martes, 1 de enero de 2013

Felisa Micheli, la nota que la llevó al banquillo... De Alguna Manera...


La nota que la llevó al banquillo...

Felisa Micheli. Dibujo: Pablo Temes

El 24 de junio de 2007, PERFIL reveló el sorprendente descubrimiento de una bolsa con dinero en el baño del Ministerio de Economía. Fue el inicio de un proceso que, cinco años después, terminó con la condena a Felisa Miceli.

El misterioso hallazgo en el baño de la ministra.

La mujer de la bolsa.

“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios.
Cuando lo manda el destino no lo cambia ni el más bravo, si naciste pa’ martillo del cielo te caen los clavos. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios.”

De la canción Pedro Navaja, de Rubén Blades.

El pasado martes 5 de junio, poco después de las seis de la mañana, cuando la temperatura era bastante menor a los diez grados promedio de la jornada, losados hombres de la Brigada de Explosivos del Cuerpo de Bomberos de la Policía Federal subieron por el ascensor del hall de ingreso de Hipólito Irigoyen 250 hasta el quinto piso. Como en un aburrido paso de comedia, al abrirse la puerta los esperaba el mayordomo, dispuesto a hacer de cicerone en una recorrida que los tres conocían de memoria. Miguel Lezcano es morocho y macizo, y lleva 33 años viendo pasar ministros de Economía en esas cumbres del poder donde todos sueñan quedarse para siempre. Cuando la rutina guía los pasos, el valor de lo extraordinario se multiplica; las personas miran sin mirar, sobrevuelan la escena hasta que, de golpe, un animal les salta encima.

Las visitas matinales de la Brigada son de rutina y se realizan todos los días desde 1978, cuando el ex ministro José Alfredo Martínez de Hoz temía que le pusieran una bomba.

Ninguno de los tres va a olvidarse jamás de la mañana del 5 de junio: aún hoy el recuerdo les aparece durante el sueño, en medio de una conversación, durante un viaje en colectivo.

El mayordomo y los policías comenzaron su recorrido desde la recepción hacia la oficina privada de Felisa Miceli, a la que se accede luego de pasar por la de Mariela Pía Santarelli Goñi, su secretaria (ver croquis adjunto).

El sitio parece un juego de cajas chinas: un despacho deriva a otro, más privado aún, y decorado con gusto más atento; del despacho privado de unos cuarenta metros a una especie de living, más íntimo, con un baño al que sólo accede Felisa o, claro, personas de su íntima confianza. Cuando los policías revisaron el lavabo con automático desdén, dieron con una bolsa de plástico que a lo lejos adivinaron pesada: estaba llena de billetes. De haber sido máquinas, éste hubiera sido el momento en el que la pantalla comenzaba a titilar. Pero eran personas, e hicieron un largo y pesado silencio.

En el baño de Felisa Miceli, por accidente, la Policía acababa de descubrir una bolsa de plástico con 250 mil dólares. Para ser exactos: con 140.000 dólares, 50.000 euros y 100.000 pesos, o sea, un total exacto de 241.000 dólares.

Doscientos treinta y nueve mil seiscientos treinta y un dólares americanos. Los subordinados del comisario Arturo Martínez sugirieron labrar un acta, como en efecto sucedió. El acta luego “desapareció” de la Brigada. La secretaria de Felisa llamó de inmediato a otra de sus secretarias (que, como el living, es “más íntima”) y desde el teléfono Mariela ordenó casi a los gritos y con prepotencia que no debía quedar rastro alguno del hallazgo. El cono de silencio sobre el hecho pudo mantenerse con relativo éxito: el arquitecto Rubén Pierro, director técnico operativo del Ministerio, jefe del mayordomo Lezcano y responsable de una caja chica realmente bastante grande, estuvo al poco tiempo al tanto de todos los detalles, especialmente preocupado por la existencia de copias administrativas del acta policial. Los miembros de la custodia de la ministra, que ocupan una oficina dentro del edificio de Hipólito Yrigoyen, también llegaron a enterarse de los detalles del hecho, que fue confirmado a PERFIL por dos fuentes directas. La preocupación de Pierro por las copias no es menor: es la vía más rápida para la extorsión. ¿Se podrá realmente garantizar que no existieron? ¿Cuántas fotocopiadoras dispuestas a dejar constancia hay entre el trayecto del Ministerio de Economía y la Brigada de Explosivos?

¿YO, SEÑOR? PUES ENTONCES ¿QUIEN LO TIENE?

No hay nada peor que una grieta en un secreto garantizado. Cuando el agua empieza a filtrarse la desesperación es tal que el secreto se torna evidente. El miércoles 20 al mediodía, PERFIL ubicó al ordenanza Miguel Lezcano, quien ingresó en la administración pública en tiempos de José Ber Gelbard. Llevaba uniforme azul, un handy en la cintura y un pin que dice “Ministerio de Economía”. Pasa la mayor parte del día en la cocina del quinto piso. Pero le alcanza para enterarse de todo, y aquella mañana del 5 de junio fue testigo directo de la apertura de la bolsa.

PER FIL: Buenas tardes, quería hablar con usted en privado…

LEZCANO: No, no. Hablemos acá, dale. No hay problema.

P: Mire que es un tema delicado.

L: (sonriendo): Dale, dale.

P: Sabemos que el martes 5 a la mañana una brigada de Bomberos encontró en el despacho de la ministra una bolsa con 250.000 dólares.

La actitud de Lezcano cambió en un segundo, dio dos pasos atrás y se ubicó detrás de unos molinetes. Extendió los brazos y alcanzó a mirar de reojo a las seis recepcionistas que atienden en el hall.

L (gritando): ¡Nooo! Vos no entendés. Yo trabajo acá hace 33 años. ¡Soy discapacitado! (volvió a mirar a las recepcionistas). ¡Soy ciego, sordo y mudo!

P: Pero, Lezcano, sólo queremos saber…

L: No, no. No entendés. Gracias, gracias, me voy. Me voy.

Y se fue. Nunca más volvió a atender los llamados de PERFIL. Pocos minutos antes del incidente con Lezcano, PERFIL intentó comunicarse con el director operativo, arquitecto Pierro, que devolvió nuestra llamada combinando una cita en su oficina. Diez minutos después, Pierro llamó cancelando el encuentro

ARQUITECTO PIERRO: Disculpame, pero es imposible. Estoy ocupado.

PERFIL: Es sólo un momento, pocos minutos.

AP: No…además, ¿cómo llegaron hasta mí? ¿Cómo saben...?

P: Bueno, tenemos fuentes...

AP: No puedo, no puedo.

P: Tal vez mañana, en otro momento. Podemos hablar por teléfono, pero no creo que sea lo mejor…

AP: Por teléfono, no.

P: Quizá lo mejor sea que nos veamos afuera del Ministerio…

AP: Bueno, eso puede ser. Mañana lo llamo.

El llamado, obviamente, nunca se produjo y luego de varios cruces el arquitecto Pierro dijo, a través de su secretaria, que: “No conoce ninguna información al respecto”.

El sábado a las 8.30 de la mañana llamé al vocero de Miceli, Silvio Robles:

— ¿Qué? –me contestó.

—Que había un bolso con 239.631 dólares.

—No…, mirá, yo no sé nada. A mí no me cuentan todo, ¿Entendés? Hay cosas de las que ni me entero. Dejame llamarla… en un rato. Y te llamo.

A la hora del cierre de esta edición, el vocero Robles no se había comunicado con ninguno de mis teléfonos, con los que, por supuesto, cuenta.

Decidí irme a dormir.

© Escrito por Jorge Lanata y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 29 de Diciembre de 2012.



Abel González, Ombudsman…De Alguna Manera...


Abel González, Ombudsman…

EL PRIMER ombudsman periodístico de la Argentina, el maestro Abel González, en 1998 con PERFIL.

Murió el primer ombudsman de un medio argentino. A los 81 años, el maestro de periodistas Abel González se fue enojado y cansado con lo que sucede en nuestra profesión. Frustrado al ver que el camino que abrió con los ombudsmen periodísticos en 1998 en PERFIL no prendió.

¿Cuántas noches recientes habrá pensado cómo habrían sido distintas las coberturas de Clarín y en menor medida de La Nación sobre la guerra entre el Gobierno y Clarín si estos dos diarios hubieran contado con un ombudsman? ¿O con cuánta más autoridad se habrían defendido de las acusaciones de ser medios hegemónicos?

Hay que confesar que tampoco PERFIL logró que el ombudsman obtuviera el alcance que consiguió esa posición en las redacciones de otros países. Son múltiples las causas, y están bien explicadas en el trabajo de Flavia Pauwels titulado “El defensor del lector, ese gran ausente de los medios argentinos” (que se puede leer en www.saladeprensa.org/art593.htm). Y en el texto del propio Abel González titulado “La autopsia periodística para explicar por qué no funcionó” (que se puede leer en http://e.perfil.com/analisis-cierre). Personalmente agrego que también existen trabas culturales en el interior de las redacciones remisas a aceptar críticas internas, atribuibles a una mal entendida defensa corporativa y hasta sindical.

Abel González fue jefe de Redacción primero y director después de la revista Siete Días en su época dorada, en los años 70, y jefe de Información General del diario Clarín en los 80, además de subdirector de la revista La Semana y prosecretario general de Redacción del diario La Razón, cuando lo dirigió Jacobo Timerman, y recibió el premio Al Maestro con Cariño como profesor de periodismo en TEA.

La desaparición de Abel González nos recuerda las deudas de autocrítica que aún tenemos con los lectores, y es una buena oportunidad para anticipar que a partir de febrero próximo Andrew Graham-Yooll, otro maestro de redacciones (periodista de los diarios ingleses The Daily Telegraph y The Guardian, profesor visitante de la Universidad de Londres y de la Universidad de Cambridge y director del Buenos Aires Herald), tras cinco años como actual ombudsman de PERFIL, cumplirá su mandato.

El próximo ombudsman será Julio Petrarca, actual editor jefe de este diario desde su relanzamiento, en 2005, y quien anteriormente fue secretario de Redacción de la revista La Semana, prosecretario general de Redacción del diario La Razón durante las gestiones de Jacobo Timerman y Carlos Juvenal, director editorial de la revista La Maga y veinte años profesor de Periodismo en TEA. Andrew, a su vez, había sucedido a Nelson Castro, ombudsman de PERFIL de 2005 a 2007.

A partir de febrero, Petrarca escribirá una columna en la que se criticará al propio diario PERFIL, retomando el modelo de la época de Abel González de un único texto semanal, pero más extenso. Y siguiendo el modelo del primer diario inglés que tuvo ombudsman, The Guardian, irá frente a las cartas de los lectores pero no habrá respuestas a ellas de Petrarca como sí las hubo durante la gestión de Nelson Castro y las hay en la de Graham-Yooll. Justamente el ombudsman de The Guardian, Ian Mayes, cuando visitó la Argentina siendo presidente de la ONO (Organization of News Ombudsmen, invitado por Fopea –Foro de Periodismo Argentino–), dos años antes de la sanción de la Ley de Medios, se anticipó a lo que sería la batalla cultural entre el Gobierno y el periodismo. Se preguntó: “Si las organizaciones periodísticas están pidiendo que todos rindan cuentas, ¿por qué los periodistas no deberían hacerlo?”. Su receta era crear más ombudsmen, y remarcaba que de los veinte mil medios de comunicación de entonces, sólo ochenta tenían ombudsman. Desde 2006, la cantidad de ombudsmen en el mundo ha aumentado pero no significativamente.

En su visita, Mayes también expuso en Adepa, donde sostuvo que “hace falta educar sobre esta figura y el servicio público que significa el ombudsman”. Pasaron seis años y los medios perdieron la gran oportunidad de construir otro capital simbólico que tan útil habría sido frente a la campaña de desprestigio a la que fueron sometidos.

Y Mayes advertía: “El ombudsman no debe ser una función cosmética o de relaciones públicas; de lo que se trata es de mostrar respeto por el lector”. Respeto que requiere, más allá de responder las cartas, ser más severamente autocríticos.

El mejor homenaje que podremos hacerle a Abel González será continuar aquel camino por él abierto en 1998.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 28 de Diciembre de 2012.



Reportaje a Hermenegildo "Menchi" Sabat... De Alguna Manera...


"Esto es una presión para que deje de dibujar"…

Caso. "Como hay una obsesión con el Grupo Clarín, y particularmente con el diario, te diría que no soy el dueño del diario, nunca aspiré a otra cosa que hacer lo que hago y en el diario nunca me dijeron lo que tenía que hacer."

Sus dibujos enfurecieron al kirchnerismo. En 2008, la Presidenta lo llamó “cuasi mafioso” y ahora lo acusaron de misógino. Dice que esto no le pasó ni en la dictadura, cuando dibujó a Videla como una viuda. Cree que Cristina no está preparada para soportar el ejercicio del poder.

La caricatura política ha sido, desde los lejanos tiempos en que Ramón Columba se burlaba de los legisladores y las sesiones del Congreso de la Nación, una tradición que permanece vigente, en particular gracias al talento de Menchi Sábat.

—Columba era taquígrafo del Congreso –recuerda Sábat– y por eso tenía a todos los políticos a su alrededor. Se familiarizó con ellos y sacó entonces una espléndida revista que se llamó Páginas de Columba, que tenía dibujos magníficos. Eran las postrimerías de la década del 20 y entre sus colaboradores figuraba nada menos que Guillermo Divito…

—¡Divito! El creador de “la chica Divito”, que con sus curvas enloqueció a más de una generación.
—Yo he conservado algunos ejemplares en los que ya aparece la firma de Divito, que en la década del 40 avanzó con Rico tipo. Además, Divito tenía una cualidad muy elogiable: nunca sentía celos por el talento ajeno, cosa que no abunda en la vida… Y de esa generación no quiero dejar de mencionar a un hombre, Oski (en realidad se llamaba Oscar Conti), que no se caracterizaba por elogiar muchas cosas, y sin embargo hablaba maravillas de Divito. Pero volvamos a Columba: vos sabés que fundó una editorial, sacó la revista El Tony e inventó una historieta que se llamaba Raco el extra. En realidad jugaba con las iniciales de Ramón Columba, y en la tapa aparecía la tira de Mandrake.

—También, durante la Segunda Guerra Mundial, Lino Palacio con el seudónimo “Flax” publicaba crónicas de la época.
—Sí –interrumpe Sábat–, pero fijate que Lino Palacio (que personalmente era un hombre encantador) se tomó la guerra con mucha liviandad. Para él eran lo mismo Hitler que Churchill, o Il Duce y Roosevelt. No me gusta hablar mucho de ese tema, pero evidentemente Lino no tomó la guerra como la tragedia que realmente fue.

—Ahora, Menchi, te toca a vos. En Plaza de Mayo te llamaron “cuasimafioso” y según José Pablo Feinmann, te gusta pegarles a las mujeres.
—Bueno, yo estoy muy triste y hasta un poco desordenado internamente por este asunto. Yo esperé muchos años para tener este trabajo. Mucha gente, antes de los 37 años, hubiera tirado la toalla, ¿no? Entré al diario La Opinión en 1971–recuerda– y el diario no podía competir en calidad de impresión con Clarín, Nación o La Prensa (que todavía se mantenía). La Opinión se imprimía en los talleres del Tageblatt y, entonces, lo que parecía ser una emulación del legendario Le Monde de París (que no publicaba fotografías) prefirió justamente utilizar una tecnología anterior, casi diría pretérita, con dibujos lineales. Entonces me contrataron a mí, y esto cambió mi vida. Era la posibilidad de trabajar en algo que, de algún modo, colmaba mis deseos y mi vocación. Pasé dos años en La Opinión, hasta que a fines de marzo de 1973 y hasta ahora trabajé en Clarín. Quisiera que sólo hubieran pasado cuarenta minutos y no cuarenta años. Como decían los ingleses, “la vida empieza a los 40”. Pero lo que me llama la atención en estos momentos es el ataque indiscriminado. ¿Por qué?

—Es público y notorio que la diputada Cerruti y el filósofo José Pablo Feinmann te han acusado de las peores violencias contra las mujeres por haberle pintado un ojo morado a la Presidenta a raíz de la multitudinaria manifestación del 8 de noviembre.
—Te diré que esto me llama mucho la atención. ¿Por qué? Fijate que bajo la presidencia de la señora María Estela Martínez de Perón...

—… cuando López Rega, su ministro, crea la asociación terrorista de la triple A…
—… yo dibujé cosas que, comparadas con ésta, eran violentísimas. E incluso, años después, con la ingeniera María Julia Alsogaray. Y nadie dijo nada. Ahora resulta que, por un lado, soy misógino. ¿Qué tendría que haber dicho entonces el señor Menem? ¿Que soy homofóbico? Cuando hoy leí la nota acerca del comentario radial de José Pablo Feinmann me encontré con que deriva mi dibujo a lo que hacen los hombres en México con sus mujeres, “a las que matan como ganado…”, dice. Cosas que no pasarían por la cabeza de nadie aquí en Buenos Aires. Incluso habla de Picasso (“Picasso y Dalí eran mucho más maestros, pero Picasso nunca lo dibujó a Hitler pegándole una piña a una mina…), y si hubo un artista realmente genial que se dedicó a destrozar a la mujer fue justamente Pablo Picasso. Sin entrar en un juego de cotejo, basta con ver la reproducción de su obra. Pero acá, evidentemente, tengo una sensación de inseguridad personal por lo que pueda pasar después de las elecciones del año que viene. Una sensación que puede llevar a la gente a este tipo de cosas, de acusaciones, por miedo a perder su programa en una radio o una banca en la Legislatura. Realmente no lo entiendo. Lo único que puedo decir es esto: yo me ocupo de mi trabajo. No aspiro a otra cosa que no sea mi trabajo, que vengo haciendo desde hace unas cuantas décadas… Yo nunca recibí advertencias de este tipo. Es una cosa muy triste. No me ocurrió siquiera durante la dictadura militar.

—Y eso que dibujaste a las famosas “viudas” del Proceso, que eran ni más ni menos que los miembros de la Junta Militar.
—Bueno, ese dibujo se publicó cuando era presidente el general Reinaldo Bignone y las viudas enlutadas eran Videla, Viola, Galtieri y Bignone. Y nadie dijo nada. Pero esto no quiere decir que yo sea bueno. No me voy a rasgar las vestiduras, pero… no sé. Evidentemente es una presión para que yo deje de dibujar. Sin duda alguna.

—¿Como ves al gobierno? ¿Fascista, autoritario?
—A mi me resulta difícil juzgarlo de una manera rotunda. Creo, sí, que no es un gobierno para todos, más allá del eslogan que ellos plantean. Es un gobierno para ciertos sectores. No para todo el mundo.

—¿Y cómo ves la personalidad de Cristina?
—Ella tiene una personalidad muy compleja. La gente que aspira al poder se supone que debería estar entrenada para eso y para tolerar las cosas que suceden cuando ellos están en el poder. Daría la sensación que la Presidenta no está totalmente segura. Esta es la sensación que transmite.

—No es extraño que los intelectuales no coincidan con sus gobernantes, y por eso tampoco se los llama “cuasimafiosos”, como cuando le dibujaste unas curitas en la boca a la Presidenta. ¿Qué quisiste decir para que lo haya interpretado así?
—Lo que yo veía y escuchaba en esos momentos (exactamente abril de 2008) era que la señora Presidenta hablaba dos o tres veces por día. Nada más que eso. Pero, evidentemente, acá estamos frente a algo que ha pasado hace cuatro años y medio. Y ésta es la segunda advertencia. Como aquí hay una cuestión monotemática y una obsesión con el Grupo Clarín, y particularmente con el diario, te diría que yo no soy dueño del diario; nunca aspiré a otra cosa que hacer lo que hago, y en el diario nunca me dijeron tampoco lo que tenía que hacer. Y siento por eso un genuino agradecimiento. Creo que la gente tiene que ser respetada como persona y hay que dejarla hacer lo que realmente sabe hacer. Y esto es un poco lo que a mí me ha pasado: me respetan como persona pero tampoco me meto en el puesto de otro. Ni peleo ni hago lo que no tengo que hacer. Pero insisto en que creo que algunos desean que yo no trabaje más.

—Es muy posible. Hay gente a la que le molesta la oposición inteligente: por ejemplo, si después de la marcha del 8 de noviembre hubieras dibujado a la Presidenta con el corazón desgarrado, no habría producido demasiados comentarios porque hubiera resultado ridículo.
—Aparte, hay otra cosa: durante la década del 30, Hitler y Goebbels, en particular, se dedicaron a perseguir a artistas a los que llamaron “degenerados”. Incluso organizaron una exposición en la que estaban, por ejemplo, Paul Klee, George Grosz… todos grandes artistas alemanes y, aunque no te lo afirmo, yo creo que va a perdurar más el expresionismo alemán que el surrealismo. Además, hay algo que dijo Picasso: “El arte no representativo nunca es subversivo”, que es importante recordar y les cuadra a estos artistas. Aquí, en Argentina –hilvana Sábat–, durante la década del 30 y del 40 la revista Rico tipo en particular tuvo un papel destacado. Allí había gente de la legendaria Patoruzú. Caras y Caretas, a su vez, cumplió una función extraordinaria en el periodismo del país pero murió (de muerte natural) en 1936. En 1941 o ‘42 apareció Cascabel, pero ya en el ‘44 los gobiernos eran militares. Entonces, en vez de hacerse caricatura política se creaban historietas que eran arquetipos populares. Por ejemplo, Fúlmine, que era un tipo que traía mala suerte, o El otro yo del Dr. Merengue, que expresaba los pensamientos secretos de un hombre en su madurez. También se destacaba Pochita Morfoni. En una palabra, no había una representación de lo que realmente ocurría sino que, repito, se trataba de arquetipos populares. Como decía Winslow Homer, “lamento haber pintado un cuadro que precise explicación”.

—¿Y cuándo se retomó la caricatura política?
—Recién en la época de Frondizi con Landrú, a quien Onganía, con su enorme bigote, le cerró la revista Tía Vicenta porque lo llamaba “la morsa”. Ese cierre le valió a Colombres el premio Moores Cabot, muy importante.

—A los gobiernos autoritarios nunca les han gustado las caricaturas. Por eso me llama mucho la atención que un hombre inteligente como José Pablo Feinmann no pueda visualizar esa realidad. Rarísimo.
—Sí, es una cosa muy extraña. Yo creo que únicamente el ensimismamiento (que lleva al fanatismo) puede permitir esas cosas, ¿no es cierto? Yo no voy a juzgar la sapiencia del señor Feinmann en su presunta cualidad de filósofo. Me causa gracia… No me gusta que un individuo se autocalifique… Sinceramente yo les disparo a esas cosas. Siempre me acuerdo, en cambio, de Julián Centeya (el seudónimo de Amleto Vergiatti), que era un reo porteño y se había mandado hacer unas tarjetas que decían: “Julián Centeya. Pobre” –Menchi se ríe francamente–. Así como otros se presentan como abogados o médicos, para Centeya su tarjeta de presentación era ser “pobre” de profesión. Ahora bien, cada uno sabe a qué filósofos atender. En 1973, cuando fue derrocado violentamente Salvador Allende, aparecieron por Clarín unos periodistas franceses que trabajaban en una publicación incipiente que se llamaba Libération…

—Un diario muy a la izquierda…
—Exacto. Sartre estaba allí. Los franceses me pidieron entonces que les hiciera un dibujo de Pinochet, cosa que hice de inmediato. También me dijeron que no tenían plata para pagarme, pero les contesté: “Yo, lo que quiero, es un manuscrito de Jean Paul Sartre”. Y me lo mandaron, cosa que yo venero. Imaginate un manuscrito de puño y letra de ese hombre. Curiosamente, con los años, en alguna librería especializada conseguí tres libros originales de Sartre dedicados, no voy a decir a quién porque sería una denuncia ingrata. Pero a lo que voy es que Sartre y Albert Camus, por ejemplo, son los individuos que yo leía con intensidad cuando era un adolescente. Esas cosas repercuten positivamente con los años porque esa gente nunca dejó de pensar lo que tenía que pensar. Es decir, muy probablemente el único que descreyó de Sartre fue Alberto Giacometti, un artista, un escultor extraordinario que ahora se está exponiendo en la Boca. El era de origen suizo, y en una de las biografías de Giacometti leemos que tanto Sartre como Simone de Beauvoir le pedían que se mudara al elegante boulevard Raspail, y Giacometti nunca quiso salir del lugar polvoriento donde dormía cada noche. Y con este agregado: cuando Giacometti comenzó a ganar mucho dinero con la venta de sus magníficas obras, les pagaba departamentos carísimos a las damiselas que frecuentaba en los boliches a los que concurría todas las noches Es decir… repito: cada uno tiene los filósofos que quiere y, hoy día, los filósofos que merece. Pero me parece una exageración cuando Feinmann me llama “ignorante”. Sin duda soy ignorante, porque todos los días aprendo algo nuevo, pero no me titulo “filósofo”. Esa es la diferencia.

—Además, Feinmann te llama “ignorante”. Pero ¿ignorante de qué?
—No sé… yo creo que, a pesar de que soy un tipo casi muy viejo, siempre tengo el deseo de aprender algo. Pero ciertamente no voy a aprender a partir de las cosas que digan de mí –se ríe–. Voy a aprender, en cambio, de las cosas que he perdido de aprender “antes”, y esto es mucho. Y necesito seguir aprendiendo, gracias a lo cual todavía me siento vivo.

—¿Esta actitud de Feinmann no daría la sensación de que no entiende muy bien lo que significan el humor y la representación del humor?
—Bueno, el humor, el “buen” humor, está siendo sustituido por el “mal” humor. Y aquí entonces no caben dudas de que el “mal” humor es algo que está inyectado para autodefenderse. No lo usa para defender a la señora Presidenta sino para autodefenderse. Entonces no veo por qué tiene que atacar al voleo. Y puedo decir con tranquilidad que yo me siento afectado. No soy de duro aluminio. Ni ando con corazas. Y una cosa de éstas a mí me duele mucho. Lo mismo que lo que ocurrió en la Legislatura la semana pasada.

—Cuando Gabriela Cerruti te increpó…
—Yo leí el libro que escribió esta señora. Se llama El jefe, y allí cuenta (y es un libro que todavía circula y nunca fue censurado) que por las palizas que le propinaba Carlos Menem a Zulema su mujer, ella abortó dos veces. Y a mí me pareció muy valiente de parte de Cerruti que comentara ese hecho. Creo también que es una señora que ha practicado el periodismo. Entonces, me llama la atención que habiendo sido tan abierta para contar cosas íntimas se horrorice frente a mi dibujo… Aquí la confusión viene por una cosa que hay que recalcar: si yo estoy atacando al género femenino estamos ante una materia muy delicada. No voy a pedir permiso cada vez que dibuje a una mujer. Yo hago cada semana una cosa que se titula Gente imprescindible. Allí he puesto a una cantidad de mujeres. A Niní Marshall; la semana pasada a Victoria Ocampo, una mujer admirable sin duda y gracias a quien este país pudo tener la visita de Stravinsky, el conde Keyserling, Rabindranath Tagore… He dibujado a muchas mujeres más y nadie se ofendió por el retrato de Victoria Ocampo comparado con el de la señora Presidenta. No pasa nada porque, aparte, esto es insignificante. Pongamos las cosas en su lugar: en la historia del periodismo argentino y en mi vida personal. Ahora bien, aquí el señor Feinmann también avanza con respecto al Uruguay. “En el Uruguay no son peronistas”, dice. Pero ¿qué tiene eso de malo? Mi madre nació en La Boca, mi padre era profesor de literatura y en casa no había dinero pero había muchos libros. Así es que yo he leído mucho. Cuando mamá quería hablar con sus padres los llamaba cada semana por teléfono desde Montevideo. Y, por supuesto, hablaba de cosas coloquiales. De familia. “¿Cómo está la tía?”. Pero siempre aparecía una voz en el medio que decía que había que terminar la conversación. Era otra época. No existían los avances tecnológicos con los que contamos hoy, pero aparecía un intruso que impedía la conversación.

—Pensaría que lo de la tía era una clave.
—Probablemente. Estamos sospechando tanto que se ha llegado a este tipo de cosas; en definitiva, el motivo principal es dividir a la sociedad. Dividirnos. Y generar una presunta lucha de clases absolutamente “trucha”. Y utilizo este término bien reo. La lucha de clases aquí es “trucha”. Yo no soy mejor por no dibujar. Al contrario: creo que una de las cosas que he aprendido es a leer “críticas” de arte sobre cosas que he hecho. Y ahí se aprende que las cosas que uno hace pueden no gustarle a la gente. Mala suerte. Yo no puedo cambiar a esta altura, pero me llama la atención que por una cosa insignificante se haga tanto barullo.

—Demuestra una gran debilidad frente a la crítica.
—Estoy totalmente de acuerdo. Hay una inseguridad esencial en este asunto y una cola de paja muy larga. Fijate que antes de la aparición del famoso El mosquito hubo una revista llamada Antón Perulero, y no “Pirulero”, que compré en San Telmo. Y allí están todos: Vélez Sarsfield, Mitre, Sarmiento, Nicolás Avellaneda. Incluso, gracias a esa publicación me enteré de que Avellaneda era de muy baja estatura y andaba con zancos. Es una forma de aprender la historia que a mí me ha ayudado mucho. Lo mismo que con Caras y Caretas. Pero esa gente era respetada. Los dibujos de El Mosquito y de Antón Perulero eran (como se dice ahora) “dibujos militantes”. Las revistas estaban contra esa gente, y las redacciones se componían de gente que expresaba lo que pensaba y nadie sospechaba de ellos.

© Escrito por Magdalena Ruiz Guiñazú y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Diciembre de 2012.



María Julia & Felisa... De Alguna Manera...


Después todos son críticos…

LAS DOS CONDENADAS del menemismo y del kirchnerismo, María Julia Alsogaray y Felisa Miceli, lo fueron por notas, una en la revista Noticias y otra en el diario PERFIL.

Somos la repetición, decía Kierkegaard. En la repetición emerge lo real, lo verdadero, lo permanente. Esto vale tanto para las personas como para los medios. Y explica por qué otra vez la única condena por sospechas de corrupción a un funcionario de un gobierno longevo se produce a causa de una nota periodística originada en una publicación de Editorial Perfil: María Julia Alsogaray, por la denuncia de la revista Noticias en 1993, y Felisa Miceli, por la denuncia del diario PERFIL en 2007.

Los años 1993 y 2007 tienen en común que encontraban a los dos gobiernos, el de Menem y el de Kirchner, en su apogeo de popularidad, y los medios reflejaban ese romance entre el político y su sociedad prácticamente no publicando noticias negativas sobre ellos. Resulta cómico ver hoy cómo los diarios de 2007 minimizaron y ningunearon la noticia sobre la aparición de la bolsa con dinero en la oficina de Miceli cuando era ministra de Economía, y el contraste con la actual difusión que se dio a su condena. ¿No hubo medios hegemónicos los primeros años del kirchnerismo?

Lo mismo se repite en el caso de 1a denuncia de enriquecimiento ilícito de María Julia Alsogaray en 1993: salvo por aquel Página/12 de Lanata, ningún diario se hacía eco de las investigaciones que publicaba la revista Noticias, pero sí le dieron mucha difusión a la condena que recibió cuando ya el menemismo estaba totalmente desprestigiado. Lanata es otro caso de repetición en la temprana y sostenida crítica tanto al gobierno de Menem como a los de los Kirchner, justificando por qué la vida cruzó nuestros caminos tantas veces y los sigue cruzando. No es casual que haya sido Lanata quien escribió la nota sobre la bolsa de dinero en el baño de la ministra Miceli.

Hace dos días pregunté a quien fue el publisher que introdujo la revista The Economist en Estados Unidos, y que hoy permite a la originaria edición inglesa sobrevivir vigorosamente, por qué la emblemática revista de noticias norteamericana Newsweek acaba de cerrar después de décadas de vender tres millones de ejemplares semanales. El publisher respondió que para que una publicación periodística mantenga pujante su vínculo con la audiencia debe tener “un punto de vista”, y Newsweek había perdido el suyo. Ya no era la revista progresista de los liberales de izquierda de los Estados Unidos, y se había homogeneizado junto con la revista Time en la pérdida del sentido crítico e inquisidor que caracteriza al buen periodismo.

Es que ser crítico cuesta muy caro. Más aun cuando se sostiene ese punto de vista en soledad porque la mayoría de los medios y la sociedad atraviesan una etapa de conformismo. Pero la coherencia tiene su retribución en el largo plazo, y más cuando se asumen riesgos no justificados por un beneficio obvio.

La repetición es la esencia que hace evidente lo ineludible: la exigencia interior de constituir la identidad. Como si hubiera sólo una forma de acceder a la propia verdad que no fuera a través de la reflexión, sino sólo de actos que darán sentido a esa existencia.

El kirchnerismo dejará el poder y vendrá otro gobierno, pero es previsible que los medios, como personas aunque no físicas, vuelvan a repetir para mantener su identidad. Al principio serán condescendientes, y después todos serán críticos.

Para Kierkegaard, cuando se repite, “entonces surge la libertad en su forma superior, en la cual ella se determina por relación a sí misma (...) la libertad misma es entonces la repetición”. Ser lo que se es.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Diciembre de 2012.