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martes, 18 de junio de 2019

Partido Socialista Argentino... @dealgunamanera...


Hace 12 años íbamos con muchos compañeros de todo el país para ver la historia con nuestros propios ojos. El partido socialista iba a tener el primer gobernador en sus más de 100 años de historia.

© Escrito por José Gold el jueves 13/06/2019 y publicado en su muro de Facebook en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

No sólo fuimos a ver la historia, sino que en mayor o menor medida fuimos partícipes de ese momento. Muchos fuimos a fiscalizar una elección muy compleja en la que en todo momento nos robaban las boletas. Pero con el más puro espíritu militante peleamos voto a voto, defendimos al PS porque ese gobierno de Santa Fe iba a ser de todos los socialistas del país.

Hoy 12 años después de una excelente gestión Socialista en la provincia y en Rosario, se perdió. Pero más allá de la gestión hay un partido NACIONAL que condujeron solo para sostener esa gestión. Olvidaron que el PS no es sólo gestión, el partido de Juan B. Justo, Palacios, Repetto y Alicia Moreau es mucho más.

Destruyeron o intentaron destruir a todas las federaciones, imponiendo candidatos NO Socialistas y se llegó al extremo de "venerar" a un demócrata-cristiano como referente. Se nos impusieron candidatos de fuera del partido en todo el país. Quisieron y quieren hacer que estos personeros de la peor política nos enseñen de socialismo mientras se vacía ideológicamente al partido. Un partido que no puede dar respuestas porque se convirtió en una burocracia estatal y partidaria que perdió contacto con su sujeto social sin sonrojarse.

En todo el país se relegaron y se fueron echando a compañeros de muchísima trayectoria y valía. Se llegó al extremo que un ex presidente del partido en esta elección fue por afuera del partido y seguramente la sangría de esos votos concretó la derrota electoral.

Tal desprecio por la historia del partido parece tener su dirigencia nacional, que se llegó al extremo de no interesarse por el patrimonio histórico del partido. Aquel que, más allá de las circunstancias electorales va a seguir allí asegurando que cada socialista del país pueda seguir militando en un lugar físico.

Lo cierto es que estoy triste con esta derrota electoral, no me pone contento ver como el PS pierde una elección.

Sin embargo, espero que esta derrota haga recapacitar a muchos dirigentes que hasta hoy se sentían intocables y podían elegir a dedo a los candidatos en todo el país.

¡Que viva el Partido Socialista más allá de sus dirigentes circunstanciales!





martes, 12 de marzo de 2019

La World Wide Web cumple 30 años...@dealgunamanera...

La World Wide Web cumple 30 años. ¿Cuál fue la primera página web de la historia y para qué servía?...

El físico Tim Berners-Lee inventó la World Wide Web como una herramienta útil para científicos en 1989. (Fotografía: CERN)

Cada 12 de marzo se celebra la creación de la World Wide Web, también conocida como WWW. Te contamos detalles sobre la primera página web de la historia.

Navegar por la primera página web de la historia es una experiencia que puede resultar decepcionante. 

No tenía colores, ni fotos, ni videos. Tampoco había gráficos ni animaciones. Solo textos, hipertextos y un conjunto algo confuso de menús. Muchos dirían que es una lata.






Pero gracias a esa primera WWW hoy podemos preguntarle a Google cualquier duda que tengamos, usar Facebook y acceder a millones de páginas web.

La World Wide Web (la Web) nació en el CERN, el Centro Europeo de Física Nuclear, en Ginebra (Suiza), de la mano del ingeniero y físico británico Tim Berners-Lee como un sistema de intercambio de datos entre los 10.000 científicos que trabajaban en la institución.

La Web nació en el CERN, el Centro Europeo de Física Nuclear. (Fotografía: Fabrice Coffrini/Getty Images)

Hoy es una red inabarcable e intangible de documentos, imágenes y protocolos que componen la telaraña de información que crece a pasos de gigante.

Este martes 12 de marzo se cumplen 30 años de su creación. Fue el día en que Berners-Lee describió el protocolo de transferencias de hipertextos que daría lugar a esa primera web: "Gestión de información; una propuesta".

Más de un año después, el 20 de diciembre de 1990, sería publicada en el CERN por primera vez, y fuera de sus paredes en agosto de 1991. 

Esta fue la primera web. Eran puros textos e hipertextos. (Fotografía: CERN)

Pero pongamos las cosas en contexto.

En esa época todavía no existían ni Windows ni Google Chrome, y las escasas computadoras personales que había en el mercado funcionaban de una manera compleja y poco visual.

Internet tan solo servía para usar el correo electrónico y transferir archivos. Y las conexiones eran analógicas, lo cual significaba que había que armarse de paciencia para descargar la información. 

Para quienes estén acostumbrados a navegar por la web a velocidades 3G y 4G o les resulte insufrible que internet "se cuelgue" en mitad de una película, volver a la época en la que nació la primera web puede ser un verdadero ejercicio de tolerancia a la frustración.

Esta es la computadora NeXT del CERN con la que Berners-Lee publicó la web en 1990, cuando se reformuló la propuesta. (Fotografía: Science & Society Picture Library)

Y es que la rápida evolución de la tecnología que hace posible internet hace que nos olvidemos fácilmente de cómo eran las primeras versiones de la web y sus tristes cajas grises de texto.
La Web ha cambiado mucho desde entonces: HTML ha crecido, HTTP ha evolucionado y los navegadores se han modernizado.

Tal vez una de las primeras cosas que llaman la atención la primera vez que accedes a ella es que no había barra de direcciones. Tampoco había imágenes ni sonidos

El jefe de Berners-Lee en aquella época, Mark Sendall, describió el proyecto como una propuesta "vaga pero emocionante".

Más adelante, en 1994, Berners-Lee crearía el World Wide Web Consortium (W3C), para mantener unos estándares comunes en el funcionamiento de la red.

Y en 1998 reflexionaría sobre el proceso que le ayudó a crearlo con estas palabras: "Si crees que navegar por hipertextos es genial, es porque nunca trataste de escribirlos" 


Durante la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información (CMSI) de 2003 en Ginebra, Berners-Lee estrecha la mano del secretario general de Naciones Unidas Kofi Annan (1997-2006). (Fotografía: CERN)

"La primera web imaginó una arquitectura simple de cliente-servidor, unos enlaces y un marco temporal de seis meses", explica el CERN en su sitio web.

Si quieres ponerte a prueba y ver esa web rudimentaria, puedes hacerlo gracias a un proyecto que ha sido elaborado un grupo de desarrolladores y diseñadores web del CERN.

Para conmemorar las tres décadas de vida de la WWW, los científicos han creado una versión de ese protocolo original a la que se puede acceder a través de cualquier navegador moderno

"Haz clic para adentrarte en ella (y recuerda que debes hacer clic en los enlaces dos veces)", recomiendan. 



domingo, 4 de noviembre de 2018

La acarició como las olas del mar… @dealgunamanera...

La acarició como las olas del mar…


Ayer publiqué la mención que gané por una crónica. Como no va a ser publicada, me dieron ganas de compartirla. Aquí está. Lo único que cabe aclarar es que el concurso tenía por tema formas no habituales de relacionarse con la muerte y que, como toda crónica, y como es el nombre del encuentro, el texto debía ser "Basado en Hechos Reales". Eso significa que lo que cuento, pasó.

© Escrito por Federico Lorenz el Domingo 04/11/2018 y publicado en su muro de Facebook en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La acarició como las olas del mar…

Ana Mancebo no conoció el mar hasta que secuestraron a su hijo. La primera vez que enterró sus pies descalzos en la arena suave para que el agua salada la besara ya era una mujer grande.

Me lo contó una mañana, durante una entrevista sobre la militancia sindical de Carlos Ignacio Boncio, su hijo. Carlos era delegado de la Juventud Trabajadora Peronista en astilleros Mestrina, en Rincón de Milberg, en el Tigre. El 24 de marzo de 1976, día del último golpe de Estado en la Argentina, los militares acordonaron la zona de astilleros y secuestraron a unas sesenta personas. Hicieron un trabajo preciso: tenían listas que los patrones y la burocracia sindical les habían proporcionado. Muchos de esos obreros, el hijo de Ana entre ellos, no aparecieron nunca más.

Hoy sabemos que los tuvieron secuestrados en la Comisaría de Tigre, bajo control militar. Durante algunos días, sus familiares pudieron llevarles comida y ropa para que se la entregaran en las celdas. Ana y su marido alcanzaron a escuchar la voz de Carlos, pared de por medio, gracias a un policía conocido. Las colas de familiares a plena luz del día, a la espera de ver a detenidos cuya condición de tales se negaba, eran lo opuesto a la clandestinidad de la represión.

Santiago Omar Riveros, jefe del Comando de Institutos Militares a cargo de la represión en la zona, dispuso al fin el traslado de todos a Campo de Mayo, en la zona Norte del Conurbano bonaerense. Ese lugar, junto a la ESMA y La Perla, en Córdoba, fue uno de los mayores centros de exterminio del país.

Durante meses, los secuestrados, asesinados y sus cuerpos arrojados a aguas abiertas desde aviones.

El caso de Carlos Ignacio es especial porque la represión cometió un error administrativo. A Carlos, el joven delegado, lo “blanquearon”: figura como detenido en Coordinación Federal junto a otros secuestrados que fueron posteriormente liberados. Carlos Ignacio no: la maquinaria de exterminio se impuso y lo llevaron, junto a otros desgraciados, para que los masacraran y finalmente asesinaran. 

Hubo un ensañamiento especial con los sindicalistas clasistas que habían osado instalar, efímeramente, el control obrero de la producción. Un compañero de Carlos en Mestrina, el Macaco, compadreó: dijo que cuando los milicos lo fueran a buscar, “los iba a echar con los perros”. Los testigos sobrevivientes de Campo de Mayo recuerdan que al Macaco le cortaron los garrones, para que se arrastrara, y le largaron encima los perros de la guarnición.

La saña fue proporcional a la amenaza que sintieron los patrones. A sus ojos, y a los del plan represivo, los obreros merecían un castigo ejemplar: toda la zona debía ser “limpiada de bichos colorados”. Así me habló en 2009 el dueño de uno de los astilleros, que había sido tomado como rehén en 1973.

Lo dijo con un odio chocante, como si el daño que le habían inferido hubiera sucedido el día anterior, y no hacía más de treinta años. Cuando lo entrevisté, en su oficina de unos talleres de maquinaria industrial, negó reconocer a los delegados en las fotografías que le mostré mientras hablábamos.

No podía ser: seguramente se habría cruzado con ellos diariamente y, muy probablemente, temido. Recuerdo que miró las imágenes como quien ve a través de una ventana. Como si esas personas no hubieran existido. Y sin embargo, allí estaban, durante una toma de fábrica, o un asado. 

Las fotografías pueden ser engañosas: mantienen vivo lo que ya no es. Pero en esa aparente ambigüedad está su verdadero poder. Nos confrontan con la idea de que nadie muere del todo.

La entrevista con Ana Mancebo fue en su casa, en una zona llamada Talar de Pacheco. El camarógrafo y yo tuvimos que hacer algunos kilómetros por un camino desolado rodeado de montañas de autos abandonados. El camino serpenteaba entre la chatarra como si una gigantesca topadora hubiera abierto paso apartándola a ambos lados. El puente sobre el Río Reconquista nos mostró un horizonte de basura y podredumbre. Al otro lado, aparecieron las primeras casas de un barrio obrero como todavía podían verse en 2003. No voy desde entonces; es probable que el camino hoy sea más peligroso, que se haya amontonado más miseria. Pero tal vez sean solo los prejuicios nacidos del privilegio del que puede entrar y salir de los escenarios que visita para describir el mundo. 

En todo caso, esa escenografía deprimente era la adecuada para mi estado de ánimo. La noche anterior había dormido muy mal, como venía sucediendo hacía tiempo. Para ser más preciso, desde que había comenzado mis entrevistas a víctimas del terrorismo de Estado. Muchas veces tenía visiones fugaces de rostros o evocaba fragmentos de las cosas que me habían narrado secuestrados, exiliados, madres y padres de desaparecidos.

Sin embargo el sueño de la víspera a la visita a la casa de Ana Mancebo fue fundacional. Yo no lo sabía entonces, pero iba a ser la primera de muchas otras noches diferentes. Yo no sabía que empezaba mi trabajo como mensajero. 

Soñé que se me acercaba un joven. Nos encontrábamos en una esquina, y él, serio, miraba atentamente a los costados con las manos metidas en los bolsillos de una campera. Estaba serio. Cuando pareció estar seguro de que estábamos solos, me miró y me dijo:

-Mañana vas a ver a una señora. Te va a explicar por qué se mete al mar. Le vas a decir que es verdad.

-¿Qué es lo que es verdad?

-Lo que te dice es verdad. Y le vas a decir que la acaricio como las olas del mar. 

Me desperté sobresaltado. Pensé que era una más de tantas pesadillas. Porque yo sabía, aunque nada racional lo justificara, que esa persona con la que había hablado había existido, y estaba muerta. 

Fue una entrevista difícil. Los sectores populares no abundan en metáforas, son directos, tienen el dolor a flor de piel. Contestan con monosílabos. Pero además, el esposo de Ana estuvo todo el tiempo presente, algo bastante frecuente también en esos casos. Nos recibieron en una casa humilde. Nos convidaron café en unas tazas viejas y nos sentamos en torno a una mesa con uno de esos viejos manteles de hule estampados con flores. 

El viejo había sido testigo del secuestro de su hijo, ya que también él trabajaba en el astillero. Desaprobaba la militancia sindical de su hijo. Pero él no abrió la boca durante toda la entrevista. Sólo tamborileaba con impaciencia sobre la mesa. Lo hacía con tanta insistencia que por momentos yo fijaba la vista más en sus manos que en la cara de la anciana, que contaba sus cuitas en tono monocorde. Él tenía los dedos como garras, callosos y fuertes, con las uñas largas. 

Ana dijo que nunca esperó que el Ejército hiciera lo que había hecho con su hijo. Más aún, que el día del golpe hasta se alegró de que lo detuvieran, porque ya estaban muy preocupados con todo lo que estaba pasando.

¿Todo lo que estaba pasando? –pregunté.

-Los asesinatos. Usted sabe. Era cuestión de que cada mañana apareciera una persona muerta a tiros en la calle, y yo tenía miedo por él.

-Entiendo.

-Pero nunca pensé que los militares iban a ser peores. No era eso lo que me habían enseñado.

Hubo un silencio incómodo.

-¿Y cómo era Carlos en esa época? –pregunté al fin.

-Ah, era un muchacho fuerte, buen hijo… ¿Quiere que le muestre una foto?

-Por favor.

No hay muchas imágenes de los militantes de aquella época. De los trabajadores, menos. Porque una cámara fotográfica era algo caro entonces. 
Porque por seguridad las destruyeron o las saquearon durante los allanamientos. En algunos casos, de esas personas desaparecidas no quedó nada, salvo la tozudez o la resignación de sus familiares. 

-Esta es la única que nos quedó de él, es la del documento de identidad. Con la que hicimos la pancarta. Mire qué lindo chico.

Mientras hablaba, la señora me alcanzó en pequeño retrato.

Dicen que los que mueren trágicamente nunca nos dejan del todo. Pero es más que eso: convivimos con los muertos. Nuestra soberbia, nuestro miedo, son tan poderosos que achican el campo de nuestras experiencias. Pero bastaría estar atentos, y ver o escuchar. Porque lo que no pueden decirnos en las horas diurnas nos lo hacen saber durante el sueño.

Lo supe esa mañana cuando ví que la foto de Carlos Ignacio Boncio era la del rostro del joven con el que yo había hablado en sueños. El joven que me había visitado para yo transmitiera un mensaje.

-A usted le va a parecer raro –me dijo entonces Ana, como si me leyera los pensamientos- Pero cuando supe que los tiraban al río, pensé: Carlos sabía nadar, a lo mejor se salvó…

-¡No empieces con eso! –fue la única vez que el papá de Carlos intervino en la conversación, y lo hizo para pegar un grito, dar un manotazo, levantarse e irse para el fondo.

Ella lo vio alejarse con una expresión de dulzura:

-El pobre tuvo que seguir trabajando en ese lugar, no digiere lo de nuestro chico. Yo me junté con las Madres de por acá, reclamamos, pero además, ¿sabe qué?

-¿Qué Ana?

La vieja me miró con un gesto de complicidad, como una abuela que va a contar un cuento.

-Me llevó un tiempo darme cuenta de que no se había podido salvar. Que los tiraban al río para que se ahogaran. Después me enteré de que los drogaban para que ya llegaran inconscientes al agua.

El viejo estaba en el fondo de la cocina, con los brazos cruzados, la mirada clavada en el piso.

-Ese verano, habrá sido el primero de la democracia, le insistí a mi marido para que nos fuéramos de vacaciones al mar. Nos fuimos a Mar del Plata.

Yo no conocía el mar, ¿sabe? Nunca nos habíamos ido de vacaciones. Y llegué a la orilla. Tenía puesto un vestido, me saqué los zapatos y me lo arremangué, y me metí en el mar, y sentí las olas.

Yo no podía dejar de mirar a Ana. El recuerdo de esa escena la había embellecido. Un amor doloroso le hacía brillar la mirada.

-Y cuando el mar me tocó, yo sentí que mi hijo estaba en esas olas, y que me acariciaba.

La señora calló, y se me quedó mirando.

-Usted me cree, ¿verdad?

-Sí, Ana, sí.

-Mi marido piensa que estoy loca. Pero yo sé que ese día mi hijo me acarició.

-Le creo Ana. Estoy seguro de que es así–dije con la mirada del hombre que me había visitado en sueños clavada sobre mí. Mientras tanto su padre, en la cocina, decía que no con la cabeza. 

Terminamos la entrevista unos minutos después. Esta vez el viejo, que nos había recibido junto a su esposa en la puerta, ni siquiera se acercó para despedirse.

Yo le pedí permiso a la señora para abrazarla. Sentí que mi trabajo no estaba completo. Que tenía que cumplir.

Con su cabeza a la altura de mi pecho, volví a decirle:

-Estoy seguro de que ese día su hijo llegó con las olas para acariciarla.

Sentí cómo su cuerpo agradecía esas palabras.

-¿De verdad no piensa que estoy loca?

Y entonces, por fin, me animé:

-Carlos me contó anoche que lo había hecho. 

Separó su rostro de mi pecho. Me miró:

-Me dijo: “la acaricio como las olas del mar” – reforcé. 

Fue un abrazo breve. Pero mientras duró me pareció escuchar el rumor eterno e incesante del mar, ese rumor que también escucho ahora mientras termino de escribir, mientras pienso cuándo será la próxima vez que vuelva a hacer de mensajero.

Federico Lorenz 2018.



viernes, 2 de noviembre de 2018

Sangre de su sangre. Cómo "maté" a mi hija… @dealgunamanera...

Sangre de su sangre. Cómo "maté" a mi hija…


"Cómo maté a mi hija” la removedora crónica de un padre conquista las redes

© Escrito por Cadu de Castro el martes 04/09/2018 y publicado Montevideo Portal de la Ciudad de Montevideo, República Oriental del Uruguay.

Narrado en primera persona, el relato procura llamar la atención sobre la responsabilidad colectiva en los casos de feminicidio.

Brasil es un país sumamente castigado por el flagelo del feminicidio, lacra que en nuestro país también campa a sus anchas.

Conmovido por esas muertes cotidianas -trece al día, según las estadísticas- el historiador brasileño Cadu de Castro escribió y compartió en Facebook una conmovedora crónica.

En su breve relato, el autor deja claro que un feminicidio no se produce sólo en el instante en el que un hombre le arrebata la vida a una mujer. Comienza mucho antes, y con la involuntaria y anónima complicidad de todos.

Publicado hace menos de un mes, el relato de Castro fue compartido más de cincuenta mil veces y reproducido en varios medios de prensa brasileños.

A continuación, ofrecemos el texto traducido al español.

Soy machista. Fui criado así. Crecí, me casé y tuve una hija. Siempre sometí a mi mujer, algo que me parecía completamente natural. Al fin y al cabo, el machismo es tan estructural que se naturaliza. Usaba adjetivos como incompetente, idiota, estúpida, para criticar muchas de sus palabras y posturas, y así disminuirla, empequeñecerla. Nunca la agredí físicamente, pero ejercía violencia psicológica. Mi hija fue criada en ese ambiente.

Me reía de los chistes que humillan o descalifican a las mujeres, y los reproducía. Cuando alguna se ofendía y protestaba le preguntaba si no tenía sentido del humor, era sólo un chiste, una broma. Aparte de eso, siempre fui muy moralista, especialmente cuando veía mujeres con ropas muy cortas. Muchas veces dije que estaban pidiendo ser violadas. Recuerdo que una vez me contaron sobre un caso de violación de una chica "modernosa" del barrio donde vivo, y cuestioné si se trataba realmente de una violación. Al fin y al cabo, ella abusaba, lo pedía ¿no? Mi hija escuchaba todo eso.

Defendía que hombres y mujeres son muy diferentes y por eso sus derechos no podían ser iguales. Reproducía las falacias de que el hombre es más racional y la mujer más sentimental, que tener muchas mujeres en un mismo lugar de trabajo no da resultado, que la mujer habla demasiado, que le gustan los chismes, que los hombres son más competentes para gerenciar negocios, que hay mujeres a las que les gusta que les peguen, que los niños mal educados lo son por culpa de la madre, etc. Mi hija aprendió todo eso.

Una vez, un vecino agredió físicamente a su mujer. Mi esposa y mi hija hablaron de llamar a la policía, pero lo impedí. Dije que "en pelea de marido y mujer no se mete cuchara". ¿Quién sabe lo que ella hizo para hacerle perder a él la cabeza? Mi hija incorporó esa idea.

Deshumanizaba la figura femenina. A las mujeres más independientes y despegadas de esas reglas morales que yo defendía, las llamaba vacas, yeguas, cerdas. Decía que el feminismo era cosa de mujeres "mal atendidas", feas, desequilibradas, desubicadas. Me ofendía cuando alguien me llamaba machista, y decía, "ni machismo ni feminismo, nada de ismos". Mi hija llegó a reproducir algunas de mis expresiones.

Recuerdo cuando ella me lo presentó. Estaban empezando a salir. Una vez la oí conversando con una amiga y le contaba que a veces era un poco grosero, pero los hombres son así, ¿verdad? Yo era su referencia.

En otra ocasión hablaba con una prima sobre cómo lo encontró con otra, pero él se disculpó y dijo que era sólo un desliz, que la amaba. Recordó que unos años antes, su madre había descubierto algunas aventuras mías, y que eso era, al fin y al cabo, cosa de hombres.

Él me caía bien. Era un muchacho simpático y trabajador. Reía mucho de los chistes sobre mujeres que le contaba, y hasta aportó algunos nuevos que ampliaron mi repertorio.

Se casaron. Con mi bendición. Una vez ella se quejó con la madre de que él era muy celoso y posesivo, que la agobiaba. Me metí en la conversación y dije que él era el hombre de la casa y que ella tenía que respetarlo, y que los celos eran señal de amor. Ella estuvo de acuerdo. Noté que algunas veces hablaba con ella de manera agresiva. Lo llamé para tener una charla. Me pidió disculpas y dio que procuraría controlarse "pero que la mujer habla demasiado y sabes cómo es eso, a veces hace que uno se ponga nervioso". Terminé concordando con él.

Hace poco ella llegó a casa con un hematoma en un ojo, el rostro hinchado y marcas en los brazos. Le pregunté sobre eso y contestó que se había caído por las escaleras, pero que estaba bien, que no hacía falta que me preocupara. Le pregunté si todo iba bien con su marido y me dijo que sí, que él la amaba.

Ayer recibí una llamada de la policía. Supe que mi hija estaba muerta. Su compañero la había tirado del balcón desde un décimo piso. O la había apuñalado, o baleado, o estrangulado, o golpeado hasta la muerte durante una pelea conyugal.

Los vecinos oyeron sus gritos pidiendo socorro, pero nadie intervino ni llamó a la policía. Al fin y al cabo, en pelea de marido y mujer no se mete cuchara.

Yo caí, o fui apuñalado, o baleado o estrangulado junto con mi hija. Ahora yazgo en este suelo frío, La caída, o el tiro, o el estrangulamiento, o los golpes, o la puñalada que destrozó mi alma, agudizó mis sentidos. Puedo ver, oír. Veo ahora con una claridad y lucidez que me lastiman: el machismo, que siempre naturalicé y reproduje, oprime, hiere, mata. Oigo el grito de los feminismos. Es un grito de dolor. Es un grito ancestral. Es un grito por igualdad de derechos y oportunidades. Es un grito por respeto. Es un grito por la vida. Es el grito de mi hija. Es el grito de tu hija.

Es tarde para mí. Es tarde para ella. Maté a mi hija. En cada acto machista maté a mi hija. Maté también otras hijas, hermanas, madres. Defender y reproducir el machismo es mancharse las manos con sangre. Tú puedes aún salvar a tu hija, hermana, madre y tantas otras mujeres. Actúa antes de que sea tarde.

Debes estar preguntándote si esta historia es verídica. Respondo: sí y no. Sí porque ocurre todos los días, en muchos lugares y a muchas familias. Criamos una serie de feminicidas, y algunos feminicidas en serie. Brasil está entre los países con mayor tasa de feminicidios: ocupa la quinta posición en un ranking de 83 naciones. Mueren 13 mujeres al día en casos de feminicidio, y casi el 80% de ellas a manos de sus parejas.

Y no, no es verídica porque no me ocurrió a mí.

Simplemente escribí esta crónica porque me sentí tocado por un grave problema social: el machismo, al que tenemos que exponer, revelar y combatir todos los días y en todas partes.

Tengo la dicha de estar rodeado de mujeres feministas. Esposa, hija, sobrina, nuera, primas y amigas

Crié una hija feminista. Desde pequeña le enseñé a aceptar un NO sólo si tenía una justificación coherente, proviniera de quien proviniera, incluido yo.

Cuando surgieron expectativas sobre hacerla estudiar ballet, la apoyé para que entrenara taekwondo como ella quería. Ahora es cinturón negro segundo dan. Fue campeona brasileña combatiendo con hombres (en aquella época no había otras mujeres) y campeona panamericana. Está casada con un tipo maravilloso. Y ahora esperamos a Mel, su hija y mi primera nieta, y sólo de pensarlo me lleno de amor y ternura.

Necesito luchar por un mundo mejor para ella. Por un mundo mejor para todas las mujeres. Quiero un mundo mejor para todas las personas.

Y para eso, nosotros, los hombres, tenemos que empeñarnos en una férrea lucha que comienza dentro de cada uno de nosotros, contra el machismo nuestro de cada día. Tenemos que desaprender lo que somos.

¡Sólo los feminismos salvan! Esa lucha es de todos nosotros. Le enseño eso a mi hijo, que es un tipo maravilloso.