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miércoles, 7 de mayo de 2014

Ideología de la jodita... De Alguna Manera...

Ideología de la jodita...


El encuentro entre Scioli y Tinelli para disputar un partido de fútsal profundiza la banalización de la política por medio de la farándula.

Chato. A la altura del zócalo. Vacío total. Una camiseta color naranja. Una actividad periodisticamente “cubierta” con recursos de los  contribuyentes de la provincia de Buenos Aires. La sonrisa inmaculada de Daniel Scioli al lado del perenne Marcelo Tinelli. Esto describe de manera patética, pero veraz, el momento de la política argentina.

Se ha llegado a un punto tal de que los comentaristas de los grandes diarios terminan haciéndole reportajes a Fátima Flórez, para preguntarle ¡a ella! cómo ve la situación, quién va a ser candidato, cómo se favorece o se perjudica a un candidato.
Una vez más, la Argentina, no solo la política, pero en gran medida la política, vuelve a poner en evidencia las lacras de su vaciamiento conceptual,patentizado en que durante el largo fin de semana la tarea de opinadores e intérpretes de encuestas haya sido determinar hasta qué punto la presencia de Tinelli lo favorece, o de qué manera las posibilidades de Sergio Massa se ven afectadas porque Tinelli habría consumado un pacto con Scioli. Se trata de una constatación de que nos fuimos bastante más lejos de la banquina.

En términos de proceso de toma de decisiones y elaboración de los caminos que nuestro país debe recorrer de aquí en más, estamos “en el pasto”, y hay que decirlo con toda claridad. Mi juicio no es producto de la soberbia intelectual.Nunca le pediría ni a Scioli ni a Massa un debate en torno de las grandes corrientes ideológicas contemporáneas; no lo pueden hacer, no lo sabrían hacer, no lo hicieron, nunca lo harán.

Si en algo se parecen Scioli y Massa es que son dos criaturas del poder, para el poder, desde el poder y en el poder. No importa quién sea presidente. No importa qué facción del justicialismo gobierne. Por eso se producen las indefiniciones, que intentan compensar con alguna que otra operación mediática, como por ejemplo la del plebiscito sobre el Código Penal que intentó Massa. Pero la escena de Villa La Ñata, la quinta-estadio-casa de Scioli, es de pobreza tan lamentable que uno no puede menos que deprimirse al advertir que éste es el cenáculo, el espacio donde se dirimen las perspectivas de 2015.
En el acuerdo o convergencia de Tinelli con Scioli no hay de por medio una preocupación noble y virtuosa en torno de los destinos del país. De ninguna manera. En el caso del conductor de televisión, es la revancha porque desde la Casa Rosada amagaron la posibilidad de que entrase en el aparato del futbol estatizado y se terminó frustrando. En consecuencia, su venganza será eterna.

Esta combinación de deportes (siempre es con partidos de fútbol, en honor al mejor machismo argentino), medios de comunicación y farandulización permanente aparece ahora mismo como reiteración terrible de un camino que ya ha recorrido la Argentina. Hace ya doce, trece años, quien les habla, comenzó a utilizar la palabra “tinellización”, no por particular encono contra una persona exitosa, el empresario Tinelli, sino porque al tinellizarse la sociedad se devaluó, bastardeó y prostituyó la entera arquitectura de nuestra vida civil. Lo importante era saber quién era la esposa, cómo se llamaban las hijas, si se iba a sacar o dejar la barba, cuál sería su nuevo tatuaje, hasta donde le cortaría las polleritas a sus bailarinas.

Los políticos argentinos, no solo no han cambiado, sino que duplican y triplican la apuesta; no hay que olvidar que Tinelli se prestó de suma gana a ir a la Casa de Gobierno durante la presidencia de Néstor Kirchner para, de la mano de Alberto Fernández, a hacer una grabación intentando ridiculizar al abortado gobierno de la Alianza, del que –por cierto- formaron parte muchos de los hoy principales colaboradores de Cristina Kirchner.
Pero no fue la primera vez. Ya antes de Kirchner, Tinelli había mostrado un acercamiento bastante íntimo con el régimen menemista. Esta estrategia de reclutamiento de celebridades no importa tanto por esas celebridades en sí mismas, que viven de esto, son gente que permanentemente se retratan, viven de “selfie” en “selfie”; exponiendo, incluso, a criaturas recién nacidas para que sean fotografiadas urbi et orbi. Ellos son eso: la celebridad permanente. El ruido. La notoriedad. Estamos y existimos mientras nos fotografiamos y nos publican nuestras imágenes.
Lo grave es la política. Lo grave es las cosas que se dicen. Hay un tuit del propio Scioli, realmente impresionante, cuando está esperando en Villa La Ñata a la banda de Tinelli y lo desafía: “@cuervotinelli ya empezó el baile, hoy día de inferiores, La Ñata le ganó a San Lorenzo en la 4ª, la 5ª, la 8ª, y le sacó el invicto en la 3ª”. Este muchachismo, como me gusta llamarlo, este clima de “manteada” adolescente en hombres que han superado largamente los 50 años, revela la edad emocional de nuestros dirigentes políticos actuales.

Por su lado, si Massa no participa de esto es porque no ha podido, pero bien que le gustaría: ya de hecho se fotografió con Tinelli para promover ShowMatch. El problema no es Tinelli, ni siquiera Massa, y mucho menos Scioli. Todos ellos hacen su juego, un juego que conocemos. Es, sobre todo, el clima de fiesta permanente. Por ejemplo: en el partido este al que fue Tinelli, ¿se conversó y discutió por qué este viernes 2 de mayo fue feriado? ¿Por qué una provincia de Buenos Aires agredida por casi tres semanas sin clases por la huelga docente, en lugar de aprovechar la posibilidad de trabajar ese 2 de mayo, se lo tomó como feriado? No lo hicieron porque ésa es, en esencia, la mentalidad oficial prevaleciente, dentro y fuera del kirchnerismo.
No hay grandes diferencias entre la Casa Rosada, la intendencia de Tigre y la Gobernación de la provincia de Buenos Aires. Pareciera que comulgan un credo más o menos parecido: vivir en estado de fiesta. Mucha sonrisa, muchos dientes blancos inmaculados, muchas celebridades; una chatura desesperante. La fiesta permanente. 

Todo en desmedro, ya no digo de la posibilidad real, sino siquiera de aproximarse a un horizonte, en donde sin solemnidad y con seriedad, abocarse a las cuestiones dramáticas de un país con pobreza, inflación, gente sin vivienda, chicos que cada vez saben menos. De nada de esto se habla.

Lo importante es el partido de futsal, la sonrisa inmaculada de los dirigentes y el “dale que va”. Esta es la concepción de esta política. Para usar el lenguaje castellano de Marcelo Tinelli – la política como una “jodita” permanente.
© Escrito por Pepe Eliaschev el Martes 06/05/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



domingo, 13 de abril de 2014

Entrevista a Jorge Lanata… De Alguna Manera…

Jorge Lanata: “Es cada vez más difícil discutir con los K”...

 Lanata dispara. “Así como el menemismo pedía coimas, el kirchnerismo participaba de las empresas. Es un tipo de corrupción mucho más estructural”. Foto: Enrique Manuel Abbate.

En su último libro "10 K, la década robada", el periodista ofrece la “otra versión del relato”. La ruta del dinero que termina en Cristina. Críticas a Clarín y la relación Magnetto-Gobierno.

Una semana muy especial para Jorge Lanata que acaba de recibir (compitiendo con 60 países) el gran premio a la labor periodística del New York Festival y, al día de hoy, comienza una nueva temporada televisiva en Canal 13 mientras que ya, en librerías, su último libro 10K, la década robada ocupa un lugar destacado.


Mientras cae la tarde sobre el Río de la Plata, Jorge tiene entre sus dedos un cigarrillo ficticio y asiente cuando, tras una primera lectura, le comentamos que la investigación y el relato lo hacen un testigo apasionado del tiempo argentino que le ha tocado vivir.
—En su momento yo pensé eso cuando hicimos Página/12 –explica– porque los diarios son productos muy vinculados al tiempo en el que se desarrollan. Y nosotros, así como Crítica en su momento expresó a la sociedad de Natalio Botana, o La Opinión el tiempo de Jacobo Timmerman, también Página/12 representó a la sociedad de fines de los años ochenta y principio de la década del noventa. Y, la verdad, es que yo tengo que ver con esta época que vivimos. También, a lo largo de estos diez años,  muchas de las cosas que cuento, me pasaron, me ocurrieron. No son hechos que le tocaron a otros.

—Por eso pensamos que este libro en particular (y vuelvo a usar la palabra) te convierte en un testigo.
—¡Es algo que me pasó a mí! Entonces, cuando hablo de Néstor es porque lo conocí. Cuando hablo de Cristina es porque la entrevisté y la conocí. No estoy hablando de oídas. Y para mí tiene ese valor. También es una manera más cotidiana de escribir la historia. Muchas veces la historia argentina se escribió desde testimonios directos. Después vinieron otros a analizarla. Muchos periodistas han escrito sobre la historia de “su” momento y luego eso quedó reflejado en la historia más grande.



—Son muy puntuales tus recuerdos acerca de la economía de Santa Cruz que dependía íntegramente del Estado. Algo feudal.
—Aquí hay varias cosas que decir: por un lado, todos sabíamos que eso era así, pero entonces no lo tomamos en cuenta de la manera en que deberíamos haberlo hecho. Hubo muchas cosas que hizo este Gobierno de las que nos fuimos enterando después. Y muchas veces, también, evitamos decirlas por prejuicio ideológico. Por ejemplo, lo de las Madres de Plaza de Mayo: yo  supe dos años antes que estaba todo mal, que Schoklender se la pasaba patinando la plata en el Casino, que había algo raro que no cerraba. Y entonces, como eran las Madres... “bueno, no digamos nada”. Estas cosas de una izquierda mal entendida: “No le demos pasto a la derecha contando determinadas cosas”. Y con los Kirchner fue igual. Yo me acuerdo que en esa época, cuando asumieron, yo estaba en Radio del Plata y fui a dar una charla a la que me habían invitado Mónica y César. Era en un club de pesca, en San Pedro, y a la salida de la charla vino un señor con unas carpetas y me dijo: “Ustedes tienen que saber quién es quién. Kirchner es un desastre por esto y lo otro”. Pero nadie conocía a Kirchner en ese momento. Yo no me olvido de ese tipo con las carpetas al cual no le dí bola. Esto ocurrió un mes antes de las elecciones. Tampoco creo que hubiera cambiado nada si lo hubiéramos contado antes. De última, el país tiene su propia dinámica, pero muchas veces fuimos prejuiciosos de nosotros mismos: “No contemos cosas malas de alguien que no terminamos de conocer”.

—Vos, en este libro, das  detalles muy impactantes. Por ejemplo ¿cuánto pesa un millón?
—Hay cosas que tienen que ver con la política y otras, con la cultura que es más que la política. Y lo de pesar la guita fue como revelador para mucha gente. En principio para nosotros mismos: por ejemplo, cuando investigábamos la ruta del dinero K yo nunca pensé que esto terminaba en Cristina. Realmente. Pensé que terminaba en Lázaro Báez ó, como mucho, en Néstor. Por supuesto, estábamos seguros de lo que sacábamos al aire pero nunca pensamos que todo iba a seguir desarrollándose igual. Que, de golpe, se iban a ocultar las pruebas; que el juez iba a manipular la causa; que iban a hacer todo lo posible por no complicar a la gente del Gobierno. Que iban a echar a un juez, a un fiscal, a un procurador. Pasó de todo.


—¿Había billetes en una bolsa de basura?
—Yo eso lo había escuchado antes. Y lo relato en el libro: yo había tenido una reunión con una empresaria de autopistas en el interior del país. Después de que vendiera la empresa me encontré con ella en una oficina, aquí en el centro. Le pregunté por qué había vendido a una empresa brasileña y me contestó: “Porque estaba harta de llevar la bolsa de consorcio”. “Cómo, ¿llevar la bolsa de consorcio?”, le pregunté. “Sí –me contestó–. Todos los días 5, tenía que llevar una bolsa de consorcio con cientos de miles de euros que eran parte de la contabilidad de la empresa”.

—En tu libro hablás del peso específico que significa una suma de dinero.
—Eso yo lo aprendí con Fariña cuando él me cuenta que un millón de dólares pesa exactamente tanto, que un millón de euros pesa tanto. Aquí hay varias cosas que son particulares de la corrupción y que son, también, como antropológicas del kirchnerismo. Por un lado, así como el menemismo pedía coimas, el kirchnerismo no pedía coimas: participaba de las empresas. Y esto es un tipo de corrupción mucho más estructural porque permanece en el tiempo. Vos te podés gastar la coima pero, en cambio, la parte de la empresa la tenés para toda la vida. Por eso, hoy, los Kirchner son dueños de un montón de empresas. Lo cual les da un poder político y económico que trasciende al propio Gobierno. Cuando ellos se vayan, esa plata la van a seguir teniendo. Esto por un lado y, por otro, lo cual es una característica cultural K, el tema de los euros. Te explico: los euros tienen billetes de quinientos. Entonces son mucho más fáciles de transportar porque ocupan menos espacio. Lo hablábamos hoy en la radio: toda ésta es plata negra y la única manera es llevarla en efectivo. Entonces tenés que tratar que esa plata, para poder manejarla, ocupe el menor espacio posible. Y ésta ha sido también una característica de esta década.



—En un capítulo que vos titulás “Truman show”, el lector termina razonando que es como si lo viera en una película. Pero, no. Nos explicás que, lamentablemente, es la realidad.
—Yo hablo del Truman show justamente porque para mí el comienzo fue el velorio de Néstor. Y esa historia me la cuenta un protagonista: se encuentran cinco o seis millonarios (para decirlo de algún modo, tipos vinculados con el poder) en la esquina del Banco Nación y deciden ir juntos a Casa de Gobierno donde están velando a Néstor. Dentro de ese grupo de millonarios estaba Marcelo Tinelli, junto con otra gente de empresas privatizadas, además de la fuente que me lo cuenta a mí. Ellos llegan y la persona que me relata esto se encuentra al lado de Tinelli cuando se abraza con Cristina. Y esto sucede en un ámbito geográfico determinado. Se queda un rato en el velorio y, cuando vuelve a su casa, enciende el televisor y ve que Tinelli saluda a Cristina como si fuera la primera vez. Obviamente le habían dicho: “Volvé a pasar. Saludála frente al cajón”. Esto, y el hecho de que el cajón estuviera cerrado, le daba protagonismo a Cristina; el hecho de la cámara cenital; el cantante de ópera que surge del público… O sea, fue un velorio con libreto.

—¿Y el autor del libreto?
Grosman. Que después se hizo muy conocido porque también fue el autor de Tecnópolis. Grosman le vino bien al Gobierno. Fue como un encastre de piezas muy exacto porque éste es un gobierno que, desde su comienzo, estaba increíblemente preocupado por los medios. Algo sobredimensionado. De golpe, entonces, aparece un especialista en medios que dice: “Todo depende de la comunicación que se haga. Hay que revalorizar esto o lo otro”. Creo que Grosman es un muy buen publicista. No son buenos técnicos de medios pero sí saben cómo manejar el tema de la imagen. Son gente que nunca manejó una redacción y creen que los medios se planifican de una manera casi paranoica. Y no es así. Los que hemos estado toda la vida en una redacción sabemos que nunca es unívoca, nunca se le puede dictar lo que debe decir. Es como en la radio: ni sé lo que vas a decir vos ni vos sabés lo que voy a decir yo. Bueno, ellos creen, a pie juntillas, que nos están dictando lo que hay que decir. Un absurdo. En ese sentido están lejos de lo que son realmente los medios. Y haciendo un poco de psicología de café digamos que están proyectando lo que ellos querrían hacer. Pero ningún medio es tan stalinista. Y cuando existen es porque son únicos. Vos me dirás ¿el Granma cubano es así? ¿El Pravda era así? ¡El Pravda era así! Pero lo compraban porque no había otro.


—También, cuando hablás del poder, te referís a un pasado lejanísimo como aquel en el que reinaba Itzcoatl, el primer rey de México que llevó adelante la primera reforma religiosa y obligó a los suyos a adoptar una nueva teogonía.
—Bueno, a veces en las dictaduras inventan un pasado para justificar un presente. Esto es lo que, con el tiempo, ocurre con el famoso “relato”. Es lo que ahora más se ha roto y por eso al Gobierno le cuesta consolidar todo lo que hace. Cuando el “relato” está roto lo hace en su conjunto. No lo hace por partes. Cuando a un nene le dicen que son los padres ya no cree en los Reyes Magos, ni en Pascua, ni en nada. Esta historia de Itzcoatl aparece mencionada en un trabajo de Teodorov que, cuando ganó el premio Príncipe de Asturias en 2010, vino a la Argentina invitado por el Gobierno por sus libros sobre la Memoria. Y, en verdad, el hombre fue realmente objetivo y (cosa que molestó al Gobierno) señaló que aquí no se contaba toda la historia. Hizo un paralelo entre lo que fueron los Montoneros y el ERP y el gobierno terrorista en Cambodia. Su pregunta era: ¿qué hubiera pasado si hubieran ganado? En Cambodia hubo doscientos mil muertos. ¿Qué hubiera pasado aquí? Teodorov es un tipo progresista. No es un conservador. Contemos entonces la cosas como son. Creo que contar esta historia de “juventud maravillosa” es muy irresponsable de parte del Gobierno. Es irresponsable por los pibes ¿me entendés? porque los chicos son muy manipulables. ¿Por qué los chicos no van a pensar en soluciones violentas si el Gobierno está reivindicando los años setenta de una manera totalmente acrítica? Es lógico que piensen:  “Empecemos a los tiros y, a lo mejor, las cosas se arreglan”. Ya se ha visto que aquí ha habido muchas muertes y no se arregla nada a los tiros. Es decir debemos poder contar esta historia como realmente fue. Lo que no significa reivindicar nada. Yo luché toda la vida en contra de la dictadura, por los derechos humanos. No tengo que justificarme y porque hice eso puedo decir lo otro.

—Por ejemplo, en el libro, recordás, aquel episodio en el que Cabandié amonesta a una chica policía, agente de tránsito, por hacerle una boleta.
—Ese hecho fue muy revelador. Aquí se ha creado una especie de oligarquía de izquierda, para llamarla de algún modo. En verdad, tampoco es de izquierda pero ellos la viven como si lo fuera. Una de las cosas en las que insisto en este libro es que ésta es la última batalla de la generación del setenta. Para mí, este gobierno tiene todas aquellas características: es vanguardista porque creen que son mejores que los demás. Cabandié lo demostró: “Soy hijo de desaparecidos. Soy más que vos”. Digamos que reivindica una nobleza ideológica. Son voluntaristas porque niegan la realidad, intervienen el Indec, cambian los números.Nada importa porque importa “lo que queremos pensar”. Y son inescrupulosos porque les importan más los fines que los medios. Hoy están haciendo un ajuste ortodoxo pero, en el fondo, creen que siguen haciendo la revolución. Lo viven como diciendo: “Bueno, me estoy desviando por ahora porque el camino final…”. Y entonces todo pasa a ser, si querés, grotesco.



—También, como montonero, Héctor Ricardo Leis, desde su exilio en Brasil, se ocupa de este relato.
—Leis es un tipo muy interesante justamente porque, en los últimos años, no hubo autocrítica de los años setenta. Hubo islas de autocrítica. Justamente Leis ha escrito un libro sumamente interesante con Graciela Fernández Meijide. Y el libro de la propia Graciela, que ha dado motivo a un documental que se está exhibiendo en el Bafici, explica que los desaparecidos no eran héroes. Entre los desaparecidos hubo de todo y creo que hay que decirlo. Hay que contarlo así porque si sólo contamos que eran chicos heroicos estamos contando sólo una parte de la historia.

—También en un capítulo “Enemigos imaginarios” hablás de la relación K-Magnetto.
—Sí, el otro día Edi Zunino, jefe de Redacción de Noticias, me decía: “Vos contás muchas cosas contra Clarín”. Y yo le dije: “¿Por qué no?”. Yo soy periodista. Cuento lo que pasó. Sé lo que pasó. ¿Hubo lobbies? Claro que hubo lobbies. A favor y en contra de la Ley de Medios. Así como hubo uno en contra que llevó adelante Clarín hubo otro, a favor, que llevó adelante el Gobierno. Y en eso el Gobierno es muy impune porque hablan como si nunca estuvieran en el país. Esta semana Cristina habla de la exclusión como si no hiciera diez años que gobierna. Y con la misma impunidad salen a hablar de la Ley de Medios ignorando que ellos estuvieron asociados a Clarín. ¿Por qué se pelean con Clarín? Porque Néstor, en un momento, quiere comprar Clarín como una maniobra hostil en la Bolsa de Londres. Y Clarín no quiso vender. Esta es la historia: lo que empezó siendo una pelea de negocios se disfrazó de pelea ideológica. Con este libro lo que he querido hacer, si es que uno puede elegir para qué pueden servir las cosas, es escribir lo que verdaderamente pasó. Dentro de diez o quince años, cuando se cuente esta historia, también tiene que estar la otra versión del relato. Y yo quiero que este libro sea eso: la versión verdadera del “relato”. Por eso también tiene tantos números y datos. Hay poca opinión. Sólo  algunos capítulos tienen más opinión. Hay mucha información seca. Datos.



—Efectivamente. Hay mucho para hablar sobre tu libro pero, al leerlo impacta que, a pesar de los problemas de salud por los que pasás con una fuerza de voluntad extraordinaria, hayas dispuesto de tanto tiempo para investigar y, sobre todo, para sacar conclusiones.
—Bueno, estuvimos un año laburando en el libro. Para mí, escribirlo es la parte más fácil porque soy periodista. Es lo que yo hago. Lo difícil es la investigación y, un poquito más difícil es pensar qué decir. Pero, bueno, salió. Además en un momento en que, es cierto, estaba bastante mal de salud. Tenía un problema con las manos. No podía cerrar los dedos y estuve, desde el mes de octubre hasta el mes pasado, usando dos dedos de una mano y tres de la otra. Y el libro lo escribí así porque, si me operaban, no iba a poder hacerlo. Es un libro escrito totalmente desde la urgencia.

—¿Como si el libro te hubiera devuelto una parte de salud?
—Eso siempre pasa. Cuando vos estás enganchado, haciendo algo que te gusta, el cuerpo se te acomoda. Lo peor que podés hacer, cuando estás mal, es no hacer nada. La manera de salir es hacer. Creo que es mi libro numero doce pero lo vivo como si fuera el primero. Esta noche vuelvo a la tele y, aparte, tengo un programa muy bueno para hacer. Las notas sobre narcotráfico nunca se han visto antes en televisión. A mí realmente me gusta lo que hago. A veces me agota, a veces me entristece cuando, por ejemplo, hacés algo y esperás que repercuta de una manera y luego no ocurre. O cuando la pelea es muy desigual cuando te enfrentás con el Estado, ¿me entendés? La discusión política se ha transformado en una discusión religiosa, por eso, es cada vez más difícil discutir con los K. Otra idea setentista de este Gobierno es la idea de “secta” y vos no podés discutir con una secta. Es como discutir sobre Mahoma con un musulmán o sobre Dios con un católico.


—¿Vos crees en la Divina Providencia? ¿Creés en Dios?
—Sí, yo creo en Dios. Y ahora que estoy más viejo, creo más. A ver… –reflexiona–. Creo que hay un orden. No me imagino a un Dios con barba y esas cosas. Pero creo que hay un orden y que ese orden tiene algún sentido que nosotros desconocemos. Si tuviera que definirlo técnicamente te diría que soy algo así como agnóstico, porque creo que Dios existe pero que no se lo puede conocer. Es como si yo le pidiera a una hormiga que imaginara esta mesa. La hormiga es muy chiquita y la mesa, muy grande. Nunca la ha visto. No la puede abarcar. Ahora, si veo que hay cientos de miles de millones de estrellas en el universo, ¿cómo voy a pensar que estamos solos, que esto no tiene ningún sentido y que salimos por casualidad? Hay un orden. Claro que hay un orden. Sería un desperdicio que todo esto fuera sólo para nosotros.

© Escrito por Magdalena Ruíz Guiñazú el Domingo 13/04/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 9 de febrero de 2014

Desmesura para todos… De Alguna Manera...


Desmesura para todos…

‘WHILE MY GUITAR GENTLY WEEPS...’ Dibujo: Pablo Temes.

La mujer más poderosa del país no detiene su cuesta abajo. Hartazgo peronista con el vice y con Kicillof.

El que se acuesta con este gobierno aparece mojado. O manchado. Es increíble la vuelta de campana que dio la realidad en tan poco tiempo. Cristina fue, y tal vez lo siga siendo, la mujer más poderosa de la política desde el retorno de la democracia. Pero hoy no da pie con bola: todo lo que toca lo convierte en barro. Y si no que lo diga Jorge Capitanich, que en 15 días pasó de comerse a los chicos crudos con su futura candidatura presidencial a que los chicos de La Cámpora se lo comieran a él y lo vaciaran de contenido e identidad y lo empujen a presentar su renuncia. O Marcelo Tinelli, un creativo incombustible y experto gambeteador del poder que quiso hacer unos cambios cosméticos en el fútbol televisado (porque la tanda panfletaria iba a seguir) y alcanzó a pedir el cambio justo a tiempo, antes de que Hebe Bonafini le sacara tarjeta roja y lo sumara a los “enemigos de la patria”. O Amado Boudou, que por su irresponsable voracidad por el dinero fácil sufrió una mutación zoológica y pasó de ser el delfín de Cristina a convertirse en el pavo de la boda.

El peronismo realmente existente, el que siempre es leal con los ganadores, tiene la paciencia colmada. Están hartos de arriesgar su propio pellejo para defender a dos muchachos rubios y pintones que poco tienen que ver ideológicamente con la ancha avenida del centro justicialista. Uno viene de la izquierda posmarxista, y el otro de la derecha neoliberal. Por eso la mayoría no pone la cara ni por Axel Kicillof ni por el vicepresidente de la Nación.

Al ministro lo quieren expulsar del Gobierno por la velocidad que le imprimió a la crisis económica tirando nafta (de YPF, nacional y popular) al fuego. Potenció todas las enfermedades del modelo, como la inflación, la devaluación antipopular y el ajuste ortodoxo tipo FMI, y no aportó un solo remedio. Encima demostró que sus dudas no son la jactancia de los intelectuales, sino que su ir y venir en varias decisiones es la confirmación de que está aprendiendo a gestionar en la cubierta del Titanic.

Amado es el más odiado. En el justicialismo muy pocos orinan agua bendita, y muchos saben cómo se hacen las truchadas para enriquecerse con los dineros públicos. Y todos registraron que Amado fue ineficiente hasta para eso: dejó sus dedos pegados en varias ocasiones. Hay pruebas e indicios muy fuertes en la causa Ciccone, por la que será llamado a indagatoria y tal vez procesado. Es un delito excarcelable, pero si se le suma la acusación sobre enriquecimiento ilícito que tiene como causa paralela, podría terminar en la cárcel, previo juicio político, como sueñan los opositores. Su presentación espontánea en Tribunales fue una jugada astuta, pero su imagen negativa es tan potente que ya es un muerto político. La Justicia decidirá si es culpable y qué tipo de cristiana sepultura deberá recibir.

¿En qué momento y por qué motivos se inició la cuesta abajo de Cristina, cuando tenía todo para ser eterna, menos la autorización constitucional? En el plano económico está muy claro. La intervención de la patota de Guillermo Moreno en el Indec fue la madre de todos los desmadres. Ningún país del mundo se atrevió a tanto. Algo hizo la dictadura de Pinochet en Chile, pero tuvo que recular. Alguna nación africana lo intentó por algunos meses. Pero el único que fracasó exitosamente fue Guillermo Moreno. Se sintió el príncipe elegido de los reyes, Néstor y Cristina, y con su espada les cortó la cabeza a las estadísticas públicas primero, y a la credibilidad del Gobierno después. Quedará grabado en la memoria colectiva como el autor material del envenenamiento de las relaciones comerciales en un país que fracasó pero que tenía todo para crecer y desarrollarse con inclusión social y libertad.

En ese preciso momento dinamitaron el futuro. Hoy vemos las consecuencias, los escombros de aquel modelo productivo que hoy está lleno de heridas sangrantes.

Los que acusan a medio mundo de destituyentes destituyeron a Graciela Bevacqua de su cargo en el Indec. Lo hicieron en forma artera y prepotente. Primero aprovecharon sus vacaciones, y después se lo comunicaron en un café cercano al edificio donde trabajaba. No conformes con eso, apelaron a la desmesura obsesiva que también explica la decadencia veloz de este gobierno. Ven hormigas por todos lados y las matan con misiles.

Moreno le hizo tres juicios a Bevacqua, una funcionaria de prestigio académico y honradez reconocida. Un juicio penal que todavía sigue, y dos por multas de 500 mil pesos, junto a todas las consultoras privadas. La amenaza que recibió Bevacqua fue escuchada por su pequeña hija. Hoy dice que “siente pena por este país”, que desde que se fue Moreno del Gobierno ella está “más tranquila”, pero que en estos siete años “nunca” pudo descansar como corresponde. Fue perseguida por no arrodillarse. Es grave institucionalmente por donde se lo mire.

Ella anticipó todo lo que se venía, todas las esquirlas que hoy Kicillof y Cristina tienen en sus manos porque la granada ya explotó. La experta en índice de precios, hoy como consultora privada, confirmó que según sus mediciones la inflación de enero fue del 6%, y que es la más alta desde 2002. Es cierto que en ese porcentaje que hace correr frío por la espalda impactan los tarifazos progre-reaccionarios de Kicillof en transporte y turismo. Pero, aun sacando esos datos del análisis, la inflación fue la más alta de la década desperdiciada. Y este dato es clave para entender todos los demás.

El gobierno de Cristina no sufrió un ataque de enemigos feroces, como repiten hasta el cansancio. Nadie les pide que apliquen recetas ortodoxas ni noventistas ni que llamen a Cavallo. El sentido común y la racionalidad no tienen ideología. Muchos de los economistas más confiables pasaron por el gobierno kirchnerista o por su génesis duhaldista: Lavagna, Remes Lenicov, Blejer, Peirano, Redrado, Prat Gay, Lousteau, entre otros. Todos recomiendan más o menos lo mismo. Un plan serio y antiinflacionario y el final de los volantazos infantiles. A ninguno de ellos los designó Videla ni Menem. Fueron convocados en su mayoría por Néstor Kirchner. Y todos están colaborando con distintos candidatos a presidente para 2015. ¿Puede ser que Cristina no pueda ver lo que tantos argentinos ven? ¿Sólo es tozudez y capricho, o hay algo más? ¿No es más simple dejar de estigmatizar enemigos imaginarios y ponerse a gobernar y volver a las fuentes?

© Escrito por Alfredo Leuco el Sábado 08/02/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Política, dinero y poder… De Alguna Manera...


Política, dinero y poder…

SIN TITULO. Hebe de Bonafini. Foto: Pablo Temes.

El Gobierno tiene preocupaciones que no son las mismas que las de la gente. Parecidos y diferencias con Alfonsín y Menem.

La mayor parte de las cosas pasa dentro de la cabeza de la gente, no necesariamente en el mundo real”. La frase es de Roman Gubern (El eros electrónico) pero la idea es tan antigua como el pensamiento social. Debería ser un axioma básico de la práctica política. No sólo en estos tiempos del marketing político y de la comunicación exacerbada; ya lo era hace dos siglos en las democracias sin marketing, y en tiempos de Shakespeare y de Maquiavelo, y en los de Cicerón, y sin duda antes. Pueden existir también otros principios para orientar la práctica política: principios éticos, ideas, objetivos de política pública. Pero las imágenes son decisivas y no deben ser ni ignoradas ni subestimadas.

Acerca del gobierno nacional, se discute casi a diario en términos éticos, en términos de sus ideas políticas, en términos de sus a menudo poco claros objetivos de política pública. Pero sus errores comunicacionales llevan a un territorio que a veces parece surrealista, que bien califica como “tragicómico”. Hace algunos años, uno podía escribir que algunos problemas que se presentaban en la escena del país se debían a “errores no forzados” del Gobierno, esencialmente en el plano comunicacional; parecía una idea interesante, no obvia, que algo explicaba. Hoy es tan obvio y tan cotidiano, que decirlo parece casi una tontera; pero sigue siendo así.

Uno de los episodios recientes de esta tragicomedia es el caso Tinelli/Fútbol para Todos. La expresión “tragicomedia” se hizo célebre por La Celestina, la historia de Calisto y Melibea, cuyo autor la llamó de esa manera “partiendo por dos la disputa” entre quienes la veían tragedia y quienes comedia. Esto puede aplicarse a Hebe de Bonafini cuando, irrumpiendo en un tema que no se entiende en qué le concierne, dictamina que “se trata de política, no de hacer dinero”. Si es política, está mal hecha. Si no es dinero, nadie lo cree, empezando por la señora Bonafini. En realidad es poder, y ésta es la peor manera de construir poder: es el mejor camino para acumular una cuota exigua de poder que será, como se lo está viendo, efímera. Es tragicómico –en parte porque Tinelli, con astucia, le aporta un toque de comedia–. Otro es el caso Boudou. El vicepresidente hace lo que puede, como puede; pero debería estar implorando a gritos: “Líbrame, Señor, de mis amigos”.

La capacidad del Gobierno para comunicar mal lo que la gente ya de por sí cree que está mal es asombrosa. Algunas cosas funcionan; ¿por qué no se las comunica? Un ejemplo: una de las pesadillas de los argentinos, desde tiempos remotos, ha sido siempre sacar un documento de identidad; este gobierno lo ha resuelto, contundentemente. Ese problema está resuelto, y es un logro. ¿Alguien habla de eso?

Los hechos negativos se suceden día a día. Algunos son inevitables; otros, producto de malas decisiones. La comunicación del Gobierno suma negativamente tanto a los que son inevitables como a los derivados de errores. Todo gobierno en el mundo se mueve tras objetivos de poder; este gobierno también. Pero buscar acumular poder y al mismo tiempo erosionar la confianza de la sociedad en quien lo hace es alimentar el propio fracaso político. La Cámpora, Unidos, Hebe de Bonafini, podrían operar en la sombra, porque son simplemente piantavotos; el cambio de gabinete producido hace tres meses podría haber sido resaltado y potenciado, porque la sociedad lo vio bien. Hay dos planos en los que el Gobierno parece no ver qué pasa por la cabeza de la gente: el de la “estima” pública, la confianza, la buena imagen –ese capital difuso que miden las encuestas– y el de los votos –ese instrumento inapelable que está en manos de la gente por cuya mente pasa la mayor parte de las cosas–.

La suerte de los gobiernos depende en parte de lo que hacen –y cómo lo hacen– y en gran parte de las expectativas de la gente. Las expectativas instalan a un gobierno y le conceden un capital de confianza para iniciar su camino, y las mismas expectativas lo desgastan y terminan decretando su final inapelable.

Lo que hacen los gobiernos –y cómo lo hacen– también está sometido al filtro implacable de las expectativas. Una buena política económica no es políticamente rentable porque resulte aprobada en un tribunal académico sino porque concita apoyo en la sociedad; y si eso no sucede, resulta políticamente costosa.

Alfonsín asumió el gobierno bajo un shock de confianza que la sociedad le concedió porque se proponía restaurar una democracia plena limitando el poder corporativo de los sindicatos y los militares, y se desintegró porque la sociedad había instalado el tema de la inflación como su prioridad y el gobierno no encontró respuestas. Menem capitalizó la expectativa social de acabar con la inflación, y lo logró; lo desgastó, finalmente, el problema del desempleo, que la sociedad instaló como su mayor preocupación. Kirchner asumió bajo una enorme expectativa de combatir el desempleo, y lo logró; pero con los años la sociedad instaló el tema de la inseguridad, y el Gobierno no le dio respuesta. (El primer gran desafío al gobierno de Kirchner lo protagonizó Blumberg, no los sindicatos ni las protestas “sociales”). El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner sigue exigido por ese mismo tema, para el que no tiene respuesta, y además se le suma ahora la reaparición de la inflación como la expectativa creciente en la opinión pública.

Su falta de respuesta a este tema es aún más dramática de lo que fue en los años 80. Alfonsín se enojaba porque el tema no le parecía relevante, pero no negaba que la inflación estaba carcomiendo a la sociedad.

Este gobierno, además de negarla durante casi una década, la está agravando. Los ignotos muchachos de Unidos echan leña al fuego; imaginan un escenario de confrontaciones estratégicas que responde a una lógica de “toma del poder” en una sociedad que vive preocupada porque aumenta el precio del pan, de la carne y de los electrodomésticos, y sólo aspira a tranquilidad y diálogo. Hebe de Bonafini dice que hay que hacer política y no ganar dinero; exactamente lo opuesto a lo que espera la mayoría de la gente en la Argentina de hoy: menos política, un poco más de poder adquisitivo en el bolsillo.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo el Sábado 08/02/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.