Mostrando las entradas con la etiqueta Carlos S. Menem. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Carlos S. Menem. Mostrar todas las entradas

domingo, 21 de abril de 2013

Periodismo de investigación… De Alguna Manera...

Periodismo de investigación… 

 
LANATA en el estudio de su programa Periodismo para todos.

Como otros cinco millones de argentinos me senté el domingo pasado a ver el programa de Lanata y, electrizado, no me pude levantar hasta el final, cuando fui a agarrar el celular para enviarle un mail que tenía como cuerpo sólo un título: “Sana envidia”.

Y durante toda la semana mi cabeza fue y vino, pero no sobre las desmentidas y sus derivaciones, sino que había quedado fijada en el programa del domingo, en las reflexiones que me disparaba sobre el pasado y el futuro del periodismo de investigación.

Lo primero, su costo: cómo financiarlo y quiénes podrían hacerlo. El programa de Lanata del domingo pasado no tuvo cortes comerciales y, aunque fuera sólo por tratarse del primero y el resto del año sea diferente, igualmente hay en esa ausencia de avisos un aviso de algo: que los anunciantes no quieren publicitar donde haya contenidos conflictivos. Y no es sólo de ahora con el kirchnerismo, también pasaba en la época de Menem y pasa en países muy desarrollados donde las empresas prefieren no quedar asociadas a temas políticos. El kirchnerismo lo que hizo fue llevar esta aprensión al cuadro emocional del terror.

Que el hacer periodismo de investigación no sea económicamente sustentable para un medio de comunicación no impide que el impacto del programa Periodismo para todos del domingo pasado hiciera también presente la ausencia de Lanata en televisión durante mucho tiempo. ¿Cómo alguien que consigue conmover a la opinión pública como Lanata estuvo sin trabajo en la televisión durante tantos años?

Además del problema de que los anunciantes prefieran orientar su publicidad al entretenimiento, el problema está también en que gran parte de la audiencia no siempre está dispuesta a digerir el periodismo de investigación. Todos lo disfrutan cuando la economía empeora y la popularidad del gobierno es mayoritariamente negativa. Pero en los primeros años de cualquier gobierno exitoso sólo un núcleo reducido de la audiencia sigue valorando el papel de fiscal del poder que realiza el periodismo de investigación.

En esos tiempos iniciales de luna de miel sólo los medios gráficos, y no todos, cumplen ese papel de perro guardián y críticos del oficialismo de turno, tolerados (lo que no quiere decir no castigados) por su menor alcance. Pasó con Kirchner, pero también con Menem.

Lanata no padeció exilio televisivo los primeros años del menemismo porque por entonces aún no se había dedicado a la televisión, pero habría sufrido las mismas consecuencias entre 1990 y 1995. Aquellos primeros años de Menem, sólo Página/12, cuando la dirigía Lanata, y la revista Noticias, de Editorial Perfil, fueron los arietes ante el menemismo. En los primeros años del kirchnerismo, nuevamente Lanata, esta vez desde PERFIL, además de los artículos de este diario y siempre la revista Noticias, denunciaban en papel y tinta lo que hoy se puede ver y escuchar por televisión. Lázaro Báez, el testaferro de Kirchner, con una foto de ambos juntos, fue una tapa por aquellos años.

Si la televisión se hubiera hecho eco de aquellas denuncias hace muchos años, ¿se habría evitado que los hechos siguieran sucediendo hasta hoy? Algo podría haber cambiado, pero no hay que dejar de prestar atención a que la sociedad no quería recibir esos mensajes porque, mientras un gobierno atraviesa un ciclo de progreso económico, muy pocos quieren escuchar críticas sobre él. La corrupción, como tantas cosas de la vida, no despierta siempre el mismo interés.

Si además de que a los anunciantes no les gusta mucho poner su publicidad donde se hace periodismo de investigación, tampoco la audiencia quiere prestarle atención, se entiende (aunque no  se justifica) por qué en los primeros años del kirchnerismo el periodismo de investigación estuvo ausente.

¿Volverá a suceder lo mismo durante los primeros años del gobierno que sustituya al kirchnerismo? Dependerá de una mayor educación democrática de todos: medios, anunciantes y audiencia, que la Argentina suba un escalón político como sociedad.

En gran medida, de la continuidad y la vitalidad del periodismo de investigación depende la calidad de la democracia que iremos consiguiendo. Al comienzo del kirchnerismo no había mucha conciencia de esta relación. La propia Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), en sus tradicionales premios patrocinados por los principales diarios de todo el país, galardonaba 17 géneros periodísticos, desde periodismo político, deportivo, pasando por fotografía, infografía y digital, pero no existía ningún premio al periodismo de investigación. A partir de la reaparición del diario Perfil y su ingreso al Consejo Ejecutivo de Adepa, esa asociación distingue también la investigación periodística. Y, recientemente, Editorial Perfil firmó un convenio con la Universidad del Salvador, la primera que dictó la carrera de periodismo, para potenciar sus posgrados, que incluyen la única Maestría en Periodismo de Investigación.

Quizá el mayor aporte de Lanata no sean sólo sus valiosas investigaciones, sino el ejemplo inspirador para futuras generaciones de periodistas que abracen este género en mayor número.

Pero la audiencia debe aprender que, si no le presta atención a estos temas cuando los gobiernos le gustan, más tarde le disgustarán más aún. Los anunciantes, que tienen una obligación republicana de apoyar con su publicidad ese tipo de programas. Y los medios, que si desertan de esa responsabilidad después podrían pagar costos aún mayores.

Hay que apoyar a quienes se arriesgan a hacer periodismo de investigación crítico de todos los gobiernos porque el costo, no sólo económico –a veces expresado en juicios–, sino emocional por campañas de difamaciones, y hasta físico, merece reconocimiento de toda la sociedad.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 21/04/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

lunes, 13 de agosto de 2012

Usted miente, señora Presidenta… De Alguna Manera...

Usted miente, señora Presidenta…   

 
Marcelo Bonelli, denunciado por Perfil en el 2005. Encabezó la lista de quienes recibían publicidad por orden de Scoccimarro, entonces vocero de De Vido y hoy de Cristina.

Usted miente, señora Presidenta. Usted no quiere mejorar el periodismo, usted quiere destruirlo. Y en eso, aunque no en otras cosas, va a fracasar.

Miente cuando pide una ley de ética pública para los periodistas que obligue a los medios a “publicar qué empresas reciben dinero” (le aclaro que me encantaría que así fuera). Sus deseos no son sinceros, porque si eso se implementara todo su aparato de propaganda oficial quedaría al descubierto.

Usted dice que encontraron en YPF facturas de 11 millones de pesos por año de periodistas y medios por publicidad que se pagaba pero no se emitía: “Publicidad no convencional, la pagás y no aparece” (sic). Pero mencionó solamente el millón de pesos que dice que cobraron el socio y la esposa de Marcelo Bonelli desde 2008.

Los 240 mil pesos anuales que durante cuatro años recibieron los allegados de Bonelli, según usted, representan sólo el dos por ciento de esos 11 millones de pesos anuales, lo que permite deducir que hay, en promedio, otros 46 periodistas o medios que también recibieron sistemáticamente dinero por publicidad que, como usted dice, “la pagás y no aparece”.

Urge que usted difunda esa lista, así la opinión pública se entera de quiénes son esos medios y periodistas que cobran por servicios no prestados. Imagino que habrá varios simpatizantes de su Gobierno en ella. Pero lo importante es que se sepa quiénes son porque, más allá de los intereses que defiendan, cobrar por un servicio que no se presta es una estafa o un acto de corrupción.

El tema no es sólo Bonelli. El tema es ese sistema de corrupción de periodistas y medios. Pero lo curioso es que, si ustedes no lo inventaron, señora, ustedes lo engrandecieron a niveles inconmensurables. Y de lo que no cabe duda es de que ustedes lo institucionalizaron como una práctica normal. Usted se escandaliza de su propio espejo y encima cree que refleja la imagen de otro.

Algo comparable les pasa con el tema de la dictadura: ustedes acusan a algunos de sus críticos de acciones negativas que no existieron, se agregan en su propia biografía acciones positivas que nunca realizaron y terminan creyéndose héroes de la ética.

Mire, señora, hace siete años el diario PERFIL publicó en El Observador del 18 de septiembre de 2005 una larga investigación titulada “Caja negra”. Allí se informaba que “el propio Estado utiliza cajas negras para promocionar su gestión”, y desarrollaba en detalle el caso de 27 periodistas que por orden del vocero de De Vido, Alfredo Scoccimarro, debían estar en la pauta publicitaria.

La lista la encabezaba Marcelo Bonelli y, mire lo que son las vueltas de la vida, señora, nueve de los 27 periodistas de esa lista trabajaban en alguna de las empresas del Grupo Clarín. Y hoy Scoccimarro ya no es el vocero de De Vido sino que es su vocero y, además, es el secretario de Comunicación Pública, cargo en el que reemplazó nada menos que a Abal Medina cuando asumió como jefe de Gabinete.

Son ustedes, señora, los que inventaron lo que usted denuncia. Hace siete años era PERFIL quien denunciaba la relación entre Scoccimarro y Bonelli cuando Clarín era aliado del Gobierno. En aquella oportunidad, Bonelli pidió derecho a réplica explicando que él no trabajaba en la radio FM Palermo que aparecía en la planilla publicada en la nota de PERFIL, lo que justificó una contrarréplica de los periodistas de El Observador para demostrar que era la hija de Bonelli quien trabajaba en ese programa, y la publicidad había sido gestionada por una productora de A dos voces, el programa de Bonelli.

Siguiendo el mismo manual, ayer PERFIL pidió a Bonelli precisiones sobre los montos que cobraron su socio y su esposa de YPF, ya que en los descargos que realizó en Clarín y Telenoche no se refirió a ellos. Bonelli dijo que su esposa sólo cobró 6 mil pesos por mes de julio de 2007 a marzo de 2008, 54 mil pesos en total, por traducciones de inglés (tiene el título del Lenguas Vivas), y que él no tiene ningún socio porque la publicidad de los programas que realiza en los distintos medios del Grupo Clarín es vendida directamente por la empresa, de la que él es un empleado. Quedará por ver si existe una contrarréplica, como en el caso anterior de Bonelli ante la denuncia de PERFIL en 2005.

En Clarín y en Telenoche Bonelli sí explicó que todos sus ingresos están en blanco y que lo que publicó sobre que Galuccio estuvo por renunciar es totalmente cierto. Ese no era el núcleo de la acusación, porque podría haber cobrado un millón de pesos en blanco, nunca la Presidenta dijo que fuera en negro. Y es obvio que la crítica que recibió por cadena nacional no es por su nota del 3 de agosto último sobre Galuccio, porque ya el 10 de julio Perfil.com y el diario La Nación habían informado que Galuccio analizaba renunciar.

Lo que a la Presidenta le molesta de Bonelli es su prédica contra la restricción a la venta de dólares, que realiza todos los días, a la mañana, a la tarde y a la noche (hay que reconocer que Bonelli es un trabajador esforzado) en TN, Radio Mitre y Telenoche, desde hace nueve meses con notable efecto. Y aprovechó las pagos de YPF a la esposa de Bonelli y su supuesto socio para –en el contexto de la inauguración de una planta de refinado– pegarle un palazo.

Pero a buena hora su enojo, señora, la lleva a proponer debatir ética periodística e ilumina con la llegada de su cadena nacional la problemática sobre de dónde viene el dinero que financia a los medios de comunicación y a los periodistas, y se debate ese método degenerativo del periodismo que además el kirchnerismo promovió. Y es también deformante de la publicidad porque, debo informarle, señora, que su ejemplo cunde: programas de radio y de TV con audiencias no muy grandes vienen quejándose de que anunciantes que antes tenían bien clara la “separación de Iglesia y Estado”, es decir que poner publicidad no les daba derecho a solicitar no ser criticados si eran sujeto noticioso de algún hecho negativo, han cambiado y ahora amenazan abiertamente con retirar la publicidad si sus empresas son criticadas. Eso no se animan a hacer con medios más importantes, pero el flagelo superó una frontera.

El problema es cualitativo y cuantitativo. Siempre hubo departamentos de relaciones públicas en las empresas que compraban publicidad con criterios no comerciales, pero el deterioro institucional, que comenzó con Menem, explotó en 2002 y el kirchnerismo elevó y cristalizó, hizo que aquello que antes permitía a un periodista de radio tener su pequeña productora para su programa se convirtiera en empresa, teniendo a Hadad como el precursor más aventajado a la hora de vender silencio y protección en forma de “publicidad que pagás y no aparece”, dicho en sus propias palabras.

No es que usted mienta sobre Bonelli. PERFIL criticó cuestiones relacionadas con la que usted difundió por cadena nacional. Usted mintió sobre su propio Gobierno, al que mostró sólo como víctima de lo que mayoritariamente fue victimario.

No olvide que los últimos cuatro años de YPF, donde se gastaron esos 11 millones de pesos por año en periodistas y medios de forma tan irregular, a los que usted se refirió, coinciden con el desembarco del management nacional y la retirada de la dirección de YPF de los principales ejecutivos españoles. Es en 2008 que ingresa Eskenazi de la mano del propio Gobierno.

La buena memoria es a veces un obstáculo para la política.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 12 de Agosto de 2012.

jueves, 25 de febrero de 2010

De Eva a Cristina... El odio... De Alguna Manera...

El Odio...


Sí, el tema de estas líneas es el odio. Planteado así, de manera tan seca y contundente, quizás y ante todo deba reconocerse que es más propio de cientistas sociales que de un simple periodista u opinólogo. Pero, precisamente porque uno es esto último, registra que su razonamiento respecto del clima político y social de la Argentina desemboca en algo que ya excede a la mera observación periodística.

© Escrito por Eduardo Aliverti y publicado en el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el lunes 22 de Febrero de 2010.

Hay –es probable– una única cosa con la que muy difícilmente no nos pongamos todos de acuerdo, si se parte de una básica honestidad intelectual. Con cuantos méritos y deficiencias quieran reconocérsele e imputarle, desde 2003 el kirchnerismo reintrodujo el valor de la política, como ámbito en el que decidir la economía y como herramienta para poner en discusión los dogmas impuestos por el neoliberalismo. Ambos dispositivos habían desaparecido casi desde el mismo comienzo del menemismo, continuaron evaporados durante la gestión de la Alianza y, obviamente, el interregno del Padrino no estaba en actitud ni aptitud para alterarlos.

Fueron trece años o más (si se toman los últimos del gobierno de Alfonsín, cuando quedó al arbitrio de las “fuerzas del mercado”) de un vaciamiento político portentoso. El país fue rematado bajo las leyes del Consenso de Washington y la rata, con una audacia que es menester admitirle, se limitó a aplicar el ordenamiento que, por cierto, estaba en línea con la corriente mundial.

También de la mano con algunos aires de cambio en ese estándar, y así se concediera que no quedaba otra chance tras la devastación, la etapa arrancada hace siete años volvió a familiarizarnos con algunos de los significados que se creían prehistóricos: intervención del Estado en la economía a efectos de ciertas reparaciones sociales; apuesta al mercado interno como motor o batería de los negocios; reactivación industrial; firmeza en las relaciones con varios de los núcleos duros del establishment. Y a esa suma hay que agregar algo a lo cual, como adelanto de alguna hipótesis, parecería que debe dársele una relevancia enorme.

Son las acciones y gestos en el escenario definido como estrictamente político, desde un lugar de recategorización simbólica: impulso de los juicios a los genocidas; transformación de la Corte Suprema; enfriamiento subrayado con la cúpula de la Iglesia Católica; Madres y Abuelas resaltadas como orgullo nacional y entrando a la Casa Rosada antes que los CEO de las multinacionales; militancia de los ’70 en posiciones de poder.

En definitiva, y –para ampliar– aun cuando se otorgara que este bagaje provino de circunstancias de época, sobreactuaciones, conciencia culposa o cuanto quisiera argüirse para restarles cualidades a sus ejecutores, nadie, con sinceridad, puede refutar que se trató de un “reingreso” de la política. Las grandes patronales de la economía ya no eran lo único habilitado para decir y mandar.

Hasta acá llegamos. Adelante de esta coincidencia que a derecha e izquierda podría presumirse generalizada, no hay ninguna otra. Se pudre todo. Pero se pudre de dos formas diferentes. Una que podría considerarse “natural”. Y otra que es el motivo de nuestros desvelos. O bien, de una ratificación que no quisiéramos encontrar.

La primera nace en el entendimiento de la política como un espacio de disputa de intereses y necesidades de clase y sector. Por lo tanto, es un terreno de conflicto permanente, que ondula entre la crispación y la tranquilidad relativa según sean el volumen y la calidad de los actores que forcejean.

Este Gobierno, está claro, afectó algunos intereses muy importantes. Seguramente menos que los aspirables desde una perspectiva de izquierda clásica, pero eso no invalida lo anterior. Tres de esos enfrentamientos en particular, debido al tamaño de los bandos conmovidos, representan un quiebre fatal en el modo con que la clase  dominante visualiza al oficialismo.

Las retenciones agropecuarias, la reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios audiovisuales. Ese combo aunó la furia. Una mano en el bolsillo del “campo”; otra en uno de los negociados públicos más espeluznantes que sobrevivían de los ’90, y otra en el del grupo comunicacional más grande del país, con el bonus track de haberle quitado la televisación del fútbol. De vuelta: no vienen al caso las motivaciones que el kirchnerismo tenga o haya tenido y no por no ser apasionante y hasta necesario discutirlas, sino porque no son aquí el objeto de estudio. Es irrebatible que ese trío de medidas –y algunas acompañantes– desató sobre el Gobierno el ataque más fanático de que se tenga memoria.

Hay que retroceder hasta el segundo mandato de Perón, o al de Illía, para encontrar –tal vez– algo semejante. Potenciados por el papel aplastante que adquirieron, los medios de comunicación son un vehículo primordial de esa ira. El firmante confiesa que sólo la obligación profesional lo mueve a continuar prestando atención puntillosa a la mayoría de los diarios, programas radiofónicos, noticieros televisivos.
No es ya una cuestión de intolerancia ideológica sino de repugnancia, literalmente, por la impudicia con que se tergiversa la información, con que se inventa, con que se apela a cualquier recurso, con que se bastardea a la actividad periodística hasta el punto de sentir vergüenza ajena. Todo abonado, claro está, por el hecho de que uno pertenece a este ambiente hace ya muchos años, y entonces conoce los bueyes y no puede creer, no quiere creer, que caigan tan bajo colegas que hasta ayer nomás abrevaban en el ideario de la rigurosidad profesional.

Ni siquiera hablamos de que eran progresistas. La semana pasada se pudo leer que los K son susceptibles de ser comparados con Galtieri. Se pudo escuchar que hay olor a 2001. Hay un límite, carajo, para seguir afirmando lo que el interés del medio requiere. Gente de renombre, además, que no se va a quedar sin trabajo. Gente –no toda, desde ya– de la que uno sabe que no piensa políticamente lo que está diciendo, a menos que haya mentido toda su vida.

Sin embargo, más allá de estas disquisiciones, todavía estamos en el campo de batalla “natural” de la lucha política; es decir, aquel en el que la profundidad o percepción de unas medidas gubernamentales, y del tono oficialista en general, dividieron las aguas con virulencia. Son colisiones con saña entre factores de poder, los grandes medios forman parte implícita de la oposición (como alternativamente ocurre en casi todo el mundo) y no habría de qué asombrarse ni temer.

Pero las cosas se complican cuando nos salimos de la esfera de esos tanques chocadores, y pasamos a lo que el convencionalismo denomina “la gente” común. Y específicamente la clase media, no sólo de Buenos Aires, cuyas vastas porciones –junto con muchas populares del conurbano bonaerense– fueron las que el 28-J produjeron la derrota electoral del kirchnerismo. ¿Hay sincronía entre la situación económica de los sectores medios y su bronca ya pareciera que crónica?

Por fuera de la escalada inflacionaria de las últimas semanas, tanto en  el repaso del total de la gestión como de la coyuntura, los números dan a favor. En cotejo con lo que ocurría en 2003, cuando calculado en ingresos de bolsillo pasó a ser pobre el 50 por ciento del país, o con las marquesinas de esta temporada veraniega, en la que se batieron todos los records de movimiento turístico y consumo, suena inconcebible que el grueso de la clase media pueda decir que está peor o que le va decididamente mal. Pero eso sería lo que en buena medida expresaron las urnas, y lo que en forma monotemática señalan los medios.

Veamos las graduaciones con que se manifiesta ese disconformismo. Porque podría conferirse la licencia de que, justamente por ir mejor las cosas en lo económico, la “gente” se permite atender otros aspectos en los que el oficialismo queda muy mal parado, o apto para las acusaciones. Ya se sabe: autoritarismo, sospechas de corrupción, desprecio por el consenso, ausencia de vocación federalista, capitalismo de amigotes y tanto más por el estilo.

Nada distinto, sin ir más lejos, a lo que recién sobre su final se le endilgó a Menem y su harén de mafiosos. ¿Qué habrá sucedido para que, de aquel tiempo a hoy, y a escalas tan similares de bonanza económica real o presunta, éstos sean el Gobierno montonero, la puta guerrillera, la grasa que se enchastra de maquillaje, los blogs rebosantes de felicidad por la carótida de Kirchner, los ladrones de Santa Cruz, la degenerada que usa carteras de 5 mil dólares, la instalación mediática de que no llegan al 2011, el olor al 2001, el uso del avión presidencial para viajes particulares? ¿Cómo es que la avispa de uno sirvió para que se cagaran todos de la risa y las cirugías de la otra son el símbolo de a qué se dedica esta yegua mientras el campo se nos muere? ¿Cómo es que cuando perpetraron el desfalco de la jubilación privada nos habíamos alineado con la modernidad, y cuando se volvió al Estado es para que estos chorros sigan comprándose El Calafate? Pero sobre todo, ¿cómo es que todo eso lo dice tanta gente a la que en plata le va mejor?

Uno sospecharía principalmente de los medios. De sus maniobras. De que es un escenario que montan. Pues no. Por mucho que haya de eso, de lo que en verdad sospecha es de que el odio generado en las clases altas, por la afectación de algunos de sus símbolos intocables, ha reinstalado entre la media el temor de que todo se vaya al diablo y pueda perder algunas de las parcelas pequebú que se le terminaron yendo irremediablemente ahí, al diablo, cada vez que gobernaron los tipos a los que les hace el coro.

Debería ser increíble, pero más de 50 años después parece que volvió el “Viva el Cáncer” con que los antepasados de estos miserables festejaron la muerte de Eva.