sábado, 20 de octubre de 2012

Mariano Ferreyra, a dos años... De Alguna Manera...


Ferreyra, a dos años...

 Mariano Ferreyra.

En el segundo aniversario de la muerte de Mariano Ferreyra, algunas reflexiones sobre una vida de militancia que fue interrumpida por la burocracia sindical.

Fue mediante un mensajito de texto. Decía: “Una patota de la Unión Ferroviaria mató a un compañero del partido. Hay heridos de bala”. Así me enteré, mientras llegaba a la revista Veintitrés –donde trabajaba–, del asesinato de Mariano Ferreyra. Me lo había enviado un amigo que había conocido durante mi tiempo de militancia el en Partido Obrero unos años atrás. Recuerdo cierta estupefacción: ¿Una patota, del sindicato, balas, muertos, heridos? Una rara confusión mientras caminaba por el pasillo. Ingresé a la redacción. Los títulos en la pantalla del televisor plasma que presidía una de sus paredes confirmaban la noticia: “Matan a militante del PO en Barracas”. De esta manera comenzaba –era una tarde de sol tibio aquel 20 de octubre de hace dos años– una jornada agobiante, tempestuosa.

La Argentina se sumió en un estado de conmoción social generalizada. Ferreyra, un militante de veintitrés años que participaba de una protesta laboral, había sido asesinado, caído su cuerpo sobre el asfalto de un barrio del sur porteño debido a las balas de plomo disparadas por la burocracia sindical. Cinco días habían pasado desde que los dirigentes gremiales liderados por Hugo Moyano sellaran su sociedad con la presidenta Cristina Fernández en un acto en el estadio de River Plate. Allí había estado la Unión Ferroviaria –luego se sabría que Cristian Favale, uno de los matadores, también había estado–. “Lo mataron porque defendían un negocio”, se dijo en la improvisada conferencia de prensa que diversas organizaciones de lucha realizaron en la intersección de Callao y Corrientes esa misma tarde. 

Tercerización, precarización, negocios, patota fueron vocablos que se conjugaban con Pedraza, Ugofe, ferrocarril para empezar a cristalizar los significados de esa muerte. Los hechos señalaban que el objetivo gremial de acallar a los manifestantes tercerizados se había cobrado una vida y dejado gravemente herida a Elsa Rodríguez, también militante del PO, que había recibido un balazo en la cabeza y se encontraba en coma. Había dos heridos de bala más. Esos eran los hechos.

A medida que pasaba la tarde, una pregunta se me aparecía, recurrente: “¿Cómo irá a tratar la prensa kirchnerista este crimen político? ¿Cómo lo hará la revista en la que trabajo?”. Había silencio. Esas primeras horas que siguieron al crimen estaban dominadas por el silencio. En las redes sociales los militantes kirchneristas, asiduos participantes, estaban callados. Esperaban un pronunciamiento oficial, algo. Recuerdo un tuit, pasadas varias horas, de uno de ellos que pedía: “Es necesario que alguien del gobierno diga algo sobre lo que pasó, esto nos hace mal a nosotros”. Había silencio. El miércoles era el día de cierre de la edición de Veintitrés. Se decidía la tapa. A pesar de la magnitud del hecho político, se mantuvo la decisión de que una entrevista a la abuela de Plaza de Mayo Chicha Mariani ocupara ese lugar. 

El crimen de Barracas obtuvo un friso en tapa que prometía explicar las razones de una “interna gremial” que se había cobrado una víctima. La operación se repetiría: basta recordar a 678 realizando proponiendo la culpabilidad de Duhalde, quien se habría reunido con Pedraza nueve días antes del homicidio. Todo era falso. Al día siguiente, como miembro de la comisión interna de Veintitrés, me reuní junto a otro delegado con Sergio Szpolski, quien nos planteó que su grupo mediático haría todo lo posible por que se alcance justicia (en ese mismo instante CN23 apostaba por la pista falsa del duhaldismo) pero que no le daría espacio ni permitiría que aparezca la voz de dirigentes del Partido Obrero, planteo que su grupo cumplió en toda la línea. La misma orden había sido bajada en Radio Nacional, donde no se permitía referirse a Ferreyra como militante, sino como “manifestante”. 

El día de su asesinato me habían encargado que realice una columna contando quién había sido Mariano Ferreyra. De ese modo tuve un primer acercamiento a su persona mediante el relato de sus compañeros, a través de su página de Facebook –que me pasó Pablo Rabey, el mismo amigo que me había enviado el mensajito de texto anunciando su muerte–. Recuerdo que al final de la columna escribía una referencia a su temprana militancia socialista que había sido cercenada por la burocracia sindical. Esas líneas desaparecieron del texto que se publicó.

A dos años del crimen la investigación sobre los acontecimientos no deja lugar a dudas: hoy, en el banquillo de los acusados de Comodoro Py, donde funciona el tribunal, se juzga a los culpables del asesinato de Ferreyra. Los miembros de la patota, los matadores, su jefe, la policía que liberó la zona y –en un hecho histórico– los autores intelectuales del ataque armado y escarmentador contra los tercerizados. 

Es cierto que faltan los empresarios y funcionarios como el ex subsecretario de Transporte Antonio Guillermo Luna, pero no está dicha la última palabra sobre esta cuestión. Cada día de sesión, los testimonios aportan datos que terminan de armar el rompecabezas que forma la imagen de la culpabilidad de los imputados. Los acusados –todos– permanecen en silencio. Un silencio que los hunde. Se juzga a los criminales, a los asesinos, pero también se juzga una forma de hacer sindicalismo. Pedraza no es una excepción en el arco sindical: es la norma. Dirigentes gremiales devenidos en empresarios que usan patotas para reprimir a los trabajadores de sus propios sindicatos abundan. 

Basta pensar en Gerardo Martínez quien, a pesar de haber sido servicio de inteligencia bajo la dictadura, se sienta a la derecha de la presidenta Cristina Fernández en cada reunión, o Andrés Rodríguez, criador de caballos de raza y sindicalista, para dar solo dos ejemplos de la CGT Balcarce, oficialista. Basta pensar en Hugo Moyano, quien vive en una mansión en Parque Leloir y rige empresas en las que extrae beneficios a los afiliados a su sindicato, Amadeo Genta, un derechista que está desde hace décadas en el gremio municipal, o el vergonzoso ruralista Gerónimo Venegas, por mencionar algunos de los ex socios del gobierno kirchnerista. Si la noción de que se juzga a toda la burocracia sindical en la figura de Pedraza se cristaliza en la clase trabajadora y el resto de la sociedad –y se concluye, entonces, con que hay que barrer con esa casta parasitaria–, se podrá pensar que el tiempo transcurrido desde el crimen no ha pasado en vano, que la justicia podría materializarse dentro y fuera del tribunal.

Una extraña emotividad me persigue desde que asesinaron, hace dos años, a Mariano Ferreyra. Quizás comenzó en ese momento, en el cementerio de Avellaneda, cuando vi a decenas de sus compañeros llorando, abrazándose, consolándose por haber perdido a uno de los suyos, porque se los habían quitado. Una rara sensibilidad que surge cuando una circunstancia se conjuga con su imagen en una pared de alguna calle porteña. O al ver los videos que su recuerdo inspiró; o al constatar la memoria, amor y convicción de su familia; o al percibir los sentidos que produce entre sus camaradas. 

Ferreyra podría haber sido cualquier otro chico que viva en este país –pero no se podría omitir que era un cuadro revolucionario, que esa era su tarea–. La última imagen de su militancia –y de su vida– lo muestra ahí, codo a codo con sus compañeros, atravesando todo el ancho de una calle en Barracas, formando un cordón de seguridad para permitir la retirada a salvo de las mujeres y los más chicos y los ancianos. Esperando allí la llegada de la patota, firme, diciéndole a un compañero que le había manifestado un poco de temor: “Tranquilo, no pasa nada”. Con su metro setenta y pico y menos de sesenta kilos de peso, flaquito como había sido siempre, dispuesto a no retroceder para evitar el ataque de la patota. Decidido.

Luego cayó.

Mariano Ferreyra fue asesinado por una burocracia sindical.

También es cierto que el olvido no se posará sobre la memoria de su vida.

© Escrito por Diego Rojas y publicado por plazademayo.com el sábado 20 de Octubre de 2012.

 
* El sábado 20 de octubre, a dos años del crimen de Barracas, se realizará una movilización a las 15 horas que partirá desde Congreso y se dirigirá hacia Plaza de Mayo reclamando “Justicia por Mariano Ferreyra. Perpetua para Pedraza. Fuera sus patotas y los empresarios del ferrocarril”.


viernes, 19 de octubre de 2012

Lógica K... De Alguna Manera...

Victorias pírricas…

Fragmento del Guernica de Pablo Picasso

Toda derrota es una pérdida –excepto por las lecciones que eventualmente la derrota deja al perdedor–, pero no toda victoria es una ganancia. Muchas grandes naciones en la historia –y posiblemente aun más muchas pequeñas– salieron de guerras victoriosas con pasivos enormes, objetivos no alcanzados y en varios aspectos peor de como entraron a ellas. Se ha dado en llamarlas “victorias pírricas”. La conclusión es que a menudo es más sabio buscar compromisos para evitar confrontaciones que, aunque sea, plantean como si fuesen el camino para obtenerlo todo, suelen terminar deparando resultados magros.

El mismo dilema es frecuente en la política. El Gobierno argentino debería tomarlo en cuenta en su cruzada “a todo o nada” contra Clarín y la prensa que no es oficialista.

La lógica del Gobierno –una lógica tantas veces vista a lo largo de la historia– es que lo que no es nombrado no sucede. Según ese punto de vista, casi todo lo feo que la gente cree que sucede es producto de que Clarín lo dice. La gente cree –entre tantas otras cosas– que hay inflación, y el Gobierno responde que es porque hay economistas que hablan de eso y algunos medios lo publican. La gente cree que hay problemas para abastecerse de dólares, y la Presidenta dice que no es así. La lucha es para acallar esas voces que estarían formando un clima de opinión negativo.

Hay dos posibles desenlaces de esta confrontación: el Gobierno vence o el Gobierno no vence. Pero aun en el caso de una victoria, es dudoso que el Gobierno salga de ella ganador. Es posible que los pasivos superen con creces a los aparentes beneficios, aun en el caso de una victoria. Aun más, es posible que si el Gobierno consigue lo que busca el 7 de diciembre, y consigue silenciar las voces que contradicen su discurso, su aprobación en la población decline más que si no encarase esa batalla. Ese es su dilema.

Es una confrontación entre el Gobierno y la sociedad antes que entre el Gobierno y los medios de prensa. El diagnóstico del Gobierno es que todo lo que la gente de la calle cree que le sucede es producto de la comunicación mediática y que si esas cosas dejan de ser dichas los problemas desaparecen. El diagnóstico de muchísima gente de la calle es que el problema consiste en que hay cosas que no andan bien y el Gobierno no habla de ellas. Es una película tantas veces vista que cuesta entender por qué se insiste con el mismo guión.

Pensar que los medios inventan los problemas y los instalan exitosamente en la agenda del público es una ingenuidad. En nuestros días, además, es contradictorio con otros datos evidentes. Es contradictorio, por ejemplo, con los votos que obtuvo la Presidenta en octubre de 2011 teniendo en contra los mismos medios. Es contradictorio con la notable recuperación en su imagen positiva después del bajón de 2009, cuando los mismos medios que hoy fustiga decían las mismas cosas que venían diciendo durante el bajón; aun más, no pocos de esos medios negaron durante un buen tiempo la recuperación de la Presidenta que las encuestas iban reflejando, pero ella y su Gobierno siguieron creciendo.

El problema hoy es que el Gobierno no habla de lo que a la gente le preocupa, no da respuestas a las preguntas que se hacen millones de personas cada día y por lo tanto se va alejando de esas personas. Tampoco la prensa afín al Gobierno dispone siempre de un discurso unificado. Un ejemplo bien actual es el tema del malestar en las fuerzas de seguridad: según qué diario “oficialista” se lea, se encuentra una versión distinta de lo que está pasando.

En resumen, es poca la gente que cree que le está yendo mal porque otros dicen que le va mal. Más bien es porque a algunos les va mal que otros empiezan a hablar de que algo no está bien. No resuelve las cosas pelear contra distintas voces en busca de una victoria que bien puede terminar siendo pírrica. En la guerra contra el discurso el Gobierno lleva las de perder, no porque eventualmente no pueda ganar la batalla silenciando voces sino porque, aun logrando todo lo que busca, puede ocurrir que salga perdidoso.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Sociólogo, Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 14 de Octubre de 2012.

jueves, 18 de octubre de 2012

Colonizar la Justicia… De Alguna Manera...


Colonizar la Justicia…

Animus domini. Dibujo: Pablo Temes.

Recusación serial. Preocupa a los magistrados la intromisión del Gobierno. Los aprietes y el peligro de un conflicto de poderes.

No hace falta frecuentar a Sigmund Freud para descubrir la manifestación del inconsciente en el chiste que circula desde hace algunas horas. Dice que hasta Antonio Gasalla renunció al jurado de ShowMatch presionado por el gobierno que empieza con K de Kirchner y termina con K de Alak. No causa gracia la consigna vengativa y setentista que se cantaba por lo bajo en Tribunales: “Cinco por uno, no va a quedar ninguno”. Se referían a los jueces independientes. Los van liquidando de a uno y los ametrallan, no con tiros como en aquella época, pero sí con el aparato propagandístico del Estado que hace de la difamación una tortura del periodismo de Estado.

Hay mucha preocupación entre los magistrados. Los que frecuentan diariamente los pasillos de la Justicia en general, pero de la federal en particular, confiesan que nunca se habían sentido tan rigurosamente vigilados y apretados como ahora desde la reinstauración de la democracia en 1983. Los servicios de inteligencia y los estudios de abogados, que diseminan la carne podrida que allí se produce, tienen amenazados a varios jueces y fiscales con carpetazos de distinto tipo. En algunos casos, vinculados a la vida íntima de los funcionarios judiciales o a las actividades y actitudes de miembros de su familia. Hugo Moyano dijo en estas horas que “la AFIP es la Gestapo K” pero en Comodoro Py creen que los espías son mucho más feroces. Se debaten entre plantarse para no dejarse aplastar y poder ejercer su función con libertad y el temor que los obliga a silbar y mirar para otro lado. El ministro Julio Alak sueña con una Justicia con la camiseta partidaria y con la multiplicación de los Oyarbides. Y trabaja incansablemente para eso. Es la continuación por otros medios del “Vamos por todo” de Cristina. Apelarán a la recusación serial si fuera necesario hasta limpiar el terreno de los temibles jueces autónomos. Y lo hacen a cara descubierta, en forma desembozada. Es tan grande la impunidad que no sienten ni culpa en interferir desde el Ejecutivo en la Justicia y en poner la situación a las puertas de un grave conflicto de poderes.

El gobierno de Cristina tuvo y tiene muchas virtudes. Por eso ganó las elecciones con algo que nadie logró en la historia: 12 millones de votos. Pero el gran drama del oficialismo es que también tiene defectos y que, además de no reconocerlos, los maquilla para exhibirlos como si fueran cualidades morales. Se construye un monopolio estatal de paraperiodismo y eso es presentado como soberanía informativa. Martín Sabbatella no cumple con su deber moral y ético de renunciar a la banca y se lo muestra como la potencia de sus convicciones. No dejan juzgado por colonizar y quieren mostrarlo como una renovación necesaria. Se asocian con los más gordos y burócratas menemistas del sindicalismo y el relato plantea que es parte de la democratización del gremialismo corrupto.

Que Cristina levante su dedito acusador en medio del sermón televisado y refriegue en la cara de la sociedad todo lo bueno que han hecho, vaya y pase. Pero que también quiera dar cátedra con lo que a todas luces son errores es perverso y genera una gran irritación social que se expresa a través de las protestas virtuales y callejeras de diversos sectores sociales. Si la idea es convencer a los ciudadanos de que no hay cepo, no hay inflación, no hay inseguridad y que la Presidenta habla con los periodistas todos los días, esas falsas virtudes se convierten en el combustible que potencia la disidencia. Mo Yan, en ese contexto, deja de ser el escritor chino flamante Premio Nobel de Literatura para comunicar lo que realmente significa ese seudónimo: “No hables”. La asignatura pendiente más cruel que va a dejar el kirchnerismo es la utilización de los valores para un lado o para el otro, según la conveniencia de los fanáticos. Es doloroso e imperdonable, en términos históricos, lo que reveló el humillante apriete que sufrió Jorge Lanata por parte de unos matones chavistas con carnet de servicios secretos.

Interrogatorios obscenos, prepotencia armada y la negación de la libertad, que es borrar contenidos periodísticos, fue reinterpretada por los esbirros locales como una provocación del periodista. Nunca se había llegado a tanto. Es una inmoralidad y una degradación de la condición humana justificar a los victimarios porque hubo “presuntamente” una provocación de la víctima. Uno se imaginó equivocadamente que esas categorías fascistas habían sido superadas. La burda creencia de que el violador es menos violador porque la violada utilizaba minifalda. Repugna descubrir el silencio del Gobierno y la complicidad de los grupos de tareas informativos que primero negaron los padecimientos de Lanata, Nico Wiñazki y sus compañeros y luego fueron capaces de celebrar la actuación de militares que “defienden el socialismo bolivariano”. ¿Qué hubieran dicho si Horacio Verbitsky hubiese sufrido el mismo maltrato en Chile o en Colombia? La responsabilidad de violar los derechos humanos de un trabajador de prensa hubiera sido de la derecha, Clarín y la CIA. Tiene razón Julio Bárbaro, el virus letal del estalinismo está vivito y coleando en la conciencia de muchos presuntos defensores del pluralismo informativo. El gran timonel, Carlos Zannini, dijo que Clarín quiere voltear al Gobierno y sabotear las políticas populares, y hay que prepararse para eso. Qué distinto pensaba Néstor Kirchner hace tan poco, en términos históricos, cuando en el último minuto de su gobierno autorizó la fusión de Multicanal y Cablevisión y disfrutó del concubinato con Héctor Magnetto. ¿Será un sentimiento de despecho hacia la novia que se fue con otro?

El pasado sólo sirve para herir al otro. Nunca para reflexionar sobre los propios comportamientos. A Julio Alak no hay juez que le venga bien. Un hombre ético como Pablo Lanusse lo acusó del delito de “amenazas coactivas”. El ministro de Justicia, en su desenfrenada lucha a favor de los pobres y oprimidos, siempre tuvo el coraje de colocarse todos los sombreros: el de Menem, el de Duhalde y por supuesto, los de Néstor y Cristina. Ahora que los 90 regresan de la mano de la Ley Antiterrorista y la de accidentes de trabajo o la negativa de Cristina a habilitar el debate por el aborto, entre otras cosas, la pregunta surge sola para Alak: ¿Siempre tuvo razón y estuvo del lado de la verdad y la justicia? ¿ O sólo en estos momentos? Si hasta Amado Boudou habla del cepo a la democracia. Pobre cepo. La reforma de 1918 instaló un himno que dice así: “Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicada por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 14 de Octubre de 2012.


No hay otro relato… De Alguna Manera...


No hay otro relato…

Contrastes. Macri con Rajoy, Cristina con Chávez.

La Presidenta se ha definido históricamente como hegeliana: la historia tiene un espíritu que busca el progreso en la continua repetición tesis, antítesis y síntesis. La Presidenta cree que el triunfo de Chávez es un triunfo también para el kirchnerismo en la Argentina. Macri coincide con ella, por eso el PRO apoyó explícitamente a Capriles alentando y esperando que el resultado de las elecciones de Venezuela fuera otro.

Pero no hace falta ser históricamente hegeliano para admitir que los ciclos tienen su espíritu de época ni para leer el triunfo de Chávez en clave internacional, sacando observaciones aplicables a los triunfos kirchneristas y la impotencia de la oposición en Argentina.

La interconexión global y regional es un dato objetivo de la realidad. No es lo mismo la Concertación de Chile, el Frente Amplio de Uruguay o el Partido de los Trabajadores de Lula que el socialismo bolivariano de Chávez o Correa, pero todos, aun con significativas diferencias de grado, definen a su opositor como la derecha, promueven planes de redistribución de la renta más agresivos y alientan una mayor intervención del Estado en la economía. Aunque no haya un Moreno, y eso lo haga pasar más inadvertido, cualquier multinacional industrial confesará que Brasil también aumentó su presión sobre los cupos de importación.

El jueves pasado, el principal asesor de Dilma Rousseff para asuntos latinoamericanos, con rango de ministro, Marco Aurelio García, dijo en nuestra Radio Nacional que el PT querría tener en Brasil los medios favorables que tiene Chávez, pero se tiene que conformar con un contexto donde todos son críticos. La profundidad y la velocidad con que se aplican las ideas difieren enormemente en función de la resistencia que se les opone. Brasil es un país más grande y más complejo, donde el poder de ningún modo podría estar tan concentrado, y donde resulta posible, por ejemplo, que la Corte Suprema de Justicia condene a prisión a diputados oficialistas y hasta a José Dirceu, la mano derecha de Lula en el PT. Pero, en esencia, las ideas son las mismas.

Ese espíritu de época no sólo habita en Latinoamérica; Obama fue electo presidente y pretende ser ahora reelecto, criticando a los ricos. O sea, aunque con mil matices, hay un solo relato en el mundo: el del reproche al capitalismo desde dentro del capitalismo.

Tiene justificación: el relato actual es el resultado del fracaso del anterior (lo mismo que el anterior de su anterior, y así sucesivamente). También muy simplificadamente: la Unión Soviética colapsó porque la socialdemocracia en Europa y el Partido Demócrata en Estados Unidos lograron, con distintas formas de Estado de bienestar, generar mejores condiciones de vida a su población que las que alcanzaban los países comunistas. Tras la caída del Muro de Berlín, el capitalismo se relajó y durante estas últimas dos décadas los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Economistas de todas las tendencias coinciden en que el problema a solucionar es el empeoramiento de la distribución de la renta. Los conservadores sostienen que dicho empeoramiento es la consecuencia de la crisis y los economistas más progresistas sostienen que es la causa misma, pero nadie duda de que es “el” problema, y hasta el FMI le pide ahora a Europa que termine con su política de ajuste continuo.

El espíritu de la época se podría sintetizar en una crítica al capitalismo financiero post Muro de Berlín, que mostró su primera grieta al estallar la burbuja bursátil de internet a comienzos de la década y terminó de hundirse con la crisis de 2008, que aún continúa. Pero no se propone el fin del mercado o sustituir la economía de oferta por otra de demanda como en la ex Unión Soviética. Sino una síntesis, que está en elaboración, de la que surgirá uno de los tantos nuevos ciclos del capitalismo.

En ese interregno casi nadie que se oponga a la marea ideológica (el espíritu de época) logrará ganar una elección y mucho menos imponer un relato alternativo. Por eso Rajoy, a nueve meses de haber sido electo, ya es un cadáver político en España, y Macri no puede más que balbucear generalidades vacías. El mismo Capriles, para conseguir hacer una buena elección, chavizó su discurso y su estética.

Lo mismo sucedió en los años 90, cuando el espíritu de época era opuesto al actual: aquel que criticara las privatizaciones, la apertura o la desregulación carecía de posibilidades de ser escuchado. Por eso Kirchner en los 90 defendía la convertibilidad y la privatización de YPF, y De la Rúa, para ganar, proponía mantener la misma economía y sus diferencias apelaban a lo simbólico y republicano pero con el mismo relato. Brasil también tuvo convertibilidad y uno a uno del dólar con la moneda local, aunque con sus clásicas diferencias en la velocidad y profundidad de los cambios: ellos entraron después y salieron antes que nosotros; además, mucho más ordenadamente que en Argentina, al igual que con sus privatizaciones.

El menemismo también fue un relato con sus culpables anteriores (el estatismo, la inflación), con su jerga (economicista), y fue posible, como todos los relatos, porque se subió al espíritu de esa época.

Chávez es el general de la antítesis de aquel relato. El primero que se opuso al Consenso de Washington. Hoy, como le dijo Cristina al felicitarlo, cosecha lo que sembró. Seguirá así hasta que surja la síntesis superadora y el espíritu de época recorra otro camino. Para eso falta que Europa concluya su crisis (¿dos años más?) y la economía mundial se recupere e inicie otro ciclo expansivo. Mientras eso no suceda, la oposición remará en dulce de leche.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicada por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 12 de Octubre de 2012.

El concepto de lo mental... De Alguna Manera...


Error categorial…

Héctor Magnetto y Gilbert Ryle. Medios, metafísica y 7D.

El libro El concepto de lo mental es un clásico de la filosofía moderna. En él se acuñó un concepto clave: el “error categorial”. Su autor, el célebre profesor de Metafísica de la Universidad de Oxford durante gran parte del siglo XX, Gilbert Ryle, bregaba por construir una “geografía lógica” que nos exorcisara de lo que él llamaba “el mito del fantasma de la máquina iniciado con Descartes”, e indirectamente de todos los mitos de fantasmas.

“Los errores categoriales teóricamente interesantes –escribió Ryle– son los cometidos por personas capaces de usar conceptos, por lo menos en situaciones que les son familiares, pero que, sin embargo, al pensar en abstracto pueden asignar dichos conceptos a tipos lógicos distintos de aquellos a los que pertenecen.”

Ernesto Laclau, otro célebre profesor, en su caso de Teoría Política, de otra universidad inglesa, la de Essex, me hizo pensar en Gilbert Ryle. Fue por el ciclo Debates y Combates, que terminó anteayer en Tecnópolis, donde Laclau asignó a la Ley de Medios el carácter de “batalla” y “absolutamente central” (ver página 14).

¿Será así?, me pregunté a mí mismo: ¿habré pasado tantos años dentro de la máquina periodística sin darme cuenta de que la habitaba el fantasma absolutamente central del país?
Para responderme, y evitar el error categorial de confundir distintos tipos lógicos, seguí el método de aceptar como cierto el argumento que se pretende rebatir y profundizarlo.

Durante los últimos años, desde el periodismo militante se realiza la misma crítica al periodismo: que durante los noventa nos llenábamos la boca diciendo que éramos independientes del poder y sacábamos pecho publicando informaciones críticas de los gobiernos pero que en realidad no éramos tan valientes como parecíamos porque el poder no estaba en los gobiernos o en el Estado sino que el verdadero poder eran los dueños del dinero, y que con ésos no nos metíamos.

Que a la Corpo, las corporaciones en su conjunto, todas dominadas por ese señor Don Dinero, no la tocábamos porque eran nuestros empleadores y nos podían echar, en el caso de los periodistas, o eran los dueños de las empresas que ponían avisos que sostenían a los medios, en el caso de los editores. En síntesis, que el poder era de los empresarios, “los dueños de la Argentina”.

Pero esa lógica la destruyó el propio kirchnerismo con su éxito disciplinador porque ya no queda ningún empresario que se anime a levantar mínimamente la voz. Paolo Rocca tuvo que disculparse por carta con la Presidenta por una modestísima crítica a ciertas inconsistencias macroeconómicas. Y Alfredo Coto, después de haber sido el primer empresario públicamente atacado por Néstor Kirchner en 2006 por decir que la inflación del año siguiente iba a ser del 14% (veníamos del 6%), en el reportaje que publicó este diario hace un mes dijo que prefiere una inflación mayor al 20% a una recesión, y que la inflación actual tiene una tendencia a la baja. ¿Qué empresario se anima a levantar la voz con algo que contradiga la economía oficial? Evidentemente, el verdadero poder no está en los empresarios argentinos porque si así fuera no serían tan timoratos ni a veces hasta obsecuentes.

O sea, poder y dinero son tipos lógicos familiares pero no idénticos en la Argentina actual. Y aun concediendo que antes podría haber sido diferente, si gracias al kirchnerismo el Estado y el Gobierno recuperaron el dominio, dado que el periodismo tiene que ser crítico del poder, entonces, nuevamente, el buen periodismo, para cumplir su papel de crítico del poder, debe volver a ser el crítico de cada gobierno, incluyendo éste.

Otro error categorial, que el éxito del kirchnerismo viene a evidenciar, es que empresas y medios tampoco son el mismo tipo lógico. Los medios son empresas pero no son sólo eso. Si fueran lo mismo, alguno de los empresarios amigos del Gobierno que compraron o crearon medios habría alcanzado éxito de audiencia, más aún contando con los gigantescos recursos materiales e inmateriales del Estado, los que crean una barrera para los medios críticos que debería aumentar las ventajas de los medios oficialistas generando un círculo virtuoso. Pero eso no se produce.

Otra luz que el kirchnerismo con su éxito aportó fue sobre el mito “medio=sólo intereses comerciales”, y surge de observar que ningún empresario se atreve a mostrarse en conflicto con el Gobierno. ¿Por qué entonces Clarín, La Nación, Editorial Perfil y otros medios críticos del Gobierno no se acomodan al modelo para maximizar su beneficio aumentando sus ganancias como lo haría cualquier empresa?

Probablemente la explicación resida en que las empresas periodísticas, a diferencia de las empresas a secas, tienen en su constitución el gen del periodismo, cuyo mandato primigenio (aunque muchas veces sofocado) es el de ser crítico. ¿Crítico de quién? O sea, ¿dónde está el verdadero poder? Eso también lo elegirá la audiencia que le dará vida a cada medio.

Para finalizar, siguiendo el método de dar por cierto el argumento que se sospecha equivocado para ver si recorriendo su camino se puede probar su falla, si no hubiera ningún error categorial y Clarín fuera la oposición y no un conglomerado de medios sino una verdadera y poderosa organización política, ganada la batalla contra Clarín, quedará el espacio de la oposición vacío. Entonces, podría surgir una oposición partidaria que hasta ahora estuvo opacada por Clarín y que a diferencia de éste podría ser votada en las urnas y eventualmente ganar elecciones.

¿Será más “hegemónico” (en realidad, será una mayor amenaza a la hegemonía que desea imponer el kirchnerismo) un conglomerado de medios fuerte que un partido opositor fuerte que realmente pueda disputar el gobierno?

Si la hegemonía del peronismo obedeció a que en el pasado quienes no se sintieron representados por los políticos iban a golpear la puerta de los cuarteles y ahora la puerta de los “generales mediáticos”, y a partir de la aplicación plena de la Ley de Medios tendrán obligadamente que militar en política partidaria, obviamente surgiría una Argentina más democrática.

Lamentablemente, creo que hay un error categorial en ese razonamiento. El mismo que se percibe en la publicidad oficial sobre el 7D cuando se refiere a “un puñado de familias” que deberán devolver licencias como si se tratara de latifundios en una reforma agraria hace un siglo.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 13 de octubre de 2012.