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domingo, 10 de junio de 2018

"Es antidemocrático invocar a la patria para querer destruir al que piensa distinto"… @dealgunamanera...

Norma Morandini: "Es antidemocrático invocar a la patria para querer destruir al que piensa distinto"…


La periodista y ex senadora habló con Infobae sobre la necesidad del diálogo político en nuestro país, el ejemplo del acuerdo de paz en Colombia y critica el "patrullaje ideológico" en las redes sociales

© Escrito por Luis Novaresio el domingo 10/06/2018 y publicado en el Diario Digital Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Jamás ha perdido su cadencia cordobesa y su parsimonia para hablar. Desde que deslumbró a la Argentina denunciando las atrocidades en la última dictadura firmando en la mítica revista española Cambio 16, Norma Morandini se instaló en el lugar de la reflexión.  Piensa, comparte, usa siempre el "me parece" o el "quizá sería bueno reflexionar". Dice que le gusta provocar con sus ideas para escuchar al otro. Y eso, hoy, la transforma en una rara avis en el debate de la cosa pública.

Rechaza el concepto de patria, en peligro para muchos, por antidemocrático. "Impresiona mucho que entrando en la cuarta década democrática vuelven a sonar palabras que son antidemocráticas como 'patria'. La patria tiene una connotación no democrática precisamente, siempre me llama la atención que los que invocan la patria son los que quieren terminar con el compatriota, ¿no?", le dice a Infobae. Compara nuestra ausencia de debate con el gran diálogo de Colombia que permitió la firma de acuerdos de paz y convoca a mirar a esa nación latinoamericana.

En esta entrevista en los estudios de Infobae, la ex senadora y actual Directora del Observatorio de Derechos Humanos del Senado habla de la coyuntura política, la intolerancia en las redes sociales, y explica por qué el debate sobre la despenalización del aborto es "un gran avance democrático".

— ¿Cómo estás viviendo este momento a la hora del diálogo, el encuentro, la posibilidad de pensar el país a futuro?
— Bueno, me impresiona mucho que entrando en la cuarta década democrática vuelven a sonar palabras que son antidemocráticas como "patria". La patria tiene una connotación no democrática precisamente, siempre me llama la atención que los que invocan la patria son los que quieren terminar con el compatriota, ¿no? "Éste es compatriota, éste otro no". Entonces me parece que hay mucho ruido en el discurso público. Me parece que estamos perdiendo la oportunidad de otro tipo de debates. Decir "bueno, ¿quién genera riqueza en un país? ¿Cómo vamos a generar riquezas para salir?". Que todo el mundo habla de la macroeconomía y yo provoco y digo, ¿quién vive en la macroeconomía? Entonces tenemos números, números, números, y esa es la deshumanización. Porque detrás de un número hay una persona. Y cómo si uno no ve la persona va a poder identificarse con esa persona, ¿no? Eso me impresiona, que estamos como lastimados. Y me sigo preguntando qué tiene herida el alma de este país para que tengamos tanto enojo, para que nos haya aparecido lo peor, para que la deliberación pública no pueda ser respetuosa. Y no para ser unánimes, porque la riqueza de la democracia es que seamos plurales. Es decir, una democracia de un solo color político es antidemocrática hasta por definición.

— ¿Y encontraste algún perfil de respuesta a qué es lo que tenemos herido como patria para hacer aflorar lo peor de nosotros?
— Yo creo que estamos teniendo conciencia, ¿no? Te confieso que yo siempre me he sentido un poco ridícula porque hablaba de paz, de amor, que no son palabras del decir público y del decir político. Sí lo son en la autoayuda, en la neurociencia. Es decir, es como una esquizofrenia, todo lo que nos sirve en la vida personal no lo llevamos a la vida pública, a la vida con el otro. Me parece que todos sentimos lo mismo pero tenemos miedo de decir porque hay mucho patrullaje ideológico. Entonces me llama la atención la gente que escribe, que habla, que aparece en televisión, académicos, periodistas, siempre te dicen "uy, por esto me matan". Y yo digo, ¿quién te mata?. Es decir qué nos mata hoy. Y nos mata ese ojo de juicio fuerte, de descalificación en las redes, del insulto anónimo. Entonces ahí yo provoco y digo, el que es anónimo, ¿es un ciudadano? La libertad de expresión es un valor que hay que defender por sobre todo, pero ya me parece que estamos en la hora de empezar a hablar del límite de esa libertad que es la responsabilidad. No la censura, no el control, pero sí la responsabilidad.
Entonces me parece que eso hay que construirlo en la deliberación pública. Empezar a hablar de cosas de las que no hablamos. Es decir, cómo nos duele a todos ser ofendidos. Por qué la plaza pública está llena de dolor. Yo siempre digo: siempre son las madres en duelo las que ponen, es el dolor, es el sufrimiento lo que ha ido tomando conciencia de derecho para trabajar sobre eso. Ni Una Menos, es decir el sacrificio de mujeres que son golpeadas a manos de aquellos que dicen amarlas. Para no hablar de las madres en duelo porque pierden a sus hijos. Entonces me parece que ya está en la hora de una construcción alegre, democrática.

—Me gustó mucho eso que dijiste al principio, "y amorosa". Porque la ira es muy vendedora en la televisión. Un discurso amoroso sería menospreciado como poco vendedor.
— Nos parece eso. Yo como navego a dos aguas en los medios hace ya mucho tiempo siempre me decían "Norma, ¿a quién le interesa?". Y yo digo  cuidado, que entre el interés y la importancia la función del periodista es elegir lo que importa. Porque si nosotros dos gritamos, nos peleamos, nos insultamos por supuesto que vamos a estar en todas las pantallas y la gente se va a parar a mirar qué pasó con estos dos que se insultan, se pelean y demás. Eso interesa porque llama la atención. Ahora, alguien nos tiene que decir, "muchachos eso no importa, ustedes tienen una función pública, tienen responsabilidad con formar la opinión pública", porque esa es la fortaleza de la democracia.
Entonces en la medida que no tomamos conciencia de que tenemos un plus por el privilegio de hablar por los otros vamos a seguir con el minuto a minuto, que nos miren, pero sin contribuir a que el que mira entienda qué importa y qué no importa.

— Leía ayer una nota tuya en el diario La Nación donde vos ponías al diálogo, y en el caso particular de Colombia, como un ejemplo de una salida dialogada y de respeto. 
— He seguido mucho el proceso de paz. Estuve en la firma de los acuerdos. Quedé fascinada de lo que veía en la televisión durante una semana, sobre todo en los canales públicos, y eran todos mensajes amorosos, todos mensajes de paz, todos videítos de construcción, de reconocimiento al otro. Después, por suerte, conocí a una periodista que se llama María Alejandra Villamizar, que es como periodista conoció todo el proceso de la guerrilla, como joven periodista tenía naturalizadas las bombas, los secuestros, las muertes y todo lo que es el horror de la guerra. Y eso la fue increpando en el sentido de "bueno, ¿cómo salimos de esto? ¿Cómo dejamos de ver como destino histórico la violencia?" Y el presidente Santos le encomendó diseñar un programa, que por supuesto tuvo el auspicio de Naciones Unidas, de Suecia, de Noruega, y han armado algo tan interesante que se llama la conversación más grande del mundo. Es empezar a conversar, es invitar a todos a la gran mesa de la conversación. De manera digital, de manera un día en esta redacción se conversa, en este sindicato se conversa, con decálogos, es decir, "bueno, escuche, no juzgue, sea honesto". Que parecen cosas tontas pero realmente como una autoayuda colectiva, ¿no? 

El presidente colombiano Juan Manuel Santos recibiendo el Premio Nobel de la Paz por impulsar el acuerdo de paz con las FARC (AFP)

Entonces siempre me pregunto cómo puede ser que, entrando en la cuarta década democrática, nuestras palabras estén tan contaminadas. Con guerra, con confrontación, con descalificación. Cómo hablamos de las personas y no de los temas. Cómo, yo digo hablemos de los males, no de los malos. Tengo nuera española y ella siempre dice, "solo di palabras dulces, no vaya a ser que te las tengas que tragar."
Entonces son pequeños y grandes comportamientos que nos hacen sentir mejor. Yo soy de una generación que tenía la piedra en la mano. Hasta hace, por lo menos entrada la década de los 90, yo era "en contra", criticaba como periodista, y me doy cuenta que cuando hice el cambio de trabajar "a favor de", vivo mejor, soy más productiva. Es decir puedo ayudar más. Y yo creo que esto que me pasa a mí nos pasa a todos. Cuando uno cierra el corazón y empieza a desconfiar, que es lo que nos ha dejado el autoritarismo, "qué quiere, qué viene a buscar, qué hay atrás", yo creo que impide esto que estamos intentando hacer que me escuchas y que te detonará preguntas, sentimientos, emociones, pero seguramente no me vas a pegar un palo ahora estando en desacuerdo.

— Lo que siento es que para que haya, como vos planteabas, en Colombia, la posibilidad del diálogo es el reconocimiento de no ser el dueño de toda la verdad. O sea, el diálogo supone tengo ganas de escucharla a Norma porque muy probablemente voy a aprender algo, voy a desaprender algo mío. ¿Te parece que hay marco en este momento en la política argentina como para un diálogo de ese tenor?
— Bueno, el debate por la despenalización ha sido un gran avance democrático, no importan los resultados. Creo que se haya podido debatir, ha habido poca chicana, algunas, pero personas que en otras situaciones no se sentaban a dialogar me parece que han encontrado un espacio de diálogo. Y si pudiéramos trabajar con todo en el mismo sentido… El tema de la pobreza, por ejemplo. Cuando hace 24 años atrás empezó la primera Marcha Federal, yo fui simpática a ese peregrinar, porque veía dirigentes honestos, porque me parecía que estaban contrapuestos a lo que veíamos como los gordos, a la burocracia sindical, y sobre todo porque empezaba a aparecer algo que no teníamos en nuestro país que era la pobreza. Nos increpaban esos niños en la calle, lo que fueron los años 90 cuando empezamos a ver indicios de lo que hoy padecemos. Ahora, si 24 años seguís haciendo lo mismo, te uniste a los que eran diferentes a vos y la pobreza creció, fracasamos todos. Y si fracasamos todos, ¿no será que tenemos que estar todos juntos a ver cómo hacemos para que en nuestro país no haya 3 de cada 10 personas en la pobreza? Es decir, no se trata de estar acuerdo sino saber cómo podemos encarar temas de los que decimos estar preocupados, afectados. Hablamos de pobreza, hablamos de economía. Pero, ¿cómo? ¿Conversamos o hablamos?

— ¿Te parece que la experiencia colombiana de este diálogo, de esta gran conversación, podría ser aplicada en la Argentina?
— Sí, sí. Por supuesto que uno dice "bueno, no es la guerra como ellos la han tenido". No es una negociación con guerrilleros que tienen que dejar las armas, que tienen que ingresar en la vida política, una sociedad que todavía tiene mucho miedo… La prueba ha sido el plebiscito que se opuso a la paz. Bueno, pero es un proceso que ellos han iniciado.
Sin embargo nosotros, que estamos alejados del tiempo de la violencia, me parece que tenemos muy contaminada la forma de hablar, el discurso público, y me parece que lo que ellos han hecho es inspirador. Es decir, por qué no hacerlo. Por qué si otros países pueden reconocer a Mandela. Por qué como pasa acá la gente que más ha sufrido es la que menos grita, es la que menos odio tiene. Y yo confío que el corazón late igual, que vos hable de pobreza no te hace poner en una situación superior, o que hables de derechos humanos o de los desaparecidos. Eso no te da un status diferenciado. Puede darte autoridad de testigo, o puede lo que sea. Pero me parece que tenemos que construir esa conversación democrática.

— Me gusta mucho eso que estás diciendo porque me parece que es una gran formulación, el sufrimiento, el padecimiento de una situación, no te da ni siquiera inmunidad para decir cualquier cosa. Al menos autoridad de testigo para relatar tu experiencia y aportar, pero nada más que eso.
— Sí, eso es lo que a mí me impresionó siempre en el caso de Colombia -para no hablar de una situación extraordinaria como la de Mandela, que es una persona extraordinaria. Hago un paréntesis y te cuento que la hija de Mandela fue embajadora en la Argentina y la llevamos un día al Senado con María Eugenia Estenssoro y fue hermoso, ella dijo "yo no puedo ponerme en los zapatos de mi padre, pero puedo intentar caminar como mi padre". Entonces eso, posiblemente uno no puede ponerse en los zapatos de aquel que ha sufrido, que ha estado preso, que tiene desaparecidos, pero por qué no intentar una caminata juntos para que no haya más desaparecidos, para que no haya más violencia, para que no haya generaciones que se inmolen de buena fe como fue mi generación. Pero cuántos años después yo tengo que reconocer, ahora que se celebra el Mayo francés, "muchachos, ustedes hicieron la fiesta, nosotros pusimos los muertos".
Entonces algo tenemos que mirar hacia atrás, ver qué hicimos mal. Digo, hay muchos que dicen "¿por qué no hacen autocrítica? Hemos dejado eso en la Justicia, y por suerte la Justicia nos ha impedido… nos ha protegido de la venganza. Pero sigue este "ustedes y nosotros" y la verdad que la democracia no es unánime, no es para ser todos iguales, al contrario, para fortalecer las diferencias, pero tiene que haber respeto de las diferencias.

— Dijiste algo al comienzo que me pareció muy interesante sobre el concepto de patria. Digo, cuando hoy se menea esta idea de la patria está en peligro, ¿cómo reaccionás cuando escuchás eso?
— Lo que está en peligro es la democracia con esa concepción de patria. Porque la democracia es lo plural. Mi generación no era democrática. Yo siempre cuento que en la universidad cuando yo estudié periodismo estudiaba para hacer la revolución social, yo aprendí a ejercer el periodismo paradójicamente en el exilio, en España que empezaba su transición que sus empresas periodísticas nacieron con la democracia, que me hicieron firmar un compromiso con los valores de la democracia. Tenemos todos los derechos humanos incorporados en nuestra Constitución como jerarquía constitucional, es decir que estamos obligados a cumplirlos. Y sin embargo la palabra democracia no forma parte del discurso público. Entonces la patria es una concepción, "yo invoco mi patria, si vos no estás dentro no sos compatriota".

— Sos un apátrida, claro.
— Entonces me parece que esa concepción de poder, de porque yo tengo la sensibilidad social, porque yo invoco a los desaparecidos, que nos ha hecho tanto daño, que ha sido el tiempo pasado del gobierno anterior que hemos hablado mucho pero que todavía no hemos encarnado los derechos humanos. Porque a mí siempre me impresionaba, ¿cómo se pueden invocar los derechos humanos y no reconocer que soy tu igual? Esa es la riqueza de la filosofía de derechos humanos, su universalidad, que tenemos derechos solo por ser personas, que no son los gobernantes que van con una canastita distribuyendo derechos.

— Pensaba también que hoy parece que la construcción política, y no importa quién es más responsable, se basa en esto, en el "nosotros y ellos", en esta cosa de la aburridísima descripción de la grieta y demás, pero parece que construir política es azuzar el fantasma del otro, del que está enfrente.
— Cuando la política es exactamente lo opuesto, ¿no? Yo lo digo dramáticamente, aun cuando quiera huir del drama, yo creo que el cadáver que nos deja la Dictadura es la política. Y que no la hemos rehabilitado, porque a juzgar por la rabia que tiene la ciudadanía con los políticos, porque si no hay política, no hay democracia. La política es lo que hago con vos, la política es esa aventura que es vivir con el otro porque nacimos bajo el mismo cielo y estamos destinados a vivir en este territorio que se llama Argentina. Y de eso no podés huir. Hay un espacio de la aventura colectiva que tiene que tener reglas y por eso las reglas de la democracia me parece que es lo que hemos elegido en un país donde tenemos en nuestras espaldas históricas casi 60, cuántos años de autoritarismo. Entonces no asustarnos por no ser democráticos. ¿Cómo íbamos a ser democráticos con semejante historia, con semejante concepción de poder?
Ahora, resta que la ciudadanía sea responsable, que participe. Es decir, esto que cuando uno dice te dicen "ah, sos idealista". Bueno, pero si la democracia no tiene principios, ideales, es un pragmatismo brutal que nos ha llevado a donde estamos. Entonces la crisis, el fracaso, el atraso, como quieras llamarlo, yo creo que no hay ningún sector que pueda decir yo los llevo por acá. Hemos fracasado todos. Y si reconocemos el fracaso de un país que había estado entre los primeros lugares en el siglo pasado y hoy estamos en el lugar en el que estamos, ¿queremos salir de ahí? ¿Estamos dispuestos a salir de ahí? Si intentamos pequeñas acciones de reconocimiento. El insultar anónimamente en las redes, el opinar sin nombre y apellido, o sea sin responsabilidad ciudadana, ¿es participación? Fijate lo que ha pasado con los indignados en Turquía, en Egipto, desembocó en dictaduras, o en autoritarismos o en gobiernos autoritarios. Entonces hay tanto para debatir, tanto para intercambiar, que me parece que la conversación tiene que ir por ese lado, ¿no?

lunes, 30 de octubre de 2017

1983 - 30 de Octubre - 2017. La celebración de la Democracia... @dealgunamanera...

La celebración de la Democracia...


Tan sólo 34 años nos separan de aquel histórico 30 de octubre de 1983, cuando se desempolvaron las urnas guardadas durante más de ocho años en el Correo, donde las había apilado la dictadura que se autodenominó “Proceso de Reorganización Nacional”.

Sin embargo, con la mirada hacia atrás, la verdadera reorganización fue la que decidieron los argentinos cuando llenaron las urnas para elegir a ese abogado de Chascomús, integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, que cuando asumió como candidato del Partido Radical rechazó la autoamnistía que los militares pretendían para condicionar el advenimiento de la democracia. 

Ya como Presidente, al decretar el Juicio sumario a los comandantes de las Juntas Militares marcó la recuperación de la democracia con el signo más auspicioso: el fin de la impunidad y el mayor consenso alcanzado por la sociedad argentina, el rechazo a la violencia política. 

Recuperamos la rutina electoral y aún hoy debemos insistir con aquel rechazo a la violencia. No hay conflicto que la política no pueda resolver con el diálogo y la negociación. La violencia es la negación misma de la política. Vale recordarlo al celebrar la recuperación de la democracia.

© Escrito por Norma Morandini el lunes 30/10/2017 y publicado en https://www.facebook.com/norma.morandini



lunes, 18 de septiembre de 2017

18 de Septiembre… Nunca Más... @dealgunamanera...

18 de Septiembre… 
Néstor y Cristina Morandini

El 18 de septiembre de 1977 fueron secuestrados, presos y desaparecidos mis dos hermanos, Néstor y Cristina. Cuarenta años se interponen entre aquel domingo que partió la vida de nuestra familia. Desde entonces me debato en el dilema de si debo dar testimonio personal, familiar, íntimo, o un testimonio histórico de la que creo fue la peor tragedia contemporánea de Argentina, la que se perpetúa en el tiempo y sigue condicionando la democracia.

Hoy no tengo dudas, el pasado sólo puede ser aprendizaje, nunca venganza. Menos aún, manipulación política. La perversión de la figura del desaparecido, me temo, no termina de entenderse.

Al desaparecido nadie lo vio morir. Fue deliberadamente secuestrado para ocultar su cadáver y luego negar el crimen. Ocultamiento, secretismo y mentira, las tres lacras que la luz democrática debe erradicar como cultura política para recuperar el camino que comenzamos de la mejor manera, el juicio a las Juntas Militares y el histórico alegato del "Nunca Más", del que hoy, 18 de septiembre, también se cumplen treinta y dos años.

El mayor consenso al que llegó nuestro país cuando nadie le preguntaba al otro sobre las preferencias o pertenencias partidarias. Fue el mérito de un presidente valiente y un tribunal de jueces independientes que no especularon sobre la duración o la gobernabilidad de la democracia naciente. Sobrevivientes que vencieron su propio temor y dolor y reconstruyeron para todos la verdad sobre el terrorismo de Estado.

Y el siempre renovado respeto a esas mujeres que abandonaron el protegido lugar del hogar para lanzarse a la plaza e increpar al poder para conocer el paradero de sus hijos. Una larga peregrinación que abrir la necesidad de verdad y justicia como anhelo democrático.

Los Morandini cumplieron sus bodas de plata -veinticinco años- el 15 de marzo de 1972. Lo celebraron en familia con sus cuatro hijos: Néstor, Cristina, Norma y Lisy. 

Un 18 de septiembre también fue secuestrado Julio López, desaparecido en democracia. Una coincidencia del calendario que debiera servirnos para no banalizar el pasado y construir finalmente la república democrática que nos hemos dado como sistema de gobierno. Esto es, la división de los poderes, una justicia que investigue realmente, un Poder Ejecutivo que nos dé certezas y encare la democratización de las fuerzas de seguridad. Todo lo que no se hizo en el tiempo pasado.

A diferencia de las Fuerzas Armadas que salieron desmoralizadas de la dictadura y se subordinaron a la ley democrática, en cambio, las fuerzas de seguridad, especialmente la Policía, de purga en purga, la Gendarmería y la Prefectura no han sido entrenadas en el respeto a los derechos humanos, ni recuperaron la confianza de la ciudadanía.

Los temas pendientes de la democracia que demandan un debate responsable sin el facilismo de los slogans partidarios que ponen siempre las culpas y eluden la responsabilidad que nos corresponde a cada uno de nosotros. La desaparición de Santiago Maldonado nos pone a prueba a todos: la Justicia, que debe investigar; el Gobierno, que debe darnos certezas; y las organizaciones de derechos humanos, que no deben utilizar el pesar de una familia en la que falta uno de sus integrantes. La desaparición de una persona en democracia es intolerable.

Norma Morandini

Al recordar a mis dos hermanos desaparecidos y a mi madre de pañuelo blanco reitero mi convicción democrática para que finalmente los argentinos aprendamos a vivir en el respeto de las diferencias, con confianza en las instituciones de la Republica, sin la ira ni el odio que atentan contra la convivencia pacífica. La democracia es el único sistema que se modifica con el tiempo, legitima los conflictos y nos obliga a trabajar sobre ellos para resolverlos, en paz.




domingo, 10 de septiembre de 2017

Paciencia democrática… @dealgunamanera...

Paciencia democrática…

Paciencia democrática, por Norma Morandini Foto: Cedoc

Es la historia de una perseverancia. Conozco pocos ejemplos en los que la apariencia de un fracaso poco tiempo después se confirma un logro. Conservo, entre los papeles amarillados por el tiempo, el último número del primer diario Perfil, el que salió por tan sólo tres meses. Como nadie resiste a una fotografía propia en el diario, aquel ejemplar publicaba una reunión-debate en el Centro Cultural en la que participé. Corría 1998 y Jorge Fontevecchia se había burlado de los prejuicios de los intelectuales, el mío propio, que nos negábamos a ir a la revista Caras pero aparecíamos en la sección de sociales del diario, dedicada al quehacer intelectual.

© Escrito por Norma Morandini, periodista y escritora el domingo 10/09/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Entonces, sentí tanto su cierre como más tarde me entusiasmé con su relanzamiento, del que celebramos ahora sus doce años. La propuesta de un periódico plural en el que las columnas de opinión son su apuesta más fuerte se anticipó a su tiempo. O mejor: acompañó, con paciencia, el sinuoso camino de la democracia. Hoy, frente a la intolerancia y el fundamentalismo reconocemos que la acumulación de ira e intolerancia dogmática atentó contra una cultura de convivencia, cuyo principal sostén es precisamente el debate público de ideas, en el que las diferencias son la razón misma del pacto verbal de la democracia. Todo lo que propicia este periódico.

Como caí en la tentación de cambiar la pluma de la escritura por la tribuna de la política, mi vida legislativa coincidió con diez de los doce años del periódico Perfil. Fue la década en la que se distorsionó la misma idea democrática, violentada por una concepción de poder autoritaria que mal toleró el disenso. En ese tiempo encontré en sus páginas, en los editores del suplemento Ideas, un espacio para las que siguen siendo mis obsesiones democráticas, la educación ciudadana y una pedagogía de la paz como antídoto al pasado de terror. Al repasar todo lo que escribí en ese tiempo, nada puedo agregar para condenar el lenguaje del odio y ese contrasentido de que se invoquen los derechos humanos y se los niegue con los palos, las encerronas, los encapuchados. Desde estas páginas pude expresar mi perplejidad frente a la distorsión del lenguaje humanista de los derechos humanos, una herramienta de pacificación, utilizado para incitar a la violencia y agregar más sufrimiento al lastimado espacio público de la convivencia.

A lo largo de todos estos años, en las páginas de este periódico fuimos dando cuenta de la precariedad de nuestra democracia y el trabajoso camino de las reformas. A la par se premió “la inteligencia”, y al honrar a figuras como Robert Cox, quien desde el Buenos Aires Herald publicaba la información de los desaparecidos que se pretendía ocultar, plantó banderas sobre la función de la prensa: la denuncia en los tiempos de terror y la defensa de la libertad del decir en los tiempos democráticos, sin descuidar la lucha contra la intolerancia.

Los argentinos no podemos tener una memoria tan corta como para olvidar aquel día en el que como un karma simplificamos en dos palabras nuestro mayor compromiso político: el “nunca más” a la violencia política, al sufrimiento de tantos de nuestros compatriotas. Fue cuando instintivamente elegimos lo que nunca habíamos tenido, la democracia como el sistema en el que podemos unir la justicia social con los derechos fundamentales de la libertad, la integridad y el pluralismo.

Ignoro si deliberadamente eligieron el 11 de septiembre por su connotación educativa para el relanzamiento de Perfil. Si así fue, Perfil hizo escuela. Su permanencia será una buena prueba de que los argentinos finalmente naturalizamos las diferencias y aprendimos a trabajar pacíficamente sobre el conflicto. Desear muchos años para Perfil significa, también, el deseo de muchos años de paz democrática en Argentina.



sábado, 14 de enero de 2017

No es el Sexo… @dealgunamanera...

No es el Sexo...


Mujeres son las nuestras, las demás están de muestra”, nos cantaban los muchachos peronistas a las entonces jóvenes universitarias de los años setenta. “Las demás”, las otras, eran las burguesas o las zurdas, lo que delata el sectarismo que nos atraviesa como cultura política.

© Escrito por Norma Morandini, Directora del Observatorio de Derechos Humanos del Senado, el sábado 14/01/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Gobernaba Isabel Martínez, la viuda de Perón. Una mujer nacida de la costilla poderosa de un hombre poderoso, fiel a la tradición peronista de la participación de la mujer en la política. Los matrimonios políticos y la idea de la mujer-esposa, como intermediaria entre el líder y la masa.

Con el único consenso, la figura de Eva Perón, a la que también el peronismo interpreta según el momento político: del altar al balcón. La santa venerada por los más humildes de los tiempos de Menem a la política de los discursos de la última década, imitada en el tono de la voz, en el abrazo del renunciamiento, institucionalizada ya como ícono urbano tanto en museos como en la gigantografía del Ministerio de Acción Social que emula la del Che Guevara de La Habana.

Sin embargo, ya mucha agua corrió debajo del puente de la democratización, dinamizada por la recuperación de la libertad. Las mujeres en Argentina hicimos un largo y hermoso camino, desde el silencio en las plazas del país para demandar “verdad y justicia” hasta las bulliciosas manifestaciones para que “ni una menos” pague con su vida sus ansias de autonomía.

El silencio como forma de protesta fue reemplazado por la fuerza de las palabras porque, como escribió ese gran humanista que fue Vaclav Havel, “una sola palabra, bajo ciertas circunstancias, pronunciada por una sola persona, tiene más fuerza que un ejército. La palabra ilumina, despierta, libera”. Son las palabras y las acciones las que nos permiten incorporarnos en el mundo compartido, el del espacio público, donde mostramos lo mejor y lo peor que somos capaces de hacer.

Las mujeres en Argentina ya no necesitamos gritar porque tenemos la fuerza de los derechos, consagrados constitucionalmente. En menos de cuatro décadas, se feminizaron los claustros, la política, las empresas y la Justicia.

Se naturalizó que las mujeres podemos ser presidentas, juezas o ministras. Aun cuando no conseguimos evitar que la plaza pública siga ocupada por el llanto, hoy las nuevas madres en duelo, las víctimas de la impunidad y el desdén judicial, han democratizado generosamente su dolor para que “no nos pase” lo que ellas vivieron.

Pero sobre todo, se han incorporado a la política numerosas dirigentes autónomas, verdaderas ciudadanas, nacidas de su propia vocación pública. Ya no esposas, ya no mesías, ya no reinas sin coronas.

Simplemente ciudadanas, más parecidas a las dirigentes de las democracias desarrolladas del mundo. De modo que, a esta altura del desarrollo democrático, no vale la pena gastar energías para ocuparnos de los residuos de autoritarismo e intolerancia, y opinar sobre la opinión ajena que ha degradado el debate.

En cambio, vale observar que las mudanzas culturales, o sea los valores compartidos, son más lentos, dependen de la participación colectiva y de la circulación de nuevas ideas en el debate público. En la medida en la que las mujeres fuimos apareciendo en la vida pública, pasamos a ser vistas y escuchadas, fuimos construyendo la pluralidad que define a la democracia.

Las argentinas, también, incorporamos la idea de la igualdad en la diferencia. Ya no nos definimos por contraposición al hombre sino como su paridad. La virtud de ser iguales para profundizar la democracia. 

Frente a nuestra obstinada cultura de muerte, vamos, también, contraponiendo una cultura de vida, que no puede ser otra que una auténtica educación en derechos humanos porque la naturaleza humana se define por la dignidad. No por el sexo. Mujeres orgullosas de su condición de personas, responsables por nuestras vidas y la de los otros para eludir lo que también nos degrada: ser víctimas.




sábado, 14 de mayo de 2016

"La bella lección que nos viene del Sur".… @dealgunamanera...

La lección del Sur…


En la Argentina reducida a las cifras de la economía y las finanzas se nos invita a mirar los cien días del presidente Mauricio Macri, lo que equivale al 2% de los 4.579 días que gobernó el kirchnerismo, de los cuales, yo misma durante 3.650 días ocupé una banca en el Congreso de la Nación. De modo que, por más esfuerzo que haga para elaborar un análisis desapasionado, objetivo, sobre todo honesto, no puedo eludir el peso de esas cifras. 

© Escrito por Norma Morandini el sábado 19/03/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Aclaro: es una ironía, esa prima hermana del cinismo, ya que los números sirven para todo menos para contar las lágrimas si quisiéramos medir el pesar de todo ese tiempo en el que fui testigo de lo que no se cuantifica, la degradación democrática, corroída y corrompida por un poder personalista y una concepción totalitaria que buscó domesticar a la Justicia y canceló la deliberación legislativa.

Porque estoy entre los argentinos que temimos por la continuidad democrática, amenazada por lo que la niega, la obediencia del cuartel, el culto a la personalidad, el ocultamiento y la mentira, prefiero la coincidencia de los cien días con la rotura en Santa Cruz del glaciar Perito Moreno: en lugar de la oscuridad y la soledad de la última vez, ahora rompió a plena luz del día, entre aplausos de testigos. Un sinceramiento que como bella metáfora se puede aplicar a todo lo que vivimos en estos últimos cien días.

El rugido de una caída inevitable de lo que se veía como sólido, fuerte, y la conmoción ante un espectáculo compartido. El glaciar volverá a reconstituirse, lo que llevará un tiempo equivalente al mandato presidencial, cuatro años. Todavía estamos bajo el impacto de su rotura, la palabra correcta para nombrar la caída ya que se trata de un cuerpo sólido.

En cambio, las rupturas se dan cuando se destruyen los vínculos humanos, más difíciles de reconstruir cuando la ofensa, el insulto y la descalificación personal sustituyen la convivencia democrática. De modo que estos primeros cien días inevitablemente caen bajo la espuma y el rugido de la caída del kirchnerismo. No así sus prácticas. La impostación del relato que sirvió para sostener al gobierno de Cristina Kirchner se usa ahora para demonizar el de Mauricio Macri.

Años de confrontación cancelaron la deliberación democrática y los residuos del “relato” siguen tiñendo los análisis políticos. ¿Debe o no debe hablar de la herencia? Un debate equivocado. Si se trata de restituir la institucionalidad democrática y se respeta la capacidad de discernimiento de la ciudadanía, siempre es obligación de los gobernantes transparentar la información, lo que a la larga redundará en una sociedad madura que no se dejará engañar.

Los derechos humanos politizados para propagandizar el gobierno kirchnerista en estos tres meses se están utilizando para calificar al gobierno de Mauricio Macri de dictador. Medir el compromiso con los derechos humanos con la visita a la ESMA equivale a creer que alcanza con descolgar un cuadro de Videla. Otra banalización: la gestión de los gestos. Allí no están los muertos desaparecidos sino los fantasmas de lo que les hicieron.


Nadie conoce mejor los organismos internacionales de derechos humanos que aquellos que debimos acudir en busca de ayuda cuando imperaba el terror. Pero no se debe utilizar a los amigos extranjeros para mentir sobre un gobierno legitimado en las urnas. Es muy saludable que existan organizaciones humanitarias que velen por la dignidad y la libertad de los activistas sociales y humanitarios. Todos, no algunos.

Años de confrontación cancelaron la deliberación democrática y ofuscaron la misma idea de la democracia. Todavía entre nosotros confundimos negociación con trueque, el estadio más primitivo de la política y el consenso con la unanimidad: la gritería con debate, todos opinan sobre la opinión ajena, lo que desnuda la escasa conciencia cívica del respeto al otro y la pereza ideológica de reducir la realidad al slogan. Sin correr el riesgo de innovar en las soluciones.


Vivo estos cien días con el mismo espíritu de colaboración con el que estrené mi banca en el inicio del gobierno de Néstor Kirchner. A poco andar, descubrí la concepción de poder autoritaria. Fui una honesta opositora. No me alegra no haberme equivocado, De modo que no necesito sobreactuar mis críticas al nuevo gobierno, al que reconozco honestidad de intenciones y enormes dificultades.

Sigo creyendo que vivimos un tiempo crucial para definitivamente consolidar una cultura de convivencia y legalidad democrática, sin las urgencias de las emergencias y con la alternancia de ese bello glaciar que cada cuatro años disuelve sus témpanos en el lago Argentino para volver a empezar.


"La bella lección que nos viene del Sur".