Retrotopía…
Macri, Trump y
Peña Nieto. Foto: Cedoc
Lo que tiene en común el cambio en las preferencias electorales de casi
todas las democracias occidentales es ir hacia el opuesto del statu quo vigente
en cada país.
© Escrito por Jorge
Fontevecchia el viernes 05/05/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
Estuve
en México el martes y miércoles pasados integrando el directorio de Adweek para
el evento global sobre publicidad más importante, que este año pone foco en
Latinoamérica. Cuando sus organizadores decidieron México como sede, no
imaginaban que Trump iba a ser presidente y se guiaron por la lógica
cuantitativa: sólo las radios y los canales de TV hispanos en Estados Unidos
tienen ventas anuales superiores a las de todos los medios de los países
latinoamericanos sumados, y la mayoría de sus contenidos son mexicanos o de
empresas mexicanas.
El año próximo hay elecciones en México y uno de los temas propuestos para un
panel de Adweek fue “El giro a la izquierda de la política mexicana”, porque la
verdadera consecuencia de Trump no será para México el muro en la frontera o la
extinción del tratado de libre comercio con Estados Unidos, que Trump ya
comienza a decir que sólo hay que renegociarlo, sino haber generado una ola de
antinorteamericanismo que muy probablemente lleve a la presidencia a Andrés
Manuel López Obrador (AMLP, como lo conocen en México), el candidato de
“izquierda” que ya estuvo a punto de ser electo en 2006 y 2012 tras perder, con
acusaciones de fraude incluidas, contra Felipe Calderón, del PAN, por sólo 0,6%
de los votos y luego contra Peña Nieto, del PRI, por 6%.
La aceleración de la
obsolescencia de todo, herramientas, hábitos y valores, hace a muchos más
conservadores.
Pero no
es Trump quien probablemente haga presidente de México a un López Obrador al
que se suponía más cerca del retiro de la política, sino una fuerza mucho
mayor: la misma que hizo a Trump y a Macri presidentes, aunque López Obrador no
sea del “mismo palo” que ellos o del opuesto. Es la misma fuerza que sacude a
todas las democracias de América y Europa: el hartazgo de la sociedad con el
statu quo. Como en México el PAN y el PRI son partidos de derecha y
centroderecha respectivamente, el péndulo del humor social por el cambio lleva
hacia la “izquierda”, que en el caso de López Obrador más que izquierda es un
populismo evangelista en algunos aspectos bastante conservador.
Sean
los más votados de “izquierda” o de “derecha”, populistas o institucionalistas,
lo que tiene en común el cambio en las preferencias electorales de casi todas
las democracias occidentales es ir hacia el opuesto del statu quo vigente en
cada país pero con una tendencia conservadora que el genial Zigmunt Bauman en
su libro póstumo de reciente edición designó en su título como “retrotopía”. Es
la búsqueda de la utopía en el pasado porque el miedo al futuro genera una epidemia
global de nostalgia por una época que nunca existió.
“Hace
tiempo que perdimos la fe en la idea de que las personas podríamos alcanzar la
felicidad humana en un estado futuro ideal, un estado que Tomás Moro, cinco
siglos atrás, vinculó a un topos, un lugar fijo, un Estado soberano regido por
un gobernante sabio y benévolo. Pero, aunque hayamos perdido la fe en las
utopías de todo signo, lo que no ha muerto es la aspiración humana que hizo que
esa imagen resultara tan cautivadora. De hecho, está resurgiendo de nuevo como
una imagen centrada, no en el futuro, sino en el pasado: no en un futuro por
crear, sino en un pasado abandonado y redivivo que podríamos llamar
retrotopía”, escribió Bauman.
La
nostalgia es un sentimiento de pérdida pero también un ideal romántico, además
de un mecanismo de defensa frente a un futuro que amenaza con volver
irrelevantes las habilidades laborales actuales o hacer perder el trabajo
presente porque en otro país –o los robots– lo hagan más barato.
Los casos policiales son cada vez más decisivos en las campañas electorales a
favor de quienes prometen combatir el delito, pero parte de la solución
requiere resolver los trastornos de un mercado laboral que alienta a consumir
pero limita la posibilidad de producir. En todos los países se termina cayendo
en “la guerra de dos mundos”, donde el culpable es un otro, según el contexto
de cada país: los ricos, los inmigrantes, los bancos, los del partido que
gobierna, o gobernó recientemente. La realidad, por ser compleja, es menos creíble
y resulta más difícil de entender que atribuirla a un único culpable.
Hay
“nuevas formas de etnicidad” donde los de la otra tribu son de otra “raza” y el
futuro mismo se convierte en un país extranjero. Derecha o izquierda dejaron de
ser categorías relevantes porque “las personas no votan necesariamente en
función de su interés particular, votan según su identidad, votan según sus
valores”.
Ansiedad de la impotencia es
sentir que el poder está en un lugar distinto al que se está. El remedio: un
líder fuerte o exitoso.
Ante
una masa ingestionable de riesgos, “una muestra de sabiduría política es
encargarse de que haya algunos enemigos con el fin de que la unidad de los
miembros sea efectiva y para que el grupo siga siendo consciente de que esta
unidad es su interés vital”, citó Bauman. Para los mexicanos, el enemigo es
Trump. Para Trump, el fundamentalismo islámico, los chinos, norcoreanos y
mexicanos. Para el kirchnerismo, es Macri, y para gran parte de los votantes de
Macri, es el kirchnerismo. Quizá Cristina Kirchner haya tenido un momento real
de lucidez en su megalomanía paranoica al decir “me excluyo” porque, si ella no
fuera candidata, privaría a Cambiemos del principal objeto aglutinante de odio.
El paroxismo de la retrotopía es la vuelta al seno familiar de la infancia,
donde los padres eran autosuficientes y resolvían todas las necesidades. Un
líder fuerte, sea Trump, López Obrador o a su modo un exitoso como Mauricio
Macri, representa para muchos la ilusión de un escudo protector. Los políticos que
están ganando las elecciones, sean de derecha o de izquierda, comparten en
algún punto los valores conservadores de la retrotopía, la “ideología” del
momento.