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lunes, 17 de febrero de 2020

Perder-perder… @dealgunamanera...

Perder-perder…

Pesadumbre. Mental y física de Cristina en Cuba. Fotografía: CEDOC

Envejecer es un arte difícil, en muchos sentidos. Para Cristina también. Ella tampoco es ejemplo de la promesa de “volver mejores”. No puede superar el estigma de crecer en silencio y expulsar afectos cuando habla. Lo mismo que pasaba en su primera campaña nacional, en 2007, cuando el por entonces jefe de Gabinete Alberto Fernández se esforzaba por explicar que con Cristina el kirchnerismo entraría en la fase superior, la republicana a lo Ángela Merkel. Cuando Alberto Fernández explicaba lo que ella era, crecía. Cuando ella mostraba lo que era, producía rechazo en un sector. Quizá también por eso produce amor en otro sector.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 16/02/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires., República de los Argentinos.

En la polémica a favor de la existencia de presos políticos, los alineados con Cristina utilizaron el ejemplo de Nelson Mandela para desarmar el argumento de Alberto Fernández sobre que solo lo son los detenidos a disposición del Poder Ejecutivo. En la columna de ayer se explicaron las diferencias jurídicas (Si hay lawfare, hay presos políticos) pero lo más importante ahora son las diferencias de actitud. Mandela, tras estar 27 años preso, se dijo al recuperar su libertad: “Mientras salía por la puerta que conducía a mi libertad, pensé: ‘Si no dejás atrás la amargura y el odio, aún estarás en prisión’”.

Cruel hasta con ella misma, antropofágica y resentida, esa Cristina es una de las caras de Jano argentinas

Asumiendo que Cristina Kirchner hubiera sentido estos cuatro años de Macri haber sufrido una prisión simbólica, su triunfo electoral y la recuperación de gran parte del poder público deberían resultarle un abrazo sanador de gran parte de la sociedad. Sin embargo, a diferencia de Mandela, ella prefiere continuar en la prisión simbólica de la amargura y el odio.

Transmitió el resentimiento que no puede superar y la hace prisionera del pasado al presentar su libro Sinceramente y decir: “El componente mafioso del lawfare se tradujo en la persecución a mis hijos, pero especialmente a Florencia. Debe ser ese componente mafioso, los ancestros de quien fuera... como denunció un conocido periodista de Página/12 cuando habló de la ‘Ndrangheta’. Deben ser esos ancestros”, refiriéndose a la mafia de Calabria, lugar de origen de la familia Macri.

Pero Macri es in-significante y no podría ser principal sujeto de su inquina algo a lo que le asigna tanta mediocridad. Su problema es que, lejos de disfrutar este nuevo ciclo de su existencia, su rostro denota disgusto con la vida confirmando que, si fuera cierto lo que cuentan quienes tienen algún contacto con ella, hasta llora al transmitir ese sentimiento en la intimidad.

Macri también mostró en su rostro huellas de disconformidad con la vida. En las fotos de su cumpleaños 61, el sábado 8 de febrero, le aparecen bolsas en los ojos de alguien bastante mayor. En el caso de Macri, su sufrimiento no debería ser a causa de resentimiento sino de haber comprobado al ejercer la presidencia cuántos atributos menos tiene respecto de los que presuponía.

Pero esas dos caras de tristeza, la del resentimiento y la de la impotencia, son dos metáforas del rostro del país que hace 45 años fracasa sin cesar. En gran medida por la irreconciliable relación entre unos y otros.

Entre los que se quedan, no son pocos los que se van al exterior, escucho a macristas consolarse tontamente pensando que Alberto Fernández no tiene plan de crecimiento y que, cuando se evidencie, la presión social insatisfecha sumada a la interna con los cristinistas hará que todo explote, creándose las condiciones para el regreso del no peronismo. El mismo consuelo mediocre del kirchnerismo cuando perdió en 2015 pensando que, más tarde o más temprano, Macri terminaría yéndose en un helicóptero y regresaría triunfante el kirchnerismo.

Aun cumpliéndose estas profecías, cada sector se hace cargo de una pesadilla cada vez peor, comenzando desde más abajo, un juego perder-perder donde pierden todos.

En la primera presentación de su libro Sinceramente, Cristina Kirchner expuso como ejemplo de éxito el pacto social que el último ministro de Economía de Juan Domingo Perón, José Ber Gelbard, instrumentó en 1973. Cuando Cristina lo recordó no se sabía que Alberto Fernández sería el candidato, pero luego él mismo rescató el ejemplo de aquel pacto social al promover la creación de un Consejo Económico y Social, más las suposiciones de que Roberto Lavagna sería su conductor, cuya inspiración tiene reminiscencias con el de 1973 que permitió a Gelbard instrumentar su política económica.

Hace cuarenta y tres años que José Ber Gelbard falleció (1917-1977) pero queda activo quien fue su mano derecha en el ministerio, el economista Carlos Leyba, protagonista del reportaje largo de esta edición (página 38), quien él mismo dice: “Usted me sacó del sarcófago”.

Escuchar los testimonios de aquella Argentina donde había solo un 4% de pobreza y nuestra tasa de crecimiento se había mantenido durante todo el siglo XX al mismo nivel que las de Canadá y Australia, pero sin embargo el país estaba violentamente dividido dando origen a dictaduras y guerrillas, resulta una lectura obligatoria para todos aquellos interesados en entender por qué llevamos 45 años (y no 75 años) de fracasos. Destrucción que pergeñó la última dictadura, sin que fuera inocente la guerrilla.

Presumido, banal, contradictorio y estéril, Mauricio Macri es metáfora de la otra cara de Jano argentina

Carlos Leyba es un desconocido para el público contemporáneo porque su época fue otra. Fue quien nombró director de Precios en el Ministerio de Economía al joven Roberto Lavagna, quien entonces tenía 31 años. Pero como actor de aquella Argentina que se perdió, es una voz autorizada para hacernos reflexionar sobre el presente. Nos falta la grandeza de Mandela, de la que Cristina Fernández carece, y la inteligencia de Mandela, que Mauricio Macri nunca tuvo y desgraciadamente una parte de la sociedad le asignó ante el espanto que le despertaba (y le despierta) Cristina Kirchner.

La palabra suave de Carlos Leyba es un grito que interpela a las generaciones que lo sucedieron por lo que se hizo con aquel país cuya economía, todavía hasta 1983, cuando Alfonsín asumió la presidencia, era igual a la de Corea, y hoy es tres veces menor con la misma cantidad de habitantes y treinta veces más territorio.

Es hora de seguir el consejo de Mandela, dejando atrás la amargura y el odio, para no continuar en la misma prisión mental.








domingo, 16 de febrero de 2020

Si hay lawfare, hay presos políticos… @dealgunamanera...

Si hay lawfare, hay presos políticos…

Cristina en Comodoro Py acusa a jueces que la juzgan. | FOTO: CEDOC

Para el filósofo alemán Boris Groys, toda “revolución es la transferencia de la sociedad desde el medio del dinero al medio del lenguaje”: toda economía opera con cifras y el medio en el que funciona la política es la lengua. Y Ludwig Wittgenstein hablaba de “juegos de lenguaje”: palabras que definen su significado a través de otras palabras, diferentes a las pocas palabras que se definen designando un objeto.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 15/02/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.
 

Juegos de lenguaje que reflejan “experiencias del pensamiento”: creaciones que forman parte de actividades y estilos de vida. Una disciplina requiere un juego de lenguaje. Una ideología, también. Pero que sea “juego” no quiere decir que no tenga reglas, y para Wittgenstein era su uso lo que legitimaba el significado de las palabras.

Alberto Fernández se introdujo en campaña en un dilema difícil de eludir siendo presidente sin pagar costo político.

Lawfare también es un juego de palabras: en la palabra inglesa warfare (“ir a la guerra”) se cambia law (ley) por war y se lo traduce como “guerra judicial”. En la campaña electoral del Frente de Todos, el útil aporte que produjeron el uso y la instalación de la palabra lawfare, convertida en exitosa herramienta proselitista, se convierte en el primer gran problema de Alberto Fernández durante la luna de miel de cien días de que gozan todos los presidentes recién elegidos (lleva 66 días, le quedan 34).

Porque el candidato Alberto Fernández se sumó a la denuncia sobre la existencia de lawfare contra funcionarios de los gobiernos kirchneristas y el ahora presidente Fernández se enfrenta a la contradicción: ¿cómo pudo haber lawfare y no haber habido responsabilidad de una parte de fiscales y jueces? Y si hubo lawfare, ¿cómo no se promueven ahora denuncias por los delitos que esos jueces y fiscales cometieron?

Si hubo delitos de jueces y fiscales al juzgar y procesar sin pruebas a dirigentes por el solo hecho de pertenecer a un campo político, entonces hay detenidos políticos.

El argumento de Alberto Fernández sobre que solo son presos políticos aquellos detenidos a disposición del Poder Ejecutivo es otro juego de lenguaje. Puedo entenderlo bien porque fui el último puesto a disposición del Poder Ejecutivo a fines de la última dictadura, el 24 de marzo de 1983, luego de que el gobierno clausurara la publicación que dirigía por entonces. Y en aquellas circunstancias se trataba de un claro procedimiento donde no existían las garantías constitucionales, no intervenía ningún juez, no se podía apelar a una instancia superior y la orden de detención se ejecutaba sumariamente. Esa no es la situación de De Vido, Boudou, D’Elía y Milagro Sala.

Entre los argumentos contrarios a considerar “presos políticos” solo a los detenidos a disposición del Poder Ejecutivo, se utilizó el ejemplo de la condena y detención de Nelson Mandela en Sudáfrica, que cumplió con el curso legal de ser dispuesto por los juzgados de ese país y no por su presidente e igual se trató de un claro preso político. Pero lo que le dio ese atributo fue el carácter no democrático del régimen sudafricano de entonces, porque no podía votar el 80% de la población que por el apartheid (“separación” en la lengua africana) segregaba a los negros como Mandela. Sudáfrica era una dictadura. 

El problema que tiene Alberto Fernández no es solo con la Justicia. Como le reclaman desde el kirchnerismo, podría como Alfonsín enviar una ley al Congreso, crear un tribunal especial que revisará las sentencias y los procedimientos y hasta llegar a juzgar a los miembros del Poder Judicial y a los fiscales que intervinieron. Pero no podría hacerlo sin también enjuiciar a los medios de comunicación, a los que se acusa de haber sido cómplices de los malos jueces y fiscales en el lawfare. En ese caso, Alberto Fernández se tendría que enfrentar a dos sectores al mismo tiempo, y la frágil economía se resentiría más con una nueva batalla del Gobierno contra los medios que contra parte de la Justicia.

Está en la memoria de Alberto Fernández el ejemplo de Alfonsín pagando el precio de contribuir al caos económico de entonces con el agregado de la inestabilidad política para poder hacer su juicio a las juntas militares.

Por su parte, Alberto Lugones, el flamante nuevo presidente del Consejo de la Magistratura e integrante de la Cámara Federal de San Martin, dijo a poco de ser designado que en Argentina “no hay presos políticos”, pero sí lawfare porque “hubo abusos en las prisiones preventivas”, aunque consideró necesario “esclarecer si el Estado estuvo detrás de perseguir” personas de distinta opinión política.

El juez Lugones, al igual que Alberto Fernández, queda él mismo prisionero de su juego de lenguaje porque no podría no haber sido comprometido el Estado si hubo lawfare, porque los jueces y los fiscales son parte del Estado.

Y no se trata de funcionarios aislados porque las prisiones preventivas, además de ser pedidas por distintos fiscales y dispuestas por distintos jueces, fueron confirmadas por diferentes tribunales superiores. Pero tampoco el problema de Alberto Fernández se extinguiría resolviendo “el abuso” de las prisiones preventivas, porque parte de los presos a quienes se asigna el calificativo de políticos están con condena y, en algunos casos, por más de una instancia. Y por último queda el problema de los juicios aún sin prisión preventiva, como los varios que tiene Cristina Kirchner.

Alberto Fernández dijo que se trata de una “discusión semántica”, pero escribió Isaac Reed en su libro Social Theory Now: “La acción humana tiene lugar dentro de un mar semántico y, para explicar lo que se hace, se debe decir algo sobre el agua en la cual se nada”. La única situación en la que, por lo menos idealmente, ninguno de los actores precisa saber qué significa para el otro la transacción es en un intercambio económico, porque el dinero es un lenguaje de cálculo y no de ponderación.

La discusión semántica de Alberto Fernández es discusión material para Cristina Kirchner y los condenados

Para complicarle más la vida a Alberto Fernández con los juegos de lenguaje, el filósofo Bruno Latour concibe la idea del “materialismo semiótico”. Y otros filósofos directamente piensan que producción sería igual a significación porque “todo proceso de producción y consumo social es y debe ser al mismo tiempo un proceso de significación e interpretación”.

En síntesis: la discusión semiótica es una discusión material y, para el kirchnerismo, la más importante de todas.