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sábado, 13 de junio de 2015

Causa de la pobreza… @dealgunamanera...

Causa de la pobreza…

Con los ojos en la nuca. Los sindicalistas Luis Barrionuevo (CGT Azul y Blanca), Hugo Moyano (CGT Azopardo), Pablo Micheli (CTA Autónoma) y Momo Venegas (Uatre). Foto: Cedoc

El papel del sindicalismo en Alemania y en Argentina, en medio de la polémica por las cifras de pobres.

La polémica alrededor de la cantidad de pobres y la forma de medir la pobreza en nuestro país –potenciada por la desopilante comparación con Alemania del jefe de Gabinete– se generó al mismo tiempo que se producía el segundo paro general en tres meses, sin que en el debate sobre la pobreza se haya puesto énfasis en conectar ambos temas, uno como causa del otro.

Dada la directa relación entre nivel salarial (o ausencia de él en forma de desempleo) y pobreza, que la Argentina tenga uno de los mayores índices de medidas de fuerza sindicales de todo tipo en el mundo, y nuestra población no tenga la cantidad de empleos bien remunerados que permitan índices de pobreza distintos, obliga a reflexionar la relación entre huelgas y pobreza.

Si los paros nacionales fueran realmente una medida en defensa de los trabajadores, y dado que Argentina es uno de los pocos países donde se permite la huelga general, nuestros trabajadores deberían tener unos de los mejores salarios del mundo. O, por lo menos, que mejoraran en proporción al promedio de los salarios internacionales en los 32 años que llevamos de democracia. O, mínimamente, que mejoraran frente al promedio de los salarios de los países vecinos con quienes compartimos la misma área económica. Y no fue así.

En Alemania no hay paros nacionales, porque el marco laboral de ese país prescribe que las huelgas que buscan un objetivo político están prohibidas, y sólo se autorizan las que tengan una finalidad regulada por convenio. En tanto esté vigente un convenio colectivo, existe la obligación de abstenerse de recurrir a medidas de fuerza. Y los funcionarios públicos no tienen derecho de huelga, ya que sus condiciones laborales y retributivas se regulan por ley y no por la negociación colectiva.

Los paros nacionales en la Argentina no están hechos para mejorar los salarios de los trabajadores, sino para que los dirigentes sindicales puedan presionar sobre los gobiernos para mantener o acrecentar su poder. Son una amenaza dirigida al político que no quiera reconocerles a los dirigentes sindicales cierta cantidad de privilegios.

63% de los alemanes opina que los sindicatos eliminan muchos más puestos de trabajo de los que generan

Este segundo paro nacional en tres meses no es contra Cristina Kirchner. Es contra Macri o Scioli. Le están advirtiendo al nuevo gobierno que surgirá que se cuide de cometer el error de olvidar que los máximos dirigentes sindicales cuentan con la herramienta de presión de contener el descontento o potenciarlo.

En la medida en que se arregle con la suficiente cantidad de dirigentes sindicales, como hicieron el menemismo y el kirchnerismo en sus primeras presidencias, no habrá grandes conflictos. Mientras se mantuvo aliado al kirchnerismo, Moyano sostenía que “un poco de inflación no es malo”, siendo principal responsable de la recreación del huevo de la serpiente de la economía argentina.

Tanto Macri como Scioli creen que ellos volverán a tener a los sindicalistas apoyándolos cuando sean gobierno. Así será mientras tengan una moneda de cambio que compre las voluntades de esos sindicalistas. Que poco tendrá que ver con el aumento de salario real de los argentinos y la reducción de la pobreza.

Es más, la falta de alineamiento entre los intereses de los sindicalistas y el crecimiento real de la economía en su conjunto, y el consecuente aumento de la productividad del trabajo argentino, es una de las principales causas de nuestra pobreza.

Si los salarios aumentaran sólo por la presión sindical, realmente habría menos pobres en Argentina que en Alemania. La Deutsche Welle (televisión nacional alemana) difundió una encuesta donde el 63% opinó que los sindicatos eliminan muchos más puestos de trabajo de los que generan y uno de cada dos trabajadores cree que los sindicatos paralizan el mercado laboral.

Así como el Gobierno miente con el Indec, la inflación y la pobreza, paritarias con alta inflación, aun en los años que pudieron ser por arriba de ella, son otra gran mentira porque el aumento verdaderamente sustentable es el aumento de la productividad, y que el porcentaje de aumento tenga “un tres adelante” puede ser irrelevante pocos meses después, como ya se ha demostrado.

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© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado el sábado 13 de Junio de 2015 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Diagnóstico y remedio… De Alguna Manera...


Diagnóstico y remedio…

PRIMERO, AUXILIO. Cristina Fernández de Kirchner. Dibujo: Pablo Temes.

Kirchneristas y ex, dentro y fuera del Gobierno, marcan errores y esperan decisiones de Cristina. Escenario opositor.

El discurso extremo, que identifica a grupos críticos con su peor sector, puede valer para la tribuna propia, pero produce contraindicaciones severas. Meter a todos los asistentes a las manifestaciones del 8 de noviembre en la misma bolsa que Cecilia Pando es un error de análisis, amén de una táctica boomerang.” “El error de diagnóstico aleja o enfada a los no encuadrados o dubitativos y, a menudo, a quienes ‘balconean’ desde afuera.”

Es infrecuente que desde una columna de un diario se recomiende la lectura de un “competidor”. Pero el valioso texto del comienzo pertenece a Mario Wainfeld y fue publicado el domingo pasado en Página /12 bajo el título de “Sanguchitos y política”. Se trata de un trabajo que coloca en el “ágora”, como le gusta decir a él, un debate que hierve casi clandestinamente entre los cuadros con más historia dentro del peronismo. Son los que apoyan con toda lealtad a Cristina, pero ven con preocupación el creciente sectarismo de la Presidenta y el consecuente desembarco como funcionarios  de jóvenes que en muchos casos tienen como única virtud la de pertenecer a la agrupación que lidera (¿) Máximo Kirchner.

Nadie podría acusar a Wainfeld de ser un gorila destituyente. Todo lo contrario, es uno de los analistas que mejor defienden al Gobierno porque se permite ciertas disidencias aunque sean escritas con prudencia, algún eufemismo y sin responsabilizar jamás a Cristina de esas fallas. De hecho, cuando señala a los autores materiales del “discurso extremo y los errores de diagnóstico” apunta a “ciertos bastiones oficialistas” que no comprenden que “a veces la épica o la voluntad de hacerse cargo de conflictos inherentes a la lucha política se confunde con carecer de aptitudes para la negociación, la articulación, los canjes lícitos. O de ciertas destrezas más sutiles, como trabajar a los adversarios por líneas internas. En ciertos bastiones oficialistas se lee eso como fuerza, cuando puede ser una debilidad o una falta de ductilidad, cuando menos”.

La columna funciona como un resumen de lo que pude recoger hablando con peronistas que no descubrieron a Perón hace cinco minutos, como Amado Boudou o Beatriz Rojkés, quienes sólo le han aportado dolores de cabeza al Gobierno y que fueron designados por la propia Cristina en los dos lugares institucionales más importantes abajo de ella. Cristina carece de olfato para elegir a sus colaboradores. Tal vez su mayor pecado sea privilegiar demasiado la obsecuencia por sobre los méritos.

Wainfeld, en su estilo prudente, también se mete con los cambios de gabinete que en voz baja muchos kirchneristas reclaman. Dice el periodista que “quizá sea el momento de analizar si es necesario renovar elencos, manejar más recursos políticos”.

Es curioso pero es posible encontrar este pensamiento crítico en ambas orillas. Los que están afuera del kirchnerismo y fueron ministros como Roberto Lavagna, Alberto Fernández o Alberto Iribarne piensan parecido a los que callan porque están adentro: Carlos Tomada, Florencio Randazzo, Julián Domínguez. Jamás lo dirán, pero todos ellos, genéticamente peronistas, se sienten más cerca entre sí que con los recién llegados de La Cámpora o sapos de otro pozo como Héctor Timerman o ex funcionarios de la Alianza, como Nilda Garré y Juan Manuel Abal Medina. La clave, por ahora indescifrable, es por qué Cristina confía más en los amigos de sus hijos que en esos dirigentes históricos. Y la gran pregunta es si a medida que se acercan las elecciones de medio tiempo, finalmente con pragmatismo, va a abrir sus puertas para todos o va a profundizar el aislamiento.

Mario Wainfeld en su nota pone como ejemplo a uno de ellos. Rescata “la vocación de diálogo” de Julián Domínguez y “una capacidad de contactarse con el adversario no siempre visible en el oficialismo”. Recuerda los elogios de sus pares a la hora de reelegirlo al frente de la Cámara de Diputados y las buenas relaciones que supo tejer con los productores agropecuarios cuando fue ministro del área, después de la guerra de la 125. Eso no lo convierte en un traidor a Cristina ni en un kirchnerista de paladar negro, es según el columnista “un conservador popular con agenda actualizada”.

La columna desborda observaciones críticas (siempre respetuosas y en lenguaje casi académico) ya planteadas por otros periodistas (tal vez en forma más insolente y descarnada),  fusilados mediáticamente por el aparato propagandístico K.

La rigidez dogmática, la desmesura épica que pretende ocultar ineficiencias y actos de corrupción, la falta de cintura para cortar menos grueso en los conflictos y aislar a los grupos minoritarios ( como los de Cecilia Pando, por ejemplo) son situaciones que siempre estuvieron en el ADN peleador de Néstor, pero que Cristina elevó a la enésima potencia y lo transformó en goles en contra. La Presidenta pierde el rumbo porque no encuentra la única respuesta que la tranquilizaría, que es la manera de autosucederse en el poder. Su furia, muchas veces sólo le sirvió para unir en la otra vereda lo que estaba dividido: Magnetto y Lanata; Moyano y Patricia Bullrich (en la mesa de diputados esta semana); Biolcati y Buzzi; Barrionuevo y Micheli (en la marcha que viene), Binner y Macri (el lunes en la UCR); y hasta Majul y Wainfeld, cuando en su nota dice que “la demanda del titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, contra los periodistas Matías Longoni y Luis Majul es algo peor que un error de manejo. Es una conducta intolerable e incongruente en un gobierno que despenalizó las calumnias e injurias”.

La mirada de Wainfeld es un buen termómetro de lo que está ocurriendo en las entrañas del peronismo, dentro y fuera del poder. Planteó que “no todos los que pararon el 20 de noviembre ‘son’ Hugo Moyano o Luis Barrionuevo o Gerónimo Venegas. No todos sus reclamos son absurdos, no todos son irrecuperables políticamente. Tratarlos de ese modo, así fuera en el discurso, resta en vez de sumar”.

Todos los caminos conducen a Roma. O a ese empeño en achicarse con alegría que suele exhibir el oficialismo. Los convencidos, o las minorías intensas, sirven para potenciar la mística, pero no para ganar elecciones y menos para administrar un gobierno. El infantilismo revolucionario ya parió un fracaso generacional feroz y una tragedia horrorosa. En la legendaria revista Unidos, que dirigía Chacho Alvarez, el mismo Mario Wainfeld (ambos de la JP Lealtad, en su momento) escribió en diciembre de 1985 que los Montoneros se fueron del peronismo “porque al pasar a la clandestinidad,  el 6 de septiembre de 1974, abandonaron la lucha de masas para convertirse en un movimiento elitista que no representaba a los sectores populares”. La misma soberbia pero sin armas.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 16 de Diciembre de 2012.