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sábado, 9 de mayo de 2015

Viejismo 1... @dealgunamanera...

Viejismo 1...


En muchos aspectos, Fayt puede pensar hoy con 97 años mejor que él mismo a los 80, a los 70 o a los 60.

Hace poco más de un año le escuché decir a Fayt –cuando tenía 96 años– que el cuerpo del ser humano no estaba hecho para vivir tanto: la metáfora del jinete joven montando un caballo envejecido. Fue en su despacho de Tribunales cuando, junto con los demás miembros de  la Academia Nacional de Periodismo, fuimos a entregarle la Pluma de Honor. Al despedirnos, me abrazó con tanta emoción que el contacto con sus brazos frágiles y a la vez cargados de deseo dejó en mi cuerpo un recuerdo que sigue resonándome a modo de mensaje. No pude dejar de pensar en las paradojas de cuerpos jóvenes con mentes destruidas por algún deterioro, y cuerpos consumidos por el natural paso del tiempo o por alguna enfermedad, como el caso de Stephen Hawking, con mentes vivaces.

Fayt eligió a Lorenzetti como el portador emblemático de su legado.

Obviamente, la inteligencia fluida que permite adaptarse a situaciones nuevas de forma flexible sufre declive con los años. Pero la inteligencia cristalizada que depende del nivel de desarrollo que alcanzó esa persona a través del aprendizaje, mejora. En muchos aspectos, Fayt puede pensar hoy con 97 años mejor que él mismo a los 80, a los 70 o a los 60, porque el deterioro intelectual no es una evolución inexorable del paso de los años.

Pero así no piensa la mayoría de los argentinos, sociedad afectada por uno de los índices de viejismo más altos del mundo. El viejismo es el mismo prejuicio discriminatorio que se produce por cuestiones de raza, religión o hacia otros grupos sociales estigmatizados, pero con los viejos.

Se asocia la vejez a decrepitud y enfermedad, o a cansancio y lentitud intelectual, sin comprender que esa sinonimia de vejez no es una cuestión de edad, sino de conducta: sólo obturando sus deseos alguien se vuelve pasado. Y se confunde juventud con novedad, problema clásico del posmodernismo, que, en su borramiento de las delimitaciones de los períodos de la vida, predispone a los niños a madurar antes de tiempo y a los adultos mayores a tatuarse imitando a los adolescentes y/o a ser padres cuando tendrían que esperar un poco para ser abuelos. Es una homogeneización etaria que omite cuánto tiene para aportar cada etapa de la vida al conjunto de la sociedad.

Aun en países más longevos que Argentina es difícil encontrar un miembro de la Corte Suprema o su equivalente de la edad de Fayt. En la de Estados Unidos, sobre los 112 miembros que la integraron en toda su historia, sólo dos alcanzaron los 90 años (Oliver Wendell Holmes y John Paul Stevens) y renunciaron al llegar a esa edad. Creo que Fayt, si viviera en un país normal, ya habría tomado la decisión de renunciar, pero hay en su acto de resistencia un mensaje que nos está enviando a toda la sociedad para que reflexionemos sobre nuestra tendencia a barrer siempre con todo lo anterior y sobre nuestra predisposición reiterada a valorar lo nuevo como mejor.

Hay en la actitud de Fayt una rebeldía al discurso gerontológico que discrimina a los viejos. Como si fuera una militancia de género, de un sí mismo joven que pueda habitar un cuerpo viejo, interpelando los prejuicios de los demás sobre la edad. De los que no la ven asociada a la experiencia sino a lo senil, sin comprender que la vejez, como la juventud, es una categoría sociocultural que viene cambiando con los siglos.

Fayt se subleva a la clasificación “clase pasiva” y con su actividad se rebela más aún al kirchnerismo: se va a ir el día que él quiera, precisamente cuando su renuncia no le sea funcional al kirchnerismo. Se equivoca el Gobierno en su representación de la vejez porque atacando a Fayt predispone negativamente a casi todo el Poder Judicial y a un porcentaje importante de los votantes argentinos que se sienten discriminados por el mismo viejismo.

Fayt pone sobre la agenda el lugar de cuarta edad en nuestra sociedad, muchas veces tratada sólo como objeto de cuidado y no como sujeto. No pocos ancianos sin la vitalidad ni los recursos intelectuales de Fayt tienen en pequeñas rebeldías la única forma de hacerse reconocer. Goethe decía que “volverse viejo es volverse invisible para la sociedad”. Y Fayt, con su actitud, visibiliza a todos.

La vejez es una atrofia de futuro y no se puede hablar de proyectos cuando no hay futuro. 

Pero Fayt tiene un proyecto: no dejar que el kirchnerismo arrase con la Corte Suprema, y tiene en Lorenzetti la posibilidad de transmitir en otro más joven su historia y su memoria.

Freud, en su texto El porvenir de una ilusión, colocaba dentro de la pulsión de vida la pulsión de transmisión, de elegir quién será el portador emblemático del legado. El deseo humano de reproducir su propia réplica no puede reducirse al campo biológico de los hijos genéticos. La entrega a un discípulo de símbolos identificatorios pone al ser humano a salvo de la ansiedad por la intrascendencia generacional y la amenaza de olvido.

El mensaje de Fayt no se dirige sólo a La Cámpora, también en el PRO son viejistas.

“La Justicia está conducida por una persona de muy buen nivel intelectual, sólida formación académica y con una trayectoria profesional exitosa”, dijo hace un tiempo Fayt sobre Lorenzetti. Y remató: “Hasta podría ser un excelente presidente de la Nación”.

Como sujeto histórico, Fayt sabe que quienes lo sucederán serán los encargados  de distribuir el lugar que ocuparán las tradiciones en el espacio intersubjetivo, y a ellos se dirige.

El mensaje de Fayt contra el viejismo no tiene como destinatario político sólo al kirchnerismo y a La Cámpora, también el macrismo es especialmente viejista. Sobre ese tema continuamos en la contratapa de mañana.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 09/05/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Gritos... De Alguna Manera...

Gritos...

SÍMBOLOS de una época de altisonancia desmedida. Foto: Cedoc Perfil

Nunca duda. Sabe de todo. Y no sólo sobre corrupción. Como si contara con el equivalente argentino de la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU., que graba las conversaciones de todo el mundo, tiene siempre la precisa y sabe lo que nadie sabe. Tanto sea sobre la Ley de Medios, el narcotráfico, el Código Civil o los presos que se escapan de las cárceles por una interna del PJ. Y todo tiene siempre una explicación unívoca. Una sola causa, un solo efecto. Siempre es por un intercambio, un toma y daca. Que pueden llegar a ser tan triviales como que la Corte Suprema de Justicia decida el fallo más controvertido de la última década para que su presidente cobre los derechos de autor de un libro comentando el nuevo Código Civil.

Es una perspectiva sencilla e ideal para mantener la atención de la audiencia más masiva de los programas periodísticos. El continuo “escándalo de la verdad robada” es una forma económica de alcanzar siempre visibilidad. No es su responsabilidad, los medios también tenemos la nuestra porque si el Código Civil es bueno o es malo no es el tema. El tema es sólo que el kirchnerismo es malo. Entonces, si el Gobierno le introdujo cambios que le pidió la Iglesia, se lo critica porque al final presentará un código lavado. Si luego el Gobierno no cedió a las presiones de la Iglesia, se aprobará un código estatista que nos transformará en Venezuela.

Da un poco de vergüenza ajena ver que ahora todo lo que hace la Corte está mal, salvo Fayt que, como fue el único que votó en contra del Gobierno en la Ley de Medios, además de ser un jurista emérito hasta fue el único que alertó sobre el problema del narcotráfico.

Que periodistas y medios cometan el error de creer que la información es de su propiedad y no del público (no darle micrófono a Lorenzetti no fue exclusivo de Lanata o Longobardi, sino de todas las decenas de programas de radio y TV del Grupo Clarín), o que enojados con el Gobierno sólo puedan distinguir lo negativo, es un triunfo de la cultura antagonista que expandió el kirchnerismo.

Simplificando, se podría decir que hay dos tradiciones políticas: la del conflicto versus la del contrato. En otras palabras: la de la contradicción versus la del acuerdo, o la decisionista versus la democrática. Vale recordar que no sólo el kirchnerismo cree que la política es antagonismo, contradicción, conflicto y decisionismo.

Por el contrario, la democracia requiere consensualismo, algo para lo que no estaba preparada nuestra sociedad en 2003 tras la explosión violenta de nuestra decadencia económica, cuando incapaces de confesar cualquier impotencia se pasó al contraataque convirtiendo miedo en actitud desafiante e ignorancia en certeza.

Tras el fin de la Segunda Guerra, al psiquiatra y neurólogo alemán Ernst Kretschmer le tocó reorganizar y presidir la c. No debe de ser casual que habiendo vivido la locura social alemana de la primera mitad del siglo pasado haya escrito en uno de sus libros que “si la temperatura espiritual de una época es equilibrada y el organismo social está sano, entonces los anormales pululan impotentes y débiles en sus efectos en medio de la masa de las personas sanas. Pero si en alguna parte aparece un punto herido, si la atmósfera es demasiado agobiante o tensa, si algo va mal o es frágil, entonces los bacilos se hacen enseguida virulentos, capaces de atacar, penetran en todas partes y producen inflamación y fermentación en toda la masa sana del pueblo… Los grandes fanáticos, los profetas y exaltados, al igual que los pequeños granujas y los delincuentes, están siempre allí; el aire está lleno de ellos. Pero tan sólo cuando el espíritu de una época tiene fiebre ellos son capaces de provocar guerras, revoluciones y movimientos espirituales de masas. Podríamos afirmar con razón: los psicópatas existen siempre. Pero tan sólo cuando el tiempo es fresco dictaminamos sobre ellos; cuando los tiempos son calientes, esa gente nos domina”.

Discutible como casi toda tesis de psicología social, pero, sin duda, en la Argentina de la última década las personalidades que expresaban sus emociones con una intensidad anormal encontraron mayor eco que en otras épocas.

Y es probable que cansados de tantos gritos la Argentina de la próxima década se oriente a premiar mejor a líderes más racionales o menos conflictivos. Tanto los candidatos provenientes del peronismo, como Scioli o Massa, como los del panradicalismo, como Sanz, Cobos o Binner, tienen por característica la moderación y la disposición a las concesiones recíprocas que hacen posible la democracia. Y se alejan del modelo kirchnerista de desprecio y agresividad hacia quienes discrepan con ellos. Son personas que no experimentan la política con perfeccionismo obsesivo, cuyo fracaso tantas veces conduce a la paranoia. Aun en una estructura dogmática, como el Vaticano, el papa Francisco puede dar ejemplo de quien acepta otras convicciones a las suyas y no cree ser dueño de verdades absolutas.

Hasta la propia Cristina Kirchner subió su aprobación en las encuestas cuando se mostró menos beligerante, ya sea por aquellos reportajes más amistosos previos a su operación como por su período de convalecencia.
Las heridas postraumáticas del derrumbe de 2002 todavía no han cicatrizado totalmente, como lo demuestra la problemática de la inseguridad y la propia economía actual que genera turbulencias que precisarán encontrar solución futura. Pero sería lógico esperar que en 2015 nuestra sociedad elija conductores que tengan menos exacerbado el carácter mesiánico, que no se sientan amenazados por quienes discrepan con sus ideas ni tampoco crean que ellas poseen en exclusividad el patrimonio de la verdad y deben ser defendidas cueste lo que cueste.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 16/11/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 

martes, 5 de noviembre de 2013

Entrevista a Ricardo Lorenzetti... De Alguna Manera...


"Con la Presidenta no hablé de la Ley"...


En una entrevista exclusiva con Jorge Fontevecchia, el presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación reconoció que estuvo con Cristina hace dos meses.

El reportaje completo


"Hasta hace una semana, esta era la Corte que le ponía límites al Gobierno, ahora parece que no", declaró.

© Publicado el martes 05/11/2013 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

martes, 9 de julio de 2013

Lará-lará-lará… De Alguna Manera...


Lará-lará-lará…

Las imágenes que derramaba la televisión al anochecer del miércoles eran fantasmagóricas. Unos treinta mochileros se habían apoderado de Plaza Constitución. Lanzaban piedras. Encendían fogatas. Zamarreaban las persianas metálicas de los negocios usando como arietes materiales tomados de las obras en curso en el lugar. 

Fueron y vinieron, descerrajando todo tipo de ataques contra el lugar. La noche, los chorros de agua de los hidrantes de la impotente y replegada policía, la luz amarilla rojiza de los fuegos, todo proyectaba una deprimente banalización. En la Argentina, la destrucción de los bienes públicos y privados no suscita hoy una intervención inmediata de las fuerzas de seguridad, que finalmente aparecieron, pero con cincuenta minutos de demora, cuando el lugar era zona devastada.

¿Pasajeros furiosos por el paro salvaje del pequeño sindicato de los privilegiados conductores de locomotoras? Las dos docenas de facinerosos eran de la misma calaña de agresores que en otras oportunidades han aparecido en situaciones de ira pública, para atacar, incendiar, romper y violar.

Quebrachos o servicios, lo mismo da. Son inconfundibles: gorra, jeans, zapatillas, gruesas mochilas cargadas de piedras. También bidones con nafta, propicios para incendiar todo en minutos.

En babia no sólo ella, como lo admitió la propia presidenta (la columna de Ricardo Roa el jueves es, en este sentido, memorable: http://www.clarin.com/opinion/mundo-visto-tuit_0_949705025.html), sino una sociedad para la que es normal lo anormal y tolerable lo inaceptable.

Esta huelga fue un chantaje de la peor especie, pero el Gobierno no puede castigarla con mínima autoridad moral, porque propició, o toleró sin mosquearse, los mismos métodos del sindicato del subte, que paralizó el servicio durante diez días en agosto de 2012. El ministro Florencio Randazzo quejándose del paro salvaje de esta semana tiene tanta autoridad moral como la ex kirchnerista Vilma Ibarra denunciando nada menos que en La Nación que el grupo gobernante al que ella sostuvo durante años se dedica “ahora” a acumular poder.

En la Argentina prevalecen las acciones y los hechos, se impone lo consumado, dogma dominante que derrama de arriba hacia abajo, sin parar. La Presidenta quiso tumbar el monumento a Colón y se salió con la suya. Quiso convertir la participación argentina en la Bienal de Venecia en un cambalache, y lo consiguió, con la ayuda, consciente o no, de la autora de la instalación. El ir por todo se aplica a un vasto rango de objetivos. Para el sí como para el no, domina el monárquico capricho. Tamaña épica de discrecionalidad anula toda pretensión de una política de Estado. Hay chantajes que convienen y otros “irracionales”; no hay gobierno de la ley uniforme y parejo. 

Este desorden emocional evidente se pone de manifiesto en las cada vez más disparatadas catilinarias presidenciales por Twitter y en el patoterismo sobreactuado y ominoso de Guillermo Moreno. Entre mohínes y zarpazos ajenos a la normalidad institucional, Moreno insulta a los gritos a periodistas en un cóctel diplomático y clausura supermercados, Ricardo Echegaray amenaza a Ricardo Lorenzetti, y para Cristina es risueña y válida la inolvidable máxima del progenitor serial Maradona (la-tenés-adentro), aunque ella la encubre tibiamente con un ridículo lará-lará-lará. ¿Episodio de proyecciones o cotilleo de entrecasa? Temperatura y marca de un tiempo, son escenas de la vida nacional que encarnan un país primitivo.

Es mentira que estos mecanismos vulgares y odiosos sean lo único o lo más relevante que destile la Argentina. Naturalmente, hay otro país, resignado y refugiado en el pudor y en una curiosa pasividad mística. El conventillo patotero que se ha instalado en el núcleo dirigente es explosivo. Aloja, con su intemperancia gruesa y chabacana, uno de los rostros de la Argentina, el más vulgar, grosero y autoritario, también el más violento. Pero no el único, ni el de más futuro.

No tiene ponderación electoral explícita, pero es una hipótesis atendible que muchos argentinos sienten una necesidad acuciante de retorno al imperio de la ley. Las huelgas salvajes se despliegan con impunidad total, la misma impunidad promulgada desde la cúspide del poder del Estado al sacralizar, con la ley de perdón fiscal votada por la mayoría legislativa en implacable obediencia debida, las ilegalidades del pasado. Como no hay ley que valga, ya no hay ley para nadie. Las canonjías de las mafias sindicales son un artefacto más del sistema de feudos coexistentes. El Gobierno tiene las manos poco limpias para condenar la irracionalidad gremial, pero sindicatos como La Fraternidad se han convertido en sociedades anónimas con fines de preservación de sus privilegios.

La Argentina no consigue o tal vez no quiere cuestionar un sistema ventajista implantado mediante el uso desvergonzado del apriete y el chantaje más rústicos. Sigue siendo impensable hablar de servicios esenciales y coberturas garantizadas en categorías de vital proyección social (seguridad, transporte, salud). Hasta las fuerzas opositoras se escabullen de estos reclamos, aterrorizados varios de sus referentes de ser llamados antipopulares o neoliberales. Esos prejuicios no los tiene el oficialismo, con su relativismo moral ilimitado. El núcleo gobernante se pliega, empalagosamente obsecuente, a las demandas incesantes de la insufrible arrogancia presidencial, caldeada más que nunca por esa tuitorrea asombrosa en la que se expresa y con la que se regocija la primera mandataria.

© Escrito por Pepe Eliaschev el domingo 07/07/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.