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sábado, 5 de septiembre de 2020

La NASA Argentina… @dealgunamanera...

La NASA Argentina…


Un despegue, un satélite, una imagen tan efímera como conmovedora, pero que detrás tiene años de trabajo y una larguísima historia, de avances y retrocesos, sueños espaciales y pesadillas neoliberales.

© Escrito por Esteban Sargiotto el lunes 31/08/2020 y publicado por el Periódico Digital La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

La fecha programada era el viernes 28 de agosto, a las 20:20. A esa hora iba a despegar el satélite Saocom 1B desde el centro espacial de Cabo Cañaveral, en Estados Unidos. Horas más tarde, el mismo día viernes, se informó que debido a un lanzamiento previo que se demoró, nuestro satélite había sido reprogramado para fines de agosto. Finalmente, se abrió una ventana y el día domingo a las 20:18 hora argentina despegó el Saocom 1B. De fabricación íntegramente nacional, tendrá como misión medir la humedad del suelo utilizando un radar de microondas, en cuyo diseño contribuyó otro organismo científico: el Instituto Argentino de Radioastronomía. Entre sus tareas -todas pacíficas y de fines científicos- se encuentra la obtención de imágenes para la confección de mapas de riesgo de incendio, inundaciones o enfermedades de cultivos y el estudio de desplazamiento de glaciares, terrenos, pendientes y alturas.

Si bien solemos enterarnos de lanzamientos como este -como por ejemplo el lanzamiento del Saocom 1A, en octubre de 2018, o de los ARSAT- no es frecuente enterarse que el diseño de este satélite se realizó en 1994, hace ya 26 años, como parte de un plan estratégico. En un país donde todo cambia abruptamente cada poco tiempo, que un proyecto permanezca en pie por más de veinte años y termine realizándose es, cuanto menos, motivo de curiosidad y, por qué no, de celebración.

Tanto en ciencia como en cualquier otra disciplina, los grandes logros llevan décadas de desarrollo previo y hay que ser demasiado ingenuo para creer que un país podría poner satélites geoestacionarios en órbita en sólo 8 años de desarrollo, por más que sus científicos posean enormes capacidades y sus gobiernos destinen grandes presupuestos.

Algo similar puede decirse de los satélites fabricados por la empresa pública ARSAT: creada por ley en 2006, ya en 2014 lanzó el satélite geoestacionario ARSAT-1 y, poco después, en 2015, el ARSAT-2, ambos satélites de comunicaciones que brindan servicios de internet, telefonía y televisión.

Pero, como todo, estos sorprendentes logros tienen una razón. O, por lo menos, una explicación. Tanto en ciencia como en cualquier otra disciplina, los grandes logros llevan décadas de desarrollo previo y hay que ser demasiado ingenuo para creer que un país podría poner satélites geoestacionarios en órbita en sólo 8 años de desarrollo, por más que sus científicos posean enormes capacidades y sus gobiernos destinen grandes presupuestos.

Para entenderlo hay que hacer un poco de historia.

Nuestra NASA 


El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética puso en órbita el primer satélite de la historia, el Sputnik. Poco después, el 3 de noviembre, la perra Laika fue el primer ser vivo en orbitar la Tierra. Unos años después, el 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en llegar al espacio. Era la Guerra Fría y la carrera espacial entre los Estados Unidos y la URSS era un capítulo más de su enfrentamiento geopolítico. En ese contexto de gran interés por la navegación espacial, la Argentina no estaba exenta. 

En enero de 1961, poco antes de la llegada de Gagarin al espacio, el entonces presidente Arturo Frondizi creó la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE), dando nacimiento a la historia de la astronáutica argentina. La comisión tuvo importantes avances en la creación de cohetes de combustible sólido, un desarrollo que ya contaba con años de experiencia previa, por lo menos desde la década del 40. La CNIE avanzó, además, en el lanzamiento de cohetes de fabricación nacional y contó con un capítulo poco recordado de nuestra historia, pero de gran relevancia científica: el Proyecto BIO, que consistió en el lanzamiento de animales vivos. 

En 1967 fue lanzado desde Córdoba el ratón Belisario, que estuvo en ingravidez por 30 minutos y volvió a la tierra sano y salvo. Impulsados por ese éxito, en 1969 fue lanzado el mono Juan, para algunos el primer astronauta argentino. El mono, originario de Misiones, fue lanzado desde La Rioja y era el único tripulante del cohete Canopus II. Se encontraba dentro de una cápsula presurizada llamada Amanecer y que contaba con 20 minutos de oxígeno. Juan llevaba puesto un chaleco impermeable y varios nodos corporales, lo que permitía controlar sus signos vitales. La misión argentina ocurrió pocos meses después de la llegada del hombre a la luna, lo que significó un hito para la historia argentina ya que hasta ese momento sólo otros 3 países habían lanzado seres vivos al espacio: Estados Unidos, la Unión Soviética y Francia.

Si bien Frondizi fue derrocado, la CNIE continuó con su labor y desarrollo, lo que con los años llevó a las autoridades a plantearse dos grandes preguntas: ¿Cuándo pondrá la Argentina satélites en órbita? ¿Puede la Argentina desarrollar un lanzador orbital propio?

Todas estas inquietudes fueron escritas en un informe a cargo del vicepresidente de la CNIE, Juan José Tasso, quien proyectó que para 1977 la Argentina podría tener un lanzador y satélite nacional propio. El proyecto avanzó y fue mostrando grandes logros, tanto en el aspecto de los combustibles como del desarrollo de la tecnología para los cohetes y satélites. Pero algo cambió: con la dictadura de 1976, lo que en un principio era un programa para crear una lanzadera espacial fue reconvertido en un plan para construir un misil balístico.

Tras fuertes presiones de Estados Unidos y Gran Bretaña la historia tendría un final triste y lamentable en el gobierno de Menem: el proyecto fue disuelto y el misil fue desguazado, sus partes trasladadas a EEUU y, finalmente, destruidas.

A pesar de los obstáculos y de la cancelación de una lanzadera propia, la CONAE hizo grandes avances y elaboró un Plan Espacial Nacional, responsable del diseño del actual Saocom 1-B, puesto en órbita el pasado domingo 30 de agosto.

Como punto final, en 1991 Menem disolvió la CNIE y creó en su lugar la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), que dejó de estar en la égida de la Secretaría de Aeronáutica y pasó a depender directamente del Ejecutivo Nacional. A pesar de los obstáculos y de la cancelación de una lanzadera propia, la CONAE hizo grandes avances y elaboró un Plan Espacial Nacional, responsable del diseño del actual Saocom 1-B, puesto en órbita el pasado domingo 30 de agosto.

Hubo otro factor determinante: contra el clima de época y resistiendo los intentos de privatización del menemismo, una empresa estatal siguió de pie: el INVAP, una empresa tecnológica fundada en los años 70 y que sería central en esta historia. Si bien no fue la CONAE quien desarrolló el primer satélite argentino (el primero fue el Lusat, obra de radioaficionados, lanzado en 1991), sí fue quien desarrolló el primer satélite profesional con fines científicos. Se trata del Satélite de Aplicaciones Científicas, SAC-B. Construido precisamente por el INVAP, el 4 de noviembre de 1996 entró exitosamente en órbita, aunque por una falla del cohete no pudo realizar su misión. Se puso así una primera piedra de la etapa contemporánea: la Argentina demostraba que podía diseñar un satélite de alta complejidad. No fue en 1977 como predijo Tasso, sino 19 años después. Pero se logró.

A partir de esos primeros años de la nueva etapa nacida en los años 90, surgiría una fructífera relación de cooperación entre la CONAE y el INVAP que sería estratégica para la realidad actual, ya que el INVAP fabrica satélites no sólo con la CONAE, sino también para la compañía ARSAT, quien administra otros programas independientes de la CONAE, como el ARSAT 1 y 2. Mientras ARSAT se ha dedicado a la fabricación de satélites de telecomunicaciones, el programa espacial impulsado por la CONAE se concentra especialmente en aplicaciones científicas.

Actualidad


Con el reciente despegue el Saocom 1-B ha vuelto a la atención pública el plan espacial. En recientes declaraciones, el actual Ministro de Ciencia y Tecnología ha dado a entender que el gobierno buscará impulsar el proyecto de una lanzadera espacial propia. Con antecedente en 2007 y rebautizado como Proyecto Tronador, el plan prevé la colaboración con otra empresa pública argentina: VENG, una compañía aeroespacial que se hará cargo de brindar el servicio de lanzamiento. Para este fin, en 2014 se crearon dos centros espaciales: Centro Espacial de Punta Indio y el Centro Espacial Manuel Belgrano, ambos en la provincia de Buenos Aires. El objetivo, según se sabe, es enviar al espacio los satélites de la serie SARE, también desarrollados por la CONAE.

Estos logros son, además de argentinos, internacionales: la agencia italiana colaboró en el proyecto del Saocom y la NASA ha participado con el país en otros satélites. Además, los satélites toman información de todo el planeta, de modo que sus imágenes pueden ser vendidas a cualquier nación que esté interesada. Otro ejemplo de esta relevancia internacional fue cuando el Arsat 1 entró en órbita, lo que puso a la Argentina en el selecto grupo de 7 países (a los que hay que sumar a la Unión Europea) con esa capacidad de producción, junto con EEUU, Rusia, Israel, Japón, China e India.

Destaca además el decisivo rol de dos grandes empresas públicas: el INVAP SE, única empresa latinoamericana reconocida por la NASA para la realización de sistemas satelitales completos y Arsat, primera empresa latinoamericana que ofrece servicios de internet, televisión y transmisión de datos en todo el continente, desde Argentina hasta Canadá con satélites propio.

Este tipo de hitos hubieran sido imposibles sin un desarrollo científico de décadas y la inversión y planificación a largo plazo con la que -con interrupciones- contó el país. Destaca además el decisivo rol de dos grandes empresas públicas: el INVAP SE, única empresa latinoamericana reconocida por la NASA para la realización de sistemas satelitales completos y Arsat, primera empresa latinoamericana que ofrece servicios de internet, televisión y transmisión de datos en todo el continente, desde Argentina hasta Canadá con satélites propios, y que actualmente brinda transmisión de datos al país y también a Chile, Paraguay, Uruguay y la Antártida.

Los próximos pasos anunciados tanto por el Ministerio de Ciencia y Tecnología como de Arsat es el lanzamiento del Arsat 3 (cuyo nombre mutó a Arsat-SG1 luego de que el gobierno de Macri anunciara la cancelación del proyecto y se tuviera que cambiar de plataforma) que según anunció la compañía, está previsto para 2023.

Para esas fechas, si todo sale bien, quizás despegue desde nuestro territorio. ¿Será 2023 el año de otro hito histórico para el país?


viernes, 1 de mayo de 2020

Buen salvaje... @dealgunamanera...

Buen salvaje... 


La certeza de la incertidumbre, la decisión como necesidad. El autoritarismo como amenaza, como temor latente inscripto en el poder y la política. ¿Autoritario es el que manda? ¿Autoritarios somos todos?

© Escrito por Julián Melo (*) el jueves 30/04/2020 y publicado por La Vanguardia Digital de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Terra monótona. Días iguales. El tiempo que pasa sin pasar y no pide permiso. La mirada clavada en un horizonte que nadie sabe dónde está. La radio, la tele, el celular, todas estalactitas frágiles que rodean, todas lianas que permiten ir a ver qué está pasando sin ponerse el barbijo y caminar a distancia. Todos escapes que son, más tarde o más temprano, encierros. Son enojos y a veces mimos, son destratos y a veces cariños. Son todo lo que se puede en tiempos donde nada se sabe y entonces se sobre actúa claridad. Es un tiempo donde está muy fácil enojarse con muchos o con alguien, donde ya casi no faltan excusas válidas para tal cosa, pues el confinamiento achata no sólo curvas, achata quizás un poco la capacidad de cada uno para reaccionar. No es que éramos una sociedad bella y un virus nos envileció; es simplemente que éramos lo que somos pero sin tanta premura como para demostrarlo.

Entre la maleza de esa Terra monótona y el fragor de las lianas que nos llevan y nos traen desde múltiples estados de ánimo hay variables sencillamente inmanejables, hay un reflujo constante de afirmaciones y contra afirmaciones que, a veces, dejan mal parado hasta al más avispado. Algo en todo ello es profundamente increíble: ¿por qué cuando el agobio cotidiano del trabajo, la presión diaria por cumplir con obligaciones que ya se demostraron inútiles, por qué cuando más tiempo tenemos para pensar es que reaccionamos igual o peor que siempre? No hay excusa de apuros y obligaciones, la única obligación es quedarse en casa. Los lugares comunes son comprensibles cuando estamos corriendo de un lado para el otro todo el día: ¿por qué no tomar un rato del tiempo que hoy sobra para mirar antes de vociferar? ¿Por qué no aprovechar la monotonía del tiempo pandémico para revisar esos espacios sobre los que siempre nos posamos con comodidad y autosuficiencia?

La información, el circo de datos y opiniones están a una velocidad inaudita. Una velocidad que atrapa y expulsa a la vez, una velocidad que obliga a mirar y, en algún momento, a creer. Lo único que acolcha el desmadre mental que produce la lluvia de meteoritos informativos es construir una creencia. Sensación de muerte, de fragilidad constante, de cuidarse, de desinfectar hasta los atados de cigarrillos que empiezan a escasear. Una especie de tempestad de persecución y de necesidad de sentir que no nos va a pasar nada. Algún acolchado, algún freno hay que encontrar. Para mí, ese freno tiene casi siempre la forma de una creencia, de una certeza que no requiere demasiada explicación en orden a parar la expoliación que produce la marea endemoniada de sensaciones cruzadas. Hay que buscar un ancla y no mucho más.

No es que éramos una sociedad bella y un virus nos envileció; es simplemente que éramos lo que somos pero sin tanta premura como para demostrarlo.

Entonces fluye el juego de sensibilidades en medio de mundiales de vedettes argentinas y de canciones del Indio Solari, encuestas de millones de cosas, recomendaciones de series y películas para ver, canciones y discos para escuchar, miles y miles de fotos de gatos y de comidas caseras preparadas con fruición. Video-llamadas, clases online, Zoom para todos. Y en el costado del juego casi todo se sigue moviendo, hay política, hay decisiones, hay otros más buscando la forma de aguantar el desmadre. Ese lugar de la decisión, ese lugar tan preciado para muchos, tan lejano para otros, ese lugar de la decisión que es normalmente el objetivo más atacado desde tiempos inmemoriales; ese lugar tan hablado y redefinido por siglos, parece ser el lugar más común de nuestras reacciones, parece ser el lugar que no podemos revisar aun teniendo todo el día a disposición.

Nuestras anclas significantes allende la política, allende la decisión, son las de siempre pero para una situación que no es la de siempre, para una situación que, para muchos, hace que siempre sea ya algo que dejó de ser.

En el revuelo por momentos inclasificable de albedríos confinados aparecen, paradójicamente, patrones de argumentación. La denuncia, a veces algo vaga, a veces algo enérgica, de la violación de los derechos individuales, la potencial amenaza a la propiedad privada. Para los más intelectualmente holgazanes siempre está el ancla de Venezuela, Cuba, comunismo, zurditos y otras defecciones que ya todos conocemos. Lo cual configura, a mi gusto, algo que, a más de pintoresco, es un patamar inevitable de todo el debate público al menos y no sólo en Argentina: la relación entre derechos y excepción.

Me parece un elemento profundamente básico en la discusión que hoy profesamos aun hasta cuando recomendamos música. Y, a mi entender, es un elemento básico pues tiene una historia de conquista detrás, que no merece el destrato de la contestación chicanera y supuestamente contundente. Cada uno busca sus anclas personales en tiempos de confinamiento, el tema es que hacen falta anclas colectivas: el ancla colectiva central en Argentina, y en otros lados también, es la defensa de los derechos civiles básicos.

Es obvio que ya hasta esa mínima afirmación es polémica pero no porque lo que afirma es demasiado creativo o porque se me ocurrió algo totalmente nuevo: es polémico pues porque aun sobre lo que nos anuda como un “algo” social todos tenemos opiniones diferentes. El tema es que, justamente, esa diversidad es el bien más preciado dentro de aquello que podría ser el ancla común. Y aun así, seguimos siempre buscando un alguien extraño, exterior, a quién vanagloriar o denostar: las dos actitudes son lógicamente iguales.

Hay un temor, al menos, que es proclamado desde múltiples foros: el temor al autoritarismo. Se blanden banderas de libertad, algunas desteñidas por cierto, contra las posibles consecuencias autoritarias de un contexto pandémico. Se reclama con vehemencia la plena vigencia y el normal funcionamiento del Congreso de la Nación, y de todas las instancias de control. Se ensambla, con diverso poderío teórico argumental por supuesto, la posibilidad de una deriva política autoritaria en la maleza del COVID 19. Con resuelta sagacidad se contesta, desde las antípodas, ¿y cuánto sesionó el Congreso en 2019? ¿Y cuántos decretos de Macri se revisaron sin pandemia? Y la deuda, y el cierre de pymes, y el desempleo y el hambre.

Ad infinitum el juego chicanero asume su lugar en el debate público, entretiene y deja ir. El problema, para mí, es que eso deja justamente demasiado lugar para ir a la exageración, la sobre actuación y, fundamentalmente, la ausencia de preguntas. Nadie se pregunta por lo que lo que pregunta pero, mucho peor, nadie se pregunta por lo que afirma pues sólo necesitamos anclas, acolchados. Es increíble que lo que tranquilice sea la afirmación y no la interrogación.


La pregunta sería o, mejor dicho, una posible pregunta sería: ¿estamos hoy ante el riesgo de un desvío autoritario del poder político? A lo cual, obviamente, cabría contra interrogar: ¿alguna vez no estamos frente a esa posibilidad? Asumamos que no necesitamos entrar en esa polémica pero atendamos al temor. Temor infundido por un líder que toma la palabra propia como “la de todos”, como alguien que habla por “nosotros”. Pensemos autoritarismo quizás como una forma de Estado que monopoliza la posibilidad del uso de la violencia física para satisfacer los deseos del Único, del dueño de la palabra de todos, del Líder.

Concibamos autoritarismo como una forma de avasallamiento de toda forma de control de las decisiones de política pública, como la eliminación de toda mediación en la construcción de esas decisiones. Avancemos todavía más, y definamos al autoritarismo como la presentación de Uno que demuele Múltiples, de Uno que sabe todo, de Uno que se presenta como salvaguardia de lo que somos como comunidad. Uno que clausura cualquier vía posible de discusión porque-ya-sabe lo que hay que hacer, que no consulta y agrede si lo consultan, Uno que se presenta por encima de cualquier interés particular porque se cree en sí mismo el interés general.

El temor al Uno es muchas veces genuino y compartido. La pregunta es: ¿estamos hoy en Argentina, en medio del horror mundial, ante ese riesgo?

Fluyen las estalactitas revoleadas por el aire. Asombra el griterío de los confinados. “Sí, Alberto se cree que me va a decir lo que puedo o no hacer”, “El Congreso está cerrado”, “Gobiernan por DNU”, “atrás de todo esto está la Cámpora y está Cristina”, “Albertítere” y demases. “Noooo, Alberto es crack, es docente”, “Alberto es el hombre, imagináte esto con Macri”, “estos caraduras lloran autoritarismo y nos pedían DNI sin flagrancia”. En el medio de ese quilombo de cruces cancelatorios alguien tiene que definir y decidir, alguien tiene que mandar.

En la Quilombificación, como supo teorizar un amigo maravilloso, alguien tiene que agarrar el timón. El punto, para no dar más vueltas: lo que confunden las sobreactuaciones es Mando con Autoritarismo. Y, tras de eso, confunden el Lugar dónde preguntar.

Cada uno busca sus anclas personales en tiempos de confinamiento, el tema es que hacen falta anclas colectivas: el ancla colectiva central en Argentina, y en otros lados también, es la defensa de los derechos civiles básicos.

Hay alguien que manda. Sí. Hay mando porque hay lazo. Hay juegos de obediencia porque hay política, hay hegemonía ensayada desde todos lados; hay política porque hay lazo, un entrecejo que funde a Distintos en algo más o menos igual. Hay política porque no importa quién manda ni quién obedece pues ambos son polos de un lazo que se construye entre múltiples. Hay política porque la pregunta central no tiene que ver con el titular del Poder sino con el proceso sociocultural (y político) que se pone en juego frente a algo que “nadie ve”. La palabra es lazo y lo que nunca se ve, ni se toca ni se ocupa es el Poder.

Hay un estigma representacional que ninguno de los que avalan o de los que despotrican puede evitar: la imagen no existe. Siempre existe el riesgo autoritario, siempre existe el riesgo de la sobreactuación. Pero alguien manda, y el mando no es ni puede ser un reflejo puro. No hay espejos en la política, hay solamente riesgos, hay lazos. Que haya mando no supone sí o sí que haya autoritarismo. Ese oscuro pasado denunciado, ese horizonte siempre negro y detestable de años de plomo, debe ser quizás reservado para momentos en los que efectivamente la Voz de Uno solo nos amenace como Ser Comunitario. Y digo ser comunitario aun a riesgo de otras críticas sobreactuadas: ser comunitario nunca es homogéneo y total, es simplemente mayoritario, siempre está en discusión. Rousseau no es uno solo, ninguno de nosotros lo es.


A todo esto, entonces, ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se presenta públicamente para explicar las bases de sus decisiones se teme autoritarismo? ¿Por qué se reduce eso a un simple cálculo electoral cuando siquiera se sabe cuántos de nosotros vamos a morir, o sea, cuántos vamos a votar? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación, que hace política y para eso se le paga, dice que descentraliza decisiones en gobiernos locales olemos autoritarismo? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se ubica en comunicación cuasi total con todo tipo de organizaciones, industriales, “del campo”, más grandes, más pequeñas, y todo eso lo consumimos en los medios todos los días auguramos autoritarismo? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se presenta diciendo que consultó una decisión con cincuenta actores distintos nos corre el frío ardor del autoritarismo por la espalda? No interesa vanagloriar la chicana tonta de que este Presidente no manda a tomar lavandina o inocularse Lysoform, mucho menos que dice que somos una raza fuerte y que el virus no nos va a hacer nada. 


Interesa, para mí, ¿por qué no aceptamos que colectivamente hay un límite que un tipo, en este caso un Presidente, sabe aceptar? De última, ¿por qué nos enojamos con un tipo que flexibiliza una cuarentena y le reclamamos “Mando” cuando ese “Mando” sí o sí nos va a parecer autoritario? Alabamos a una señora que viola el aislamiento y toma sol pero después reclamamos medidas estrictas. Y pedimos que la policía no se zarpe. Y no queremos milicos en la calle. No queremos uniformes verdes a la vista. Reclamamos mando pero cuando alguien Manda denunciamos autoridad. Reclamamos orden y cuando alguien ordena presentamos recursos de amparo. ¿De qué nos amparamos? Éticamente, es muy discutible que todo aquello que no nos gusta deba ser sí o sí tildado de autoritario. Hay miles de otras descalificaciones posibles. Ese juego retórico, por más que parezca inútil, es básico para cualquier modus convidendi.

Mezclar decisión y mando con autoritarismo de buenas a primeras es un problema más viejo que el agua. Siempre reclamamos que no nos griten, que no nos digan lo que tenemos que hacer, que no nos digan qué ropa usar según el clima. Somos erizos ante la presentación de cualquier posible sojuzgamiento. Pero reclamamos autoridad ante la angustia y le tememos a esa autoridad. Mucho más aún, cuando esa autoridad se presenta de alguna manera amistosa, se presenta decidiendo pero compartiendo esa decisión, encendemos las alarmas de la violencia. 


Corremos despavoridos a cubrirnos en el refugio de la historia para denunciar con vehemencia vanguardista los peligros del Uno Malo que decide. Eso anuda a enormes conglomerados ideológicos, los hermana. Nadie escapa al lugar común. Nadie jamás escapa a denunciar con superioridad moral cualquier forma de poder político cuando, al mismo tiempo, le reclama a ese Poder que haga “lo que yo digo”. 

Nadie jamás escapa del autoritarismo.


Nadie escapa al lugar común. Nadie jamás escapa a denunciar con superioridad moral cualquier forma de poder político cuando, al mismo tiempo, le reclama a ese Poder que haga “lo que yo digo”. Nadie jamás escapa del autoritarismo.

El problema, al final, es que siempre reclamamos que nadie nos diga violentamente qué hacer y cuando alguien hace una propuesta no violenta, y afirma que depende no de él sino de nosotros, la respuesta es lapidariamente negativa. Siempre pedimos que el Mandatario no hable por nosotros pero cuando el Mandatario dice que la responsabilidad es nuestra lo vilipendiamos. Nunca quisimos que un líder nos robe la voz pero cuando dice que su propia voz es construida por nosotros, nos enojamos. Mucho más, cuando dice que la “voz definitiva” es la “nuestra”, arrecian los vilipendios. En esa contradicción se aloja una monstruosidad bien obvia: queremos ser nosotros, siempre y cuando ese nosotros seamos cada uno. Y, si el líder no se roba ninguna voz, los argumentos tradicionalmente preparados por nuestra sana centro-izquierda y nuestra derecha de buenos modales (que son, ahí sí, lo mismo) se quedan perplejas: sólo les queda la chance de encontrar un error, cualquier error, y decir que tenían razón.


De allí, para finalizar, hay una posibilidad más que latente respecto a que mi letra sea una defensa oculta, o quizás no tanto, de la actuación del Presidente argentino. Lo cual quizás podrá albergar elogios de una parte, rechazo de otra, quizás indiferencia de la gran mayoría. Yo tengo mi opinión como cualquier otro ciudadano. Miro como cualquiera. “Yo miro vivir”. Y no necesito, como cualquiera de nosotros, permiso para defender o atacar a nadie. Miro que hay un drama fundamental que nos acosa, o quizás solo me acosa a mí y estoy exagerando: no aceptamos que algo nos puede salir bien entre muchos (si sale mal, los responsables son obvios). 


No aceptamos que quizás hay un camino común en la divergencia absoluta. No queremos liderazgo acaparador y jetón pero pedimos medidas estrictas. No aceptamos medidas estrictas y denunciamos autoritarismo. El drama, en el fondo, es que no aceptamos un nosotros, la pregunta nunca es por nosotros; el drama es que no aceptamos lo que siempre pedimos: ser parte de la decisión, ser parte de la apuesta, tener voz. No aceptamos un mesías pero pedimos salvación.

(*) Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Investigador Adjunto del CONICET (IDAES-UNSAM) y Docente en la UNSAM





miércoles, 1 de enero de 2020

La pasión de Alberto… @dealgunamanera...

La pasión de Alberto…


Para Alberto la nuestra es una democracia con “cuentas pendientes”, in progress, incompleta.  Pero en esa incompletud yace precisamente su fortaleza, porque la política democrática se funda más en preguntas que en respuestas.

© Escrito por Sol Montero el viernes 10/12/2019 y publicado por el Periódico La Vanguardia Digital de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.

El anuncio de Cristina Kirchner del 18 de mayo abrió, como por arte de magia, un proceso de transmutación del carisma: del aura de Cristina al cuerpo de Alberto, progresivamente investido de legitimidad, capacidad y virtud.

En el Frente de Todos el desafío fue hacer visible un liderazgo donde no había ninguno, y esa visibilidad, puesta en escena en más de un dispositivo comunicacional durante la campaña y la transición, posibilitó su ascenso como candidato y futuro presidente. Hay muchas estaciones en la pasión de Alberto, que hoy culminó en su asunción presidencial.

Después de la elección de octubre se desplegaron dispositivos de concordia y de discordia: la designación de un equipo de transición, el encuentro entre el presidente saliente y el electo en la Casa Rosada, una misa compartida, una conferencia de prensa con el anuncio del gabinete de ministros, los intercambios entre funcionarios entrantes y salientes, la presencia pública del Alberto-estadista en eventos internacionales, la aparición del Alberto-twittero respondiendo mensajes. Así se fue configurando el cuerpo y la voz presidencial en los últimos meses.

La democracia no es solo un régimen de procedimientos, también es un régimen de liturgias y conmemoraciones. El 10 de diciembre, día histórico para la democracia argentina, se produjo la unción definitiva, la asunción presidencial, ese ritual milimétricamente reglado, y sujeto a múltiples arreglos institucionales y conmemorativos. Todo es signo en un acto de este tipo.

Están los compromisos institucionales: el trayecto desde el domicilio particular hasta el Congreso, el juramento, el traspaso de los atributos presidenciales, el discurso del nuevo presidente, el traslado a la Casa Rosada (Alberto llegó sin chofer, conduciendo su propio auto desde su casa hasta el Congreso), la jura de los ministros, el saludo a las delegaciones extranjeras. El pasaje de la condición de civil a la de primer magistrado.

Y luego están los rituales populares: la plaza, la multitud, los carteles, el festival, la música, el sudor, la marcha peronista, la alegría, las pasiones. No hay asunción sin pasión, porque el poder, cuando es representativo, está ungido por ese engrudo místico que es la identificación afectiva.  

No hay asunción sin pasión, porque el poder, cuando es representativo, está ungido por ese engrudo místico que es la identificación afectiva.

“¿Vas a ver la asunción de Cristina el martes 10?”, escuché decir por ahí en referencia al acto de asunción del 10 de diciembre.

Porque hoy también asumió Cristina. Invocadas explícitamente durante el proceso de selección de ministros, la palabra y la autoridad de Cristina funcionan, aún en silencio y en ausencia, como una garantía, como el soporte en el que descansa la legitimidad de Alberto.

Sentada a su lado, como presidenta de la Cámara de Senadores, como compañera y como líder político-espiritual, en la ceremonia de asunción miraba su discurso de reojo, ahora también aprendiendo de Alberto. El cuerpo de Alberto y el aura de Cristina, encarnación de una nueva comunidad política.

En su discurso de asunción Alberto habló de recomponer ese cuerpo político con más y mejor democracia: pero ¿a qué fundamento apelar para llevar adelante este proyecto democrático?

En última instancia, algo tan material como una comunidad política, integrada por cuerpos (sufrientes, necesitados, emocionados), se funda en valores, en gestos intangibles: la “solidaridad en la emergencia”, la “ética de la urgencia”, las “verdades relativas”.

La recomposición comunitaria de la Argentina requerirá solidaridad y de humildad, exigirá renunciar a (parte de) los privilegios, ceder (parte de) las verdades absolutas para confluir en un pacto social que es irrealizable sin cierta disposición ética de los actores.

Esa es la paradoja de la democracia: para construir la unidad es precisa la división, la escisión entre los intereses particulares y los colectivos, la confrontación de verdades parciales en pos de una verdad superadora y contingente.


Esa sociedad democrática en construcción desde aquel 10 de diciembre de 1983 es una que todavía “nos debemos”. Para Alberto la nuestra es una democracia con “cuentas pendientes”, in progress, incompleta. Pero en esa incompletud yace precisamente su fortaleza, porque la política democrática se funda más en preguntas que en respuestas.

Las preguntas abren un campo de posibilidades, hacen estallar las certezas uniformes y permiten imaginar un futuro. La liturgia de la asunción de Alberto cerró con una pregunta, la pregunta del millón: ¿seremos capaces, como Argentina unida, de atrevernos a construir esta posible y serena utopía a la cual nos llama hoy la historia?