Textual…
Es necesario el establecimiento de un
clima permanente de orden, disciplina y exigencia en la sociedad, premisa
imprescindible para consolidar el avance de la actualización del modelo
económico y no admitir retrocesos contraproducentes.
Este tema no resulta agradable para
nadie, pero el primer paso para superar un problema de manera efectiva es
reconocer su existencia en toda la dimensión y hurgar en las causas y
condiciones que han propiciado este fenómeno a lo largo de muchos años. No
debemos restringirnos a debatir con toda crudeza la realidad, si lo que nos
motiva es el más firme propósito de rebasar el ambiente de indisciplina que se
ha arraigado en nuestra sociedad y ocasiona daños morales y materiales nada
despreciables.
Hemos percibido con dolor, a lo largo de
los años, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la
honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad
ante los problemas de los demás.
Una parte de la sociedad ha pasado a ver
normal el robo al Estado. Se propagaron con relativa impunidad las
construcciones ilegales, además en lugares indebidos, la ocupación no autorizada
de viviendas, la comercialización ilícita de bienes y servicios, el
incumplimiento de los horarios en los centros laborales, el hurto y sacrificio
ilegal de ganado, la captura de especies marinas en peligro de extinción, el
uso de artes masivas de pesca, la tala de recursos forestales, el acaparamiento
de productos deficitarios y su reventa a precios superiores, la participación
en juegos al margen de la ley, las violaciones de precios, la aceptación de
sobornos y prebendas y el asedio al turismo.
Conductas antes propias de la
marginalidad, como gritar a viva voz en plena calle, el uso indiscriminado de
palabras obscenas y la chabacanería al hablar han venido incorporándose al
actuar de no pocos ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad.
Se tolera como algo natural tirar
desechos en la vía; hacer necesidades fisiológicas en calles y parques; marcar
y afear paredes de edificios o áreas urbanas; ingerir bebidas alcohólicas en
lugares públicos inapropiados y conducir vehículos en estado de embriaguez; el
irrespeto al derecho de los vecinos no se enfrenta, florece la música alta que
perjudica el descanso de las personas; se convive con el maltrato y la
destrucción de parques, monumentos, árboles, jardines y áreas verdes; se
vandaliza la telefonía pública, el tendido eléctrico y telefónico,
alcantarillas y otros elementos de los acueductos, las señales del tránsito y
las defensas metálicas de las carreteras.
Igualmente, se evade el pago del pasaje
en el transporte estatal o se lo apropian algunos trabajadores del sector;
grupos de muchachos lanzan piedras a trenes y vehículos automotores, una y otra
vez en los mismos lugares; se ignoran las más elementales normas de
caballerosidad y respeto hacia los ancianos, mujeres embarazadas, madres con
niños pequeños e impedidos físicos. Todo esto sucede ante nuestras narices, sin
concitar la repulsa y el enfrentamiento ciudadanos.
Lo mismo pasa en los diferentes niveles
de enseñanza, donde los uniformes escolares se transforman, al punto de no
parecerlo, algunos profesores imparten clases incorrectamente vestidos y
existen casos de maestros y familiares que participan en hechos de fraude
académico.
Es sabido que el hogar y la escuela
conforman el sagrado binomio de la formación del individuo en función de la
sociedad, y estos actos representan ya no sólo un perjuicio social, sino graves
grietas de carácter familiar y escolar. Esas conductas en nuestras aulas son
doblemente incompatibles, pues además de las indisciplinas en sí mismas, hay
que tener presente que, desde la infancia, la familia y la escuela deben
inculcar a los niños el respeto a las reglas de la sociedad.
Lo más sensible es el deterioro real y
de imagen de la rectitud y los buenos modales. No puede aceptarse identificar
vulgaridad con modernidad, ni chabacanería ni desfachatez con progreso; vivir
en sociedad conlleva, en primer lugar, asumir normas que preserven el respeto
al derecho ajeno y la decencia.
El delito, las ilegalidades y las
contravenciones se enfrentan de manera más sencilla: haciendo cumplir lo
establecido en la ley, y para ello cualquier Estado, con independencia de la
ideología, cuenta con los instrumentos requeridos, ya sea mediante la
persuasión o, en última instancia, si resultase necesario, aplicando medidas
coercitivas.
Es hora ya de cumplir y hacer cumplir lo
que está establecido, tanto en las normas cívicas como en leyes, disposiciones
y reglamentos. A pesar de las innegables conquistas educacionales alcanzadas,
hemos retrocedido en cultura y civismo ciudadanos. Tengo la amarga sensación de
que somos una sociedad cada vez más instruida, pero no necesariamente más
culta.
***
Estas son palabras textuales. Eliminé
sólo unas pocas del texto completo, para que no se advirtiera enseguida quién
las había dicho. Tienen plena vigencia en la Argentina, pero las pronunció el 7
de julio de 2013 el general de Ejército Raúl Castro Ruz, primer secretario del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba y presidente de los Consejos de
Estado y de Ministros, en la primera sesión ordinaria de la VIII Legislatura de
la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el año 55 de la Revolución. Me
limité a bajarlas del sitio de Granma, el diario del Partido Comunista cubano.
Fueron dichas, en y para Cuba, por el hermano de Fidel Castro.
©
Escrito por Pepe Eliaschev el sábado 13/07/2013 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.