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sábado, 28 de diciembre de 2013

Pobres medios... De Alguna Manera...


Pobres medios...
Ayer la Afsca cumplió su último día laborable del año en que debió haber trabajado más activamente que nunca, ahora que el Gobierno consiguió la plena vigencia de la Ley de Medios. Sin embargo –como anticipó PERFIL el sábado pasado– postergó para el año próximo todas las resoluciones importantes: Clarín, Telefe, América/Grupo Uno, Telecentro y Prisa.

Los planes de adecuación a la ley ya fueron presentados por los medios hace más de un año (el 7D de 2012) y el de Clarín hace ya dos meses. Después de tanto reclamarle a la Justicia celeridad para expedirse, demorar su instrumentación es otra demostración de que ampliar la pluralidad fue, en el mejor de casos, una consideración secundaria y la principal será reducir el caudal de los medios críticos y aumentar de los medios afines a futuro.

Miopía

Ya verán cómo quienes nacen siendo mercenarios del gobierno que les facilitó su ingreso a los medios, serán mercenarios del próximo para atacar y destruir a su predecesor.

Todo indica que la Afsca pospone sus resolución principalmente por Telefónica, a quien no sabría cómo darle la mala noticia de que tendría que vender Telefe, mientras que Telefónica argumentaría que lo más seguro para cualquier político sería que siguieran ellos mismos siendo los dueños de Telefe, porque son unos de los pocos que garantizan no usarlo nunca para criticar a nadie, sea el gobierno del signo que fuere, mientras que si la obligan a vender a alguien hoy oficialista, cuando el gobierno cambie se hará oficialista del que venga y terminará difundiendo informaciones críticas al kirchnerismo.

Una señal de “trascendencia K” es Cristóbal López acordando con Macri (el costo político que en el futuro pagará Macri por esos 300 millones de pesos más que cobrará por año será mucho máyor que el beneficio que pueda conseguir por las obras que realice con ese dinero recibido). Y otra es la de Garfunkel –socio de Szpolski– junto a Massa. Garfunkel desearía  dedicarse a la política y, siguiendo los pasos de De Narváez, antes de candidatearse compró medios para tener una moneda de cambio.

Millonarios comprando medios para otros fines no son un fenómeno del kirchnerismo, Moneta hizo lo mismo en el ciclo anterior. Ni tampoco exclusivo de la Argentina. Lo que cambia en otros países es que los millonarios compran para otros fines. En Brasil compran medios los dueños de las iglesias evangélicas, que de iglesias tienen poco y funcionan como empresas cuya misión es captar clientes que aportan a través del diezmo. El principal competidor de Globo en Brasil es la red de televisión Record, de la Iglesia Universal.

En Estados Unidos, Jeff Bezos compró The Washington Post gastando sólo 1% de sus más de 20.000 millones de dólares de patrimonio. Ahora, por el módico precio de un yate grande o un cuadro caro, consigue que cualquier senador norteamericano le responda una llamada telefónica en el acto, algo que ni el más rico de su país logra.

No es que recién se descubra que los medios son una excelente forma de comprar capital simbólico para usarlo en la política, la conquista de fieles o para relaciones pública y lobby. Siempre sirvieron para eso, lo que ahora sucede es que los medios están tan pobres que se los compra por muy poco aumentando la rotación. El mejor ejemplo es el Washington Post, el principal diario de la capital del mayor país del mundo, vendido por poco más de 200 millones de dólares cuando la década pasaba estaba valuado en 1.000 millones. En pocos años, por la masificación de Internet y sus cambios de hábitos, perdió 80% de su valor.

En Francia, uno de los mayores constructores de obra pública –Bouygues– compró el principal canal de televisión, también uno de los mayores fabricantes de armas –Lagardère– adquirió la principal editorial de ese país y diferentes millonarios rusos compraron el diario France-Soir, intentaron comprar Le Monde y compraron el diario The Independent, de Londres.

Compran medios como compran clubes de futbol porque son una buena forma de ganar notoriedad. Y no sólo los rusos en Europa, en Estados Unidos el diario The Boston Globe fue vendido al dueño del equipo de béisbol Red Sox, que es como el Boca Juniors de Boston. El propio Macri, sin tener que comprarlo, utilizó su presidencia en Boca como trampolín para la política. El ejemplo precursor de Berlusconi como dueño del Milan no sería aplicable exclusivamente al fútbol, porque además era propietario del mayor grupo de medios, pero sí fue el mejor ejemplo del uso de los medios para construir una carrera política.

Se podría decir que hay más millonarios que instituciones con capital simbólico, o en el ejemplo de personas físicas, hay más millonarios que Tinellis, quien sin duda si mañana deseara realizar una carrera política podría comenzar siendo gobernador. Pero una cosa es la espectacularización de la política y la búsqueda de transmutar fama por votos, que es un fenómeno que ya lleva varias décadas (hasta el Partido Comunista ruso usaba astronautas y el chino a los campeones olímpicos para engalanar sus listas de candidatos) que Guy Debord describió muy bien en su ya vetusto libro La Sociedad del Espectáculo, y otra distinta es la compra de medios que difunden noticias para que no las difundan o difundan solo críticas al adversario.

En parte, el ataque sistemático que en los últimos años se realizó sobre la denominada corpo –Clarín,  La Nación y Editorial Perfil– tiene también explicación en que estas son las únicas tres empresas periodísticas nacionales que durante las últimas tres décadas no fueron vendidas y continúan en manos de los mismos dueños o sus descendientes.

Hace unos años, cuando conducía YPF como socio argentino, Eskenazi padre se quejaba y atribuía las críticas que recibía por ser  empresario K a un rechazo de clase de quienes ya eran grandes empresarios establecidos desde antes del kirchnerismo, apelando a la noción clásica de aristocracia relacionada con el paso de tiempo en la misma posición. En el caso de los medios no se trata de nada de eso, sino de credenciales que permitan suponer que no se utilizará al periodismo como herramienta para otros fines (o principalmente para otros fines en el caso de Clarín).

Cuando Ben Bradlee, el célebre editor del Washington Post de la época de Watergate y los Papeles del Pentágono (equivalente hoy a WikiLeaks de cuando no había Internet) se jubiló, escribió en su libro de memorias –A good life– que para hacer periodismo de investigación hacia falta también buenos dueños de medios.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el viernes 27/12/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


sábado, 14 de diciembre de 2013

País Cristóbal... De Alguna Manera...


País Cristóbal...

La espalda. Tinelli, metáfora de una Argentina excesiva. Foto: Cedoc

El goce busca su límite. Si no lo encuentra, se transforma en perverso y autodestructivo. Al revés de lo que sucede en muchos países, en la Argentina los excesos no son rechazados  sino aceptados y hasta valorados. Eso indica nuestro estadío evolutivo.

Las costumbres cambian con las generaciones. Mientras que para los mayores tatuarse es señal de autoflagelación, para los menores de 35 años es algo normal. No hay nada grave en ello. Pero una cosa son algunos tatuajes y otra es tatuarse todo el cuerpo.

Es la falta de medida lo que transforma el goce en perversión, o a la virtud en defecto. Y los argentinos tenemos una marcada tendencia a transformar en siniestro lo sublime. Pero lo que es monstruoso para algunos puede ser bello para otros y lo importante –nuevamente– son las proporciones de los colectivos sociales, porque si lo excesivo es atractivo para un grupo proporcionalmente muy numeroso, las formas de hacer la política y la economía también serán excesivas.

Se podría enhebrar en un arbitrario hilo conductor la espalda de Tinelli, las miles de máquinas tragamonedas que Cristóbal López tiene en el Hipódromo ubicado en la zona más acaudalada de Buenos Aires, con la osadía de Néstor Kirchner, el solipsismo de Maradona, los ciudadanos normales transformados en una horda primitiva que van a saquear a sus propios vecinos y los policías convertidos en extorsionadores. Todos, dentro de sus posibilidades e intereses, practican alguna forma de goce del no límite.

Aclarando que Tinelli tiene todo el derecho de hacer con su cuerpo lo que quiera y ninguna responsabilidad con los otros hechos enumerados, hice esa asociación libre porque estando de viaje en el exterior recién vi la foto de su espalda tatuada al regresar, el lunes pasado, el mismo día en que el Gobierno de la Nación y el de la Ciudad de Buenos Aires le condonaban a Cristóbal López una deuda tributaria por sus casinos y que a la noche comenzaba en Tucumán el más grave de los saqueos por falta de policías (dicen los tucumanos que fueron peor que los de 2001/2002).

Me resultó obsceno que justo a quien gana dinero sin riesgos con casinos –lo que le permite comprar los medios de Hadad y de Tinelli– se lo exima del pago de impuestos reclamado. Me resultó una metáfora de país excesivo, de país transgresor (no es casual que sea el único del mundo donde Cuevana inventó un Netflix gratis), un “País Cristóbal”. Este empresario de crecimiento sideralmente llamativo no es el único que aspiró a la alquimia de transformar plomo en oro, porque con una trayectoria distinta los Eskenazi “compraron” YPF sin dinero.

Pero Cristóbal es el más exitoso de esta época excesiva, tanto que hasta se arriesga a adquirir medios de comunicación y subir su exposición pública sin detenerse a considerar los riesgos de estar pidiéndo demasiado a la tolerancia cívica. La que un día, cansada, pueda terminar reclamando la estatización de los casinos y que su nombre se convierta en sinónimo de aspiración de impunidad, como acabó siendo el de Yabrán.

Nadie compra la radio número uno del país para echar  al conductor del programa más exitoso del horario que concentraba la mayor facturación publicitaria –como hizo Cristóbal López con Longobardi– si su actividad empresaria en los medios de comunicación fuera genuina. Es tan obsceno como la condonación de los impuestos que reclamaba el Gobierno de la Ciudad. Y es evidente que ambos hechos están concatenados porque debido al alto poder de lobby (cuando se los usa pacíficamente) o de extorsión (cuando se los usa violentamente) los medios de comunicación no deberían pertenecer a quienes tengan alguna clase de negocios regulados por el Estado, para que su influencia no sea utilizada en contra del patrimonio común de toda la sociedad.

Una grave omisión de la Ley de Medios, que expresamente prohíbe que sean sus propietarios personas con determinados negocios con el Estado, es el haber dejado fuera de esa prohibición a los casinos, el más rentable de todos ellos.

Pero no solo a los dueños de casinos: salvo los prestadores de servicios públicos (telefonía de línea, gas, luz, agua y recolección de residuos) erróneamente no están limitados a ser titulares de medios de comunicación tampoco los contratistas del Estado (Electroingeniería con Radio del Plata y Canal 360, por ejemplo), y los titulares de una concesión petrolera (Manzano con Grupo Uno, por caso) o concesión de peajes en rutas (como el propio Cristóbal López, además de los casinos).

Si apropiándose de los medios de comunicación los poderosos consiguen cobertura para sacar más del Estado y de lo público, de alguna forma saquean el patrimonio de todos y se baja el umbral moral de toda la sociedad. Así, el saqueo de un electrodoméstico, aunque falaz y arbitrariamente, se autojustifica en “quien roba a un ladrón (por todos los que tienen) tiene cien años de perdón”.

Tanto la mafia como el Ejército de Salvación y todos los grupos tienen cosas que están bien y cosas que están mal. Siempre hay una moral, por más discutible que esta sea, aún en forma de códigos. Y siempre es construida por el ejemplo de las prácticas de los más visibles de cada estamento. Si los amigos de los gobiernos utilizan su poder de lobby y extorsión, ¿por qué los policías no usarían entonces su poder extorsivo para mejorar sus beneficios? Si todo es cuestión de poder, la fuerza es un gran poder. Y hasta podría ser el mayor poder.

Cristóbal López, probablemente el hombre que más se enriqueció en la era kirchnerista, viendo los saqueos y la extorsión policial de estos días, debería reflexionar sobre la conveniencia de ganar todas las apuestas en el casino de su propia vida. La falta de límite puede llevar al más vivo a la autodestrucción.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 14/12/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Gritos... De Alguna Manera...

Gritos...

SÍMBOLOS de una época de altisonancia desmedida. Foto: Cedoc Perfil

Nunca duda. Sabe de todo. Y no sólo sobre corrupción. Como si contara con el equivalente argentino de la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU., que graba las conversaciones de todo el mundo, tiene siempre la precisa y sabe lo que nadie sabe. Tanto sea sobre la Ley de Medios, el narcotráfico, el Código Civil o los presos que se escapan de las cárceles por una interna del PJ. Y todo tiene siempre una explicación unívoca. Una sola causa, un solo efecto. Siempre es por un intercambio, un toma y daca. Que pueden llegar a ser tan triviales como que la Corte Suprema de Justicia decida el fallo más controvertido de la última década para que su presidente cobre los derechos de autor de un libro comentando el nuevo Código Civil.

Es una perspectiva sencilla e ideal para mantener la atención de la audiencia más masiva de los programas periodísticos. El continuo “escándalo de la verdad robada” es una forma económica de alcanzar siempre visibilidad. No es su responsabilidad, los medios también tenemos la nuestra porque si el Código Civil es bueno o es malo no es el tema. El tema es sólo que el kirchnerismo es malo. Entonces, si el Gobierno le introdujo cambios que le pidió la Iglesia, se lo critica porque al final presentará un código lavado. Si luego el Gobierno no cedió a las presiones de la Iglesia, se aprobará un código estatista que nos transformará en Venezuela.

Da un poco de vergüenza ajena ver que ahora todo lo que hace la Corte está mal, salvo Fayt que, como fue el único que votó en contra del Gobierno en la Ley de Medios, además de ser un jurista emérito hasta fue el único que alertó sobre el problema del narcotráfico.

Que periodistas y medios cometan el error de creer que la información es de su propiedad y no del público (no darle micrófono a Lorenzetti no fue exclusivo de Lanata o Longobardi, sino de todas las decenas de programas de radio y TV del Grupo Clarín), o que enojados con el Gobierno sólo puedan distinguir lo negativo, es un triunfo de la cultura antagonista que expandió el kirchnerismo.

Simplificando, se podría decir que hay dos tradiciones políticas: la del conflicto versus la del contrato. En otras palabras: la de la contradicción versus la del acuerdo, o la decisionista versus la democrática. Vale recordar que no sólo el kirchnerismo cree que la política es antagonismo, contradicción, conflicto y decisionismo.

Por el contrario, la democracia requiere consensualismo, algo para lo que no estaba preparada nuestra sociedad en 2003 tras la explosión violenta de nuestra decadencia económica, cuando incapaces de confesar cualquier impotencia se pasó al contraataque convirtiendo miedo en actitud desafiante e ignorancia en certeza.

Tras el fin de la Segunda Guerra, al psiquiatra y neurólogo alemán Ernst Kretschmer le tocó reorganizar y presidir la c. No debe de ser casual que habiendo vivido la locura social alemana de la primera mitad del siglo pasado haya escrito en uno de sus libros que “si la temperatura espiritual de una época es equilibrada y el organismo social está sano, entonces los anormales pululan impotentes y débiles en sus efectos en medio de la masa de las personas sanas. Pero si en alguna parte aparece un punto herido, si la atmósfera es demasiado agobiante o tensa, si algo va mal o es frágil, entonces los bacilos se hacen enseguida virulentos, capaces de atacar, penetran en todas partes y producen inflamación y fermentación en toda la masa sana del pueblo… Los grandes fanáticos, los profetas y exaltados, al igual que los pequeños granujas y los delincuentes, están siempre allí; el aire está lleno de ellos. Pero tan sólo cuando el espíritu de una época tiene fiebre ellos son capaces de provocar guerras, revoluciones y movimientos espirituales de masas. Podríamos afirmar con razón: los psicópatas existen siempre. Pero tan sólo cuando el tiempo es fresco dictaminamos sobre ellos; cuando los tiempos son calientes, esa gente nos domina”.

Discutible como casi toda tesis de psicología social, pero, sin duda, en la Argentina de la última década las personalidades que expresaban sus emociones con una intensidad anormal encontraron mayor eco que en otras épocas.

Y es probable que cansados de tantos gritos la Argentina de la próxima década se oriente a premiar mejor a líderes más racionales o menos conflictivos. Tanto los candidatos provenientes del peronismo, como Scioli o Massa, como los del panradicalismo, como Sanz, Cobos o Binner, tienen por característica la moderación y la disposición a las concesiones recíprocas que hacen posible la democracia. Y se alejan del modelo kirchnerista de desprecio y agresividad hacia quienes discrepan con ellos. Son personas que no experimentan la política con perfeccionismo obsesivo, cuyo fracaso tantas veces conduce a la paranoia. Aun en una estructura dogmática, como el Vaticano, el papa Francisco puede dar ejemplo de quien acepta otras convicciones a las suyas y no cree ser dueño de verdades absolutas.

Hasta la propia Cristina Kirchner subió su aprobación en las encuestas cuando se mostró menos beligerante, ya sea por aquellos reportajes más amistosos previos a su operación como por su período de convalecencia.
Las heridas postraumáticas del derrumbe de 2002 todavía no han cicatrizado totalmente, como lo demuestra la problemática de la inseguridad y la propia economía actual que genera turbulencias que precisarán encontrar solución futura. Pero sería lógico esperar que en 2015 nuestra sociedad elija conductores que tengan menos exacerbado el carácter mesiánico, que no se sientan amenazados por quienes discrepan con sus ideas ni tampoco crean que ellas poseen en exclusividad el patrimonio de la verdad y deben ser defendidas cueste lo que cueste.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 16/11/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 

martes, 12 de noviembre de 2013

Alquimia… De Alguna Manera...


Alquimia…


La Argentina no participa de ejercicios militares con –entre otras– las fuerzas aéreas de Estados Unidos, Canadá, Brasil, Venezuela y Uruguay por temor a que le embarguen sus aviones, como sucedió con la fragata Libertad en Ghana. Entretanto, Guillermo Moreno es sólo una anécdota para Fernando Navarro, tenaz espadachín mediático del Gobierno. Según Navarro, el kilo de pan que se vende a 24 pesos debe ser entregado a 10 pesos. Dice que la diferencia deriva de la avidez de los formadores de precios para meter la mano en los bolsillos del pueblo.

El mismo gobierno que confirma la obsolescencia casi total de una Fuerza Aérea que fue orgullo del país y combatió dignamente en 1982 durante la Guerra de Malvinas ahora encontró polvorientas listas negras confeccionadas hace casi cuarenta años. Durante los diez años y medio de gobierno, el kirchnerismo nunca se abocó a tamaña hazaña arqueológica. Las gestiones de José Pampuro, Nilda Garré y Arturo Puricelli precedieron a la actual de Agustín Rossi.

El vínculo enfermizo con un pasado remoto es la clave del proceder oficial. Hace ya dos meses que un pequeño grupo, que nunca supera las cuatro/seis personas, mantiene enrejado a la fuerza el local de la Casa de Córdoba en Buenos Aires, en Callao y Corrientes, con un “acampe” patético, debidamente custodiado y preservado por la Policía Federal con varios patrulleros, por lo cual tres carriles de la supercongestionada avenida están cerrados al tránsito. Los acampantes dicen ser “asambleas del pueblo” y piden por la libertad de condenados por la Justicia cordobesa por haber incendiado los tribunales de Corral de Bustos. No es el único “acampe” protegido por fuerzas federales de seguridad. Hay otros en Plaza de Mayo y en la Plaza del Congreso. El ciudadano anónimo resopla ante una realidad laberíntica, pero la asume con resignada naturalidad: es lo que hay. Nadie sabe bien por qué y, sobre todo, para qué, pero, tras una década de “recuperación” del Estado, el espacio público está más privatizado que nunca en la Argentina. Lo mismo sucede con el caos cotidiano de la avenida Dellepiane o de la autopista Illia, sistemáticamente bloqueadas por los cortes de habitantes de villas que exigen planes y otras facilidades.

No es la Argentina un país que se sorprenda de la reiteración de los disparates cotidianos, como los paros sorpresivos en las líneas de subte de Buenos Aires, que así como estallan se evaporan y “arreglan”. Todo continúa normalmente, sin sanciones. También se convalida el escándalo legal y moral de los extorsionadores callejeros tiernamente llamados “trapitos”, actividad infractora grave y en la que es imposible no ver la tolerancia o el visto bueno del Gobierno, abrazado a la ideología de no “judicializar” la pobreza, como si esos “trapitos” no estuviesen encuadrados y explotados por organizaciones con cobertura judicial y/o policial. Días atrás, dos “trapitos” se cruzaron a cuchillazos junto al Zoológico, y uno asesinó a su rival, esfumándose sin dejar rastro.

Gran parte de la vida cotidiana del país permanece detenida en el tiempo y no se entiende bien por qué, como tampoco se puede comprender la sucesión encadenada de bochornosas fugas carcelarias, cada vez más comunes y reiteradas, años después de que el delirio setentista de La Cámpora pusiera en pie de guerra santa a sus “vatayones” (sic) militantes.

Suprimida la racionalidad más obvia, la agenda cotidiana argentina se despliega como eterno zigzagueo de vacíos de sentido y mentiras flagrantes que cortan la respiración. ¿Puede convencer a alguien el argumento oficial de que los viejísimos aviones de guerra argentinos serían embargados por Brasil? ¿Se puede alegar impávidamente que no hay aumentos de precios y que por ende la inflación “no es un problema”? ¿Es capaz el grupo gobernante de hacer creer que su visceral “garantismo” carcelario ha rendido buenos resultados? En suma, la sociedad, o al menos el Gobierno, se muestran enemistados con el principio de la verdad inexorable. Intoxicado tras haberse empachado de relatos, el país deglute uno detrás del otro los atropellos más descarados a la verdad fehaciente. Si ha sido la década de las estadísticas crudamente pulverizadas, ¿puede acaso haber otro sinónimo más obvio y escandaloso de negación de la realidad?

Lo sucedido con el fallo de la Corte por la Ley de Medios resume mejor que nada la espesa sopa de semiverdades, semimentiras y argucias retóricas que cruzan el galimatías argentino. Si el Gobierno libró tamaña batalla al solo efecto de herir de muerte a un poderoso grupo privado, las oposiciones al oficialismo han estado balbuceando desde hace años ante el caso. El discurso oficial fue curiosamente eficaz con quienes deberían haber visto desde el primer día la naturaleza esencialmente autoritaria de un mecanismo de control. Prevaleció, en cambio, la ilusión óptica y se devoraron en gran medida durante la jerigonza de “democratizar la palabra”. Es monumental la penetración del relato del grupo gobernante, como ya se verificó con la patraña de la “comisión de la verdad” con Irán, cuyos resultados están a la vista.

El grupo gobernante maneja con maestría la alquimia política, ideológica y mediática. La leyenda medieval del plomo convertido en oro y el veneno en pócima mágica tiene ahora mismo sabor nacional y popular. La palabra es poderosa, la realidad es lo de menos.

© Escrito por Pepe Eliaschev el sábado 10/11/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Alquimia:

En la historia de la ciencia, la alquimia (del árabe الخيمياء [al-khīmiyā]) es una antigua práctica protocientífica y una disciplina filosófica que combina elementos de la química, la metalurgia, la física, la medicina, la astrología, la semiótica, el misticismo, el espiritualismo y el arte. La alquimia fue practicada en Mesopotamia, el Antiguo Egipto, Persia, la India y China, en la Antigua Grecia y el Imperio romano, en el Imperio islámico y después en Europa hasta el siglo XIX, en una compleja red de escuelas y sistemas filosóficos que abarca al menos 2.500 años.

La alquimia occidental ha estado siempre estrechamente relacionada con el hermetismo, un sistema filosófico y espiritual que tiene sus raíces en Hermes Trimegisto, una deidad sincrética grecoegipcia y legendario alquimista. Estas dos disciplinas influyeron en el nacimiento del rosacrucismo, un importante movimiento esotérico del siglo XVII. En el transcurso de los comienzos de la época moderna, la alquimia dominante evolucionó en la actual química.

Actualmente es de interés para los historiadores de la ciencia y la filosofía, así como por sus aspectos místicos, esotéricos y artísticos. La alquimia fue una de las principales precursoras de las ciencias modernas, y muchas de las sustancias, herramientas y procesos de la antigua alquimia han servido como pilares fundamentales de las modernas industrias químicas y metalúrgicas.

Aunque la alquimia adopta muchas formas, en la cultura popular es citada con mayor frecuencia en historias, películas, espectáculos y juegos como el proceso usado para transformar plomo (u otros elementos) en oro. Otra forma que adopta la alquimia es la de la búsqueda de la piedra filosofal, con la que se era capaz de lograr la habilidad para transmutar oro o la vida eterna.

En el plano espiritual de la alquimia, los alquimistas debían transmutar su propia alma antes de transmutar los metales. Esto quiere decir que debían purificarse, prepararse mediante la oración y el ayuno.