El presidente venezolano reconoció el jueves que fue intervenido por un tumor maligno. El impacto de la noticia en Caracas. El futuro del chavismo y de la oposición. Misterio y hermetismo desde La Habana.
Lo de Venezuelas no es un error de imprenta: hay dos Caracas y dos países. Caracas, la ciudad de los embotellamientos (las colas, le dicen aquí), donde puede llenarse el tanque de nafta con cincuenta centavos de dólar, es dos ciudades con fronteras claras; el municipio de Libertador (el centro de la ciudad) es chavista, los otros cuatro (El Hatillo, Baruta, Chacao y Sucre) antichavistas. La línea que los divide no es imaginaria; en el centro el Caracas Hilton se llama ahora Caracas Alba, y las paredes están repletas de murales de realismo socialista: puños en alto, venceremos, Chávez con niños y ancianos, Chávez mirando al cielo, Bolívar y Chávez, rostros anónimos, tensos y morenos.
El otro lado es verde, hay residencias silenciosas y vigiladas, clubes de campo y urbanizaciones, mujeres blancas y atildadas (“con la natación insegura de una alumna del Sacre Coeur”, diría Paul Eluard), la mayor concentración de blackberrys por metro cuadrado de América Latina, las ventanas del auto cerradas y las trabas puestas. “En este país no hay empresarios –me dice un periodista–, hay millonarios”.
En el resto del país, el chavismo es mayoría: sólo Zulia, Miranda y Nueva Esparta son los estados manejados por la oposición. A tal punto esta ciudad es dos, que tiene dos intendencias: hubo un opositor que ganó las elecciones y hubo luego una reforma por decreto que creó una intendencia paralela, designada por el Ejecutivo, que relegó a la electa a ser un elemento decorativo, sin poder de decisión. Hay aquí dos dólares, y dos euros, aunque no se llaman así: el dólar oficial se llama en la calle “lechuga verde”, y el euro “lechuga europea” y el trámite para comprar lechuga es eterno y tortuoso.
“¿No entiendes que ellos no quieren que viajes?”, se dicen entre sí los venezolanos de clase media, que cuentan con 2.500 dolares al año para gastar en el exterior. Pero no todo es tan simple: deben llenar una carpeta cuyo detalle se explica en www.micupo.com según el “Manual de Normas y Procedimientos CADIVI”, que aclara que las normas “pueden variar en cualquier momento”.
La “Planilla de solicitud de autorización de adquisición de divisas para realizar pagos de consumo de bienes y servicios” debe llenarse sólo con tinta negra o azul, las páginas foliadas en el borde superior, la carpeta tamaño oficio color marrón con dos etiquetas y la pestaña con la solicitud, arriba, fotocopia de la cédula de identidad aumentada entre un 150 y 300%, fotocopia de los pasajes de ida y vuelta sacados con un mes de antelación, etiqueta lateral y bla, bla, bla, bla, bla, todo relatado en You Tube en varios instructivos por “Jairo Orosco, director de CADIVI, su servidor y amigo”.
El gobierno supone que de este modo se evita la fuga de divisas al exterior, en pequeñas remesas de 2.500 dólares anuales por ciudadano. En la diagonal de la escena, Antonini Wilson y los millonarios repentinos de PDVSA trasladan valijas con millones en vuelos privados.
En este país marcado por una realidad melliza, sin embargo, el silencio de Gran Hermano dejó en claro, por primera vez, una situación que no tiene dos: después de doce años de gobierno, Chávez no tiene plan B. Y tampoco la oposición lo tiene. El zumbido de los rumores que durante estos días de ausencia tapó el cielo dejaba trascender el espanto de un futuro posible: ¿qué pasará el día en que Chávez ya no esté? Mientras algunos se apresuraban a pedir la extremaunción y el gobierno se atrevía, por primera vez, a pronunciar la palabra “cáncer”, aunque fuera sólo para desmentirlo, el enigma frente a una sucesión paralizaba el corazón de todos. En estos veinte días de silencio Gran Hermano se volvió mortal.
La batalla del presidente. Chávez, qué novedad, es militar. Quiero decir: estructuralmente militar. Hasta sus peores detractores le reconocen una fuerte sensibilidad social:
—Si hay un tipo tirado en la calle, enfermo, Diosdado Cabello le pasa por encima con el auto. Pero Chávez se detiene a ver qué le pasa, charla con él, lo consuela, trata de ayudarlo –me dice un ex funcionario del gobierno.
Diosdado Cabello es uno de los emblemas de la corrupción venezolana: ex militar íntimo del líder, megamillonario repentino y hombre fuerte del chavismo hasta que terminó derribado por su propia sombra, el hombre que llegó a ocupar ocho cargos públicos a la vez (dos ministerios simultáneamente) se movió con tanta impunidad que cavó su fosa. Finalmente, Chávez le soltó la mano, aunque no del todo. Ahora vegeta en la legislatura con el cargo de diputado y ahorros para toda su descendencia.
El Ejército se alinea a Chávez inspirado por sus cuentas bancarias: nunca han hecho tantos negocios como en estos años, y Gran Hermano los ha dejado hacer. El sostén ideológico e incondicional del gobierno está dado por los civiles: Elías Jaua, el vicepresidente, es un sociólogo con pasado guerrillero y la desconfianza del Ejército si asumiera la sucesión, pues los militares no querrían en la presidencia a un enemigo que combatieron. Nicolás Maduro, el canciller, es un ex chofer de metro al que el chavismo le cambió la vida; es, claro, un incondicional del presidente, pero nadie imagina que pudiera reemplazarlo.
El espanto ante el vacío de poder dio lugar al nacimiento de la teoría del complot: ¿y si Super Chávez estaba allá, en La Habana, exagerando sobre su enfermedad y matándose de risa? ¿Y si todo esto era un truco para que el país advirtiera lo imprescindible de la presencia de Gran Hermano?
Fidel Castro ya había practicado ese truco alguna vez, para luego aparecer con teatralidad, cuando todos ya tenían el corazón en la boca. El silencio y la desinformación oficial no hacían más que echar leña a ese fuego:
—Batalla por su vida –dijo el canciller Maduro, lo que en cualquier sitio significa que estaba agonizando.
—No tiene cáncer –se animaron luego a aclarar voceros oficiales.
El miércoles una página web de la derecha española, www.periodistadigital.com, publicó con sospechosa discreción lo que, sin embargo, anunciaba como una exclusiva: Chávez ya llevaba cinco días de agonía, internado en la casa de Fidel. Atribuía la especie a otro portal “periodista latino”, basado en fuentes anónimas.
La noticia se esparció en Caracas como una mancha de aceite. Todos los intentos de confirmarlo fueron en vano. Pero a primera hora de la tarde, después del chaparrón de rigor, bajó en la pantalla de todos los blackberrys chavistas de Caracas un video de Chavez y Fidel con los diarios del día; Chavez y Fidel de eterno jogging y gorra de beisbolista, charlando amablemente como dos jubilados en Florida, Chávez más delgado, ambos de pie, en un jardín, luego en un cuarto, tres o cuatro minutos de oportunas imágenes sin audio. El mensaje era claro: Chávez estaba vivo, y bien.
Varios voceros del gobierno aseguraron que Chávez se recuperaba, que daba extensas instrucciones por teléfono y que no había nada que temer. Que en dos, o tres, o diez, o doce días estaría otra vez en Caracas. Pero la sensación de desgobierno que muchos presumieron estimulada por Chávez para reaparecer con teatralidad continuó a pesar del video: la cárcel de El Rodeo lleva varias semanas tomada por los reclusos, y deja en evidencia la supervivencia de un poder paralelo al poder, el hampa reina en las prisiones de Venezuela, donde el contraataque del Ejército dejó cuarenta muertos oficiales desmentidos por los propios presos, que calculan en 160 los decesos que la Policía ocultó calcinando los cuerpos.
En El Rodeo la vida depende de una tabla de precios: 100 dólares mensuales para seguir viviendo y 300 para no ser violado. Las últimas requisas localizaron veinte mil dólares en efectivo, más de cuarenta celulares y 18 kilos de diferentes drogas. El país tiene infraestructura para albergar 15.000 detenidos y más de cuarenta mil presos que se hacinan en las cárceles en las que la revolución bolivariana se declara ausente.
La Grieta. El Día del Periodista transcurrió en Caracas al borde de la grieta. Aquí se lo festeja el 27 de junio, aniversario de la salida del diario El Correo del Orinoco, que nació en ese día de 1818 por orden de Simón Bolívar. “El Correo del Orinoco y la Gaceta de Caracas protagonizaron la primera batalla mediática de la República: el boletín patriota privilegiaba la verdad, mientras que la publicación de los realistas deformaba las informaciones –reescribe ahora la historia, oportuno, el chavismo–. Bolívar dejó clara la línea editorial al enemigo y declaró la guerra entre ambos medios.”
Esa guerra todavía continúa. Chávez ha declarado a los medios de comunicación como los “peores enemigos de la humanidad”, pero no se ha privado de usarlos en su provecho, aunque con escasa suerte: el sistema público de televisión y radio apenas suma el cinco por ciento del share, por eso recurre habitualmente a la cadena nacional.
Los medios privados, con pocas excepciones, han respondido con propaganda a la propaganda, lo que terminó minando la credibilidad de ambos bandos.
—¿Cuántos funcionarios chavistas salieron hoy al aire en la programación?– le pregunto a uno de los responsables de Globovisión, uno de los emblemas televisivos del antichavismo, el único canal de noticias local.
—Ninguno –me dice.
El tono épico y de batalla final parece sobreactuado en ambos lados de la pantalla de las dos Venezuelas.
Desde el chavismo la separación entre Estado y gobierno ha desaparecido: el Poder Judicial se ha mimetizado con el líder y las leyes sobre la prensa son lo suficientemente ambiguas como para instalar el miedo y la autocensura, cualquiera puede estar comprendido por la acusación de estimular “el estado de zozobra” y ser condenado por ello.
Las dos Venezuelas gritan, y no se escuchan. Las dos tienen razón: los medios oficiales informan sobre los planes de viviendas, y los subsidios, y la instalación de centros de salud e infocentros de Internet, y los medios privados agitan la inflación (el cuarto año de 32%, la más alta de América Latina), la corrupción estructural, el clima de persecución y las expropiaciones dignas de una monarquía absoluta.
La fuerza omnipresente del gigante encontró su debilidad en el silencio: ya no se trataba de discutir si Chávez lleva relojes de veinte mil dólares o trajes europeos; no importaba verlo en la alfombra roja del Festival de Venecia, como un millonario petrolero, traicionando el deber de fidelidad con su propia máscara. Ahora era peor: comenzaron a preguntarse que hacer sin él.
El desenlace. El jueves por la mañana el personal oficial que ocupaba los hoteles de la isla Margarita se retiró de improviso y en silencio. Allí estaba prevista la reunión de los presidentes de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe, en paralelo con los festejos del Bicentenario de la independencia de Venezuela: la frutilla sobre el helado de Chávez que comenzó a derretirse.
—Ordenes de la superioridad –dijeron los funcionarios en su exilio siencioso.
Los aviones de guerra que ensayaban para el desfile dejaron de zumbar en el cielo de Caracas.
Andrés Izarra, el ministro de Comunicación e Información, seguía en automático en su Twitter: “El comandante está mandando como un dínamo”, escribió.
Esa noche la verdad saltó encima de todos como un gato: el mismo Chávez se encargó de decirla por cadena nacional, en un mensaje de quince minutos, había sido operado “por segunda vez, de un tumor abceso en el que fueron descubiertas células cancerígenas”. Fuentes del gobierno señalaron que se trataría de un tumor de próstata.
Chávez, más delgado y con indisimulable tristeza en su rostro, intentó explicar su silencio diciendo que “no quería ni quiero que me acompañen por senderos que se hundan hacia abismo alguno”. “Nosotros seguiremos venciendo, por ahora y para siempre viviremos y venceremos. Por ahora y hasta el retorno”, concluyó. El gobierno, reunido de urgencia, comunicó que “se profundizarán las medidas revolucionarias del presidente”.
—Es una mentira. Chávez no tiene cáncer. No se por qué lo dijo, pero no es verdad –le dijo un militante a una agencia extranjera mientras terminaba una pintada en el centro de la ciudad.
—El cáncer tiene cura. Será cuestión de tratarlo –comentaron a este diario un grupo de empleadas del distrito Libertador.
—Si Chavez se va, Venezuela se deshace del cáncer –transmitieron mensajes anónimos por Twitter.
Las dos Venezuelas se asomaron a la grieta. Cerca del Bicentenario, en esta Caracas absorta y silenciosa resuenan las palabras del orador de la Revolución de Mayo, Juan José Castelli, víctima de un cáncer de lengua el 12 de octubre de 1812: “Si ves al futuro, dile que no venga”.
© Escrito por Jorge Lanata y publicado por el Diario Perfíl de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 3 de Julio de 2011