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domingo, 18 de noviembre de 2012

Tragedia y locura... De Alguna Manera...


Tragedia y locura…

LA PRESIDENTA, frente al dilema de tener que elegir entre profundizar el modelo o corregirlo.

Tras el 8N, hay dos posibilidades: el Gobierno corrige el rumbo o lo profundiza. Elige cuáles deseos mantener y cuáles abandonar, o sigue yendo por todos. Se trata de una opción porque uno de los dos caminos tiene muchos más riesgos y contiene verdadero peligro. Si no, todos querrían siempre ir por todo. El dilema reside en que, independientemente de cuál sea la decisión, siempre tendrá remordimientos por no haber optado por la otra elección.

La tragedia es el género especializado en situaciones en las que el agente tiene que elegir entre dos alternativas, ninguna carente de males, en conflicto ético, incompatibles entre sí y ante las cuales el protagonista se rebela. Martha Nussbaum, en su libro La fragilidad del bien: fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega, escribió que es característica de la tragedia “mostrar la lucha entre la ambición de trascender lo meramente humano y el reconocimiento de la ruina que ello acarrea”.

El ejemplo de Aristóteles era el del capitán de un barco que, para salvar a su tripulación en una tormenta, debía tirar el cargamento al mar. Pero si quería llegar a puerto con todo, emergía la tragedia. En nuestro caso, lo que la Presidenta debería enviar al fondo del mar, si deseara que la nave de su economía llegue sin mayores riesgos a 2015, sería el relato, porque le será cada vez más difícil continuar con inflación creciente, retraso cambiario, subsidios y déficit. Y en el camino puede producir una tormenta perfecta.

Pero, para ciertas personas, la vida sólo es completa cuando se la vive como si fuera obra de arte, pretendiendo unir lo sublime y lo profano. Nietzsche creía que “el gran estilo” era lo que unía la voluntad de poder con el arte, entendido como exceso, transgresión, transformación, energía, “la economía a lo grande” y el encuentro con la vida. Para Nietzsche, “el gran estilo” era la tragedia, “el amor por las cosas problemáticas y terribles”. Lo sublime identificado con la “domesticación de lo trágico” y la instrumentalización de lo enigmático.

Para el romanticismo no hay verdad sin estilo, ni estilo sin verdad. Y Nietzsche hablaba del fin de la retórica y el comienzo de la estética.

Así pensado, en muchas locuras no habría una caída del mundo inteligible al sensible sino lo contrario, un ascenso, porque sólo con la liberación de las pasiones se accedería al conocimiento, y sólo el furor divino permitiría alcanzar el saber del nivel superior.

“El hombre siente placer cuando actúa conforme al fin que ha suscitado su acción, la conformidad con el fin se manifiesta bajo la forma de belleza, bello es aquello que siendo perfecto implica una acción virtuosa”, escribe el profesor de Estética de la Universidad de Turín, Sergio Givone en su Historia de la estética.

Si lo sublime es la tragedia, ¿será más majestuoso quedar en la historia como la mujer que no cambió sus convicciones, o lo será ser re-reelegida si para ello tiene que moderar sus proposiciones? Entonces, ¿preferirá un escenario donde los kirchneristas se hagan más kirchneristas y los antikirchneristas se hagan más antikirchneristas? ¿Preferirá la fábula verdadera y una inagotable producción de significados antes que abandonar teorías derrotadas tras experimentos falseadores? Y si la economía se fuera de control antes de 2015, ¿preferirá una inflación del 50% anual y una brecha cambiaria del ciento por ciento antes que aplicar otro plan económico?

Martha Nussbaum, en su libro sobre la tragedia, escribió que “la particular belleza de la excelencia humana reside justamente en su vulnerabilidad”, el héroe siempre tiene un “esplendor fugaz” y una “frescura húmeda”. Ulises prefiere el amor mortal de una mujer destinada a envejecer al esplendor perpetuo de la hija de Atlas. “Limitando el intento de desterrar la contingencia de la vida humana –sigue Nussbaum– hubo siempre un vívido sentido de la especial belleza que atesora lo contingente y mudable, un amor al riesgo y la vulnerabilidad de la humanidad que se expresa en numerosos relatos sobre dioses enamorados de mortales”.

¿Soñará Cristina Kirchner con enamorar al destino? ¿Soñará con ser ella misma Odisea? Los 200 funcionarios que la aplauden de pie cada vez más sobreactuadamente (haciéndole mal) son la esperanza de que la Presidenta no se extravíe en el goce de lo sublime que alimente la tragedia para no quedarse ellos sin trabajo.

Ojalá que el género que practique el kirchnerismo siga siendo la comedia.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 17 de Noviembre de 2012.



martes, 13 de noviembre de 2012

Ni Gobierno... Ni Oposicion: Nadie escucha... De Alguna Manera...

Nadie escucha...
"AUTISMO PATRIOTICO". Presidenta Cristina Fernández. Dibujo: Pablo Temes.

Ni la Presidenta ni Mauricio Macri toman nota del reclamo social. ¿Hasta cuándo?

Definitivamente no escuchó. Aunque, en verdad, lo correcto es decir que no quiso, ni quiere, ni querrá escuchar el ruido de las cacerolas ni de las voces que no concuerden con el tramado de su relato. Así es como mejor puede definirse la actitud de la Presidenta no sólo frente a la impactante manifestación del 8N que, por su dimensión y extensión a lo largo y a lo ancho del país, hizo recordar a aquellas otras de los albores de la renacida democracia argentina en 1983.

Pero no sólo eso –el no escuchar– fue lo que hizo la doctora Cristina Fernández de Kirchner, sino algo más: primero, ningunear a las decenas de miles de ciudadanos y ciudadanas que expresaron sus desacuerdos con el Gobierno (“Ayer pasó algo importante: el Congreso del Partido Comunista Chino”); segundo, decirles que se busquen a quienes lo representen (“el verdadero problema de la sociedad es la falta de una dirigencia política que los represente con un modelo alternativo con el cual podamos debatir y decidir”). Y he aquí un grosero error de concepto por parte de la Presidenta, porque es a ella a quien le corresponde atender los reclamos de la ciudadanía.

La Presidenta no gobierna sólo para quienes la votaron sino también para aquellos que no lo hicieron. Una de las características de la manifestación del 8N fue la presencia de reclamos muy concretos: no a la inflación, no a la inseguridad, no a la corrupción, no al incumplimiento de fallos judiciales favorables a jubilados que requieren cobrar lo que les corresponde, basta de presiones a la Justicia, no a la re-reelección, no al autoritarismo.

No son ésas consignas ideológicas. A diferencia de lo sucedido en aquellas trágicas y tristes jornadas de fines de 2001, la gente no fue a pedir que se vayan todos sino a reclamarle al Gobierno que se aboque a buscar la solución de los problemas que hoy afectan la vida de muchos ciudadanos, demanda que también se extiende sobre una oposición que hoy no representa una alternativa de poder viable y que es corresponsable del desequilibrio político de graves consecuencias institucionales que hoy vive el país.

Hay un enamoramiento del relato y del personaje. Ese es uno de los problemas más graves que deja al descubierto la reacción de la Presidenta ante la masiva manifestación popular del 8N. A la doctora Fernández de Kirchner le cuesta creer que haya gente que esté insatisfecha con la marcha de su gobierno. “Tienen una visión distorsionada del país”, dijo. Para el relato oficial esa parte de la ciudadanía está equivocada o es malintencionada.

En esa división agonal del escenario político que el kirchnerismo azuza todo el tiempo, no hay lugar para puntos intermedios. Todo es blanco o negro; todo se reduce a una puja entre buenos y malos, en la que el oficialismo es el bueno y los que están contra él son los malos.

Lo que el Gobierno no puede, no sabe o no quiere solucionar, directamente no existe, persistiendo así en su política de negar la inflación, de afirmar que la inseguridad es una sensación, que hay que cortarla con el cepo cambiario, que no hay problemas con el abastecimiento de energía eléctrica, que todo es un invento de Clarín y que después del 7D ya no habrá más problemas. A esta altura, al Gobierno sólo le falta echarle la culpa de los cambios climáticos a Héctor Magnetto. Si la Presidenta insiste con estas posturas, lo más seguro es que los cacerolazos se vuelvan una habitualidad en la realidad política de la Argentina durante los tres años y un mes que le faltan para cumplir su mandato.

Muchos funcionarios importantes viven con mucha preocupación este presente del gobierno del que forman parte. Una manifestación como la del jueves pasado era impensable hace un año. Reconocen, además, que siguen sin entender por qué la doctora Fernández de Kirchner se ha empecinado en abrir conflictos donde antes no los había. El caso paradigmático es el de Hugo Moyano. El otro, el de Daniel Scioli. A propósito del gobernador de la provincia de Buenos Aires, su estrepitoso silencio acerca del 8N no pasó inadvertido para nadie del entorno presidencial. El aumento de la conflictividad social es otro de los ítems que amenaza con poblar el paisaje político en los meses venideros. Habrá que prestarle atención a la marcha conjunta organizada para el 20 de noviembre por Moyano junto con la fracción de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) que encabeza Pablo Micheli. Así también habrá que seguir con detalle lo que suceda en el universo de la desvaída CGT Balcarce, encabezada por Antonio Caló, cuyo liderazgo está bajo fuego como consecuencia de la negativa del Gobierno a atender algunos de sus reclamos que, al fin y al cabo, son los mismos que viene haciendo Hugo Moyano.

“Si no nos dan algo, muchos de nuestros trabajadores van a terminar marchando con Moyano”, señala un dirigente sindical que se alejó del líder de los camioneros y que ya se desilusionó con el Gobierno al que creyó cercano, de quien dice “ellos creen que hacen todo perfecto y nosotros tenemos que acompañarlos”.

Las cacerolas del 8N también tuvieron como destinataria a la oposición. En ese espacio, algunos lo entendieron; otros, no. La incapacidad que han exhibido y siguen mostrando los opositores para lograr consensos ha sido clave para la construcción del formidable nivel de poder que el Gobierno logró acumular en las elecciones de octubre de 2011.

A ellos les corresponde enfrentar el desafío de conformar coaliciones que sumen y no que resten.

En ese universo de desacuerdos, el que más desentonó por estas horas fue Mauricio Macri, queriéndose subir con algún protagonismo a una convocatoria que lo excedía, y participando luego de una foto con los integrantes de Kiss en el estadio de River en la aciaga y desesperante noche del miércoles 7, en la que el gigantesco corte de energía eléctrica hizo de la sufrida vida de los argentinos que habitan y transitan por la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense un suplicio.

El efecto demoledor de esa foto ha sido más nocivo que las decenas de palabras críticas que sobre el jefe de Gobierno se vierten desde el oficialismo. “Fueron sólo diez minutos”, dijo increíblemente a modo de justificativo Macri, cuando todo hacía suponer que no le alcanzarían los segundos para ver cómo mejor ayudar a paliar los padecimientos por el que a esas horas atravesaban miles de personas angustiadas ante tanta vulnerabilidad y desamparo.

“Me hayan votado o no, yo los he escuchado. Y he aprendido de ustedes. Y ustedes me han hecho un presidente mejor”, dijo Barack Obama tras haber sido reelecto y prometer que contactaría a su rival, Mit Romney, para tratar de establecer una agenda común. ¡Qué lejos de nuestra realidad queda eso!

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 10 de Noviembre de 2012.





domingo, 11 de noviembre de 2012

El 8N y las Consultoras... De Alguna Manera...


De clase, organizada, sin impacto electoral…


Los principales consultores de todas las tendencias analizan el 8N. Todos coinciden en que fue importante, que tuvo identidad de clase media o alta, que pasó de cacerolazo espontáneo. Pero las diferencias aparecen al hablar de su legado, que va de poco a una mayor distancia con el Gobierno que no se traduce en votos.

Los principales consultores políticos de todas las tendencias coinciden en algunos diagnósticos –tal vez los más sustanciales– respecto del 8N, aunque mantiene miradas discrepantes en relación con sus efectos sobre el futuro político nacional. La mayoría afirma que la movilización fue esencialmente de clase media, que fue bastante organizada –dejó de ser un cacerolazo, si se toma el término como sinónimo de espontaneidad–, que no tiene una representación política clara y que por esa razón no muestra por ahora un impacto electoral decisivo. En el marco de las discrepancias, algunos consultores destacan que la marcha exhibe un retroceso del oficialismo, mientras otros sostienen que simplemente se muestra en la calle lo que ya existía como antikirchnerismo, lo que, también por ahora, no significaría cambios importantes en la relación de fuerzas electorales. En ese terreno vuelven las coincidencias: casi todos piensan que el oficialismo podría ganar las elecciones de 2013, aunque discrepan sobre los porcentajes que alcanzaría.

Clase media

Manuel Mora y Araujo, uno de los consultores más tradicionales, hoy titular de la Universidad Di Tella, evalúa que el jueves “la clase media, escasamente articulada a través de organizaciones como los partidos, los sindicatos o grupos militantes, ratificó su capacidad de llenar la calle. La práctica de la protesta, definitivamente, no es patrimonio de ningún sector de la sociedad”. Analía Del Franco, de Analogías, considera que “la gran mayoría de los participantes son del mismo espectro social que los del 13 de septiembre. Si bien esta fue una movilización más numerosa, se puede asegurar que no atrajo a otros sectores sociales más que los niveles medios medios y altos. Para sintetizar, se puede decir que su tendencia ideológica es de centroderecha. Eso no implica que el Gobierno no reciba críticas por izquierda, pero no percibo que se hayan sumado al 8N. Tampoco, votantes de CFK 2011 y hoy críticos o defraudados. Nuestros estudios cualitativos muestran que la critica de éstos no los impulsa (aún) a salir a marchar contra el Gobierno”.

La ¿originalidad?

Enrique Zuleta Puceiro, titular de Opinión Pública, Servicios y Mercados (OPSM), mide la convocatoria no sólo en términos de los que fueron, sino también en términos mediáticos. “La movilización del 8N no tiene precedentes en la historia de las multitudes en la calle y la razón es simple: se desarrolló en todas las ciudades medias y grandes todo el país y ocupó todos los segundos de todo el encendido radial y televisivo en el prime time entre 19.30 y 22 en todas las señales públicas y privadas”.

Artemio López, de Equis, no le ve tanta originalidad histórica. “Los 200.000 opositores de clase media alta y alta, que ya adversaron al gobierno nacional en octubre de 2011, se movilizaron el 13 de setiembre y el 8 de noviembre pasado, rechazando explícitamente toda representación partidaria y señalando claramente la fragilidad de la oposición política realmente existente.”

“Más allá de las discusiones acerca de magnitud –razona Eduardo Fidanza, de Poliarquía– de las polémicas sobre la composición, procedencia y eficacia política que provoca el 8N, lo que creo más significativo es que refleja la desaprobación mayoritaria a la gestión presidencial. En sí misma la concentración no es capaz de cambiar el curso de los acontecimientos, pero es un indicio del momento político y de las perspectivas que podrían estar abriéndose. Hace un año, en el cenit de la popularidad y el poder electoral del kirchnerismo, era impensable semejante movilización de masas.”

En la mirada de Ignacio Ramírez, de Ibarómetro, “las protestas o acciones colectivas pueden ser analizadas considerando su magnitud, sus consignas, sus métodos de organización y de protesta. La modalidad elegida es elocuente respecto de algunas continuidades actitudinales con el 2001. En este sentido, el cacerolazo evoca inmediatamente imágenes del 2001, cuando se combinó una profunda crisis social y económica con un estallido de nihilismo y descreimiento. La consigna académica más leída y escuchada por entonces era ‘crisis de representación’. Once años después algunos sectores de la sociedad, enérgicamente opositores al kirchnerismo, exhiben una crisis de representación al cuadrado, puesto que se da en el marco de condiciones sociales y económicas completamente distintas, con una sociedad crecientemente politizada y un amplio sector social que acompaña a un proyecto político”.

¿Espontánea u organizada?

Prácticamente todos los consultores evalúan que el 8N tuvo un fuerte nivel de organización. Del Franco lo sintetiza así: “En primera instancia creo que ya no cabe llamarlo cacerolazo, denominación que creo aplicable a manifestaciones con alto nivel de improvisación y espontaneidad. Es sólo una cuestión de denominación y no de evaluación y menos en sentido negativo. Que sea menos espontánea no significa que sea menos legítima”.

Con ella coincide Zuleta: “De espontáneo, estas movilizaciones tienen poco, pero eso no la minimiza ni disminuye en significación y efectos sociales y políticos. Hay que tomar nota: este tipo de movilizaciones rompe con la lógica del balcón, del líder que sale al balcón”.

¿Quién los representa?

Buena parte de los consultores creen que nadie, aunque hay algunas discrepancias. Roberto Bacman es el titular del Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP). “Todo parece indicar que no dejó nada nuevo el 8N. En realidad, y en lo que hace al meollo de la protesta es más de lo mismo: críticas al Gobierno, a su accionar, a su orientación y al estilo presidencial. Sin embargo, y al igual que dos meses atrás, se enfrenta a un callejón sin salida: no aporta nada en concreto, se aúna sólo en la crítica, no propone y, para colmo de males, no existe por estos tiempos en la Argentina ninguna fuerza ni dirigente político que pueda capitalizarla. Por el contrario, también se pudieron escuchar críticas a algunos dirigentes que de alguna u otra manera la impulsaron desde las sombras. Hacia el interior de la protesta subyace un arco demasiado heterogéneo, que incluye un variopinto conjunto de segmentos de la sociedad que impulsan reivindicaciones de distinto tipo y tenor.”

Ricardo Rouvier, de Rouvier y Asociados, percibe lo mismo, pero opina que debe mirarse un poco más que la representación política: “Es indudable que así como se expresa la protesta ante un oficialismo fuerte, de voz alzada, definido, decisionista, también deja al desnudo la falencia de una oposición que no da señales de vida. Es posible que este acontecimiento otorgue energía a los adversarios del Gobierno; pero eso se verá en el futuro. Con la marcha, la oposición política mejoró sus ilusiones para el 2013, a pesar de que no pueda convertir en fortaleza inmediata la manifestación callejera. No tiene cómo transferirla a sus consensos”.

En una línea que pone el acento en las debilidades de la oposición, Ignacio Ramírez, de Ibarómetro, sostiene: “Mi hipótesis es simple: el 8N no expresa la debilidad del kirchnerismo sino la debilidad de la oposición. Un sector de la sociedad no encuentra liderazgos capaces de interpretar y representar sus aspiraciones, deseos y valores, y asimismo no percibe alternativas políticas sólidas y competitivas que puedan desafiar seriamente al kirchnerismo. Cuando algunos dirigentes opositores sostienen que la presencia de políticos enturbiaría la protesta, hacen dos cosas: revelan su propia debilidad y fortalecen las mismas matrices que dificultan el fortalecimiento de liderazgos políticos opositores. Para que el 8N produzca un impacto político deberá articularse políticamente, tarea que les corresponde asumir a los partidos y/o dirigentes de la oposición”.

Distinta es la mirada de Del Franco para quien “un referente concordante para estos grupos, es alguien con postura de centroderecha. Macri es quien viene a la mente en forma inmediata. No considero oportunista que trate de capitalizarlo. Por el contrario, si de la Ciudad de Buenos Aires se trata, los presentes el jueves fueron sus votantes en las elecciones a jefe de Gobierno. Ahora tiene el problema de que no representa a quienes marcharon en otros lados”.

En ese terreno, Mora y Araujo apunta que “las clases bajas, los sectores de la Argentina de la pobreza –que obviamente no engrosaron las multitudes del 8 de noviembre– encuentran algunos canales de representación, ejercida principalmente por los dirigentes políticos locales y a través de ellos por los gobiernos locales, provinciales y nacional. Las clases medias, y de ahí para arriba, no tienen más representación: o se sale a la calle o no se tiene voz. Ese es el fracaso de la política argentina, o sea de los políticos argentinos y sus organizaciones”.

Las consignas

“En la última encuesta llevada a cabo por CEOP –relata Bacman– se pueden observar las cinco motivaciones de los manifestantes del 8N: inseguridad, falta de diálogo, corrupción, posible reforma constitucional que habilite la reelección y los controles sobre el dólar. Pero en el mismo trabajo de campo la imagen positiva de CFK se ubica en el eje del 52 por ciento y la aprobación de su gestión alrededor del 50. Entre ellos sobresalen los más jóvenes (18 a 34 años), los de clase baja y los residentes en el Gran Buenos Aires profundo y el interior del país. Y ellos fueron los que no salieron a protestar.”

Rouvier agrega que “la protesta se fundamentó en algunas cuestiones de gestión que pueden ser discutidas y revisadas, sobre todo las que hacen a la inflación y a la inseguridad, pero hay otras de claro perfil conservador; inclusive en sectores medios bajos que se enojan ante la Asignación Universal por Hijo que cobra un vecino. La disponibilidad mayor o menor de acceso a la divisa supone una adaptación ciudadana que todavía no se ha transitado; pero es indudable que los sectores medios sienten que el Gobierno los amenaza, y pone en peligro sus libertades individuales tal cual las proclamó el liberalismo. El valor de lo colectivo, lo comunitario, es el valor por conquistar del kirchnerismo, ante la hegemonía del individualismo, el éxito personal y la competencia salvaje”.

El efecto electoral

Un dato llamativo es que casi todos los consultores, incluso los más alejados del oficialismo, piensan que el Frente para la Victoria tiene todas las chances de ganar las elecciones del año próximo, porque más allá del 8N conserva el caudal electoral necesario para obtener más votos que las demás fuerzas. Lo que sucede es que esos mismos consultores –los más alejados del Gobierno– ponen listones altos: que el FpV no va a hacer una elección parecida a la de 2011 o que no va a tener los legisladores propios suficientes para votar una reforma constitucional. Ambas alternativas son virtualmente imposibles: como resaltó la propia CFK cuando se refirió al tema en Harvard, difícilmente pueda haber reforma si no hay acuerdo con otra fuerza política de envergadura; y la comparación entre los votos en una elección presidencial y una legislativa tiende a ser poco realista. También en esto caen algunos de los encuestadores más cercanos al oficialismo.

En ese marco, no deja de haber polémicas. Para Mora y Araujo “la clase media desafía al gobierno nacional en la calle, y eso significa que el Gobierno pierde sus votos. Los de abajo no están muy motivados para salir a manifestarse, pero posiblemente siguen leales electoralmente. La aritmética más simple preanuncia entonces un serio problema electoral. Ni siquiera conservando el 100 por ciento de los votos de todas las personas que están por debajo de una línea de pobreza, el Gobierno podría repetir los resultados del 2011. En términos del mercado político, el problema parece claro: hoy no hay mucha oferta opositora, pero la demanda la pide a gritos. Y, por lo que se ve, el gobierno nacional conserva a su electorado de abajo pero no quiere ofrecerle nada –o no encuentra qué ofrecerle– a esa clase media que lo ayudó a constituirse y que se declara insatisfecha”.

Fidanza anuncia un declive más pronunciado: “El escenario que veo es el de una lenta declinación del Gobierno que desemboca en el síndrome del pato rengo para la Presidenta. Esto ocurriría aunque el Gobierno ganara las elecciones de 2013. Podría alcanzar una primera minoría en caso de que la oposición permanezca fragmentada. La razón es que no se prevé una recuperación significativa de la economía, como en el período 2010-11. En cuanto a la reforma constitucional con cláusula de re-reelección, parece improbable debido al amplio rechazo popular que suscita”.

López, en cambio, cree que “en perspectiva, el caceroleo opositor nada cambia en el sistema de preferencias electorales manifiesto en octubre de 2011, donde el oficialismo, merced a su gestión y en especial al sostenimiento de los atributos de empleo y consumo obtuviera el 54,11 por ciento de los votos. Se plantea sí una situación crítica para la oposición política hoy incapaz de representar estas demandas ciudadanas y que para colmo, con cada nuevo liderazgo emergente, sigue fraccionándose. Tal el caso de Macri y De la Sota, las dos nuevas figuras visibles del elenco de la opo que cazan votos en el mismo zoológico anti K que ya lo hicieron Binner, Alfonsín, Duhalde, Carrió el 30 de octubre de 2011”.

“Para quienes ven la realidad de la política desde el ojo de cerradura de la competencia electoral –analiza Zuleta– es posible que los cambios sean mínimos. Las multitudes del 8N no expresan tendencias demasiado diferentes de las que en los últimos meses vienen revelando las encuestas nacionales: un empeoramiento gradual de casi todos los indicadores de apoyo y evaluación de desempeño del Gobierno, pero en el plano del voto, el oficialismo conserva lo sustancial de su caudal electoral, ante la ausencia de propuestas y liderazgos alternativos.”

© Escrito por Raúl Kollmann y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 11 e Noviembre de 2012.





El dilema argentino… De Alguna Manera...


El dilema argentino…


La convocatoria a la protesta del 8 de noviembre colmó las expectativas de sus adherentes. Es difícil contar cuántas personas se movilizaron en algún sentido físico para tomar parte, de alguna manera, en la protesta; difícil e innecesario. En muchos aspectos, se trata de un hecho propio del mundo actual: sus varias aristas, sus distintas caras y corporizaciones, incluyen elementos de comunicación y de expresión que no son los convencionales y cuyas cuantificaciones están todavía en incipiente desarrollo. Para el Gobierno nacional –el destinatario de la protesta–, cuenta lo que ya se ha dicho repetidas veces: la calle ya no le pertenece de manera exclusiva. Ya no tiene vigencia la idea de que este gobierno representa a la “verdadera” sociedad (la popular y nacional) y sólo se le oponen segmentos diversos cuya existencia constituye un cúmulo de “errores” o “imperfecciones” históricas.

La lección alcanza también a otros núcleos sectoriales siempre proactivos en la sociedad argentina, los sindicatos y las diversas “militancias”, particularmente: tampoco disponen más del monopolio de la convocatoria a multitudes congregadas en carne y hueso en espacios públicos.

Dicho eso, sigue vigente un problema de fondo: el déficit más serio de la Argentina de hoy no es la capacidad de movilizar a mucha gente en la calle, ni siquiera la capacidad de expresar sentimientos de aprobación o, como en este caso, de protesta, sino la capacidad de construir opciones políticas. En pocas palabras: el déficit es político. En ese plano, nada ha cambiado esta semana.

La movilización del 8/11 está surcada por muy diversas corrientes de ideas. Un foco de debate ha estado centrado en la disyuntiva “la calle versus los votos”, protesta versus opciones electorales. Los defensores más acérrimos de “la calle” dicen: la gente debe perder el miedo, debe sentir que puede manifestarse abiertamente aunque no se sienta representada por las instituciones o no confíe en ellas; los del lado del “voto” dicen: sin opciones electorales, a la larga nada cambia. En el desarrollo de los argumentos es fácil advertir la semilla de nuevas versiones de viejísimos argumentos contra la “democracia burguesa”. Cuando esos argumentos los pregona Laclau, nadie duda en visualizar allí un ideal político “populista”; pero cuando los pregona un conocido hombre de la ciencia política que en su blog se mostró decididamente a favor de la manifestación (dice, en apretado resumen: “Me da pena verlos argumentar que la democracia se juega en las elecciones (…) La democracia empieza con el voto, no termina allí, por más que les pese a estos neoconservadores que se creen de avanzada”), todavía no está claro cuál es el ideal o el modelo institucional que sobrevendrá. El debate sobre la democracia en el mundo de hoy, que tiene lugar en términos de la teoría política y también en el de la política práctica, es valiosísimo; pero sigue siendo cierto que las protestas sin política no construyen opciones.

En estos días tenemos a la vista en distintos lugares del mundo el incierto futuro que sigue a las protestas masivas –que a veces se desencadenan con poder arrasador– cuando en sus raíces está no sólo el malestar con quienes gobiernan sino también la falta de representación en el sistema institucional. Pero pocos países pueden ofrecer una casuística tan vasta como la Argentina a través de su historia del último siglo. Desde 1930 hasta 1983 ningún gobierno fue desalojado electoralmente; la gente en la calle y la apelación a las armas fueron compartidas por todos, los de “izquierda”, los de “centro” y los de “derecha”. La gente en la calle era un recurso frecuente, pero no tan decisivo como lo fue después, cuando los militares pasaron a la irrelevancia y los gobernantes aprendieron a temer más a la ocupación de la calle y a las encuestas que a los militares golpistas.

Mi conclusión es que la cultura política argentina ha aprendido a descalificar el voto y todo lo que él involucra: procesos complejos de convalidación de los candidatos y los dirigentes, propuestas, oposiciones y acuerdos, militancia y participación ciudadana, una compleja trama de instancias sobre la cual se construye la legitimidad democrática. Desde 1930 hasta hoy los argentinos sabemos salir a la calle –por mucho que a menudo se olvide cuán escasas han sido las consecuencias deseables para quienes en cada oportunidad ejercieron esa capacidad de protestar–. Pero sabemos poco acerca de cambiar gobiernos a través del voto.

Hay otro aspecto que llama a la reflexión. El Gobierno nacional, que el jueves 8 fue sometido a una prueba difícil, era confrontado ese día por muchas personas que lo votaron o, por lo menos, por muchas personas de la misma extracción social en la que el Gobierno obtuvo votos decisivos para su triunfo electoral en 2011 –esto es, las “clases medias”–. El Gobierno debería prestar atención a ese hecho. Porque la pérdida de esos votos, asociada a la pérdida de los votos independientes que el Gobierno obtuvo en octubre de 2011, preanuncia un escenario electoral preocupante.

Ahora bien, el 8/11, en términos de brocha gruesa, no hubo clase baja en las calles. La sociedad argentina está escindida, sigue escindida. Esa gran masa de la Argentina de la pobreza constituye todavía para el Gobierno nacional su reserva electoral más sólida. También ahí el mayor problema es de representación: el monopolio de hecho que todo gobierno –nacional o local– ejerce en la representación política de las clases pobres argentinas, que contrasta con la ausencia total de representación de las clases medias y altas. Los pobres, los del medio y los más ricos en la Argentina de hoy comparten muchas visiones, coinciden en muchas demandas, pero mientras los pobres tienen cómo canalizarlas a través de mecanismos de representación, los del medio y los de arriba sólo tienen voz si salen a la calle. ¡Menudo desafío para quienes aspiran a ser políticos de profesión!

© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Sociólogo y Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 11 de Noviembre de 2012.