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viernes, 31 de enero de 2020

El mundo según Alberto… @dealgunamanera...

El mundo según Alberto…


La política exterior llevada adelante por Alberto Fernández es el resultado de un delicado equilibrio en un mundo convulsionado. Prudencia y pragmatismo parecen ser las líneas rectoras frente a este complejo escenario.

© Escrito por Christian Gebauer, Profesor de Filosofía y Analista Internacional, el miércoles 15/01/2020 y publicado por el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.

Considerando el tema de las virtudes humanas, Aristóteles destacaba que residían en el punto medio entre dos extremos. Uno de los ejemplos que da es que la prudencia se opone tanto a la temeridad como a la cobardía. Ahora bien, el término medio es, justamente, aunque con alguna excepción, lo que define la política exterior que está llevando adelante el gobierno de Alberto Fernández.

En términos generales, hasta el momento la postura ante los conflictos globales busca equilibrar los gestos y las declaraciones. La muerte de Soleimani y el aumento de la tensión en Medio Oriente motivaron una mención a “violencia reciente”, aludiendo veladamente a la acción norteamericana, pero también un refuerzo de la protección de los activos de ese país en Argentina. Análogamente, la ministra de Seguridad se refirió relativizando a Hezbollah, mientras que el canciller lo hizo del modo contrario. ¿Fallo de comunicación interna o deseo de quedar bien con todas las partes? El cambio de actitud del propio Fernández acerca de la muerte de Nisman refleja la misma política, adscribiendo alternativamente a ambas teorías, suicidio y asesinato.

A su vez, la situación de Venezuela está directamente determinada por las superpotencias, y aquí también se verifica esta tendencia. En efecto, nuestro país se abstuvo durante la última votación de la Organización de Estados Americanos. Se trataba de reconocer a Guaidó, que obtuvo 20 votos, o a Maduro, que logró 5. Ocho países se abstuvieron, destacando Méjico y Argentina.

El término medio es, justamente, aunque con alguna excepción, lo que define la política exterior que está llevando adelante el gobierno de Alberto Fernández.

Esto representa un giro respecto a la política previa, de marcado alineamiento con Washington. Así es que la embajadora de Guaidó aceptada por Macri vio perder su status diplomático cuando Felipe Solá se hizo cargo de las relaciones exteriores. De hecho, para la asunción de Fernández ya había sido invitado un ministro de Maduro sancionado por USA. Pero ello no obsta que, para compensar, Argentina continúe en el Grupo de Lima y haya criticado la actuación del chavismo durante la última elección de autoridades parlamentarias. También se intercedió para la liberación de seis norteamericanos presos por Maduro. No sé si Aristóteles lo habrá advertido, pero el camino del medio es sinuoso.

En cierta medida, Fernández parece también seguir a otro griego, Tucídides. En el primer texto de geopolítica existente, este general ateniense se preguntaba acerca de la justicia y la fuerza, y concluía que la primera solo puede tener lugar en las relaciones internacionales cuando ambas partes se encuentran relativamente equiparadas en cuanto a la segunda. No hay posibilidad de justicia si hay un gran desbalance de fuerzas. La creación de instituciones como la ONU no ha atenuado mucho la verdad de esta afirmación, si bien la guerra puede ser hoy más económica que militar.


Es así que, en lo que hace a la política regional que no es decisiva para las potencias, Fernández ya se permite posturas más claras. Por ejemplo, cuando fue a visitar a Lula da Silva a la cárcel. El candidato peronista y Bolsonaro venían manteniendo un álgido intercambio de ataques verbales, pero este gesto fue una incursión concreta en territorio brasileño a favor de Lula. Un tiempo más tarde, horas después de que éste fuera liberado Bolsonaro autorizó una compra de trigo por fuera del arancel común del Mercosur, perjudicando a Argentina. Y a los pocos días el ministro de Economía, Guedes, se dijo favorable a un eventual tratado de libre comercio entre Brasil y la Unión Europea, lo que significaría la terminación del Mercosur.


La situación causó perplejidad, ya que es inédita, y cierta preocupación en algunos sectores. El presidente brasileño ha trazado una línea roja, significativa si el Mercosur es realmente importante para Argentina. Brasil no es hoy una potencia mundial, pero sigue siendo bastante más grande que nuestro país y su importancia para nosotros es mucho mayor que la nuestra para ellos.

Donde sí se permite Fernández tomar una postura fuerte es en relación a un país pequeño, Bolivia. Si bien las potencias tienen sus preferencias en la interna boliviana, no representa para ellas una apuesta importante. Evo Morales, por ejemplo, expulsó a la DEA y criticó muy fuertemente a Estados Unidos durante mucho tiempo, pero nunca fue sancionado por ello. Por otro lado, Rusia describe la salida de Morales como un golpe, pero no hizo nada para evitarlo. El cambio de gobierno se debe más a factores internos que externos. Es cierto que la OEA jugó un papel en ello, pero no fue decisivo. Morales había dicho que aceptaría el resultado de su peritaje, y lo hizo tras su publicación al convocar a nuevas elecciones. El principal candidato opositor, Mesa, estaba conforme con la medida, pero otros opositores tomaron las calles para presionar a Morales y capitalizar su eventual renuncia. Los mismos opositores que posteriormente pasaron a candidatearse por su cuenta.

Es así que el presidente argentino puede tomarse la libertad de cobijar al desterrado Evo y desconocer a Añez. La Casa Blanca puede mostrarse en desacuerdo, pero lo cierto es que lo de Añez es provisorio y por ahora el tiempo juega a favor de Fernández.

Argentina no tiene necesidad de alinearse en torno a los conflictos globales, solo debe atender a sus intereses. Sin embargo, también allí debe haber un equilibrio.

La constitución de un bloque político con Méjico era esperada. Por lo pronto, y como lo demuestra la votación mencionada, no tenemos simplemente una izquierda y una derecha latinoamericanas, también hay un espacio de identificación con el centro.


Descontando el episodio con Lula, el actual presidente argentino parece inspirarse en los clásicos. Una mejoría en comparación con la situación previa, si la relación con Brasil no se descarrila. Por más que el endeudamiento con el FMI requiere cierta colaboración con Washington, China es un socio comercial más importante. Argentina no tiene necesidad de alinearse en torno a los conflictos globales, solo debe atender a sus intereses. Sin embargo, también allí debe haber un equilibrio. La reciente limitación de licencias automáticas de importación podría desencadenar demandas ante la Organización Mundial de Comercio, como sucediera durante el último período de CFK. Un mundo complejo requiere una respuesta compleja, no adhesión instintiva ni egocentrismo desbocado.


Es posible que el eje con el Méjico de López Obrador, que este año presidirá la CELAC, pueda ampliarse a una suerte de internacional socialdemócrata. Esto podría suceder por intermedio de España, con cuyo líder actual, Pedro Sánchez, Fernández mantiene buenas relaciones. España está también, por ejemplo, en cierta medida enfrentada con el gobierno de Añez. El futuro dirá.



miércoles, 5 de septiembre de 2018

El informe de la BBC que revela por qué hay hambre en la Argentina… @dealgunamanera...

El informe de la BBC que revela por qué hay hambre en la Argentina… 

En Argentina, el mayor productor de alimentos per cápita de la región, tiene índices de hambre tan altos como México o Trinidad y Tobago.

¿Por qué hay hambre en Argentina si se produce comida para 440 millones de personas (10 veces su población)?

© Escrito por Daniel Pardo corresponsal de BBC Mundo en Argentina el miércoles 05/09/2018 y publicado en https://www.bbc.com (Copyright © 2018 BBC)

El tercer productor mundial de miel, soja, ajo y limones; el cuarto de pera, maíz y carne; el quinto de manzanas; el séptimo de trigo y aceites; el octavo de maní.

Sí, Argentina produce muchos alimentos.

Y, sin embargo, entre uno y tres millones de argentinos sufren hambre.

Puede verse como una paradoja o como una injusticia o como una apreciación técnicamente fallida que pasa en muchos otros países, como China, el mayor productor mundial de alimentos, o Brasil, el más grande exportador de comida de América Latina.

Pero en ninguna otra nación la brecha parece ser tan grande como en Argentina, donde hoy una nueva crisis económica -hubo diez graves en 70 años-probablemente se traduzca, según el presidente, Mauricio Macri, en un nuevo aumento de la pobreza. 

La indigencia en Argentina, parecido al resto de la región, es común. Con un agravante: las constantes crisis económicas en el país perjudican, sobre todo, a los más pobres.

En un dato oficial que muchos argentinos saben de memoria, Argentina produce alimentos para abastecer a casi 440 millones de personas.

Y su población, según varios estudios, apenas pasa los 44 millones.

Es difícil saber cuántos de los 13 millones de pobres (30%) que se registran en Argentina sufren hambre; las dos variables no van necesariamente de la mano.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de Naciones Unidas reporta poco más de 2 millones de argentinos con déficit alimentario.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) habla de 1,5 millones y el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (ODS-UCA) estima 3 millones.

Se trata de entre un 3% y 4% de la población, muy cerca de la media de la región.

Pero de nuevo: no hay país en este continente que se jacte de ser, o haber sido, "el granero del mundo", como Argentina.

¿Qué es, entonces, lo que pasa? ¿Para dónde va toda esa comida? ¿Por qué no llega al sector más vulnerable? 

Una de las quejas más frecuentes de los pequeños agricultores en Argentina es que la propiedad de la tierra es muy desigual. 

Los grandes problemas

El hambre en Argentina, coincidieron varios expertos en conversación con BBC Mundo, no se debe a escasez de alimentos, sino a falta de ingresos, distribución desigual de la riqueza o ausencia de generosidad.

Aunque hay países más desiguales que Argentina, la economía de este país es una de las más frágiles de la región, azotada por años de políticas de Estado ambivalentes que han resultado en traumáticas etapas de inflación, devaluación y recesión.

Hoy gran parte de la producción, sobre todo de granos, se exporta, pero hay rubros como la carne, el vino y el trigo que en su mayoría se quedan y abastecen el mercado local.

"El problema de Argentina no es que falten alimentos", dice Iván Ordoñez, economista especializado en el campo. "No somos India ni Haití ni Venezuela; nosotros no importamos alimentos, todo lo que comemos es industria local".

"Lo que debería pasar, y no ha pasado, es que el mercado interno compita con el mercado externo, que se exporte más, se genere más riqueza y eso genere más empleo", asegura.

Los analistas coinciden en que la relación entre los gobiernos argentinos y el campo, marcada por el alza y la reducción de impuestos, es una historia de amor y odio que ha impedido la planificación y ha exacerbado la concentración de la propiedad y la producción. 

El boom sojero en Argentina sacó a muchos de la pobreza, pero cuando pasó la bonanza y volvieron los problemas económicos, se vio que no era una solución a largo plazo.

"Los beneficios de la producción —explica Agustín Salvia, director del ODS-UCA— solo llegan al primer segmento de la sociedad, que es un 30% integrado al mundo, desarrollado, con altos estándares de consumo".

"Eso permite un derrame de ingresos al sector medio, que es el 40%, que vive de la prestación de servicios, pero apenas gotea al 30% más pobre, que depende de las asistencias".

"No solo hay que tener mejores programas sociales, sino una economía menos informal y más participativa, con pequeños centros de producción, de reciclaje y de cuidado", concluye el especialista en pobreza.

Como en casi toda América Latina, la tasa de informalidad en Argentina roza el 50% del empleo, una problemática que golpea a los más vulnerables, sobre todo en momentos de inflación y recesión.

Francisco Yofre, director de la FAO Argentina, atribuye una parte del problema a la falta de educación.

"Argentina es uno de los países que más desperdicia alimentos y uno de los de mayor consumo de azúcar y bebidas azucaradas", advierte.

Según números de la FAO, el 12% de la producción de alimentos en Argentina es desperdiciada y el 45% de eso es frutas y hortalizas, el rubro más caro y nutritivo.

"Estamos trabajando con el actual gobierno para concientizar a los hogares en estos aspectos, pero esto solo se soluciona con una política de Estado de corto, mediano y largo plazo", asegura. 

Argentina es uno de los mayores productores del mundo de aceites vegetales.

Vocación de generosidad

Juan Carr es un porteño de ojos azules, bajito y risueño que a sus 56 años ha sido siete veces postulado al Nobel de la Paz.

A través de su Red Solidaria, un "hecho cultural" que organiza gente en 23 países para ayudar a poblaciones vulnerables, Carr es probablemente el argentino que más tiempo le ha dedicado a luchar y pensar el fenómeno del hambre.

Sentado en su oficina de Red/acción, un recién lanzado medio de comunicación enfocado en lo social, Carr le dice a BBC Mundo que hay dos razones para ser optimista.

Una, que el hambre ha bajado: "A finales de los años 90 morían 25 niños por día por desnutrición y hacia 2010 esa cifra, que hoy debe estar por ahí, era de 4 al día".

"Es un logro tremendo, que, en mi intuición, se logró gracias a una alianza entre el Estado, (la fundación católica) Cáritas y el campo", asegura.

En segundo lugar, Carr celebra que el hambre ya no solo es una preocupación de las organizaciones sociales o la izquierda: "Es un éxito cultural que los sectores conservadores también se preocupen por esto".

Las ollas populares son todo un símbolo en Argentina. Muchos, sobre todo en el interior, dependen de ellas. Pero los expertos dicen que eso no es suficiente ni soluciona el problema de fondo.

Ahora: ¿por qué sigue habiendo hambre en el país de la abundancia? Carr tiene una mirada distinta a los especialistas.

"Puede ser una razón económica o puede ser una razón técnica, pero desde mi intuición de no especialista creo que esto pasa, primero, por una cuestión cultural".

El problema con el hambre, explica, es que parece invisible: la gente que la padece es marginal dentro de la marginalidad.

"El hambre no necesariamente habla de la pobreza, sino de la invisibilidad, de la dispersión, de la marginación".

"Lo que se necesita —concluye— es levantar la mirada de los 43 millones (de argentinos) que sí comen (…) para comprender, entender y abrazar a una de esas personas que está entre el millón de gente con hambre".

"El argentino es muy reactivo, muy solidario. Pero solo voltea a mirar cuando el problema está ante sus ojos. Y en el hambre falta una maquinaria de visibilización".

Carr, graduado en veterinaria, se preocupa por no sonar prepotente, por no jugar de especialista, por no criticar a 43 millones de argentinos que no sufren hambre.

Pero lanza una pincelada: "Yo no sé por qué no le llega comida a ese millón, pero creo que tiene que ver con una falta de vocación por la generosidad".

Cuando los agricultores protestan en Argentina, regalan comida, un reflejo de que el problema no es que falten alimentos, sino que la retribución por su venta no da para vivir.


domingo, 11 de marzo de 2012

Modelos de desarrollo de América Latina... De Alguna Manera...

Modelos de desarrollo en América Latina…


El viernes 16 de marzo en la sede de Aladi (Asociación Latinoamericana de Integración), junto a la Cepal y ministros y autoridades económicas de la región, debatiremos las complementariedades y convergencias de los diferentes modelos de desarrollo presentes hoy en Latinoamérica. Después de décadas de “ser pensados desde afuera”, donde las políticas económicas y sociales eran orientadas o condicionadas por los organismos financieros internacionales, la mayoría de los países latinoamericanos han vuelto al ejercicio de pensarse a sí mismo, de establecer estrategias de desarrollo desde sus propias necesidades y sus reales intereses.

Este cambio de época coincide con la crisis de legitimidad del capitalismo, en la cual el mundo desarrollado ya no puede exportar sus visiones como saber dominante o hegemónico. Se han abierto las fronteras de lo posible. De aquí la importancia de avanzar en la búsqueda de denominadores comunes y de coincidencias que le den soporte conceptual a la profundización de un Proyecto de Desarrollo para Latinoamérica en el Siglo XXI.

No se trata de actualizar el viejo desarrollismo economicista de los años ’50 que, en gran medida, escindía la política de la economía y ésta del desarrollo social y la distribución del ingreso. Cuando hablamos de un Proyecto de Desarrollo para el siglo XXI, hablamos de recentrar el dominio de la política y de la democracia respecto del mercado, y de asociar las políticas de crecimiento a la baja de la pobreza y la desigualdad.

Una relación virtuosa en la relación entre el Estado y el Mercado es la que permite orientar la economía en un sentido estratégico, hacer primar los objetivos productivos sobre las ganancias financieras y articular el crecimiento con una mejora gradual en la generación de empleo y en la distribución del ingreso.

En nuestro continente las crisis de las décadas perdidas –los años ’80 por la deuda, y los ’90 por el desempleo, endeudamiento y la situación social– hicieron que la mayoría de los actuales gobiernos mejoraran sustancialmente las cuentas públicas, tuvieran un buen nivel de acumulación de reservas y balances comerciales y de cuenta corriente equilibrados.

Cuánto ayudaron a esta situación la mejora de los precios internacionales y la emergencia de China, es decir el denominado viento de cola, es un tema a considerar. Pero no hay que quitarles méritos a gobiernos que condujeron eficazmente esta coyuntura, que tuvieron políticas contracíclicas para amortiguar los efectos de las crisis del mundo desarrollado y que les mejoraron mucho la vida a los asalariados y a los sectores más vulnerables.

De aquí que es muy difícil encontrar un momento tan favorable para América latina en la historia reciente, en cuanto a consolidar la democracia, sostener el crecimiento y bajar los niveles de desocupación, pobreza e indigencia.

Estas tres dimensiones: democracia, crecimiento y equidad, casi nunca fueron juntas en nuestra región y esto no es un hecho casual o fortuito, sino que tiene que ver con un cambio de época que ha colocado a América latina como una de las geografías del mundo donde domina una visión positiva respecto del futuro. Refuerza esta percepción de la mayoría de las sociedades el hecho de que Latinoamérica y el Caribe fueron las zonas donde más creció la inversión extranjera. Es decir, las inversiones extranjeras continúan viendo los atractivos de los recursos con los que cuenta la región y están cada vez más atraídos por los mercados en una zona en la cual continúa la expansión.

Un factor gravitante de la buena situación de un número importante de países ha sido precisamente la revalorización de la política y la legitimidad de los gobernantes a partir de los logros obtenidos. Esto ha permitido superar falsas y antiguas antinomias; Estado versus mercado, desarrollo hacia afuera versus mercado interno, inflación o desarrollo, crecimiento, distribución, y así podríamos seguir enumerando opciones y contradicciones que, a partir de distintos tipos de fundamentalismos, impidieron por mucho tiempo el despegue de la región, o, en su defecto, generaron procesos discontinuos de avances y retrocesos.

Hoy vemos cómo los mercados, a partir de la crisis europea, secuestran la democracia y vacían de contenido la política dejándola impotente o rehén del ajuste recesivo. En otras regiones, desarrollos alucinantes desde el punto de vista económico, se llevan adelante desde gobiernos de partido único donde el poder muy centralizado se dirime en torno de unos pocos funcionarios.

La crisis de paradigmas, sean ortodoxos u heterodoxos, le abre a nuestra región una gran oportunidad. Por eso la importancia que le damos al debate, al intercambio de propuestas, la búsqueda de complementariedades y al reto de articular las estrategias nacionales de desarrollo al espacio común latinoamericano. Junto a la Cepal vemos la necesidad de avanzar en esa búsqueda tomando en cuenta la necesidad de contribuir al crecimiento de la Celac (Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe), punto de partida del intento más ambicioso hacia la unidad latinoamericana. Un mecanismo o ámbito que debe ser fortalecido, buscando coincidencias a partir del respeto a la pluralidad y desde la convicción de que la mayor integración beneficia a todos nuestros países y nuestros pueblos.

© Escrito por Carlos “Chacho” Álvarez (*) y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 11 de Marzo de 2012.

(*) Secretario general de Aladi.