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sábado, 13 de abril de 2013

Somos amigos, ¡por favor!... De Alguna Manera...


Somos amigos, ¡por favor!...


Fue para reírse. De hecho, me reí a carcajadas. Y también fue para preocuparse; alguna vez en la historia una cosa así pudo producir una guerra. Todos pensamos a veces algo de otros, o lo decimos, en términos como los que usó el presidente Mujica. Del mismo modo, sabemos lo que muchos piensan del presidente Mujica; más allá de que tiende a caer simpático, muy simpático, y es una persona querida sin duda, hemos oído expresiones comparables para referirse a él. Yo las he oído hasta en boca de algunos de sus compatriotas. Pero esas cosas no las dicen en público y delante de un micrófono, claro. No se dicen ciertas cosas en ciertas situaciones, y sobre todo cuando se llega a ciertas posiciones.

Pero el presidente Mujica lo dijo. No ahorró detalles ni referencias, como para que fuese imposible retractarse ni alegar equívocos. ¿Estaría enojado? Podrá tener sus razones, pero…

¿Qué cabe hacer a partir de esta situación? Se tiene la impresión de que las reglas de la diplomacia ya están desajustadas de la vida real. El mundo real, los factores reales de poder, han perdido recursos para mantener a los protocolos en su lugar y mandar debajo de la alfombra lo que conviene ocultar a la mirada de todos. Es posible que en todos los tiempos gobernantes y personas de alta posición pública hayan dicho barbaridades similares, pero las más de las veces no trascendieron. Ya no hay manera; cada vez más, todo trasciende, todo se sabe, aquí, como en la Corte de Inglaterra –las gaffes al estilo Mujica del príncipe Felipe referidas a China son memorables–, o en las grabaciones de los devaneos de Clinton en el Salón Oval, o en algunas notables expresiones de Berlusconi...

Si un presidente puede decir algo así en una situación pública –más allá del accidente de un micrófono que debería estar en off y está conectado– es que queda poco lugar para la diplomacia y el protocolo. La realidad ya es otra.

En esta realidad de hoy, el poder se parece cada vez más a la vida de la calle y se maneja cada vez más con las mismas prácticas de la gente de la calle. Y en la vida cotidiana, ¿hasta dónde confía uno en sus amigos? Sabemos que algunos amigos hablan mal de nosotros –a veces en serio, o enojados, a veces en broma, burlonamente o no tanto– cuando no los escuchamos; y a veces lo hacen para que alguien nos cuente lo que dicen. Y no pocas veces los más capaces de hacer eso resultan más confiables que los más “diplomáticos”. Las expresiones burlonas y los enojos hasta pueden ser una manera de querer. Enojarse demasiado por esas cosas puede ser un error.

Imagino que nuestra presidenta está enojada, al margen de la inevitable protesta protocolar. No la imagino tomándose esto con suficiente sentido del humor como para restarle entidad. Como sí imagino que podría haberlo hecho Néstor Kirchner. No lo sé. Ojalá que no pase a mayores. Pienso que sería un error enojarse demasiado con el presidente Mujica.

Ahora, más allá de eso, lo de los presidentes uruguayos despachándose con brulotes insólitos contra los argentinos se está pareciendo a una compulsión. ¿Qué les pasa, muchachos? Sabemos que nos quieren bastante, nosotros los queremos; sabemos que entre amigos se gastan bromas, inclusive bromas pesadas, y expresiones burlonas y duras… pero todo tiene límites. Sí, los argentinos somos más corruptos que los uruguayos –más “anómicos” decimos los sociólogos–; el presidente Batlle exageró pero pocos creen que no tenía bastante razón; pero no es esperable que esas cosas las diga alguien cuando ocupa la presidencia de un país.

Todo el mundo fuera de la Argentina piensa que los argentinos somos arrogantes, pero también que somos simpáticos y amigables; los presidentes suelen hablar de estos atributos buenos, o se quedan callados, pero no hablan de nuestra arrogancia; la gente, cotidianamente, habla de todo. Los uruguayos parecen más modestos, y también son simpáticos y amigables, da gusto estar con ellos. Los argentinos nos sentimos cómodos en el Uruguay y los uruguayos se sienten cómodos en la Argentina. El río nos une en lugar de separarnos. Y nos necesitamos mutuamente, ¡vaya si nos necesitamos!

Entonces, si somos amigos, portémonos como amigos, por favor.

© Escrito por Manuel Mora Y Araujo, Sociólogo, el domingo 07/04/2013 y publicado por del Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Fotos:







domingo, 17 de marzo de 2013

El Papa de la era estatal… De Alguna Manera...


El Papa de la era estatal…

Cuando el mundo estaba atravesando la crisis económica de la Gran Depresión, en 1931, el papa Pío XI hizo la primera mención expresa a la doctrina social de la Iglesia en la encíclica Quadragesimo Anno. Dos años después, Estados Unidos inició su New Deal, caracterizado por el crecimiento de la participación del Estado en la economía. Poco después, la doctrina social de la Iglesia nutre con sus conceptos ideológicamente al peronismo: capitalismo social, un equilibrio entre la máxima justicia social y la máxima libertad individual posibles con distribución de la renta sin violencia.

A Bergoglio le tocará el próximo martes asumir como papa en un mundo que, tras el colapso primero del comunismo y luego la crisis del neoliberalismo, se encamina hacia una segunda ola de capitalismo social con crecimiento de la participación del Estado en la economía y recetas que unen a Pío XI y Keynes, como lo refleja el gráfico que acompaña esta columna. Justo para un papa peronista como sería Francisco.

Entre los años 2001 y 2011, el peso del Estado sobre el total de la economía pasó en la Argentina del 29% al 40%, esencialmente promovido por el kirchnerismo. Pero en el liberal Estados Unidos pasó del 34% al 41%, llegando al 44% en 2009, cuando tuvieron que salir a subsidiar al sistema financiero para que no quebraran los bancos. O en Inglaterra, el país que inició la revolución neoliberal con Margaret Thatcher, el peso del Estado pasó del 37% al 45%. Lo mismo sucedió hasta con los austeros japoneses y los siempre estatistas franceses, cuya participación del Estado en la economía, medida como total del gasto público sobre el producto bruto nacional, alcanzó el récord del 56% del total.

Los motivos no son necesariamente ideológicos sino de necesidad: cuando se produce una crisis económica la inversión privada se retira, el gasto de los privados se contrae y sólo queda el Estado, con su capacidad de financiar déficit con emisión y/o con deuda para invertir. En el caso de la Argentina, la reestatización de una parte de la economía se anticipó a la de los países desarrollados simplemente porque nuestra crisis económica fue en 2002 y la de los países desarrollados en 2008, pero la respuesta fue siempre la única posible.

Al revés, en países como Brasil o China –que no sufrieron la implosión que padeció la Argentina de 2002 ni la crisis económica de los países desarrollados de 2008 sino sólo sus consecuencias derivadas– no hubo un crecimiento del peso del Estado sobre el total de la economía: en Brasil apenas aumentó 1% y en China directamente bajó.

“Es normal que el papel del Estado cambie de acuerdo con las circunstancias”, dijo el Premio Nobel de Economía de 2001, Michael Spence. En los 80, Ronald Reagan se hizo presidente de los Estados Unidos sosteniendo que “el Estado no es la solución a nuestros problemas, el Estado es el gran problema”. Incluso en los 90, Bill Clinton llegó a la presidencia diciendo: “No vamos a enfrentar nuestros desafíos con un Estado grande, la era del Estado grande se terminó”. Hoy Obama es reelecto sosteniendo que “en la nación más rica del mundo nadie que trabaje jornada completa deberá vivir por debajo de la línea de la pobreza”. Quizás por eso Obama fue tan efusivo en darle la bienvenida al nuevo papa, con la esperanza de que lo ayude a frenar a los ultracristianos del Tea Party y a convencer a Merkel de que debe ser más heterodoxa en materia económica.

Mucho cambió desde que Friedrich Hayek ganó el Premio Nobel de Economía en 1974; sostenía que los precios de los productos se regulan automáticamente y transmiten informaciones eficientes para la economía de manera mucho más poderosa que cualquier sistema basado en la planificación centralizada.

Pero ante una crisis económica como la de 2008 en los países desarrollados, quizás hasta Hayek podría haber propuesto seguir –por un rato– las ideas de Keynes sobre una mayor intervención del Estado en la economía.

En esta década se desarrolló un debate ideológico sobre el tema. En 2010, los británicos Richard Wilkinson y Kate Pickett publicaron el libro El espíritu de la igualdad: por qué razón las sociedades más igualitarias funcionan casi siempre mejor. Al año siguiente, el presidente del Instituto Regulador Financiero de Inglaterra desarmó los argumentos de Wilkinson y Pickett en su libro La economía después de la crisis: objetivos y medios. En coincidencia, el Premio Nobel de Economía de 2006, Edmund Phelps, sostuvo que “no hay evidencia de que países con sectores públicos voluminosos sean buenos en la generación de crecimiento. Si se excluye a los países escandinavos, la magia del Estado grande desaparece”.

Quizás el punto medio lo pone el progresista Premio Nobel de 1998, Amartya Sen, hijo de la religiosidad de la India, quien en su libro Desarrollo como libertad escribió que si existiera un mundo donde la economía planificada fuera tan eficaz como el mercado, eso no haría a esa opción más deseable porque el hecho de que las personas puedan elegir dónde trabajar, qué producir o qué consumir es un importante factor de libertad para los seres humanos.
El nuevo papa podrá ser un gran mediador en el dilema de siempre: cuál es el grado de libertad y de igualdad que mejora la vida de los seres humanos.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 17 de Marzo de 2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.




domingo, 27 de enero de 2013

Reportaje a José "Pepe" Nun... De Alguna Manera...



"Los aplaudidores quieren la re-re de Cristina"…

 Oposición. "En general, los veo sin proyectos, sin lograr articular una propuesta convincente para el país".

En otra entrevista de impacto de Magdalena Ruiz Guiñazú, el Secretario de Cultura de Néstor Kirchner dice que el ex presidente siempre respetó su pluralismo. Señala que el populismo es enemigo de las instituciones y advierte sobre la “corrupción de cada día”.

El doctor José Nun es politólogo, fue secretario de Cultura del presidente Néstor Kirchner de 2004 a 2009 y hace de la conversación un estimulante ejercicio. Diría que, para Nun, pensar es un verdadero placer.

—Sin embargo, doctor –argumentamos–, hoy el antagonismo político hace que el kirchnerismo considere un enemigo a quien no profesa sus mismas convicciones…
—Bueno, esto es algo característico de la historia argentina. No sé si hay muchos países en el mundo (creo que ninguno) donde la palabra “intransigente” sea considerada un mérito y que además justifica la pertenencia a un partido político. ¡Pero esto viene desde fines del siglo XIX! ¡Del unicato! ¡Se estaba a favor o se era un traidor a la patria! Y esto recorre la historia argentina. Obviamente, los golpes militares definían quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Peronismo y gorilismo. Pero este corte es bien argentino. Desde este punto de vista, no hay nostalgia que valga de períodos mucho más pacíficos y amigables. Muchas veces, los que invocan esos períodos amigables son los que, en esos períodos, estaban en posiciones dominantes. Ahora la cuestión es trabajar seriamente para que uno pueda hacer críticas a un gobierno o a la oposición y aplaudir lo que nos parece bien.

—El otro día en Mar del Plata, en el coloquio de IDEA, usted planteó algo muy interesante: si se podía o no hablar de “acuerdo opositor”. Creo recordar que le parecía imposible, ¿no?
  Nun marca precisiones:
—Yo le voy a aclarar cuál fue la idea central que, afortunadamente, prendió bien. Por eso la retomó Miguel Blanco (presidente de IDEA) en su discurso de cierre. Lo que yo dije es que no confiaba mucho en una palabra que se había usado abundantemente. Me refiero a la palabra “consenso”. Y la razón por la cual esta palabra no me despierta demasiada simpatía es porque “consenso” viene del latín y quiere decir “sentir”. Y “consenso” tiene un origen religioso: la comunidad que siente al unísono, se aman los unos a los otros y todos concurren a ese sentimiento común. En cambio, hay otra expresión (que tiene también como origen el latín) y que es la palabra “concertar”. En latín, certare quiere decir luchador, debatir, discutir. Entonces uno debate con la vehemencia que sea. Discute. Se enfrenta y llega a cierto punto de acuerdo sin renunciar a todo aquello otro que lo diferencia de la persona con la que está tratando de buscar algún avenimiento. Entonces, yo pensaba que lo que la Argentina necesita es “concertación” y no “consenso” porque, finalmente, el consenso lleva al totalitarismo.

—Explíqueme por qué…
—¿Acaso todos tenemos que pensar igual? ¿Sentir igual? Esto, finalmente, se vuelve coercitivo. Yo quiero que me dejen opinar. Dejar opinar a los otros y buscar términos de acuerdo que generalmente estén por encima de esos términos y de las rencillas más inmediatas. Desde este punto de vista yo creo que la oposición sí puede llegar a tener acuerdos y que, con el Gobierno, es también muy importante que haya concertación. Para eso, claro, el Gobierno tiene que aceptar no buscar el consenso y la oposición también tiene que aceptar procurar la concertación y no el consenso. Esta idea es muy sencilla: si uno establece una dialéctica amigo-enemigo está impidiendo la posibilidad de que existan puentes. Y creo que eso es terriblemente pernicioso. Es decir, descuento (al estar hablando con usted y apareciendo en las páginas de PERFIL) que más de uno dirá: “¡Este tipo es un enemigo del Gobierno!”. Y si yo hablo a favor del Gobierno con usted, dirán: “¡Este es un cristinista!”. ¡Pero yo no soy ni enemigo del Gobierno ni cristinista! ¡Reivindico el derecho de pensar libremente y de opinar según mi leal saber y entender!

—Pero, si no me equivoco, cuando usted fue secretario de Cultura la posición gubernamental era distinta. Como eran también distintos Néstor y Cristina…
—Lo que yo puedo decir es que, cuando fui secretario de Cultura, mi gestión fue de un pluralismo total y absolutamente respetado por el presidente Kirchner. Fue, en realidad, un doble pacto que hicimos cuando tuvo la gentileza de ofrecerme el cargo.

—¿Cómo fue exactamente ese doble pacto?
—Consistió en aumentar el presupuesto de Cultura y, por otra parte, que yo no aceptara ninguna imposición de influencias políticas ni obligación alguna de ese tipo sobre mi trabajo. Quedó entendido que yo nombraría a mis colaboradores y fue así. Doy testimonio de que durante toda la presidencia de Kirchner el Gobierno jamás, jamás trató de influir o de colocar funcionarios en la Secretaría de Cultura.

—Yo también recuerdo, doctor, que aun siendo mi posición crítica hacia el Gobierno, la Secretaría de Cultura (bajo su autoridad) auspició uno de los documentales que hicimos para Canal 13.
—También convoqué a un diálogo entre Hugo Moyano y Víctor de Gennaro, y lo moderé yo mismo. Creo que era la primera vez que, públicamente, intercambiaban opiniones. Y le digo algo más que la alegrará: uno de los planes de los que me enorgullezco ha sido el Plan Libros y Casas. Le comenté entonces al presidente Kirchner que se me había ocurrido esta idea: que cada casa que fuera entregada por el Gobierno (me refiero a las viviendas que estaba construyendo) tuviera en su interior una biblioteca. Una biblioteca con aproximadamente 18 títulos. A Kirchner le gustó inmediatamente la idea. “Hacelo”, me dijo, “pero también te pido una cosa. Y es que no dejes de poner un libro…” “¿Qué libro?”, pregunté yo. “El Nunca más”, dijo Kirchner.

—Pese a lo cual, doctor Nun, le adosaron otro prólogo al que había escrito Ernesto Sabato…
—Nosotros no. El prólogo no fue tocado. Lo que hice fue un trabajo para reducir lo voluminoso del Nunca más. Es un informe dolorosamente repetitivo y el público al que estaban destinadas las bibliotecas no era un público que iba a poder leer y digerir el informe completo. Contratamos entonces a dos periodistas que elaboraron una versión reducida manteniendo, por supuesto, todo lo esencial. Me refiero a una versión de alrededor de 150 páginas que tuvo gran éxito y gran difusión…

—Me gustaría también volver sobre algo muy interesante que usted dijo cuando afirmó que el populismo destruye las instituciones. No sé si lo interpreto, pero es cierto que el afán por “cooptar” voluntades puede ir en detrimento de los principios de cada uno…
—Por definición, el populismo se plantea como “lo otro” de la institucionalidad republicana. Pueden estar acertados o equivocados y no es algo que uno les imputa para agredirlos. Es, en cambio, algo que hace a la esencia de la concepción populista de la política. De la misma manera que el capitalismo genera desigualdades, ¡no porque sea malo sino porque así funciona! Es decir, si hay competencia en el mercado, algunos ganan y otros pierden. Bueno, de la misma manera, el populismo busca establecer una comunicación directa entre el líder y la masa. Y entonces le estorban instituciones que medien en esa relación.

—¿O que impongan ciertas reglas?
—Efectivamente. Ciertas reglas que limiten ese fluir de la palabra del líder hacia la gente. Mire, la versión más extrema (y desde mi punto de vista más criticable del populismo) es aquella en la cual una masa de gente desposeída de hecho está también privada de la palabra. Entonces, ¡esa masa heterogénea pasa a ser (entre comillas) “hablada” por el líder! Vale decir que la voz del líder se erige a sí misma en la voz del pueblo. Por eso se vuelve intocable. ¿Quién va a atreverse a censurar la voz del pueblo? Quien se atreva a censurarla será, claro, un enemigo del pueblo… Bueno, desde ese punto de vista, ¡el populismo en esta versión extrema hace que las instituciones estén de más! Pero como tienen que existir porque hay que hacer algún encuadramiento de la sociedad, deben estar totalmente sometidas a las decisiones de quien lidera. ¡Y eso se considera natural! ¡Se considera bueno y justo! Porque se parte de la premisa de que ese líder, o esa líder, desprecia la voluntad colectiva. A su vez, los medios de comunicación adictos tienen como tarea transmitir a la masa la voz que se supone que es del pueblo para que la haga propia.

—¿No le parece, doctor, que ésas serían las características de una democracia autoritaria?
—¡Yo diría que son las características más bien de una demagogia! Y que deben ser fuertemente criticadas ante todo porque, si pasamos a hablar en concreto de nuestro país, hay ciertos sectores que sostienen lo que estoy diciendo. Incluso tratan de teorizarlo. Como usted se dará cuenta, esto va de la derecha a la izquierda porque Hitler o Mussolini eran líderes populistas. Hay populismo de izquierda y de centro, y ahora tenemos un florecimiento del populismo en Europa, por ejemplo con la hija de Le Pen en Francia. Hay que oponerse a estos sectores que piensan así. Le aclaro que no creo que sea el caso de la Presidenta, pero a estos sectores que piensan así, insisto, hay que oponerles un dato muy fuerte. Y es el siguiente: la Constitución argentina establece que nuestra forma de gobierno es republicana. Y las instituciones de la República están para ser defendidas, ¡y todo aquello que entorpezca su funcionamiento o que las viole es anticonstitucional! Me parece que esto es básico. Fíjese que la Constitución de Brasil habla de Brasil como de un Estado democrático. La Constitución argentina no. Lo que dice la Constitución argentina es que nuestra forma de gobierno es representativa, republicana y federal. Y a esto tenemos que atenernos. Entonces, todo lo que afecte la institucionalidad republicana no solamente es inconstitucional, sino que hace daño a estas concertaciones que son tan importantes de generalizar para vivir en paz.

—Cuando usted recordaba, doctor, la frase de Clinton, “¡Es la economía, estúpido!”, la parafraseó y dijo: “¡Es la política, estúpido!”, y quienes la escuchamos también nos preguntamos: ¿y dónde está la oposición? ¡Para haber política tiene que haber oposición!
—Bueno, hay diversos sectores de la oposición a los que veo tratando de organizarse… Prefiero que algunos no se organicen –se ríe–, ¡pero existen! Pero, en general, los veo sin proyectos, sin lograr articular una propuesta convincente para el país. De todas maneras, en ese sentido yo abriría una puerta de esperanza. Si volvemos al año 2002, Kirchner era un desconocido para la mayor parte de los argentinos, y en la elección obtiene el 20% de los votos. Y logra su triunfo electoral gracias a Menem, que no logra consolidarse en la segunda vuelta.

—¡Mucha gente votó a Kirchner para que Menem no tuviera chance de segunda vuelta!
—Quiere decir que todavía tenía menos representatividad que el 20%... Y, sin embargo, surge como un líder poderosísimo, potente, fuerte… Yo no descarto que esto pueda volver a ocurrir. Tal vez dentro de las mismas filas del peronismo. O fuera de ellas… eso no se puede prever. ¡Pero todavía estamos muy lejos de 2015!

—¿Usted cree?
—Hay una cosa que la prensa no ha recogido y que me parece sumamente importante. Me refiero a las palabras que dijo la Presidenta en Harvard cuando le preguntaron por la re-reelección. “Para eso se necesita una reforma constitucional”, dijo ella, “y para que haya reforma constitucional…” (y éste es el punto fundamental que, me llama la atención, no fue titular en los grandes diarios) “… se requieren los dos tercios de los votos de la totalidad de los miembros de la Cámara de Diputados y del Senado”. Con esto, la Presidenta adoptó la posición constitucional absolutamente correcta, que interpreta que el artículo 30 de la Constitución se refiere a los miembros en su conjunto y no a los miembros presentes en la sesión. La interpretación maliciosa que se quiso hacer después ha generado grandes discusiones entre los constitucionalistas. Algunos pasaron a sostener que se trata de los miembros presentes. Ahora bien, cuando la Presidenta dice “se trata del total de los miembros”, coincide en esto con la doctrina constitucional más difundida y aceptada en Argentina. Ella sabe que es imposible disponer en este momento de esos dos tercios. No es posible hacer una reforma constitucional. ¿Lo será después de 2013? Nada indica que esto vaya a ser posible. Ahora, lógicamente, desde un punto de vista político yo creo que jamás le aconsejaría a la Presidenta decir, desde ahora: “Yo no voy a presentarme a una re-reelección”, porque le quedan años de gobierno y entonces se produciría el famoso síndrome del “pato rengo”. Perdería de inmediato autoridad y se desplazaría el centro de la política a una lucha por la sucesión. Entonces yo creo que la Presidenta se está moviendo muy bien desde un punto de vista político: ¡no dice ni que sí, ni que no! Esto no quiere decir que no haya sectores que defiendan rabiosamente sus posiciones porque saben que la única manera de conservarlas es con la permanencia de Cristina en la Presidencia. Pero a ella no se le puede imputar que haya entrado en este juego. Ahora, que astutamente deje transcurrir el tiempo.

—Y todo lo que la rodea tiende a eso…
—No todo. ¡Scioli no tiene ninguna gana de que la cosa sea así!

—¡Scioli no la rodea!
—Claro. Pero algunos del grupito que la rodea seguramente sí. Los aplaudidores. Los que los italianos llaman “carreristas”. Es decir, “los que hacen carrera”. Los que entran a la política para hacer carrera y en quienes, a veces, la Presidenta confía en exceso, ¡sin darse cuenta de que un “carrerista político” se acomoda con el que venga! Ese sujeto no es confiable porque considera que lo primero es su carrera…

—En ese sentido, la juventud de algunos es preocupante.
—Bueno, ¡es preocupante que haya jóvenes que sean tan “carreristas”! Estoy totalmente de acuerdo, pero es un espíritu de época también. Aunque, cuando lo señalé en el coloquio de IDEA, los diarios (por razones comprensibles) no lo levantaron. Hay un clima “de época” que trasciende ampliamente a la Argentina y que tiene como uno de sus vectores a la corrupción. Es decir, una corrupción normalizada como natural. Precisamente, hace unas tres o cuatro semanas, estando de viaje por Europa, ¡leí muy impresionado que Tony Blair cobró 1.250.000 libras por gestionar ante el Principado de Qatar una concesión para una compañía inglesa que le ganó, de este modo, a una competidora francesa! Y yo me pregunto: ¿de dónde le sale la relación con Qatar? ¡Del hecho de haber sido Primer Ministro! Bueno, también su esposa tiene una consultora que desde hace años gana mucho dinero haciendo este tipo de trabajo. El rey de España...

—Bueno, ¡el del papelón de los elefantes!
—… mucho antes, hace años, ¡se sabía que el rey de España era un gran lobbista! Y podríamos continuar con esta lista. Francamente, no creo que Bill Clinton cobre 200 mil dólares por cada conferencia porque eso sea lo que vale su conferencia. Supongo que es por lo que está haciendo detrás de su discurso. Entonces, esta naturalidad...

—Lo que usted llamó “la corrupción de cada día”…
—... algo así. Tenemos que combatirla, y hay algo importante que subrayar y que aprendí en la función pública porque no lo sabía: hay un corte entre lo que es el sector público y el sector privado, que es más marcado de lo que la gente cree. Es decir, una vez que desde su juventud se insertan ciertos personajes en el sector público, permanecen después allí. Podemos descubrirlos cometiendo errores, en actitudes sospechosas, obligarlos a renunciar. Pero en los primeros tiempos de mi gestión, ¡ingenuamente suponía que a ciertas personas no volvería a encontrarlas en el terreno político! Que se retirarían a la actividad privada. Pero no. Esas personas quedan flotando en el ámbito público. Saben aguantar porque saben, también, ¡que se van a reacomodar! Y, generalmente, en un lugar desde donde puedan hacer mucho daño. Entonces, cuando se llega a este estado de cosas, los funcionarios, aun los más probos, por razones de prudencia tienen que moverse con cuidado y fijarse a quién echan y a quién no. Estas cosas pueden afectar toda su gestión, y no es tan fácil llevar a la persona deshonesta ante la Justicia porque generalmente no se tienen los elementos suficientes para hacerlo. Además, no se la puede llevar ante la Justicia sin pasar antes por las agencias de control del Estado que, en muchos casos, van a impedirlo porque esa persona pertenece a tal o cual sector. Pero lo que sí puede hacerse es apartarla de su cargo. Y lo que le estoy diciendo es tan simple como que esa persona puede, luego, aterrizar en otro puesto y, desde allí, ¡sabotear la gestión del funcionario honesto que lo ha denunciado! En una palabra, el funcionario con experiencia intenta crearse la menor cantidad posible de enemigos. Y esto que le digo generaliza un clima de corrupción que, a veces, sorprende. Impresiona ver a ciertos personajes que están en puestos encumbrados.

—¿Y que están siempre?
—Están siempre, efectivamente.

*Publicado originalmente el 28 de octubre de 2012.

© Escrito por Magdalena R. Guiñazú el domingo 26/01/13 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.