado el viernes 15/01/2010 por Planeta Cuentos

¡Don Niembraa! Marche un Telebeam... @dealgunamanera...

Trumposos…

¡Don Niembraa! Marche un Telebeam. Pablo Temes

Cómo los nuevos líderes emergen y actúan fuera y dentro del poder.

La consagración de James Corbyn como líder del Partido Laborista inglés confirma una tendencia en la que coinciden el mundo desarrollado y el emergente: el resurgimiento de referentes antisistema, rupturistas respecto del statu quo vigente, en general abiertamente críticos respecto del establishment de sus países o de sus organizaciones. Desde el papa Francisco hasta Donald Trump, pasando por Alexis Tsipras en Grecia, Pablo Iglesias en España, César Acuña en Perú, el ascendente candidato demócrata Bernie Sanders y la otra sorpresa del Partido Republicano, el neurocirujano Ben Carson, representan el signo de una época en la que predomina un fuerte y generalizado malestar.

No se trata de un fenómeno muy reciente ni tan original. Hace siete años, Barack Obama ganó las primarias de su partido compitiendo contra la candidata del establishment demócrata, Hillary Clinton, con un claro mensaje de cambio que luego lo llevó al triunfo en las presidenciales contra Mitt Romney. Pepe Mujica construyó su personaje en función de un espontáneo pero no menos innovador etos basado en la sencillez y la austeridad, dos valores muy poco comunes en la actualidad. La irrupción de Hugo Chávez en Venezuela se explica por el hartazgo con el sistema político imperante, pletórico de cleptocracia e incapaz de ampliar las oportunidades a los sectores más relegados. En este sentido, Evo Morales y Lula da Silva representaron banderas similares. Incluso los Kirchner se vieron a sí mismos (y, durante un buen tiempo, lo fueron) como líderes transformacionales.

Quien quiera seguir hurgando más atrás en la historia se topará con la década del 60, protagonizada por líderes que pugnaron por cambiar sus sociedades, desde JFK y Martin Luther King, hasta Mao y Golda Meir, pasando por el Che Guevara y Juan XXIII. La tendencia contemporánea tiene, no obstante, características singulares que la diferencian con situaciones similares del pasado. Por lo pronto, alcanza un ímpetu inusitado y abarca tanto expresiones de izquierda como de centro y de derecha. Además, funciona en otros poderes: en distintos países, la Justicia avanza en procesos que hacen temblar a los gobiernos de turno, como ocurrió en Guatemala recientemente, o con las investigaciones sobre corrupción en empresas estatales brasileñas, con Petrobras a la cabeza, que están haciendo pasar por el banquillo de los acusados a los principales referentes políticos y empresariales de ese país. 

Por último, esta tendencia se extiende a otros espacios sociales más amplios y descentralizados y a ámbitos hasta hace poco ajenos a estas olas de cambio. Nuevas tecnologías como las redes sociales han empoderado a la sociedad, capaz de organizar marchas multitudinarias o de boicotear el silencio autoimpuesto o la censura sobre los medios de comunicación tradicionales. Por ejemplo, en Tucumán: las fotos de urnas ardiendo y los bolsones de comida aparecieron en Twitter antes que en los noticieros, aun los de los canales enfrentados al Gobierno.

¿Cuál es el impacto que han tenido en la práctica estos audaces intentos de cambio? Por lo general, relativamente acotado. Es muy difícil ser disruptivo con el sistema desde el poder, es decir, desde dentro y de acuerdo a las reglas establecidas.

Por eso, a poco tiempo de asumir puestos de tanta responsabilidad, estos líderes tienden a volverse mainstream. Como si el orden preexistente domesticara, más temprano que tarde, esa vocación revolucionaria que los llevó hasta ahí. Tal vez, desde afuera todo cambio se vea posible pero, una vez adentro, se descubre que los mecanismos de freno y contrapeso son más potentes de lo que parecen. Independientemente de cuáles sean las causas, la realidad es que es raro que los procesos de cambio enunciados por estos líderes durante su etapa de efervescencia tengan luego un correlato sostenido en el tiempo o hayan alcanzado las metas propuestas originalmente.

Ambición. Una de las características de estos liderazgos impetuosos es que tratan de desarrollar una agenda amplia y ambiciosa. Muchas veces se topan con que carecen de foco o de una adecuada planificación estratégica. En otros casos, no cumplen al pie de la letra con los procesos administrativos o legales vigentes con el objeto de aprovechar la inercia de cambio y avanzar todo lo posible. A menudo, minimizan las reacciones que siempre generan, en las personas y en las organizaciones, las pulsiones de cambio. Tsipras debió resignarse y aceptar la rigurosidad del acuerdo con la Unión Europea, renunciando a casi todas las metas que pretendía conseguir. El juez Sergio Moro está siendo criticado, cada vez más, por prestigiosos especialistas brasileños. Se lo acusa de abusar de instrumentos existentes, como la delación negociada, y de tergiversarlos en la práctica. “El que mucho abarca poco aprieta”. Un viejo dicho que describe con precisión casi quirúrgica los dilemas que enfrentan estos líderes de vocación innovadora.

Ajenos a este fenómeno mundial, los principales candidatos presidenciales argentinos se cuidan en exceso de no ser vistos como demasiado rupturistas. Con la excepción de Sergio Massa, tanto Scioli como Macri se mueven dentro de parámetros muy generales para evitar ahuyentar a un electorado que continúa manifestando preferencias bastante conservadoras respecto del estado de cosas existente.

Una situación curiosa, en particular si se piensa que el ganador no va a tener alternativas y deberá implementar fuertes cambios. En especial en las áreas económica y de política exterior, que, además, deberán estar finamente coordinadas porque el país no podrá enfrentar el pantagruélico desafío de sincerar la economía sin una efectiva reinserción internacional.

De este modo, la Argentina evita debatir sobre los aspectos cruciales, no porque sean áridos o porque no existan expertos asesorando a los candidatos, sino porque se visualizan como electoralmente costosos. Ya habrá tiempo para denunciar la pesada herencia recibida y la necesidad de ajustarse los cinturones frente a la dura realidad que nos tocará vivir.

Una vez más, entonces, la Argentina se constituye en una excepción. Mientras en el mundo los líderes emergentes amenazan con destrozar la esclerosis existente y con romper las cadenas establecidas, nuestro país prefiere seguir aletargado, al menos en el plano discursivo, en la siesta populista en la que se acomodó luego de la gran crisis de comienzos de siglo.

© Escrito por Sergio Berestein el domingo 20/09/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Aprenda, Presidente... @dealgunamanera...

Aprenda, Presidente...


Cristina tiene 62 años y mucho que aprender de hombres virtuosos y austeros como el juez Fayt y el Papa Francisco.

Ayer la Presidente anduvo por La Habana, lejos de la caldera de la elección chaqueña, siempre dispuesta a colgarse de las sotanas de Francisco, aunque fuese sólo un suspiro y “para la foto”. Le quedan apenas 80 días en el mando de la República. 

Como todos sabemos, viene de 12 años en el poder si se considera su sociedad política con Néstor Kirchner. Y sin embargo todavía tiene lecciones pendientes que aprender: protocolos de urbanidad, respeto por las normas y las personas, el sentido compasivo de la vida y la misericordia entre los semejantes. 


Cuestiones todas que, seguramente, debido al ardor de la lucha política y el agobio por las rutinas de la administración, ha ido dejando en el camino, hasta parecer en ella virtudes reñidas con sus modales y estilo, vecinos a la altanería. 

También entre las asignaturas pendientes que deja a los argentinos como persona, más que como jefa de Estado, está la de dar batalla contra su megalomanía, esa desmesura en la ponderación de su propia persona que la llevó a definirse ante sus fans con palabras de una diva del espectáculo: “Yo quiero ser la presidenta de los corazones”. Por ahora no podrá serlo de otra cosa.

En tanto, Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, al aceptar por séptima vez los viajes presidenciales en busca de su proximidad, casi un cholulismo vaticano, la sigue entrenando en el aprendizaje de la caridad y el piadoso ejercicio del olvido de antiguos agravios y querellas. 

Además, en la semana, Carlos Fayt, el renunciante ministro de la Corte Suprema, la adentró en las enseñanzas del respeto institucional y el arte mayor de la sutileza y la profundidad de la ironía bien empleada. Renunció a su puesto, como buscaba el ultrakirchnerismo con la jefa de Estado a la cabeza, pero sólo “con efectos al 11 de diciembre”, una vez que la Presidenta vuelva a ser una ciudadana rasa y tras haber resistido reiterados ultrajes recibidos por su avanzada edad.



Bergoglio cumplirá 79 años el 17 de diciembre y el profesor Fayt, 98 el 1° de febrero. Por distintas razones, los dos padecieron los humores ácidos y cambiantes de la Presidenta y a su modo pusieron la otra mejilla ante sus cachetazos. Le respondieron con la sabiduría de los años. 

El teólogo, académico y sacerdote italiano Romano Guardini, muerto en 1968 a los 83 años, escribió en “Las etapas de la vida” que es especialmente importante que una persona logre superar “la alegría maligna por los defectos y fracasos de los tiempos actuales” y explicó que cuando eso sucede “aparece la forma de vida de la persona anciana, o expresado valorativamente, del hombre sabio”. 

La Presidente tiene apenas 62 y mucho que aprender de estos dos hombres virtuosos y austeros, a quienes atacó sin piedad.


© Escrito por Osvaldo Pepe y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


domingo, 20 de septiembre de 2015

Fantasmas y misterios del faro más solitario…


Muy cerca de las Islas Malvinas, el faro de Cabo Blanco es uno de los más aislados de la Argentina. Viva acompañó a sus cuidadores durante una guardia en condiciones extremas.

En la inmensidad de la Patagonia, ellos vivirán dentro de una luciérnaga. Veinte días dura la misión, que consiste en lograr cada noche, con la luz de una bombilla de 100 watts, dar una señal que atraviese la distancia de múltiples horizontes de los que la vista humana es capaz de ver desde la orilla del mar.

Es una prueba de supervivencia: sobre ese peñón no hay agua potable, ni tendido eléctrico, ni señal de celular, ni wifi, igual que hace medio milenio, cuando lo avistó el navegante portugués Hernando de Magallanes, el adelantado.


El faro de Cabo Blanco es uno de los más aislados de la Argentina. Está al final del golfo San Jorge, en la provincia de Santa Cruz, allí donde la silueta del país parece darle un rodillazo al Océano Atlántico. Y queda en línea recta a sólo 535 kilómetros de las islas Malvinas.

Tan al sur ilumina que casi no comparte latitud con nada, apenas con un pedacito de Chile y la línea donde termina Nueva Zelanda. Su mapa es símbolo de confín, al punto que aparece bajo el compás de un capitán aventurero en la película La ballena, sobre los hechos que inspiraron la novela Moby Dick.


No es el Faro del Fin del Mundo que inspiró a Julio Verne, ni el que fotografían turistas de catamarán sobre el Canal Beagle: el faro de Cabo Blanco está aún más solo, a dos horas de camino pantanoso de la ciudad de Puerto Deseado y aferrado al continente por un istmo de arena y piedra de 800 metros. Cuando los hielos se derritan y crezca el nivel del mar, Cabo Blanco será una isla. O ya nada.

El faro se empezó a construir en 1915 y ese año se encargó a Francia su linterna inaugural. Pero el desarrollo de la Primera Guerra Mundial hizo que los envíos se retrasaran y que los síntomas de aislamiento se empezaran a notar. Puede decirse que el faro de Cabo Blanco cumple ahora cien años de soledad.


El objetivo de abastecerlo de energía solar y mantenerlo operativo durante las tormentas de viento o nieve está a cargo de dos hombres del Servicio de Hidrografía Naval, que en las tres semanas que lo cuidan protagonizan momentos singulares, entre ronquidos de lobos marinos y el vuelo de cormoranes.

Es una experiencia extrema, que dos enviados de Viva comparten desde el minuto cero.

Cambio de guardia. 


Es bruma lo que hace ver el contorno del cabo principal Lucas Sanagua como una sombra espectral. Su esposa le acaba de acercar la caña de pescar al Apostadero Naval de Puerto Deseado, donde se prepara para la partida. Es que si los víveres que lleva al faro se le acaban, tendrá que arrimarse al collar de espuma blanca que dibuja el mar y lanzar la línea salvadora.

Lucas tiene 36 años y está por cumplir los mil días en distintos faros: es su guardia número 50, de 20 días cada una. Estuvo en los de Quequén, Punta Mogotes, Querandí, Río Negro, San Jorge y éste, al que considera “el más solitario e inhóspito”. Lucas parece un protagonista de la película Días de pesca, de Carlos Sorín, filmada en Deseado, sobre un hombre que viaja al sur para enfrentar a su propia soledad.

Lo ayuda a cargar el remolque Cristian Ubeda, un cabo segundo de 24 años que lleva un telescopio, quizá para constatar si algún otro joven de su edad, en las costas de algún mar aún no descubierto, cuida del faro universal.

Salen a las 8 en una camioneta de doble tracción, que toma la ruta nacional 281 y dobla hacia la derecha, por la ruta provincial 14. Ya no es bruma lo que flota en el ambiente, es niebla total. El ripio rebota contra la protección de alambre que cubre el parabrisas, hasta que se acaba. Ya no es ripio lo que sustenta el camino, es arcilla blanda, que la garúa moja y convierte en pantano.

Queda más de una hora de camino. Hay que atravesar pequeñas lagunas, guardaganados, tramos carentes de señal. No hay nadie a la vista. El huellón engaña, luce firme, invita a pasar, pero es una ciénaga. La camioneta colea, por momentos navega. Empieza a aclarar. Un hueco en la humedad condensada del aire permite ver la huida de una manada de guanacos. Una encrucijada sugiere doblar otra vez a la derecha, por la ruta provincial 91.

Ovejas gordas de lana corren y saltan para huir de las miradas. Parecen nubes empujadas por el viento. Se divisa una enorme salina, de granos gruesos y esplendor vencido. Allí actuó Facón Grande, uno de los líderes de La Patagonia Rebelde fusilados en la represión de las huelgas rurales extendidas entre 1920 y 1921. Y allí trabajaron los habitantes de un pueblo que se asentó al pie del faro, hasta que la refrigeración de la carne ovina se hizo industrial y la sal, que antes la conservaba, dejó de ser negocio.

Un cartel avisa: “El ripio, el hielo y la nieve son peligrosos”. Pero los cañadones verdes indican que ya se está cerca. Un giro, un volantazo en zigzag, una curva como la de Ascari y ahí se ve el faro. Ahí está, en la frontera de la Argentina con el resto del mundo, quizá hasta de la Atlántida, seguro de tiempos color sepia en los que pasaban corsarios, cazadores de ballenas, Charles Darwin y Robert Fitz Roy.

La vieja guardia espera sobre el peñón. Saludan entusiasmados, están a punto de volver a casa. Uno alza los brazos como Rocky al hacer cumbre en las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia. El otro aceita un malacate que será clave para la operación de bajar la basura acumulada y subir los víveres y equipaje de los dos que se van a quedar.

Con un alambre-carril inclinado 36 grados, una canasta de acero y la camioneta que avanza para hacer fuerza y vuelve marcha atrás, suben valijas, tubos de gas, bidones de agua, baterías, combustible para dos generadores de emergencia, comida de cuatro changuitos. Todo supervisado por Benito, el perro callejero que no ha visto una calle en su vida, más rápido que las liebres, porque las caza, y luchador de igual a igual contra los zorros colorados.

Falta el agua que se necesita para el baño, el termotanque de uso racionado y la cocina. Como no hay napas, hay que ir a buscarla a una estancia, para llenar las tres cisternas que abastecen la casa.

Ahora sí: dos llegan y dos se van. Hay que subir 115 peldaños de cemento resbaladizo, una baranda imperfecta, una virgen, a los costados el mar. Cuando llegan los nuevos, los viejos les pasan las novedades: todo tranquilo, el faro anda, los navegantes se guiaron a la perfección, el banco de baterías está cargado, quedaron paquetes de fideos sin tocar.

Ya no hay bruma, tampoco niebla, pero el viento sopla y, de repente, los cuatro quedan envueltos en una nube. Y el faro es tragado por la tiniebla.

Leyendas de fantasmas. 


Dentro de la casa, hay una máquina de escribir Remington, una botella de whisky y una ventana al mar. Falta el espíritu de Hemingway para armar un relato de ficción magistral, una novela que traspase los límites de la realidad. Sobran, en cambio, narraciones increíbles sobre lo que pasa allí durante los segundos intermitentes en los que el faro descansa y manda la oscuridad.

Se dice que hay fantasmas que merodean, es especial el de un furriel, un administrativo que tuvo la Armada en la década del ‘50 y apareció agonizante junto al teclado. Su compañero en esa guardia fue a buscar ayuda y cuando volvió, ya no había nada que hacer. 

Recopiladores de historias, marinos y turistas perdidos afirman que la máquina escribe sola, que en la quietud de la noche se empiezan a accionar las teclas y que el alma en pena tiene algo que transmitir.

La Remington está entera, tiene su cinta negra entintada en posición y su rodillo con marcas de las últimas letras que alguna vez fueron elegidas. Durante la estadía de los enviados de Viva, no emitió sonidos, pero sí su leyenda.

El faro tiene a sus pies un cementerio con ocho cruces sin nombre, que nadie visita ni adorna con flores. Una de las tumbas está acorralada por barrotes de acero, como si fuera la cuna de un bebé. Fuera del perímetro de piedras blancas hay una cruz más, desterrada del conjunto, al cobijo de unas rocas.

Fotos antiguas muestran que el camposanto estuvo en peores condiciones, hasta que los serenos del faro lo arreglaron, lo pintaron a y apuntalaron las maderas que recuerdan la crucifixión. Hoy, igual, una apareció tumbada.

No hay placas, ni fechas, ni fotos de los que allí descansan. Pero sí respeto, porque han ocurrido cosas extrañas. Cuentan que un pescador, atascado en el barro, subió los escalones del peñón para agradecer la ayuda de un hombre que acababa de entrar a la casa.

¿De qué hombre habla? –le preguntó el suboficial a cargo.
–Del que acaba de entrar, el señor de bigotes, vestido de blanco –respondió.

–Es que acá no hay nadie más que yo…
Y no había nadie más. O tal vez sí.

Un hombre de bigotes cuidó del faro un siglo atrás, cuando iluminaba con mecheros, pequeña hoguera que imitaba la técnica del Faro de Alejandría. Y un hombre de bigotes suele asomarse por las ventanas, dicen los relatos, antes de esfumarse.

Una novela de misterio, Dónde enterré a Fabiana Orquera, de Cristian Perfumo, fue situada en esta zona.

Hace dos años, se constituyó en la base el Club Cabo Blanco Pesca y Rugby Club, una iniciativa para recordar a los antiguos habitantes del lugar y soñar con el regreso de los descendientes. El acta constitutiva fue escrita a mano en el Libro de Visitas del faro y establece como rito, antes de los partidos, “guardar un minuto de silencio en memoria de los viejos pobladores y en honor de las almas que fueron enterradas en el cementerio de Cabo Blanco”. La cancha está justo al lado.

Torreros en acción. 


Los destellos del faro son una señal de primera importancia náutica. Orientan a los navegantes, como las estrellas, cuando los instrumentos modernos dejan de funcionar. “Nuestro objetivo número uno es mantenerlo activo, controlar los paneles fotovoltaicos y que las baterías carguen y mantengan su autonomía de 10 o 15 días.

Un amigo, capitán de un pesquero, tiene GPS en el barco y lo último en tecnología satelital de navegación, pero él siempre me dice que hasta que no ve el faro a su derecha, no regresa tranquilo a Puerto Deseado”, resalta Lucas Sanagua, ex jugador de las divisiones inferiores de Aldosivi de Mar del Plata, equipo conocido como El Tiburón.

Es hora de subir los 95 escalones interiores que tiene la torre, un viaje circular de la oscuridad hacia la luz. Lucas y Cristian quitan allí el salitre del lente óptico, con una gamuza y alcohol.

El cabo principal se mete dentro de esa armadura de vidrio para cambiar la lamparita, alemana, de doble filamento. Si se quema uno, el otro sigue funcionando. El ayudante mira desde afuera de la coraza transparente y lo que ve detrás de Lucas es el mar al revés, en el lugar donde, sin ese lente en el medio, tendría que verse el cielo. Es el efecto de visión invertida.

Cada dos días limpian el óptico, que se cubre de sal porque el viento destruyó siete de los 10 vidrios de la cúpula, ventanales cóncavos de una pulgada de espesor que faltan reponer. Hay bombillas en stock. Cuando se acaben, serán reemplazadas por lámparas LED.

En 15 minutos, el ojo del faro mira otra vez impecable las crestas blancas del Atlántico, que van hacia Malvinas y vuelven con desolación. Alto en la torre, los guardias se asoman un instante al balcón oxidado. Y más alto aún aparece trepado el fotógrafo, sostenido por un arnés y sus piernas en una antena abandonada de hierro. Entre los 115 escalones del peñón y los 95 adicionales del faro, están a 67 metros sobre el nivel del mar. Son personas en medio de la Patagonia, a merced del viento, con la sensación térmica bajo cero, flotando a la altura del Obelisco, en una escena que no hubiera imaginado ni la escritora Virginia Woolf.

Al bajar, una estufa prendida, chocolates y barritas de cereal restablecen los movimientos de las manos moradas. La casa es enorme, para 20 personas, pero la mayoría de las habitaciones están heladas y semivacías. En una sala hay mesa de ping pong; en otra, el juego del sapo. Hay una mesa larga para diez comensales, pero sólo suelen comer dos. Los otros ocho, en todo caso, son invisibles.

Hay un cuarto de herramientas, un baño en buenas condiciones, una sala de máquinas y un lugar para la cucha de Benito. También, un transmisor de frecuencias de radio utilizado en la guerra de 1982, tan antiguo que parece parte del tablero de comandos de la serie El túnel del tiempo. En un armario se guardan libros de espías y novelas policiales. La clave está en Rebecca, de Ken Follett, y El misterioso señor Brown, de Agatha Christie, son dos de los consultados.

Se ve allí un ajedrez, el juego que jugaban los dos fareros de la novela La piel fría, de Albert Sánchez Piñol, mientras temían ser devorados por bestias de la noche salidas del fondo del mar.

En los estantes queda un hueco para guardar la máquina de escribir. Es la habitación del furriel.

A la botella de whisky le queda un sorbo más breve que lo que resta de esta crónica, pero de eso no hay que echarle la culpa ni a los torreros ni a los fantasmas. De eso, doy fe.

Formas.


Desde esta cima se ve el amanecer, el atardecer y miles de siluetas efímeras en la Tierra y en el cielo. Ahora son las nubes las que dibujan ejércitos de ovejas, castillos medievales, lluvias negras en el horizonte, nevadas blancas hacia el sur.

El faro se hace cómplice del Sol y marca la hora con su sombra. Entre las rocas puntiagudas se perfila el rostro de un indio, una lanza, estalactitas y lagunas. El guano de las aves pinta de blanco y bautiza el cabo. Cavernas de la costa muestran al navegante cejas y unicornios, varicelas suaves y agujeros de un queso gruyere.

Hasta el mar hace lo suyo, cuando se mete entre las piedras y busca un hueco para expulsar su chorro hacia arriba, como las ballenas. A ese lugar, las guías turísticas lo conocen como El Sifón.

Bajar por última vez del faro significa volver a meterse en la neblina. Faltan 39 escalones. En las paredes descascaradas, se dibuja una forma inesperada. Hay testigos. Es el rostro de un hombre. Con bigotes. 


© Escrito por Pablo Calvo el domingo 20/09/2015 por y publicado en la Revista Viva de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.